Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 401 - Mayo 2019
© 2006 Gina Wilkins
Pasión compartida
Título original: Love Lessons
© 2006 Thelma Zirkelbach
Vínculo secreto
Título original: A Candle for Nick Publicadas originalmente por Silhouette® Books
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacio-nes son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticia-mente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, estable-cimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788413079738
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Pasión compartida
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Vínculo secreto
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
Si te ha gustado este libro…

NORMAN, el elegante gato blanco y negro de Catherine Travis, estaba tumbado frente a ella sobre la mesa de la cocina. La madre de Catherine se habría horrorizado si hubiera visto al gato sobre la mesa, pero a Catherine no le importaba en absoluto. Sus padres estaban en China disfrutando juntos mientras que ella estaba sola en Little Rock, Arkansas. Aquel domingo de septiembre, Norman era el único ser en el mundo con el que podía celebrar su trigésimo cumpleaños. Por lo tanto, el invitado podía tumbarse en el lugar que más le gustara.
El gato la observaba mientras Catherine encendía la vela que había puesto en un pastel de chocolate. El resplandor de la llama se reflejaba en los ojos del gato. Norman tenía nueve meses y los últimos seis había sido el único compañero de casa de Catherine.
—Ya te has dado cuenta de que es mi cumpleaños. Ahora sólo falta que me cantes la canción de Cumpleaños Feliz —le dijo al gato. Éste soltó un maullido que tenía cierta musicalidad—. Gracias, eres encantador.
Catherine se incorporó y se dispuso a soplar la vela.
—Espera —se dijo—, ya que estamos celebrando una fiesta de cumpleaños, tengo que seguir todos los pasos del ritual. Primero, pedir un deseo. Mi deseo es que me gustaría tener a alguien con quien compartir momentos especiales como éste. Los cumpleaños, las vacaciones… No es que no valore tu compañía, Normie, pero me gustaría tener también a un macho humano en mi vida.
Después de tal declaración, Catherine sopló la vela.
—Aquí tienes, compañero. Disfruta —dijo colocando delante del animal un plato lleno de pienso con sabor a salmón. El gato lo probó y ya no dejó de comer mientras movía la cola en señal de alegría.
Catrherine tomó una cucharada del delicioso pastel de chocolate y lo saboreó.
—Mmm. ¡Qué bueno!
Norman contestó ronroneando y ella lo acarició. El gato respondió arqueándose. Era tan sencillo estar con su gato. ¿Por qué los hombres no eran tan sencillos?
Catherine había tenido éxito en sus estudios, ya estaba doctorada, tenía un buen trabajo como investigadora en biomedicina, unos cuantos buenos amigos y un apartamento agradable. Sin embargo, nunca se le habían dado bien los hombres. Las artes del amor no se aprendían matriculándose en un curso y tampoco las había adquirido en las largas horas de laboratorio. Había estado tan centrada en su carrera y en su educación que no había tenido tiempo para aprender a jugar.
«No soy una persona divertida», pensó soltando un suspiro.
Los hombres que la habían invitado a salir en los dos últimos años, le habían resultado tremendamente aburridos. Parecía que estaba destinada a estar sola con su gato y su trabajo.
No obstante, no podía caer de nuevo en la autocompasión. Para distraerse, se dispuso a abrir los regalos que había recibido y que había reservado sin abrir esperando a aquel momento. El primero fue el de Karen Kupperman, una amiga del trabajo, que resultó ser una caja de té aromático y un candelabro de cristal y cobalto con una vela. Era un regalo práctico pero bonito, justo el tipo de obsequio que a Karen le gustaba que le hicieran.
Karen estaba en Europa en aquel momento. Había emprendido con su marido un viaje de dos semanas. Habían aprovechado que tenían que ir a un congreso científico en Ginebra, para tomarse unos días de vacaciones más. Karen llevaba meses soñando con aquel viaje.
Julia, otra de las amigas de Catherine, era abogada del estado. En aquel momento estaba en una convención en Nueva York. Su obsequio resultó ser también práctico pero elegante. Eran unos finos guantes de piel marrón preciosos. Catherine se los probó y se ajustaban perfectamente a sus manos.
Dos de sus alumnos de doctorado le habían comprado una bufanda de lana de cachemir de color verde esmeralda. Se la puso y apreció la suavidad del tejido. Septiembre estaba llegando a su fin, así que enseguida podría lucir su nueva bufanda.
Por último abrió el paquete que le habían enviado sus padres. Los dos eran profesores de universidad y estaban en aquel momento, impartiendo clases en una universidad china. Le habían enviado una blusa de seda preciosa y un cheque. A Catherine le encantó la blusa, pero el cheque no le hizo ninguna gracia.
¿Por qué no se convencían de que ya era independiente económicamente?
Era hija única y había nacido cuando sus padres habían sido bastante mayores. Siempre había sido una niña sobreprotegida y mimada, que había seguido los pasos de sus padres en el ámbito profesional. Sin embargo nunca le habían enseñado ni a socializarse ni a desenvolverse con soltura en las citas. En aquel momento, a pesar de la brillante carrera, de los amigos y de la seguridad económica, estaba sola celebrando su cumpleaños.
Recogió los regalos y acarició al gato.
—Ya sé que los deseos nunca se convierten en realidad, Norman, pero necesito creer que éste sí que se va a cumplir.
El cumpleaños de Catherine pasó y llegó el lunes. Se despertó más animada y después de darse una ducha y de vestirse para ir a trabajar, se dirigió a la cocina para desayunar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que uno de los mandos de la cocina se había roto y la ruedecilla se había caído sobre el suelo de linóleo.
—Estupendo —dijo mientras se agachaba para recogerla.
El mando se había ido aflojando, pero Catherine no había encontrado el momento para llamar a la administradora. Ya no podía posponerlo más, descolgó el teléfono y la informaron de que acababa de llegar el nuevo encargado de mantenimiento. Si le venía bien, se acercaría en aquel mismo instante y en cinco minutos lo habría arreglado.
Catherine aceptó y llamó al laboratorio para avisar de que iba a llegar un poco tarde. Tenía suerte de que su horario fuese flexible.
Se dirigió hacia la puerta para esperar a que el chico de mantenimiento llamara, pero antes de que hubiera llegado, el timbre sonó. Catherine abrió la puerta y se quedó embobada.
El hombre que se había encargado del mantenimiento con anterioridad tenía alrededor de sesenta años, era calvo, con barriga y bastante tonto. Sin embargo, el hombre que tenía delante estaba cerca de los treinta y era un atractivo rubio de ojos azules, de complexión atlética, con una sonrisa absolutamente irresistible.
Catherine no pudo hacer gala de su inteligencia porque perdió la compostura y se quedó sin palabras.
—Er… uh…
—Soy Mike Clancy —dijo él señalando la etiqueta con su nombre que llevaba prendida de la camisa vaquera de trabajo. Tenía una caja de herramientas en la mano izquierda—. Lucille me ha dicho que se te ha roto un mando de la cocina.
—Oh, sí. Claro —contestó Catherine caminando torpemente hacia la cocina—. Aquí está.
Atravesaron el salón y él echó un vistazo a la habitación decorada cuidadosamente en tonos verdes, burdeos y crema.
—Me gusta la decoración. Es muy acogedora —comentó el hombre.
—Gracias —contestó ella sintiéndose halagada por aquel adjetivo. Había escogido cada pieza del salón para que éste resultara precisamente acogedor.
—Anda, hola —dijo Mike saludando a Norman. Lo acarició y el gato enseguida contestó con un ronroneo.
—Le gustas. Es raro, normalmente siempre huye de los desconocidos —comentó Catherine.
—Probablemente se haya dado cuenta de que me encantan los gatos. ¿Cómo se llama?
La mirada de Catherine se había quedado fijada en la curtida mano de Mike que acariciaba suavemente al gato y en la forma en que los vaqueros se ajustaban a aquellos fuertes muslos. Tardó unos instantes en reaccionar.
—Norman. Se llama Norman —dijo confundida.
—¿Qué tal, Norman? —preguntó haciéndole otra caricia al gato que no paraba de ronronear. Pero para disgusto del gato y de su dueña ya no había tiempo para más juegos—. Bueno, ¿dónde está ese mando?
Catherine se quedó en el salón mientras él trabajaba para no molestarlo. Pero desde el sofá en el que se sentó para leer el periódico, tenía una vista perfecta de Mike trabajando. Apenas si leyó tres palabras de los titulares, porque toda su atención estaba centrada en aquel hombre. Era toda una novedad tener a un tipo tan apuesto en la cocina de su casa.
Norman se había colocado en la puerta de la cocina y también observaba con detenimiento a Mike. De cuando en cuando miraba a Catherine como preguntando: «¿Por qué estás ahí sentada si tu visita está en la cocina?»
En cinco minutos Mike salió de la cocina, con el pelo revuelto y una sonrisa arrebatadora en los labios. Catherine se quedó sin respiración.
—Ya está arreglado. ¿Puedo hacer algo más por ti antes de marcharme? —preguntó él.
Quizás una mujer más experimentada habría contestado a aquella pregunta con alguna indirecta. Algún comentario ocurrente que le hubiera hecho reír y que invitara a fijarse en ella.
—No, eso es todo. Gracias por venir tan rápidamente —contestó ante la ausencia de una idea mejor.
—De nada —repuso él. Le hizo un último arrumaco al gato e insistió en que llamara si necesitaba alguna reparación más.
Catherine cerró la puerta y se apoyó sobre ella. No era ninguna especialista, ni solía fijarse en aquellas cosas, pero Mike Clancy escondía un buen trasero dentro de aquellos ajustados vaqueros. No estaba segura de si se alegraba o no de haberse dado cuenta.
Por lo menos su observación ponía de manifiesto que aún podía sentir atracción por alguien. No obstante, pensaba limitarse a actuar como una mera espectadora.
Era miércoles por la tarde. Mike llamó a la puerta del apartamento 906. Sonrió cuando la atractiva chica de pelo castaño, que había visto un par de días atrás, volvió a abrir la puerta.
—Me han informado de que tienes una persiana rota —dijo Mike. Ella se sonrojó mientras asentía.
—No he necesitado mantenimiento en casi un año y ya llevo dos incidentes esta semana. Siento darte tanto trabajo.
—Para eso estoy aquí —repuso.
Si hubiera sido otra persona Mike habría podido sospechar algo. No habría sido la primera vez que alguna mujer lo hubiese mandado llamar con alguna excusa mala. Pero estaba seguro de que aquella chica era distinta. Catherine Travis, mejor dicho, la doctora Catherine Travis como le había chivado la administradora, se había mostrado disgustada por tener que molestarlo de nuevo. Aquella mujer tenía clase, parecía íntegra de la cabeza a los pies. Obviamente no estaba buscando una aventura rápida con el chico de mantenimiento.
Llegaron a la ventana del salón que tenía vistas al aparcamiento y a la piscina del complejo residencial. La sala también tenía un ventanal que daba a un balcón sombreado por un magnífico roble. Las vistas del dormitorio al río Arkansas, eran las mejores de la casa. Mike lo sabía porque había estado en varios apartamentos con la misma distribución.
Catherine señaló la persiana rota y Mike pudo apreciar de nuevo la elegancia de sus movimientos. Era una mujer esbelta y alta que podría haber sido modelo o actriz. Y sin embargo, era una científica.
Tenía un rostro ovalado y una lustrosa melena castaña con mechas doradas. Ojos oscuros, nariz pequeña y recta, boca sensual. A pesar de ir vestida de forma informal, con un jersey de punto rojo y unos pantalones negros, tenía un porte clásico y elegante por el que las hermanas de Mike habrían sentido envidia.
—No sé qué ha pasado. Cuando he ido a abrir la persiana esta mañana para que entrara un poco de sol me he quedado con la cinta en la mano —dijo ella.
—Eso ocurre a veces, sobre todo con estos soportes de plástico —contestó Mike encogiéndose de hombros—. He traído otra persiana para cambiarla. En unos minutos estará reparada.
—Gracias.
Norman se acercó a Mike y éste lo miró.
—Hola, Norman. Me alegro de verte —dijo sonriente. El gato soltó un maullido en respuesta y se arqueó cuando Mike se agachó para acariciarlo.
—Parece que se acuerda de ti. Tienes buena mano con los gatos.
—He crecido rodeado de gatos. Hubo un momento en el que cada una de mis cuatro hermanas tenía su propio gato. Yo tenía una serpiente. Aunque creo que era simplemente un gesto de afirmación masculina.
—¿Tienes cuatro hermanas? —preguntó Catherine. Mike se levantó.
—Soy el pequeño. Las malas lenguas dirían que he sido el niño mimado —añadió él. La sonrisa que se dibujó en el rostro de Catherine era tan cálida que el pulso de Mike se aceleró. Era una respuesta masculina a aquellos labios perfectamente esculpidos.
—Estoy segura de que no es cierto.
—Pues es completamente cierto Me tenían muy consentido —admitió él soltando una carcajada. De repente el teléfono sonó y la sonrisa de Catherine se borró.
—Perdona un momento —dijo antes de contestar.
Mike se concentró en su trabajo mientras ella hablaba en la cocina. No quería cotillear, pero no pudo evitar escuchar partes de la conversación. Aunque estaba hablando en inglés, Mike no entendía una sola palabra. Seguramente estuviese hablando con alguien del laboratorio. Estaba explicando los pasos para seguir algún procedimiento muy complicado y no dejaba de utilizar palabras muy largas que Mike no había escuchado en su vida.
Mike había oído que algunos hombres se sentían intimidados en presencia de mujeres inteligentes. Sin embargo él las respetaba mucho ya que había crecido rodeado de chicas listas.
Mike era lo suficientemente hábil como para darse cuenta de cuando una mujer estaba interesada en él, pero no estaba detectando ninguna señal clara de Catherine Travis. En consecuencia, a pesar de admirar su cuerpo y su cerebro, tendría que mantener con ella una relación estrictamente profesional.
Cuando fue a por la nueva persiana, se fijó en las revistas que Catherine tenía sobre una mesa de cristal. Eran revistas científicas y una de ellas estaba abierta. ¿Sería una adicta al trabajo? Tenía toda la pinta.
Cuando ella terminó la conversación telefónica él acababa de finalizar su tarea. Mike comprobó que la persiana funcionaba y recogió las herramientas.
—Ya está —dijo cuando Catherine entró en el salón—. Ha sido rápido.
—Te estoy muy agradecida. Se lo diré a Lucille, has sido muy veloz y eficiente.
—Tengo poco trabajo y me gusta hacerlo bien. Esta semana has sido una de las pocas inquilinas con averías.
—He tenido suerte —contestó ella y sonrió. Mike se alegró de ver de nuevo aquella risa radiante, pero antes de que pudiera detectar si aquel gesto era una señal o no, ella se puso seria y se dirigió hacia la puerta—. Gracias de nuevo —añadió cortésmente.
—De nada —repuso él saliendo—. Ten un buen… —cuando se quiso girar ella ya le había cerrado la puerta en las narices— día —prosiguió en voz baja.
Se dio la vuelta y se marchó. Aquella tarde tenía clase así que no había tiempo para quedarse merodeando alrededor de una científica guapa pero muy distante.
—Entonces has tenido una semana pésima —le dijo Julia a Catherine mientras cenaban en un restaurante—. Primero pasaste sola tu cumpleaños y después se te han roto mil cosas en casa. Por no hablar de las dificultades en el trabajo.
—No ha estado tan mal, de verdad. He recibido algunos regalos estupendos. A propósito, gracias por los guantes, son preciosos.
—Me alegro de que te hayan gustado. Pero me siento mal por haberme ido de viaje de trabajo y no haber celebrado el cumpleaños contigo.
—Norman y yo disfrutamos de una agradable fiesta privada.
—El gato no cuenta —añadió Julia.
—No digas eso. Ya sabes que Norman es muy sensible —declaró entre risas—. Y lo de las averías tampoco ha estado mal porque lo han arreglado todo con mucha rapidez.
—¡Qué eficiencia! Espero que no tuvieras que lidiar de nuevo con Luther —dijo Julia refiriéndose al antiguo encargado.
—La verdad es que no —repuso Catherine tratando de que su voz no la delatara—. Hay un chico nuevo de mantenimiento. Se llama Mike.
—Ah, ¿sí? ¿Y es majo?
—Parece muy majo —contestó. Su amiga se quedó callada mirándola—. ¿Y qué pinta tiene?
Catherine iba a dar cualquier respuesta, pero no pudo evitar suspirar.
—Es como si se acabara de bajar de una tabla de windsurf. Bueno, como estamos a más de diez horas de la playa, mejor sería decir que parece que se acaba de bajar del monopatín.
—¿Un chico joven?
—No soy muy buena en adivinar la edad, pero diría que tiene veinticinco años. O quizás un par de años más.
—¿Y dices que es atractivo?
—Es como el chico de la portada de las revistas que mi madre nunca me hubiera dejado comprar —completó Catherine. Suspiró profundamente—. Rubio, ojos azules, atlético y una sonrisa irresistible. Encantador.
—Ésa es la descripción de un chico tan profundo como un charco —repuso Julia. Ella odiaba a los típicos chicos guapos porque uno de ellos la había herido en la adolescencia.
—Pues la verdad es que parece muy agradable. Pero yo, como siempre que estoy delante de un chico atractivo, me quedé paralizada.
—No creo que fuera para tanto.
—De verdad, si hasta me olvidé del nombre de Norman cuando me lo preguntó. Lo único que podía hacer era quedarme sentada mirándolo fijamente. Seguramente pensará que soy la inquilina más aburrida de todo el edificio.
—Bueno, tampoco es que tú estés muy interesada en ligar con el chico de mantenimiento. Tienes cabeza para mucho más —declaró Julia.
—No, claro que no estoy interesada —dijo Catherine riéndose. Pero aquella risa no era sincera.
—Es el tipo de chico con el que no tiene ningún sentido tener una cita. ¿El chico de mantenimiento? ¿Qué puedes tener en común tú con él? —insistió Julia, quien en materia de chicos estaba tan perdida como Catherine.
Julia y Catherine se habían hecho amigas hacía dos años. Julia era una rubia despampanante, ambiciosa y centrada. A menudo recibía muchas invitaciones de hombres que no estaban en absoluto interesados en su inteligencia. Sus experiencias con ellos la habían convertido en una mujer cínica, en todo lo referente al romanticismo.
Julia parecía no tener ningún interés en hablar de chicos y enseguida le empezó a contar su viaje de trabajo a Nueva York, haciendo caso omiso del hombre de la mesa de al lado que la miraba insistentemente. Catherine estaba segura de que su amiga no había salido del hotel donde se había celebrado la conferencia. Julia no había encontrado nada más apasionante que hacer en la «Gran manzana», que mantener eternas discusiones sobre leyes.
«Ninguna de las dos tenemos solución», pensó Catherine.
La comida mexicana bien picante y la animada conversación distrajeron a Catherine de los pensamientos sobre Mike Clancy, aunque estaba segura de que regresarían a su mente cuando estuviese de nuevo a solas en su apartamento.
Era viernes por la tarde y Catherine estaba detrás de la montaña de papeles de su escritorio. Desde allí pudo escuchar la conversación que dos becarias mantenían en el pasillo.
—¿Tienes planes para el fin de semana?
—Sí, Scott me va a llevar a Tunica. Vamos a pasar allí el fin de semana en los casinos. Nos vamos mañana por la mañana y me muero de ganas.
—Suena divertido.
—Sí. ¿Y tú qué haces este fin de semana?
—Esta noche voy a salir con Tommy, Jan y Nick. Y mañana Tommy y yo nos iremos a Jonesboro a ver un partido de fútbol y nos quedaremos a dormir allí.
—Qué bien.
—¿Queréis Scott y tú salir con nosotros esta noche?
—Quizás. Lo preguntaré y ya te llamo.
Durante unos segundos se hizo un silencio hasta que una de ellas hizo una pregunta.
—¿Qué crees que hará ella este fin de semana?
—¿La doctora Travis? Lo mismo que hace todos los fines de semana, trabajar.
—¿Crees que alguna vez se relaja y se divierte?
—Creo que la palabra diversión no existe en su diccionario. Es maja, pero ¿te la imaginas de fiesta? —preguntó cínicamente una de ellas después de una carcajada.
—No. La verdad es que no me la imagino.
Las voces se alejaron a medida que las becarias caminaron por el pasillo, dejando a su paso el eco de las risas. Cuando estuvo segura de que se habían alejado, Catherine se levantó y cerró la puerta.
Salió de la oficina arrastrando los pies. Era más tarde de las siete y todavía era de día a pesar de que cada vez oscurecía antes. En poco tiempo sería de noche cuando regresara a casa sola. Y además haría frío.
Cerró el coche en el aparcamiento de la urbanización. Casi no había coches aparcados y pudo distinguir una furgoneta hacia la que se dirigía Mike, el chico de mantenimiento. Iba cargado con muchos libros, pero se las apañó para saludarla con la mano.
Ella lo saludó también tratando de parecer amable y de disimular la tensión. Después continuó su camino y miró hacia arriba. Norman estaba apostado en la ventana.
Al menos había alguien esperándola en casa.
Abrió la puerta pensando en que se haría una tortilla francesa para cenar y en ese preciso instante Norman, por primera vez en aquellos seis meses, salió disparado de la casa y bajó las escaleras en dirección al aparcamiento. Catherine se asustó de que pudiera pillarlo algún coche, dejó las bolsas tiradas y salió corriendo detrás de él.
—¡Norman, para! ¡Vuelve!
Al oír los gritos, Mike dejó los libros a un lado y agarró al gato. Norman no se resistió, se acurrucó en su pecho y ronroneó.
—No puedo creer lo que ha hecho. Nunca se había escapado. Muchísimas gracias por atraparlo —dijo Catherine tratando de recuperar el aliento después de la carrera.
—De nada —repuso él entregándole el gato—. Igual a partir de ahora tienes que tener cuidado cuando abras la puerta.
—Quizás sí —añadió ella mientras le fruncía el ceño a Norman—. Eres un gato malo, te podía haber pasado algo.
—A ti también. Has bajado las escaleras como una loca. Podías haberte tropezado.
—Ni siquiera lo he pensado. Tenía tanto miedo de que lo pillara un coche —admitió Catherine.
—Bueno, ¿qué tal va todo? ¿Alguna avería más en tu apartamento?
—Ninguna, gracias —respondió mirando hacia abajo tímidamente. Vio los libros de Mike tirados en el suelo—. Espero que ninguno de los libros se haya estropeado. En tal caso yo lo pagaría.
—No te preocupes. Son sólo libros de texto y siempre los compro de segunda mano.
Mike se agachó para recogerlos y Catherine no pudo evitar leer los títulos.
—Biología e Historia Americana, ¿estás yendo a clases? —preguntó ella sin poder contenerse. Era una pregunta estúpida con una respuesta evidente. Él asintió mientras se levantaba.
—Estoy asistiendo a clases en la universidad.
—¿Y te va bien? —preguntó ella sin saber qué decir. Él asintió.
—Bueno en realidad en historia me va bien, pero la biología me está dando problemas.
—¿Sí? ¿Alguna duda en particular?
—El lunes tenemos un examen sobre la glicólisis y la verdad es que no entiendo nada de nada. Voy a intentar estudiar este fin de semana, pero no creo que sirva de mucho porque no sé por donde pillarlo.
—Yo te ayudaré —soltó ella en un impulso. No sabía cómo habían salido aquellas palabras de su boca.
—¿Qué? —preguntó él alzando una ceja en señal de curiosidad.
Catherine se dio cuenta de que parecería aún más estúpida si se echaba atrás. Además quería hacerlo, él la había ayudado con Norman y ella podía agradecérselo de aquella forma.
—Te ayudaré a preparar el examen… si quieres. Estoy licenciada en Biología así que si puedo echarte una mano…
—No me enorgullece mucho necesitar ayuda —contestó Mike con una media sonrisa terriblemente atractiva—, pero si estás segura de que tienes tiempo y ganas, te agradeceré la ayuda. Tengo que aprobar este examen como sea.
Catherine asintió.
—Entonces no hay problema, ¿cuándo quieres venir?
—¿Te viene bien mañana después de comer?
—Mañana tengo que trabajar, pero estaré de vuelta a las dos, ¿quedamos a las tres?
—De acuerdo, y muchas gracias, doctora Travis, de verdad que te estoy muy agradecido —insistió él. Catberine miró al gato que estaba entre sus brazos.
—Es lo menos que puedo hacer por ti. Nos vemos mañana —contestó ella y se marchó para evitar que él notara sus nervios. Subió a Norman a casa y cuando se asomó a la ventana comprobó que Mike ya se había marchado.
HEY, Mike, ésa es tuya.
Mike se dio la vuelta justo a tiempo para girarse, agarrar el balón y meter canasta.
—¡Hemos ganado! —dijo Bob Sharp celebrando la victoria.
—Tranquilos, chicos —contestó Mike a sus dos compañeros de equipo.
—De verdad, Mike, vas a hacer que parezcamos malos jugadores a tu lado —bromeó Brandon Williams, el tercer jugador del equipo.
Estuvieron bromeando un rato con los otros tres amigos contra los que habían jugado, antes de que Mike consultara la hora de su reloj. Había perdido la noción del tiempo durante el partido y sólo le quedaban diez minutos para darse una ducha y acudir a casa de Catherine Travis. Iba a llegar tarde.
—Mike, ¿te vienes a tomar una cerveza y a ver el partido? —sugirió Bob.
—No puedo, tengo que estudiar.
—Venga, tío. Puedes estudiar más tarde. Tampoco pasa nada porque no saques un sobresaliente —insistió Bob riéndose.
Bob todavía no podía entender por qué Mike había decidido volver a estudiar después de haber dejado la universidad diez años atrás. Bob era feliz conduciendo su camión de reparto, pasando el tiempo libre con los amigos y de vez en cuando conociendo a alguna mujer.
Mike también había sido feliz llevando aquel estilo de vida. Pero dos meses atrás había decidido que quería volver a estudiar y algunos de sus amigos no lo estaban animando.
—Venga, Mike, tómate una cerveza con nosotros. Hace un día demasiado bueno como para que te encierres en casa —añadió Brandon.
—Lo siento chicos, he quedado para estudiar a las tres y ya llego tarde.
—Oh, oh. Eso explica tu urgencia por los libros, ¿quién es ella? —preguntó Bob con una sonrisa pícara.
—Alguien que se ha ofrecido a echarme una mano para prepararme el examen del lunes. Chicos, de verdad tengo que irme. Nos vemos después.
—¿Nos estás ocultando información, Clancy? Queremos conocer a esa chica —insistió Bob.
Cuando Mike quiso entrar en el coche el reloj del salpicadero marcaba las tres. Iba a llegar tarde una vez más. Ojalá la atractiva doctora Travis no se irritara por su impuntualidad.
Cuando Catherine le abrió la puerta a las tres y veinte no parecía en absoluto enfadada.
—Me he dado cuenta hace un rato de que no te había dado mi número de teléfono —dijo mientras lo invitaba a pasar—. No tenías forma de avisarme si te surgía un imprevisto. Espero que no hayas tenido que correr mucho para llegar —dijo ella casi disculpándose. A Mike le resultó interesante aquella reacción.
—Ha sido culpa mía. Se me ha hecho tarde. Espero que no estés molesta.
—No, tranquilo, no tengo más planes para esta tarde. Creo que nos podemos sentar en esta mesa a trabajar. ¿Quieres un vaso de limonada recién hecha?
—Pues sí. Si no es mucha molestia, doctora Travis —contestó él bromeando. Catherine sonrió.
—No, yo también tomaré un vaso, y llámame Catherine.
Mike encontró a Cahterine especialmente atractiva aquella tarde. No sabía su edad, pero debía de rondar los treinta, como él. Seguramente se habría doctorado joven y sería una chica inteligente y ambiciosa. Sin embargo no se daba aires de superioridad.
Mike había tenido hacía poco tiempo un encuentro desagradable con una mujer que no había dudado en demostrar su desprecio por un vulgar chico de mantenimiento.
De repente sintió algo en la pierna.
—Hola, Norman, ya me preguntaba yo dónde te habías metido.
—Estaba durmiendo en mi cama. Se echa por lo menos diez siestas al día —contestó Catherine antes de sentarse al lado de Mike y de dejar la limonada y un bizcocho de chocolate sobre la mesa.
—Qué buena pinta tiene. ¿Es bizcocho casero?
—La mezcla viene ya preparada, sólo hay que meterlo al horno. He tenido el antojo hace un rato —repuso ella echando un vistazo al cuaderno de Mike —. Dices que tienes un examen sobre la glicólisis.
—Sí, he traído mis apuntes y un examen de prueba que nos dio el profesor. Traté de hacerlo ayer, pero no sirvió de mucho —reconoció Mike.
—Déjame que les eche un vistazo a las dos cosas para ver si te lo puedo explicar —dijo con una sonrisa que dejó a Mike desarmado—. Hace mucho que no repaso esta materia así que tengo que refrescar la memoria.
Norman saltó al regazo de Mike y éste lo acarició abstraído.
—Si te molesta no dudes en bajarlo —le dijo Catherine.
—No me molesta. Mira éste es el examen de prueba.
—¿Cuál es la respuesta, a, b o c?—preguntó Catherine después de una hora de explicaciones y estudio.
—Creo que la a.
—Eso es —dijo ella sonriente.
Mike sonrió satisfecho y Catherine estuvo a punto de derretirse.
—Vale, ahora termina esta frase. Cuando una célula de levadura metaboliza glucosa de forma anaeróbica el resultado es…
—Ácido pirúvico —contestó Mike, pero algo en la cara de ella debió indicarle que se había equivocado y enseguida rectificó—. Alcohol etílico.
Ella volvió a sonreír.
—Correcto. Lo estás haciendo muy bien, Mike. No vas a tener ningún problema para aprobar el examen. ¿Quieres practicar las preguntas largas? Puedo ponerme a hacer otra cosa mientras tú las contestas y después te las corrijo. Aunque ya sabes que la corrección es algo muy particular y que quizás tu profesor te evaluará de otra forma.
—Si no te importa, me encantaría que me las corrigieras. Son las preguntas que más me preocupan porque hace más de diez años que no escribo textos largos y si te soy sincero, nunca se me ha dado bien.
—No hay problema. Tengo que leerme un par de artículos así que lo haré mientras tú escribes. Fijamos un tiempo y te aviso cuando se esté acabando.
Catherine se acomodó en el sofá y Norman se acurrucó a su lado. No pudo contener un suspiro mientras observaba a Mike con el pelo despeinado y cara de concentración. Era tan guapo.
—¿Estás bien? —preguntó él alzando la vista.
—Sí —repuso ella tratando de disimular—. Es que Norman me ha arañado.
Catherine trató de concentrarse en la lectura, pero sabía que era imposible estando tan cerca de Mike. Se entretuvo pensando cómo se habría comportado su prima Lori, la chica más ligona que conocía, con un hombre apuesto en su apartamento. ¡Seguro que no se habría puesto a leer un artículo científico!
Se dispuso a corregir las preguntas. Fue crítica pero a la vez valoró todos los aciertos, esforzándose por no herir el amor propio de Mike.
—Aquí no has profundizado —comentó subrayando un párrafo—. Y aquí te has ido un poco por las ramas y casi todos los profesores bajan la puntuación por eso. Esta afirmación no es correcta. En las eucariótidas, la mayor parte de las enzimas están en las mitocóndrias, no en la membrana celular.
Mike parpadeó. Parecía que no estaba acostumbrado a que lo corrigieran de forma tan sincera, pero era mejor ser honesta.
—Gracias, tendré que mejorar en estos aspectos —dijo él sin mucho entusiasmo.
—Estoy segura de que lo harás muy bien en el examen —repuso Catherine tratando de animarlo.
—Ojalá sea así. Volver a estudiar está siendo más duro de lo que yo pensaba. La verdad es que la primera vez que fui a la universidad, hace diez años, me catearon todas las asignaturas. Creo que era porque salía mucho de fiesta y estudiaba muy poco. Quizás si me esfuerzo más esta vez tenga más éxito.
—Estoy segura de que así será. Debe ser difícil volver a aprender a estudiar otra vez después de tanto tiempo.
—¿Otra vez? Yo nunca aprendí a estudiar —contestó soltando una carcajada—. En la escuela no hacía falta estudiar. Mi madre y mis hermanas me «ayudaron» mucho con los deberes en el instituto así que conseguí terminarlo. Conseguí una beca de béisbol para asistir a la universidad, pero la perdí cuando empecé a suspender. No era la estrella del equipo, pero tampoco se me daba mal.
—¿Y cómo es que te has animado a volver ahora? —preguntó Catherine dudando de si sería una pregunta demasiado personal. Él se encogió de hombros.
—Este año acudí al encuentro de ex alumnos del instituto. Hace diez años que mi promoción terminó —se limitó a decir. Quizás se hubiera sentido mal al compararse con alguno de los compañeros.
—Quizás deberías haber hecho lo que yo. Directamente no fui al encuentro —repuso Catherine con una sonrisa cómplice.
—¿Ah, sí? ¿Y cuándo fue? —preguntó él, seguramente para averiguar su edad.
—Hace dos años. El pasado sábado cumplí treinta.
—Te deseo feliz cumpleaños con retraso.
—Gracias —dijo ella.
—¿Y por qué no fuiste a la reunión? —preguntó Mike curioso—. Tienes razones para sentirte orgullosa. Era una ocasión para contarle a todo el mundo lo bien que te ha ido.
—La verdad es que no tengo muchos buenos recuerdos del instituto. No tenía ningún interés de revivir aquellos momentos —respondió aunque no le gustaba el rumbo que había tomado la conversación. Pero tampoco quería parecer resentida—. Seguramente si hubiera ido, lo habría pasado bien, pero aquel fin de semana tenía una convención en Londres y no podía dejar de ir.
—Ya, fíjate, yo pensaba que me lo iba a pasar genial en la reunión porque los años en el instituto fueron estupendos. Deportes, amigos, fiestas lo fines de semana, todos los veranos en el lago…
Catherine se perdió en sus pensamientos, imaginando el chico que debía de haber sido Mike. Popular y seguro de sí mismo, pero no uno de esos engreídos que se reían de todo aquél que no fuera como ellos.
—¿Catherine?
—Perdona, me han venido a la cabeza muchos recuerdos del instituto —dijo dándose cuenta de que llevaba callada un rato—. Entonces, ¿la reunión no fue tan divertida como tú te habías imaginado?
—No. La mayoría de mis compañeros estaban muy cambiados y los que estaban como siempre, bebiendo y viviendo de los recuerdos, resultaban patéticos. ¿Me entiendes?
Catherine se sorprendió de que le estuviera contando todo aquello cuando apenas se conocían. Él también se debió de dar cuenta de que se estaba yendo de la lengua.
—Bueno, entonces crees que triunfaré en este examen —dijo Mike cambiando de tema.
—Bueno no sé si sacarás un sobresaliente, pero seguro que… ¿estabas bromeando? —preguntó Catherine. A veces no pillaba el sentido del humor de la gente.
—Sí, estaba de broma. Con aprobar me conformo.
—Siempre puedes intentar ir a por el sobresaliente. Tener confianza en uno mismo es el primer paso para el éxito.
—Te puedo asegurar que nunca me ha faltado confianza en mí mismo —sentenció Mike recogiendo los libros.
Catherine no lo creyó del todo. Era curioso que cada uno se sintiera inseguro en partes tan opuestas de la vida. Él se sentía como pez en el agua en el ámbito de las relaciones sociales y ella nunca había tenido problemas en el mundo académico.
Parecía que Mike ya estaba listo para marcharse así que lo condujo hacia la puerta.
—Buena suerte con tu examen, Mike.
—Gracias, ha sido estupendo que me ayudaras.
—No hay problema.
—Nos vemos, Norman —dijo Mike agachándose para acariciar al gato. Y con una sonrisa en los labios dedicada tanto al gato como a ella, se marchó del apartamento.
Norman y Catherine se quedaron apostados en la puerta.
—Déjalo, Norman. No va a volver —dijo Catherine.
Cuando estaba recogiendo los vasos no pudo evitar acariciar el borde donde se habían posado los carnosos labios de Mike. Catherine suspiró, se sentía como una adolescente.
Habían sido un par de horas agradables en las que había logrado hablar de algo más que de ciencia. Hasta había conseguido hacer un par de gracias que Mike le había reído.
Quizás si hubiera tenido más práctica y más encuentros con hombres atractivos en su vida no habría tenido que celebrar su cumpleaños con un gato.