Rafael de Nogales Méndez
El saqueo de Nicaragua
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Créditos
Título original: El saqueo de Nicaragua
© 2022, Red ediciones S. L.
Traducción: Ana Mercedes Pérez.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9007-807-5.
ISBN ebook: 978-84-9007-505-0.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
La obra 9
Nota de la edición británica 11
Brevísima presentación 13
Capítulo I 15
Capítulo II 23
Capítulo III 34
Capítulo IV 46
Capítulo V 56
Capítulo VI 66
Capítulo VII 78
Capítulo VIII 94
Capítulo IX 109
Capítulo X 126
Capítulo XI 137
Capítulo XII 152
Capítulo XIII 168
Capítulo XIV 182
Capítulo XV 197
Capítulo XVI 213
Epílogo 231
Documentos 231
Manifiesto político. 1.º de julio de 1927 231
Henri Barbusse al general Sandino 234
Al Comité ¡Manos Fuera de Nicaragua! 234
Carta abierta al presidente Edgard Hoover de Estados Unidos 236
Carta al presidente Hipólito Yrigoyen, de la Argentina 240
Carta de Gustavo Machado 243
Cómo era Augusto César Sandino 245
Según Ramón de Belausteguiguoitia, escritor español: 246
Según Max Grillo, poeta y escritor colombiano: 247
Cómo si fuera hoy 248
Declaraciones del general David M. Shoup, ex comandante de los Marine Corp, en mayo de 1966 (citado por El Nacional de Caracas, del 13 de septiembre de 1975) 249
Fuentes de información para el libro Saqueo de Nicaragua 250
Editoriales y artículos sobre la situación de Nicaragua 251
Libros a la carta 253
Brevísima presentación
La vida
Rafael de Nogales Méndez nació en San Cristóbal, Estado Táchira, el 14 de octubre de 1879 y murió en Ciudad de Panamá, 10 de julio de 1936.
Se llamaba Rafael Ramón Intxauspe Méndez, pero se le conoce como Rafael de Nogales porque prefirió la traducción al español del apellido vasco Inchauspe. Fue militar profesional y guerrillero, conspirador político y espía, cazador y viajero, escritor y conferencista. Hablaba seis idiomas y frecuentó a la nobleza de Bélgica, Alemania y España.
Rafael Nogales Méndez combatió al lado de Zapata y luego de Pancho Villa. Participó en la defensa de Nicaragua bajo las órdenes de Sandino. Combatió a los estadounidenses en Cuba, derrotó a los ingleses en Arabia y alcanzó el grado de general del ejército de Turquía. Ha sido excluido de la historia por considerarse enemigo de Estados Unidos.
Recorrió cuatro continentes y su divisa era: «Cuando veas una guerra buena, alístate para combatir en ella».
Sus libros son un ejemplo de la literatura biográfica venezolana, y también el testimonio histórico de un gran hombre que vivió mil batallas.
«El general de Nogales era el hombre-noticia. Daba la impresión de una mente en permanente vigilia, con los ojos brillándole en la penumbra como dos brasas y una cierta actitud nerviosa sobresaltada de soldado en la estrategia.»
La obra
La primera publicación de El saqueo de Nicaragua fue vetada en Nueva York en el año 1931. En ese entonces el gobierno de los Estados Unidos incautó todos los ejemplares de la tirada, cerró la Editorial Robert McBride&Co y a los editores los sancionó con una multa de 250.000 dólares.
El saqueo de Nicaragua es un libro que nos cuenta un pasado y un contexto trágico: el nicaraguense, y la situación que vivían países centroamericanos como República Dominicana y Haití en aquellos tiempos a causa de la violenta intromisión de la política estadounidense.
«Dignos caballeros en solemne cónclave no hace mucho concedieron el premio Nobel de la Paz al ex-secretario de Estado americano, señor Frank B. Kellog. El secretario lo aceptó, en medio de aplausos encendidos de lágrimas tanto de la prensa como del público de toda América y los Estados Unidos. ¡Cuán fina, emocionante y plausible parecía esta ceremonia!: Me pregunto si los caballeros que estaban otorgando el premio habían dirigido antes sus miradas hacia el sur y el oeste.»
Nota de la edición británica
Esta historia de la explotación de Nicaragua, intentada y realizada por capitalistas norteamericanos, sostenidos y apoyados por la Armada de los Estados Unidos, se publica en razón de justicia y humanidad. Los países de Latinoamérica han vivido bajo la bota del opresor en el curso de su desarrollo. Algunos han logrado independencia y prosperidad, en este caso la historia de esta dominación extranjera parece casi inverosímil y ha provocado el desastre.
Se puntualiza que los basamentos expuestos en este libro se afianzan en hechos rigurosamente investigados, lamentables e incontrovertibles. La amplia distribución de este trabajo es lograr primeramente el conocimiento del pueblo estadounidense, porque la dramática situación en Nicaragua y sus potenciales efectos sobre América Latina no pueden ser menospreciados desde el punto de vista mundial. Las grandes potencias se están moviendo a fin de lograr la paz. Mientras los estadistas discuten actualmente en Ginebra tal asunto, una gran nación distorsiona dichos esfuerzos con su problemática intervención en los asuntos de Nicaragua.
El general de Nogales, distinguido ciudadano de la hermana República de Venezuela, tal vez escriba con fiero celo o ponga de manifiesto ciertos prejuicios comunes a su raza y temperamento, lo que es ciertamente comprensible. Pero lo más importante es que discurre como un penetrante crítico sobre la política latinoamericana y como un experimentado observador militar. El general venezolano fue a Nicaragua a observar las cosas con sus propios ojos, es justamente lo que allí vio y previó para el futuro lo que ofrece hoy al lector.
Desde luego que es una valiente acusación contra la política del gobierno americano y la despiadada maquinación de la diplomacia del dólar este saqueo de Nicaragua, que hoy clama a la publicidad bajo el amplio panorama de cada difícil situación.
Londres, 1932
Brevísima presentación
La primera vez que vi al general de Nogales fue en mi despacho. Yo estaba sin sombrero. De otra manera me hubiese descubierto para saludar al caballero más valiente que haya conocido. No me refiero a su valor militar. Me impresiona ante todo su valor moral, su vitalidad y total despreocupación hacia las consecuencias que pudieran acarrearle decir la verdad.
No existen dudas sobre la veracidad de los hechos expuestos en El saqueo de Nicaragua, pero se necesita cierta considerable dosis de coraje para publicar este libro en los Estados Unidos e informar al gobierno en Washington, a la prensa, a los magnates de Wall Street y al orbe entero, los terribles abusos y desafueros que los Estados Unidos han cometido en Latinoamérica y luego decir lo que Nogales piensa de ello.
Todos sabemos la verdad sobre la intervención de los Estados Unidos en Nicaragua. No estamos narcotizados bajo «la droga diplomática» de míster Stimson. También lo saben los Estados Unidos y los editores norteamericanos. Pero el pueblo americano lo ignoraba hasta que Nogales lo escribió. Este es justamente el valor de este general venezolano. Ir a Nicaragua, esclarecer los hechos, luego regresar a Nueva York para enrostrarle la verdad a todos.
Y para ser justos con los norteamericanos, debe ser puntualizado que muy pocos pueblos en el mundo le otorgarían ese derecho a cualquier escritor —ciertamente nunca a un extranjero— para que divulgue semejante condenatoria acusación en su propio país y la publique en su propio medio.
Si una editorial responsable y de gran reputación en Nueva York patrocina un libro como El saqueo de Nicaragua, si los grandes rotativos se hacen eco y no vacilan en aceptarlo como una contribución importante para conocimiento del público, podemos afirmar que subsiste aún una gran esperanza para Nicaragua y, lo que es más, una mayor dignificación para el espíritu y el honor de los Estados Unidos.
Leonard Warburton Matters
Capítulo I
Dignos caballeros en solemne cónclave no hace mucho concedieron el Premio Nobel de la Paz al ex secretario de Estado americano, señor Frank B. Kellogg. El secretario lo aceptó, en medio de aplausos encendidos de lágrimas tanto de la prensa como del público de toda Europa y los Estados Unidos. ¡Cuán fina, emocionante y plausible parecía esta ceremonia!
Me pregunto si los caballeros que estaban otorgando el premio habían dirigido antes sus miradas hacia el Sur y el Oeste. Me pregunto si lo hacían a sabiendas de lo que estaba ocurriendo en Nicaragua, mientras enaltecían al secretario Kellogg. Me pregunto si los entusiastas de ojos humedecidos, que aplaudieron frenéticos el honor conferido al secretario de Estado americano, conocían lo que estaba sucediendo no lejos al Sur de la frontera meridional de los Estados Unidos. Me temo que no. Si lo hubieran sabido, quizás hubieran meditado un minuto. Porque la rapiña aniquilaba a Nicaragua. Una guerra sangrienta estaba allí desencadenándose. Reinaba en Nicaragua la opresión. El privilegio estaba sofocando los derechos humanos de aquel país.
Mientras el secretario Kellogg recibía, aparentemente humilde, el más alto premio por la paz, secretamente estaba impulsando la guerra. Sus marines, sus ametralladoras, destructores y cañoneras estaban protegiendo al Trust Bananero americano y otros intereses creados en la tierra extranjera de Nicaragua. Y los acorazados de míster Kellogg, los diplomáticos de revólver al cinto y blindados en hierro, estaban asegurando una elección justa para un puñado de traidores sicofantes nicaragüenses que, una vez subidos al poder, hubieran seguido a ciegas la voluntad de Wall Street y del Departamento de Estado en Washington.
Pero basta por ahora de Kellogg. Personalmente aparenta un caballero otoñal, amable, gentil, honorable. La única consideración que puede hacerse es su modo de practicar la diplomacia del dólar no solo en Nicaragua sino en todo el litoral del Caribe y en las Antillas. Un hecho brutal, injusto, mafioso y al margen de la ley de las naciones. Estoy seguro que de haberlo sabido habría sido para él doloroso, pero sus asesores se lo ocultaron. Sin duda le dijeron que estaban trabajando para los mejores fines. La civilización, según la entiende el político norteamericano corriente, es ser bien servido aun a costa de los hechos desagradables que por entonces acontecían en aquel pequeño y rebelde país del Sur. Y la prosperidad, la famosa prosperidad infinita de Coolidge que todos conocen, también sería servida. Tal vez no se le expuso suficientemente al secretario Kellogg que esa maravillosa prosperidad estaría centralizada en Wall Street y no propiamente en Nicaragua. Sin discusiones, no lo hizo con mala intención. Si Kellogg actuó como agente de la diplomacia del dólar, con todo lo que esto significa, solo fue porque formaba parte del sistema.
Ahora, míster Coolidge y su prosperidad, el señor secretario Kellogg y su Premio de la Paz son cosas olvidadas. Hablemos mejor de míster Hoover y su catástrofe. Míster Hoover dio el pasado invierno una desconcertante alerta a los intereses de los Estados Unidos en Nicaragua. Manifestó que dichos intereses no podían contar más con la protección de los marines. Debían correr el albur en un país extranjero. Hay todavía indicios de que Hoover quería ir más lejos. Pudo comprobar por sí mismo que las Islas Vírgenes están convertidas en un Asilo de Mendigos, a causa de la diplomacia de los Estados Unidos. Observó personalmente la pobreza abyecta y desesperada en que se ha hundido el floreciente Puerto Rico por la diplomacia de los Estados Unidos. Ha visto por doquiera sus desatinos en las repúblicas centroamericanas, rumorándose que se proyecta una mejor cooperación financiera con esos países.
Todo esto es muy halagador. Pero el optimista míster Hoover no debe ser demasiado crédulo. Hay otro factor que no debe ignorar, que le puede echar abajo sus malas intenciones. Ese factor es el viejo sistema incrustado, vetusto, antiguo, cruel, despiadado, ciego, brutal, insolente, ilegal factor de la diplomacia del dólar que, después de esclavizar financieramente a Europa, trata ahora de sojuzgar a la América Latina.
Wall Street puede dejar a míster Hoover caminar tranquilamente por un rato. Y luego, mediante una violenta vuelta de dogal, atarlo de nuevo firmemente a la antigua máquina. Este es el peligro de míster Hoover. Puede que él lo ignore. Pero Nicaragua y los demás países del Sur de la frontera lo conocen por vieja y amarga experiencia y están tomando medidas para protegerse.
Todo el mundo sabe que si no fuera por el increíble egoísmo de la diplomacia del dólar, Rusia no sería la amenaza que es hoy para los sistemas democráticos de la civilización occidental. El Asia que despierta no hubiera iniciado su gran marcha hacia el dominio industrial, basado en la mano de obra barata —un salto que puede superar hoy tanto Europa como los Estados Unidos— de no haber sido por la maldita diplomacia del dólar.
¿Cuáles son pues los medios por los cuales Nicaragua y sus infelices hermanas repúblicas de Centroamérica esperan conjurar sus crisis? Son medios de antiimperialismo de la riqueza norteña. Están dirigiendo sus miradas hacia la Rusia Soviética y el Asia que despierta, que podrían devorarlas, pero que eventualmente las liberarían de los zarpazos de la diplomacia del dólar. La hegemonía comercial de los Estados Unidos en la región del Caribe quizás todavía pueda ser eliminada, porque América Latina prefiere la cooperación contra esta tiranía, sin consideraciones de orígenes raciales ni credos religiosos.
¿Qué significa esta tiranía y por qué se la detesta?
La diplomacia del dólar, con implacabilidad increíble, ha hundido a México, a Nicaragua, en realidad a toda América Central y las Antillas mayores —Cuba, Santo Domingo, Haití, Puerto Rico— en un estado de miseria y desesperación que clama al cielo. En Puerto Rico, la mayoría de su población, en un tiempo próspera, literalmente muere de hambre, mientras el Trust Americano del Azúcar, que ha obtenido más del 65 % de las tierras más ricas de la isla, paga a sus accionistas dividendos anuales de proporciones envidiables. Prácticamente lo mismo ocurre en Cuba, Santo Domingo y Haití. México se ha convertido en un esqueleto financiero picoteado por Wall Street. De Guatemala al Sur, hasta Panamá, la diplomacia del dólar trabaja a sobretiempo para chupar la sangre vital de esas desdichadas repúblicas.
Confío en que, después de leer la edición británica de El saqueo de Nicaragua, algunos de los austeros caballeros que coronaron al benignamente seráfico míster Kellogg, con la guirnalda que simboliza paz, comprendan que su visión no alcanzó la ruina de Nicaragua. Estoy seguro de que la próxima concesión de esa ambicionada y costosa corona será otorgada en aras del amor fraternal entre las naciones y pueblos de este mundo perverso, en algún lugar más allá del eco de fuego de las ametralladoras en Matagalpa, Jinotega y Ocotal.
Estas palabras e ideas no son meros impulsos de violencia. La aparición de la edición norteamericana de El saqueo de Nicaragua lo demostró. Prácticamente todos los diarios serios de los Estados Unidos le dieron la bienvenida como una valiosa contribución a la historia mundial contemporánea. Desgloso al azar unos cuantos párrafos de varios comentarios sobre El saqueo de Nicaragua, según aparecieron en la prensa americana, para respaldar mi declaración:
The New York Times: Dos puntos de vista en contraste sobre nuestra política nicaragüense.
Política americana en Nicaragua, por Henry L. Stimson.
El saqueo de Nicaragua, por Rafael de Nogales.
El propósito principal del libro del señor Stimson es naturalmente justificar ante el público americano el acuerdo que Stimson, como Comisionado Especial del presidente Coolidge, logró alcanzar en Nicaragua la primavera pasada. Stimson reconoce francamente que «hasta donde la ignorancia pudiera librarlo de prejuicios o compromisos», su mente era un «pizarrón en blanco» cuando aceptó su nombramiento. Insiste en que el Departamento de Estado no solo no le impuso ninguna restricción en cuanto a comentarios o críticas, sino que por el contrario lo invitó a hacerlas. Las únicas instrucciones del presidente, aparte de las de investigar e informar, fueron las de que «si hallaba una oportunidad de arreglar el problema, le agradecería que tratara de hacerlo». Con este bagaje de mentalidad abierta y mano libre, hay que lamentar mucho que el señor Stimson, cuya acogida en Nicaragua parece haber sido razonablemente amistosa, no profundizará más en las causas de las complicaciones políticas y personales que se le envió a investigar. Por supuesto, no tuvo la oportunidad de leer el libro del general de Nogales. El general de Nogales nos recuerda que, entre 1909 y 1912, «los Estados Unidos tuvieron participación activa en el derrocamiento de cuatro presidentes de Nicaragua, antes de lograr encontrar uno que llenara sus requisitos», recayendo finalmente su selección en el mismo Adolfo Díaz cuyo gobierno mantiene ahora a los marines. Afirma que uno de los principales motivos de oposición contra Zelaya fue su tentativa de cancelar la concesión a una compañía minera en la cual Philander Knox, anteriormente secretario de Estado americano, era el accionista principal. El general de Nogales, quien resume la biografía de Moncada, demuestra que este Jefe liberal fue un periodista y funcionario conservador hasta 1920, actuando parte del tiempo como representante a sueldo de Adolfo Díaz en Nueva York, que se convirtió en liberal solo en 1920 y que su aceptación de la proposición de desarme del señor Stimson fue considerada por sus seguidores como una traición que muchos de ellos se negaron a aceptar. El general de Nogales subraya que el crucero británico Colombo, que fue despachado en marzo, «partió de nuevo casi de inmediato, sin que nadie hubiese buscado refugio en él», y caracteriza la muy cacareada «persecución de súbditos británicos» como «solo una farsa» y probablemente apenas otra actividad de la diplomacia del dólar que su libro denuncia acaloradamente. El general de Nogales es agrio, repleto hasta la coronilla de datos explosivos y un opositor intransigente a la intervención americana en Nicaragua y en América Central en general.
(Firmado) William MacDonald
The Nation, de Nueva York:
Uno no tiene que pasar siete semanas en la selva infestada de jaguares de Nicaragua a fin de contestar a la pregunta de Will Rogers: ¿Por qué estamos en Nicaragua y qué diablos hacemos allí? La respuesta está en los documentos del Senado y en los registros oficiales de diecisiete años de política de préstamo exterior americano a ese país.
Los Estados Unidos crearon la anarquía que ahora tratan de suprimir. Cuando las fuerzas constitucionalistas hubieron conquistado en parte apreciable el país, los marines norteamericanos la retomaron para los conservadores. Hoy realizan labor de policía para un gobierno que se desplomaría en sesenta segundos si se retiraran las fuerzas americanas. Cuando el emisario personal del presidente Coolidge, Henry L. Stimson (ahora secretario de Estado), amenazó en mayo con desarmar al Ejército Constitucionalista, un general nicaragüense, Augusto César Sandino, se retiró a los montes y sostuvo la lucha. Indudablemente, él tiene la simpatía de la mayoría de sus compatriotas. Un general que, a la cabeza de cinco mil nicaragüenses, desafía a los Estados Unidos, merece nuestro respeto. Cuando William Green, presidente de la Federación Americana del Trabajo, protestó ante el secretario Kellogg, ese funcionario respondió que los hombres de Sandino eran forajidos. ¿Qué ley excusa el empleo de los marines americanos en los campos de batalla nicaragüenses, o de aviones americanos de bombardeo para el asesinato en masa?
The Baltimore Evening Sun:
... y en especial entierra una espina el general de Nogales en la virtud e idealismos sentidos por el pueblo americano en 1917, cuando nuestras tropas fueron al exterior a castigar a Alemania por las violaciones de la neutralidad de Bélgica y de la ley internacional. En este mismo período, dice, «otra parte del Ejército americano, estacionada en Haití, Santo Domingo, Nicaragua, etc., había estado dedicada a cometer abusos que no tienen parangón en la escala del honor y la humanidad. En dos platos, la situación le parece así al general de Nogales: el gobierno y los intereses privados financieros y comerciales de los Estados Unidos han creado y fomentado los disturbios mismos que, de vez en cuando, las fuerzas de nuestro gobierno han proclamado dominar... siempre a solicitud de los funcionarios nicaragüenses. ¡Y esta intervención, armada y financiada, solo ha llevado a Nicaragua a la ruina, desolación y muerte, echándola hacia atrás por lo menos cincuenta años!
The Portsmouth Daily Times:
Si quieren ustedes conocer algunas noticias frescas y al rojo vivo sobre los asuntos en Nicaragua, permítannos que les recomendemos The Looting of Nicaragua (El saqueo de Nicaragua) por Rafael de Nogales, publicado por Robert M. McBride & Co., de Nueva York. En este caso, el nombre del editor hizo mucho por dar al libro autoridad y prestigio, aunque su contenido virtualmente se confirma por sí mismo. Ha pasado mucho tiempo desde que haya aparecido un libro más importante, más oportuno y más convincente. Si The Looting of Nicaragua no traza un cuadro verídico de la actuación de los Estados Unidos en ese país, entonces es una de las calumnias más tremendas que jamás se hayan hecho a un Gobierno Nacional. Acaba de publicarse, cierto es, pero lleva ya suficientemente tiempo en circulación como para haber sido comentado en la mayoría de los periódicos más importantes de los Estados Unidos, incluyendo los de Washington D. C., y si no ha sido elevado a la atención del gobierno es porque los verdaderos amigos de éste tienen miedo de mencionarlo. Hasta ahora, el gobierno no ha hecho comentario alguno. El libro responde a la pregunta de Will Rogers. «¿Por qué estamos en Nicaragua y qué demonios hacemos allí?» Inquiere a esta pregunta ampliamente y en detalle, y la respuesta no hace que el corazón americano salte de alegría, ni que su pecho se hinche de orgullo. Nogales es venezolano. Comienza señalando, como lo ha hecho hasta ahora en esas columnas, que los Estados Unidos y los países latinoamericanos son esencialmente diferentes en temperamento y tradiciones. Esto es algo que nuestros diplomáticos y nuestro gobierno parecen no haber sido capaces de comprender. Pero, dice Nogales, siendo diferentes América del Norte y América Latina, no debieran, por razón de ese hecho, «vivir como perros y gatos por culpa de unos cuantos financieros que, manteniendo al público americano en la ignorancia de lo que allí ocurre realmente, están llevando las cosas a un extremo», etc.
Los anteriores párrafos debieran bastar para explicar por qué la diplomacia del dólar tuvo que recurrir finalmente a una demanda por difamación de doscientos cincuenta mil dólares contra los editores en Nueva York del Saqueo de Nicaragua a fin de intimidarlos para que detuvieran la venta de ese libro en los Estados Unidos. En un memorándum que entregué al secretario de la Marina y al juez supremo de los Estados Unidos, el 25 de octubre de 1930, explico la naturaleza de esta demanda de difamación, que es «notable», por decir lo menos.
Puedo añadir también, como punto de curiosidad, que desde la aparición de The Looting of Nicaragua en Nueva York, hace unos tres años, se ha hecho realidad prácticamente todo lo que predije en mi libro. Adolfo Díaz, el antiguo presidente maniquí de Nicaragua, ha sido reemplazado por uno nuevo, todavía menos recomendable: José María Moncada. Los banqueros americanos continúan saqueando a Nicaragua. Los marines americanos están todavía allí, tan ocupados como siempre, en tanto que el general Augusto César Sandino ha tomado una vez más el sendero de la guerra, combatiendo desesperadamente contra los esbirros pagados por la Diplomacia del Dólar... y las relaciones comerciales con el Asia que despierta comienzan ya a causar una mella considerable en la balanza comercial de 2.000 millones de dólares de América Latina con los Estados Unidos.
Capítulo II
En este capítulo trataré de trazar un esbozo del general Augusto César Sandino, el «nicaragüense indómito», y los principios por los cuales combate. Estimo que todavía queda alguien en Gran Bretaña que esté interesado en nuestras repúblicas latinoamericanas por razones no solo económicas, sino también internacionales y humanitarias. No debe olvidarse que la diplomacia del dólar representa una amenaza para las posesiones británicas en torno al mar Caribe —Guayana Británica, Honduras Británicas, Indias Occidentales Británicas— con cuya posesión la diplomacia del dólar estaría en capacidad de convertir el Caribe en esfera de influencia exclusivamente yanqui.
El propósito del siguiente compendio no es sin embargo pintar al general Sandino como patriota o héroe (no soy agente de prensa sino historiador). Quiero simplemente hacer un bosquejo del hombre que conocí. Contar, como él me lo contó, algún relato de sus campañas en Nicaragua, decir sus puntos de vista personales sobre los asuntos centroamericanos. Los datos que cito me fueron dados en Ciudad de México hace un año por el propio Sandino y por su ayudante, capitán De Paredes, graduado de la Escuela Politécnica de San Francisco. Desde entonces, Sandino ha regresado a su país nativo y está luchando una vez más contra los marines americanos y contra los esbirros pagados por el presidente Moncada, aparentemente con éxito considerable.
El retiro temporal de Sandino a Mérida, Yucatán, después de su salida de Nicaragua, ha sido presentado por unos como reconocimiento de derrota, por otros como resultado de un soborno de sesenta mil dólares. Pero el propio Sandino me dijo —y tengo todas las razones para creerle— que, en realidad, él estaba provocando lo que considera una jugarreta de Moncada, el nuevo presidente maniquí de la diplomacia del dólar en Nicaragua. Moncada había anunciado oficialmente que si Sandino cesaba la lucha, los marines americanos serían retirados de inmediato de Nicaragua y el país gozaría de un verdadero gobierno democrático. Sandino simplemente ocultó sus parques y fusiles, dispersó a sus hombres y se marchó temporalmente. Los marines están allí todavía. Es por ello que Sandino ha regresado para comenzar la lucha de nuevo.
Sandino no es un Napoleón ni tampoco un hotentote. Para mí, es un líder de masas, un estratega astuto de la escuela de Abd-el-Krim, de fama en Marruecos. Como Abd-el-Krim, Sandino consiguió adaptar las tácticas militares modernas a las condiciones topográficas y climáticas de la región en la cual realiza sus operaciones. Sandino no pretende ser un Napoleón. Es un hombre sencillo, hecho a propio esfuerzo, de lo que está orgulloso. Salió de su país nativo, Nicaragua, a la edad de dieciséis años, a fin de ganarse la vida en el exterior como mecánico, primero en Costa Rica y, más tarde, en Honduras, Guatemala, México y los Estados Unidos. En los Estados Unidos aprendió a hablar inglés bastante bien, en tanto que en México se familiarizó con las doctrinas del antiimperialismo.
¿Qué aspira Sandino?
En definitiva, por supuesto, todo el asunto nicaragüense gira en torno a la cuestión de un nuevo canal que sea paralelo al que cruza Panamá, para atender al tránsito excedente y para satisfacer sus propias necesidades militares. Sandino, contra lo que cree la opinión general, no está en absoluto opuesto a la construcción del canal. Siendo notablemente bien versado en asuntos tales como la presión económica y urgencias militares, sabe por lo menos que es inevitable. A lo que se opone es a la forma en la cual el asunto ha sido hasta ahora planificado y ejecutado. Los Estados Unidos han adquirido, por medio del Tratado Bryan-Chamorro, el derecho de construir y explotar el canal, sin gravámenes, por tres millones de dólares. Según Sandino, solo la mitad de esa suma fue cancelada realmente al gobierno de Adolfo Díaz en Nicaragua. De esa mitad, pagada a políticos que están ahora desacreditados, una pequeña parte, si es que la hubo, parece haber ingresado al tesoro del país. Sandino, que hizo lo que pudo para derrocar a Adolfo Díaz, asegura que este último fue sobornado para que traicionara al pueblo de Nicaragua, y que el actual presidente de Nicaragua, José María Moncada, está siendo sobornado con idéntico éxito para que se acoja a un mal convenio.
Sandino me ha dicho varias veces que lo que él quiere para el canal es una compañía por acciones conjuntas. La mitad de ellas a ser compradas por las naciones latinoamericanas y por Nicaragua en especial. La otra mitad como propiedad de los Estados Unidos y otras naciones. Los tres millones de dólares ya pagados por los Estados Unidos se aplicarían por completo a la compra de la cuota americana de esas acciones. Esto daría a Nicaragua ingresos firmes con los cuales construir ferrocarriles, carreteras, alcantarillado, plantas de energía, etc., sin tener que recurrir al capital extranjero y sin ser sometida a la humillación constante de oír que los marines americanos solo van a las repúblicas centroamericanas y a las Antillas para «saquearlas».
Mucho se ha dicho del atraso de las repúblicas centroamericanas y de los resultados beneficiosos de las ocupaciones yanquis. Sandino tiene sus propias conclusiones. Afirma que este atraso ha sido fomentado por intereses americanos, y que las revoluciones y disturbios han sido deliberadamente incitados a fin de obtener concesiones ilegales de gobiernos títeres transitorios. El fomento de la revolución panameña por Roosevelt, a fin de conseguir los derechos sobre el canal, se presenta como ejemplo. Sandino asegura que si las naciones desdichadas de Cuba, Haití, Santo Domingo, así como las repúblicas centroamericanas, hubieran sido dejadas de su cuenta, en vez de ser sepultadas en un estado de anarquía artificialmente fomentada, hubieran podido labrar su propia salvación y seguir las huellas de Chile, Argentina y Brasil. No puede negarse la justicia de las afirmaciones de Sandino. He visto más revoluciones centroamericanas que la mayoría de la gente, y sé que las historias íntimas de la mayor parte de esos levantamientos, generalmente señalan a Wall Street como culpable.
Sandino habla con nítida franqueza. Sus argumentos, respaldados por su acción, vienen de un hombre con rumbo fijo, le han ganado muchos adeptos fanáticos y constituyen hoy la mayor amenaza para la supremacía americana en el istmo. Conociendo a Sandino como lo conozco, estoy convencido de que continuará combatiendo por sus ideales hasta que lo maten. Y después de eso, tomando en cuenta su popularidad tremenda y la marca indeleble que su personalidad deja donde quiera que va, estoy seguro de que algún otro reanudará la lucha. No solamente para la guerra ha entrenado a sus tenientes.
La popularidad de Sandino no se limita a Nicaragua. Se ha propagado prácticamente a toda la América Central y México. Se oyen relatos en toda esa zona de cómo Sandino y sus hombres pasan hambre una y otra vez para dar alimentos a la gente pobre que los necesita más que ellos. Quizás algunas de esas leyendas no correspondan a los hechos, pero son veraces en cuanto al carácter del hombre que es Sandino. Sus soldados, muchos de ellos simples muchachos, le adoran con celo fanático, cabalmente convencidos de que siempre es justo, aunque terriblemente severo si necesita serlo. En ocasiones, hace uno de esos gestos espectaculares que lo caracterizan como un conductor de hombres. Se le ha imputado una teatralidad astuta y sutil. Personalmente, estoy convencido de que sus actos provienen de una sinceridad absoluta. Pero, cualquiera sea el motivo, el efecto es el mismo. El efecto es lo único que cuenta para los marines americanos y el canal de Nicaragua.
Mientras Sandino actuaba cerca de El Chipote, por ejemplo, tomó posesión de la mina de oro americana de San Albino, donde él había trabajado una vez como peón corriente y donde había comenzado a plantar las semillas de la revuelta entre sus compatriotas. Recordó que en sus tiempos también le habían pagado solo con «fichas», vales que eran canjeables en la comisaría de la compañía. Lo primero que hizo allí fue llamar a reunión a los veintisiete peones y preguntarles cuánto les debía la mina en jornales atrasados. Cada centavo de la cantidad reclamada fue pagada con el oro en mano. Cada uno de esos hombres fue de allí en adelante, un leal combatiente en potencia por Sandino. Pero los trabajadores de las minas eran más valiosos donde se encontraban. Durante meses, Sandino explotó la mina en beneficio de su causa. George Williams, ingeniero inglés, acuñó el metal en monedas de oro de diez dólares, llamadas «indios», que se utilizaban en el pago de salarios y de alimentos comprados a los granjeros vecinos. En Honduras, los «indios» se vendían a veinte dólares cada uno, porque estaban hechos de oro puro, sin aleación. Cuando Sandino evacuó la mina se negó a destruir su maquinaria, en parte porque él y su ejército podrían necesitarla de nuevo y porque su país también podría necesitarla algún día. Con esos métodos, Sandino paga su lucha y gana voluntarios donde quiera que va. No permite vandalaje ni saqueo desbordado. Sin embargo, algunos de sus alimentos son cultivados para él por sus propios hombres. Los heridos que todavía están en capacidad de trabajar son mandados a retaguardia y convertidos en agricultores.
La mina de oro de San Albino estaba equipada con la mejor maquinaria de su especie que se consigue en Nicaragua. Que la respetara, a pesar del hecho de ser propiedad americana, fue comprendido y aplaudido por sus seguidores. Para ellos, sus razones eran evidentes. Cuando tomó posesión de la rica mina de oro de La Luz y Los Ángeles, en el distrito minero de Pis-Pis, más adelante, encontró allí unas cuatro toneladas de dinamita. Tomando en cuenta que la posesión ilegal de esa mina por intereses americanos había producido la intervención financiera y armada americana en Nicaragua en 1909, empleó aquellas cuatro toneladas de dinamita en volar las instalaciones completas, maquinaria, galerías, todo... como recuerdo de la diplomacia del dólar. La explosión fue tan tremenda que en Honduras la gente creyó que había un terremoto. Sin embargo, George B. Marshall, el superintendente de la mina, fue tratado con la mayor consideración. Acompañó a Sandino como prisionero suyo durante varios meses, hasta que murió de fiebre el 27 de junio de 1928.
Es todavía un secreto dónde obtiene sus armas Sandino. Una vez utilizó viejos rifles que habían estado en servicio en México, pero cuando se le terminaron las municiones encontró nuevas fuentes de suministros. Una de ellas consistía en ametralladoras, fusiles, municiones y otros pertrechos capturados al Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos.
Sandino es popular por su justicia y por ahorrar a las poblaciones civiles cualesquiera cargas indebidas. Es igualmente famoso por su gran severidad. Entre sus propios hombres tiene que ser mantenida la disciplina, y el castigo por infracciones es tan duro como rápido. El castigo, como regla, significa la muerte ante el pelotón de fusilamiento. No puede haber prisioneros, porque difícilmente puede llevar él consigo un calabozo a través de la selva. El caso de uno de sus oficiales de confianza, leal y cumplidor, es famoso en toda la América Central. Fue sometido a corte marcial y fusilado por violar a una muchacha en una población recién ocupada.
Los métodos de Sandino, de «guerra de guerrillas en gran escala», están admirablemente adaptados al país donde él actúa. Para aquellos acostumbrados a la técnica europea, lo que implica enormes realizaciones en forma de grandes campamentos, depósitos de suministros, etc., les parecen esos métodos de alguien que anda a salto de mata. De allí el término de «bandidos» que los americanos se empeñan en aplicar a Sandino y a sus hombres. Pero en ellos nada hay de improvisado. Sandino es demasiado concienzudo para eso. Cada maniobra es cuidadosamente planificada y dirigida. Cada orden se obedece sin titubeos, debido a una disciplina rígida e infatigable.
Al comenzar la primera campaña de Sandino yo pasé algún tiempo en Nicaragua como observador independiente. Más tarde conversé con él una y otra vez y comparé sus declaraciones con las de su ayudante, el capitán De Paredes. Para un observador militar avezado, resulta evidente que los métodos de Sandino son los de un jefe militar que, como Abd-el-Krim en los desiertos de Marruecos, sabe cómo adaptar los métodos europeos a las condiciones locales. Durante su primer encuentro con los marines en Ocotal, el 16 de mayo de 1927, Sandino solo llevó sesenta hombres. Posteriormente aumentó su fuerza hasta un máximo probable de mil quinientos. Pudiera haber tenido ese número multiplicado muchas veces, pero a propósito mantuvo reducidas sus fuerzas a fin de asegurarse mayor movilidad, facilidad de abastecimientos y para mantener al mínimum el drenaje de la población civil.
A comienzos de 1927, dos fuerzas ampliamente diferentes se oponían entre sí. Los marines americanos nada sabían de los métodos de guerra de guerrillas de Sandino y Sandino solo conocía poco de las de ellos. Los esfuerzos de ambos bandos por adoptar la táctica del contrincante resultaron fatales. En Las Flores, los nicaragüenses cometieron el error de atrincherarse y esperar a que el enemigo atacara, error que empeoró por el hecho de que descuidaron proteger sus flancos. El encuentro terminó con la pérdida de sesenta hombres para Sandino.
El de Las Flores fue uno de los varios encuentros sangrientos en torno a El Chipote que se verificaron entre noviembre y mediados de diciembre de 1927. Cuando Sandino notó que sus municiones se estaban agotando y que los americanos lo cercaban, hizo confeccionar varios centenares de monigotes de paja y los colocó en la línea de fuego para engañar al enemigo, mientras él se retiraba tranquilamente con todos sus hombres a San Rafael del Norte, por caminos selváticos que habían trazado previamente en preparación para la maniobra. Es allí donde se encontró con el periodista americano Carleton Beals, cuyos artículos crearon tal conmoción en los Estados Unidos. Después de esa retirada, se mantuvo en sus senderos de la selva, tendió trampas a los americanos y tomó la ofensiva siempre que le fue posible.
Contra este tipo de guerra, efectuado en terreno selvático por hombres que conocen sus peligros y que viajan livianos y con rapidez, las tácticas europeas son prácticamente inútiles. Los americanos comprendieron perfectamente las fallas de sus métodos, pero era imposible para ellos utilizar otras. Napoleón descubrió en España que la guerra de guerrillas solo es posible en un país donde la población es amiga. Ni los Boers en África del Sur, ni Abd-el-Krim en Marruecos, hubieran tenido una mínima medida de éxito si no hubieran estado en sus propias tierras nativas. Es posible viajar sin mucho equipaje y moverse rápidamente en pequeños grupos cuando cada granja, cada hacienda, es fuente en potencia de refugio y ayuda militar, como lo fueron para Sandino. Cuando ocurre lo contrario, como sucedió con los marines, hay que transportar grandes intendencias y grandes campamentos. Hay que mantener sistemas independientes y embarazosos de enlace y hospitales. Los marines, con razón desconfiados de la población civil, tornaron peores las cosas por sus métodos despiadados y sanguinarios: una y otra vez ametrallaron casas y hasta aldeas enteras, con la esperanza de atrapar a uno o dos «bandidos».
En momentos en que esto se escribe, cuando la guerra crepita una vez más en Nicaragua, se publican noticias de que el presidente Moncada ha ordenado a los habitantes de los distritos afectados concentrarse en ciertos puntos, con la advertencia de que todo el que sea encontrado fuera de esas zonas será sancionado sumariamente. Esa orden demuestra, para mí, la inseguridad que Moncada siente en su posición. Ese método atrabiliario ha sido utilizado también frecuentemente por los marines, quienes no parecen comprender el defecto indeseable que el establecimiento de «campos de concentración» suele tener, no solo desde un punto de vista moral sino también militar, especialmente cuando esa medida cruel e inhumana está acompañada de ofertas de recompensa por la captura de «muertos o vivos», hasta de desertores de la Guardia Nacional, una fuerza civil nativa auxiliar, mandada por oficiales americanos, que Moncada organizó para ayudar a los marines a liquidar a Sandino y a sus compañeros de armas. Tal es el caso de la guarnición de Telpaneca, por ejemplo de la cual un sargento y treinta y cuatro hombres de tropa de la Guardia Nacional desataron no hace mucho tiempo porque atribuían la muerte de un aldeano indefenso a uno de sus dos oficiales americanos. De inmediato el Comandante en Jefe de los marines americanos en Nicaragua puso un aviso en los periódicos de Managua de que estaban dispuestos a pagar mil dólares por la captura, «vivo o muerto», del sargento; y cien dólares por la captura, «también vivos o muertos», de cada uno de los treinta y cuatro guardias que habían desertado en forma similar. ¡No es extraño que Sandino y sus hombres no acostumbrasen perder tiempo con los marines americanos que tienen la mala suerte de caer en sus manos!
Cuando llegué a Matagalpa, en 1927, después de mi accidentado viaje de tres meses a través de la deshabitada selva de la Costa Mosquito y Nicaragua Central, advertí a los marines que trataran de llegar a un acuerdo con Sandino en lugar de embarcarse en una guerra que haría a los Estados Unidos más odiados que nunca en América Latina. Me trataron con la mayor cortesía y afabilidad pero, aunque hubieran querido atender a mi consejo, tenían ya órdenes expresas y no era cuestión de opción en el asunto. Sandino no está sediento de sangre. Pero no puede poner en peligro su prestigio ante las masas de cuya ayuda depende, especialmente cuando ciudadanos indefensos continuamente son molestados por la sola razón de que se dice que hay que mantener la ley y el orden.
Debido a su posición comprometida y a las dificultades para obtener municiones, Sandino se vio obligado finalmente a adoptar esa terrible pelea mano a mano con machetes por la cual es famosa América Latina. Sin duda, con frecuencia los marines han hallado inútiles sus fusiles y ametralladoras en las escaramuzas en la selva. Una y otra vez los machetes realizaron su faena mortífera, con relámpagos carmesí en la semioscuridad de la espesura tropical. El capitán De Paredes me ha hablado del grito de agonía de los heridos: «¡Péguenme un tiro... un tiro! Pero machete... no, por Dios!». Si esos pobres moribundos, muchos de ellos bastante jóvenes, que habían sido convencidos de que se unieran a los marines para pasar un buen rato y ver el mundo a expensas del Tío Sam, hubieran conocido lo que realmente significaban esas promesas —morir desperanzados en la selva de Nicaragua, para que los magnates de Wall Street pudieran recoger una rica cosecha de dinero mal habido— probablemente hubieran renunciado al honor de vestir el uniforme del Tío Sam y se hubiesen buscado otro cargo.
Frecuentemente, después de un asalto con éxito, cuando hay dinamita disponible, se utilizan granadas de mano de fabricación doméstica: sacos de cuero llenos de explosivos, clavos, tuercas, tornillos, cápsulas vacías, cualquier cosa que pueda causar daños y hacer huir a la desbandada a las mulas de carga de los convoyes del enemigo.