Sally Welch
Conscientes
y atentos
40 prácticas
de mindfulness cristiano
NARCEA, S.A. DE EDICIONES
Índice
Portadilla
NATURALEZA DE LA CONSCIENCIA CRISTIANA
Jesús fue consciente
¿Qué es ser consciente?
Mindfulness cristiano
40 DÍAS SIENDO CONSCIENTE
El SILENCIO
EJERCICIO
Renueva el alma
EJERCICIO
Permaneced en mí
EJERCICIO
Los hijos de Dios ahora
EJERCICIO
EJERCICIO
Un caminar consciente
EJERCICIO
EL OÍDO
La escucha objetiva
EJERCICIO
El oído atento
EJERCICIO
Camina en la fe
EJERCICIO
Escucha y luego actúa
EJERCICIO
Da tiempo al Espíritu
EJERCICIO
EL OLFATO
Encuentra la paz en tiempos difíciles
EJERCICIO
Pon distancia
EJERCICIO
La oración recompensada
EJERCICIO
EJERCICIO
Respira hondo
EJERCICIO
LA VISTA
Deja atrás las cargas
EJERCICIO
El mundo en un grano de arena
EJERCICIO
¡Alégrate!
EJERCICIO
Actúa con alegría
EJERCICIO
El color púrpura
EJERCICIO
Encuentra aspectos de la belleza
EJERCICIO
EL TACTO
Lávate y quedarás limpio
EJERCICIO
Me has tejido en el amor
EJERCICIO
Las maravillosas yemas de los dedos
EJERCICIO
La caricia afectuosa
EJERCICIO
Aprecia a los marginados
EJERCICIO
EL GUSTO
Resiste los esquemas del mundo
EJERCICIO
Acudid por agua
EJERCICIO
Gustad y ved
EJERCICIO
Llamados a actuar
EJERCICIO
Extrae todo el significado
EJERCICIO
CONSCIENTES EN LA PASIÓN
DOMINGO DE RAMOS
Valora cada sonido
EJERCICIO
LUNES SANTO
Observa en verdad
EJERCICIO
MARTES SANTO
Dos moneditas
EJERCICIO
MIÉRCOLES SANTO
¿Me vas a lavar los pies?
EJERCICIO
JUEVES SANTO
Vive sin dejarte poseer por nada
EJERCICIO
VIERNES SANTO
¿Puedo estar alegre?
EJERCICIO
SÁBADO SANTO
Espera en silencio
EJERCICIO
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
El resultado de la integridad
EJERCICIO
CONSCIENTES EN EL CAMINO
ANTES DE EMPEZAR
EJERCICIO
Viaja ligero de equipaje
EJERCICIO
Vive en el presente
EJERCICIO
Cuando encuentres obstáculos
EJERCICIO
Comparte con los desconocidos
EJERCICIO
Descanso y recuperación
EJERCICIO
Colección espiritualidad
Libros publicados
CRÉDITOS
NATURALEZA
DE LA CONSCIENCIA CRISTIANA
JESÚS FUE CONSCIENTE
Entonces le fueron presentando unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Pero Jesús les dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos”. Y después de imponerles las manos, se fue de allí.
(Mt 19,13-15)
Jesús estuvo en Galilea hablando a la multitud sobre la buena noticia del amor de Dios para todas las personas. Dejó esa región y viajó a Judea, pero la multitud lo siguió, ansiosa por escuchar sus enseñanzas sobre el Reino de los Cielos y por poder estar con aquel hombre que sabía tanto sobre Dios y cuyos dones de sanación eran tan conocidos.
Los discípulos intentaban poner orden entre la multitud, evitando que Jesús fuera aplastado. Probablemente, también pretendían que se encontrara con la gente adecuada: los que tenían poder e influencia, los que podían cambiar la forma de tratar los asuntos, “los importantes” en cuestiones religiosas.
Este grupo de seguidores, los discípulos, tenían buenas intenciones, pero no siempre entendían todo: pensaban que el grupo de niños y padres que se aglomeraba alrededor de Jesús era simplemente una molestia. Los pequeños se interponían en el camino, puede que su charloteo y su ruido impidieran una conversación seria y poder concentrarse en cosas importantes. Por eso, les dijeron que se fueran. Para Jesús hubiera sido más fácil haber ignorado las quejas, seguramente autoritarias, de los padres suplicantes; le hubiera resultado más cómodo haberse desentendido de lo que estaba pasando y haberse concentrado en cosas más importantes. Pero para Jesús, los niños eran lo más importante.
Detuvo su discusión, su conversación, su interacción con los adultos, con los que tenían influencias o los que tomaban decisiones, e impuso sus manos sobre los niños: los jóvenes, los débiles, los insignificantes. Y les dijo: “de los que son como éstos es el Reino de los Cielos”, y luego simplemente siguió su camino, dejando a la multitud desconcertada por sus palabras y acciones.
En estos pocos versículos, con pocas palabras, pero profundamente significativos en contenido, hay algo evidente sobre la esencia misma de la consciencia cristiana. Un Cristo compasivo que se percata de la existencia de esas personas que parecen estar al borde de la vida, de los débiles y vulnerables. Su corazón está lleno de ternura por ellos y comparte con ellos la bendición de Dios, poniéndolos como ejemplo de aquellos a quienes pertenece el Reino de los Cielos, para consternación y perplejidad de los que creen que el camino a la felicidad está en los bienes materiales, el éxito, el poder y una buena posición en la sociedad.
Ninguna de estas cosas importa al niño que vive el momento presente, alegrándose con los descubrimientos nuevos que hace a cada instante; descubrimientos sobre sus habilidades físicas y mentales y sobre el mundo que le rodea. Ellos perciben el mundo exterior como un lugar encantador y fascinante, lleno de oportunidades para explorar y aprender, observando hasta los objetos más pequeños, centrándose en un insecto o una flor.
El mundo interior abre a nuevas áreas de posibilidades e interacción a los que juzgan a las personas por su actitud y forma de ser, por su acercamiento a los demás y por cómo los cuidan, más que a los que las juzgan por la riqueza que poseen o por su posición social.
Este libro explora la naturaleza de la consciencia cristiana y ofrece la oportunidad de reflexionar sobre varios pasajes de la Biblia que sirven como trampolín para la oración y la contemplación. Estas reflexiones buscan, a través de los cinco sentidos y un recorrido por la Pasión, abordar la vida cristiana de una manera completa y consciente.
Al final de cada sección se ofrecen unos ejercicios sencillos que ayudan a abrir la puerta a una comprensión más profunda de Dios y a una forma de vivir la fe más consciente.
Se incluyen reflexiones para cada día de la Semana Santa, por lo que Conscientes y atentos también se puede utilizar, si es necesario, como compañero de oración para la Cuaresma.
El último capítulo del libro, Conscientes en el camino, ofrece pensamientos y reflexiones sobre cómo hacer una peregrinación siendo plenamente conscientes.
¿Qué es ser consciente?
Caminando por cualquier calle de una gran ciudad, es fácil percibir cuántas personas parecen preocupadas. Muchos de nosotros vivimos una vida frenética que nos da poca satisfacción, quizás provocada por recuerdos del pasado o por preocupaciones sobre el futuro.
La cultura consumista que promete satisfacción con la próxima compra que hagamos, evidencia la brecha entre el mundo que deseamos y el mundo tal como lo experimentamos.
Nuestros esquemas mentales predeterminados se han originado en los hábitos y las reacciones automáticas practicadas durante años que nunca han permitido un escrutinio objetivo. Corremos el peligro de que estos modelos de pensamiento controlen nuestra perspectiva sobre los acontecimientos de nuestras vidas, creando tensiones en la mente y en el cuerpo, haciéndonos incapaces de centrarnos claramente en el mundo tal como es, percibiendo, en cambio, una visión de lo que tememos que pueda llegar a ser.
Practicar la consciencia nos estimula para ver el mundo tal como es, sin juzgarlo. Nos invita a ver nuestros pensamientos simplemente como acontecimientos que ocurren en la mente, no como si fueran la realidad misma. Podemos observar nuestros pensamientos y su naturaleza, notando si son negativos o positivos sin involucrarnos con ellos o sin quedar atrapados en ellos.
La consciencia nos permite salir de la rutina del pasado y comprometernos plenamente con el presente. Aprendemos a no anticipar los acontecimientos con ansiedad o miedo a la vez que aprendemos a no reproducir los posibles resultados, sino que esperamos a que la realidad se revele. Se nos anima a salir de nuestros pensamientos, a verlos con compasión sin enredarnos en ellos, a notar el estrés o la infelicidad, pero sin sentirnos impulsados a actuar sobre estas emociones sino, simplemente, a observarlas.
En el momento en que podamos aceptar la realidad tal como es, podremos abordarla de una manera más equilibrada, sin discusión, confusión o impulsividad, sino con conciencia y claridad.
Esto es totalmente compatible con la fe cristiana, que nos anima a vernos a nosotros mismos como Dios nos ve, con verdad, compasión y amor.
Todos conocemos la estrecha relación que hay entre la mente y el cuerpo. Cuando la mente está estresada o no es feliz, se refleja en la tensión del cuerpo que puede llegar a convertirse en una enfermedad real. Conocer este vínculo nos abre el camino para ser responsables con él; la relajación consciente de los músculos y los tendones del cuerpo puede aliviar el dolor físico y la presión mental. Este enfoque orientado e independiente, que a la vez es compasivo y, sin embargo, se libera de las asociaciones emocionales, puede dirigirse hacia afuera, hacia el mundo físico que nos rodea.
La consciencia nos invita a encontrar con curiosidad y emoción el mundo físico percibido por nuestros sentidos. Nos impulsa a observar el ambiente en el que nos encontramos, acercándonos a él con interés, dirigiendo nuestra atención hacia las actividades cotidianas de una manera que mejora nuestra conciencia sobre nuestro entorno y nos proporciona una perspectiva que da proporción y equilibrio a nuestras experiencias.
Con renovada confianza en nuestros juicios sobre el mundo que nos rodea, podemos recordar el pasado y planear el futuro sin quedar atrapados por ninguno de los dos. Nuestras experiencias son valiosas y nos proporcionan un gran caudal de sabiduría y especialización; nuestra imaginación nos permite soñar y ser creativos, aunque son meras herramientas para interactuar con la realidad y no la realidad misma.
Un enfoque consciente de la vida nos permite hacer una pausa, salir de nuestras propias mentes y relacionarnos con el mundo exterior real con toda su fascinación. Se nos invita a ser más conscientes de nosotros mismos y de los demás, a apreciarnos y apreciar la rica variedad de nuestra vida interior, nuestras tristezas y nuestras alegrías, estimando y aceptando nuestras emociones con compasión, reconociéndolas sin permitir que sean ellas las que nos definan.
El que practica la consciencia adopta un enfoque holístico de la vida, que le permite recibir con gratitud la variedad de experiencias disponibles para los que están abiertos al momento presente. Este tipo de meditación consciente abre espacios en nuestras vidas y mentes, y nos proporcionan la oportunidad de pensar y sentir de manera diferente, ofreciéndonos la libertad para elegir la mejor manera de resolver los problemas. Las pausas, la respiración y los momentos de quietud evitan que seamos inseparables de nuestras emociones, despejando nuestras mentes y permitiéndonos ver la realidad.
De esta manera, podremos ofrecer compasión a los demás y ser tolerantes con sus fallos, a la vez que habremos aprendido a ser pacientes con los nuestros, por haberlos aceptado. Al hacer esto, rehusamos ser definidos por nuestros propios defectos y nos hacemos capaces de compartir esta empatía con los demás.
mindfulness cristiano
Tarde calurosa de julio. Un grupo de personas se ha reunido en una terraza en los aledaños de la catedral que está en una colina desde donde se domina una gran ciudad. Abajo se ve la ciudad como en el dibujo de un niño, las calles rectas llenas de casas, árboles diminutos y el tráfico que se mueve y se detiene brevemente en los cruces para después unirse nuevamente a la circulación. El ruido de la ciudad apenas llega adonde se encuentran los espectadores que mantienen un silencio lleno de expectación.
El pavimento de la terraza representa, en hermosas baldosas de piedra, un dibujo complicado que se enrosca y gira alrededor de una rosa central. Al observar de cerca las curvas del diseño, se ve que consta de un solo camino, que comienza en el borde exterior del dibujo y que se abre hacia los pétalos centrales.
Las personas se acercan a la entrada del camino, se paran y luego comienzan lentamente a caminar, siguiendo la línea de piedras de colores que se entrelazan. Es casi como si estuvieran bailando una danza lenta y elegante, repleta de pensamientos y sensaciones.
Algunos hacen una pausa cuando llegan al centro, se quedan de pie, se sientan o se ponen de rodillas, mirando hacia la catedral o divisando la ciudad. Otros giran inmediatamente y vuelven sobre sus pasos hacia el borde exterior del trazado.
Mientras caminan, las personas parecen calmarse; sus pasos son lentos, su respiración se hace más profunda. Pendientes del camino, unos se detienen para mirar hacia arriba, otros se paran en seco con los ojos fijos en el suelo. Finalmente, cuando cada miembro del grupo ha recorrido todo el camino desde el exterior hasta la rosa central, ha vuelto a salir y se ha situado en el exterior, y mientras aún siguen recogidos, dicen una oración y el grupo se dispersa.
Acaban de caminar por el laberinto y, en medio de la ciudad bulliciosa, han encontrado la quietud y la calma que da el centrarse en el momento presente. Al dejar atrás los recuerdos del pasado y la anticipación del futuro, se han concentrado solo en las experiencias físicas y mentales del momento. Están satisfechos de haber permitido que sea lo que es, sin juzgar ni criticar. Los caminantes, por un breve espacio de tiempo, han dejado los comentarios mentales sobre los acontecimientos que les rodean y se han permitido existir, sin más, notando sensaciones internas y externas, pero sin poner energía en ellas. Mientras se han movido por el laberinto, han sido conscientes de sus cuerpos, han notado cómo se siente este movimiento y su efecto en sus emociones.
Liberados del peso del pasado y de la preocupación por el futuro, los caminantes han descubierto el espacio necesario para la creatividad y la imaginación, para relacionarse con el momento presente en toda su belleza. A Dios se le encuentra en el ahora. Dios, que existe fuera del tiempo, que es la eternidad misma, nos permite descubrir la eternidad en lo inmediato.
A lo largo de la Biblia se nos recuerda que nunca nos encontraremos con Dios si estamos tan preocupados con nosotros mismos que no hay lugar para nada más. Nos han enseñado a dejar a un lado nuestros pensamientos y sentimientos para procurar un espacio a Dios, para permitir que su amor llene nuestros corazones y nuestra mente, de modo que ya no estemos preocupados por el pasado ni tengamos miedo al futuro, sino que simplemente nos contentemos con habitar en el amor de Dios a través de su gracia.
En su combate interior en el desierto, Jesús no discutió con Satanás, sino que ignoró lo que le decía. No permitió que sus pensamientos y sentimientos se preocuparan por tentaciones sobre la riqueza y el poder; los reconoció, pero los trató como el paso de una tormenta molesta sobre la montaña del amor eterno e inamovible de Dios.
En el Evangelio, observamos que la actitud molesta de Marta parece un resentimiento por su deseo de sentirse necesitada y apreciada; es el peligro de no estar presente en el momento actual, de permitir que las expectativas y la experiencia pasada nublen la apreciación de los momentos de la compañía y la presencia de Cristo. En la alegría tranquila de María, observamos el disfrute por el “ahora”, el deleite en esos momentos preciosos, libres de nubes de obligaciones y esquemas pasados, ahora abiertos a lo nuevo.
Si nuestra atención se aleja de la necesidad de anticipar cada evento, de arremeter con el pasado para proporcionar nuevas fuentes de ansiedad para el futuro, podremos ver las cosas como son, en la intensidad de su belleza, en la perfección de su creación. Las emociones ya no nos esclavizarán, y en la libertad en la que hemos sido redimidos, nos encontraremos con Dios. Nuestros pensamientos se podrán transformar cuando no dejemos que sean modelados por patrones del pasado (cf. Rm 12,2).
La atención cristiana consciente, mindfulness, nos permite alejarnos de las formas negativas de pensar y adoptar nuevos hábitos de pensamiento, que nos capaciten para centrarnos en el momento presente y fortalecer el conocimiento de que, ya sean buenas o malas, las experiencias del ahora son las que forman y nos reforman, permitiéndonos ver y escuchar de un modo nuevo.
El sacramento del momento presente es la puerta de entrada a lo eterno y universal; el reconocimiento de nuestro ser físico nos lleva a apreciarnos a nosotros mismos como personas encarnadas, cuyas vidas han sido transformadas por la Palabra hecha carne. Cuando nuestras mentes se conectan con nuestro entorno, podemos hacer que toda la creación sea parte de nuestra oración; comprenderemos que a Dios se le puede encontrar en cada detalle del paisaje y que en cada criatura se puede rastrear su excepcional rúbrica de amor.
Cuando consigamos apreciar cada momento y cada objeto por lo que es, dejaremos de agobiarnos por nuestros juicios sobre las cosas. El disfrute de todo, en todo momento, nos liberará de la preocupación por tener, ganar, lograr, poseer. La oración consciente o mindful nos libera para poder reflexionar sobre el momento presente, sin preocupación por poseerlo o validarlo, sino simplemente para experimentarlo, libre de las cadenas de pensamientos que habitualmente rodea a las acciones más comunes.
“Ahora somos hijos de Dios” (1Jn 3,2), y es en ese “ahora”, y solo en el ahora, cuando podemos servir verdaderamente a Dios porque es en ese momento cuando él viene a nuestro encuentro.
Liberados del pasado y de sus preocupaciones, podemos perdonarlo y permitirnos ser perdonados. Abiertos a acontecimientos futuros, podemos terminar con nuestros intentos desesperados de protegernos del pasado buscando posesiones, éxitos personales o poder. Tal vez no podamos evitar la tormenta, pero ya no estaremos amenazados por ella, porque afrentamos la realidad con la fortaleza que nos ha dado Dios. El “signo de Jonás” (cf. Lc 11,29) es quizás el conocimiento, fruto de la aceptación del sufrimiento con una mente tranquila, sin miedo y con una intención clara.
Renunciando voluntariamente a estar a la defensiva, nos unimos a Cristo al pie de la cruz, preparados para afrontar el sufrimiento sin dejarnos abrumar por él, observándolo con distancia inmersos en el amor de Dios.
La oración consciente nos permite ser receptivos con todo el mundo porque nos negamos a ser aprisionados por él. No tenemos miedo a perder nuestra seguridad, porque estamos convencidos de que Jesús tomó nuestro lugar en la cruz para que nosotros podamos tomar su lugar en el reino.
Con esta seguridad podemos irá al encuentro del prójimo, sin etiquetarlo, sino amándole. Libres para ser servidores porque ya no necesitamos ser servidos ni que el juicio de los demás sea lo que nos defina.
Valorarnos a nosotros mismos, con nuestros defectos y fallos, nos liberará para valorar a otros, viéndolos objetivamente, pero con compasión, sin que nuestra percepción se enmascare con nuestra propia inseguridad. Honrar a Dios dentro de nosotros nos permitirá honrar a Dios más allá de nosotros.
La meditación consciente libera en nosotros un espacio lleno de Cristo. Somos el abismo que llama al abismo (Sal 42,8) porque Cristo habita en nosotros. Cuando seamos conscientes del infinito que hay fuera de nosotros, nos daremos cuenta del que existe en el interior:
Para ver el mundo en un grano de arena
y el cielo en una flor silvestre,
mantén el infinito en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora.
(William Blake, Augurios de inocencia)
Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.
(Teresa de Ávila)
Por tanto, os digo que, cuando oréis pidiendo algo,
creed que se os concederá, y os sucederá.
(Mc 11,24)
A través de la oración consciente, comenzamos desde donde estamos y con lo que tenemos, y descubrimos que ya hemos llegado a nuestro destino porque viajamos con Cristo, nuestro compañero y nuestra meta. Si nos liberamos del comentario interno que es el telón de fondo de nuestras vidas, descubriremos la quietud. Dentro de esa quietud, encontraremos una atención al momento presente, al ahora, en su forma más pura. Dentro de ese “ahora” encontraremos a Dios.
Deja que esta presencia
se asiente en tus huesos
y deja a tu alma la libertad
de cantar, bailar, alabar y amar.
(Teresa de Calcuta)
40 días
siendo consciente
En esta primera parte se ofrece un modo de experimentar y practicar la oración consciente teniendo en cuenta nuestros sentidos, o sea, las cinco vías que tenemos para experimentar el mundo exterior.
A través de los sentidos de la vista, el gusto, el olfato, el oído y el tacto se nos invita a interactuar con diferentes aspectos de la oración consciente, observando la forma en la que los diversos aspectos de la atención consciente se extienden como hilos a través de toda la Biblia. Se nos proponen una selección de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, así como algunas oraciones de los Salmos.
Las reflexiones comienzan con una introducción a la meditación consciente, explorada a través del tema del silencio.