BREVE HISTORIA
DE LA ANTIGUA GRECIA
BREVE HISTORIA
DE LA ANTIGUA GRECIA
Rebeca Arranz Santos
A la ibertad
Το μόνο μέσο για τη διατήρηση της ελευθερίας του
ανθρώπου,
είναι να είναι πάντα πρόθυμος να πεθάνει γι ‘αυτό.
Diógenes de Sinope (412-323 a. C.)
Algunas historias de Roma han pasado a conformar un raro olimpo literario —aunque quizá el símil apropiado me exigiría remitirme al poético monte Parnaso, más que a la mitológica morada de las divinidades paganas— en el que confluyeron el reconocimiento de sus cualidades científicas con el aplauso del público, y cuyos títulos hoy todos conocemos —y muchos reverencian independientemente de la validez de los argumentos e hipótesis planteados—: los seis volúmenes de The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (1776-1789) convirtieron a su autor, el británico Edward Gibbon, en el historiador por antonomasia no solo de su época, sino de todos los tiempos. Y los tres volúmenes de Römische Geschichte (1854-1856) de Theodor Mommsen incluso le valieron un Premio Nobel de Literatura en 1902, insólito por concederse a un historiador. Entre las dos obras se abarca la historia completa de la civilización nacida en el Tíber, desde sus orígenes hasta la caída del Imperio de Oriente.
Pero, si he de cavilar acerca del libro o de los libros definitivos existentes acerca de la historia de Grecia, me asomo al vacío. Me tengo que desplazar al pasado, buceando en las fuentes primarias, cientos de años atrás, para buscar a los escritores helenos y romanos que plasmaron las gestas de la Hélade. Homero, quien adjetivado cedió su nombre a todo un período histórico de centurias de duración que concluye en el siglo VIII; Heródoto, Tucídides y Jenofonte, narradores de los hechos de la Grecia clásica, además de las crónicas de otros tiempos y lugares; asimismo, los más tardíos Plutarco y Arriano, que nos han legado sus visiones del Helenismo. Hay obras contemporáneas, dispersas, eso sí, que se han convertido en pequeñas joyas del género. Moses I. Finley dio a la luz The World of Odysseus en 1954, un análisis antropológico de los textos homéricos. En clave arqueológica, Anthony Snodgrass ha tratado el mismo período —así como las cronologías arcaicas— que el anterior en numerosas obras editadas entre los años setenta y la actualidad. A despecho de los especialistas, hay que reconocerle a The Greek Myths (1955) el componer una bella exposición de la mitología helena, salida de la pluma de un poeta y novelista (Robert Graves). Porque resulta posible conjugar la precisión histórica, la belleza literaria, sin llegar al preciosismo, y la divulgación entre sectores de lectores amplios, como nos han demostrado el oxoniense Robin Lane Fox con los premiados por la crítica y el público Alexander the Great (1973) o The Classical World (2005); o Paul Veyne, docente del Colegio de Francia, en sus acercamientos a griegos y romanos, aunque más conocido por indagar en la mentalidad y en las costumbres del segundo de esos pueblos en Le pain et le cirque (1976) y en su Histoire de la vie privée (1987). Ambos han sido miembros de prestigiosas instituciones universitarias y científicas y ambos han conectado con un público variado a través de la palabra escrita, en campos acotados habitualmente a los expertos.
Esta perspectiva ha sido bien entendida por la divulgación histórica, sobre todo anglosajona, pero raramente por la española. El constituir un best seller con un argumento académico y concerniente a la historia no entra en contradicción con su vigor científico si el discurso ha sido documentado con minuciosidad. Las notas a pie de página no equivalen a ciencia a la fuerza, al igual que la amenidad textual tampoco significa falta de rigurosidad. En una breve historia de la antigua Grecia como la que se desarrolla en las hojas sucesivas el lector no encontrará la numeración de datos de las recopilaciones de historia desfasadas ni un mero relato de actitudes políticas —léase bélicas— como el que los historiadores nos han regalado tan a menudo. El libro abarca un mundo desaparecido de ideas, filosofía, arte, comportamientos, actividades económicas, por supuesto también de eventos políticos, sociales y de tradiciones religiosas, completamente intrínsecas al resto de manifestaciones vitales de los antiguos griegos —y se podría decir simplemente de los antiguos—. Atenas y Esparta asoman sus rostros, pero no oscurecen a las demás realidades griegas, como suele suceder. El protagonismo del Ática clásica no domina frente al discurrir de otras cronologías. Y algo que es importante: el mundo griego se enclava en un contexto de intercambios con las civilizaciones que lo rodeaban, reconociéndose los aportes orientales en la germinación de esta cultura occidental que se entiende como la semilla de la nuestra. Su autora es una joven investigadora especializada en la historiografía de la arqueología, en cuyo bagaje intelectual se dan cita la instrucción en las herramientas de la historia del arte y la vocación arqueológica. Una y otra se reflejan en las fuentes y documentos que sustentan su exposición, en el trasfondo de los contenidos y en la elección de problemáticas, como es lógico en cualquier historiador consciente del peso del momento que le ha tocado en suerte vivir sobre la mano que escribe.
Jorge García Sánchez
Universidad Complutense de Madrid
Breve historia de la antigua Grecia es un libro sobre la historia de los antiguos griegos, pero no es una historia dependiente de un único factor; por lo tanto, la elaboración de este libro se compone de la coalición de las ramas de estudio pertenecientes al arte, arqueología, literatura, filosofía e historia para crear, a través de la interdisciplinariedad, una obra breve pero completa de una civilización tan prolífera.
La historia de los griegos comienza con la denominada civilización micénica, que recibe su nombre de Micenas, una de las ciudades más importantes en el largo período que se extiende aproximadamente entre los siglos XVI y XII a. C. Pero, con anterioridad a ella, los hallazgos arqueológicos nos hablan de un período de Bronce que tiene su inicio en el III milenio, donde nuestra civilización comenzó a dar sus primeros pasos.
Entonces la historia parece ser borrada y nos adentramos en los que han sido denominados por la historiografía moderna como siglos oscuros, donde se sitúa la legendaria guerra de Troya, cuyo recuerdo se mantuvo vivo gracias a la transmisión oral hasta que Homero (s. VIII a. C.) lo fijó en su poema épico la Ilíada. La creación del alfabeto, adaptado de un silabario fenicio, en el siglo IX a. C., es un hecho de fundamental importancia para nuestro conocimiento de la historia de Grecia a partir de ese momento.
La época arcaica (776-490 a. C.) marca el comienzo de las grandes colonizaciones griegas hacia Asia Menor, la península itálica y Sicilia. En esta época, se crea y consolida la denominada polis, la ciudad-Estado griega. Pese a su fragmentación política, los griegos se consideran un pueblo porque comparten lengua, religión y costumbres. Ya en el siglo VI a. C., Atenas y Esparta destacan como las dos ciudades-Estado más significativas e importantes de la Grecia antigua. Se desarrolló mucho el comercio y veremos cómo comenzaron a fraguarse los géneros literarios, la poesía épica, la poesía lírica y la filosofía.
La época clásica (490-323 a. C.) comienza con las llamadas guerras médicas, en las que los griegos, capitaneados por atenienses y espartanos, consiguen evitar ser convertidos en súbditos de los persas. Atenas se enriquece con estas victorias, construye una gran flota y despliega una política expansionista. Posteriormente, veremos cómo la denominada guerra del Peloponeso, que enfrenta a los atenienses y a sus aliados contra Esparta y sus aliados, dura casi treinta años (431-404 a. C.) y acabó con la derrota de Atenas sin que Esparta fuera capaz de mantener su dominio en Grecia durante un largo período de tiempo.
El siglo V a. C., el llamado siglo de Pericles, fue el mejor momento de su historia en política, literatura, filosofía, ciencia y arte. Pero la situación de debilidad en que quedan las ciudades griegas tras el final de la guerra del Peloponeso es aprovechada por un rey del norte, Filipo de Macedonia, para someterlas a su dominio, de manera que Grecia se convierte, al fin, en una unidad política. La figura de Alejandro Magno, antes de morir en 323 a. C., añade a su imperio Oriente Próximo, de Egipto a la India.
Con la muerte de Alejandro, comienza la época helenística (323-331 a. C.), durante la cual los sucesores de Alejandro se reparten su imperio creando nuevos reinos y centros culturales que desplazan a Atenas, como Alejandría, Pérgamo y Antioquía. Pero cuando, en el siglo II a. C., los romanos comienzan la anexión a su imperio de Grecia y los reinos helenísticos, adoptan la cultura griega y la extienden a sus propios dominios.