Mansos Diluvios





Guadalupe Morfín





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a Jesús Soto, como siempre

 

MANSOS DILUVIOS

 





Hay cosas que no pueden durar;

las mata el tiempo

son perfectas en el instante en que despuntan

e inauguran su muerte.



Damos nuestra vida por momentos así

son como el perfume

de una flor que no existe.

 

ESA MORADA FLOR QUE TÚ SEMBRASTE





Y acaso la tumbergia

cuaresma de mansa luz

ascensión en la tapia florecida

¿llevará mis cantos hasta tu corazón

te dirá cuánto estás en todo lo que amo?



¿Cuánto en otros huertos

tus manos providentes

la voz que me regala tus historias

y es eco igual el mar

cuando te nombro

con la respiración henchida por un viento de espera?

 





Cada estación enciende

sus misterios.

Sólo el amado sabe

absuelve, espera

y es de dos el otoño

de los ramos maduros

la miel de las fogatas.

 

NO





No estoy llorando

es el aire que cambia

de lugar el agua

¿ves? allá azota una ventana

y de las ceibas caen

copos de algodón

el jardín está blanco

es primavera

no lloro, llueve

no sé

en cuál amor estoy parada.

 

PADRE NUESTRO





Padre Nuestro que estás en los cielos

¿para qué nos diste la mirada?

¿para tener memoria de un cielo perdido?

santificado sea tu nombre

y la sangre que enciende toda luz

venga tu reino

la tierra prometida, la caricia

hágase tu voluntad

en los caminos del deseo.

Danos nuestra sal de cada día

y perdona la indiferencia

como también perdonamos el olvido.

No nos dejes caer de tu aliento

y líbranos de los páramos secos

y del amor no dicho.

 

LA FLOR NACIDA EN TU VENTANA





Déjame acercarte la flor

sembrarte de geranios

inundar de luces tus desvelos

despertar los alcatraces de tu alma.

Bien lo sé, pesa la niebla,

pesa el dolor del agua.

Sólo canta lo que se mueve

sólo la flor nacida en tu ventana

la fugitiva luz de un pétalo en el aire

un colibrí tras él, la gota de rocío

ese cautivo sol

diamante que dura un parpadeo

y el amor que te aguarda.

 

RESPONDO A TI, AMOR





Cada mañana saco el ayer, no sea que nuble

pesan demasiado a veces sus abejas.



Sacudo yugos

parto de viaje

pongo la mesa

y como si a mí respondiera

respondo a ti.

Pero por ti no respondo:

el jardín es de dos.



No siempre hay fiesta

aunque mínima la luz enciende a sorbos

un recuerdo leve de la primavera.



Para creer en fuegos mayores

todos los días el fuego del hogar varía

conoce sus vientos, se estremece.



Ciertas noches cae en él una estrella

y se deja tocar y nos enciende

paraísos en la piel que no esperábamos.

Tu luz, amor, la mía,

va diciendo sí

como un río celeste

que sale a perseguir estrellas.

 

PARAÍSO ATRÁS





La mañana del miércoles es siempre la más sola.

Mamá ya no te lleva de la mano por las banquetas

de ladrillitos rosas

hasta el mercado de la calle Vidrio.

Ahora te estacionas junto a enormes almacenes

de nombres extranjeros

y haces tus compras con carritos de supermercado.

No venden allí combustible para el bóiler

ni se hacen en esta ciudad casas como la tuya de la calle

Bruselas.



Caminabas por la avenida de La Paz tronando las bolitas

de laurel

gozo para tus pies de colegiala;

te escondías con tu hermano de los carros del gobierno,

amarillo mostaza para las obras públicas, la cárcel,

el ayuntamiento,

pero no leías los letreros:

una sirvienta les dijo que eran los comunistas

buscando sangre de niño para llenar plumas con tinta

roja.

Todavía tiemblas junto a los huesarios de aquellos

esperpentos de película.

Carros del Führer te parecen

y eres entonces una niña judía tras los laureles

que no están más para esconderte.

Niños, no hagan ruido, les decía en la casa nueva cuando

sonaba el timbre:

pueden ser los comunistas que los buscan.

Y aún te asusta si alguien llama.

Los guardó esa mujer en el jardín por un verano

para que no dieran lata tú y los menores;

papá estaba en el hospital, mamá lo acompañaba.

Un día pateaste el vidrio enorme y nadie los volvió a

encerrar

nadie se fijó en tu pierna abierta

ni siquiera te dolió la sangre.

Era tanta tu furia, tu santa furia.

Mamá te mandó a confesar. Pero ¿de qué?, decían tus

siete años.

—De pecado de ira.



La mañana del miércoles es siempre la más sola.

Lejana está la ráfaga del verano que llamamos «fin de

semana»

y este barco encalla en una playa del pasado

y aprende de sus lágrimas a levantar la marea.

 

CANTO DE LO ANUNCIADO





Caminamos en la fe y no en la visión…

2 Corintios: 5, 7



Tendré tu nombre entonces para mi boca sola

para mi sed entera

no será en este tiempo

pero aquí

donde me mirabas

me siento yo también

y aunque no logro verme

tus ojos van dictando a mis pupilas.

Desasida de ti

sin evidentes yugos

entro en el silencio de los impronunciados.

Quemé mis naves

me convertí en ceniza

camino en la ceguera de mi fe

las manos extendidas

la gracia con sus puertas invisibles.

Te seguiré llamando

—puede más el creer que la visión—

podré cantarte

decirte lo no dicho, pronunciarte.