PÓKER DE REINAS
Las cuatro hermanas de Carlos V
VICENTA MÁRQUEZ DE LA PLATA
PÓKER DE REINAS
© Vicenta Márquez de la Plata, 2019
© De esta edición: Ediciones Casiopea
ISBN: 978-84-120504-5-5
Foto de cubierta: Doña Catalina de Austria. Autor: Antonio Moro. Obra perteneciente al Museo del Prado.
Diseño de cubierta: Anuska Romero y Karen Behr
Maquetación ebook: Carlos Venegas
Impreso en España
Reservados todos los derechos
Tiene el lector entre sus manos un libro de especial interés. La autora, Vicenta María Márquez de la Plata, examina con meticulosidad, rigor y, sobre todo, amenidad, la vida de estos cinco hermanos del emperador, cuatro hermanas y un hermano, cuyas biografías son casi desconocidas para el gran público pero que ejercieron una notable influencia en el devenir de la política española y europea del siglo xvi.
Vicenta Márquez de la Plata no es una autora novel. Heraldista y nobiliarista destacada haciendo honor a su título, marquesa de Casa Real, ha demostrado ser una magnífica divulgadora de la historia a través de casi catorce títulos, tanto de ficción como de no ficción, esto es, ensayos y novelas históricas. De entre la materia de su especialidad profesional, dos títulos imprescindibles escritos con Luis Valero de Bernabé, Nobiliaria Española (2.ª edición, 1995) y El Libro de Oro de los Duques, del mismo año. De entre los títulos de las novelas históricas, destacamos La Valida (III Premio Ateneo de Novela Histórica), El eunuco del rey (2006), y La concubina del rey emperador (2012). Una de las características tanto de las obras de ficción como de las de no ficción, es presentar el contexto de personajes y situaciones con una gran maestría de forma que, al lector le hace vivir en los tiempos descritos con sus antecedentes, ilustrándolo en los más diversos aspectos, desde la vida cotidiana a la religiosidad, la política o las guerras de la época. Una labor de documentación y una cultura nada desdeñable es lo que permite a esta autora redactar tan interesantes relatos, como lo demostró en su magnífico, Los españoles de hace 900 años (1997).
Otra característica destacable de la prosa de la autora es su dominio de las épocas históricas medieval y moderna pero, sobre todo, su bien ponderado feminismo. Porque Vicenta Márquez es una magnífica biógrafa de mujeres, como lo puso de manifiesto en varios ensayos que no podemos dejar de recordar. A saber, Reinas Medievales españolas (2000), Mujeres renacentistas en la corte de Isabel la Católica (2006), Mujeres de acción en el siglo de Oro. (2007), Mujeres pensadoras, místicas, científicas y heterodoxas (2009), y Las mujeres en el Quijote (2016). Conociendo su trayectoria personal e intelectual esto no es de extrañar, por lo que en este libro ha tenido ocasión de lucirse biografiando a las cuatro hermanas de Carlos V con singular maestría, como ya hiciera con las hijas de Isabel la Católica, una reina que sorprende que no haya sido reivindicada por la bandera feminista. Es particularmente interesante el espacio concedido, a través de sus hijas, a Juana, la mal llamada Loca, víctima de su padre, marido e hijo. Un ejemplo de lo que hoy llamaríamos «violencia de género», que la llevaría a una depresión profunda y sobre la que despeja algunas dudas, al hilo de las biografías de sus hijos, que durante siglos han anidado en el imaginario popular.
Este notable trabajo dedicado a los hermanos de Carlos V resulta de una oportunidad notable para el lector que, además, ha tenido ocasión de seguir la reciente serie televisiva sobre Carlos V. Lamentablemente escasean las películas y series históricas rigurosas en nuestro cine y televisión a pesar de la gran aceptación de la que gozan entre el público tanto especializado como aficionado. También escasean ensayos divulgativos o simplemente novelas históricas sobre los hermanos del emperador, en contraste con las obras dedicadas a sus padres y abuelos maternos y, por supuesto, a Carlos V.
Aún es mayor el mérito del presente trabajo ya que reúne las cinco biografías en el mismo libro sin dejar de entrelazarlas, analizando los mismos hechos históricos que vivieron la mayoría de los hermanos desde su propia perspectiva y contexto, a lo que hay que añadir la singularidad de cada biografía. Esa comparativa —similitudes y diferencias— entre la vida de los hermanos, pero sobre todo, su papel en los planes del emperador y la relación con él, resulta ser uno de los logros del trabajo de Márquez de la Plata. Y es que los cinco, y particularmente las mujeres, fueron convenientemente utilizadas por el cabeza de linaje, a través de los enlaces matrimoniales que buscaban la presencia y el reforzamiento de los Habsburgo en una Europa exteriormente amenazada por los otomanos e internamente convulsionada por la irrupción del protestantismo.
La obra se compone de cinco capítulos dedicados a cada uno de los hermanos de Carlos I presentados en riguroso orden cronológico de nacimiento, si bien con prelación del único varón, Fernando (nacido en 1503), aun cuando era más joven que sus hermanas, la primogénita, Leonor (1498), e Isabel (1501), a las que les siguen María (1505) y Catalina (1507). De los seis hijos nacidos del matrimonio entre Juana y Felipe, cuatro lo hicieron en Bélgica y dos en España. Curiosamente los nacidos en Castilla —Fernando en Alcalá de Henares y Catalina en Torquemada— fallecerían fuera de ese reino, en Viena el primero y en Lisboa la segunda. Sin embargo, excepto Isabel, el resto, nacidos fuera de nuestras fronteras, encontrarían su final en España en Yuste, el emperador (nacido en 1500), en Cigales, Leonor, y en Talavera, María.
Sin duda, y como no puede ser de otra manera, es Fernando el que merece más atención por parte de la autora, como se comprueba en la extensión de su biografía que muestra esta bicefalia de los Habsburgo en sus dos ramas, española y germana. De las cuatro hermanas, utilizando términos muy coloquiales, y según se refleja también en la extensión de sus biografías, las dos mayores —Leonor e Isabel— responderían a un perfil más bajo que las dos pequeñas, esto es, María y Catalina, ambas muy destacadas como gobernadora de los Países Bajos, la primera, y como regente de Portugal, la segunda. Una diferencia notable entre ambas debe destacarse, María era un alter ego de su hermano Carlos, Catalina, por el contrario defendió los intereses de la Casa de Avís. Todas, menos Isabel, sobrevivieron a sus esposos. Leonor fue doblemente viuda, María lo fue muy joven, Catalina enviudó en edad madura. La autora señala, en una primera página como los seis hijos de Juana de Castilla y Felipe de Habsburgo fueron reyes (y emperadores) y reinas consortes. Todas fueron cultas y preparadas siguiendo unas directrices marcadas por su abuela materna que educó a sus hijas sin diferencia alguna con el único varón, Juan.
Márquez de la Plata dedica no poca atención a los primeros años de los niños nacidos del matrimonio de Juana y Felipe estableciendo una relación de la infancia con su vida y con sus hermanos. Sorprende la orfandad real, aun teniendo padres, salvo en el caso de los nacidos en España, esto es Fernando, cuya figura paterna estuvo sustituida por su abuelo materno y , Catalina, la hija póstuma del Felipe el Hermoso, que acompañó a su madre en el encierro de Tordesillas. Para los nacidos en los Países Bajos, aquella orfandad estuvo mitigada por esa gran figura que fue Margarita de Austria o de Saboya, esto es, la hermana de Felipe el Hermoso y tía carnal de los pequeños, viuda primero del príncipe Juan —hijo de los Reyes Católicos— y más adelante del duque Filiberto de Saboya. Una verdadera madre para sus sobrinos sin haber tenido hijos propios. Otra característica común de los hermanos de Carlos V fue su educación que incluía una cultura sin diferencia de sexo. Los preceptores de algunos de infantes serían de un nivel intelectual insuperable como Luis Vives o Adriano de Utrecht
Repasemos brevemente estas cinco biografías de estos hermanos:
Fernando I (1503-1564), Infante de España, emperador del Sacro Imperio, rey de Bohemia y Hungría por su matrimonio con Ana Jagellón que, tras el desastre de Mohács (1526), donde murió su hermano, se convirtió en heredera de aquellos reinos, es la biografía más extensa de la obra.
Cuando Fernando contaba un año de edad, falleció su abuela Isabel —que entre otras cosas le dejó una importante manda testamentaria— y su padre Felipe I —al que conoció cuando tenía tres años— poco después. A esas pérdidas debe añadirse la no presencia de su madre por sus problemas de salud mental. Sería Fernando el Católico, por el que llevaba su nombre, el encargado de paliar aquellas ausencias vitales y llegó a ser el favorito de buena parte de la nobleza frente a su hermano Carlos, con el que nunca se llevó bien.
Los dos asideros de Fernando fueron, pues, su abuelo y la pertenencia a la Casa de Habsburgo y solo al cumplirse los 500 años de su nacimiento dejó de pasar inadvertido en la historiografía española.
Expulsado de la Península tras la supresión de su casa en 1516 y su enfrentamiento con Cisneros, su vida estuvo llena de retos incluyendo adaptarse «a un proceso de germanización tan precario como el que había tenido su hermano Carlos de hispanización», en palabras de su biógrafo Alfredo Alvar El Infans Hispaniae lo lograría con mayúscula.
A Fernando le tocó enfrentarse con problemas de gran magnitud, ya fuera el otomano Solimán como los rebeldes luteranos. Y estuvo obligado a firmar paces y hacer concesiones para evitar males mayores. El distanciamiento entre los dos hermanos, también por el tema religioso, estuvo a punto de acabar en tragedia si no hubiera sido por su hermana María que logró un acuerdo para salvar el enfrentamiento de las dos ramas de Habsburgo ideando el sistema de sucesión de alternancia entre ambos hermanos y sus hijos. Cuando Carlos V murió fue sucedido por Fernando y, al abandonar Felipe II sus pretensiones imperiales, sería su hijo Maximiliano el que heredaría el título imperial. Fernando defendió el catolicismo y su dinastía como el mejor. La convocatoria de Trento, solicitada por él mismo, se demoró porque quería un concilio exnovo. Todo esto lo explica la autora con gran mérito y amenidad, dada la enorme cantidad de datos manejados en esta biografía tan prolija.
La segunda biografía corresponde a la primogénita de Felipe y Juana, la archiduquesa Leonor de Austria, reina consorte de Portugal y Francia, que tuvo un destino particularmente difícil por sus desgraciados matrimonios; en especial el segundo, contraído con Francisco I, un individuo ambicioso y cruel. Siempre a las órdenes de su hermano, su primer revés fue no poder contraer matrimonio con Felipe, hijo del conde palatino de Baviera. Rechazados otros pretendientes por intereses políticos, fue entregada al rey de Portugal, Manuel el Afortunado, que le llevaba treinta años y había estado casado con dos infantas españolas. No está contrastado pero, seguramente, pudo estar enamorada del hijo de su marido, el heredero, futuro Juan III, más adelante casado con su hermana Catalina. Ya viuda, Carlos la prometió al mayor de los enemigos de los Habsburgo, el rey de Francia al que esperaba doblegar. A pesar de su acogida en Paris, también por los miembros de la familia real francesa, el monarca, más interesado en su amante, Anna de Pisselue, futura duquesa de Étampes, la humilló y apenas tuvo contacto sexual con ella. Es posible que en ello influyera la enfermedad que había mermado la belleza y lozanía de Leonor: la elefantiasis. Aun así, la archiduquesa, fiel a su linaje, pero también a su matrimonio, intentó restablecer la paz entre su hermano y su marido, algo harto difícil entre Valois y Habsburgo ocupando, en las visitas del emperador, un lugar principal. En lecho de muerte Francisco I, consciente del maltrato del que había sido objeto su esposa, pidió a su hijo y heredero, Enrique, que la protegiera, algo que no solo no llevó a cabo, sino que, aprovechando una rebelión palaciega, apartó a Leonor de la corte con lo puesto. La reina consorte viuda se trasladó a Bruselas con su hermana María y, en 1556, ambas se trasladarían a España. Todavía le quedaba un dolor más a Leonor que antaño había sido obligada a dejar a su única hija, María, en Portugal. Esta, que sentía un gran rechazo por su madre, no quiso trasladarse a Guadalajara con ella perdiéndose así la última oportunidad de quedar en paz. El disgusto y un ataque de asma cuando volvía de la entrevista con su hija en Badajoz acabaron con su vida. Felipe II trasladaría sus restos a la necrópolis de El Escorial concediéndole todo el honor que solo su familia de sangre nunca le había negado.
Siempre a la sombra de marido y hermano, Leonor fue una fiel representante de los intereses de la dinastía. Su figura no ha sido tratada más que en dos biografías, una escrita en 1943 y la segunda de 1995, ambas por autores extranjeros.
La tercergénita de Juana y Felipe, y segunda de las hijas, Isabel (1501-1526), que recibió el nombre en honor de su abuela, la Reina Católica, fue educada, como todos los hermanos nacidos fuera de España, por su tía Margarita de Saboya, la bonne tante a la que se refiere M. de la Plata a lo largo de su libro y a la que hemos hecho referencia en líneas precedentes. Casada con el cruel e irascible Christian II de Dinamarca en 1515, pasó todo tipo de vicisitudes a causa de un marido infiel, como en el caso de su hermana Leonor. También, como en el caso de Francisco I, el rey se ocupaba más de su amante, Dyvike Willums, que de su esposa… hasta que esta murió en misteriosas circunstancias, probablemente envenenada por orden del emperador Maximiliano, abuelo paterno de la infanta. A partir de ese momento, el matrimonio se encontró y llegaron los hijos. Isabel dio a luz a seis hijos de los que solo sobrevivirían dos, las princesas Cristina y Dorotea. Los problemas internos, que solían acabar en baños de sangre, desplazaron al iracundo Christian del trono siendo sustituido por su tío Federico. Isabel lo siguió en su exilio mostrando la mayor lealtad y buscando apoyo entre sus parientes, particularmente sus hermanos, sin éxito. Su corte instalada, en los Países Bajos, las estrecheces económicas y los disgustos acumulados acabaron por afectar la salud de la archiduquesa que falleció con veinticinco años. Es la que menos bibliografía tiene en su haber, la más discreta y la que ha pasado más desapercibida.
La tercera biografiada, María de Hungría (1505-1558), fue reina de Bohemia y de Hungría, gracias a la doble boda celebrada entre Habsburgo y Jagellones. Como hemos referido, su hermano Fernando se casó con Ana Jagellón con la que tuvo quince hijos. Ana era hermana de Luis II, que, a su vez se casó con María. Con él vivió un matrimonio feliz pero corto y sin descendencia. Aquella felicidad se vio truncada cuando Solimán el Magnífico atacó Hungría y, a pesar del apoyo de sus dos hermanos, Carlos y Fernando, la coalición que apoyaba al ejército húngaro fue aplastada en Mohács en 1526, falleciendo Luis II con solo veinte años y dejando a María viuda con veintiuno.
Esto no impidió que, junto con Catalina, fuera la más destacada y quizás la más inteligente de las cuatro hermanas archiduquesas de Austria. Al quedar vacante el gobierno de los Países Bajos tras la muerte de su tía Margarita, Carlos le ofreció ocupar su lugar a María, con la condición única de que prescindiera de algunos servidores que simpatizaban con la reforma luterana. Y es que Lutero le había dedicado a la joven viuda su Comentario de Cuatro Salmos, lo que hizo saltar las alarmas. Cumplido dicho requisito María comenzó a gobernar los Países Bajos con gran visión política y energía, algo que no impidió un episodio de estrés y ansiedad, que le provocó una depresión curada solo con amor. El emperador no dudó en mandarle emisarios con cartas llenas de cariño y María retomó con ilusión su tarea, convirtiéndose en consejera insustituible de su hermano y solucionando uno de los problemas más espinosos que se le presentaron. Nos volvemos a referir a la cuestión sucesoria en el título imperial cuya solución impidió la ruina de la dinastía, dado que Carlos y Fernando estuvieron a punto de romper la unión. Ella fue el artífice de mantener vivo el vínculo entre sus hermanos varones.
Sus últimos años siguieron determinados por su hermano Carlos. Estuvo presente su abdicación y lo siguió a España, donde nunca había estado. Reunida con su hermana Leonor, la muerte de esta en febrero de 1558 y de Carlos siete meses después la sumió en una absoluta tristeza que influyó en su salud de manera irreversible. Era la hermana más unida al emperador y Felipe II la presionó para que volviera a ejercer de gobernadora y, de paso, ocupara su mente torturada. María aceptó, pero no pudo más. Apenas unas semanas después de Carlos, ella fallecía el 18 de octubre, en Cigales.
Culta, bibliófila y coleccionista, encargó algunos retratos como el famoso de Carlos V a caballo en Mühlberg, de Tiziano. La bibliografía de esta archiduquesa ha sido objeto de interés por parte del historiador de su madre Juana, Manuel Fernández Álvarez, y también de algún autor fuera de nuestras fronteras.
La última archiduquesa, sexta hija, y también póstuma, fue Catalina, nacida en Torquemada. Una personalidad extraordinaria habida cuenta de sus primeros años de vida, aislada de sus hermanos y separada de su único hermano nacido, como ella, en España, esto es Fernando. Recluida con su madre durante dieciocho años en el palacio de Tordesillas y en condiciones penosas gracias a sus carceleros, los marqueses de Denia, Catalina hace bueno el dicho de que lo que no mata hace más fuerte. Como sus hermanas, fue una mujer cultivada y quizás fue la más intelectual de las cuatro. Su primera educación la recibió de su madre, Juana, que consiguió que dominara idiomas como el latín y el griego, y que también fuera una instrumentista y una danzarina notable.
Si María fue la política, Isabel la sumisa y Leonor la utilizada, Catalina (1507-1578) sería la más completa de las cuatro, algo que también le proporcionó su longevidad para la época. Leonor y María no llegaron a los sesenta años mientras que ella rebasaría los setenta y uno.
Colocada estratégicamente en el trono portugués, lo que beneficiaba los intereses de los Habsburgo, su matrimonio también fue doble, como en el caso Jagellón, en este caso portugués, ella con Juan III y Carlos V con Isabel, la hermana de aquel. Ambos monarcas confiarían en las mujeres de sus familias para el gobierno del reino ya que Isabel fue gobernadora de Castilla en las ausencias imperiales y Catalina gozó de mucho poder dentro de la corte, tanto casada como viuda. Se matrimonió en el 1524, con dieciocho años, enviudó con cincuenta años, y fue regente hasta el 1562. De entre sus nueve hijos, solo la sobrevivirían dos: su hija María Manuela que fue la primera mujer de Felipe II y madre del desdichado príncipe Carlos; y el heredero, Juan, casado con Juana hermana del Rey Prudente.
La muerte de sus hijos convirtió al matrimonio en personas aún más religiosas y muy piadosas si bien parece que contribuyó a entristecerlos y, en el caso de Catalina, a amargarle el carácter. Arisca y misógina nos dice M. de la Plata que se convirtió aquella mujer, que de niña ya conoció el cautiverio de Tordesillas. La autora también aporta algún dato poco conocido de aquella estancia como su relación con el futuro santo, Ignacio de Loyola —que pudo estar enamorado de la entonces infanta— así como Francisco de Borja.
La archiduquesa fue la más valiente de las hermanas con respecto a los planes de Carlos. No siguió a ciegas la política fraterna y, quizás por ser reina, siempre apoyó los proyectos del trono portugués sin dejar de ser leal a su dinastía, la Habsburgo. La vida no le ahorró ni disputas internas ni externas, estas últimas en los territorios ultramarinos africanos.
Su importancia se comprueba en la historiografía puesto que tiene en su haber varios trabajos exclusivos y notables, si bien la historiografía portuguesa la ha presentado como una infanta española defendiendo los intereses castellanos en la corte de los Avis, algo que solo es una opinión no contrastada con las fuentes. Al no sobrevivirla ninguno de sus hijos, su nieto Sebastián heredaría el trono, proporcionando a su abuela no pocas preocupaciones. Muerto en la batalla de Alcazarquivir con veinticuatro años y sin herederos, se produjo la crisis sucesoria que aprovecharía Felipe II, en 1580, para anexionarse Portugal, algo que fue reprochado a Catalina sin ninguna evidencia.
Más allá de la política, Catalina dejó su huella en el apoyo a conventos y monasterios, y en dimensiones culturales varias. Desempeñó un importante patronazgo artístico, tuvo un zoológico (menagerie) y formó el primer gabinete de curiosidades (Kunstkammer) del Portugal renacentista, aprovechando la gran expansión portuguesa por varios continentes. Los animales exóticos importados de los territorios ultramarinos fueron regalados a parientes y mandatarios. No menos importante fue la colección de tapices (caso de la serie de Las Esferas), hoy en las colecciones del patrimonio nacional español.
La importancia de Catalina en la historia queda demostrada en la bibliografía más amplia de los hermanos de Carlos V, exceptuando, quizás, al emperador Fernando, como se comprueba en los notables ensayos de Anne Marie Jordan Gschwend.
En definitiva, un libro que merece la pena leer, bien documentado y con una bibliografía actualizada, que entretiene y aprende pero, sobre todo, aporta un enfoque inusual al presentar a todos los hermanos de gran Carlos V, sin los cuales el emperador no hubiera podido llevar a cabo sus planes. Fernando y sus hermanas también fueron los artífices de los triunfos de la monarquía española y su presencia soberana en el mundo conocido del convulso siglo xvi.
Dolores Carmen Morales Muñiz
Historiadora
El primogénito: Carlos (1500-1558), rey de España (1516-1556) y de Nápoles (1516-1554), emperador del Sacro Imperio (1519-1558). Casó con Isabel de Portugal.
Hermanos de Carlos V:
Leonor (1498-1558), archiduquesa de Austria. Casó con el rey Manuel I de Portugal y con Francisco I de Francia.
Isabel (1501-1526), archiduquesa de Austria. Casó con Christian II de Dinamarca
Fernando (1503-1564), archiduque de Austria, rey de Bohemia (1526-1564), rey de Hungría (1526-1538, 1540-1564), emperador del Sacro Imperio (1558-1564). Casó con Ana Jagellón de Hungría y Bohemia.
María (1505-1558), archiduquesa de Austria. Casada con Luis II Jagellón, rey de Hungría, Bohemia y Croacia.
Catalina (1507-1578), archiduquesa de Austria. Casó con el rey Juan III de Portugal.
Tanto Carlos como sus cinco hermanos fueron reyes:
1 - Carlos, rey de España y sus tierras de ultramar y emperador de Alemania. Fue en su tiempo el hombre más poderoso de la tierra.
2 - Su hermana Leonor, fue reina de Portugal y más tarde de Francia.
3 - Isabel fue reina de Dinamarca, Noruega y Suecia.
4 - Fernando, archiduque de Austria, rey de Hungría y Bohemia, sucedió a su hermano como emperador del Sacro Imperio.
5 - María fue reina de Hungría y Bohemia.
6 - Catalina fue reina de Portugal.
Excepto a la de Carlos, estudiada ya en muchos tratados y manuales, pasaremos revista a sus vidas y como estas influyeron en la historia de Europa.
FERNANDO I (1503-1564).
INFANTE DE ESPAÑA Y ARCHIDUQUE.
REY DE BOHEMIA Y HUNGRÍA POR SU MATRIMONIO CON ANA JAGELLÓN
EMPERADOR DEL SACRO IMPERIO
Fiat iustitia et pereat mundus
Aunque no fue don Fernando el primer hijo nacido tras Carlos, comenzaremos con él el estudio de los hermanos de Carlos. Fernando en puridad era el hermano «intermedio», pues antes que él, nacieron Carlos, Leonor e Isabel, y después de su nacimiento llegaron María y Catalina. El resto de los hermanos serán tratados en orden de nacimiento. Dado la importancia que tenía en esos siglos el hecho de ser varón, su género ya le garantizaba un estatus superior al de sus hermanas. Pasamos pues a estudiar sus hechos y su relación con Carlos.
Al segundo de los hijos varones, y cuarto de los nacidos de doña Juana, se le puso por nombre Fernando. Bien sabemos que las muertes consecutivas de todos los posibles herederos a la Corona de España y de sus posesiones de ultramar dejaron a los archiduques como los herederos más propincuos a todas esas tierras y reinos. A la llamada de los Reyes Católicos, finalmente, y tras retrasos varios, los herederos, doña Juana y don Felipe viajaron a España para ser jurados como tales legales herederos ante las Cortes, de tal modo que cuando llegase el hecho sucesorio no hubiese dificultades para entrar en posesión de tan fastuosa herencia.
Sucedió que al poco de ser jurado sucesor en la Corona de Castilla y demás posesiones el archiduque, conocido como el Hermoso, decidió volver a su tierra dejando en España a Juana en avanzado estado de gestación, por lo que no se hallaba junto a ella cuando Fernando de Austria llegó al mundo en Alcalá de Henares.
Tras el nacimiento del nuevo vástago, doña Isabel intentó convencer a su hija de que no regresase a tierras del norte junto a su marido, esto sumió a Juana en una gran tristeza combinada con ráfagas de ira y con ello el desequilibrio de la heredera de la Corona empezó a hacerse cada vez más patente a los ojos de su madre la Reina Católica.
Los enfrentamientos entre madre e hija llegaron a extremos que quebrantaron seriamente la salud de la reina Isabel, que finalmente hubo de ceder ante la insistencia de Juana, pero los desacuerdos habían sido tan duros e insoportables para la reina de Castilla que al año siguiente doña Isabel, minada por la enfermedad, las sucesivas desgracias y contrariedades, falleció.
Cuando Juana se alejó hacia el norte en busca de su esposo, dejó a su hijo en España. En un primer momento, fue la reina Isabel, abuela del recién nacido, la que se encargó del infante; desgraciadamente poco vivió la reina para poder ser de alguna influencia en la vida de su nieto. Tras una primera estancia en Segovia, el niño, con sus nodrizas y toda su Casa, fue trasladado a Arévalo. Las muy necesarias amas de crianza estaban bajo las órdenes y supervisión de doña Isabel de Carvajal. El que había sido médico de doña Juana se encargó de la salud del niño: era este don Juan de la Parra, que lo cuidó bien y fielmente, mientras que el gobierno de la Casa del Infante era responsabilidad de don Diego Ramírez de Guzmán, obispo titular de Catania.
A la muerte de la reina doña Isabel, el obispo fue sustituido por su hermano, don Pero Núñez de Guzmán, clavero de Calatrava quien era también ayo del infante y a quien acompañaba —¡cómo no! — otro de los Guzmanes; hermano del anterior, el también obispo, Álvarez Osorio quien habría de ser maestro y capellán mayor… cuando en el futuro el niño lo necesitase. Nombramos solo a los más importantes servidores, a los que tuvieron gran influencia en la vida del infante, pues la Casa del Infante contaba con más de noventa personas a su servicio para su atención y ceremonial, pero ninguno de ellos tenía la importancia de los Guzmanes los cuales, en términos generales fueron fieles al infante, a sus intereses y, por qué no decirlo, también a los suyos propios si se presentaba la ocasión.
Al niño nacido el 10 de marzo del año de 1503 en el palacio arzobispal de Alcalá de Henares, se le puso de nombre Fernando (luego Fernando I del Sacro Imperio) en honor a su abuelo, el Rey Católico, y fuese por esta o por alguna otra razón, fue siempre el nieto favorito de Fernando de Aragón. Este se preocupó de su educación, que fue totalmente a la española. En todo caso, recibió la influencia española desde sus primeros momentos, ya que sus amas de cría, quienes lo amamantaron, fueron Catalina de Hermosilla y Francisca de Orozco y estas lo atendieron y alimentaron como madres sustitutas hasta que pudo recibir otros alimentos.
De niño, Fernando, según atestigua fray Prudencio de Sandoval en su libro Historia de la Vida y Hechos del Emperador Carlos V: «… era de linda y graciosa disposición, su cuerpo derecho y bien sacado, los cabellos rubios, muchos y muy bien dispuestos, la boca grosezuela, el semblante agradable… Según otros era niño ingenioso, agudo, muy sufrido, amigo de la caza, gustaba de los trabajos manuales, valiente… en todo: el gesto y el andar era el retrato de su abuelo don Fernando, que por eso lo amó tanto…».
Fray Álvarez de Osorio nos dice: «Parecía en todas cosas así en la condición, en el gesto y como en el andar y en todas las otras cosas al rey don Fernando su abuelo. Era naturalmente inclinado a cosas de artificio como de pintar y esculpir y sobre todo a fundir cosas de metal y a hacer tiros de pólvora y tirar con ellos. Holgaba de oír crónicas y cuentos y de todo se acordaba (…) decía algunos dichos así siendo niño de cinco hasta nueve o diez años tan agudos, tan discretos que todos se maravillaban».
De su abuelo aprendió a amar el aire libre, el ejercicio y el deporte de la caza; su primer idioma, materno en este caso, fue siempre el español, a diferencia de Carlos que no conocía el idioma cuando se presentó a reclamar su herencia como rey de España y de sus dominios.
El latinista Lucio Marineo Sículo, profesor de la Universidad de Salamanca durante doce años, había sido llamado a la corte de los Reyes Católicos en 1497 como preceptor y maestro de los hijos de los reyes y de los jóvenes de la corte, tales como los de la familia Guzmán, Vázquez de Arévalo y otros, no es pues demasiado aventurado pensar que se aprovecharía la estancia del humanista también como preceptor y maestro de nuestro don Fernando. Otro maestro de los jóvenes nobles era Pedro Mártir de Anglería a quien también favorecieron los reyes, la reina Isabel le encomendó la educación de su sobrino, Juan de Portugal, duque de Braganza, a quien Pedro Mártir educó en las ciencias del humanismo y «en latines»; también fueron alumnos suyos Pedro Girón, Conde Cabra; Luis Hurtado de Mendoza; y, sin que hayamos hallado documentos que lo afirmen taxativamente, suponemos que tan importante alumno no sería privado de las enseñanzas que se impartían a otros nobles de menos categoría que el nieto de los reyes. En cuanto a la gramática, sí sabemos seguro que en todos los casos se usó siempre la de Nebrija, tanto para los infantes como para los nobles educados a la sombra de la corte.
Como quiera que sea, además del español y el latín, el infante hablaba otros cinco idiomas, señal segura de su aplicación en los estudios. Sabemos también que acudió a la Universidad de Alcalá, aunque no podemos decir por cuanto tiempo.