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Lucía Bort Lorenzo

José Luis Calva Zepeda,

¿el Poeta Caníbal?

Análisis criminológico de un homicida serial

Primera Edición, marzo 2019

© Autora:
Lucía Bort Lorenzo

ISBN: 978-84-17614-35-5

Depósito Legal: V-958-2019

© Edita:

OBRAPROPIA, S.L.

Calle Centelles, 9

46006 VALENCIA

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Dedicatoria

A mi padre, por acompañarme en esta aventura y enseñarme un país como México; a mi madre, por escucharme durante horas y ser paciente conmigo y, a mi hermano, simplemente por estar a mi lado siempre y por hacerme sentir orgullosa de él. Gracias.

A mis “iaios”, por cuidarme cada día y ser mi ejemplo a seguir.

A mi abuelo Martín, por confiar en mí y hacer que esto haya sido posible.

A Terrón y Sira, aunque ellos no lo saben, por estar a mi lado en cada letra que he plasmado aquí.

Y, como no podía ser de otra manera, a Rubén, mi compañero y mejor amigo, por verme con los ojos con los que me ve.

Prólogos

No es fácil hablar de asesinos en serie, y mucho menos hacerlo sin pecar de morboso. Hablar de estos homicidas múltiples secuenciales es hablar de la maldad en estado puro, de esa maldad que tiene nombre, rostro; es hablar de esas víctimas que va cosechando con la intención última de cumplir y satisfacer sus fantasías. En esta obra, Lucía desgrana de una manera magistral la “vida y obra” de uno de los asesinos más terribles de México. Sus crímenes han estado investigados por los medios de comunicación que han estado a su alcance, pero ella ha ido un poco más allá…Las cuestiones que plantea, el perfil que describe y las conclusiones a las que llega, son fruto del gran conocimiento, no sólo de este asesino, sino del entramado criminal que se forja a paso lento en la mente de un criminal.

La prensa, en muchas ocasiones, en su afán de mostrar ese sensacionalismo que tanto beneficio reporta, busca titulares que hagan a los lectores querer saber quién es ese monstruo. Quieren saberlo todo, pero sobre todo, quieren saber el porqué, aunque en este caso, y no sería la primera vez, el hecho de bautizar al asesino con un nombre atroz que se asocie a su crueldad y a sus crímenes, no se acerca del todo a la realidad. Desde el inicio del sensacionalismo en la prensa de sucesos, parece que es más importante vender periódicos que respetar a las víctimas o que decir con solo dos palabras quienes son estos sujetos: depredadores sociales.

Tenéis en vuestras manos un ensayo de investigación que no os dejará indiferentes, no sólo por los brutales crímenes cometidos por José Luis Calva Zepeda, sino porque la investigación de la autora despejará dudas, sin basarse en hipótesis, sino en los hechos que realmente ocurren.

Como he dicho, mirar en el interior de un depredador, de un cazador de personas, hace que te plantees el porqué, cuál es el origen de esta crueldad, etc. Quizás, la respuesta sea tan sencilla como darnos cuenta de que es la falta de empatía la que la alimenta.

Seres incompletos, seres que les falta la capacidad de ver a los demás como personas y no como presas.

Paz Velasco De La Fuente

Criminóloga y escritora

Es una paradoja que los muertos ayuden a sostener la vida: animales y plantas muertos son el nutriente de sus pares vivientes. Morir implica ser comido, asimilado, absorbido; para vivir hay que comer y para comer hay que vivir. En un sentido simbólico y cultural, pero sobre todo biológico, los vivos se alimentan de los muertos.

En el caso de México, la antropofagia es parte fundamental de su cultura. Desde la época prehispánica, los dioses mexicas que eran adorados en Tenochtitlán exigían sacrificios humanos para que el sol continuara su labor. Tras sacarle el corazón a los elegidos con una daga de obsidiana o pedernal, sus músculos cardíacos eran arrojados a través de la boca abierta de un enorme ídolo de piedra, en cuyo interior ardía el fuego. El rito se celebraba en la punta de una pirámide y el resto del cadáver se arrojaba por las escalinatas laterales, para que los cientos de asistentes pudieran devorarlo. Cada parte del cuerpo otorgaba virtudes o dones a quien se lo comía, según los talentos del sacrificado.

Un mito fundacional prehispánico afirmaba que los hombres fueron creados de ceniza o de maíz. De esta manera, comer productos elaborados con maíz era un acto de antropofagia simbólica. Enterrar un cadáver era la manera en que la tierra comía. La fosa abierta era una boca de la tierra que se debía nutrir, una boca que se alimentaba de cadáveres. Como alimento simbólico, la tortilla imita al petate en el que se envuelve a los muertos y su contenido es el cadáver. Igual sucede con los tamales, cuya hoja es la mortaja que acoge al difunto. De esta vinculación entre la muerte y la existencia mantenida por la alimentación, se originó el llamado confuerzo, la costumbre de ofrecer viandas durante o después de un funeral, como una manera de reafirmar la vida y alejar a la muerte mediante la comida, que nutre y prolonga el vivir.

Tras la Conquista, la Nueva España asumió el canibalismo religioso cristiano. Los católicos toman la hostia afirmando que es el cuerpo de Cristo y que el vino es su sangre, así que parte fundamental del ritual de la misa es comer y beber del supuesto cuerpo de Jesús: la llamada transmutación, ocurrida en una ceremonia de antropofagia simulada. Estos sangrientos rituales pervivieron en tradiciones sincréticas. A principios del mes de noviembre, en México se celebra el Día de los Muertos. En estas fechas se comercializa el Pan de Muerto, manjar de temporada. Cocinado sólo en estas fechas, en su nombre hay un doble significado: es el pan que se ofrece a las almas de los difuntos (pan para los muertos), pero también representa la carne y los huesos de los cadáveres (pan hecho de muertos). Otro alimento mortuorio son las Calaveras de Azúcar o Calaveras de Alfeñique, dulces que tienen forma de un cráneo humano. En la frente ostentan un nombre propio y se le regalan a alguien que tenga ese mismo nombre. Comerse un cráneo que ostenta el propio nombre, es un canibalismo simbólico donde uno es, al mismo tiempo, el alimento y el comensal. Es la forma de devorarse a sí mismo, de ser uroboros humano, de consumirse y desaparecer en un ritual imposible, de alimentar la vida propia con la propia vida. Quizás por eso, hasta la fecha, los narcotraficantes mexicanos mezclan en una pipa cocaína y cenizas de una víctima incinerada, para “fumarse al muerto”: una manera de desaparecer todo rastro de los enemigos, consumirlos y volverlos humo, asimilándolos al mismo tiempo.

El crimen en México no queda exento de las aficiones culinarias, aunque hay menos casos de los que cabría esperar. Los más conocidos son apenas un puñado. A principios del siglo XX se dio el caso de Juana Rodríguez y Rafaela Fragoso, “Las Mordelonas”, quienes masticaron las mejillas de los niños María Ortiz y Dionisio Silva, mientras paseaban por la Alameda. Fue el periódico de Nota Roja llamado Alarma! el que dio a conocer, en 1964, el caso de las hermanas Valenzuela, más conocidas como “Las Poquianchis”, cuatro mujeres que se dedicaban a la trata de blancas y eran dueñas de prostíbulos. Violaban, maltrataban y torturaban a las chicas que secuestraban, y cuando cumplían veinticinco años, las asesinaban de manera cruel. Después utilizaban su carne y vísceras para preparar comida, que vendían a sus clientes. También la vendían en el mercado local, asegurando que era carne de cerdo. En 1971, en plena Ciudad de México, el periódico La Prensa narró la historia de María Trinidad Ruiz Mares, “La Tamalera de la Portales”, una anciana indígena otomí que era maltratada constantemente por su esposo. Harta de la violencia doméstica que la lastimaba y amenazaba a sus hijos, lo mató y descuartizó con un hacha. Puso a hervir su cabeza en una olla y con la carne relleno los tamales que acostumbraba a vender. Mucha gente devoró aquel platillo sin sospechar que se estaban comiendo al esposo de la cocinera. En 2004, en el estado de Quintana Roo, Gumaro de Dios Arias mató y devoró a un soldado llamado Raúl González, que era su amigo y amante. Ya en prisión, se arrancó una oreja para comérsela. Uno de los casos más estremecedores ocurrió en 2018, en el estado de México. Patricia Martínez Bernal y Juan Carlos Hernández Bejar, “Los Monstruos de Ecatepec”, fueron la primera pareja caníbal de la historia mexicana. Mataron, según su declaración, a veinte mujeres, a las que luego descuartizaron, empaquetaron, cocinaron y se comieron. También alimentaban a sus hijos con la carne de las víctimas. Fueron arrestados en plena calle cuando llevaban un torso de mujer en una carriola para bebé.

Sin duda, el caso que retoma este apasionante libro, fruto de los esfuerzos de Lucía Bort, es uno de los más fascinantes y del que más información puede encontrarse. Ocurrido en la capital mexicana, la historia de José Luis Calva Zepeda, más conocido como “El Caníbal de la Guerrero”, ocupó las primeras planas de los periódicos entre octubre y diciembre de 2007. El caso contiene todo: drogas, rituales satánicos, sexo, traumas infantiles, cine de terror, antropofagia, una persecución policíaca, un asesino que se creía escritor y, por supuesto, un sospechoso suicidio. Se han escrito un par de libros al respecto, algunos de los involucrados en el caso han concedido entrevistas o preparan tomos con sus historias, las cadenas de televisión han lanzado documentales y programas sensacionalistas. Pero pocos han intentado un enfoque serio sobre lo sucedido, un análisis criminológico que indague en la psique y la conducta de un homicida obsesionado con el canibalismo, que recorría la Ciudad de México seduciendo a madres solteras para convertirlas en sus amantes y después comérselas.

Lucía Bort va más allá. Su libro es, primero, una exploración de los medios de información mexicanos, de la fascinación necrófila que ha alimentado el morbo de los lectores de periódicos durante varias décadas. Después, la manera en que el caso de Calva Zepeda se reflejó en las páginas de varias publicaciones y el tratamiento que recibió. Para reconstruir esta etapa, Lucía ha viajado a México, visitado los sitios donde ocurrieron los hechos, hablado con personas relacionadas con el caso y comprendido el contexto de un país obsesionado con la muerte, sobre todo con la muerte violenta. El resultado es este espléndido estudio sobre la manera en que se acomete esa otra forma de canibalismo, que es la explotación realizada por los medios de todos los casos que implican violencia, donde se mezclan el amarillismo, el sensacionalismo, el gusto insano por lo grotesco, y el hambre eterna de una sociedad que, a través de los siglos, nunca ha cesado de extraer corazones y devorar cadáveres.

Carlos Manuel Cruz Meza

Escritor

Nubes dormidas y un caminar largo y pesado deambulaba un humano sin humanidad, carente de vida en su mirada, un habitante obscuro, un poeta maldito, en búsqueda de carne trémula. Es la vida de José Luis Calva Zepeda, un viaje al vientre del demonio mismo, una biografía alucinante escrita por Lucía Bort, criminóloga comprometida con la verdad en todos sus colores, abordada magistralmente con un único compromiso, el de describir y descubrir, el de investigar y revisar.

¿Quién fue José Luis Calva Zepeda? ¿De qué manera conocer sin comprender una personalidad criminal tan monstruosa como la del “poeta caníbal”? Así, es conocer sin comprender, porque resulta para nosotros, los “otros”, un conjunto de actos criminales sin razón en el corazón, enamorar y devorar. Una verdadera tesis de la antítesis humana. Los análisis desprendidos de la inquieta mente de Lucía son determinantes. Agradezco esta obra a mi gran amiga y colega, que abre una visión profesional del crimen, sin esas letras rojas del periodismo desinformante y deformante. Agradezco esta obra por el encuadre criminológico acertado, sin demonologías o mitos.

El canibalismo es considerado como la peor ofensa al género humano. Engendra un severo malestar en la cultura y nos hace reflexionar en ese eterno ciclo de la construcción y destrucción de la creación, la transubstanciación, el hombre Dios hasta el vulgar acto de comer a un igual.

Lucía encuentra y se adentra en la mente criminal más retorcida, ya que el caníbal convierte el acto de comer en un erotismo de la absorción, encadenado a su espíritu cada cuerpo del que mata, mutila y devora.

Razón y palabra, profundo análisis en este ensayo de mi gran amiga y colega Lucía Bort.

Bon profit!

Juan Carlos Quirarte

Perito en la sección de homicidios de la PGR

Los animales salvajes nunca matan por deporte, el hombre es el único para quien la tortura y la muerte del prójimo son divertidas en sí mismas.

James Anthony Froude