cvr

CURSO DE FORMACIÓN
TEOLÓGICA EVANGÉLICA

La Iglesia,
Cuerpo de Cristo

F. Lacueva

titlepage

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA

E-mail: clie@clie.es

Internet: http://www.clie.es

LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO

© 1973 por Editorial Clie

ISBN: 978-84-7228-091-5

eISBN: 978-84-8267-749-1

Clasifíquese:

460 ECLESIOLOGÍA:

Concepto de la Iglesia

CTC: 01-06-0460-01

INDICE DE MATERIAS

INTRODUCCION

PRIMERA PARTE: NATURALEZA DE LA IGLESIA

Lección 1.ªNoción de la Iglesia. 1. Etimología de la palabra «iglesia». 2. El nuevo «qahal». 3. Diferencias entre el «qahal» judío y la «ekklesía» cristiana. 4. Acepciones novotestamentarias del término «iglesia». 5. Noción bíblica de «Iglesia». 6. Iglesia y Reino de Dios

Lección 2.ªConcepto de Iglesia: (I) Lo que no es la Iglesia. 1. La Iglesia no es un templo material. 2. La Iglesia no es tampoco una «confesión de fe». 3. La Iglesia no es una «denominación»

Lección 3.ªConcepto bíblico de Iglesia: (II) Lo que es la Iglesia. 1. La iglesia es un grupo de personas. 2. Estas personas son añadidas por Dios a la Iglesia. 3. Estas personas viven su nueva vida comunitariamente. 4. Con un programa bien definido

Lección 4.ªDefinición de Iglesia. 1. Dificultad de una definición exacta. 2. Dos tipos de definición de Iglesia. 3. Definición católico-romana de Iglesia. 4. Diversos aspectos dentro del concepto de Iglesia: A) Iglesia invisible e iglesia visible. B) Iglesia-organismo e iglesia-organización. C) Iglesia militante e iglesia triunfante

SEGUNDA PARTE: FUNDACION DE LA IGLESIA

Lección 5.ªEl Fundador de la Iglesia. 1. La Iglesia es una sociedad de fundación divina. 2. El Padre elige y llama. 3. El Hijo redime. 4. El Espíritu regenera y abre la puerta. 5. Diferencias entre la fundación de la Iglesia y la de otras sociedades

Lección 6.ªEl fundamento de la Iglesia. 1. Cristo es la piedra angular de la Iglesia. 2. Interpretación católico-romana de Mateo 16:18. 3. Correcta interpretación de Mateo 16:18-19

Lección 7.ª¿Cuándo fundó Cristo Su Iglesia? 1. La pre-Iglesia. 2. Fundación de la Iglesia de Cristo. 3. Inauguración oficial de la Iglesia

Lección 8.ªCómo fundó Cristo Su Iglesia (I). 1. Como una planta. 2. Como un edificio

Lección 9.ªCómo fundó Cristo Su Iglesia (II). 3. Como un cuerpo. 4. Como una novia o esposa. 5. Como un rebaño

Lección 10.ªCómo se reconoce a la verdadera Iglesia de Jesucristo. 1. Las verdaderas notas de la Iglesia. 2. Método para reconocer a la verdadera Iglesia. 3. Las desviaciones. 4. Puntos vitales y detalles secundarios

Lección 11.ªObjetivos de la Iglesia. 1. La gran comisión. 2. La Iglesia, colaboradora de Dios. 3. Primer objetivo de la Iglesia: mantener una antorcha. 4. Segundo objetivo de la Iglesia: alimentar una vida. 5. Tercer objetivo de la Iglesia: la multiplicación de la vida

TERCERA PARTE: LA MEMBRESIA EN LA IGLESIA

Lección 12.ªConcepto de membresía. 1. Concepto católico-romano de membresía. 2. Concepto bíblico de membresía

Lección 13.ªEl hecho de la membresía (I). 1. Antecedentes corporativos. 2. «Somos un cuerpo en Cristo» (Romanos 12:5). 3. Co-miembros. 4. Relación de los miembros con la Cabeza. 5. Relación de los miembros entre sí.

Lección 14.ªEl hecho de la membresía (II). 6. ¿Qué constituye a la iglesia en «cuerpo de Cristo»?

Lección 15.ªNombres de los miembros. 1. Discípulos de Jesucristo. 2. Cristianos. 3. Hermanos. 4. Santos. 5. Hijos de Dios. 6. Creyentes o fieles. 7. Otros nombres y cualificaciones menos usuales: A) Servidores de Dios. B) «Conciudadanos de los santos». C) «Los salvos». D) «Neófitos»

Lección 16.ªCualidades de los miembros (I). 1. Regenerado. 2. Asiduo a los cultos. 3. Activo. 4. Consecuente. 5. Estudioso de la Biblia. 6. Orante

Lección 17.ªCualidades de los miembros (II). 7. Dador generoso. 8. Ferviente. 9. Ganador de almas

Lección 18.ªCómo se obtiene la membresía (I). 1. Dos clases de membresía. 2. Entrada en la Iglesia trascendente. 3. Entrada en la iglesia local: A) Importancia de obtener la membresía en una iglesia local. B) Cómo se obtiene la membresía en la iglesia local

Lección 19.ªCómo se obtiene la membresía (II). 4. Inclusividad y exclusividad de la Iglesia. 5. Transferencia de membresía

CUARTA PARTE: LAS AUTORIDADES DE LA IGLESIA

Lección 20.ªLa única norma de la Iglesia (I). 1. Noción de autoridad. 2. La Palabra de Dios y la Iglesia. 3. La Santa Biblia, mensaje de salvación

Lección 21.ªLa única norma de la Iglesia (II). 4. «La fe dada una vez a los santos». 5. El mensaje diferencial del Cristianismo

Lección 22.ªJesucristo, Señor de la Iglesia (I): 1. Jesucristo, único Señor y Rey de la Iglesia.

Lección 23.ªJesucristo, Señor de la Iglesia (II). 2. Jesucristo, único Gobernador de la Iglesia. 3. Jesucristo, único Salvador y Juez de la Iglesia

Lección 24.ªEl Espíritu Santo y la Iglesia (I). 1. La Persona del Espíritu Santo. 2. El Espíritu Santo y la vida espiritual de la Iglesia

Lección 25.ªEl Espíritu Santo y la Iglesia (II). 3. El Espíritu Santo y la actividad de la Iglesia. 4. El Espíritu Santo y la comunión eclesial

Lección 26.ªEl Espíritu Santo y la Iglesia (III). 5. El Espíritu Santo y los dones en la Iglesia: A) El Espíritu Santo, Supremo Don. B) El Espíritu Santo y los dones. C) Carismas ordinarios y extraordinarios. D) El don de lenguas. E) El carisma de interpretación de la Escritura

QUINTA PARTE: EL MINISTERIO EN LA IGLESIA

Lección 27.ªConcepto de ministerio. 1. Noción de ministerio. 2. Uso bíblico del término «ministro». 3. Ministerios y oficios. 4. Ministerio común y ministerio específico. 5. Conceptos de ministerio en la Iglesia de Roma. 6. Ministerios ordinarios y extraordinarios. 7. Ministerios localizados y ministerios no localizados.

Lección 28.ªEl ministerio profético. 1. El ministerio profético en la Iglesia. 2. El ministerio de edificación. A) Apóstoles; B) Profetas; C) Evangelistas; D) Pastores y Maestros.

Lección 29.ªEl ministerio cultual. 1. El culto cristiano. 2. El orden en el culto. 3. ¿Sacrificio cultual?

Lección 30.ªEl ministerio regio o real. 1. El oficio de gobernar. 2. Origen y autoridad de los oficios. 3. Variedad de gobierno en la época apostólica. 4. Variedad de gobierno en la época actual

Lección 31.ªLos poderes de la Iglesia. 1. Qué poderes competen a la Iglesia. 2. Naturaleza, división y límites del poder eclesial. 3. ¿Puede admitirse en la iglesia un primado universal?

Lección 32.ªLos oficiales de la Iglesia. 1. Supervisores, ancianos, pastores o conductores. 2. Diáconos. 3. Diaconisas y viudas. 4. La imposición de manos

Lección 33.ªLa disciplina en la Iglesia. 1. Necesidad de la disciplina. 2. Clases de disciplina. 3. «Excomunión» y reconciliación. 4. ¿Quién tiene que aplicar la disciplina. 5. Razones de una buena disciplina

SEXTA PARTE: LAS DIMENSIONES DE LA IGLESIA

Lección 34.ªConcepto de unidad. 1. Introducción. 2. Noción de unidad. 3. Historia de la unidad

Lección 35.ªCaracterísticas de la unidad eclesial. 1. Profundidad de la unidad de la Iglesia. 2. Unidad visible de la Iglesia. 3. Amplitud y riqueza de la unidad de la Iglesia

Lección 36.ªUnión y separación. 1. La división denominacional. 2. El Movimiento Ecuménico. 3. Las relaciones intereclesiales. 4. El problema de la separación

Lección 37.ªLa santidad de la Iglesia. 1. Lo «santo» y lo «profano». 2. El Pueblo santo de Dios. 3. La Iglesia santa y pecadora. 4. «Ecclesia semper reformanda»

Lección 38.ªLa catolicidad de la Iglesia. 1. La «Católica». 2. Catolicidad externa e interna. 3. Evolución del concepto de catolicidad. 4. Concepto Reformado de catolicidad. 5. ¿Es la catolicidad un concepto totalmente novotestamentario? 6. Ontogénesis de la catolicidad.

Lección 39.ªConsecuencias prácticas de la catolicidad de la Iglesia. 1. La Iglesia Universal es supranacional. 2. La Iglesia es independiente en su misión. 3. La Iglesia ha de evitar el espíritu de secta. 4. La Iglesia ha de mantener en Jesucristo su unidad esencial

Lección 40.ªLa apostolicidad de la Iglesia. 1. Concepto de apostolicidad. 2. La sucesión apostólica. 3. La apostolicidad del mensaje

Lección 41.ªEl apostolado y la misión de la Iglesia. 1. La tarea apostólica. 2. El «Enviado» de Dios. 3. ¿Quiénes son apóstoles? 4. Concepto de misionero. 5. Cualidades del misionero: A) Hombre de oración; B) Amor a Cristo y a los hombres; C) Objeto de un llamamiento especial; D) Competencia

Lección 42.ªPrincipios misioneros. 1. Toda la iglesia está comprometida en la obra misionera. 2. La razón de ser de las Asociaciones Misioneras. 3. El espíritu misionero es inherente al «nuevo nacimiento». 4. Necesidad de «ir». 5. El ejemplo de Antioquía

Lección 43.ªMétodos misioneros. 1. La unidad oficial y responsable era la iglesia local. 2. Los misioneros, en cuanto sabemos, estaban bajo el control de la iglesia. 3. Había también quienes trabajaban en la obra misionera sin salario. 4. ¿Qué método se seguía para fundar y sostener las iglesias en su labor misionera? 5. Métodos de captación

Lección 44.ªMisión e iglesia local. 1. El misionero y la iglesia local. 2. Papel básico de la iglesia local en la tarea misionera. 3. Evangelismo e iglesia local

SEPTIMA PARTE: LAS ORDENANZAS DE LA IGLESIA

Lección 45.ªConcepto de ordenanza. 1. Los medios de gracia. 2. ¿Sacramento u ordenanza? 3. Símbolo, rito y ordenanza. 4. Número de las ordenanzas. 5. Eficacia de los sacramentos u ordenanzas

Lección 46.ªNaturaleza y sujeto del bautismo cristiano. 1. Noción. 2. Institución. 3. Fórmula de administración. 4. Simbolismo. 5. Sujeto del bautismo

Lección 47.ªModo y necesidad del bautismo. 1. El modo de bautizar. 2. Necesidad del bautismo. 3. Suficiencia del bautismo de agua

Lección 48.ªInstitución de la Cena del Señor. 1. Institución de esta ordenanza. 2. Su observancia en la Iglesia primitiva. 3. Nombres dados a esta ordenanza: A) Cena o Mesa del Señor; B) Partimiento del pan; C) Comunión. 4. Nombres introducidos posteriormente: A’) Eucaristía; B’) Misa. 5. ¿Quiénes deben ser admitidos a la Cena del Señor?

Lección 49.ªContenido de la Cena del Señor. 1. Punto de vista católico-romano. 2. El punto de vista luterano. 3. La doctrina de Calvino. 4. El punto de vista de Zuinglio

Lección 50.ªSignificado de la Cena del Señor. 1. ¿Recuerdo o memorial? 2. El sello de un pacto. 3. Un banquete festivo. 4. Comunión fraternal

OCTAVA PARTE: LA IGLESIA EN EL MUNDO

Lección 51.ªLa segregación de la Iglesia. 1. Segregados. 2. Concepto de «mundo». 3. Mundanidad y purificación

Lección 52.ªIndependencia de la Iglesia. 1. La doble ciudadanía. 2. Una mezcla funesta. 3. Independencia de la Iglesia. 4. La libertad religiosa

Lección 53.ªEl compromiso del cristiano. 1. El cristiano y la verdad. 2. El cristiano y la justicia. 3. El compromiso temporal

APENDICE: La Iglesia hoy: Situación, causas y remedios

BIBLIOGRAFIA

INTRODUCCION

Si el caballo de batalla de la lucha teológica, en el siglo XVI, entre la Reforma y Trento, fue el tema de la justificación por la fe sola, que fue justamente señalado por los grandes Reformadores como el «articulus stantis et cadentis Ecclesiae», hoy el caballo de batalla es, sin duda, la naturaleza misma de la Iglesia, de modo que el concepto correcto, es decir, bíblico, de Iglesia y del ministerio en la misma viene a ser indispensable para entender adecuadamente el hecho y el alcance de nuestra membresía en el Cuerpo de Cristo y el punto álgido en el debate ecuménico.

«Estamos en el siglo de la Iglesia» —ha dicho con razón O. Dibelius—.1 En las cuatro décadas que van de 1925 a 1965, se ha hablado y escrito acerca de la Iglesia más que en los cuatro siglos que van desde la Reforma hasta 1925.

Este hecho implica que el tema de la Iglesia ha llegado a adquirir en nuestros días una suprema importancia en el plano ecuménico. Todas las grandes confesiones que se precian del nombre de «cristianas», se están poniendo rápidamente de acuerdo en materias tan importantes como la justificación por la fe,2 la soberanía de la gracia de Dios, la autoridad suprema de las Sagradas Escrituras, el sacerdocio común de los fieles, etc., pero el concepto de «Iglesia» sigue constituyendo la gran barrera entre Roma y la Reforma. Ya en 1948 decía W. A. Wisser’t Hooft, entonces Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias: «Si existiera una eclesiología aceptable para todos, el problema ecuménico estaría resuelto3 En efecto, el día en que nos pongamos de acuerdo acerca del concepto de Iglesia y, sobre todo, acerca del concepto de ministerio en la Iglesia, y del alcance y función del carisma correspondiente, la unidad de los cristianos será una realidad visible.

No cabe duda de que, a la sobreestimación de la institución eclesial por parte de la Iglesia de Roma, sucedió la subestimación protestante de la iglesia visible y el énfasis puesto en la salvación individual. Es curioso constatar, sin embargo, como nos lo hacía notar V. Fábrega,4 que, a pesar del absolutismo institucional que en la Contrarreforma provocó la relativización individualista de la Iglesia, llevada a cabo por la Reforma, con todo, Ignacio de Loyola enfatizó el aspecto individual de la salvación, aunque en las reglas de discernimiento de espíritus se muestra tan reaccionario y absolutista como Trento. Y P. Fannon5 no duda en escribir: «Desde la Contra-Reforma se ha desarrollado entre nosotros una eclesiología burocrática, en oposición a las nociones de Iglesia del Nuevo Testamento y de los Padres, que eran más profundas y más realistas.»

El Concilio Vaticano II dio, en nuestra opinión, como suele decirse, «una de cal y otra de arena». Muchas de sus expresiones, como «pueblo santo de Dios»,6 y una «Iglesia que encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación»,7 podrían parecer salidas de la pluma de Calvino, pero el énfasis en la institución jerárquica y el carisma de la infalibilidad nos convencen de que el «clima» oficial no ha variado respecto al punto álgido del debate ecuménico. Digo «oficial» porque es preciso reconocer el mérito que suponen los esfuerzos hechos por muchas de las llamadas «comunidades de base» en tomar conciencia del papel y responsabilidad que competen a cada miembro de iglesia, así como del lugar y función de la iglesia local, como verdadera «comunidad de creyentes». Dice así Manuel Useros:

«El misterio escondido del pueblo de Dios en la tierra se manifiesta en la realidad concreta de la existencia personal, cuando surge y se desarrolla la comunidad de creyentes. Es ésta el espacio donde la verdad cristiana se hace opción transformadora, conversión, confesión de fe y compromiso, donde los sacramentos se hacen celebración, donde los imperativos evangélicos se hacen testimonio de vida, donde la comunión en Cristo se hace fraternidad y servicio; es la comunidad cristiana el espacio donde realmente la obra de salvación se hace historia.»8

Esto no quiere decir que los obstáculos para un mejor conocimiento de la íntima naturaleza de la Iglesia de Cristo hayan desaparecido en nuestros días. Hoy más que nunca se puede hablar de «crisis de la Iglesia», puesto que, junto a un grupo minoritario que se esfuerza en repensar y reformar la Iglesia de acuerdo con el Nuevo Testamento, tomado como infalible Palabra de Dios, el Modernismo bíblico y el Humanismo existencialista9 están adulterando el mensaje de Dios y el concepto escritural de Iglesia en círculos cada día más extensos de las grandes confesiones llamadas «cristianas», sin excluir a ninguna. El liberalismo en exégesis, el existencialismo en la cultura, y el excesivo «compromiso social» de casi todos los grupos progresistas de la «Nueva Catolicidad» nos obligan a mirar con recelo los anhelos, en los que no dudamos que el Espíritu de Dios tiene Su parte, de muchos individuos y grupos que, deseando vivamente una verdadera reforma de su Iglesia, no aciertan a comprender el fallo fundamental del sistema.

Con todo lo que llevamos escrito, no queremos insinuar que la suprema importancia del tema de la Iglesia radique en su actualidad como tema de estudio o de debate ecuménico. Su importancia deriva primordialmente de la propia voluntad del Señor, así como de nuestra misma condición de creyentes, salvos para la gloria de Dios.

Por el Nuevo Testamento, está claro que Jesucristo tuvo interés en fundar Su Iglesia (Mat. 16:18), que la amó y Se entregó a la muerte por ella (Ef. 5:25). El coste del precio que pagó para rescatarla nos da idea del valor que la Iglesia tenía a Sus ojos. Cristo murió para reunir en uno los dispersos hijos de Dios (Jn. 11:52). Este único Cuerpo de creyentes redimidos que es la Iglesia, ha sido elegido para ser en la tierra «columna y baluarte de la verdad» (1.ª Tim. 3:15), para proyectar esa verdad salvadora hacia el mundo entero (Mat. 28:19), e incluso para darla a conocer «a los principados y potestades en los lugares celestiales» (Ef. 3:10).

El lugar que la Iglesia ocupa en el Nuevo Testamento es muy importante: el Libro de Hechos es un recuento de fundaciones de iglesias tras el impresionante descenso del Espíritu en Pentecostés; a las iglesias son predominantemente dirigidas las Epístolas apostólicas (mención especial merece la 1.ª de Pablo a los corintios); la Epístola a los fieles de Efeso viene a ser como un resumen de «Teología de la Iglesia»; y es a las siete iglesias del Asia Menor a las que el Espíritu dirige, en el Apocalipsis, la revelación de los planes de Dios para el futuro, junto con Sus promesas, alabanzas y reprensiones.

Por lo que toca a nosotros, los miembros de la Iglesia, recordemos que por la Iglesia nos ha sido transmitido el Evangelio;10 una vez nacidos de nuevo, por el mensaje de la Iglesia y el poder del Espíritu, la Iglesia nos ha nutrido, educado, corregido y hecho crecer (cf. Ef. 4:11a). Dentro de la Iglesia, hemos hallado las oportunidades de comportarnos cristianamente y de extender el radio de acción de nuestro ministerio y de nuestro testimonio.

Si se ha dicho bien que «los hombres no son islas», con mayor razón hay que recalcar que un cristiano solitario no puede existir; incluso viene a ser una contradicción en sus propios términos. El Nuevo Testamento desconoce un cristianismo individualista. Tan pronto como alguien nace de nuevo y cree en el Señor, Dios lo añade a la Iglesia (Hech. 2:41, 47), es decir, a la «comunidad de los creyentes o cristianos».11 «Estar en Cristo» y «estar en la Iglesia» son fórmulas que se implican mutuamente, porque el ser miembro de Cristo comporta el ser co-miembro de los demás miembros del mismo Cuerpo.

En cuanto al método para una correcta Eclesiología, una genuina investigación no puede comenzar por «considerar la Iglesia según existe ahora» y tratar luego de modificar, o mejorar, sus estructuras; ni siquiera es correcto el remontarse a los tiempos de la Reforma, lo cual equivaldría a depender de una tradición humana, sino que es preciso volver decididamente a un estudio sereno, profundo y sincero del Nuevo Testamento y estar todos dispuestos a empezar desde allí.12

Para comodidad del lector estudioso, dividiremos este Tratado sobre la Iglesia en ocho partes: 1) Naturaleza de la Iglesia; 2) Fundación de la Iglesia; 3) Membresía; 4) La autoridad en la Iglesia; 5) El ministerio en la Iglesia; 6) Notas y dimensiones de la Iglesia; 7) Las Ordenanzas o Sacramentos de la Iglesia; 8) La Iglesia en el mundo. Añadiremos un breve apéndice sobre «La Iglesia hoy: su situación, causas y remedios».

Estamos abiertos al diálogo y a toda crítica constructiva. No hay obra humana perfecta; si la Iglesia, aun teniendo un fundamento divino, es imperfecta por lo que afecta a sus miembros, hombres siempre imperfectos, ¡cuál no será la imperfección de todo libro que se atreva a desvelar el «misterio» que es la Iglesia de Cristo! Sin embargo, estamos convencidos de que el empeño en estudiar con oración y sinceridad, desde las páginas del Texto Sagrado, todo lo que acerca de este «misterio» se nos ha revelado, obtendrá como fruto un enriquecimiento espiritual de nuestras almas y un paso más en el peregrinaje hacia la culminación de la unidad (cf. Ef. 4:13), que es la meta del «varón perfecto».

Mi gratitud a cuantos, con sus preguntas y sugerencias, me han ayudado en esta tarea (difícil, pero no ingrata), especialmente al escritor evangélico D. José Grau y a la «Misión Evangélica Bautista en España», bajo cuyos auspicios se publican los volúmenes de este CURSO DE FORMACION TEOLOGICA EVANGELICA.

line

1. Citado por A. Kuen, Je bâtirai mon Eglise, p. 13.

2. V. el libro, ya famoso, de H. Küng. Rechtfertigung (Justificación), que en la década del 60 causó un impacto formidable en los círculos teológicos, tanto católicos como protestantes. También P. Fannon, La faz cambiante de la Teología, pp. 53-56.

3. Citado en la revista Concilium, abril de 1970, p. 15, nota 9.

4. En un cursillo sobre Aspectos eclesiológicos en el Libro de Hechos, dado en el otoño de 1970 en la Facultad de Teología «San Francisco de Borja» de San Cugat del Vallés (Barcelona).

5. O. c., p. 57.

6. Constitución Dogmática sobre la Iglesia, passim.

7. Id., punto 8.

8. Cristianos en comunidad, p. 13.

9. V. mi libro Catolicismo Romano, pp. 71-85, así como J. Grau, Introducción a la Teología, pp. 202-214.

10. Este es, en nuestra opinión, el verdadero sentido de la discutida frase de Agustín de Hipona: «Si no fuera por la Iglesia, yo no creería en el Evangelio.»

11. Dejamos para más adelante el papel del bautismo en este «añadir a la Iglesia».

12. V. M. Lloyd-Jones, Qué es la Iglesia, pp. 1-10, y A. Kuen, o. c., pp. 11-17.

Primera parte

Naturaleza de la Iglesia

LECCION 1.ª
NOCION DE IGLESIA

1.Etimología de la palabra “iglesia”.

Como advertía V. Fábrega en su cursillo sobre Eclesiología del otoño de 1970, cuando una persona pronuncia el vocablo «iglesia», el primer contenido que la Semántica tradicional ofrece al hombre de la calle es el de un edificio cúltico (ir a la iglesia); en segundo lugar, viene la acepción equivalente a jerarquía (¿quién manda en la iglesia?); la tercera acepción afecta al aspecto confesional (Iglesia Católica, Anglicana, Luterana, etc.); finalmente, topamos con el único sentido bíblico del término «iglesia»: comunidad de creyentes cristianos.

El término castellano «iglesia» (como sucede en catalán, vasco, gallego, portugués, italiano y francés) procede, a través del latín «ecclesia», del griego «ekklesía». Cuando se escribió el griego del Nuevo Testamento, este término servía, en lo profano, para designar una asamblea democráticamente convocada. De ahí que Hech. 15:4, 12, 22 nos ofrezcan un paralelo con las asambleas helénicas con su doble elemento: la «bulé», o grupo de dirigentes, y el «démos», o pueblo, que también toma parte en las deliberaciones. En el v. 12 aparece incluso la «multitud» o «pléthos», que habla, discute y comenta.

El vocablo «ekklesía» consta de dos partes: la preposición «ex» = de, que se convierte aquí en «ek» por aglutinación, y la forma nominal «klesía», derivada del verbo «kaló» = llamar; o sea, que significa «llamada de». El Nuevo Testamento usa más de cien veces este vocablo «ekklesía». Aunque en el griego del Nuevo Testamento dicho término no implique necesariamente una «segregación» o separación, sin embargo el concepto cristiano de «iglesia» la exige, como veremos más adelante.

2.El nuevo “qahal”.

Es interesante ver el uso del Antiguo Testamento a este respecto. El Señor, cuando fundó Su Iglesia, tenía, sin duda, en Su mente el concepto del «qahal» judío. Ni Mateo ni Lucas inventan el término ni introducen el concepto, sino que ya se encontraba como término técnico en la comunidad cristiana, como reflejo del antiguo «qahal». Por eso los LXX vierten el hebreo «qahal» por «ekklesía», ya que dicho término hebreo designaba «la congregación del pueblo de Israel», y, tras el destierro a Babilonia, parece ser que dicha palabra significaba tanto la comunidad del pueblo de Israel en sí misma, como la reunión en asamblea de tal comunidad, aunque esto último era expresado con mayor precisión con el término hebreo «edah», al que corresponde el griego «synagogué». El «qahal» englobaba la asamblea de hombres de Israel, mientras que el «’am» era el pueblo en general. La voz «qahal» se deriva de «qol» = voz o grito (así se ve no sólo la semejanza semántica con el término griego «ekklesía», sino también la similaridad fonética). Jer. 44:15 es la única excepción en que asisten mujeres.

Así el «Qehal Yahveh» es el «Pueblo Escogido» de Dios. Esto tiene una gran importancia para nosotros, puesto que el Nuevo Testamento empalma con el judaísmo tardío o «re-interpretado» después de la cautividad. El que hubiese perdido su soberanía política da a este judaísmo unas características peculiares. Tenemos también el caso de los esenios, según nos lo han descubierto los textos de Qunram, los cuales forman su propio «edah», creyéndose el verdadero «qahal», como resto fiel que se retira al desierto y ya no cree en el templo ni en el sacerdocio oficial, creándose su propia jerarquía y su propio sacerdocio.

La diferencia más notable entre el «antes» y el «después» de la cautividad de Babilonia está en que antes el «qahal» o «ekklesía» estaba ligado a la tierra repartida a cada tribu, mientras que después la tierra deja de ser un bien salvífico, siendo sustituida por la Ley o «Torah». Si observamos la identificación que el Nuevo Testamento hace entre el Logos (el Verbo Encarnado, Jesucristo) y la Torah, no nos extrañará que el remanente espiritual judío comprendiese y aceptase la nueva etapa centrada en el Cristo muerto y resucitado y entendiese el nuevo «qahal» o «ekklesía» como el conjunto de comunidades o congregaciones locales caracterizadas como «discípulos» o «seguidores de Jesús».

No ha de extrañar, pues, que, siendo la Iglesia el nuevo «Israel de Dios», las promesas mesiánicas hechas a Israel se hagan extensivas a la Iglesia,1 la cual viene así a ser «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1.ª Ped. 2:9-10. Cf. Apoc. 1:6). Así, la Iglesia es la continuadora del «remanente» de la nación judía y, por tanto, acreedora al título de «pueblo de los santos del Altísimo» (Dan. 7:13-27. Cf. Rom. 9:8; 11:1-5; Gál. 3:29; 6:16).

3.Diferencias entre el “qahal” judío y la “ekklesia” cristiana.

Sin embargo, hay notables e importantes diferencias entre el «qahal» judío y la «Iglesia» de Cristo. Diferencias que los grandes Reformadores, especialmente Lutero y Calvino (siguiendo a Agustín), no tuvieron en cuenta. Dice A. Kuen: «El error fatal que más parece haber contribuido al establecimiento de ese sistema político-religioso al que se ha llamado la “Cristiandad” es, sin duda, la confusión entre la Antigua y la Nueva Alianza.»2 Tres son las diferencias más notables:

A)Mientras el «qahal» estaba circunscrito por los límites de la nación de Israel, la Iglesia no conoce fronteras, subsistiendo supranacionalmente en cada localidad. Por eso, al candelabro de los siete brazos (símbolo de un solo pueblo, sobre el que reposaba la promesa mesiánica de los siete espíritus —V. Is. 11:2-3—) suceden en la visión de Juan siete candelabros, entre los que pasea el Señor Jesús, para designar a siete iglesias, excluyendo así la alusión a límites geográficos o jurisdiccionales que encierren la Iglesia y poniendo como centro de unidad la autoridad de «un solo Señor» (Ef. 4:5), Jesucristo, el Soberano, Salvador y Juez único de todas las iglesias (cf. Apoc. 1:12 y siguientes).

B)La historia de la salvación recorre en el Nuevo Testamento un camino inverso al del Antiguo Testamento: Dios comienza la historia de la redención escogiéndose una nación: una viña con muchas vides (Is. 5:1-7). Pero, a medida que el Mesías se acerca, se realiza un proceso de concentración: las promesas serán para los hijos de Abraham «según la fe», no según la circuncisión. Esta concentración alcanza su punto límite en Jesucristo: una sola vid con muchos pámpanos (cf. Jn. 15:1 y ss.). Así que, ahora, ya todos los escogidos lo son «en Cristo».3

C)Mientras la apelación de la Ley y de los profetas al pueblo de Israel se hace siempre en tono colectivo: «Observaréis... Escucharéis...», el Nuevo Testamento recalca el carácter personal —distributivo— de la llamada de Dios a la fe y a la salvación: «Si crees..., sígueme...» El Nuevo Testamento contiene más de 700 expresiones de este carácter personal de la llamada de Dios, en frases como «Cualquiera que..., Todo el que..., Si alguno...», etcétera. Esto tiene una importancia capital para el estudio de la Eclesiología en general y para el tema del Bautismo en particular.

4. Acepciones novotestamentarias del término “iglesia”.

El término «ekklesía» = iglesia, se usa en el Nuevo Testamento de tres maneras:

A)Para significar simplemente una «asamblea» (Hechos 19:32, 39, 41). Así se emplea en muy pocos casos y equivale entonces al término griego «synagogué» (compárese con Mat. 4:23; Hech. 13:43; Apoc. 2:9; 3:9).

B)Para designar el conjunto de los redimidos por Cristo (Ef. 5:25-27). La primera de las dos únicas veces que Jesús mencionó la palabra «iglesia» (Mat. 16:18) tomó este término en sentido universal, o sea, «el conjunto de los creyentes de todos los tiempos y lugares a partir de Pentecostés».4 Otros ejemplos en el Nuevo Testamento son: Hech. 9:4, 31; 1.ª Cor. 15:9; Ef. 1:22; 5:23-33; Col. 1:18, 24; Heb. 12:23.

C)Para designar una comunidad local o congregación particular de los creyentes o «santos», y éste es el sentido más corriente. La segunda vez que Jesús mencionó el término «iglesia» (Mat. 18:17) lo hizo para referirse a una comunidad local. En esta acepción en que la «iglesia» (con minúscula) se contradistingue como comunidad concreta y visible a la «Iglesia» (con mayúscula), realidad trascendente y misteriosa (aspecto invisible, sólo conocido por Dios), es como la Iglesia toma cuerpo y queda circunscrita en el tiempo y en el espacio, tiene su inauguración, se la puede convocar, se puede uno dirigir a ella, tiene expresión, desarrollo, decadencia, desaparición, etc. De las 108 veces que este término ocurre en el Nuevo Testamento, 90 se refieren a la iglesia local (cf. Hech. 8:1; 13:1; 14:23; 15:41; Rom. 16:5; Col. 4:16; 1.ª Ped. 5:13, etc.). Tertuliano, de acuerdo con Mat. 18:20, asegura: «Dondequiera que hay dos o tres personas, aunque sean laicos (es decir, no dirigentes de la iglesia), allí hay una iglesia.»5

Por tanto, en la mayoría de los casos la palabra «iglesia» significa la congregación local de los santos, organizada conforme al Nuevo Testamento, ya sea grande o pequeña (incluso circunscrita a una casa; cf. 1.ª Cor. 16:19; Col. 4:15), y que se reúne periódicamente en un lugar (o en varios, según el número) de la localidad para propósitos religiosos. El Nuevo Testamento, como para evitar que la palabra «iglesia» pudiese ser tomada en el sentido de una organización mundial, nacional, etc., jamás dice, por ejemplo, «la Iglesia de Galacia», sino «las iglesias de Galacia» (en plural), o (en singular) «la iglesia de Dios que está en Corinto» (como para indicar la concreción visible de la Iglesia en una parcela determinada), o (también en singular) «la iglesia de los tesalonicenses» (como para indicar la pertenencia geográfica —local— de los fieles).

5.Noción bíblica de “Iglesia”.

De todo lo dicho se desprende que los términos «iglesia de Dios» o «templo de Dios» se aplican en el Nuevo Testamento, tanto a la Iglesia Universal, en sentido de realidad trascendente, como a una iglesia local (cf. 1.ª Corintios 3:16; 15:9; 2.ª Cor. 6:16; 1.ª Tim. 3:5). Esto nos lleva a una observación de primerísima importancia: LAS IGLESIAS LOCALES NO SON PROPIAMENTE PARTES DE UN TODO SUPERIOR QUE LAS ENGLOBE, SINO CELULAS LOCALES COMPLETAS EN LAS QUE LA IGLESIA UNIVERSAL SE CONCRETA Y MANIFIESTA. Es decir, la Iglesia de Dios no está compuesta de comunidades subordinadas, sino de creyentes individuales. Como dice H. Küng, «la iglesia local no puede decirse meramente que pertenece a la Iglesia, sino que es la Iglesia...; no es una pequeña célula de un todo mayor, como si no representara al todo... Es ella la Iglesia real, a la que en su propia situación local se le ha dado y prometido cuanto necesita para la salvación de los hombres en su peculiar situación».5 bis

Por ser «iglesia de Dios» (1.ª Cor. 1:2; 2.ª Cor. 1:1; 1.ª Tim. 3:15), o «edificio de Dios» (1.ª Cor. 3:9), o «iglesia del Señor» (Hech. 20:28) o «de Cristo» (Rom. 16:16), y aun cuando, con referencia a los miembros, pueda adoptar formas como «iglesias de los gentiles» (Rom. 16:4), «iglesias de los santos» (1.ª Cor. 14:33), «congregación de los primogénitos» (Heb. 12:23), nunca encontramos en el Nuevo Testamento expresiones como «iglesia paulina» o «petrina», a pesar de que Pablo y Pedro fundasen iglesias; ni tampoco «congregacionalista» o «presbiteriana», por más que dichas formas de gobierno pudieron existir en la primitiva Iglesia. La incongruencia es aún mayor cuando una denominación se llama a sí misma «Iglesia luterana», contra la expresa voluntad de Lutero, quien dejó dicho: «Yo os ruego que dejéis mi nombre y toméis el de cristianos. ¿Quién es Lutero? Mi doctrina no es mía. Yo no he sido crucificado por nadie.»6

6.Iglesia y Reino de Dios.

El término «Reino de Dios» («Basíleia tû Theû») se encuentra unas 100 veces en el Nuevo Testamento. Si examinamos tal término a la luz del Antiguo Testamento, veremos que tal concepto implica la intervención decisiva y soberana de Dios en la Historia. De ahí que el «Reino de Dios» se acerca con Jesucristo (cf. Mat. 3:2; 4:17; 12:28; Marc. 1:15; Jn. 16:11), porque Jesús ha comenzado a vencer el pecado, la enfermedad y la muerte, íntimamente ligados entre sí y con la derrota original, que puso al género humano bajo la esclavitud de Satanás.7

Así se percibe la analogía que hay entre «entrar en el Reino de Dios» y «entrar en, o adquirir, la vida eterna» (cf. Mat. 18:3; 19:17; Marc. 9:43; 10:17; Luc. 18:17-18, 29-30). Ambos (el Reino y la vida eterna) se han acercado, están ya entre nosotros, al alcance de la mano (compárese Luc. 17:21 con 1 Jn. 3:14), para ser introducidos silenciosamente, por la fe, en nuestras almas, hasta prolongarse y perfeccionarse definitivamente en la era escatológica (comp. Mat. 25:34 con Marc. 10:30).

El Reino de Dios es «de arriba» y «para arriba». También la Iglesia, como don de Dios, es de arriba y para arriba (Apoc. 21:1 y ss.). «Iglesia» y «Reino de Dios», sin embargo, no son sinónimos: La Iglesia, como «segregada» del mundo, surge de abajo, mientras que el Reino de Dios irrumpe desde arriba, no precisamente como un territorio donde Dios vaya a ejercer Su realeza, sino más bien como un ámbito vital en que Dios va a ejercitar Su soberana, poderosa, libre y graciosa iniciativa de salvación de los pecadores, aunque ello comporta también una exigencia de decisión radical por parte del hombre.

Podríamos decir que la Iglesia es el sector en que se encuentran dos círculos tangenciales que mutuamente se invaden: del círculo inferior, que es el mundo o cosmos sujeto a condenación, puesto bajo el Maligno (1.º Jn. 5:19), va emergiendo, por el don de la fe, el pueblo de Dios o «Iglesia», en la misma medida en que, por la gracia de Dios, irrumpe en el cosmos el círculo superior, o Reino de Dios; cuando el número de los elegidos se haya completado, la Iglesia habrá llegado al «éschaton» o meta final de la vida eterna.

CUESTIONARIO:

1. ¿De dónde se deriva la palabra iglesia? — 2. ¿Qué relación tiene la Iglesia de Cristo con el antiguo qahal judío? — 3. ¿Qué acepciones tiene el término iglesia («ekklesía») en el Nuevo Testamento? — 4. ¿Cuál es la noción bíblica de iglesia? — 5. ¿Qué analogía hay entre la Iglesia y el Reino de Dios?

line

1. No entramos aquí en la discusión dispensacionalista, habiendo quienes, como L. Sp. Chafer, opinan que Mat. caps. 5-7 y 24-25 se refieren exclusivamente a Israel en la futura dispensación.

2. O. c., p. 55.

3. V. O. Cullmann, Historia de la salvación, pp. 179-182.

4. A. Kuen, o. c., p. 50.

5. De exhortatione castitatis, 7.

5 bis. En The Church, p. 85.

6. Citado por A. Kuen, o. c., p. 53.

7. V. Feuillet, Etudes joanniques, pp. 181-182.

LECCION 2.ª
CONCEPTO DE IGLESIA:
(I) LO QUE NO ES LA IGLESIA

1.La Iglesia no es un templo material.

Como ya dijimos en el punto 1.º de la lección anterior, hay muchos que, al oír la palabra «iglesia», inmediatamente piensan en un edificio o templo material, como si lo más importante fuese el lugar de reunión. Es cierto que el lugar de reunión tiene su importancia, como la tienen la capacidad del local, sus condiciones acústicas, su decoración sobria, digna y atractiva, que inviten al respeto y a la comunión fraterna, y el disponer de las convenientes dependencias anejas, con destino a la Escuela Dominical, reuniones de jóvenes, etc.

Sin embargo, no debemos perder de vista que un lugar sagrado es todo aquel en que dos o tres creyentes se hallan reunidos en nombre de Jesucristo (Mat. 18:20); este lugar bien puede ser un piso o una casa corriente (cf. Romanos 16:5). Los primeros creyentes judeo-cristianos «partían el pan por las casas» (Hech. 2:46), aun cuando también se reunían a orar en el Templo.

En su discurso en el Areópago de Atenas, el apóstol Pablo destacó que «el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas» (Hechos 17:24); y el mismo Señor Jesús había dicho a la mujer samaritana que «la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre...; los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4:21, 23); es decir, desde el fondo de nuestro espíritu y guiados por el Espíritu de Dios hacia la realidad de un Dios que es Espíritu, superando así en la era mesiánica la antigua dispensación de símbolos y figuras. El templo vivo y verdadero del único Dios vivo y verdadero lo constituyen las personas de los mismos creyentes (cf. 1.ª Cor. 3:16; 6:19; 2.ª Cor. 6:16; Ef. 2:21).

Los peligros del «templo-centrismo» son bien notorios a lo largo de la historia. Los grandes templos macizos, con sus altares de sacrificio, tuvieron un origen judíopagano. Después, el enorme fausto y riquezas materiales de los templos del Medievo, con sus costosos cálices, ostensorios, retablos, imágenes y paramentos, estaban basados en la idea de la transubstanciación, puesto que si el mismo Cristo habitaba físicamente en el templo, todo era poco para tan divino huésped. Sin embargo, Jesús mismo había dicho: «A los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a Mí no siempre Me tendréis» (Jn. 12:8). No es extraño que, ya en el siglo IV, Juan el Crisóstomo (santo doctor y padre de la Iglesia, según la Iglesia Romana) lanzase desde el púlpito sus invectivas, no sólo contra las rozagantes matronas que adornaban sus cuellos con joyas cuyo precio hubiese bastado para el sostenimiento de una familia, sino también contra la ya naciente ostentación en los ornamentos y decoración de los templos.

2.La Iglesia no es tampoco una “confesión de fe”.

Al cumplir su comisión de predicar el Evangelio, los apóstoles solían resumir su mensaje en unos cuantos puntos vitales para la salvación o edificación de sus oyentes. Véase el sermón de Pedro en Hechos 2:22-36 y, más conciso aún, el esquema de Pablo en 1.ª Cor. 15:3-4. Pasado el tiempo de las grandes persecuciones, y en su lucha con las nacientes herejías, la Iglesia comenzó a sintetizar sus creencias básicas en confesiones de fe llamadas «credos», palabra latina que significa «creo», porque tales fórmulas comenzaban de esa manera.

La línea histórica de las «confesiones de fe» corre paralela a las desviaciones doctrinales que se sucedían a lo largo de los siglos. Después de la Reforma también surgieron diversas «confesiones de fe» que resumían la doctrina reformada con más o menos ajuste a la verdad revelada, pues sólo la Palabra de Dios goza de total infalibilidad. No se puede dudar del valor de los «credos» y confesiones de fe, en cuanto que resumen de una manera explícita y sistematizada las enseñanzas más importantes de la Escritura.

No hay que olvidar que la Biblia no es un acta de fe ni un texto de Teología, sino una historia de la salvación, en que las enseñanzas doctrinales quedan entramadas dentro de una problemática de actualidad, según la capacidad y las necesidades espirituales de los destinatarios. Por tanto, para hacer un texto de Teología, así como para redactar una confesión de fe, es preciso sistematizar en una serie de puntos las verdades que se hallan desparramadas o implícitas en la Palabra de Dios.8 Tal es la utilidad de las «confesiones de fe».

Un hecho que ha obligado recientemente a tornar más y más necesarias las «confesiones de fe» o «profesiones de fe» es la progresiva ignorancia de los mismos miembros de iglesia con respecto a su Biblia, con el peligro consiguiente de que una congregación «indocta e inconstante» (cf. 2.ª Ped. 3:16) pervierta la Palabra de Dios y desvíe, por el voto de una mayoría (en la que el Espíritu no puede soplar aparte de la Palabra), la marcha misma de la iglesia.

Dicho esto, añadamos que los «credos» y «confesiones de fe» siempre albergan dos peligros:

A)Que, habiendo sido redactados en circunstancias peculiares y en un lenguaje que responde al tono cultural de una época, queden desfasados en su formulación; tanto más si ésta no corresponde al genuino sentido de la letra y del espíritu de la Biblia. Por otra parte, los que redactan los «credos», aun reunidos en gran asamblea, sólo pueden ser infalibles en la medida en que sus formulaciones se ajusten por completo a la Palabra de Dios.

B)Que los miembros de las iglesias que profesan tales «credos» pueden llegar a sentirse satisfechos con unas ortodoxas formulaciones escritas, sin vivir su contenido (cf. Apoc. 3:1), transformando así en ortodoxia muerta la más pura declaración de principios, y en hipocresía manifiesta la profesión de un «credo» religioso.

El sistema teológico de los primeros cristianos era, sin duda, muy somero y embrionario; quizá poco definido en algunos perfiles accesorios; pero les bastaba con vivir intensamente el misterio de su comunión (e intercomunión) con el Cristo muerto por sus pecados y resucitado para su justificación (cf. Rom. 4:25), guardando la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef. 4:3). Seguramente desconocían muchas de las lucubraciones teológicas posteriores, pero poseían una característica de suprema importancia: ¡estaban espiritualmente vivos!9

3.La Iglesia no es una “denominación”.

La división de los cristianos en «confesiones» o «denominaciones» es uno de los mayores obstáculos para nuestro testimonio y para la difusión del Evangelio. El mundo no ve la unidad del Espíritu existente en miembros de diversas confesiones (especialmente cuando el espíritu de «capillita» prevalece sobre la comunión de todos los verdaderos creyentes) y sólo se fija en las distintas «etiquetas». El argumento principal que suele esgrimirse contra los evangélicos es que «estamos divididos, mientras que los católicos son todos una misma cosa».10 Este argumento esconde una falacia de la que, por falta de formación bíblica, son casi siempre inconscientes quienes lo esgrimen. Nuestra unidad es en Cristo, y la comunión eclesial que esto comporta no queda agrietada con los distintos puntos de vista sobre detalles más o menos accesorios. Naturalmente, cuando todo el énfasis se carga sobre la exterior unidad de unas instituciones jerárquicamente estructuradas, la diversidad denominacional y la independencia administrativa de las iglesias locales suena a cisma o herejía. Pero lo conclusivo es investigar, no el tipo de institución que vemos, sino si se ajusta al concepto bíblico de iglesia. Por otra parte, ¿no admite la Iglesia de Roma en su seno, conjuntamente, diversidad de opiniones en puntos tan importantes como la predestinación, la eficacia de la gracia, etc.? ¿Qué más da que se las llame «escuelas» (escuela tomista, molinista, escotista, agustiniana, etc.) que «denominaciones»? ¿Puede ser un monolito material la expresión de una unidad espiritual?

El nombre dado primitivamente a los cristianos fue el de «discípulos», o sea, seguidores del Maestro, y todos cuantos nos preciamos de tener a Cristo por nuestro único Señor y Salvador deberíamos contentarnos con el epíteto simple y llano de «cristianos».11 Fue precisamente en Antioquía (Hech. 11:26) donde por vez primera se llamó así a los discípulos de Cristo. En Palestina no hubiera sido posible que se les hubiese llamado así, puesto que los judíos se oponían tenazmente a la idea de que Jesús fuese el «Cristo», o sea, el verdadero Mesías.

Es de notar que la palabra «católico» significa «universal», y en este sentido, aunque no sea un epíteto bíblico, lo adoptaron para sí las iglesias nacidas de la Reforma, como puede verse en la Confesión de Fe de Westminster y en el famoso Catecismo de Heidelberg, pero no estamos de acuerdo en que la Iglesia que se llama a sí misma «Católica» (a H. Küng le desagrada el apellido «Romana»)12 conserve las características que corresponden al genuino, o sea, bíblico, concepto de iglesia de Cristo; por eso evitamos usar para nosotros el epíteto «católico», ya que podría engendrar confusión.

En realidad, las denominaciones son el resultado de uno de estos tres factores: 1) la tradición de siglos (en cuanto a doctrinas, estructuras, apelativos), acumulada en las enseñanzas e instituciones de la Iglesia oficial, y de la que muchos de los grandes Reformadores no acertaron a desprenderse del todo. A causa de esta remanente escoria de tradición, las iglesias específicamente llamadas «reformadas» retuvieron el bautismo de infantes y un concepto de iglesia como organización institucional reformada (mezcla de Civitas Dei agustiniana y del qahal judío), frente a la oficial institución romana. Los anglicanos retuvieron incluso gran parte de las estructuras romanas, aunque la doctrina quedó radicalmente reformada. Unicamente algunas denominaciones más recientes, como los «Hermanos», etc., y los Bautistas (que ya preexistían a la Reforma, empalmando, a través de muchas vicisitudes, con el Nuevo Testamento), se ven libres de esa espúrea cascarilla de tradición y están en las mejores condiciones para mantenerse en una actitud de continua y profunda Reforma. 2) El énfasis peculiar que cada grupo confesional pone en una parte del mensaje, que les parece que ha sido preterida o mal entendida por las demás denominaciones. Por ejemplo, los Bautistas recalcan la necesidad del bautismo de adultos por inmersión; los Pentecostales enfatizan el bautismo del Espíritu y la necesidad del uso constante de los carismas, en especial del don de lenguas desconocidas; los Calvinistas se atienen con fuerza a las consecuencias doctrinales que la soberanía de Dios y de Su gracia comportan; los Arminianos intentan salvar la posibilidad universal de salvación y la responsabilidad del libre albedrío en aceptar o rechazar el mensaje de salvación, etc. 3) La traición (es curioso que las palabras «tradición» y «traición» procedan del mismo término latino «tradere» = entregar) que algunas denominaciones o iglesias locales hacen a la Palabra de Dios, lo que obliga a los creyentes verdaderos a una dolorosa, pero necesaria, separación y a tomar un apelativo que los distinga del grupo o iglesia de donde hubieron de salir.

Sin embargo, la causa fundamental del denominacionalismo está en la peculiar condición de la Iglesia peregrinante: santa y pecadora a la vez; baluarte de la verdad, pero expuesta a equivocaciones. Equivocaciones que se deben, a su vez, a dos motivos: a) la imperfección mental y espiritual de los creyentes, quienes, aun después de estudiar y meditar mucho la Palabra de Dios, no aciertan a penetrar en el verdadero sentido que el Espíritu de Dios ha querido dar a ciertos pasajes; b) aunque cualquier creyente, por poco instruido que sea, puede captar claramente los puntos vitales del mensaje bíblico de salvación, hay, sin embargo, muchos detalles accesorios que están implícitos y aun velados, de tal manera que, aun después de mucho estudio y oración, los más competentes exegetas no se ponen de acuerdo sobre su interpretación. Sólo en la Escatología se cumplirá la perfección de la unidad de que se nos habla en Ef. 4:13.

Para concluir, digamos que la división denominacional, aunque obstaculiza la unidad visible de los cristianos y entorpece el poder de nuestro testimonio (cf.13total