ESTE CURSO DE FORMACION
TEOLOGICA EVANGELICA
consta de los siguientes títulos, todos ellos publicados:
I. | INTRODUCCION A LA TEOLOGIA |
Por J. Grau | |
II. | UN DIOS EN TRES PERSONAS |
Por F. Lacueva | |
III. | EL HOMBRE, SU GRANDEZA Y SU MISERIA |
Por F. Lacueva | |
IV. | LA PERSONA Y LA OBRA DE JESUCRISTO |
Por F. Lacueva | |
V. | DOCTRINAS DE LA GRACIA |
Por F. Lacueva | |
VI. | LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO |
Por F. Lacueva | |
VII. | ESCATOLOGIA I |
Por J. Grau | |
VIII. | CATOLICISMO ROMANO |
Por F. Lacueva | |
IX. | ESCATOLOGIA II |
Por F. Lacueva | |
X. | ETICA CRISTIANA |
Por F. Lacueva | |
XI. | MINISTROS DE JESUCRISTO (Dos volúmenes) |
Por J. M. Martínez |
De venta en CLIE, Galvani, 113-115, Terrassa (Barcelona), y en las librerías evangélicas de España e Hispanoamérica
CURSO DE FORMACION
TEOLOGICA EVANGELICA
Tomo IX
ESCATOLOGIA II
Francisco Lacueva
Editorial CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA
E-mail: clie@clie.es
Internet: http://www.clie.es
ESCATOLOGÍA II
© por CLIE
ISBN 978-84-7228-781-5
eISBN 978-84-8267-751-4
INDICE DE MATERIAS
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: LA MUERTE DEL INDIVIDUO HUMANO
Lección 1.ª Concepto de muerte I (Sistemas falsos). 1. El materialismo. 2. El existencialismo. 3. La teoría reencarnacionista
Lección 2.ª Concepto de muerte II (Doctrina verdadera). 1. La muerte no es cesación, sino separación. 2. La raíz de la muerte, el pecado. 3. No es sólo el cuerpo, sino el hombre entero, el que muere. 4. La obra de Cristo ha hecho reversibles los efectos de la muerte. 5. ¿Por qué muere el creyente?
Lección 3.ª Características de la muerte física I. 1. Importancia de la muerte. 2. Expresiones bíblicas para describir la muerte. 3. Rapidez con que se acerca la muerte. 4. La normal anomalía de la muerte
Lección 4.ª Características de la muerte física II. 5. Universalidad de la muerte. 6. Certidumbre de la muerte. 7. Incertidumbre de la muerte
Lección 5.ª La muerte espiritual. 1. Una distinción necesaria. 2. La muerte espiritual es la verdadera alienación del hombre. 3. Sólo el pecado confiere a la muerte toda su negrura. 4. La muerte segunda o muerte eterna
Lección 6.ª Inmortalidad del alma humana I. 1. Una pregunta inquietante. 2. Adversarios de la inmortalidad del alma. A) El Materialismo. B) El Agnosticismo. C) El Escepticismo. D) El Panteísmo. E) La teoría de la aniquilación final
Lección 7.ª Inmortalidad del alma humana II. 3. Tres clases de inmortalidad. 4. Pruebas directas de la inmortalidad del alma humana. 5. La fe de la primitiva Iglesia. 6. Solemnidad del hecho de la inmortalidad
SEGUNDA PARTE: EL ESTADO INTERMEDIO
Lección 8.ª Existencia del estado intermedio. 1. ¿Qué sabemos de cierto sobre el estado intermedio? 2. ¿Qué hay de incierto acerca de este tema? 3. El she’ol hebreo. 4. El hádes griego
Lección 9.ª La suerte de los salvos, en el estado intermedio. 1. Los salvos entran, inmediatamente después de morir, en la gloria celeste. 2. Los salvos llevan, en el estado intermedio, una vida activa. 3. Es un estado de gozo y bienaventuranza, aunque incompleto
Lección 10.ª La suerte de los impíos, en el estado intermedio. 1. El estado de los impíos, tras la muerte, es de sufrimiento consciente. 2. Este estado tiene carácter permanente y definitivo
Lección 11.ª ¿Existe el Purgatorio? 1. Fundamento de la doctrina católica sobre el Purgatorio. 2. ¿En qué consiste el Purgatorio, según la Iglesia de Roma? 3. Documentos oficiales sobre el particular. 4. ¿Cómo entró esta doctrina en la Iglesia de Roma? 5. Conclusión bíblicamente falsa en que se apoya esta doctrina. 6. Las nuevas corrientes de la teología católico-romana
Lección 12.ª El Limbo de los Justos o Seno de Abraham. 1. ¿Qué se entiende por «limbo»? 2. El «seno de Abraham». 3. ¿Cuál es el verdadero sentido del «seno de Abraham»? 4. ¿De dónde arranca el error de Roma sobre el limbo de los justos?
Lección 13.ª No existe, tras la muerte, una segunda oportunidad. 1. Los abogados de una segunda oportunidad. 2. Textos bíblicos en que se pretende ver una base para tal teoría. 3. Refutación directa de la opinión de una segunda oportunidad tras la muerte. 4. Existe, en esta vida, una oportunidad universal de salvación. 5. Dos pasajes bíblicos que parecen contradecir nuestra opinión
TERCERA PARTE: LAS RESURRECCIONES
Lección 14.ª Concepto de resurrección. 1. ¿Qué significa el vocablo «resurrección»? 2. Falsas ideas acerca de la resurrección. 3. El concepto de resurrección en el Antiguo Testamento. 4. La resurrección es algo más que una inmortalidad espiritual. 5. Identidad del cuerpo resucitado con el que «cayó»
Lección 15.ª Circunstancias de la resurrección de los muertos. 1. La causa eficiente de la resurrección. 2. La causa final de la resurrección. 3. La causa formal de la resurrección
Lección 16.ª El número de las resurrecciones. 1. ¿Por qué hablamos de resurrecciones en plural? 2. ¿Cuál es la «primera resurrección»? 3. Entonces, ¿no existirá la muerte física durante el milenio?
CUARTA PARTE: EL DÍA DE YAHWEH
Lección 17.ª ¿Qué se entiende por «el Día de Yahweh»? 1. ¿Uno o varios eventos? 2. El Día de Jesucristo. 3. ¿Quiénes serán arrebatados? 4. El Día de YHWH. 5. El Día de Dios
Lección 18.ª La Gran Tribulación. 1. ¿Qué se entiende por «Gran Tribulación»? 2. Israel durante la Gran Tribulación. 3. El designio de Dios en la Gran Tribulación
Lección 19.ª Las setenta semanas de Daniel. 1. La oración de Daniel. 2. La respuesta de Dios mediante el ángel Gabriel. 3. ¿Es arbitrario admitir un largo lapso de tiempo entre las semanas 69.ª y 70.ª de Daniel? 4. La semana 70.ª de Daniel está por venir. 5. La semana 70.ª de Daniel constará de 7 años como las anteriores
Lección 20.ª La futura conversión de Israel. 1. Un importante «misterio» revelado acerca de Israel. 2. ¿Incluye el «todo Israel» de Ro. 11:26 a la Iglesia?
QUINTA PARTE: EL REINO MESIÁNICO
Lección 21.ª Principios de hermenéutica. 1. Necesidad de una hermenéutica correcta. A) Método liberal. B) Método dogmático. C) Método alegórico. D) Método gramático-histórico. E) Método mixto. 2 La correcta interpretación de la profecía
Lección 22.ª Opiniones sobre el Milenio. 1. Qué es el milenio. 2. El amilenarismo. 3. El post-milenarismo. 4. El premilenarismo. 5. Distintos grupos de premilenaristas: los pretribulacionistas, los mediotribulacionistas y los postribulacionistas
Lección 23.ª Defensa del premilenarismo. 1. Después de la Gran Tribulación habrá un milenio literal. 2. Satanás será atado inmediatamente antes del milenio. 3. Condiciones terrestres durante el milenio. 4. La revolución final. 5. ¿Es el milenio literal una invención de exegetas modernos?
Lección 24.ª La Clave Interpretativa del Apocalipsis. 1. Importancia del estudio del Apocalipsis. 2. Escuelas de interpretación del Apocalipsis: Espiritualista, Preterista, Historicista y Futurista. 3. División del libro de Apocalipsis. 4. Algunos detalles que suelen pasar desapercibidos
Lección 25.ª Concepto bíblico del Reino de Dios. 1. ¿Qué significa el vocablo «reino»? 2. ¿Qué es, realmente, el Reino de Dios? 3. ¿Son sinónimas las expresiones «Reino de Dios» y «Reino de los cielos»? 4. El Reino universal de Dios sobre la creación. 5. La teocracia en Israel. 6. El Reino de Dios y la Iglesia. 7. Relación de la Iglesia, como Reino de Dios, con el mundo. 8. El Reino milenario del Mesías. 9. El Reino eterno
Lección 26.ª Los planes de Dios en relación con la humanidad. 1. Las dispensaciones divinas. 2. Los pactos de Dios con la humanidad. 3. Aspectos escatológicos de los pactos específicamente bíblicos
SEXTA PARTE: LOS JUICIOS DE DIOS
Lección 27.ª Los Juicios de Dios. 1. ¿Qué significa la palabra «juicio»? 2. ¿Cuáles son los elementos que provocan el juicio de Dios? 3. Número de los juicios, específicamente distintos, de Dios. 4. El juicio contra Satanás mediante la obra del Calvario. 5. El juicio pasado y presente de Dios contra el pecado
Lección 28.ª El futuro juicio del cristiano ante el Tribunal de Cristo. 1. El tribunal. 2. Tiempo y lugar del futuro juicio de los cristianos. 3. El Juez del bema. 4. Los sujetos convocados
Lección 29.ª Los Juicios inmediatamente posteriores a la Gran Tribulación. 1. El juicio futuro sobre Israel. 2. El juicio de las naciones (Mt. 25:31-46). 3. El juicio contra los ángeles caídos
Lección 30.ª El Juicio ante el Gran Trono Blanco. 1. El último juicio. 2. El tiempo en que se llevará a cabo el Juicio Final. 3. El lugar en que se celebrará el Juicio Final. 4. El Juez del Juicio Final. 5. Los sujetos que serán sometidos a juicio en este caso. 6. La base sobre la cual serán juzgados los impíos. 7. El resultado del Juicio Final
Lección 31.ª La enseñanza de Roma sobre los Juicios Escatológicos. 1. La base de un error. 2. La enseñanza católico-romana sobre el juicio particular. 3. Refutación de la doctrina romana sobre el juicio particular
SÉPTIMA PARTE: EL ESTADO ETERNO
Lección 32.ª Nuevos Cielos y Nueva Tierra. 1. El mundo actual camina hacia su fin. 2. Los nuevos cielos y la nueva tierra. 3. La Nueva Jerusalem. 4. ¿Cuál es la ubicación presente, y futura, de la Nueva Jerusalem? 5. Forma, medidas y materiales de la Nueva Jerusalem
Lección 33.ª El llamado «Limbo de los niños». 1. ¿Una tercera alternativa? 2. Resumen del desarrollo de dicha doctrina. 3. La enseñanza se suaviza. 4. Puntos de vista de la moderna teología católico-romana. 5. La doctrina del Limbo de los niños es antibíblica
Lección 34.ª El Infierno eterno. 1. Un tema del que se predica y enseña muy poco. 2. Nombres que la Escritura da al Infierno. 3. ¿Qué es, en realidad, el Infierno? 4. Principales características del Infierno. 5. Objeciones contra la eternidad del Infierno. 6. ¿Quiénes van al Infierno?
Lección 35.ª El Cielo, la morada de los bienaventurados. 1. Un broche de oro. 2. ¿Qué se entiende por «Cielo» en las Escrituras? 3. ¿Dónde está el Cielo? 4. Lo que no habrá en el Cielo. 5. ¿Qué es, en realidad, el Cielo? 6. ¿Banquete o sala de espectáculos? 7. No todos disfrutarán de la misma gloria en el Cielo. 8. ¿Cuáles serán nuestras ocupaciones en el Cielo? A) Adoración. B) Servicio. C) Comunión. D) Conocimiento. E) ¿Habrá en el Cielo funciones vegetativas?
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCION
«Escatología» es un término griego que significa «tratado de las últimas cosas». La Escatología cristiana tiene, como el resto de la teología, un fondo viejotestamentario, ya que los escritores del Nuevo Testamento eran judíos, con una mentalidad semítica, según se echa de ver por los frecuentes hebraísmos. Ahora bien, los judíos dividían la historia de la humanidad en dos partes: «los primeros tiempos», que abarcan hasta la Venida del Mesías, con la que se inauguraba el llamado «cumplimiento de los tiempos» (Mr. 1:15; Gá. 4:4); y «los últimos tiempos», a partir de la Venida del Mesías (v. 1.ª Jn. 2:18), los cuales habían de culminar en el acto final: «el Día de YHWH», en el que Dios juzgaría a la humanidad y bajaría el telón de la Historia.
La Escatología suele dividirse en individual o particular, y colectiva o general. La primera concierne a la suerte de cada individuo, y trata de responder a preguntas tan inquietantes como éstas: ¿Se acaba todo con la muerte? ¿Adónde voy a desembocar al final de mi vida en este mundo? ¿Qué hay reservado para mí al otro lado de la tumba? He. 9:27 nos dice lacónicamente (aunque allí lo ofrece únicamente como una comparación) que «está reservado a los hombres el morir una sola vez, y después de esto el juicio». La muerte marca así la línea divisoria, irreversible, para el individuo humano.
Pero la salvación final del hombre entero coincide con la Segunda Venida de Cristo (v. Ro. 8:24; 1.ª Co. 13:10; 15:19 ss.; 1.ª Ts. 4:13 — 5:11; 2.ª P. 3:1 ss.; 1.ª Jn. 3:2; etc., y, especialmente, He 9:28) De ahí, el énfasis que notamos en Ap. 22:17 ss. Esa es la culminación del Reino de Dios en la eternidad, y la suerte final de la humanidad. Muchas veces nos preguntamos: ¿Adónde va la humanidad? ¿En qué van a desembocar los avatares de la Historia, a la vista de las crisis económicas, políticas, sociales, religiosas, culturales, que estamos presenciando? ¿Quién y cómo va a detener la escalada de violencia, de libertinaje, de ansiedad, de frustración y de confusión con que la humanidad de hoy se ve acosada y envuelta?
Una cosa es cierta para todo creyente maduro: Dios está en su trono, el Dios viviente tiene el control del Universo y, por discordantes que nos parezcan muchas de las cosas que suceden, sabemos que, así como un acorde de séptima dominante parece herir el tímpano de un buen músico y exige la transición a un acorde final perfecto, así también nuestro Dios pondrá, con el último gesto de su batuta omnipotentemente directora, un final justo y perfecto a la Historia de la humanidad: Su conducta quedará plenamente justificada (v. Sal. 51:4 b), y Su nombre será total y universalmente glorificado (v. Ap. 4:11; 5:13). Se habrá dado el «jaquemate» al mal, por mucho que el Maligno haya confiado en la estrategia, fríamente calculada, de sus jugadas.
El mundo anda a ciegas en cuanto al desenlace de este juego, para él incomprensible, de la Historia. Incluso dentro del ámbito de los que profesan ser cristianos, la teología liberal, como los burladores del primer siglo de nuestra era (v. 2.ª P. 2:1 ss.; 3:3 ss.), adopta la táctica del avestruz y se atreve a negar prácticamente las verdades bíblicas que pertenecen al campo de la Escatología.1 En cambio, el verdadero creyente encuentra en la Biblia la respuesta a las dudas más tenaces y a las preguntas más inquietantes, atento a la palabra profética «como a una lámpara que alumbra en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero de la mañana alboree en nuestros corazones» (2.ª P. 1:19).
Es cierto que hay aspectos de la Escatología no del todo claros, más por defecto de una correcta hermenéutica que por la cantidad de datos revelados, los cuales es menester analizar, estudiar y ponderar en sí mismos y en el conjunto de las Escrituras. Para esta tarea, es preciso dejar a un lado los prejuicios de escuela, revestirse de humildad para cambiar de opinión ante la evidencia y no permitir que se relaje el vínculo de la paz —que es el amor— (Ef. 4:2-3) en la discusión con otros hermanos que, sin mala fe, sostienen puntos de vista diferentes de los nuestros. Tales aspectos no deben producir división entre los creyentes (recordemos siempre lo de Agustín: «en lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad»). La clásica fábula del trágico final de los conejos, por entretenerse en discutir si los perros que les perseguían eran galgos o podencos, nos ha de servir siempre de lección. El estudio y la discusión de las doctrinas escatológicas nunca deben relegar a segundo plano las verdades medulares del Evangelio para la salvación de los perdidos y la santificación de los creyentes. Una morbosa curiosidad acerca de fechas, lugares y otros detalles periféricos, es claro indicio de inmadurez espiritual. Como dice Thieme, «el bebé busca entretenimiento».2
Esto no significa que el estudio de la Escatología haya de ser relegado al olvido. Son ya bastantes los pastores de iglesias (evangélicas), a quienes he oído que no se atreven a predicar o enseñar sobre el libro del Apocalipsis, sencillamente porque no lo entienden o creen que carece de importancia. Y eso, siendo el libro que cierra majestuosamente la revelación escrita de Dios y que, a mayor abundamiento, es el único que comienza con una bienaventuranza para «el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas escritas en ella; porque el tiempo está cerca» (Ap. 1:3). Y la proclamación continua (nótese el tiempo presente) del mensaje medular del Evangelio —«la muerte del Señor»—, no debe escaparse de nuestra recordación (gr. «anámnesis», vocablo que connota repetición), «hasta que Él (el Señor Jesús del contexto) venga» (1.ª Co. 11:26); por supuesto, hasta que venga por Segunda vez, puesto que, cuando Pablo escribía esto, hacía más de medio siglo que había venido ya por vez primera. El culto, pues, por excelencia, de la comunidad eclesial incluye, en su misma significación fundamental, un importantísimo aspecto escatológico; tan importante, que él sirvió para mantener en vigilia tensa y expectante a la primitiva Iglesia y, detalle muy curioso, comenzó a palidecer precisamente cuando la Iglesia salió de las catacumbas y pasó a ser protegida por el Estado.
Por tanto, ya que la Palabra de Dios tan repetidamente nos exhorta a la amorosa expectación de la Segunda Venida del Señor (v. por ej., 1.ª Ts. 5 y 2.ª P. 3), nos interesa mucho el estudio profundo de la profecía y, especialmente, del Apocalipsis, libro al que, como ya hemos dicho, tanto miedo tienen muchos pastores y predicadores, y que tan ligeramente es expuesto y alegorizado por bastantes teólogos y exegetas.3 Me atrevo a decir que el libro del Apocalipsis posee una como clave perfectamente detectable cuando se estudia mediante una correcta hermenéutica (la literal o histórico-gramatical) y dentro del contexto general de los numerosos lugares bíblicos que apuntan hacia la consumación, mostrando claramente que el reino mesiánico tendrá cumplimiento final en la tierra (v. Lc. 1:32:33). La dificultad del tema no debe impedir, sino estimular, el estudio de la profecía (comp. con 2.ª P. 3:16).
El que esto escribe fue enseñado, primero en la Iglesia de Roma, después en el lado evangélico (aunque sin dogmatizar), a mantener y defender una postura amilenarista, alegorizante de la profecía. Un estudio profundo del Apocalipsis, en exposición semanal a mi congregación de Vigo, durante dos años enteros (de 1977 a 1979), me llevó a la firme convicción de que el premilenarismo pretribulacionista y dispensacionalista era la única solución al aparente rompecabezas de los textos proféticos.4 Esta es la postura que pienso sostener en el presente volumen. Con ello, tendrán los estudiosos de nuestro CURSO DE FORMACION TEOLOGICA EVANGELICA una alternativa (que editor y autor hemos juzgado necesaria) al volumen que, con el mismo título, escribió para este mismo CURSO el profesor J. Grau, cuyos puntos de vista (aunque sin tanto dogmatismo) compartía yo cuando se publicó su libro. Yo le animé, es cierto, como él mismo dice en su libro,5 a que lo escribiese, aunque también le previne contra el peligro de resultar demasiado polémico, y en esto pienso que se excedió.
En su libro A Survey of Bible Doctrine, el doctor Charles C. Ryrie encabeza el último capítulo (9 What Does the Future Hold?) del siguiente modo:
El interés del hombre en el futuro es legendario, y muchos profetas —verdaderos y falsos— han tratado de satisfacer dicho interés. Profetizar es un negocio arriesgado, aunque sólo sea por la simple razón de que no se puede mantener un negocio cuando se han sufrido demasiados fracasos. El Antiguo Testamento preceptuaba que el profeta del que hubiese evidencia de que no hablaba en nombre del Señor, o cuya profecía no se cumpliera, fuese apedreado sin compasión (Dt. 13:1-11; 18:20-22). En el caso de profetas que hiciesen algunas veces predicciones acertadas (lo cual ocurre, en algunos casos, incluso hoy), su mensaje tenía que ser contrastado con los verdaderos mandamientos que el Señor había dado previamente a Su pueblo. Si no se ajustaban a dichos mandamientos, tales profetas tenían que ser apedreados también. La Biblia, por supuesto, no sólo contiene muchas profecías, sino que a través de esas mismas profecías nos da seguridad de su exactitud. Ha transcurrido suficiente tiempo como para observar que muchas de sus predicciones se han cumplido con toda exactitud, dándonos así la seguridad de que las que están todavía sin cumplir, sucederán tan exactamente como quedan registradas.6
Mucho daño han hecho al premilenarismo dispensacionalista quienes, como Hal Lindsey, se han empeñado en señalar fechas concretas, así como los que tratan de desligar el Evangelio de sus implicaciones sociales, llevados de un pesimismo radical acerca del mundo y de una Teología del Pacto que asemeja la situación de la Iglesia en su entorno a la de Israel, en el Antiguo Testamento, en medio de las naciones circundantes.
Aun cuando las «señales de los tiempos» (Mt. 16:3) nos indican que se aproximan los últimos acontecimientos, no es posible arriesgarse a dar fechas concretas ya que no nos toca «conocer los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad» (Hch. 1:7). Es cierto que las profecías sobre Israel y sobre la confederación final se van cumpliendo paso a paso, pero ignoramos el intervalo de tiempo que nos separa de las que todavía quedan por cumplir.
Por otra parte, la Iglesia ha recibido la Gran Comisión de proclamar el Evangelio a todas las naciones hasta lo último de la tierra; evangelio que anuncia la voluntad de Dios de que «todos los hombres sean salvos» (1.ª Ti. 2:4) y de que sea salvo el hombre entero: «todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo» (1.ª Ts. 5:23). Por eso mismo, tan incorrecto es olvidar las implicaciones sociales del Evangelio como hacer del Evangelio un manifiesto revolucionario, según propugna la Teología de la Liberación.
Dentro del campo evangélico, se ataca al dispensacionalismo desde dos puntos: 1) se le acusa de fomentar el ocio, al centrar la visión en el futuro, con detrimento de la urgente tarea de evangelizar. Esta acusación es totalmente falsa, puesto que el hecho de suspirar por la pronta Venida de nuestro Salvador, lejos de hacernos ociosos, nos espolea a actuar con urgencia en la predicación del Evangelio y en la preparación de la Esposa de Cristo (v. 2.ª P. 3:9-11); 2) se le acusa también de hacer de menos a la Iglesia, al considerarla como un «paréntesis» tras el cual Israel constituirá el centro de atención y será el recipiendario primordial de las promesas mesiánicas. También esta acusación es falsa, puesto que el dispensacionalismo, lejos de hacer de menos a la Iglesia, la hace de más, ya que (a) ella disfruta de bendiciones celestiales (Ef. 1:3), mientras que a Israel le están reservadas bendiciones terrenales; (b) la Iglesia tiene a Cristo por Esposo; Israel lo tiene por Rey; y es mucho más honroso ser «esposa» que «súbdito» del Rey; (c) es cierto que el dispensacionalismo insiste (porque lo ve en la Biblia) en las diferencias existentes entre Israel, como tal, y la Iglesia; pero también es cierto que reconoce el predominio actual de la unidad sobre la diversidad (1.ª Co. 12:13, comp. con 1.ª P. 3:7).
Sé que me comprometo en la exposición de un tema, además de difícil, amplio. No es posible condensar bien en un pequeño Manual de texto todo lo que el tratado de la Escatología comporta, pero guiado por el estudio y la oración, y basado en una metodología correcta, espero poder ofrecer, con la gracia de Dios, una panorámica suficientemente clara de tan fascinante e importante tema.
Repetimos, que un asunto como éste no debería dividir a los creyentes sino espoleamos a todos al estudio e investigación imparcial de la profecía, sin dogmatismos de una parte, ni ataques de la otra. No se puede ser dogmático en una materia, en que más que en ninguna otra, carecemos de una luz cenital que ilumine los más recónditos arcanos del texto sagrado. Tampoco se puede tachar de «herejía», como hacen algunos, al dispensacionalismo, pues tamaña afirmación sólo puede ser proferida desde el prejuicio de un fanático o desde la ignorancia de alguien que no se ha dedicado de lleno al estudio de las Escrituras.
Como escribe el profesor E. Trenchard:
La profecía no es precisamente un fcco eléctrico para poner en evidencia todo cuanto ha de suceder en el porvenir (lo que haría más daño que bien), sino «un candil que alumbra en lugar oscuro» (2.ª P. 1:19, trad. lit.), de utilidad para que no tropecemos y para que pongamos la mira en la gran consumación que se espera.7
Pido a Dios que se digne bendecir a cada uno de los lectores con las mismas bendiciones que ha recibido el autor durante la preparación y redacción de este libro.
FRANCISCO LACUEVA
Backwell (Inglaterra), a 16 de diciembre de 1982
1. Véase HARVEY M. CONN, Teología Contemporánea en el Mundo (trad. de J. M. Blanch, publicado por la Subcomisión Literatura Cristiana de la Iglesia Reformada, s/f), pp. 40, 53 y 92.
2. Véase mi libro Espiritualidad Trinitaria (CLIE, Terrassa, 1983), 3.ª parte, capítulo 1.°, punto 1.
3. El prestigioso teólogo reformado Ch. HODGE, en su Systematic Theology, III, p. 790, se expresa así acerca de la Segunda Venida: «Este tema no se puede discutir adecuadamente sin hacer un recorrido por todas las enseñanzas proféticas de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Esta tarea no puede ser llevada a cabo satisfactoriamente por alguien que no se haya especializado en el estudio de las profecías. El autor, sabedor de que no posee tal cualificación para esa tarea, se propone limitarse en gran medida a un resumen histórico de los diversos esquemas de interpretación de las profecías bíblicas que se refieren a este asunto.» Lo curioso e inexplicable del caso es que un autor que confiesa paladinamente su ignorancia acerca de la profecía, se meta a refutar los puntos de vista del dispensacionalismo. ¡Cosas veredes!
4. Véase mi libro Mi Camino de Damasco, 3.ª ed. (Portavoz Evangélico, Barcelona, 1981), pp. 107-111.
5. P. 27.
6. Op. cit., p. 159.
7. Estudios de Doctrina Bíblica, p. 372 (los paréntesis son suyos).
Primera parte
LA MUERTE
DEL INDIVIDUO HUMANO
LECCION 1.ª
CONCEPTO DE MUERTE I (SISTEMAS FALSOS)
1.El materialismo
De este sistema, como de todos los demás que vamos a exponer, sólo puntualizamos lo que tiene que ver con la muerte.
Tanto el materialismo histórico como el dialéctico están de acuerdo en afirmar que, siendo el hombre un organismo meramente material, todo se acaba para él con la muerte. No hay que pedirle, pues, a la vida más de lo que ésta nos puede dar y hay que resignarse a perecer, siendo ésta la suerte común de los mortales.
El materialismo parte del prejuicio lamentable de no reconocer como existente sino lo que es perceptible por los sentidos y sujeto a la experimentación científica. De este modo, la existencia de un Dios que es espíritu purísimo y del alma espiritual humana quedan a priori descartadas. Hace pocos días desde que escribo esto, un músico ruso, de origen musulmán, suficientemente remunerado económicamente por el gobierno y con cerebro bien lavado a sus 65 años (justamento los que distan de la revolución rusa), decía tranquilamente que él no creía en la existencia de Alá porque Dios existe solamente en el cerebro de los hombres. Pero sólo una táctica semejante a la del avestruz, cuando esconde la cabeza bajo la arena ante la presencia de sus enemigos, puede hacer que alguien sostenga dogmáticamente que Dios no existe, sólo porque él piense que no existe. Ro. 1:18 ss. no deja lugar a dudas sobre la vanidad de los humanos raciocinios cuando el corazón se halla entenebrecido por el pecado. Un coraz.ón puro y humilde reconoce su propia insuficiencia, contempla las maravillas de la creación y se siente instintivamente religado a un Ser Absoluto, de cuya existencia depende (Hch. 17:25, 28). Pensar que de una materia eterna, puesta por sí misma en movimiento, que asciende dialécticamente de lo simple a lo completo, de lo inorgánico a lo orgánico, hasta llegar al hombre, etc., todos los fenómenos de la vida y de la historia hallan explicación cumplida, es el desatino más colosal que puede sufrir la razón humana.
2.El existendalismo
Al hablar de existencialismo, podemos decir que el único propiamente dicho es el sostenido por J. P. Sartre. Sartre no se contenta con poner en duda la existencia de Dios, ni siquiera con negarla, sino que se atreve a sostener que la existencia de Dios es totalmente imposible. No cabe para Sartre el Ser Absoluto; sólo cabe la Nada Absoluta y el ser relativo que es el hombre, de quien Sartre sabe únicamente que es «un ser para la muerte». Según él, somos arrojados a la existencia sin saber por qué, nos vemos forzados a elegir «libremente» los caminos que hemos de seguir y las posibilidades que nos salen al encuentro, y la única certeza que abrigamos es que estamos abocados a la muerte, a la nada. En su libro El Ser y la Nada, estampa las siguientes frases: «La muerte es una aniquilación siempre posible de mis posibilidades, que está fuera de mis posibilidades; la muerte no es sino la revelación de lo absurdo de toda espera.»1 ¡No cabe un pesimismo más radical! A. Camus sacó la última consecuencia de la filosofía de Sartre: «Si Sartre tiene razón, la única salida es el suicidio.»
Otro existencialista, éste español, Blas de Otero, dice en una de sus amargas poesías:
Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
ese rio del tiempo hacia la muerte.
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contra muerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar, cierra los ojos,
para dormir el sueño de los vivos.2
Quizás el autor español que mejor representa la corriente existencialista es Miguel de Unamuno. Sin embargo, después de leer sus libros es difícil saber a qué carta quedarse. Es cierto que del existencialismo tiene la angustia ante la muerte, la lucha contra la razón,3 el ánimo quijotesco de «desfacer entuertos». Para unos, como el difunto obispo de Canarias, Antonio Pildáin, fue «máximo hereje y maestro de herejías»; para otros, como un fraile dominico de Salamanca, «el mayor místico que él había conocido». Me parece que no fue ni lo uno ni lo otro, sino un espíritu atormentado por la duda, pero con un fondo religioso que no logró sacudirse. Frente a su famoso poema El Cristo de Velázquez, que con tanto trabajo y entusiasmo ha comentado Roberto Lazear,4 y el soneto aquel que comienza:
Ahora que voy tocando ya la cumbre
de la carrera que mi Dios me impuso...5
tiene este otro poema, que bien podría haber firmado Sartre:
¿Qué es tu vida, alma mía? ¿Cuál tu pago?
¡Lluvia en el lago!
¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
¡Viento en la cumbre!
¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?
¡Sombra en la cueva!
Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
y es el viento sollozo sin partida,
pesar la sombra sin ningún consuelo,
y lluvia y viento y sombra hacen la vida.6
El existencialismo radical tiene en su angustia y tormento del «sinsentido» el argumento mismo que lo refuta. De todos seres existentes, ¿sólo el ser humano, el único «sujeto» propiamente dicho, habría sido arrojado al ser desde la Nada Absoluta, con el único destino de soportar una existencia corta y amarga, como un aborto de la Naturaleza? ¿No será más bien que el ser humano está caído, por el pecado, de su prístina condición de inocencia, y en esa misma caída experimenta, con lo que le queda de «imagen de Dios», un anhelo de eternidad que sólo Dios pudo poner en su interior? Rota la comunión con Dios, viene la desgracia (Is. 59:1-2), pero Dios mismo, en Su infinita misericordia, ha tendido el puente para salvar el abismo (1.ª Ti. 2:5), y ha reconciliado en Cristo consigo al mundo (2.ª Co. 5:19). El único existencialismo con alguna cordura es el de Agustín de Hipona cuando escribió: «Nos hiciste, Señor, para ti, y está intranquilo nuestro corazón hasta que descanse en ti.»
3.La teoría reencarnacionista
La reencarnación, conocida también con el nombre de metempsicosis (o metempsícosis), es una doctrina según la cual una misma alma puede animar sucesivamente diferentes cuerpos. Platón la admitió en su Fedro, llevado de la llamada «ley de los contrarios», según la cual, así como la muerte viene de la vida, así también la vida viene de la muerte. También se apoyaba en la «ley del recuerdo», pretendiendo que el proceso del aprendizaje no es otra cosa que ir acordándose de los conocimientos y experiencias habidos en una vida anterior. Posteriormente, la teoría de la reencarnación fue adquiriendo un carácter metafísico, completamente esotérico. Los gnósticos de todos los tiempos la han admitido como ley universal.
En este siglo de tan acusado materialismo, se da el curioso fenómeno, especialmente en el hemisferio occidental, de que muchas gentes que han dado de lado al cristianismo, se han convertido en ardientes defensores de la doctrina de la reencarnación. El autor ha observado este fenómeno en España y en Guatemala.
La teoría de la reencarnación tiene un atractivo peculiar por lo razonable que aparentemente se presenta el hecho de que «quien la hace, la paga». Toda acción humana —según esta teoría— deja un «karma» (voz sánscrita que designa los efectos benéficos o maléficos del acto). El ser humano no puede así escapar impune de los crímenes que cometa, sino que ha de expiarlos en reencarnaciones sucesivas, que le servirán como de «escuela de la vida», hasta que se haya purificado de todo rastro impuro y pueda entonces volver al Principio Divino Universal del que salió.
El creyente cristiano no puede admitir la teoría de la reencarnación por dos razones muy sencillas: 1) El ser humano, caído por el pecado, es incapaz de expiar por sí mismo sus maldades, pero el mismo Dios que lo creó, hizo «la purificación de nuestros pecados por medio de si mismo» (He. 1:3). 2) La misma epístola a los hebreos nos dice tajantemente que «está reservado a los hombres el morir una sola vez, y después de esto el juicio» (He. 9:27). Con lo que la necesidad de ponerse a bien con Dios es tan apremiante, que quien yerra ese paso antes de la muerte, lo ha perdido todo para siempre. «Llevo tres espinas —decía Teresa de Jesús— que siempre me punzan: primera, que no tengo más que una vida en la tierra; si hubiera otra, podría enmendar en ella los fallos de ésta; segunda, que tengo una sola alma; si tuviera dos, aunque perdiese una, podría quizá salvar la otra; tercera, que hay un solo Juez celestial; si hubiese dos, quizá podría acudir al segundo, si el primero me condenara.» No será muy bíblico el razonamiento, pero tampoco se puede negar que rebosa prudencia.
CUESTIONARIO:
1. ¿Cuál es la afirmación básica del materialismo? — 2. ¿En qué prejuicio se apoya el materialismo? — 3. ¿Qué nos indica Ro. 1:18 ss. sobre las conclusiones del materialismo? — 4. ¿Qué opina J. P. Sartre sobre el destino del hombre? — 5. ¿Qué características tiene el existencialismo de Unamuno? — 6. ¿Es razonable la tesis del existencialismo radical? — 7. ¿Qué remedio nos propone la Palabra de Dios contra la angustia de «ser para la muerte»? — 8. ¿En qué se apoya la teoría de la reencarnación? — 9. ¿Qué atractivos ofrece dicha teoría? — 10. ¿Cómo puede refutarse con base en la Palabra de Dios?
1. L’Etre et le Néant, p. 619.
2. Véase SÁINZ DE ROBLES, Historia y Antología de la Poesía Española (Aguilar, Madrid, 1967), II, p. 2334.
3. Comentando el proverbio tomista «Nada es querido sin ser antes conocido», solía replicar, diciendo: «¡Todo lo contrario! Nada es conocido sin ser antes querido» (comp. con Jn. 7:17: «El que quiera... conocerá...», y con el dicho de Pascal «Tiene el corazón razones que la razón ignora»).
4. R. LAZEAR, El Maestro de Dolores (Edit. Caribe, Miami, 1979).
5. Véase SÁINZ DE ROBLES, op. cit., II, p. 1338.
6. Véase SÁINZ DE ROBLES, op. cit., II, p. 1339. Para todo este tema del existencialismo, véase mi libro Catolicismo Romano (CLIE, Tarrasa, 1972), pp. 81-83, y, especialmente, S. VILA, La Nada o las Estrellas (CLIE, Tarrasa, 1970), pp. 91 y ss.
LECCION 2.ª
CONCEPTO DE MUERTE II (DOCTRINA VERDADERA)
1.La muerte no es cesación, sino separación
Como dice el doctor Ryrie,7 la muerte no implica cesación o destrucción, sino separación. En esta misma línea, escribe Raimundo Lulio: «La muerte corporal es separación del cuerpo y del alma, y la muerte espiritual está en el alma que se aleja de Dios»8 (v. Is. 59:2; Ro. 7:24).
El concepto de muerte se entiende mejor por contraste con el de vida.9 Así como la vida verdadera del ser humano está en razón directa de su comunión con el Dios viviente (YHWH), así también la muerte, en su sentido pleno, está en relación directa de la separación de Dios. De ahí que la Palabra de Dios nos haya dejado tres ejemplos vivos de esto con el arrebatamiento en vida de Enoc, porque «caminó con Dios» (Gn. 5:22, 24; He. 11:5), y de Elías, el profeta de fuego (2.ª R. 2:11), así como con el sepelio de Moisés, llevado a cabo sin testigos por el mismo Dios (Dt. 34:5-6), ya que, de ser conocida su sepultura, los israelitas habrían quizá sucumbido a la tentación de venerarle supersticiosamente, pues el mismo texto sagrado nos dice que «nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, con quien trataba YHWH cara a cara» (Dt. 34:10).
2.La raíz de la muerte, el pecado
La muerte penetró en este mundo, desde el fondo del Averno, como efecto y de la mano del pecado (v. Gn. 2:16-17; 3:19; Ro. 5:12, 14, 17, 21; 1.ª Co. 15:21-22; Stg. 1:15). El pecado abrió la compuerta de la disolución, que el árbol de la vida habría mantenido cerrada. No se necesitó cambio alguno en la constitución física del hombre; sólo fue dejado a merced de su constitución orgánica: «pues polvo eres, y al polvo volverás» (Gn. 3:19). Es cierto que, al desobedecer Adán, no murió de momento la periferia de su ser, pero se hizo «mortal de necesidad», porque la muerte, con su aguijón (1.ª Co. 15:56) se instaló en el centro mismo del ser humano.
Por eso llama el Apóstol a la muerte «la paga —o salario— del pecado» (Ro. 6:23). Dos observaciones nos ayudarán a comprender lo siniestro de dicha afirmación: 1) mientras la vida eterna es un don de Dios (khárisma en el original, don útil para la comunidad, no mero «regalo» —dorón— que se disfruta en privado), la muerte es el salario con que el diablo paga por pecar, es decir, por obrar (¡por trabajar!) el mal. Y el mundo está tan ciego (v. 2.ª Co. 4:4), que prefiere trabajar para morir antes que recibir de regalo para vivir. 2) Pero, además, el término griego para paga no es el misthós en moneda corriente, con el que hasta se puede comprar un campo (comp. con Hch. 1:18), sino «ta opsónia», la paga «en especie» (como en 2.ª Co. 11:8), con lo que no hay compensación posible; es como un plato de lentejas que, como dice el adagio vulgar, «o las comes o las dejas». ¡Triste potaje, por el que, como en el caso de Esaú (Gn. 25:29-34), un ser humano, destinado en principio a la primogenitura celestial, para obtenernos la cual el Hijo de Dios derramó toda su sangre (1.ª P. 1:18-19), la menosprecia por la bazofia que el mundo ofrece!
3.No es sólo el cuerpo, sino el hombre entero el que muere
El ser humano es una unidad de existencia, vida y destino. De modo que no es sólo el cuerpo el que muere, sino que muere el hombre. El hombre entero se perdió, y el hombre entero necesita ser salvo. Sólo en el sentido de la sinonimia que la Biblia misma establece entre «alma» y «persona», se puede hablar de la «salvación del alma». No es algo nuestro lo que se pierde o salva, sino que somos nosotros mismos los perdidos y necesitados de la salvación (Ro. 3:23).
Por eso, el proceso de la redención efectuada por Cristo tuvo que hacer reversible todo el proceso de la muerte (no sólo muriendo, sino también resucitando), para que el hombre pudiese ser salvo (v. Ro. 4:25; 1.ª Co. 15:17).10 El Verbo se hizo carne, y pasó por el dolor, la muerte, la tumba y la resurrección, para recuperar al hombre entero (v. Ro. 5:12 ss.; Ef. 2:1 ss.; 1.ª Ts. 5:23 y 1.ª Jn. 3:14, como eco de Jn. 5:24).
Más aún, la muerte del ser humano ha tenido efectos cósmicos (v. Ro. 8:20-22, eco de Gn. 3:19). El mundo fue creado por Dios para ser escenario y laboratorio del hombre (Gn. 1:28-30; 2:8). Así que el pecado del hombre produjo una alteración sustancial en las condiciones de vida del mundo, y el mismo Hijo de Dios hubo de sufrir en su adorable cabeza las punzadas cruentas de aquellos mismos espinos que la maldición sobre la tierra, a causa del pecado del hombre, hizo brotar; por eso, se había hecho solidario de esta raza humana caída (v. He. 2:11 ss.). Fue el pecado, no unos gases cualesquiera, lo que produjo la peor «contaminación atmosférica».
4.La obra de Cristo ha hecho reversibles los efectos de la muerte
Al soportar la muerte en todas sus dimensiones, como nuestro sustituto, Jesucristo mató a la muerte muriendo y le quitó el aguijón,11 al abolir la fuerza legal que el pecado ejercía sobre los mortales (v. Ro. 6:6; 1.ª Co. 15:22, 56-57). Así tenemos las consoladoras paradojas de que la muerte del creyente es estimada —tiene valor— a los ojos de Dios (Sal. 116:15); es posesión nuestra, como todas las demás cosas de este mundo (1.ª Co. 3:22), porque ya no nos domina con el terror de su guadaña, sino que somos sus dueños en virtud de la obra de Cristo (Jn. 3:15-16, 36; 6:40; 11:25; Ro. 5:17-21; 8:23, 28, 38; 1.ª Co. 15:26, 51-57; Ap. 21:4). Los «muertos en unión con el. Señor» son llamados «dichosos» (Ap. 14:13). Para Pablo «partir y estar con Cristo» era «mucho más mejor», como dice literalmente el original de Flp. 1:23. A los que «durmieron» en Jesús, Dios también los traerá con Jesús, mediante la resurrección o la transformación. Por eso, exhorta Pablo a los tesalonicenses a que, acerca de la muerte, no se entristezcan como los demás que no tienen esperanza (1.ª Ts. 4:13-14), ya que nuestro Salvador Jesucristo «abolió la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio» (2.ª Ti. 1:10), es decir, de la buena nueva de la obra de Cristo (v. 1.ª Co. 15:1-4). De esta forma, él participó de nuestra naturaleza, «para, por medio de la muerte, anular el poder al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (He. 2:14-15).
La palabra «cementerio» es así típicamente cristiana, ya que significa «dormitorio». De las 18 veces que el verbo griego koimáomai = dormir, ocurre en el Nuevo Testamento, 14 se refiere a la muerte de creyentes. Dentro de un contexto de enorme belleza poética, escribía Minucio Félix en su Octavio, a fines del siglo II de nuestra era: «Los cuerpos en el sepulcro son como los árboles en invierno: ocultan su verdor bajo una ficticia aridez. ¿Por qué tienes prisa de que reviva y vuelva, estando aún en lo más crudo del invierno? Es menester que aguardemos también a que venga una primavera del cuerpo.»12 En la misma línea escribía Lutero: «Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no sólo en libros, sino también en cada hoja de la primavera.»13
Más aún, el cristiano mira a la muerte, no como algo que va a suceder inevitablemente, sino como Alguien que viene a recibirnos alegremente. Como escribió Norman Macleod:
Nos imaginamos a la muerte como algo que viene a destruir; imaginémonos, más bien, a Cristo que viene a salvar. Pensamos en la muerte como en un final: pensemos mejor en una vida que comienza más abundantemente. Pensamos que vamos a perder algo; pensemos que vamos a ganar mucho. Pensamos en una partida; pensemos en un encuentro. Pensamos que vamos a marchar; pensemos en que vamos a llegar. Y cuando la voz de la muerte nos susurre al oído: «Tienes que dejar la tierra», oigamos la voz de Cristo que nos dice: «¡Estás llegando hacia Mí!« 14
El apóstol Pedro, que nos exhorta a pasar por este mundo como «extranjeros y peregrinos» (1.ª P. 2:11), es decir, como gente que reside en otra comarca y va de paso, habla de la muerte como del abandono de una tienda de campaña («skénoma», 2.ª P. 1:13-14, comp. con el «eskénosen» de Jn. 1:14).15 Teresa de Jesús llamaba a esta vida «una mala noche en una mala posada» y suspiraba por la muerte como quien suspira por la vuelta del Amado:
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Y en otro lugar:
Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
por que el placer de morir
no me vuelva a dar la vida.
Y también:
Dadme muerte, dadme vida,
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Una de las súplicas que la liturgia de la Iglesia nos ha conservado desde la alta Edad Media dice así: «A subitanea et improvisa morte, libera nos, Domine» = ¡Líbranos, Señor, de una muerte repentina y de improviso! No dice «impraevisa» (imprevista), sino «improvisa» (sin proveer). Las vírgenes insensatas de Mt. 25:3 no son acusadas de necedad por dormirse (también las prudentes se durmieron sin daño alguno), sino porque «no tomaron consigo aceite». La única preparación necesaria para la muerte es «el ser vigorizados con poder en el hombre interior por medio de su (del Padre, v. 14) Espíritu; para que habite Cristo por medio de la fe en nuestros corazones» (Ef. 3:16-17). Si, según la recomendación del apóstol, lo hacemos todo para la gloria de Dios (1.ª Co. 10:31), no importa qué es lo que estamos haciendo cuando nos sorprenda la muerte.16 La pregunta que deberíamos hacernos con frecuencia es: ¿Es para la gloria de Dios lo que estoy haciendo? ¿Edifica a mi prójimo mi conducta? ¿Me agradaría que la muerte, o la Venida del Señor, me sorprendiera en el lugar donde estoy y en la tarea que, en este momento, me ocupa? Si tenemos el hábito de procurar la comunión con el Señor, de andar en Su presencia, de extender el Evangelio, de hacer el bien a todos, de no poner tropiezo al hermano, la muerte nunca nos sorprenderá de improviso.17
5.¿Por qué muere el creyente?
Si la muerte es el salario del pecado (Ro. 6:23), parecería a primera vista que, perdonados todos los pecados mediante la fe en el que mató a la muerte muriendo, el creyente habría de estar libre de la pena, una vez expiada la culpa. Pero hemos de notar, ya de entrada, que la muerte no es para el creyente un castigo, sino una penalidad que tiene muy elevados objetivos:
A)La muerte, con todo lo que la precede y acompaña (enfermedades, molestias, dolores) le sirve al creyente de clarinazo que le avisa con fuerte sobriedad que este mundo no es su verdadera patria, que es un peregrino para la otra, que su corazón debe estar desapegado de lo terreno como quien va de paso (v. 1.ª Ti. 6:7), que es el dolor, no el placer, lo que más le ayuda a sentir su dependencia de Dios.
B)Es también una prueba de la fe cristiana (Flp. 1:20; 1.ª P. 3:13-18; 4:12-13; Ap. 2:11; 12:11; 20:6), que halla en la muerte la manera más gloriosa de dar la vida. Como Jesús (Jn. 10:18; 19:30), también el que es de Cristo puede dar la vida por otros (1.ª Jn. 3:16), desviviéndose al estilo de Pablo (2.ª Co. 12:15), en sacrificio de libación (Flp. 2:17, 1.ª Ti. 4:6), inclinando la cabeza como las flores naturales, y acabando así de exhalar el «buen olor de Cristo» (2.ª Co. 2:14-15).
C) Como todo sufrimiento, y aun cuando no tenga el carácter de disciplina drástica (v. 1.ª Co. 11:30), la muerte es también un medio de purificación. Muchos creyentes refinan su carácter cristiano, ejercitando el fruto del Espíritu de modo especial, en el lecho del dolor. El ser humano se distingue de los animales precisamente en que sabe que muere, y puede así paladear de antemano el amargo regusto de la muerte.18 Pero Dios no nos ha concedido ese privilegio para amargarnos la vida, sino para mejor prepararnos con miras a la otra vida, y para ofrendar con toda consciencia la vida presente.
D) La muerte hace realidad en el creyente lo que fue su situación legal desde el momento en que, al ser complantado con Cristo, se hizo partícipe de Su muerte, tanto como de Su resurrección; de Sus dolores, tanto como de Sus glorias (v. Ro. 6:3-11; 8:2, 38; 1.ª Co. 3:22; 15:31 —cada día expuesto a la muerte—; Gá. 2:20; Flp. 3:10-14; Col. 1:24). Este último lugar es muy expresivo, ya que los padecimientos sufridos por la extensión del Evangelio completan, en el plano de la aplicación de la redención, los que sufrió el mismo Señor Jesucristo en el plano de la obtención de la redención.
E) Como consecuencia de lo que acabamos de decir, la muerte del creyente puede ser un medio de glorificar a Dios. Notemos cómo habla Juan de la muerte de Pedro, tras la descripción velada que el Maestro había hecho a Simón acerca del futuro martirio de éste: «Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de GLORIFICAR A DIOS» (Jn. 21:19).
CUESTIONARIO: