YO CREO
EN LOS
MILAGROS
Kathryn Kuhlman
Editorial CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA
E-mail: clie@clie.es
Internet: http://www.clie.es
YO CREO EN LOS MILAGROS
Kathryn Kuhlman
© 1977 por Editorial Clie para esta edición en español
ISBN: 978-84-7228-028-1
eISBN: 978-84-8267-792-7
Clasifíquese:
11 BIOGRAFIAS:
Varias
C.T.C. 02-11-0895-04
INDICE
Prólogo editorial | |
Prefacio. ¡El amor es algo que usted hace! | |
I | Yo creo en milagros |
II | Carey Reams. (El inválido de guerra en Filipinas) |
III | Stella Turner. (La enferma, deshauciada, de cáncer hepático) |
IV | Jorge Orr. (El ojo quemado en la fundición de Grove City) |
V | Eugenio Usechek. (El muchacho cojo de la enfermedad de Perth) |
VI | Bruce Baker. (El enfermo de enfisema por silicosis) |
VII | Betty Fox. (La inválida camarera de un restaurante de Rochester) |
VIII | La familia Erskine (“Muriendo de cáncer en el hospital”) |
IX | La niña de la señora Fischer. (Hidrocefalia congénita) |
X | Rosa. (Un problema de drogas) |
XI | María Schmidt. (Un caso de bocio y afección cardíaca) |
XII | Bill Conneway. (El lesionado de guerra en Francia) |
XIII | Amelia. (La fe victoriosa de una niña católica) |
XIV | Elisabeth Gettin. (El testimonio de una enfermera) |
XV | Amelia Holmquit. (Curada de artritis deformante) |
XVI | Pablo Gunn. (Cáncer del pulmón) |
XVII | Ricardo Kichline. (Paralítico por mielitis aguda) |
XVIII | Los Dolan. (La tragedia de un hogar de alcohólicos) |
XIX | Jaime McCutcheon. (Un caso insólito de seis operaciones) |
XX | El caso de los Crider. (Un niño lisiado) |
XXI | Harry Stephenson. (Cáncer en los intestinos) |
XXII | Jorge Speedy. (Un caso grave de “delirium tremens”) |
XXIII | ¿Cuál es la clave? |
PROLOGO EDITORIAL
Creemos que como editores de este libro, ciertamente extraordinario por su contenido, debemos una explicación a ¡as librerías evangélicas de diversas denominaciones que distribuyen nuestra literatura, y a los lectores en general.
Un tema discutido
El tema de la Sanidad divina y los dones del Espíritu Santo, ha sido objeto de mucha discusión en estos últimos años. Se han publicado libros en pro y en contra, y muchos extremismos han sido denunciados. No nos hemos negado a publicar libros que contenían tales advertencias ya que con ello pensamos hacer, no un daño, sino un favor a estimados hermanos nuestros, cuya labor admiramos y respetamos, aunque no compartimos enteramente todos sus puntos de vista.
Sin embargo ponemos ahora en manos de nuestros lectores un libro que refiere casos extraordinarios de Sanidad divina. ¿Es ello una contradicción?
De ningún modo. Estamos seguros de que todo verdadero cristiano evangélico, de cualquier denominación que sea, cree en el poder de Dios y en la eficacia de la oración. Lo que se reprueba, por lo general, son los métodos espectaculares, y las tajantes promesas propagandísticas de Sanidad que, si quedan incumplidas, suelen perjudicar más que beneficiar, a los oyentes que asisten a esta clase de servicios evangelístico-curativos, endureciendo sus corazones en lo que respecta al mensaje del Evangelio. También hay gran diversidad de criterios acerca de los procedimientos ruidosos en los cultos, ya que son métodos que, si por un lado se adaptan bien a algunos caracteres particulares o raciales, haciendo más atractivo y grato el culto divino a ciertos asistentes, al permitirles tomar en él mismo una parte activa y excitante, resulta ingrato y hasta escandaloso para otros caracteres más sosegados, que prefieren encontrar a Dios en el silencio, la meditación y la exhortación de la Palabra.
Pero ninguno de tales excesos tiene lugar, hasta donde tenemos entendido y este mismo libro expresa, en el ministerio de Sanidad de la señorita Catalina Kuhlman, en el cual tampoco se hace mención del don de lenguas. Sabemos que algunos de nuestros lectores lo encontrarán a faltar, pero a otros no lo extrañarán al observar la filiación religiosa de la autora de este libro, que no es pentecostal, sino de origen bautista.
Por consiguiente, la publicacion de estos relatos no tiene por objeto fomentar los puntos de vista de una denominación cristiana evangélica en detrimento de otras, sino enfatizar el valor de la oración y el poder de Dios, de un modo actual y efectivo, en medio de un mundo materialista que lo está negando.
Desconocemos los recursos de Dios
También es necesario ese énfasis para muchos cristianos que no rehusan creer en el poder de Dios, pero hacen poco uso de la oración, porque consideran a Dios enteramente atado a sus propias leyes. Pero, ¿a cuáles leyes si los mismos científicos no cesan de decirnos que las que la Ciencia ha descubierto hasta ahora no son sino una parte muy pequeña de lo que queda por descubrir? Ante tales reconocimientos ¿por qué hemos de oponernos a la idea de que Dios puede llevar a cabo, aún en nuestro siglo, cosas que ni nosotros ni la Ciencia pueden explicar?
Lo que importa es cerciorarse concienzudamente sobre la autenticidad de tales hechos extraordinarios ocurridos en respuesta a la oración. A tal respecto la autora menciona, no solamente los nombres de las personas beneficiadas con la Sanidad divina, sino también los hospitales en cuyos archivos se conservan los informes clínicos anteriores y posteriores a los casos que se narran.
Datos que inspiran confianza
Uno de los detalles que nos impresiona favorablemente, es que las curaciones referidas en este libro no tienen siempre lugar en reuniones públicas, ni de un modo repentino y espectacular, sino que en muchos casos se produce, en respuesta a la oración, una mejora inexplicable clínicamente, que se convierte en un breve tiempo en curación absoluta, la cual (y este es el mejor indicio) permanece y perdura aún después de muchos años de ocurrido el extraordinario fenómeno.
La señorita Kuhlman no viaja de un país a otro exhibiendo sus habilidades curativas. Muchos pacientes de países lejanos lo lamentarán, pero ella dice que prefiere quedar en un solo lugar porque así se hace más fácil la comprobación científica de todos los casos. A tal efecto, cada vez que se produce algún milagro de sanidad de un modo público y repentino, suele invitar inmediatamente a todos los médicos presentes en el auditorio, no sólo a que acudan a la plataforma a cerciorarse de la realidad del caso, sino a que tomen nota en sus agendas de los hospitales donde el enfermo ha sido tratado, para comprobación de los respectivos historiales clínicos. Pero aún cuando la señorita Kuhlman no viaje de un país a otro tiene marcado interés en que sea fomentado, no sólo en Estados Unidos, sino también en otros países, la fe en el poder de Dios y la eficacia de la oración; pues como indica repetidamente en este mismo libro, no cree que su persona física sea indispensable para la operación de verdaderos milagros.
¿Por qué no ocurren más prodigios?
Posiblemente muchos lectores se preguntarán: ¿Por qué tienen lugar estos casos extraordinarios precisamente en Pittsburgh (Pensilvania) en relación con el ministerio de la señorita Kuhlman? Hay millones de cristianos en el mundo que oran a Dios por sus enfermos. ¿Por qué no ocurren milagros con más frecuencia en otras partes? ¿Es que no hay otros cristianos dignos de que el poder de Dios actúe de un modo actual y directo en su favor?
Los lectores observarán en la introducción, y en todo el curso de este libro, que la señorita Kuhlman es la primera en declarar que sus oraciones no son mejores que las de otras personas; que lo que ocurre en relación con su ministerio no es algo que dependa de su propia persona, sino que Dios es el mismo para todos los que le invocan. Sin embargo, leyendo con atención estos relatos, observamos en las personas favorecidas, o en sus intercesores, unas cualidades de fe práctica que quizá no hemos alcanzado nosotros. Nos cabe la duda de si no es nuestro orgulloso temor de caer en ridículo lo que nos impide creer a Dios en toda la extensión de sus promesas.
Por nada en el mundo queremos ser tildados de extravagantes o fanáticos. Y aunque esto es justo para honrar la fe que profesamos, llegamos al extremo opuesto de poner toda clase de cortapisas al ejercicio práctico de la fe en un mundo cada vez más necesitado de ella. Un mundo tal como Cristo y sus apóstoles lo describieron en el tiempo inmediato a su Segunda Venida (Lucas 18:8, 2.ª Tim. 3:1 y 2.° Pedro 3: 3-14 y Judas 18). Un mundo que necesita ser desafiado como nunca por una fe sincera y robusta, por más que escasa.
Cada vez es más indispensable intensificar el espíritu de oración, de dedicación al Señor y a nuestros prójimos, de consagración y de fe práctica y eficaz, entre los verdaderos hijos de Dios, de cualquier Iglesia o Denominación cristiana. Con tal propósito ha sido publicado el presente libro, para que su lectura estimule a los cristianos a orar más eficazmente y con perseverancia hasta mover montañas de dificultad y de dolor por medio de la oración de fe.
Sin embargo, quisiéramos también recomendar con insistencia que nadie se desaliente si la respuesta tarda, o no llegase a venir. La autora enfatiza el hecho de que la misma fe es un don de la soberana gracia de Dios, por lo tanto lo que importa no es un esfuerzo desesperado para sacar fe de donde sea. Tampoco debe juzgarse que la dilacion o ausencia de milagro es siempre resultado de alguna culpable falta de fe. De ningún modo. Dios es soberano y obra como y cuando quiere. (1)
Sabemos que El se complace en responder a las súplicas de sus hijos, pero no olvidemos que para Dios el tiempo presente es solamente el primer acto del drama eterno de cada vida humana. No en vano escribió el apóstol Pablo: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas”. Y que una mayor bienaventuranza que el creer ante la evidencia del milagro, es creer en la bondad y el poder de Dios, sin el milagro (Juan 20:29). El mismo Señor nos enseñó a decir en Getsemaní: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Mateo 26:39) (2).
Acatamiento o falta de fe
Sin embargo, tales pasajes bíblicos nunca deben servir de excusa para la indolencia en la oración y la falta de fe. Un creyente que se conforma de un modo fatalista a la voluntad de Dios, menospreciando el glorioso privilegio de la oración, está muy lejos en altura espiritual del cristiano que después de haber orado con fervor, quizá con ayuno, a solas o en grupo, y no obteniendo respuesta, sabe decir dignamente, con toda sinceridad y sin sombra de amargura o resentimiento: “No se haga, Señor, lo que yo quiero, sino lo que tú”. En ocasiones, es entonces solamente cuando la voluntad de Dios se junta a la del fervoroso y tenaz demandante para darle lo que desea. ¡Cuántas veces ha ocurrido esto a los grandes servidores de Dios!
Creemos que todo lo que se haga es poco para fomentar la fe de los cristianos y del mundo en estos tiempos de amarga incrédulidad, con tal que sea hecho por medios legítimos. Y de ello no cabe duda en cuanto al presente libro, que nos complacemos en poner en manos de nuestros apreciados lectores de habla española. ¡Quiera Dios usarlo para promover en nuestros días un acrecimiento de la fe, y del espíritu de oración, para que grandes bendiciones de lo alto puedan ser otorgadas, tanto a los cuerpos como a las almas!
Tarrasa, diciembre de 1969
S. Vila
(1) Quizá alguien argüirá que los discípulos pidieron a Cristo: “Auméntanos la fe”; pero observemos que el Señor no les dijo: “Porque lo habéis pedido con gran esfuerzo, aquí lo tenéis”; sino que siguió hablando del poder de la fe sin aparentemente hacer caso de su petición. Sin embargo, en varias ocasiones declaró: “Conforme a tu fe te sea hecho”. Y para nosotros, la interesante pregunta es: ¿Cómo se originó aquella fe? ¿Qué parte de ella era conocimiento de Cristo, y hasta qué punto la confianza plena de tales personas en el poder y el amor del Señor debe ser considerada como un don de Dios? La respuesta permanece en misterio. No olvidemos que hubo quienes tuvieron grandes conocimientos de Cristo en los días de su carne, pero no llegaron nunca a creer en El (Juan 7:5) y (Mateo 26:24 y 65)
(2) Recordamos de nuestra juventud el caso de un venerado servidor de Dios, muy conocido en las iglesias evangélicas de Barcelona, llamado don Pedro Rubio; quien padeció por muchos años una dolorosísima neuralgia facial, por cuyo alivio y curación habíamos orado muchas veces.
Al encontrarnos cierto día en el consultorio del Director del Hospital Evangélico de Barcelona, se apresuró a preguntarme, con su característica solicitud, si me encontraba allí por alguna dolencia propia, o de algún miembro de mi iglesia. Al contestarle que ni lo uno ni lo otro, sino tan solamente por cuestiones relacionadas con mi cargo en la Junta del Hospital, añadí —mirándole en el rostro, con la compasión que siempre nos inspiraba su aflictivo estado:
—A esta casa es mejor venir para ayudar a otros que para uno mismo, ¿verdad, don Pedro?
El venerable varón de Dios, con la franqueza que le permitía el haberme dado lecciones en griego, inglés y otras disciplinas útiles para el ministerio cristiano, se apresuró a corregirme una vez más.
—Debemos decir, más agradable; no mejor. Solamente allá arriba sabremos lo que es mejor.
Ha pasado casi medio siglo; pero nunca he podido olvidar la preciosa enseñanza espiritual de tan expontánea como oportuna corrección. Mi mejor esperanza es de encontrarme de nuevo con este amado hermano y maestro “allá arriba”; para recordarla y comentarla juntos, a la luz de la Eternidad.
PREFACIO
¡EL AMOR ES ALGO QUE USTED HACE!
Semblanza de la señorita Kuhlman
La señorita Catalina Kuhlman no es simplemente una persona, sino también una institución. Aún cuando está ordenada para el ministerio evangélico, no se considera ni pastor ni evangelista. No obstante, centenares de personas la consideran su pastor, y muy pocos evangelistas tienen la ardiente pasión de esta mujer, de ver a las almas salir de la oscuridad.
Hace más de catorce años que vino a Pittsburgh, Pensilvania, en un caluroso 4 de julio, después de alquilado el auditorio de la Biblioteca Carnegie, propiedad de la ciudad (el primer edificio edificado por Andrés Carnegie). Y ha estado allí desde aquel entonces.
Durante los catorce años pasados, miles han llenado el auditorio, no meramente buscando la salud de sus cuerpos, sino la liberación del pecado y la solución a sus problemas. Catalina Kuhlman desaprueba fuertemente la idea de que su ministerio está dedicado solamente, o primordialmente, a la sanidad del cuerpo. Subraya claramente este punto en cada servicio porque cree sinceramente que la salvación del alma es el más importante de todos los milagros. No hay fanatismo en estos cultos: frecuentemente reina tal quietud que el más mínimo rozar de un papel podría ser oído. La señorita Kuhlman atribuye esto, al hecho de que la Palabra de Dios es el fundamento sobre el cual ha edificado su ministerio, y ella está firme en su creencia de que si uno se ciñe a la Palabra de Dios encontrará poder sin necesidad de fanatismo.
No tiene edificio propio; constantemente exhorta a aquellos que encuentran la salvación en sus reuniones, a que regresen a sus iglesias y sirvan al Señor con todo su corazón. A los que no tienen una iglesia, les sirve de instrumento para edificar su carácter cristiano. Cuando estos convertidos se unen a una iglesia, llevan a ella, por la eficacia de un testimonio lleno del Espíritu, un nuevo dinamismo.
Su Fundación, caritativa y misionera
Catalina Kuhlman es la Presidenta de la Fundación Kathryn Kuhlman, una organización religiosa caritativa. Su única remuneración es su sueldo estipulado por el Comité de la Fundación.
Hay diecisiete nacionalidades representadas en el Coro Varonil de cuatrocientas voces; y el Orfeón Catalina Kuhlman de cien voces masculinas y femeninas, es considerado uno de los mejores de la nación, habiendo tenido contratos con las grabaciones R. C. A. Víctor. La organización juvenil que coopera con la empresa evangelista de Catalina Kuhlman puede compararse con la mejor Sociedad Cristiana Juvenil de la presente generación.
La Fundación mantiene un Fondo para Becas y Préstamos en Wheaton College, Illinois, donde los estudiantes que están en necesidad de ayuda financiera son auxiliados para proseguir su educación. Las becas no se limitan solamente a los estudiantes de Teología, sino que pueden ser disfrutadas por jóvenes que persiguen una carrera secular en dicha institución educativa.
La Fundación proporciona ayuda financiera a estudiantes de la Universidad del Estado de Pensilvania, de la Universidad de Pittsburgh, del Instituto Tecnológico Carnegie, del Geneva College, en Beaver Ralls, Pensilvania; del Instituto Tocoa Falls, en Georgia, y del Conservatorio de Música en Cincinati, Ohio.
La Fundación Catalina Kuhlman ha contribuido con más de cuarenta mil dólares a la Escuela para Niños Ciegos de Western, Pensilvania. Observando un grupo de niños ciegos que jugaban, luchando con los patines, Catalina Kuhlman quedó tan impresionada, sintiendo tan profundo agradecimiento por sus propios ojos, que decidió, por la gracia de Dios, hacer todo lo humanamente posible para estos niños.
El Dr. Alton G. Kloss, Superintendente de la Escuela para Niños Ciegos de Western, Pensilvania, al expresar su agradecimiento, escribió: “Cada día, al andar por los edificios de la escuela primaria, la secundaria y el jardín de niños, yo veo su mano. Brillantes escritorios nuevos y otro mobiliario confortable, platos, cortinas, patinets, vagones, todo atestigua el hecho de que Catalina Kuhlman ha recogido a nuestros niños ciegos en sus brazos. Su generosidad ha sido una bendición a todos nosotros en la Escuela de Niños Ciegos, y su bondad es una verdadera fuente de inspiración”.
La Fundación Kathryn Kuhlman ha levantado y está sosteniendo un extenso proyecto misionero en Corn Island, a unas cuarenta millas de la costa de Bluefield, Nicaragua, en Centro América. Después de construir la iglesia principal en la isla, se están haciendo planes para una ampliación a otros varios centros, los cuales serán pastoreados por diversos nativos, educados por otros misioneros en Nicaragùa y en los Estados Unidos.
La visión de Catalina Kuhlman no ha ido tan lejos que olvidara a los necesitados de su propia tierra natal; un avicultor recibió un cheque de más de mil novecientos dólares para ser dedicados a la compra de pollos durante un mes, los cuales fueron entregados a familias necesitadas de alimento. Dichas aves de corral representan solamente una pequeña parte de su ayuda benéfica. Las patatas se reciben por toneladas y los enlatados por cajas. Hay un centro bien repleto, cuyos estantes son constantemente abastecidos con comida para personas y familias que se encuentran en situación precaria. Ninguna publicidad se da jamás a la distribución de alimentos, ropa y asistencia a los necesitados. Es en contra de los principios de la señorita Kuhlman. El lema, que forma parte de su teología, se concreta en esta frase: ¡El amor es algo que usted hace! No es simplemente, lo que usted dice, o siente. Usted no siente verdaderamente amor si no lo pone en práctica.
Labor radiofónica
Pocos son los hombres que trabajan tantas horas y tienen el vigor y la vitalidad de esta mujer. Además de su oficina, la Fundación Catalina Kuhlman mantiene un estudio completo de radio en donde se trabaja constantemente, supliendo a una cadena de estaciones con programas evangélicos que cubren semanalmente dos terceras partes de la nación estadounidense.
La señorita Kuhlman es oída cada noche a través de la Estación de Radio WWVA, de 50.000 watts, en Wheeling, Virginia Occidental, cuya recepción alcanza hasta Inglaterra; ella no es extraña ante un gran número de radioyentes en Europa. Dos veces al día puede ser oída en la WADC, Akron, Ohío, mediante cuyos programas recibe una tremenda correspondencia del Canadá. El número de cartas recibidas semanalmente de sus oyentes en los Estados Unidos y otros países alcanza varios millares.
A pesar de su recargado horario, la señorita Kuhlman da a cada carta su atención personal, y es su firme convicción de que si no fuera capaz de dar esta parte de sí misma a aquellos que se dirigen a ella con sus cargas y pesares, habría fracasado en su propósito. Es su creencia que no hay situaciones irremediables, sino que sencillamente hay personas que han perdido la esperanza acerca de ellas!
En las propias palabras de Catalina Kuhlman: “¡Yo no soy una mujer de gran fe; soy una mujer con un poquito de fe en el Gran Dios!”
Nació en Concordia, Missouri, pequeña población a unos cien kilómetros de la ciudad de Kansas, y por varios años fue su padre el alcalde del lugar. Recordando los días de su temprana juventud, Catalina dice: “Papá era el alcalde, pero de una manera quieta, reservada y modesta, mamá le ayudaba a tomar muchas decisiones importantes, cuando se sentaban juntos en el anticuado sofá del corredor”.
En cuanto a religión, su madre era Metodista, ya que el abuelo Walkenhorst fue uno de los primeros fundadores de la Iglesia Metodista de Concordia; su padre era Bautista, pero nunca fue un miembro muy activo de la iglesia. Ninguno de ellos vive; su padre murió en un accidente; su madre falleció hace poco.
Desde el comienzo de su carrera evangelística, la misión de Catalina Kuhlman ha sido ayudar a aquellos que tienen verdadero deseo de encontrar a Cristo; y desde el principio, el tema de todos sus sermones ha sido la fe.
Origen del Movimiento de milagros en respuesta a la oración
Fue hace quince años, en Franklin, Pensilvania, que los miembros de su congregación repentinamente empezaron a declarar sanidades espontáneas durante sus servicios. Al aumentar el número de estas curaciones por la fe y la oración, esta ministro ordenada Bautista comenzó a enfatizar en sus mensajes la posibilidad de ser las personas curadas por el poder de Dios. Así se originaron los ahora llamados Servicios de “Milagros” y el singular ministerio que ha servido para influenciar a millares de personas.
El año siguiente la señorita Kuhlman se trasladó a Pittsburgh. El hecho de que haya permanecido en un mismo local por catorce años y que su ministerio ha sobrevivido con éxito ante la crítica de que son objeto todos los evangelistas, es un tributo a su integridad. Cuando se le pregunta por qué no extiende su radio de influencia viajando, ella responde: “Mi propósito es ganar las almas, pero mi llamamiento especial es el de ofrecer a las gentes una prueba fehaciente del poder de Dios. Y esto yo pienso que puedo llevarlo a cabo más efectivamente permaneciendo en un solo lugar para tener la oportunidad de estar en contacto con mi gente, y para comprobar que los que declaran haber sido sanados procuren la verificación médica”. La insistencia en la comprobación científica, no solamente ha contribuido a dar solidez a su ministerio, sino a la sanidad espiritual, en todas partes donde han llegado noticias de esta obra.
SAMUEL A. WEISS
Ex-miembro del Congreso de los Estados Unidos.
Juez de la Audiencia del Condado de Allegheny
I
Yo creo en milagros
Si usted va a leer este libro esperando que le convenza de algo que no quiere creer, mejor será que no lo lea. ¡No vale la pena! Pues no tengo ni la esperanza ni el propósito de convencer a un escéptico simplemente con milagros.
Si intenta leer este libro con un espíritu crítico, irreverente e incrédulo, favor de darlo a otro lector. Porque el contenido de estas páginas, es muy sagrado para quienes les sucedieron estas cosas. Sus experiencias son demasiado preciosas para compartirlas con aquellos que han de leerlas solamente para mofarse y burlarse. Estas experiencias están guardadas en el corazón de los protagonistas de tales hechos con admiración, acción de gracias y profunda gratitud. Estas experiencias siguen siendo tan reales y maravillosas a estas personas, como en el momento que sucedieron.
Dios cura mediante la ciencia médica
Si usted piensa que yo me opongo a la profesión médica, a los doctores, al uso de medicinas, solamente porque creo en el poder de la oración y en el poder de Dios para sanar, ¡está usted en un error! Si hubiera escogido una profesión, probablemente, mi preferencia hubiera sido la medicina o leyes. Pero no tuve alternativa: fui llamada por Dios a predicar el Evangelio.
El siguiente artículo fue publicado por el Dr. Elmer Hess, presidente de la Asociación Médica Americana. “Todo médico a quien le falte la fe en el Ser Supremo, no tiene derecho a practicar la medicina” —afirma el famoso especialista en Urología, de Erie, Pensilvania—. “Un médico que entra en el cuarto de su paciente no va solo. El puede asistir al enfermo con los instrumentos materiales de la medicina científica; su fe en un Poder más alto cumple el resto. Mostradme un médico que niega la existencia de Dios, y os diré que no tiene derecho a practicar el arte sanador.”
El Dr. Hess hizo estas declaraciones en una publicación dispuesta para la inauguración de la 48.ª reunión anual de la Asociación Médica del Sur. La A.M.E., con un total de diez mil médicos asociados, ocupa el segundo lugar, después de la A.M.A., como la más grande organización general médica de los Estados Unidos.
“Nuestras escuelas médicas están haciendo una obra magnífica, enseñando los fundamentos de la medicina científica” —continúa el Dr. Hess—, “sin embargo, me temo que se pone tanta atención en las ciencias básicas, que la enseñanza de los valores espirituales ha quedado casi totalmente olvidada.”
Que toda sanidad es Divina, es lo que el Dr. Hess enfatiza fuertemente. Un médico puede diagnosticar, dar medicamentos; atender a su paciente con lo mejor que la ciencia médica le ha dado a él y al mundo; pero en última instancia, es el Poder Divino latente en la Naturaleza lo que sana al enfermo.
Un médico tiene el poder y la habilidad de encajar un hueso roto, pero tiene que esperar que el Poder Divino haga el resto. Un cirujano puede ejecutar con habilidad la más difícil de las operaciones; puede ser un maestro del bisturí, usando las mayores habilidades de su bien entrenado intelecto. Pero tiene que esperar que un poder superior haga la curación, ¡porque a ninguna persona humana le ha sido dado el poder de sanar!
Cualquier verdad, por cierta que sea, si es acentuada excluyendo otras verdades de igual importancia, se convierte en un error práctico. Mi fe en el poder de Dios es igual a la ejercitada por cualquier médico o cirujano que cree en la sanidad de su paciente mediante remedios. El espera que la naturaleza cure gradualmente, mientras yo creo que Dios tiene la habilidad de sanar, no solamente por un proceso gradual, sino que, si El así lo quiere, puede hacerlo en un instante. El es Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente, por eso no está limitado por el tiempo, ni por las ideologías, la teología u otras ideas preconcebidas por los hombres.
¡Si usted cree que yo pienso que es un pecado ir al médico, tomar medicina o practicar una operación cuando se necesite, me juzga injustamente! Para aclarar, yo creo que Dios tiene poder para sanar instantáneamente, sin hacer uso de los instrumentos de la medicina científica, ¡pero también creo que Dios nos dio el cerebro para que lo usemos! El concedió a los hombres el don de la inteligencia, y espera que hagamos un buen uso de él.
Si usted está enfermo y todavía no ha recibido el don de creer en los milagros, entonces busque la mejor asistencia médica posible, y ore que Dios obre a través del instrumento humano. Ore que le dé a su médico, dirección Divina al tratarle, y luego, esperen ambos que Dios haga la sanidad por los medios naturales. El poder sanador de Dios es un hecho irrefutable, con o sin la asistencia facultativa.
Nada personal
Si usted cree que yo, como persona humana, tengo algún poder sanador, está en un error. Yo no tengo ningún mérito en los milagros indicados en este libro, ni he tenido ninguna parte directa con ninguna sanidad que ha sucedido en algún cuerpo físico. Yo no tengo ningún poder sanador. La única cosa que yo puedo hacer para usted es indicarle el Camino. Puedo guiarle al Gran Médico y puedo orar; pero el resto queda entre usted y Dios. Yo sé lo que El ha hecho por mí, y he visto lo que ha hecho por innumerables personas. Lo que El haga por usted, depende de usted mismo. ¡El único límite al poder de Dios está dentro del individuo!
El apóstol Pablo nos habla de “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos” (Efesios 1:19-20).
Cuando la Sagrada Escritura habla de la grandeza de Su poder, no se refiere al poder que dio existencia al universo, a pesar de ser tan grande, sino más bien al poder que fue manifestado al levantar a Jesús de los muertos. La resurrección de Cristo fue, y nuestra resurrección con El será, la demostración de poder más grandiosa, el milagro más estupendo que el mundo jamás ha conocido y conocerá.
El apóstol Pablo escribió: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe... Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos..." (I Corintios 15:14, 20).
El Cristianismo se basa en milagros
La validez de la fe Cristiana se apoya en un Milagro supremo: la piedra angular sobre la cual toda la superestructura del Cristianismo se eleva o cae, depende de la verdad de este milagro —la resurrección de Jesucristo. Si ésta fuere falsa, confiesa el apóstol Pablo, toda la estructura cae— y es entonces, seguramente, como dice: “vana nuestra predicación, vana también nuestra fe”.
Ninguna otra religión se ha atrevido jamás a proponer este desafío; ninguna se ha arriesgado a apelar a los milagros y a basarse en un milagro.
Porque Cristo vive, nuestra fe no es vana, nuestras predicaciones no son en vano. Y la maravilla de las maravillas es que esta grandeza abundante de poder está a nuestra disposición. No hay ningún poder en nosotros, todo poder le pertenece a El.
El milagro de la resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios es una realidad. Dios ha prometido también en el futuro el milagro de la resurrección de nuestros cuerpos mortales; por lo tanto es bien lógico creerle a El en lo que se refiere a los milagros de menor importancia relacionados con la sanidad actual de nuestros cuerpos.
Dios no tiene personas ni medios exclusivos
Si usted cree que yo no reconozco los métodos sagrados de sanidad usados en diferentes iglesias, se equivoca. El poder del Espíritu Santo no está confinado a ningún lugar o sistema. No nos atrevemos a hacernos tan dogmáticos en nuestro pensamiento, en nuestra enseñanza y en nuestros métodos, que excluyamos toda verdad de igual importancia.
Por ejemplo: Reconocemos que Dios dio el don del Espíritu Santo el Día de Pentecostés y en la casa de Cornelio, sin hacer uso del rito de la “imposición de manos”; pero en el avivamiento de Samaria (Hechos 8:17) y en el avivamiento de Efeso (Hechos 19:6), los creyentes fueron llenos con el Espíritu mediante la “imposición de manos”.
El ser dogmático en uno u otro sentido, y hacer de ello un tema de disputa, es un gran error. Jesús vio a un hombre que había nacido ciego, según se refiere en el noveno capítulo del Evangelio de Juan. En este caso particular, el Señor escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y ungió los ojos del ciego con el lodo, diciéndole: “Ve a lavarte en el estanque de Siloé... Fue entonces, se lavó, y regresó viendo”. Sin embargo en otra ocasión, cuando Jesús llegaba a Jericó (Lucas 18:35) curó a un ciego que estaba al lado del camino mendigando. En este caso no se refiere que el Señor le tocara la cara, y estamos seguros que tampoco le puso lodo en los ojos. Jesús le habló y le dijo: “Recibe la vista, tu fe te ha salvado” e inmediatamente fue curado.
Ambos eran ciegos, ambos recibieron la vista, pero un método diferente fue usado en cada caso.
Santiago, bajo la inspiración del Espíritu Santo, escribió: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiese cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5:14-15).
Pero también leemos que en la iglesia primitiva, el Espíritu Santo obraba con un poder tan grande, “...que sacaban los enfermos a las calles, en colchones y esteras, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados” (Hechos 5:15-16).
Esto es una prueba concluyente de que el poder del Espíritu Santo no se limita a un solo lugar o sistema.
Si usted cree que yo dudo de la espiritualidad de algún ministro del evangelio, porque no esté de acuerdo conmigo con respecto a los milagros, de nuevo se equivoca; no ha comprendido que la razón de nuestro compañerismo es más profunda que la verdad tocante a la sanidad del cuerpo humano. Está basada en algo más importante: La salvación por medio del arrepentimiento y la fe en la sangre derramada de Jesucristo.
“Un cuerpo, y un Espíritu, como fuistéis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:4-6).
Toda sanidad es divina, sea física o espiritual; pero de las dos, es un hecho innegable, que la sanidad espiritual es la más importante, y muy superior a lo material.
Nicodemo se sentía impresionado por lo que Jesús le dijo acerca de este milagro espiritual y preguntó: “¿Cómo puede hacerse esto?”
Este es el misterio que nuestra pequeña mente tiene que dejar en las manos de Dios. Pero ésta no es la única cosa que usted no puede entender, y que pertenece a la sabiduría y poder de Dios.
Milagros en la Naturaleza
Explique la electricidad; no podrá; pero ¿querrá usted sentarse en la oscuridad hasta que pueda hacerlo? Nadie sabe exactamente lo qué es la electricidad, pero nadie se priva de usarla, solamente porque no entiende los misterios electrónicos.
Dígame cómo se convierte la comida en energía dentro del organismo. Si usted no lo sabe, ¿se negaría a comer? Dígame cómo Dios toca un puñado de tierra limpia en medio de una arboleda, y de pronto salen las violetas a perfumar el ambiente.
Usted paga diez centavos por un sobrecito de semillas. ¡Por diez centavos usted compró un milagro! Usted tiene en su posesión diez centavos de algo conocido sólo por Dios.
En esta agitada Era moderna, con frecuencia hemos pasado por alto, o dado por supuestos, los milagros que suceden cada día en nuestra vida.
¿Quién le da “cuerda al cerebro” para que funcione? —los grandes especialistas de la neurología quisieran saberlo—. ¡Oh sí! Ellos saben exactamente cual porción del cerebro controla el movimiento de cada músculo, pero no saben por qué opera el cerebro, cómo lo hace; qué lo estimula para que entre en acción y pueda controlar las varias partes de nuestro cuerpo.
El Dr. Charles Joseph Barone, Vicepresidente del Departamento de Obstetricia y Ginecología del Colegio Internacional de Cirujanos, y decano del Hospital Magee de Pensilvania, el hospital de maternidad más grande del Estado, que ha asistido unos 25.000 alumbramientos, dice: “El nacimiento de un niño es el mayor de los milagros.
La esmerada preparación, habilidad y dedicación de este médico a su profesión médica le han dado fama nacional. Con todo, él es el primero en admitir que el nacimiento humano está más allá de la comprensión humana: que es uno de los misterios más sagrados, que excitan la curiosidad y admiración del hombre, pero que sigue siendo un secreto impenetrable.
“Los estudios embriológicos de la célula humana, —dice el Dr. Barone— muestran por anticipado las características del futuro ser, mediante los cromosomas y genes, que determinarán los ojos, el corazón, las piernas la nariz o los labios. Si esto no es Divino, entonces no se qué es”.
Vea al niño recién nacido. Hacía nueve meses no existía. Ahora tiene oídos y ojos, nariz y boca, manos y pies, y llora fuertemente cuando tiene hambre. Unas horas después de nacido, se alimenta alegremente del pecho de la madre.
¿Le dio la ciencia una hoja mineografiada de instrucciones, indicándole dónde estaba su alimento y exactamente cómo se lo podía procurar? ¿Quién le enseñó cómo debía mover los labios y la lengua para obtenerlo del seno de la madre? ¿Se le dijo cómo cerrar los ojos y dormir una vez comido y satisfecho? ¿Se le dijo, cuando aún era incapaz de darse vuelta, cómo patalear y batir los bracitos para crecer fuerte?
No, ningún libro de instrucciones se ha dado jamás a un infante, al momento de nacer; con todo, cada precioso niñito sabe exactamente qué hacer para satisfacer sus necesidades y deseos.
El milagro primordial del Nuevo Nacimiento
Dios nunca le ha explicado al hombre el misterio del nacimiento físico; entonces ¿por qué debemos negarnos a aceptar el nacimiento espiritual? Ambos vienen de Dios.
“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6-7).
El nacimiento espiritual le da al hombre una nueva naturaleza y nuevos deseos. Las cosas que en un tiempo amaba, ahora las repudia; y las cosas que antes odiaba, las ama ahora; porque es una nueva criatura en Cristo Jesús.