cvr

CURSO DE FORMACIÓN
TEOLÓGICA EVANGÉLICA

2

Un Dios en tres Personas

F. Lacueva

titlepage

Curso
de Formación
Teológica Evangélica

Volumen II

TEOLOGÍA – II

Un Dios en Tres Personas

Francisco Lacueva

titlepage

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA

E-mail: clie@clie.es

Internet: http://www.clie.es

UN DIOS EN TRES PERSONAS

CURSO DE FORMACIÓN TEOLÓGICA EVANGÉLICA V.02

© 1973, por CLIE

ISBN: 978-84-7228-121-9

eISBN: 978-84-7228-121-9

Clasifíquese:

Teología cristiana General

Este curso de
«Formación Teológica Evangélica»
consta de los siguientes títulos

I. TEOLOGÍA I
INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA
José Grau - Ref. 22.37.02
II. TEOLOGÍA II
UN DIOS EN TRES PERSONAS
Francisco Lacueva - Ref. 22.37.03
III. SOTERIOLOGÍA I
EL HOMBRE: SU GRANDES Y SU MISERIA
Francisco Lacueva - Ref. 2237.04
IV. CRISTOLOGÍA
LA PERSONA Y LA OBRA DE JESUCRISTO
Francisco Lacueva - Ref. 2237.05
V. SOTERIOLOGÍA II
DOCTRINAS DE LA GRACIA
Francisco Lacueva - Ref. 22.37.06
VI. ECLESIOLOGÍA
LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO
Francisco Lacueva - Ref. 22.37.07
VII. ESCATOLOGÍA I (Amilenial)
ESCATOLOGÍA I, FINAL DE LOS TIEMPOS
José Grau - Ref. 2237.08
VIII. CONFESIONES CRISTIANAS
CATOLICISMO ROMANO
Francisco Lacueva - Ref. 2237.09
IX. ESCATOLOGÍA II (Premilenlal)
ESCATOLOGÍA II
Francisco Lacueva -Ref. 2237.10
X. ÉTICA
ETICA CRISTIANA
Francisco Lacueva- Ref. 2237.11
XI. PASTORAL
MINISTROS DE JESUCRISTO - I
José M. Martínez - Ref. 2237.12
XII. HOMILÉTICA
MINISTROS DE JESUCRISTO - II
José M. Martínez - Ref. 2237.13

INDICE

INTRODUCCIÓN

Primera parte
LA EXISTENCIA DE DIOS

1.ªLa cognoscibilidad de Dios

2.ªEl ateísmo y sus formas

3.ªFalsas concepciones de Dios

4.ªPruebas racionales de la existencia de Dios

5.ªPrueba escritural de la existencia de Dios

6.ªLa auto-revelación de Dios

Segunda parte
LA NATURALEZA DE DIOS

7.ªEl ser de Dios

8.ªLos nombres de Dios

9.ªLos atributos de Dios en general

10.ªLa unidad de Dios

11.ªDios es espíritu

12.ªDios es un ser infinito

13.ªLa verdad de Dios

14.ªEl amor de Dios

15.ªEl poder de Dios

16.ªDios es bueno

17.ªDios es santo

18.ªDios es justo

Tercera parte
LA TRINA DEIDAD

19.ªHistoria del dogma de la Trinidad

20.ªEl misterio de un Dios en tres personas

21.ªLa revelación del misterio de la Trinidad

22.ªLa persona del Padre

23.ªEl Hijo, segunda persona

24.ªLa persona del Espíritu Santo

Cuarta parte
LAS ETERNAS DECISIONES DIVINAS

25.ªLos designios de Dios

26.ªLa predestinación divina

27.ªLa reprobación divina

28.ªDistintas posiciones ante la predestinación

Quinta parte
LA OBRA DE DIOS EN GENERAL

29.ªEl acto creador en sí

30.ªFinalidad de la Creación

31.ª¿Creación o evolución?

32.ªCreación de los ángeles

33.ªLa naturaleza de los ángeles

34.ªLos demonios, o ángeles caídos

35.ªLa creación del mundo visible

36.ªLa conservación del Universo

37.ªLa acción divina en las causas segundas

38.ªLa providencia de Dios

39.ªEl gobierno divino y el problema del mal

40.ªLa providencia extraordinaria de Dios

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCION

En el volumen I de este Curso hemos aprendido que Teología significa «Tratado sobre Dios». Pero el tratar sobre Dios puede tener dos sentidos: 1) Lo que es Dios en Sí; 2) Lo que es Dios en relación con Su obra.

«Teología», en su sentido más propio o formal, supone investigar lo que Dios es en Sí mismo. Por aquí ha de comenzar lógicamente todo estudio bíblico-teológico para asentarse en bases firmes. Si hemos antepuesto un volumen I al tratado sobre Dios, ha sido sólo para analizar las auténticas fuentes que nos dan acceso al conocimiento de este Dios verdadero, conforme El mismo ha tenido a bien revelarse a Sí mismo en Su Palabra. Por eso, el volumen I ha tratado sobre el sentido de la Teología, así como sobre la Revelación, tanto General por medio de las obras de Sus manos, como Especial mediante Su mensaje personal, según está registrado en las Sagradas Escrituras o Santa Biblia.

El estudio del presente volumen es de primerísima importancia para el conocimiento de nuestra fe evangélica. No sólo porque toda Teología verdaderamente bíblica ha de ser «teocéntrica» (lo cual parecería una perogrullada si no hubiese quienes, desde distintos flancos, parecen negarlo), sino porque nuestros conceptos sobre la naturaleza de Dios, sobre Sus atributos, sobre las personas divinas, influyen decisivamente en las ideas que nos formemos de todos los demás problemas teológicos. Si nuestros conceptos sobre el Ser de Dios no son correctos, tampoco serán claras las ideas que nos formemos del resto de la problemática teológica. En cambio, si, a la luz de la Escritura, adquirimos una clara idea del carácter esencial de Dios, de Sus perfecciones infinitas y de su Trina Personalidad, todo lo demás queda ya aclarado y situado en su debido lugar. El hombre, el pecado, la Encarnación y la Expiación llevada a cabo por el Hijo de Dios, la salvación, la gracia, la Iglesia, el final de los tiempos, etc., sólo se pueden entender en su justa medida cuando se ha penetrado en el conocimiento de la infinita santidad, del infinito amor, de la infinita justicia y de la infinita misericordia de ese Dios-Padre que «está por nosotros», de ese Dios-Hijo que «es con nosotros» y de ese Dios-Espíritu Santo que «mora en nosotros».

Por otra parte, si la Teología no es una mera ciencia de Dios, sino un conocimiento experimental, íntimo, de Su Naturaleza, de Su Presencia y de Su Acción soberana en nosotros, sólo cuando esa experiencia nuestra personal de Dios sea bíblicamente correcta, tendrá genuina eficacia en nuestra vida interior y en el testimonio que presentemos de Su mensaje. Se ha dicho con razón que «pectus facit theologum» = «el corazón (no la mente) hace al teólogo». Por eso, tanto el erudito especializado como el sencillo creyente que, con la oración y el estudio de su Biblia, se ha familiarizado en el conocimiento y en el trato íntimo del Dios-Padre que le ha elegido y le ha llamado para salvación hasta adoptarle por hijo, del Dios-Hijo que, con Su persona encarnada, con Su doctrina, con Sus obras y con Su muerte, le ha rescatado de la perdición y le ha mostrado el amor salvífico del Padre, y del Dios-Espíritu Santo que, con su poder y sus dones, lo regenera, justifica, santifica, inhabita y capacita, habrá enriquecido toda su personalidad con la eterna vida, con la eterna luz y con el eterno amor que, con todo el consiguiente cortejo de bendiciones celestiales, descienden «de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación» (Sant. 1:17).

Próximo a marchar al Padre, y al comienzo de Su grandiosa «oración sacerdotal», Jesús recalcó: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3). Con este estudio amoroso no llegaremos a captar en esta vida el brillo de la gloria de Dios, que será perennemente nuestra en el Cielo, pero habremos vislumbrado —tras alzar una punta del velola grandeza de las cosas que esperamos (Hebr. 11:1), y esta vislumbre servirá para acicatear nuestro afán de conocer y amar cada día más a ese Señor al que «ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara»; al que «ahora conocemos en parte; pero entonces conoceremos como fuimos conocidos» (1.ª Corintios 13:12).

Mi gratitud a cuantos han contribuido a que este pequeño volumen sobre nuestro gran Dios salga con menos imperfecciones, especialmente al escritor evangélico D. José Grau, cuyas observaciones y sugerencias siempre me son tan valiosos, y a la «Misión Evangélica Bautista en España», bajo cuyos auspicios se publican todos los volúmenes de este CURSO DE FORMACION TEOLOGICA EVANGELICA. Mi gratitud, también, a la Editorial «The Soncino Press» de Londres por su amabilidad en concederme permiso para copiar las citas del Dr. Hertz, en su Comentario al Pentateuco, algunas de considerable extensión.

Primera parte

La existencia de Dios

LECCION 1.ª
LA COGNOSCIBILIDAD DE DIOS

1.¿Podemos conocer a Dios?

Al tratar de Dios, la primera pregunta que lógicamente acude a nuestra mente es ésta, porque de nada nos serviría la existencia de un Dios «desconocido».

A dicha pregunta puede responderse de las siguientes maneras:

A)Sí, porque nuestra razón puede demostrar su existencia.

B)Sí, porque en nuestra mente hay una capacidad innata que nos hace intuir su existencia.

C)Sí, pero sólo en la medida en que El mismo se nos revela.

D)No.

Vamos a analizar estas cuatro respuestas en los cuatro puntos siguientes.

2.¿Puede la razón humana alcanzar por sí sola un conocimiento cierto de Dios?

A esta pregunta responden afirmativamente el racionalismo, el semi-racionalismo, la Iglesia de Roma y la Biblia misma, pero de distinta manera:

a)Según el racionalismo, la razón humana puede conocer con certeza todo cuanto existe. Ya Parménides identificó el pensamiento con la verdad y el ser. El racionalismo defiende la capacidad de la razón para penetrar hasta el fondo de toda realidad, incluyendo a Dios, y la autonomía de la razón respecto de la fe y de la Revelación. El racionalismo se ha manifestado de diversas formas: en Platón se encuentra bajo la denominación de «ideas arquetípicas» o modelos de las cosas, únicas con realidad completa y eterna, como emanadas de la mente divina; en Descartes, como «ideas claras y distintas», de las que nuestra conciencia nos certifica; en Spinoza, como fragmentos de esa gran realidad divina, de la que todas las cosas son una emanación; en Hegel, como partes dialécticas de la Idea Absoluta, madre de toda realidad; etc. Por tanto, para el racionalismo, no puede haber misterios (o sea, verdades ocultas); con lo que desaparece por completo la trascendencia de Dios.

b)Según los semi-racionalistas, la razón humana puede conocerlo todo, aunque ha de detenerse ante el misterio, ante lo que Dios se ha reservado. Ahora bien, una vez que Dios revela la existencia de un misterio, la razón humana tiene en sí la capacidad necesaria para desentrañar su esencia misma.

c)El Concilio Vaticano I definió que la razón humana puede por sus propias fuerzas conocer con certeza a Dios por las obras de la creación (el juramento antimodernístico añadió: «y, por tanto, demostrar»),1 de tal modo que la Revelación Especial no es absolutamente necesaria, aunque sin ella no podría lograrse, en la presente condición humana, el que todos pudieran llegar a conocer el conjunto de verdades divinas no misteriosas «sin obstáculos, con firme certeza y sin mezcla de error».2

d)Según la Biblia misma, «nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios». Así que «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura» (1.ª Cor. 2:11, 14). Es cierto que los hombres que no conocen a Dios son inexcusables, porque el Universo creado comporta una revelación del poder eterno y de la deidad del Creador, pero el corazón corrompido del hombre caído oscurece la razón con sus propias tinieblas, haciendo vanos los razonamientos de forma que no se traduzcan en actitudes correctas respecto a la genuina idea de Dios. Así un testimonio, de suyo válido, pierde eficacia por la mala disposición del espectador.3

3.¿Existe en nuestra mente una capacidad innata para intuir a Dios?

Los grandes filósofos, teólogos y apologistas de todos los tiempos han reconocido en el hombre como una intuición o capacidad congénita, afincada en el inconsciente, de presentir a Dios como una realidad suprema en la que «vivimos, y nos movemos, y somos» (Hech. 17:28). Es en el paso del inconsciente, a través del «corazón entenebrecido» de Romanos 1:21, a la conciencia del hombre caído, donde la idea de Dios se pervierte. Calvino la llamaba «un cierto sentimiento de la divinidad... por instinto natural». También compara dicha intuición a una semilla o «idea congénita» como la llamaron los primeros escritores eclesiásticos. X. Zubiri la presenta como un íntimo sentimiento de nuestra radical religación al Absoluto, del que dependemos existencialmente. También Descartes la entrevió como una «idea innata», oscura, que adquiere claridad mediante la reflexión.

Sin embargo, este innatismo, si se eleva a idea consciente y demostrable, nos lleva al falso argumento ontológico o demostración a priori de la existencia de Dios. Argumento en que Anselmo de Canterbury y el mismo Descartes cayeron. El método mismo con que Descartes pretendió probar que la idea de Dios es congénita resulta falso. «Nuestra mente —decía él— posee una idea clara y distinta del infinito; esta idea no puede proceder de la misma mente finita; luego ha tenido que ser implantada por Dios.» A esto respondemos que la mente humana no llega al concepto de infinito por intuición de éste, sino por una abstracción mental mediante la cual despoja a lo limitado de sus límites, fabricándose así, mediante una negación, un concepto positivo aproximado de lo inabarcable.

4.¿Impide la trascendencia absoluta de Dios el que podamos conocerle?

Apoyándose en la suprema trascendencia de Dios, negó Barth en redondo la analogía del ser (como «típica invención del Anticristo») y, por ende, la cognoscibilidad de Dios. Más aún, según Barth, aun después de la Revelación Especial, Dios queda como el Gran Desconocido, el «completamente Otro», de tal manera que cuanto más Se revela Dios, más se esconde o vela.

Las consecuencias de esta radical incognoscibilidad de Dios, como K. Barth la propugna, son extremadamente peligrosas: a) porque desemboca en un puro fideísmo y, en este caso, los que no disponen de la Revelación Especial de Dios, tienen «excusa» por no conocerle; b) porque, al negar radicalmente la analogía del ser, hace imposible el conocimiento de la causa a través del efecto; de Dios, a través de Sus obras, según apunta el Apóstol. Es cierto que Dios es el incomprensible, en el sentido de que nunca podemos agotar su cognoscibilidad (sólo una mente infinita podría hacerlo), pero nuestro conocimiento de Dios, como el Ser Supremo y Absoluto, aunque se mueva dentro de la analogía y nunca exprese con propiedad lo que Dios es, no es por eso falso; aunque sea imperfecto, es un conocimiento que nos lleva hacia un Ser singular (en este sentido, es propio), al que llamamos Dios. Como observa Strong,4 «conocer en parte» no equivale a «conocer sólo una parte». Además, si nuestra mente fuese naturalmente incapaz de conocer primeras verdades, tampoco podría conocer a Dios por fe, puesto que la fe comporta una iluminación superior de una facultad capacitada ya para recibir la luz.

5.La respuesta del Agnosticismo

A la pregunta de si podemos conocer a Dios, responde el Agnosticismo con un rotundo ¡no!

Así como los «gnósticos» (del griego «gnosis» = conocimiento) de todos los tiempos se han atribuido un conocimiento penetrante de Dios, reservado a los lúcidos «iniciados» (de ahí su empalme con Platón y con el panteísmo hindú), los agnósticos, por el contrario (del griego «a-gnosis» = sin capacidad de conocer), declaran que, al menos a Dios, es imposible conocerle.

Fue Kant quien de la manera más técnica y radical propugnó el agnosticismo, al pretender que la naturaleza íntima de las cosas o «númeno» (= concebible) era trascendente, o sea, incognoscible, mientras que sólo los «fenómenos» (= apariencias), experimentables sensorialmente, son objeto auténtico del puro conocer. Estos «fenómenos» son captados dentro de nuestras «intuiciones puras» del tiempo y del espacio y encasillados por nuestra razón en las doce categorías, producto de nuestra mente. Como una de estas «categorías» es la existencia, se le objetó a Kant que entonces la propia existencia objetiva de las cosas era producto de nuestra mente. Con cierta inconsecuencia, él se revolvió contra este aserto en la segunda edición de su Crítica de la Razón Pura, pero su discípulo Hegel sacó la verdadera consecuencia, llegando al idealismo absoluto.

Es cierto que Kant pretendió oponerse (y con razón) al realismo de la Filosofía Medieval o Escolástica, pero fue a dar en el otro extremo. Es verdad que sólo podemos conocer la realidad de las cosas a través de los fenómenos, pero estos fenómenos son causados por el objeto mismo. Por ejemplo, los colores se forman en el sujeto, pero son producidos, en último término, por las ondas vibratorias que los mismos objetos emiten. De aquí proviene el que podamos distinguir una sensación de una alucinación.

Sin tener que tomar partido por una determinada Metafísica, permítasenos decir que, a nuestro juicio, la llamada «escuela de Madrid» (Ortega, Morente, Zubiri, Marías, etcétera) ha sabido evitar ambos escollos fundiendo con equilibrio ambos elementos del conocimiento racional, lo subjetivo y lo objetivo, dentro de una síntesis vital. De esta forma, mientras se salva la trascendencia de Dios y de la realidad misma de las cosas, se salva también su cognoscibilidad.5

CUESTIONARIO:

1. ¿Qué respuestas hay a la pregunta: ¿podemos conocer a Dios? — 2. Posición del racionalismo, semi-racionalismo, de Roma y de la Reforma. — 3. ¿En qué sentido hay en nosotros una «idea innata» de Dios? — 4. ¿En qué falla la posición de K. Barth? — 5. Exposición y crítica del Agnosticismo.

line

1. V. Denzinger-Schönm., 3004, 3026, 3538.

2. V. id., 3005.

3. (Rom. 1:18-21 —V. lección 5.ª, y J. Grau, Introducción a la Teología, pp. 67-84—).

4. Systematic Theology, p. 8.

5. A los iniciados en Filosofía, sobre todo si poseen formación escolástica, les recomendamos leer a X. Zubiri, Sobre la esencia (Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones); J. Ortega y Gasset, Unas lecciones de Metafísica (Madrid, Alianza Editorial) y ¿Qué es Filosofía? (Madrid, Revista de Occidente). A nuestro juicio, los tres pilares del pensamiento filosófico de Ortega son: 1) la simbiosis del sujeto y de la circunstancia; 2) el perspectivismo, y 3) el raciovitalismo.

LECCION 2.ª
EL ATEISMO Y SUS FORMAS

1.Ateísmo práctico y ateísmo teórico

En el mundo siempre han existido y existen multitud de personas que viven como si Dios no existiera, sin que lleguen a negar la existencia de Dios ni siquiera a dudar de ella. Es probablemente en este sentido en el que el Salmo 14 habla del «necio» que dice en su corazón: «No hay Dios» (Sal. 14:1. También Sal. 53:1). Como alguien ha dicho: «Todo pecado destila en el corazón una gota de ateísmo. Algunos lo llenan hasta el borde.» 6 Todo el que vive mal, es prácticamente un ateo.

También han existido siempre quienes, de una u otra forma, han negado explícitamente que Dios exista. Junto a ellos, muchedumbres numerosas se han forjado de Dios una idea que no es la que corresponde al Dios de la Biblia. De éstos trataremos en la lección 3.ª. Por otra parte, el hombre ha sido definido, desde Aristóteles, como el «animal religiosum» = un animal religioso; de ahí que incluso los ateos más acérrimos acaban por forjarse alguna clase de dios ante cuyo altar se prosternan; el que no tiene al verdadero Dios, tiene ídolos; quizá, muchos ídolos. Por eso, Pablo dijo a los sabios atenienses del Areópago que los había encontrado en extremo religiosos, aunque el verdadero Dios era para ellos un «Dios desconocido» (cf. Hechos 17:22, 23).

2.Formas del ateísmo teorético

A)ATEÍSMO ESCÉPTICO. Es el que procede de una actitud filosófica negativa o de una reacción pesimista ante los males del mundo y de la vida, y consiste en un estado de perplejidad, sin decidirse a admitir, ni a rechazar del todo, la existencia de Dios.

B)ATEÍSMO AGNÓSTICO. Es el que procede de un punto de vista científico o filosófico, según el cual la existencia de Dios es un dato imposible de ser experimentalmente o racionalmente comprobado. Es la postura de Kant y sus seguidores, y que ya hemos examinado en la lección anterior. Es preciso añadir que Kant, en su Crítica de la Razón Práctica, a pesar de haber sostenido la incognoscibilidad de todo lo que no nos entra por los sentidos, admitió como necesarias para llevar una vida moral correcta, como postulados de la Razón Práctica, realidades como la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. De ahí que sea, a partir de aquí, como surgió el Sentimentalismo religioso (a través de Schopenhauer y Schleiermacher), según el cual la existencia de Dios no se conoce, sino que se siente como un anhelo inconsciente de nuestro corazón hacia el Gran Desconocido.

C)ATEÍSMO DOGMÁTICO. Se llama así, no porque tenga sus «dogmas de fe», sino porque afirma positivamente, tenazmente, como un hecho científicamente indudable e incuestionable («dogmático»), que Dios no existe. El ateísmo dogmático nació propiamente con Feuerbach, para quien todo lo espiritual es un subproducto del cerebro humano, el cual segrega las ideas de la misma manera que el hígado segrega la bilis. La forma más sistematizada del ateísmo dogmático la constituye el marxismo con su Materialismo Dialéctico e Histórico.

3.Extensión actual del ateísmo

El avance del ateísmo en sus dos formas principales (filosófico-científica y típicamente marxista) ha sido espectacular en nuestro siglo. Con el progreso de la Ciencia y de la Técnica, y sobre la ignorancia de grandes masas para las que la idea de Dios estaba indisolublemente unida a muchas supersticiones y tabúes, la gente se ha despreocupado del Dios verdadero y de la vida de ultratumba, para volcar su afán en los bienes de este mundo. Cualquier individuo capaz de leer un periódico, se siente capacitado para ver en la teoría evolucionista el necesario sustituto de Dios. Pudiendo dominar la materia (y escalar el firmamento) y controlar su vida, ya no parece necesitar de Dios; de un Dios que ya no hace milagros: un Dios silencioso pasa a ser un Dios silenciado. Puede gritar con Nietzsche: «Dios ha muerto; nosotros le hemos matado.»

Todas estas ideas se han introducido, por desgracia, en una sociedad que se llama todavía a sí misma «cristiana», porque sus criterios están empapados del ambiente materialista. Si Horacio o Catulo resucitaran y se sentasen a la mesa de nuestras tertulias, oficinas o talleres, se asombrarían al ver que los criterios de muchos que se llaman «cristianos» coinciden con los suyos, porque hablan, piensan y se conducen enteramente igual que ellos, los paganos anteriores a Jesucristo.

4.Raíces del ateísmo

Si se analiza profundamente el fenómeno del ateísmo, se encuentra fácilmente en sus raíces un fondo de rebeldía contra Alguien que pretende subyugarnos, exigiéndonos una determinada cosmovisión que exige fe, y unas normas éticas que nos imponen una determinada conducta, restringiendo nuestra libertad. El instinto de afirmación autónoma del propio «yo» reacciona entonces violentamente contra tal imagen, intentando sacudirse un yugo que se le antoja molesto.

Por tanto, no puede hablarse del ateísmo como de una reacción espontánea de la mente humana cultivada, como una idea «químicamente pura» científicamente producida, sino que se trata de un fenómeno reactivo (contra algo que no se quiere o que molesta). Por eso, más que de «a-teísmo», habríamos de hablar de «anti-teísmo», o sea, de una reacción contra Dios; aunque esta reacción sea, en muchos casos, inconsciente.

En efecto, si no se tiene una imagen adecuada, bíblica, del Dios verdadero, de Sus atributos y de Sus planes de salvación, la reacción contra Dios es explicable. Si la fe es presentada como contraria a la Ciencia, a la Vida, al Bienestar social, y se concibe a Dios como un «aguafiestas», un «superpolicía» o un «tirano» que, como Saturno, «devora a sus hijos», no es extraño que el pueblo se rebele contra todo eso. Si a ello se añade una falsa «Apologética» barata que ha pretendido demostrar con evidencia la hipótesis de Dios como explicativa de todos los fenómenos del mundo y de la vida, el resultado no puede ser más funesto.

5.Los argumentos del ateísmo

Ya los teólogos medievales redujeron a dos las principales objeciones contra la existencia de Dios: A) Dios no es necesario, ya que el mundo, la vida y la Historia pueden explicarse científicamente, sin tener que apelar a un Ser Infinito, invisible y extramundano. B) La existencia de tanto mal en el mundo es incompatible con la existencia de un Dios que, o no es suficientemente bueno y justo para evitar tanta desgracia, o no es lo bastante sabio y poderoso como para controlar la marcha de un Universo que El mismo ha creado.

A la segunda de estas objeciones responderemos en la lección 37.ª, cuando tratemos del problema del mal, al hablar de la Providencia de Dios. A la primera, responderemos brevemente aquí, teniendo en cuenta las reducidas dimensiones de estos volúmenes de divulgación teológica.7

¿Es verdad que la Ciencia hace innecesaria la existencia de Dios?

A)La Ciencia no puede explicar suficientemente el orden del Universo, la aparición de la vida ni la marcha de la Historia por una mera evolución dialéctica en progreso siempre ascendente en espiral, por el concurso fortuito de millones de casualidades, sin la intervención de una Inteligencia superior, trascendente e inmanente, que haya creado la materia, haya dotado de energía a esta materia, le haya dado un primer impulso sabiamente dirigido en la espiral de la evolución (si se admite ésta), haya dotado a los seres de vida, instinto que no falla y espíritu que piensa, y mantenga en equilibrio constante la marcha de los astros, la mutua interacción de los seres (por ejemplo, la respiración de plantas y animales) y las apropiadas adaptaciones entre el sujeto y el medio. En pocas palabras, a cualquier parte que se mire, se obtiene una impresión de causalidad y de finalidad, que sólo pueden atribuirse a un Ser Supremo que hace converger todo armónicamente. La pura casualidad no explica el Universo.

B)La Ciencia no puede dar, por sí sola, una respuesta satisfactoria a los grandes porqués del hombre: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Si no existe un Dios Creador y Remunerador, si no existe otra vida en que los insatisfechos anhelos del hombre obtengan satisfacción cumplida, si no existe una norma moral superior que sancione la conducta humana, entonces el hombre es un aborto de la naturaleza, que le niega lo que concede al mamífero y al infusorio; un ser autónomo, esclavizado por su propia ignorancia y por su egoísmo, abocado a ser «un lobo para todo hombre». En una palabra, el hombre es un engendro monstruoso de una gigantesca pesadilla cósmica. En cambio, la existencia de un Dios infinitamente justo, bueno y poderoso, que todo lo tiene previsto y provisto, que nos da una respuesta cumplida a todos nuestros porqués y una meta satisfactoria a todos nuestros anhelos de luz, de vida y de inmortalidad, es una solución más científica y, sobre todo, más humana.

Por eso, aunque el Cristianismo no sea un Humanismo,8 no hay nada tan humano (en el sentido de «bueno para el hombre») como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

CUESTIONARIO:

1. ¿En qué consiste el ateísmo práctico? — 2. Formas del ateísmo teórico. — 3. Extensión y causas del ateísmo actual. — 4. ¿A qué se debe, en el fondo, el fenómeno del ateísmo? — 5. ¿Por qué le parece a usted que la Ciencia no hace innecesario a Dios?

line

6. V. lo que digo en el libro Treinta mil españoles y Dios (Barcelona, Nova Terra, 1972), pp. 39 y ss.

7. Es copiosísima la literatura llamada «apologética» en este punto. Ténganse en cuenta las reservas que formulamos en la lección 4.ª acerca de las pruebas racionales de la existencia de Dios. Remitimos al lector al final de este volumen, donde encontrará abundante bibliografía.

8. Véase J. M. González-Ruiz, El Cristianismo no es un humanismo (Barcelona, Ediciones Península).

LECCION 3.ª
FALSAS CONCEPCIONES DE DIOS

1.El politeísmo

Nos dice el Génesis (1:26, 27) que Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza: inteligente, dominador y recto; «pero ellos buscaron muchas perversiones» (Ecles. 7:29). Y una de las mayores fue que los hombres se hicieron sus dioses a su propia imagen y semejanza. La multitud de «dioses» se llama politeísmo (del griego «poly» = mucho, y «theós» = dios).

El politeísmo ha revestido diferentes formas: en los pueblos primitivos se comenzó a divinizar las fuerzas naturales, la fecundidad (de ahí los cultos fálicos), diversos animales, y aun a los muertos; los dioses greco-romanos tenían ya una especie de jerarquía: los héroes míticos o semidioses, a veces producto del cruzamiento de un dios con una mujer, a veces alcanzando la «apoteosis» o introducción en el Olimpo, a causa de sus extraordinarias hazañas. Saturno o Cronos era el dios del tiempo; Marte, de la guerra; Venus Afrodita, de lo sexual; Eolo, de los vientos; Neptuno, de las aguas; Vulcano, del fuego; etc.; y sobre todos ellos, Zeus o Júpiter (que significa «padre de los dioses»), verdadero dios del Cielo y de la tempestad («Júpiter tonante»). Otra forma del politeísmo, especialmente en pueblos primitivos, consiste en divinizar fuerzas invisibles, de influjo benéfico o maléfico, o poseyendo ambos a la vez.

Una forma refinada, y siempre moderna, de politeísmo es poner el corazón en algo hasta tal punto que, con olvido o desprecio del verdadero Dios, se le sirve con entrega y se le levanta un altar. Los «ídolos» («sólo figura», de «eidos» = forma, y «hólos» = todo) no son solamente las imágenes de piedra, madera o metal que los gentiles se han fabricado para darles culto, sino que también hay ídolos de joyas, de carne, de papel-moneda, etc., ante los cuales incluso los creyentes tienen peligro de prosternarse.

2.El maniqueísmo

El maniqueísmo, fundado por Manes, un persa del siglo III, que luego marchó a la India para predicar su religión, mezcla elementos cristianos con otros de origen iranio e hindú (budista) y, llevando al extremo el dualismo de Marción, establece la coexistencia y lucha de dos supremos principios: Ormuz, dios del bien, de la luz y de lo espiritual; y Ahrimán, dios del mal, de la noche, de lo material. El hombre primero fue creado por el dios bueno, pero el hombre actual es obra del dios malo. Sólo por la iluminación y el ascetismo el hombre puede volver a su prístino estado. Las reminiscencias platónicas son claras en esta concepción de la divinidad y del hombre.

Una forma similar, pero anterior y más sutil que el maniqueísmo, es el gnosticismo. Aquí, el supremo principio es bueno, pero incognoscible. El mundo ha sido creado por un principio inferior, el demiurgo. Este demiurgo es en Platón el mismo Dios, en cuanto ordenador supremo del Universo. Plotino hace de él el Espíritu o Alma Universal, que organiza el mundo de lo material. El gnosticismo hacía también de la materia algo impuro, originado por un principio malo. Esto les llevó a negar la Encarnación del Verbo y la resurrección. Sus características doctrinales son dos: A) El hombre se espiritualiza, no por fe ni por obras, sino por una iluminación espontánea y definitiva (reminiscencia de Platón, para quien el «saber» era la suma perfección del hombre), reservada a un grupo de «iniciados»; de ahí su hermetismo, que perdura en todas las sectas ocultistas, como la Teosofía, la Masonería, los Rosa-Cruz, etc. B) Los «iniciados» que se han situado en la gnosis («conocimiento») salvadora están por encima de las normas éticas del bien y del mal. Efesios, Colosenses y la 1.ª Epístola de Juan van especialmente dirigidas contra los gnósticos que pretendían cubrirse bajo el nombre de Cristo e incluso se colaban de matute en las iglesias (Simón Mago, Nicolás, Basílides, Valentín, etc.).

3.El panteísmo

El panteísmo («pan» = todo, y «theós» = dios) es una doctrina que, en general, hace de Dios y del mundo una misma cosa. Puede dividirse en tres clases:

A)Panteísmo emanatístico (Giordano Bruno, Spinoza, etcétera), según el cual todo es emanación de la única sustancia eterna e infinita, puesto que los seres sólo pueden existir como participación del único Ser (principio de univocidad).

B)Panteísmo evolucionístico, sostenido especialmente por un grupo de filósofos franceses del siglo XIX, según el cual el Universo va evolucionando en espiral hasta llegar a poseer atributos divinos (deviene Dios), o sea, que Dios se está haciendo en la medida en que lo existente asciende a las cimas supremas del ser.

C)Panteísmo gnoseológico o idealístico (Hegel), según el cual todo lo que existe tiene consistencia únicamente en la Idea Absoluta.

Hay filosofías que, sin afirmar una identificación total de las cosas con Dios, enfatizan demasiado la inmanencia divina, con menoscabo de la trascendencia. Así tenemos: a) el pansiquismo de Averroes, según el cual sólo existe una Mente Universal, de la que participan todas las conciencias individuales; b) el naturalismo de Goethe, para quien la naturaleza era como una unidad viva, consciente, dotada de atributos casi divinos, que se manifiestan cuando entramos en «comunión» con las cosas; c) el Teosofismo y otras sectas ocultas, para las que Dios es el Eter que todo lo pervade, o el Cósmico Universal, con quien nos llegamos a identificar por medio de nuestra mente superior, con el éxtasis (salida del cuerpo astral) y mediante la sacralización de la materia (de ahí la importancia que dan a la alquimia).9

4.El antropomorfismo

En su afán de formarse una idea de la divinidad, podemos observar, por lo que precede, cómo la mente humana, pervertida por el pecado, no ha sabido evitar uno de los dos extremos, incapaz de unir la inmanencia con la trascendencia de Dios. Así vemos que los orientales han tendido a hacer de Dios un ser infinito, pero impersonal, mientras que los occidentales se forjaron dioses personales, pero limitados en su esencia y en su poder. El Dios verdadero, como nos lo presenta la Biblia, es un Ser Supremo que, a un mismo tiempo, es «inaccesible» (1.ª Timoteo 6:16), o sea, es sumamente trascendente y, por otra parte, está en el fondo mismo de nuestro ser, puesto que «en él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hech. 17:28), o sea, que es profundamente inmanente.

Estas dos supremas propiedades divinas juntas, la trascendencia y la inmanencia, unidas a la infinitud y a la espiritualidad pura de Dios, hacen que no podamos formarnos de El una idea cabal ni siquiera después de la Revelación Especial que ha tenido a bien hacer de Sí. Por eso, la Santa Biblia emplea lo que se llama «antropomorfismos», para poder acomodar a nuestro lenguaje el ser y la acción de Dios. Así, la Biblia nos habla del «dedo de Dios» o los «dedos de Dios» (e.g. en Ex. 8:19; Sal. 8:3; Luc. 11:20), para simbolizar la facilidad con que Dios realiza Sus obras maravillosas, mientras expresa en el «brazo extendido y remangado de Dios» (e.g. Is. 52:10) Su gran poder para salvar a los Suyos. Igualmente nos habla de los ojos y de los oídos de Dios; Dios pasea, va y viene, tiene rostro y espalda, desciende, se encoleriza y se arrepiente, etc. Con todo ello, la Palabra de Dios quiere expresarnos en lenguaje popular que Dios no es una hierática esfinge, sin mentalidad, sin afectividad, sin decisiones, a pesar de ser un simplicísimo y puro Ser, infinito, inmenso, inmutable, etc.

Si el lector de la Biblia no tiene en cuenta dichos «antropomorfismos», corre el peligro de imaginarse a Dios con figura realmente humana (un vigoroso anciano de luenga barba blanca). Las representaciones de la imaginería de todos los tiempos pueden dar pie a tal equivocación. Dios es puro Espíritu, como veremos en la Segunda parte de este volumen, aunque ello no signifique que hayamos de figurárnoslo como algo vaporoso y anodino, sino como una pura Energía en grado infinito, libre de las limitaciones y de la inercia que lo material comporta. Por eso, Dios no necesita ojos materiales para ver, ni oídos materiales para oír, etc.

Una forma más refinada, pero no menos peligrosa, de imagen antropomórfica de Dios es la de muchos miembros de confesiones «cristianas», poco familiarizados con la Biblia, quienes tienen la idea de un «Dios-policía», en continua vela para dar el oportuno porrazo a quien se desmande, o de un «Dios-fontanero», a quien se acude en rogativa para que suelte un poco de agua sobre las tierras en secano, etc. Como siempre, el hombre natural tiende a forjarse su propio «Dios», hecho a su propia mentalidad y ajustado a la medida de sus necesidades y afanes. Ello supone una rémora para la salvación y para la santificación, porque para llegarse a Dios no hay más que un «Camino»: el que Dios, no el hombre, ha establecido.

CUESTIONARIO:

1. ¿Cuáles son las principales formas de politeísmo? — 2. ¿Está el hombre moderno, y aun el creyente, libre de «ídolos»? — 3. Maniqueísmo y Gnosticismo. — 4. ¿En qué lugares principales de la 1.ª Juan ve usted una clara alusión a la doctrina gnóstica? — 5. Clases de panteísmo. — 6. ¿Qué otras doctrinas exageran la inmanencia divina. — 7. ¿Qué expresan los antropomorfismos de la Biblia?

line

9. Todas estas corrientes se originaron en Egipto y en la India (el Tibet ha sido el «santuario» del ocultismo). Véase J. Grau, o. c., pp. 99 y ss.

LECCION 4.ª
PRUEBAS RACIONALES DE LA EXISTENCIA DE DIOS

1.La razón humana ante Dios

El hombre primero, conforme salió de las manos de Dios, era una obra perfecta en su género. Por el pecado, todo el ser humano quedó deteriorado o, como dice la Biblia, «perdido», no sólo por extraviarse de su lugar, sino por haberse «echado a perder». Su albedrío fue esclavizado por el pecado, su inteligencia quedó oscurecida por el error, su amor se tornó egocéntrico.10

Así pues, la mente humana, a pesar de conservar suficientes destellos como para quedar «sin excusa» por no llegar a un correcto conocimiento de Dios a través de las cosas visibles que El ha creado, permanece obnubilada, entenebrecida por un corazón corrompido, de manera que sus razonamientos no alcanzan, de una manera evidente y eficaz, a conseguir un concepto correcto del poder y de la deidad del Supremo Hacedor.

Esta es la razón por la que los evangélicos nos oponemos a la idea de una Teodicea pura, es decir, a una Teología Natural convenientemente sistematizada al margen de la fe. Las diversas vías medievales para demostrar la existencia de Dios con una certeza evidente (hoy pulidas o acomodadas a las nuevas corrientes filosóficas) no tienen en cuenta un hecho de primerísima importancia: están fabricadas por una mentalidad creyente. No puede olvidarse que una mente iluminada sobrenaturalmente con la luz sobrenatural de la gracia, cuando se pone a discurrir filosóficamente sobre la existencia y los atributos de Dios, lo hace, aun sin percatarse de ello, en una perspectiva de fe, o sea, a partir de unas premisas que sólo tienen evidencia desde un punto de vista cristiano.11

Por tanto, el problema es: ¿Tienen los argumentos racionales la suficiente fuerza en sí mismos como para demostrar con certeza evidente la existencia y atributos esenciales del Dios verdadero? Creemos que no, y vamos a probarlo sometiendo a un breve análisis los cuatro principales argumentos filosóficos a que pueden reducirse todas las vías inventadas para ello.12

2.El argumento ontológico

Este argumento ha sido propuesto de dos formas:

A)A priori, es decir, por el mero análisis del concepto de Dios. Así lo propuso Anselmo de Canterbury: Dios es el ser más perfecto que se puede concebir; luego tiene que existir; de lo contrario, podríamos concebir algo mayor que El, es decir, algo existente. Prescindiendo del contexto en que Anselmo sitúa este razonamiento,13 la falacia es evidente al comprobar que Anselmo da un salto indebido del orden lógico de las ideas (lo que podemos concebir) al óntico de los seres (lo que existe). En una palabra, respondemos: Si Dios existe (es lo que se pretende probar), ha de ser el más perfecto posible de los seres; pero el hecho de que lo concibamos así no le confiere, sin más, el hecho de existir.

B)A posteriori, es decir, a través del mundo que vemos, creado por Dios. Así lo propone Tomás de Aquino en su vía central (de la «contingencia»): Todo lo que vemos es contingente (es decir, no tiene en sí mismo la razón de su existencia; de lo contrario, no podría dejar de existir). Por tanto, resulta necesaria, en última instancia, la existencia de un ser que tenga en sí mismo la razón de su existir y que pueda sacar a la existencia a todos los demás seres que no existen por sí mismos. A este ser necesario llamamos Dios. A este argumento el científico objetará: 1.º, que lo contingente o relativo, que surge y desaparece, no es la masa atómica o la energía constante del

Universo, sino las distintas formas que una diversa composición molecular ofrece a nuestra percepción; 2.º, como ya advirtió Kant, que tal argumento demostraría, a lo más, la existencia de un ser supramundano, como arquitecto del Universo, pero no precisamente la del Dios que admitimos los cristianos.

3.El argumento teleológico

Este argumento, llamado así porque se basa en la causalidad final