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Pablo Quintanilla es profesor principal de filosofía en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Es PhD en Filosofía por la Universidad de Virginia y magíster en la misma especialidad por la Universidad de Londres (King’s College). Es licenciado en Filosofía y bachiller en Humanidades con mención en Filosofía por la PUCP. Se especializa en filosofía del lenguaje y de la mente, epistemología y teoría de la acción. Ha sido decano de Estudios Generales Letras de la PUCP entre los años 2011 y 2017. Es miembro de diversas sociedades académicas internacionales, como el Grupo Interdisciplinario de Investigación Mente y Lenguaje. Ha recibido becas de investigación del Consejo Británico, la Fundación Fulbright, el Instituto Riva-Agüero y la PUCP.

Es coeditor de Los caminos de la filosofía. Diálogo y método (2018); El desarrollo de las competencias genéricas en los Estudios Generales (2017); El pensamiento pragmatista en la actualidad: conocimiento, lenguaje, religión, estética y política (2015); Pedro Zulen: escritos reunidos (2015); Cognición social y lenguaje. La intersubjetividad en la evolución de la especie y en el desarrollo del niño (2014); Lógica, lenguaje y mente (2012); Desarrollo humano y libertades. Una aproximación interdisciplinaria (2009). Es editor de Estudios Generales Letras: lecciones inaugurales 2012-2017 (2017); Ensayos de metafilosofía (2009). Es coautor de Pensamiento y acción. La filosofía peruana a comienzos del siglo XX (2009).

Pablo Quintanilla

LA COMPRENSIÓN DEL OTRO

Explicación, interpretación y racionalidad

La comprensión del otro
Explicación, interpretación y racionalidad

© Pablo Quintanilla, 2019

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2019
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
feditor@pucp.edu.pe
www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Imagen de portada: detalle de la pintura Paraíso, de Giovanni di Paolo, 1445. Donación del Fondo Rogers al Museo Metropolitano de Arte (The Met), Nueva York, en 1906.

Primera edición digital: mayo de 2019

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

ISBN: 978-612-317-482-8

Lista de abreviaturas

CP : Peirce, Charles Sanders (1931-1958). Collected Papers of Charles Sanders Peirce. Volúmenes 1-6 (1931-1935) editados por Charles Hartshorne y Paul Weiss. Volúmenes 7 y 8 (1958) editados por Arthur W. Burk. Massachusetts: Harvard University Press.

EP: Peirce, Charles Sanders (1992-1998). The Essential Peirce. Selected Philosophical Writings. Volúmenes 1-2. Edición de Nathan Houser y otros. Indiana: Indiana University Press.

W: Peirce, Charles Sanders (1982-2000). Writings of Charles S. Peirce: A Chronological Edition. Edición de M.H. Fisch y otros. Seis volúmenes. Indiana: Indiana University Press.

Reconocimientos

Algunos capítulos de este libro son inéditos y otros son versiones totalmente reescritas, corregidas y actualizadas de artículos o de fragmentos de artículos publicados previamente por mí, los cuales han sido reestructurados para que mantengan ilación temática. Señalo las referencias bibliográficas de los artículos originales que he tomado como base y que han sido transformados. Capítulo uno: inédito. Capítulo dos: inédito, aunque algunos párrafos han sido tomados de Quintanilla (2017b). Capítulo tres: basado en Quintanilla (2002b). Capítulo cuatro: inédito, aunque algunos párrafos han sido tomados de Quintanilla (1994). Capítulo cinco: basado en Quintanilla (1997). Capítulo seis: basado en Quintanilla (1995, 1999 y 2009b). Capítulo siete: basado en Quintanilla (2004). Capítulo ocho: basado en Quintanilla (2008a). Capítulo nueve: basado en Quintanilla (2014c). Capítulo diez: basado en Quintanilla (2005). Capítulo once: basado en Quintanilla (2001a). Capítulo doce: basado en Quintanilla (2014d).

Prólogo

Los temas tratados en este libro no son solo interesantes por sí mismos sino también porque tienen consecuencias para las diversas ciencias humanas y sociales, así como para la ética y la vida política. Las principales preguntas abordadas son: ¿qué es comprender a un ser humano o a una comunidad humana? ¿Cuándo dos personas o grupos de personas se comprenden y cuándo se malentienden sistemáticamente? ¿Cómo se relacionan la comprensión, la explicación y la interpretación del comportamiento humano? ¿Es posible explicar el comportamiento de alguien sin poder comprenderlo o comprender a una persona sin que podamos explicar su comportamiento? ¿Mediante qué mecanismos neurológicos, psicológicos y culturales atribuimos estados mentales a otros individuos para poder comprenderlos? ¿Cómo comprendemos las expresiones lingüísticas de una persona? ¿Qué es el significado y cómo emerge? ¿Qué es comprender una metáfora? ¿Cuál es el rol que la racionalidad y la irracionalidad cumplen en la comprensión? ¿Qué criterios empleamos para determinar cuándo una interpretación del comportamiento humano es preferible a otra? ¿Cuándo lo que parece comprensión es solo una forma enmascarada de sometimiento? El libro aborda también otros temas, como la diversidad de formas de vida y los problemas del etnocentrismo y el relativismo, en la medida en que su análisis es relevante para las preguntas principales que nos atañen. Como no puede ser de otra manera, estos temas son tratados de forma interdisciplinaria, aunque la estructura argumentativa filosófica es la que hilvana las diversas perspectivas y temáticas.

Este libro es el producto de investigaciones realizadas en el King’s College de la Universidad de Londres y en la Universidad de Virginia, gracias a sendas becas de posgrado otorgadas por el Consejo Británico y la Comisión Fulbright, respectivamente. Agradezco a ambas instituciones. Posteriormente, el libro adquirió forma gracias a un semestre de investigación otorgado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, a la cual también agradezco especialmente. Son muchas las personas con quienes he conversado sobre estos temas y de quienes he aprendido, pero la lista es tan larga que sería inútil intentar confeccionarla. Quiero formular, sin embargo, dos agradecimientos principales. Por una parte, a varias generaciones de alumnos —muchos de ellos ahora colegas y amigos— que durante años en diversos cursos de filosofía del lenguaje y de la mente, con sus preguntas, objeciones y comentarios me han permitido pulir las ideas que aquí presento. Por otra parte, a mis amigos y colegas del Grupo Interdisciplinario de Investigación Mente y Lenguaje, con quienes he compartido aciertos y errores por más de once años de constante trabajo. Pero lo más importante es que el libro está dedicado a Lucía, Juan Diego y Álvaro, por su cálida e invalorable presencia en mi vida, sin cuya comprensión esta sería mucho menos plena.

Introducción

Por mucho que andes, y aunque paso a paso recorras todos los caminos, no hallarás los límites del alma.

Heráclito, fragmento 45, citado por Juan David García Barca, 2009

Los europeos y los occidentales hallan siempre el misterio en la oscuridad, en la noche, mientras nosotros los griegos lo hallamos en la luz.

Odysseas Elytis, entrevista concedida a Ivar Ivask, 1975

Las palabras «comprensión», «explicación», «interpretación» y «racionalidad» —así como otras asociadas a ellas como «entendimiento» o «intelección»— tienen una pesada carga filosófica, es decir, han sido tantas veces usadas, analizadas y comentadas que es difícil emplearlas sin sugerir alguna posición teórica implícita. Por otra parte, no tenemos por qué suponer que cada una de ellas esconda un significado principal que sea nuestra tarea reconstruir o desocultar. Es posible que estos términos tengan múltiples significados con solo un parecido de familia entre ellos, para aludir a la famosa metáfora de Ludwig Wittgenstein (1988, pp. 483-485). Sin embargo, de una manera bastante general e imprecisa, quizá haya algo que tienen en común: entender, explicar, comprender o dar sentido a algo —sea un fenómeno físico, un proceso histórico o social, el comportamiento de una persona, un texto, un conjunto de signos, un resto arqueológico— es un proceso psicológico mediante el cual uno encuentra el orden que sostiene a un aparente desorden o la estructura subyacente que hace posible un real desorden. Eventualmente también puede ser proyectar un orden en una realidad carente de este. Incluso un relato o una reconstrucción histórica llevan implícitas una búsqueda de inteligibilidad, porque se proponen encontrar u otorgar sentido a una masa de información que podría parecer caótica.

Es una mente la que encuentra o proyecta orden en un supuesto desorden preexistente, porque normalmente el desorden es solo un orden desconocido. Lo anterior puede también ser visto como el proceso por el cual encontramos o construimos la racionalidad que subyace a lo que nos parece enigmático, sea esta una penumbra que necesita ser iluminada o un resplandor que nos obliga a entrecerrar los ojos para poder divisar con más precisión y claridad, porque lo misterioso y desconocido no es solo lo que nos parece oscuro, también puede ser lo que encandila y por su luminosidad nos resulta tan perspicuo que nos sorprende.

Explicar el universo físico, por ejemplo, es descubrir una regularidad subyacente que lo gobierna y de la que somos parte, la cual suele estar oculta, aunque implícita, en lo que observamos de él. Comprender a una persona o a una comunidad de personas —sus acciones, proferencias verbales o estados mentales— es también encontrar una estructura que los moldea —sea individual o colectivamente— a veces de manera consciente, con frecuencia de forma no consciente y en ocasiones inconscientemente. Aquello puede ocurrir en esos tres casos tanto de manera voluntaria como involuntaria, porque hay formas de comportamiento voluntarias que pueden ser inconscientes o no conscientes. Entender un signo, un significado o un texto, asimismo, es hallar la estructura que relaciona sus diversos elementos entre sí, con el contexto y en relación a su autor.

Usaré el verbo «entender» para el proceso psicológico más amplio y general por el que damos sentido o hacemos inteligible a algo. Mientras que seguiré la tradición hermenéutica para hablar de «explicar» la naturaleza física y de «comprender» a las personas o grupos de personas o, en todo caso, a cualquier objeto o criatura dotada de subjetividad. Aunque este libro está dedicado a la comprensión, será necesario decir algo acerca de la explicación, lo que haré en el primer capítulo. Ahora me referiré brevemente a la actividad más general de entender o hacer inteligible algo, y a cómo la explicación y la comprensión son dos aspectos de ella que se encuentran intersecados.

Las metáforas que asocian el entendimiento con el proceso de hallar, construir o proyectar un orden en una realidad previa han sido exploradas por muchos filósofos —paradigmáticamente Kant y sus epígonos—, pero son ancestrales y están presentes en muchas culturas. En el griego antiguo la palabra káos designaba a la oquedad original, el vacío primordial o la primigenia ausencia de estructura, de la que surge el kósmos. Káos no siempre significa desorden, pero sí ausencia de un orden evidente. Kósmos significa orden, pero también connota buena organización, así como disposición bella y bien ornamentada. De hecho, la palabra «cosmético» proviene del griego kosmetikós, que tiene el sentido de adorno y está etimológicamente emparentada con kósmos. De manera análoga, la palabra latina mundus —de la que procede mundo— originalmente significaba limpio, arreglado, organizado y ordenado, por oposición a inmundus, o inmundo, que es algo desordenado, caótico y sucio. Pero para que el orden sea inteligible debe poseer un logos, cierta racionalidad que podamos reconocer y compartir. Como es conocido, la filosofía occidental apareció en unas pequeñas poblaciones de las costas orientales del mar Egeo, con la pretensión de encontrar esa racionalidad que se manifestaba a través de aquella lógica.

Probablemente todas las comunidades humanas tengan una inclinación natural por buscar el orden de la realidad para poder predecirla, reaccionar ante ella y, de ser posible, modificarla. Esta realidad incluye tanto el entorno físico como el social. La necesidad de explicar la naturaleza física y el comportamiento de los grupos de individuos —así como el de los individuos en los grupos— se convirtió en una adaptación cognitiva que potenció el crecimiento y la complejidad de los cerebros de nuestros antepasados homínidos en los últimos tres millones de años, lo que nos convirtió progresivamente en científicos y psicólogos natos. Pero asumir o tener la esperanza de que existe un orden que subyace a la fragilidad de nuestra existencia no es solo una postura epistémica sino también una vital y existencial. Se trata de una actitud presente en el pensamiento griego antes de que la filosofía, la ciencia y la religión tomaran caminos diferentes. No es solo un presupuesto metafísico sino también un acto de fe.

Era y sigue siendo necesario para nuestra supervivencia predecir la regularidad de los elementos, pero también imaginar y adelantarnos al complejo comportamiento de los grupos de personas para poder cooperar o competir —según sea el caso— eficientemente. Aunque es posible que versiones rudimentarias de estas habilidades se encuentren en otras especies de animales, es indiscutible que la selección natural nos proporcionó una particular maestría en esos menesteres, y nos convirtió en una especie que tiene una tendencia irrefrenable por entenderlo todo, así como en una que puede cambiar significativamente la realidad y a sí misma dentro de ella. Quizá esta sea nuestra mayor ventaja comparativa respecto de las otras especies, lo que nos ha dado una posición de privilegio sobre ellas, aunque a veces en detrimento de nuestro entorno y de nosotros mismos. Análogamente, los grupos humanos que perfeccionaron su natural tendencia al conocimiento y a la explicación —ya sea como un fin en sí mismo o teniendo la dominación como objetivo— lograron ubicarse en condiciones ventajosas respecto de otras sociedades que no se embarcaron en esa carrera. Es innecesario decir que en muchos casos esto ha tenido consecuencias nefastas, pero ciertamente la solución no podría ser reprimir nuestra curiosidad investigativa sino, por el contrario, potenciarla para que sea nuestra creatividad racional la que elimine los monstruos que ella misma produjo.

El punto es que debemos asumir que nuestros objetos de explicación y comprensión tienen cierto orden o racionalidad, o debemos proyectarlos en ellos, para poder entenderlos. Eso ocurre tanto cuando explicamos objetos naturales como acciones individuales y procesos sociales. En el primer caso, asumimos lo que John Stuart Mill denominó «principio de la uniformidad de la naturaleza» (2002, libro III, capítulo 3, párrafo 1). En el segundo caso presuponemos lo que Donald Davidson (1984c, p. 27), basado en Willard Van Orman Quine (1960, p. 59), llamó «principio de caridad». En el tercer caso, asumimos una combinación de los dos principios anteriores. En los tres casos asumimos que el fenómeno por ser explicado no es aleatorio y que está gobernado por regularidades que contienen relaciones causales. En gran medida explicar algo es conocer esas relaciones causales. Cuando explicamos la naturaleza asumimos que esas regularidades existen de manera independiente del observador, con la discutible excepción de la física cuántica sobre la que aún no hay acuerdo al respecto. Al intentar comprender el comportamiento humano también presuponemos que está gobernado por relaciones causales independientes de él y del observador, aunque además necesitamos asumir que hay cierta dosis de libre albedrío que lo convierte en un agente y no solo en una pieza de la naturaleza. Es decir, suponemos que tiene propiedades como subjetividad y voluntad, que lo hacen capaz de iniciar relaciones causales nuevas de manera autoconsciente. Al explicar procesos sociales intentamos compatibilizar, con cierta dificultad, los presupuestos anteriores y solemos atribuir agencia no solo a los individuos sino también a los grupos de estos.

Lo que deseo subrayar es que «entender algo» o «encontrarlo inteligible», son nociones amplias y genéricas que apuntan a encontrar ese orden que subyace de manera implícita a lo manifiesto o, eventualmente, sugieren construir un orden que puede no estar en el objeto en sí mismo sino en la relación que nosotros tenemos con él. Como ya mencioné, seguiré el vocabulario filosófico habitual para denominar «explicación» a la intelección de la naturaleza y «comprensión» a la de los seres humanos. Así también llamaré «interpretación» a la metodología empleada para intentar comprender a un individuo o una comunidad. Pero explicar y comprender no son conjuntos disjuntos sino intersecados, y muchas disciplinas —sobre todo de origen reciente— se encuentran en esa intersección.

En líneas generales, explicamos la naturaleza buscando relaciones causales gobernadas por regularidades físicas. En el caso de la comprensión de seres humanos, les atribuimos estados mentales que asumimos han causado sus acciones, con el fin de compartir su subjetividad mediante complejos mecanismos interpretativos. Aunque hablaré algo sobre lo primero, este libro está dedicado especialmente a lo segundo.

Una primera tesis que defenderé es que, al comprender a una persona, el orden que construimos y hallamos está en la relación conformada por agente, intérprete y mundo compartido, y no solamente en la persona interpretada. Una segunda tesis es que la comprensión del comportamiento intencional posee algunos rasgos de la explicación de los eventos físicos —la búsqueda de relaciones causales entre estados mentales y acciones— pero también incluye otros rasgos propios que son de una mayor complejidad y que tienen que ver con que su objeto está dotado de subjetividad. Por ello, una característica importante de la comprensión es que la estructura que se busca es el producto de una red tejida entre quien interpreta, el interpretado y el mundo que ambos comparten o asumen compartir. No es, por tanto, solamente algo que preexista a quien pretende encontrarlo sino es también un objeto construido en el fenómeno mismo de la interpretación. Eso no está presente en la explicación de la naturaleza.

Estudiar la comprensión exige un delicado análisis conceptual y empírico, que tiene como propósito aclarar las siguientes preguntas: ¿qué significa comprender a una persona o a una comunidad humana? ¿Qué acontece cuando dos personas o comunidades se comprenden mutuamente? ¿Qué ocurre y qué deja de ocurrir cuando se malentienden sistemáticamente, lo cual genera la impresión de que se están comprendiendo? ¿Quién determina —y desde qué punto de vista— cuándo dos personas o grupos se comprenden o se malentienden? ¿Qué metodologías interpretativas debemos emplear para lograr descripciones comprehensivas correctas y qué significa que estas lo sean? ¿Cuándo podemos decir que hemos logrado comprender a alguien, cuándo creemos que lo hemos comprendido —aunque solo hayamos proyectado nuestros propios prejuicios en él o ella— y cuándo lo que pasa por comprensión es solo una forma de manipulación o de sometimiento enmascarado? ¿Hay distintas maneras, simultáneamente válidas y complementarias entre sí, de comprender a alguien? ¿Cómo podemos saber que una interpretación permite una mejor comprensión que otra?

Estas interrogantes tienen importantes consecuencias prácticas, sobre todo ahora, cuando muchas personas y comunidades diferentes tenemos que compartir un pequeño y extenuado planeta. Por ello, las posibles respuestas que demos a estas cuestiones tienen consecuencias para la ética, las ciencias sociales, la convivencia entre grupos y culturas diferentes, y para la vida en comunidad.

Uno de los objetivos de este libro es realizar una suerte de radiografía de lo que ocurre en los casos en que nos comprendemos y malentendemos mutuamente —ya sea entre individuos o entre comunidades— y tanto en circunstancias familiares y cotidianas como en aquellos casos especiales en que se produce el encuentro entre sociedades o culturas muy alejadas entre sí, o entre individuos que no comparten ninguna lengua o tradición.

Algunos casos especiales de comprensión son también dignos de análisis, como los que acontecen en el consultorio del psicoterapeuta en que dos personas que inicialmente se conocen muy poco tratan de relacionarse entre sí, o por lo menos intentan saber qué tipo de persona tienen en frente. Hay otros casos en que una persona desea comprender a otra solo para manipularla y utilizarla. También ocurre que una comunidad se propone comprender a otra para imponerse sobre ella, ejerciendo un poder ya existente o esforzándose por obtenerlo. Pero incluso en esas situaciones es necesario preguntarse qué es lo que esa comunidad cree haber comprendido y si la imposición y el sometimiento pueden incluir algún elemento de comprensión o no. Así pues, intentamos comprender al otro incluso cuando no deseamos comprendernos mutuamente. Tratamos de comprender incluso si nuestro objetivo ulterior es otro, o cuando nuestra intención es comprender sin ser comprendidos.

Las habilidades que empleamos para explicar la naturaleza y para comprender a las personas contienen elementos culturales, pero también se enraízan en estrategias que compartimos con la mayor parte de mamíferos sociales y que son el producto de millones de años de evolución de nuestro cerebro, en procesos que son tanto cognitivos como afectivos.

Mi propósito es, pues, analizar lo que de hecho hacemos cuando nos comprendemos, el tipo de estrategias que empleamos y las habilidades que ejercitamos, incluso si no lo sabemos. Interpretarnos e intentar comprendernos mutuamente es algo que hacemos todos los días con muchas personas, tanto conocidas como desconocidas. Es una práctica tan habitual que damos por descontado que podemos hacerlo y que tenemos las herramientas necesarias para ello. Solo nos preocupamos cuando alguien parece no poder hacerlo, ya sea porque no tiene las habilidades sociales requeridas o porque tiene alguna condición especial, como el síndrome de Asperger, o se encuentra dentro del espectro autista1.

Es claro que estos temas no pueden ser abordados solo de manera conceptual y a priori, pues su estudio también requiere de información procedente de la psicología, las ciencias cognitivas, las neurociencias y las ciencias de la evolución, entre otras disciplinas empíricas. Esto implica que con frecuencia nos internaremos en territorios interdisciplinarios y transdisciplinarios. Este libro es, por tanto, un intento por integrar información y reflexiones de distintas disciplinas en una visión filosófica más completa acerca de la comprensión.

Nuestra comprensión de las demás personas es difícilmente separable de nuestra propia comprensión. El autoconocimiento, el conocimiento de la vida psíquica de las otras personas y el conocimiento de la realidad objetiva que compartimos con ellos conforman un inseparable triángulo en el que cada uno de los vértices presupone a los otros dos.

De hecho, en cierto sentido la filosofía griega se inauguró bajo el mandato «conócete a ti mismo» —gnóthi seautón— que se encontraba en el pronaos del templo dedicado a Apolo en Delfos, pues los filósofos griegos solían asumir que el conocimiento de cualquier cosa es inseparable del autoconocimiento. En efecto, con frecuencia nuestro poco autoconocimiento hace que nos resulte difícil conocer a los demás o el que nuestra historia individual haya estado aquejada por la dificultad de relacionarnos saludablemente con otras personas puede afectar nuestro autoconocimiento. Comprender a otra persona no es exactamente lo mismo que conocerla y autocomprenderse tampoco es idéntico a autoconocerse, aunque son conceptos entrelazados. La comprensión tiene una connotación de proceso, provisionalidad, subjetividad y afectividad, mientras que el conocimiento alude a la capacidad de desarrollar creencias verdaderas acerca de algo. Sin embargo, bastará con decir que si creemos comprender algo estamos en buen camino para conocerlo y viceversa.

Es tema de investigación si las estrategias que empleamos para comprender a los otros son las mismas que usamos para intentar autocomprendernos. Muchas de las estrategias son semejantes, pues, así como interpretamos a los demás atribuyéndoles estados mentales lo hacemos con nosotros mismos, y en ambos casos cometemos errores. Pero también hay importantes diferencias. En este libro, no obstante, me concentraré en la comprensión de los demás y abordaré brevemente la autocomprensión solo hacia el final del primer capítulo.

Al escribir este libro he realizado un esfuerzo por decir y justificar las ideas con claridad. Cualquier brizna de falsa complejidad, oscuridad o imprecisión es una mácula, un defecto, una carencia indeseada y reconocible solo como una incapacidad. Como señala Elytis en la frase que uso como epígrafe de este prólogo, la claridad, la precisión y la simplicidad son ya suficientemente misteriosas. El enigma está ahí. Mientras más cristalino y diáfano es algo es también más ignoto, pero incorpora la promesa de una mayor profundidad.

Los temas centrales de este libro son fenómenos interconectados y complejos que requieren ser tratados desde diversos ángulos. Por ello, los distintos capítulos abordarán diferentes aspectos de estos fenómenos, con lo cual constituyen una especie de mosaico en que solo se llega a tener una visión de conjunto cuando varias de las piezas ya están en su sitio. He intentado que el libro posea varios niveles de lectura, de manera que sea informativo e interesante para un especialista en filosofía, pero que también sea claro y provechoso para un especialista en otra área, siempre que tenga la necesaria curiosidad como para internarse en estos temas.

Todos los capítulos están atravesados por la influencia del pragmatismo estadounidense, la obra del último Wittgenstein y el pensamiento de Davidson. La primera presencia es implícita, mientras que las otras dos son explícitas. El objetivo, sin embargo, no es reconstruir las posiciones de estos filósofos ni explicarlas más claramente, sino integrarlas a ideas procedentes de otros autores y tradiciones, y tratar de hacer nuevas contribuciones. Pero ninguno de esos dos puntos es un objetivo en sí mismo, son solo medios para lo que sí es un fin: plantear preguntas relevantes para nuestras vidas e intentar aproximarnos a posibles respuestas.


1 Es materia de debate si el síndrome de Asperger pertenece al espectro autista o es un síndrome diferente de aquel.

Primera parte.
Encontrar algo inteligible