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EDITORIAL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Título: Confía en mí.

 

© 2019 Moruena Estríngana.

© Portada y diseño gráfico: nouTy.

©Imagen Shutterstock: JJ-stockstudio.

 

Colección: Noweame.

Director de colección: JJ Weber.

Editor: JJ Weber.

Corrección y edición: Rosa Sanmartín.

 

Primera edición junio 2019.

Derechos exclusivos de la edición.

© nou editorial 2019

 

ISBN: 9788417268336

Edición digital junio 2019

 

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

 

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A mi amada Alicante, porque vaya dónde vaya

siempre te llevaré en mi corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

 

—¡No te vayas! ¡No me dejes sola! —La niña, de poco más de ocho años se aferraba a su amigo sin poder controlar los sollozos que se escapaban de sus labios.

—Nunca lo haré, pase lo que pase. —El pequeño, tres años mayor, trataba de ser fuerte por los dos, aunque por dentro estaba destrozado.

Sus caminos se iban a separar por culpa de sus padres. Ella era su amiga desde que nació y la acogió bajo su ala; desde que decidió que ella sería suya, aunque un niño tan pequeño poco entendía de esta afirmación.

—¡Ya está bien, Aysel! —La madre de la pequeña tiró de ella sin importarle el dolor que le causaba a su hija; solo pensaba en irse de allí, lejos de esa familia que tanto odiaba y a la que tanto había querido días atrás.

—¡No! —La pequeña se aferró a Rodrigo y sujetó su mano en un intento de que nadie los separara—. Rodri —dijo cuando su madre tiró con más fuerza separando sus pequeñas manos.

Entre lágrimas y gritos se la llevaron al coche mientras el pequeño los seguía y le hacía una promesa:

—¡Nunca estaré lejos de ti!

Metieron a la niña en el coche, que no dejó de mirar a su amigo hasta que lo perdió de vista sintiendo, pese a su corta edad, que él no cumpliría su promesa, que sus caminos se habían separado para siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1

 

 

 

Aysel

 

Aparco mi coche en la universidad de San Vicente, Alicante. Hoy solo voy a recoger material y a prepararme para mi primer curso en ella, donde voy a estudiar Historia.

Siempre me ha fascinado y me encantaría ser profesora de esta materia, algo que seguro no es fácil. Mi padre no estaba muy convencido con mi elección, él quería que estudiara Administración y Dirección de empresas, algo que siempre tuve claro que no haría. Si no me ha puesto muchos reparos en la elección de mi carrera es solo porque, últimamente, tiene la cabeza en otra parte y con dieciocho años ya no me puede obligar a que haga lo que él quiera…o eso pienso yo.

Por deseo de mis padres voy a vivir con la hija de unos amigos suyos en la casa que tiene en el cabo de las huertas de Alicante. Casa por decir algo, pues por lo que me ha dicho mi madre, es una vivienda de dos pisos con piscina incluida.

No me hace especial ilusión todo esto. Sé por qué lo hacen, porque han vendido nuestro piso y se han trasladado a vivir a Madrid dejándome aquí en casa de unos «amigos». Lo hacen porque quieren recuperar la vida que tenían, esa vida de lujos que, según ellos, eran tan perfecta y maravillosa, esa vida llena de amigos que cuando lo perdieron todo, les dieron de lado.

No entiendo dónde ven ellos la perfección, la verdad.

El padre de mi nueva compañera fue uno de sus antiguos amigos y ahora mis padres se deshacen en halagos hacia él. Cosa que no soporto. No me importa que quieran lograr sus sueños, lo que me molesta es que los quieran conseguir teniendo que renunciar a ser ellos mismos. A olvidar que ante todo somos una familia y unidos somos más fuertes que el dinero.

Y que, aunque con menos lujos, lo teníamos todo.

Pero no quiero pensar en mis padres, ahora solo me quiero centrar en la universidad y en lo que espero conseguir en esta nueva etapa de mi vida. Estoy tan nerviosa por este nuevo comienzo.

Voy a salir de mi coche cuando la cadena que siempre llevo puesta se me engancha con el cinturón de seguridad.

Es una cadena única y cargada de recuerdos.

Aún recuerdo el momento en que la recuperé…

Yo estaba devastada por la pérdida de Rodrigo, a quien conocía desde que nací. Nuestras familias vivían en parcelas adosadas y estaba más tiempo en casa de Rodrigo que en la mía, pues mi madre se sentía sola, mientras esperaba a que mi padre viniera del trabajo y por eso nos pasábamos todo el día en casa de su amiga.

Por ese motivo, Rodrigo y yo siempre fuimos amigos. O más bien él me puso bajo su ala, como si fuera su juguete preferido y pudiera hacer conmigo lo que quisiera. Me enseñó infinidad de cosas, casi todas ellas trastadas, y siempre que nos pillaban me echaba la culpa. Luego me regalaba algo para compensarme y se colaba en mi cuarto para jugar conmigo si estaba castigada. Rodrigo siempre fue un niño inquieto. Solo yo sabía por qué callaba y dejaba que me echaran la bronca. No era porque no me quisiera, o porque me quisiera culpar de todo, era porque sus padres siempre tenían un motivo para recordare lo mal chico que era o que no se parecía en nada a su maravilloso hermano mayor. Por eso ambos callábamos, porque ninguno quería que dijeran esas palabras que nos dolían tanto.

Inseparables desde niños, los años pasaban y lo seguíamos siéndolo. Siempre me buscaba y hacíamos los deberes juntos. Me ayudaba con ellos aunque para sus padres fuera un burro que no aprobaba nada; pero yo sabía la verdad: Rodrigo hacía sus ejercicios y los borraba después. Así se rebelaba. Sus padres creían que era un burro y él no se molestaba en demostrarles lo contrario. Rodrigo siempre decía que mientras yo supiera ver la verdad, el resto no importaba. Y yo siempre era capaz de ver lo que otros se empeñaban en ignorar.

Era mi mejor amigo.

Por eso cuando nuestros padres se enfrentaron y se separaron, nuestras vidas quedaron irremediablemente alejadas, pues mi madre no quería que tuviera nada que ver con él. El tiempo pasó y apagó esa amistad incondicional que tuvimos en el pasado e hizo que no fuéramos más que un recuerdo vago para el otro.

Incapaz de aceptar esa situación me marché de casa tras dejar una nota que decía que si él no regresaba a mi vida tampoco lo haría yo.

Estaba sola en la playa, que estaba cerca de la que había sido nuestra casa. No tenía más de ocho años y fue una suerte que llegara allí sin incidentes. Me encontraba observando desde fuera a los padres de Rodrigo. Siempre me habían parecido tan rectos, tan severos, que no entendía cómo madre podía soportarlos. Miraba hacia dentro de la casa con lágrimas en los ojos, deseando ver a mi amigo y que todo fuera como antes. Pero no había ni rastro de Rodrigo y, enfadada por no encontrarlo, me giré hacia el mar. Y entonces la vi. En la arena estaba olvidada mi cadena de plata. La que perdí con la mudanza, la que llevo siempre oculta bajo mi ropa.

La cogí feliz de encontrarla. Era un regalo de Rodrigo tras una de nuestras trastadas donde él reunió sus ahorros y mandó hacer una cadena única, pues el colgante no era de un caballito corriente; era de uno de los cuatro caballos que custodian mi amada fuente de los luceros de Alicante, al que mandó incrustar un cristal precioso que encontramos un día los dos juntos paseando por la playa. Adoraba esa piedra, que él robó y usó para mi cadena.

De niña jugaba a imaginar que era un cristal mágico, que contenía una de las lágrimas del rey que las fuerzas climatológicas tallaron en el monte del Benacantil de Alicante. Rodrigo se reía al escuchar mis fantasías y luego me abrazaba sin reírse. Siempre me dio alas para soñar, para imaginar mundos que solo yo veía.

Algo que nunca perdí, me encanta inventar e imaginar.

Al girarme vi a mi padre. Me miró y me tendió una mano para que regresara a casa.

—No quiero perderle…

—No puede ser de otra manera, no eres la única que ha perdido… yo lo he perdido todo.

—No, tú nos tienes a mamá y a mí. Yo no lo tengo a él.

Le dije lo dolida y triste que estaba, aunque no entendió el daño que me hacía al separarme de alguien que lo era todo para mí.

Pero ya es tarde.

Escondo mi collar para que nadie sepa que una parte de mí nunca lo olvidará y me pongo en marcha para vivir sin dejar que los recuerdos me aten a un pasado que no volverá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2

 

 

 

Aysel

 

Salgo de una de las clases agobiada. Después de pasar el primer día, donde se supone que solo haremos una toma de contacto, siento que esta carrera va a ser más dura de lo que esperaba. Estoy abrumada con la cantidad de materias que tendré. Y esto no ha hecho más que empezar. Es todo tan diferente al instituto. Todo se ve tan grande… Me siento en un banco, fuera de mi pabellón, y busco el móvil. Veo que tengo varios mensajes de María, mi mejor amiga, y de su novio Jhos, al que ha debido de quitar el móvil porque no le respondía. No sé cómo puede pensar que por llamarme con otro móvil se lo cogería.

—¿Dónde te metes? —Me dice nada más descolgar.

—Estoy en el pabellón de Historia. Acabo de salir de clase.

—Pensé que no tenías clases.

—Y yo también, pero al parecer ha habido un cambio de planes.

—Estamos cerca de la mano de Cervantes.

—Voy para allá. No tengo más clases hoy.

Cuelgo y guardo mi móvil en la cartera. No tardo en llegar a la gran mano de color blanco que hay con un lápiz entre los dedos. Al primero que veo es a Jhos que, al verme, me saluda. A su lado está María, que corre hacia mí como si lleváramos toda la vida sin vernos.

Somos igual de altas; esa es nuestra única semejanza. María tiene el pelo cortado al estilo Cleopatra, por encima del hombro, recto y con un flequillo también recto. A ella le queda perfecto y realza sus rasgos. Tiene los ojos grandes y negros y siempre anda sonriendo. Está muy delgada. Algo que nunca le ha importado, pues como ella dice, puede comer todo lo que quiera sin engordar nada.

A diferencia de ella, yo tengo el pelo castaño, largo y ondulado. Y mis ojos no son tan oscuros como los suyos; los míos son de color ámbar con motas verdes y doradas, según el momento se me ven más de un color que de otro. María siempre me ha dicho que me cambiaría los ojos, y eso que yo encuentro los suyos preciosos.

Se separa y me mira de arriba abajo. Sé que mi vaquero y mis deportivas no le hacen gracia. Mi camiseta de media manga sí, porque es un poco trasparente en el canalillo y aunque no descarada, sí es sexi.

—Tenías que haber venido más… explosiva. La primera impresión nunca se olvida. ¿Y si te hubieras encontrado con el amor de tu vida?

—Déjala tranquila. —Jhos me da un abrazo y un par de besos—. Así como va está perfecta.

—Hombres, que poco entendéis de modas.

A María le encanta la moda, yo siempre pensé que se dedicaría a eso, pues su casa parece un taller de corte y confección; pero no, se ha decantado por estudiar Magisterio, como su madre.

Tiene muchas ganas de empezar la universidad, aunque lo que menos le agrada es que su novio vaya a estudiar en la universidad de Elche y eso los separará. Llevan toda la vida yendo al mismo colegio e instituto. Cuando supo que se separarían, lo pasó muy mal, pues teme que, como están juntos desde hace tanto tiempo, la vida en la universidad les cambie a ambos y los separe. Es por eso que Jhos está hoy aquí.

Jhos es muy alto, mide casi un metro noventa. Esto hace que María, a su lado, parezca más pequeña, sobre todo porque Jhos está muy delgado y todavía parece más alto. Todavía recuerdo el día que los conocí en el colegio, teníamos ocho años; María, entonces, era la más alta de los dos. Sin embargo, cuando empezaron a salir, al cumplir los catorce, ya eran igual de altos. María ya había dado el estirón y Jhos no. A la vista está.

Jhos tiene el pelo castaño y los ojos azules. Es muy guapo y una gran persona, no me extraña que María tenga tanto miedo de que la universidad los separe y los lleve por caminos diferentes.

—Vamos a la cafetería y luego recogemos mis maletas del coche de Jhos. No me puedo creer que vayamos a vivir solas.

—Solas y con alguien a quien no conocéis —apunta Jhos.

Esther, que así es como se llama nuestra compañera de casa, es un año mayor que nosotras. Hemos hablando por WhatsApp y la hemos visto por fotos, pero no ha tenido tiempo en todo el verano de quedar con nosotras.

Si vamos a su casa, es por mis padres. No sé cómo han conseguido que le hiciera hueco a María, que buscaba piso para estudiar aquí y no irse con sus padres a Valencia, donde ha sido trasladado su padre.

Sé que mi madre ha hecho lo posible para que la aceptara en la casa, pues se queda más tranquila si sabe que no estoy sola. Es su forma de cuidar de mí y son, estos pequeños detalles, por los que pienso que les debo de importar; aunque siempre haya sentido que les importaba más recuperar sus riquezas, que dar gracias porque, pese a todo, estábamos los tres juntos.

Entramos en la cafetería que tenemos más cerca. María y Jhos van de la mano y no parecen fuera de lugar aquí; yo sí me siento como si lo estuviera. Siempre me ha costado encajar en los sitios, aunque por mi sonrisa fácil nadie lo note. Me cuesta porque no sé aceptar las cosas sin más. Si no quiero hacer algo, no lo hago, y si hago algo, lo hago de corazón. Y eso, hoy en día, donde siempre hay alguien que espera que le rías todas las gracias y tú no lo haces, hace que te tachen de rara, solo por no ser un borreguito y tener personalidad propia.

Buscamos una mesa libre y Jhos se va a por nuestros cafés que, tras años tomándolo de la misma manera, no hace falta que nos pregunte cómo lo queremos.

—¡Qué emocionante todo esto! —Mira a su alrededor y coge mi mano—. Somos universitarias.

Me dice muy flojito para no quedar como unas friquis.

—Yo sigo aterrada.

—Todo saldrá bien. Este va a ser un gran año. —Me da un abrazo rápido—. Y cómo llevas… —Mira a su alrededor—, lo de tenerlo de cara, lo de reencontrarte con Rodrigo.

Me recorre un escalofrío ante la perspectiva de tenerlo cara a cara tras diez años, de saber si queda algo de ese amigo que juró no dejarme sola, pero en todo este tiempo no ha hecho nada por verme.

Debería haberlo olvidado, y en parte es así. El problema es que es complicado olvidar a alguien que está en todas partes. Y es que Rodrigo además de estudiar ADE, es imagen de varias marcas de ropa y de perfumes.

Un niño bonito de la prensa desde que empezó a desarrollarse y a convertirse en un Adonis de pelo negro y penetrantes ojos verdes. Se lo rifan en los desfiles y en las campañas de moda, pues donde sale su producto, se vende. Y si esto es posible, también es por su afición a meterse en líos, por ser noticia a menudo a causa de ellos, y por ser un conocido don Juan que ha estado saliendo con varias mujeres importantes y queridas por la prensa, solo por la cantidad de cotilleos que les dejan.

Hace años que entendí que a Rodrigo Adriando D’Acebes le da igual con quién compartir su cama, mientras sea una mujer escultural y perfecta, y que le importa bien poco su vida privada con tal de ser noticia.

Aunque para eso se tenga que tirar desde un avión con una moto en marcha. Y es que le van los deportes de riesgo. La prensa lo persigue con frecuencia desde niño, ya que su padre es uno de los empresarios más importantes de España. Y que su hijo pequeño sea una fuente de problemas y noticias, hizo que desde bien joven sus andanzas aparecieran en los programas del corazón.

Pero no fue hasta su mayoría de edad cuando pudieron poner cara al joven y donde su belleza le llevó mucho más lejos. Ese aire de chico malo y problemático, con esa mirada penetrante, hace suspirar a más de una.

A mí no, por supuesto.

Hace años que dejé de ver en esos ojos verdes como esmeraldas a mi amigo. A ese niño que solo yo comprendía y que sentía tan solo y perdido. Rodrigo ya no es quien era y dudo de que quede nada de ese niño al que tanto quise. El problema es que cuando lo veo en la prensa o en la parada del autobús donde hay un póster con su cara, siento que mi corazón da un pequeño vuelco y no puedo ignorar que no me es tan indiferente como me gustaría.

—No importa, hace años que no somos amigos.

María asiente, lo sabe todo, o casi todo, porque hay muchas cosas que me guardo solo para mí. Se lo conté al poco de ser amigas cuando entró a mi cuarto y me vio mirando fotos que tenía con Rodrigo. Jhos también lo sabe, ellos son los únicos que conocen mi pasado y que saben que antes de perderlo todo mis padres poseían mucho dinero.

—Ya… —Mira hacia la puerta y se queda pálida mientras me retuerce la mano—. Es una suerte, porque acaba de entrar en la cafetería.

Me da un vuelco el corazón y, aunque no quiero reconocerlo, mientras me giro para mirar hacia la puerta de la cafetería, noto cómo se me acelera y se vuelve loco ante la perspectiva de verlo.

Han pasado tantos años y vivido tantas cosas, que mientras lo busco entre la gente, pasado y presente se arremolinan en mi mente. Cuando lo localizo, en lo único que puedo pensar es en nuestro último abrazo y en su mirada cargada de dolor.

Está entrando a la cafetería rodeado de amigos.

No estaba preparada para verlo.

Trato de calmarme.

¿Por qué reacciono así? Creo que es porque en el fondo siempre he ansiado su vuelta.

Lo echo de menos.

Es mucho más alto de lo que parece en la prensa. Si no recuerdo mal leí que media un metro ochenta y siete. Está fibroso, pero sus músculos no parecen hinchados, parecen los de un antiguo guerrero romano esculpido en piedra. Tiene un cuerpo bonito y bien definido. Su espalda es ancha y la cintura estrecha. Y se nota porque la camiseta negra que lleva se le pega como un guante realzando sus formas y su belleza.

Lleva unos vaqueros de marca que le quedan de escándalo y que dudo que a nadie le queden tan bien como a él. Subo la mirada hacia su cara, esa cara que parece pulida en piedra. Sonríe de medio lado a una joven que se lo come con los ojos y esto hace que su travieso hoyuelo se le marque en la mejilla, muy cerca de su boca. Sus labios gruesos no sonríen del todo, pero se nota que le encantan las atenciones femeninas. Sus ojos verdes están fijos en la joven que, estoy segura, será su próxima conquista. El pelo negro no muy corto cae sobre sus cejas de manera descuidada y dan ganas de pasarle los dedos por el mechón y apartárselo solo para acariciarlo levemente.

Las fotos no le hacen justicia, no son capaces de captar toda su belleza.

Toda esa aura que desprende a su paso, donde hombres y mujeres no pueden evitar admirarlo. Estoy observándolo sin pudor alguno cuando nuestras miradas se encuentran tras tantos años. Por un segundo creo que se acercará a mí y me abrazará… hasta que la realidad me golpea y Rodrigo se gira sin que sus ojos verdes me hayan reconocido.

¿Y qué esperaba?

Aunque me moleste reconocerlo, esperaba que todo volviera a ser como antes; pero es hora de que acepte que nuestra amistad se rompió para siempre. Que nunca recuperaré a mi Rodri.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 3

 

 

 

Rodrigo

 

Intento por todos los medios seguir mostrándome impasible, que nadie note cómo me ha afectado volver a tenerla cara a cara después de tantos años. Sabía que vendría a la universidad, sabía qué carrera iba a estudiar.

Nunca he estado lejos, pero no he sido más que una sombra en su vida.

Aysel ignora que nunca rompí mi promesa.

Cada día que hemos pasado alejados me ha separado más y más de ella. Mi mundo ya no es para esa amiga que tuve; su vida será mejor alejada de mí y de lo que conlleva ser mi amiga; de lo que arrastro por mi mala cabeza, las malas compañías y las pésimas decisiones.

Y aunque tenga esto claro, aunque mi necesidad de rebelarme contra mis padres me haya llevado donde estoy ahora, en el fondo, cuando la he visto, he sentido la necesidad de acercarme a ella, de abrazarla como ansío desde hace años, desde que ella era una niña. Desde que nos separaron de la forma más cruel por culpa del odio que sentían nuestros padres.

Ya no queda nada de esa niña en ella. Se ha convertido en una joven increíblemente hermosa. Hace años que vi cómo su cuerpo se formaba para dar paso a una joven irresistible y de curvas espectaculares. Y aunque ella siempre trata de ocultar su belleza, porque creo que no es consciente de ella, los que la rodean no pueden ignorarla. Y menos si lleva una camisa que se le clarea, como la que se ha puesto hoy. Aunque lleve unos sencillos vaqueros, los hombres no serán capaces de pensar en nada salvo en si los pechos se escaparán o no del sujetador blanco que se deja entrever. Que la camisa sea rosa y le haga parecer inocente, no evita que tenga a dos salidos comiéndosela con los ojos, aunque ella no los ve. Se ha fijado en ellos el novio de su mejor amiga, que los mira serio, pues siempre ha protegido a las chicas.

Sé muy poco de Aysel, de su vida, de cómo siente. De quién es ahora; de si queda algo de esa niña confiada que se metía en problemas por mi culpa y que me protegía aunque tendría que haber sido yo quien la protegiera a ella; de esa niña confiada que cogía mi mano sin importarle saber que acabaríamos en problemas o haciendo algo no muy legal para dos niños;de esa niña con una imaginación tan grande como su sonrisa que nos llevaba a los dos a un mundo lejos de la realidad.

Desde que Aysel nació la quise hacer mía, quería tener algo que me perteneciera, hubiera prefiero que fuera un niño, pero conforme pasaron los años me daba igual que no fuera un compañero de batallas. Era mi aliada y cuando estábamos juntos dejaba de ser el hijo no deseado de mis padres o el hermano imperfecto. Era solo su «Rodri» y ella me hacía sentir importante y especial.

Siempre he pensado que la culpa de nuestra separación era de nuestros padres. Pero sé que si no nos hubieran separado, mi forma de vida hubiera acabado por distanciarnos, como ahora, porque no pienso en acercarme a ella y recuperar su amistad, aunque sea lo que más deseo en el mundo.

Quizás sea un cobarde que prefiere vivir de recuerdos a aceptar que la niña que confiaba ciegamente en mí ya no está.

Sea como sea, que ahora estudiemos en la misma universidad, no cambia nada. Nuestros caminos seguirán separados.

 

 

Aysel

 

Llegamos a la dirección que nos dio Esther y vemos algo impresionante: dos casas idénticas, la de Esther es la de la izquierda. Llamamos al timbre y nos abre la verja para que podamos meter el coche. Las casas son de tres plantas con buhardilla. Cada una tiene una entrada, pero están unidas. Paro el coche, la puerta se abre y aparece Esther. Es rubia platino de decoloración y lo lleva tan blanco que parece más bien quemado, por mucho que lo quiera disimular con las ondas que forman su peinado.

Tiene los ojos grandes y usa lentillas de color azul. Y se nota que lleva los pechos operados bajo la camiseta de tirantes que luce sin sujetador, ya que al no ser naturales no se caen como a la gran mayoría.

—Encantada de teneros por aquí. —Saca de su bolsillo un par de llaves con un mando de la puerta—. Esta es la llave de la casa y esta la de la cochera. La casa es esta. —Señala la de la izquierda—. Me tengo que ir, en la cocina hay comida. Las habitaciones están en la segunda planta. Son las únicas abiertas. Elegid la que queráis. Podéis registrar la casa, lo que no quiero que veáis está cerrado con llave. —Sonríe y se va hacia su coche—. Y la piscina está en su punto, daos un baño. Adiós.

Se va con su Mercedes blanco y, cuando la puerta se cierra, María me mira con la misma cara de estupefacción que seguro tengo yo.

—¿Qué acaba de pasar?

—Ni idea —respondo.

—Qué chica más rara, aunque me ha encantado su rollito. —Se refiere a su forma de vestir y yo creo que a María le ha sentado mal algo para que diga eso—. Y lo de la piscina, me apunto, que hoy hace mucho calor. —Asiento aceptando ese chapuzón.

Entramos en la casa tras llevar nuestras cosas. Tiene un hall muy grande y una escalera al fondo. Subimos primero a la planta alta. Hay cuatro puertas, dos de ellas cerradas y dos abiertas de par en par. Vamos hacia ellas y vemos que los cuartos son muy parecidos, enormes y muy bien equipados con su escritorio, su tele, una gran cama y un amplio armario, y cada uno tiene su aseo personal completo. Elijo el que mi amiga descarta. Dejamos las cosas y saco mi bañador. Me cambio y me pongo un vestido ibicenco y unas chanclas.

Espero a María y cuando está lista bajamos y comprobamos que en la parte de abajo hay dos puertas cerradas, un salón enorme y una cocina, también muy grande, con un comedor adherido a esta donde parece que comen. Salimos hacia la piscina y nos quedamos con la boca abierta. Todo está recubierto de madera, hay un tejado que protege del sol y una de las partes está llena de sillones tipo chill out. No muy lejos está la piscina, que parece natural, con una cascada. A su lado, no muy lejos, hay una pérgola, y en uno de los lados, una barbacoa. Al fondo se ve el mar, pues no estamos muy lejos de él.

Es todo precioso y caro. Muy caro. A mis padres esto no les estará saliendo barato y más si tenemos en cuenta que ellos solo le piden una parte a los padres de María. ¿Qué están haciendo? Me da miedo que estén abarcando más de lo que pueden. Y cuando les dije que buscaría trabajo me lo prohibieron categóricamente. Al final, para no discutir, les dije que sí, que no trabajaría. No quería discutir con ellos, porque últimamente no hacemos otra cosa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 4

 

 

 

Aysel

 

Entramos para prepararnos algo de comer tras darnos un chapuzón. En el precio del alquiler se incluye la comida. Una mujer compra la comida y arregla la casa. Buscamos por los armarios algo de comer y terminamos por hacer algo de pasta. Por suerte, me defiendo bien cocinando ya que mis padres siempre han pasado poco tiempo en casa por el trabajo y aprendí desde pequeña. Tras comer recogemos y nos vamos a la piscina otra vez, antes de hacer la digestión. Piscina que, a uno de los lados, también tiene un jacuzzi con agua de la misma piscina. Tras nadar un poco por la grande nos sentamos en el jacuzzi y disfrutamos de esta tranquilidad.

—Me encantaría que Jhos estuviera aquí. Ya lo echo de menos y acaba de irse. —Me giro para mirar a María. Se le nota triste.

—Elche está muy cerca, podrás ir a verlo cuando quieras.

—Ojalá tuviera coche…

—Tu novio tiene, y solo son quince minutos. No pasa nada.

—Tengo miedo de que al no estar todo el día juntos se dé cuenta de que solo estaba a mi lado por rutina, o bueno, yo. Llevamos juntos desde los catorce años…

—¿Sabes que pienso? Que si él es para ti, estará a tu lado porque te quiere, no porque se sienta presionado para estarlo. Él te quiere. Y tú a él y lo que tenga que ser, será.

Le doy un abrazo.

—Acabo de morir e ir al cielo. Me he topado con dos ángeles. —Me separo de mi amiga y veo a un chico rubio que nos está comiendo con la mirada.

De repente mi bikini negro de lunares me parece trasparente por cómo me mira y me incomoda.

—¿Quiénes sois? ¿Las nuevas compañeras de Esther? —Asiento—. ¿Y no tenéis voz? Me llamo Víctor. —Se agacha y nos tiende una mano. Se la tomo.

—Aysel.

—Yo María, y sí, somos las nuevas compañeras de Esther.

—Tengo que felicitar a mi primita porque cada vez las escoge más guapas.

Se aleja hasta la pérgola y se apoya para mirarnos con descaro. Salgo de la piscina y voy a por mi toalla. María hace lo mismo.

—¿Y qué estudiáis? Yo Derecho. Aunque no lo parezca porque llevo repitiendo la carrera tres años. —Se ríe.

—Educación Infantil —responde María.

—Yo Historia.

—Qué muermo de carrera. —Pone cara de horror y luego se ríe. Le suena el móvil. Lo saca del pantalón negro corto que lleva y, tras mirar quién es, nos sonríe y cuelga—. Me voy, pero mañana hay fiesta aquí. Espero veros, ya que esta ahora es vuestra casa y para cualquier cosa que necesitéis… —Señala el otro lado de la casa—. Ahí es donde vivo. Nos vemos.

Se aleja hacia la casa y entra por la parte trasera. María me mira.

—No sabía que vivían chicos. —Me dice.

—Viven en su casa. —Puntualizo no muy feliz con este descubrimiento.

Asiente. No teníamos ni idea de que la zona común fuera compartida.

—Bueno, no pasa nada, ya somos adultas y estas cosas son comunes. Y mañana vamos a ir a esa fiesta. De todos modos Jhos me dijo que teníamos que vivir con intensidad la universidad. No pienso ser menos que él.

Entramos en la casa tras secarnos y cada una se va a su cuarto a preparar el día siguiente.

 

Día que acaba por ser agotador, pienso mientras me cambio para la fiesta. Esther nos ha dicho que es a las ocho, pero son las siete y media y ya ha empezado a sonar el timbre de la puerta y la música se escucha en el jardín. Por suerte, no hay muchos vecinos cerca que se quejen del ruido.

Me miro en el espejo. Llevo un sencillo vestido azul de tirantes, que me cae hasta la mitad del muslo con unas sandalias plateadas. Me he maquillado lo justo, no me gusta que se note, solo que resalte mis rasgos sin parecer que llevo un disfraz.

Bajamos y ya hay bastante gente. Esther nos presenta a sus amigas y María no tarda en entablar amistad con ellas, ya que siempre encaja en cualquier sitio. A mí me cuesta un poco más. Sonrío con algunas cosas que cuentan. María nos hace una foto juntas y se la manda a su novio. Cuando pasa media hora y no le responde, me mira cómo diciendo, a saber qué está haciendo. María nunca ha sido celosa, pero hasta ahora no había tenido motivos para tener miedo, pues Jhos estaba siempre con ella. Sé que no le ha escrito porque tenemos uno grupo en común y ha mandado la foto por ahí. Me termino el mojito que me han dado y voy a por otro a donde han puesto una improvisada barra. Estoy a punto de llegar cuando el chico que tengo delante se gira y casi me tira la bebida encima.

—¡Joder! —Protesta cuando se mancha la mano morena con la bebida.

Alzo los ojos para pedirle perdón y me quedo petrificada al ver que se trata de Rodrigo. Por un instante siento que me conoce y, lo que es más triste, prefiere ignorarme. Noto cómo mi cuerpo vibra ante su cercanía y cómo mi ser clama a gritos que acorte la distancia y lo abrace, cosa que no haré.

—Adriano. —Víctor me pasa una mano por la cintura y estoy tan impactada por tener a Rodrigo tan cerca, que no me aparto de su agarre tan rápido como lo haría en una situación normal—. ¿Conoces ya a mi nueva vecina? Su nombre es muy raro… A… ¡Aysel! Eso, y el caso es que me suena de algo… ¡Joder! Ya sé de qué. ¿Tú no tenías una amiga con ese nombre cuando eras crío?

Miro a Víctor; no lo reconozco de los amigos de Rodrigo que venían a casa, pero puede ser, ya que cuando estaba con sus amigos yo evitaba ir con él.

—Sí, nos conocíamos. —Admite Rodrigo con esa voz suya tan seductora, dejándome helada al saber que aunque me recuerda, eso no cambia nada.

Me separo de Víctor y miro dolida a Rodrigo disfrazando mi dolor con indiferencia al ver en Rodrigo su pasotismo hacia mí.

—Pero eso es pasado —digo yo con voz dura para que no se refleje en ella el dolor de sus palabras—. Lo mejor que nos pudo pasar es dejar de vernos. No éramos tan amigos.

—Nunca fui amigo de una enana como tú. —Víctor se ríe y tira de él.

—Tú te lo pierdes, Adriano, porque Aysel es preciosa y tiene un buen par de razones para volver a verla. —Víctor me guiña un ojo.

Me voy hacia la barra incómoda ante sus palabras. Cojo uno de los mojitos y me lo tomo casi de un trago sabiendo que es una mala idea, pero estoy temblando. Siento un profundo dolor en el pecho. Nunca imaginé su indiferencia. Nunca. Y eso me demuestra que, en realidad no sé nada de Rodrigo, y que mi amigo y compañero de juegos ya no existe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 5

 

 

 

Rodrigo

 

Observo a Aysel tomarse su cuarto mojito. No ir hacia ella y decirle que le va a sentar mal me está costando mucho. No dejo de tensar la mandíbula y apretar los puños. Me cuesta tanto, casi como tratarla con esa indiferencia. Como si nuestra amistad, que es lo más importante de mi vida, nunca hubiera significado nada. Como si ella no fuera la persona a la que yo más he querido y sé que querré siempre. Hay cosas que ni el tiempo ni la vida puede cambiar por mucho que se intente, y personas a las que, incomprensiblemente, no dejas de querer, por mucho que la distancia amenace con hacerte olvidar.

Cuando la vi, me costó mostrarme indiferente, no la esperaba aquí, mucho menos que fuera la nueva compañera de Esther y que hubiera venido con su amiga María. Y me molesta que sea justo aquí donde va a vivir, pues es donde suelo pasar gran parte de mi tiempo y hasta tengo un cuarto propio en la casa de Víctor. Todo se complica, es como si todo se estuviera poniendo en contra mía para que no pueda huir de ella. Es como si al destino le gustara verme sufrir… cosa que me consta que es así.

Aysel se toma un mojito más y lo observa todo en silencio. Su amiga no para de hablar y Aysel parece fuera de lugar. Tiene la vista perdida y ni se da cuenta de cómo tratan de llamar su atención Víctor y sus amigos. El vestido se le ajusta al pecho y tiene un botón desabrochado que no muestra nada, pero insinúa; y, joder, está preciosa. Como siempre.

Me tomo mi copa mientras escucho lo que me dice Jonathan, uno de mis amigos más interesados y que con tal de tener mi atención sería capaz de hasta besar el suelo por donde paso.

—Vamos a ir a ver las carreras de camiones este fin de semana. ¿Te apuntas? —Jonathan me mira expectante. Les gusta invitarme porque suelo invitarles a muchas cosas.

Se cree que soy idiota y no sé que solo están a mi lado por interés. Asiento y me abrazan eufóricos. Hipócritas. Lo más triste es que estoy acostumbrado. Llevo desde niño viviendo una vida que no es real, donde la gente solo se acerca a ti si quiere algo; donde hasta mis propios padres solo se acuerdan de mí para reprocharme mi actitud y para recordarme que mi hermano es perfecto con su mujer y sus hijos a los que, por supuesto, mi cuñada ha puesto en mi contra desde que nacieron para que no acaben siendo como yo.

Lo único real de mi vida es el recuerdo que tuve con Aysel y esta noche le he hecho daño. Es posible que no sepa muy bien cómo es ahora, que solo conozca pinceladas de su vida. Pero sus ojos siguen empañándose cuando se siente traicionada o dolida y he visto cómo ocultaba su dolor tras una capa de indiferencia.

Veo que, tras tomarse la copa, va hacia la casa algo mareada. Víctor, al verla, va tras ella. Y lo llamo para hablar con él de alguna cosa. Pronto se olvida de Aysel y ve viene a dorarme la píldora, ya que le encanta decir a la prensa que es mi amigo, como si supiera algo de mí.

Viendo que Aysel no regresa, cojo uno de los cubos de hielo con la excusa de ir dentro a por más. Me escabullo en la casa y lo dejo en la cocina. Voy a buscarla y me enternezco cuando veo a Aysel sentada en la escalera dormida. Voy hacia su lado y la cojo en brazos tras dudar un instante.

No puedo dejarla aquí.

En cuanto su pequeño cuerpo acaricia el mío no puedo evitar una descarga que me recorre por entero, y es esta electricidad la que siempre ha existido entre los dos, como si un hilo invisible tirara de nosotros.

Pensé que con los años habría desaparecido, pero no, sigue ahí. Sigue presente ese deseo de estar cerca de ella y esa necesidad de buscar su contacto, porque me gustaba lo bien que me hacía sentir. Cierro los ojos y me acuerdo de que todo eso quedó atrás, y de que el que cuide de ella no cambia la realidad en la que me veo inmerso.

Me sorprende lo poco que pesa. Huele a manzana dulce mezclada con su perfume propio. Se deja caer en el hueco de mi cuello con confianza como hace años. Me quedo quieto incapaz de moverme al sentirla tan cerca de nuevo, y no puedo negar que lo que siento no se parece a lo que me trasmitía de niño, es mucho más intenso que antes. Mi cuerpo y mi ser son plenamente conscientes de la mujer que tengo entre mis brazos.

Tomo aire para concentrarme y subo los escalones sintiéndola cerca. No sé bien qué siento ante este momento. Mi mente no para de recordar a cada paso cada una de las veces que estuve a su lado o las trastadas en las que la metí, como lavar mi perro y que se nos escapara y acabara lleno de arena, y para que no se manchara más lo metimos en la piscina. Lo malo es que era invierno y Aysel acabó dentro de ella. Cuando nos pilló mi madre le echó la culpa de todo y yo callé, porque en los ojos de mi madre vi que sabía que había sido yo, pero al no hablar no tenía pruebas y no podía restregarme el gran error que era en su vida.

Era un niño tratando de buscar la aceptación de sus progenitores incapaz de asumir, por aquel entonces, que mis padres siempre me reprocharían algo, hiciera lo que hiciera. Por eso, cuando cumplí dieciséis años, hice todo lo que les molestaba; porque en el fondo sentía que eso era lo que esperaban de mí, y se lo di.

Dejo a Aysel sobre su cama. He sabido cuál era su cuarto de los dos que hay abiertos por el perfume y por la foto que hay suya y de sus padres en la cómoda.

Aparto la colcha de la cama y la dejo con cuidado sobre la cama. Me aparto de ella para no cometer alguna estupidez y entonces su mano sujeta la mía y es como si todo regresara a su sitio. Las miro las dos juntas apenas iluminadas por la luz que se cuela por la ventana. Nuestras manos unidas me recuerdan el último día que la vi y cómo se aferraba a mi mano para que no la abandonara.

—Rodri. —La miro impactado. No esperaba que me viera. ¿Y ahora qué? Tiene los ojos medio cerrados y veo cómo las lágrimas se escapan de sus bellos ojos dorados—. ¿Por qué me abandonaste? Éramos amigos.

Me trago el dolor que siento y con un gran pesar separo nuestras manos una vez más recordando que lo hago por ella. Porque mi vida la destruiría. Me separo y me río sin emoción por si lo recuerda, por si mañana recuerda este momento. Quiero que me odie y que esto haga que nuestros caminos sigan separados.

—Tú y yo nunca fuimos amigos. Solo te soportaba.

Abre los ojos y veo dolor en ellos. Los cierra y se da la vuelta. Me siento un cabrón, un ser sin corazón. Alguien despreciable por hacer daño a la persona más importante de mi vida. Y recordar que es por ella no hace que me sienta mejor.

—Para mí si lo fuiste. Vete.

Me marcho sintiéndome una mierda y rezando para que olvide este momento. Para que no recuerde mi crueldad. Cierro la puerta y me apoyo en ella para tomar fuerzas y seguir representando mi papel; para que la gente crea que soy alguien sin sentimientos que no siente nada. Y el problema es justo el contrario. Que siento tanto dolor, que la mejor forma de protegerme es tratar de que todo me sea indiferente.

Me alejo de ella con un gran peso en el corazón.

—Estás aquí. —Me dice Esther mientras pongo hielo en el cubo. Me abraza por detrás y me tenso. Me separo de ella con una sonrisa.

No me gustan los gestos cariñosos más allá de un encuentro rápido de sexo y desenfreno.

—He venido a por hielo.

—Ya que estás aquí… —Se coge el escote y se lo abre un poco. Se muerde el labio y sé lo que quiere.

—Me apetece una copa. —Y le sonrío mientras me alejo.

No sé por qué me acosté con Esther, tal vez porque estaba en un momento en el que ambos necesitábamos un desahogo. Yo sé que a ella no le gusto para nada más. Solo busca placer y yo, en aquel momento, también. La idea de volver a acostarme con ella no me atrae. No porque tenga algo en contra de hacerlo con la misma persona dos veces, es que ninguna consigue que mis ganas de hacerlo con ellas de nuevo se repitan.

Tras la emoción de la primera vez pierdo el interés, pues tras nuestros encuentros robados me siento, si cabe, más vacío y ya sé lo que hallaré en sus brazos y que lo que encuentro me aliviará del modo que quiero. Por eso piensan que soy un cabrón al que no le gusta repetir. Ninguna mujer nunca me ha llenado hasta el punto de desearla más allá de una noche.

Que la gente piense lo que quiera.

Estoy cansado de hacer las cosas como creen que serán mejor y al final todo se estropea. Siempre sacan alguna mierda de mí a la que le dan la vuelta y parezco un ser frío sin corazón. Por eso ya no me preocupa. Que hablen lo que quieran de mí. Lo bueno es que con cada noticia mi madre se enfada y eso me hace sentir bien, pues al menos siente algo por mí, aunque sea rabia, porque no sea el hijo perfecto que ansía.