Saadat Hasan Manto
DIEZ RUPIAS
Historias de la India
Prólogo, selección y traducción del urdu de
Rocío Moriones Alonso
Saadat Hasan Manto (Samrala, India, 1912 - Lahore, Pakistán, 1955).
Es el escritor de cuentos cortos en urdu más leído y controvertido. En una carrera de escritor que abarca más de dos décadas, produjo veintidós colecciones de cuentos, una novela, cinco colecciones de obras de radio, tres colecciones de ensayos, dos crónicas y muchos guiones para películas. El Gobierno de Pakistán no le ofreció un reconocimiento público hasta 2012, año en que le concedió a título póstumo el Premio Nishan-e-Imtiaz, el mayor reconocimiento civil.
De la traducción y el prólogo: Rocío Moriones
Edición en ebook: mayo de 2019
© Nórdica Libros, S.L.
C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B
28044 Madrid (España)
www.nordicalibros.com
ISBN: 978-84-17651-28-2
Diseño de colección: Filo Estudio
Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón
Composición digital: leerendigital.com
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Diez rupias
Diez rupias. Historias de la India recoge dieciocho relatos del más importante escritor de la India moderna, como reconoce Salman Rushdie. Manto, que fue capaz de observar con imparcialidad el mundo convulso y violento que le rodeaba, y que se mantuvo al margen de corrientes y juicios morales, continúa invitándonos a desenmascarar la hipocresía y a contemplar la vida en su totalidad y cara a cara, sin máscaras ni adornos. En estos relatos nos encontramos temas diversos: muchos de ellos son de denuncia social, en otros la política, la independencia de Reino Unido o los conflictos religiosos son el tema centra. Los relatos de Saadat Hasan Manto, además de excelentes piezas literarias, son una crónica de los sucesos más dolorosos de la historia india de la primera mitad del siglo XX.
Índice
Portada
Diez rupias
Manto: Más allá de la literatura india en lengua inglesa
El salvar negro
La nueva ley
Diez rupias
Sucedió en 1919
El final del reinado
El grito
Mummy
Conjuro
Recite la profesión de fe
Una historia espuria
El resumen del libro
El último saludo
Tras el juncal
Shushu
Ram Khilawan
Mi venganza y la suya
A un lado de la calle
La conspiración de las flores
Promoción
Sobre este libro
Sobre Saadat Hasan Manto
Créditos
Contraportada
Si te ha gustado
Diez rupias
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Oda a mi familia
de Sara Stridsberg
Un ave marina de color blanco recorre flotando solitaria las galerías de Stora Mans, el pabellón masculino de Beckomberga. Es grande y reluciente y, en el sueño, yo corro para tratar de atraparla, pero no logro darle alcance antes de que salga volando por una ventana rota y desaparezca en la noche.
Es junto al mástil de la radio de la estación de Spånga, final del invierno de 1995. Un paisaje invernal solitario y rígido se extiende ante él mientras va trepando por el mástil expuesto a los gélidos vientos. Tiene el cuerpo viejo y frágil, pero, por dentro, él se siente joven y está lleno de vigor. Mantiene la vista fija en las manos para no sufrir vértigo y la noche es clara a su alrededor, las puntas de alfiler que son los orificios de las estrellas a través de los cuales penetra la luz procedente de otro mundo, un destello intenso que brilla detrás de lo negro, una promesa de algo distinto, un resplandor capaz de iluminar y de velar por él en lugar de esta oscuridad fría y húmeda que siempre lo ha rodeado: un sol gris, un rayo de sol gris granulado. En el horizonte, la primera luz débil, palpitante, una franja atmosférica estrecha rosa y oro y, unos kilómetros más allá, está esperándolo su cama en un dormitorio de Beckomberga, vacía y vestida de limpio al lado de otras camas en cuyas sábanas descansaron un día las sombras de cuerpos blandos, durmientes y desprotegidos. Ya no queda ninguno.
Un buen rato se queda en lo alto, en el voladizo, y contempla la ciudad apagada y las escasas luces blancas en la noche. Luego se quita la chaqueta y el jersey grueso, el gorro negro del hospital y las gafas, lo deja todo a su lado en un pulcro montoncillo. El mundo se extiende a sus pies, un cobertor de casas y de calles y de personas que respiran como un único pulmón humano saludable y limpio y sereno, pero aquí no hay ningún futuro para él, nunca lo ha habido, él siempre ha vagado solo, con la marca de la enfermedad como un dibujo repujado bajo la piel, visible para todos salvo para él mismo. Cada vez que se ha acercado a una muchacha ella se ha retraído asustada y cada vez que le ha tendido la mano a alguien lo han interpretado como un gesto de hostilidad y lo han vuelto a trasladar al hospital. Una reja invisible extendida entre el mundo y él, con rostros mudos ellos le han dado la espalda, eso ha hecho que tenga miedo a las personas y ha ido retrayéndose y manteniéndose cada vez más apartado. No hay nadie que vaya a echarlo de menos en el mundo, esa grisura inmanejable, no cuenta con nada en particular que lo arraigue a nadie en particular, nunca ha estado desnudo con nadie, nunca ha conmovido a nadie, es como si hubiera ido avanzando bajo un ardor de oscuridad, ninguna deuda, ningún lazo con las personas, solo esa reja, esas cadenas invisibles que lo retienen y hacen de él un hombre solo.
Y cuando la enfermera atraviesa los dormitorios vacíos y enciende las lámparas diurnas de la última sección del pabellón masculino de Stora Mans, se lanza a la noche con un único deseo, que algo lo lleve, una mano o un viento, que algo lo mantenga en el mundo, pero no es más que un fardo que va dando vueltas, que gira varias veces en el aire antes de alejarse rodando por encima del filo del mundo, y cae a la tierra y se hace trizas.
Los últimos meses que ha pasado en Beckomberga le han dado permiso para salir solo, pero él nunca usa esos permisos, sino que se pasa los días junto a la ventana mirando los árboles, ni una sola vez sale al jardín a pasear con los demás. Deja de encender el globo terráqueo que durante muchos años ha tenido al lado de la cama, y la víspera del día en que va a dejar el hospital, después de la consulta del alta con el doctor Janowski, se para delante del cuarto de la enfermera de planta con la gorra y la americana encima del pijama y le comunica que va a salir unas horas a recoger flores. («¿Recoger flores en febrero?»). Él desaparece y no vuelve por la tarde ni tampoco al día siguiente. Unos días después, hallan el cuerpo sin vida debajo del mástil de la radio, una mujer que va paseando por la zona con un perro lo encuentra allí sobre el césped amarillo del año anterior, tendido con el pijama de rayas, la cabeza aplastada y escarcha en la ropa.