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FILMOGRAFÍA CITADA



A mí la legión (Juan de Orduña, 1942)

Alba de América (Juan de Orduña, 1951)

Aurora de esperanza (Antonio Sau Olite, 1937)

Bandera, La (Julien Duvivier, 1935)

barrera invisible, La (Elia Kazan, 1947; también La luz es para todos)

Bataan (Tay Garnett, 1943)

bella del Yukon, La (William A. Seiter, 1944)

beso de Judas, El (Rafael Gil, 1954)

Bienvenido, Mister Marshall (Luis García Berlanga, 1953)

Boob, The (William A. Wellman, 1926)

caballero Adverse, El (Mervyn LeRoy, 1936)

Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956)

calle sin sol, La (Rafael Gil, 1948)

Carne de fieras (Armand Guerra, 1936)

carta, La (The Letter, William Wyler, 1940)

Cerca del cielo (Mariano Pombo y Domingo Viladomat, 1951)

Cómicos (Juan Antonio Bardem, 1954)

Condenados (Manuel Mur Oti, 1953)

Continente perdido (Michael Carreras y Leslie Norman, 1968)

Creo en Dios (Fernando de Fuentes, 1941)

dama de Trinidad, La (Vincent Sherman, 1952)

Diferente (Luis María Delgado, 1961)

Don Quintín el amargao (Luis Buñuel, 1951)

¿Dónde pongo este muerto? (Pedro Luis López Ramírez, 1962)

Dos (Carlos Arévalo, 1934; proyecto no realizado)

Edad de Oro, La (Luis Buñuel, 1930)

El Judas (Ignacio F. Iquino, 1952)

El suspiro del moro (Antonio Graciani, 1940 [también Alhambra])

Fedra (Manuel Mur Oti, 1956)

Forja de almas (Eusebio Fernández Ardavín, 1943)

gafe, El (Pedro Luis López Ramírez, 1959)

Gilda (Charles Vidor, 1946)

golfos, Los (Carlos Saura, 1959)

Great Dictador, The (Charles Chaplin, 1940)

¡Harka! (Carlos Arévalo, 1941)

hombre va por el camino, Un (Manuel Mur Oti, 1949)

hombres radar de la Luna, Los (Fred C. Brannon, 1952)

huida, La (Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, 1950; proyecto no realizado)

jueves, milagro, Los (Luis García Berlanga, 1957)

llama eterna, La (Sidney Franklin, 1932)

Luna de sangre (José López Rubio, 1944)

Matka Joanna od Aniołów (Madre Juana de los Ángeles; Jerzy Kawalerowicz, 1961)

Mi fantástica esposa (Eduardo García Maroto, 1944)

Misterio en la marisma (Claudio de la Torre, 1943)

Muerte de un ciclista (Juan Antonio Bardem, 1955)

mujer cualquiera, Una (Rafael Gil, 1949)

niña está loca, La (Alejandro Ulloa, 1942)

No más mujeres (Edward H. Griffith y George Cukor, 1935)

NO-DO,

Orgullo (Manuel Mur Oti, 1955)

Padre Chuflillas, El (José Luis López Rubio y Claudio de la Torre, 1940)

Pepe Conde y Manolo Reyes (José Luis López Rubio y Claudio de la Torre, 1941)

Pregones del embrujo (José Luis López Rubio y Claudio de la Torre, 1941)

Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941)

Rojo y Negro (Carlos Arévalo, 1942)

señora de Fátima, La (Rafael Gil, 1951)

Siempre mujeres (Carlos Arévalo, 1942)

Some Like It Hot (también A algunos les gusta caliente y Con faldas y a lo loco; Willy Wilder, 1959)

Song of Russia (Gregory Ratoff, Laslo Benedek, 1944)

Sor Intrépida (Rafael Gil, 1952)

Su última noche (Carlos Arévalo, 1945)

Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951)

Suspenso en comunismo (Eduardo Manzanos Brochero, 1956)

Tierra española (Joris Ivens, 1937)

To be or not to be (Ernst Lubitch, 1942)

13-13, El (Luis Lucia, 1943)

Truhanes de honor (Eduardo García Maroto, 1950; también Dos disparos en la niebla)

Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951)

Viridiana (Luis Buñuel, 1961)

Youngest Profession, The (Edward Buzzell, 1943)

Eladi Romero García

NOTAS SOBRE
LA CONSPIRACIÓN
SODOMITA EN EL
CINE ESPAÑOL

(Novela histórica ilustrada)

Primera edición: febrero 2019

© Eladi Romero García

© de esta edición: Laertes S.L. de Ediciones, 2019

www.laertes.es / www.laertes.cat

Diseño cubierta y fotocomposición: JSM


ISBN: 978-84-16783-80-9

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MUERTE DE UN CICLISTA

(Juan Antonio Bardem, 1955)

Película extremadamente perniciosa que se alimenta de la reptiloide perfidia marxista, aumentada en grado sumo merced al matiz sodomita del que hace gala su protagonista, profesor universitario afeminado, débil y cobarde, incapaz de poner en su lugar a la mujer que tiene por amante y que, a causa de su propia flaqueza, acaba devorado por ella. No sirve que la censura haya obligado a cambiar el final introduciendo un «providencial» accidente que acaba con la vida de la pérfida damita, italiana por más señas, porque el mensaje eunucoide y comunista se mantiene íntegro en el resto de la cinta. Convendría atar corto al censor que intervino en el asunto, el cual, sin duda exclusivamente influido por la necesidad de arrimar el ascua a su sardina religiosa, se olvidó de vigilar los evidentes elementos comunistoides y pederastas que la película destila. Pero sobre todo hay que tener mucho cuidado con su director, destacado miembro de la cúpula del Partido Comunista, a quien ya tuvimos que frenar cuando intentó colarnos, junto a su colega de fechorías Berlanga, aquel guión de una película titulada La huida, donde ambos se mofaban sin ningún rubor de la Guardia Civil. (De las Notas sobre la conspiración judeomasónicocomunista —y sodomita— en el cine español.)

Fotograma que acompaña a la nota con la indicación: Rostro mórbido del protagonista de Muerte de un ciclista. No hay más que contemplarlo unos instantes para comprobar su condición de sodomita latente y recalcitrante. La impostura del bigotillo ritual no debería confundirnos.

El jueves 26 de julio de 1962 falleció en Madrid Gabriel Arias Salgado y de Cubas, el hombre que durante tantos años luchó con enorme empeño por encauzar a los españoles hacia el recto camino de la salvación, sorteando dificultades como un ciclista en la más dura etapa de montaña. Todo un Bahamontes ascendiendo el Puy-de-Dôme de esa perfección moral y cristiana que siempre supo aplicar en todos y cada uno de sus actos.

Fue a media tarde. Desde hacía unos cuantos días, exactamente desde que dejó de ser ministro de Información y Turismo, don Gabriel había adoptado la costumbre de dormir una breve siesta reparadora, destinada a conceder el merecido descanso a ese cuerpo luchador, ya muy consumido por tantas batallas libradas contra el maligno. Más o menos hacia las seis, poco después de despertar, decidió acudir a su despacho de la Secretaría para la Ordenación Económico-Social de las Provincias, órgano que regentaba desde su fundación, allá por 1946, y desde el que tan fructífera labor había llevado a cabo en favor de la reconstrucción del país. Como el trayecto entre su domicilio de la calle Hermosilla y el palacio de la Presidencia del Gobierno, en la Castellana, donde se ubicaba su oficina, era relativamente corto, don Gabriel decidió cubrirlo dando un paseo.

No llegó ni al portal. Nada más abandonar la vivienda se encontró con José Antonio Gil de Biedma y Vega de Seoane, uno de los hijos del conde de Sepúlveda. Se saludaron como buenos vecinos y amigos que eran, y bajaron juntos las escaleras, aunque al llegar al segundo piso don Gabriel comenzó a sentirse mal. Se detuvo entonces en el rellano y cogió aire. Justo en ese momento sufrió un desvanecimiento que a punto estuvo de tumbarlo en el suelo. Por fortuna, Antonio logró sostenerlo a tiempo para, a continuación, depositarlo delicadamente sobre el pavimento. Al comprobar que el exministro no se recuperaba, subió de inmediato al piso de don Gabriel y avisó a Fernando, el hijo de este, de la situación en que se hallaba su padre.

—Papá, papá, ¿qué te pasa? —preguntó inquieto el mayor de los Arias Salgado al encontrarse con su progenitor.

Como don Gabriel seguía sin reaccionar, entre los dos jóvenes y el señor Francisco Espinosa, hombre de confianza y antiguo chófer del exministro que ahora ejercía como ayuda de cámara, lo subieron como pudieron hasta el domicilio de los Arias Salgado y lo depositaron sobre su cama. Su respiración era cada vez más débil, aunque lo más alarmante era la babilla que brotaba de su boca. Fernando comprobó, además, que la entrepierna de su padre se había oscurecido a causa de una enorme mancha aparecida en sus pantalones, signo inequívoco de que don Gabriel no había logrado contener su orina.

—¡Papá..., papá! —insistió el hijo.

Al seguir sin respuesta, Fernando telefoneó al doctor Juan Garrido Lestache, médico de cabecera de la familia, que apenas tardó veinte minutos en aparecer. Durante ese tiempo, el hijo del exministro nada pudo hacer salvo comprobar que su padre había dejado de respirar. Fueron momentos de enorme nerviosismo, en los que tanto Fernando como José Antonio improvisaron desde torpes masajes cardiacos hasta infructuosos intentos de reanimación mediante la técnica del boca a boca, ejercicios que de nada sirvieron.

De hecho, en cuanto llegó, y tras una breve observación, el médico no pudo más que certificar la defunción de don Gabriel, acaecida oficialmente a las dieciocho horas cuarenta y dos minutos a causa de una angina de pecho. El hombre sobre cuyas espaldas, y durante casi dos décadas, había recaído la misión de conducir a los españoles por el recto camino hacia la integridad moral, había dejado de existir a los cincuenta y ocho años. Sin duda Dios no quiso exigir a su siervo más esfuerzos de los estrictamente necesarios, recompensándolo con un más que merecido cielo repleto de santos, vírgenes y otras personas de contrastada probidad.

Tal y como su padre hubiese esperado de él, Fernando supo afrontar el doloroso momento con absoluta entereza y resignación cristiana. Dispuesto a organizar el luto con el rigor que la situación exigía, fue anunciando telefónicamente la defunción a todos los familiares y conocidos que pudo encontrar, avisando además a una afamada empresa de pompas fúnebres para que se encargara de los detalles, entre los que se incluyó el traslado al domicilio del finado del féretro de oscura caoba donde fue depositado su cuerpo. Dada la elevada posición política que en vida alcanzó don Gabriel, Fernando y el dueño de la empresa decidieron que el luto se llevara a cabo en los mismos aposentos del finado, convertidos así en la improvisada capilla ardiente donde debía oficiarse el velatorio.

El momento más delicado se produjo cuando Fernando tuvo que avisar del fallecimiento a su madre, doña Patrocinio Montalvo. Esta se encontraba veraneando en la localidad lucense de Vivero, donde la familia poseía una segunda residencia, en compañía de su hija Isabel. Por consejo de Espinosa, el mayor de los Arias Salgado decidió ocultar a su madre el alcance de la desgracia anunciándole sólo que don Gabriel se hallaba gravemente enfermo.

—Pero, ¿cuánto de grave, Fernando? Y no me engañes —preguntó doña Patrocinio desde el otro lado del auricular.

—Según el doctor Garrido..., bastante, le ha dado un dolor muy fuerte en el corazón y no puede levantarse. Mejor que vengas cuanto antes..., si pudieras coger un avión...

Las palabras de Fernando, entrecortadas y sollozantes, apenas lograron ocultar a su madre la realidad de la situación.

—Pero..., ¿un avión dices?, ¿tan urgente es? No es tan fácil encontrar vuelos a Madrid desde Santiago. Bueno, veré qué puedo hacer. Y si no, tendremos que volver en coche..., o en tren.

—Ya procuraré que te pongan un avión, mamá. En cuanto sepa algo, te aviso.

—De acuerdo, hijo, no me moveré de casa. Mientras tanto, Isabelita se encargará de todo, y si no me dices nada en una hora nos pondremos en marcha como sea. Supongo que tu padre no puede ponerse al teléfono...

—No..., está inconsciente.

—Ya... ¿Has avisado a tus hermanos?

—Intentaré dar con ellos. A Gabriel quizá lo encuentre en el campamento, pero a Rafael va a ser más difícil. No sé por qué zona de Francia puede estar.

Poco a poco fueron apareciendo por el domicilio de los Arias Salgado diversas personas entre familiares, amigos y altos cargos del Ministerio de Información y Turismo que habían colaborado con don Gabriel. El primero que hizo acto de presencia fue el hermano de este, el general de brigada don Eduardo Arias Salgado, que se hallaba en capitanía en el momento del deceso. Luego lo hizo Josefina, asimismo hermana del difunto. Tampoco tardó en aparecer el teniente coronel de artillería Juan Ramiro de Carranza, exsecretario de don Gabriel, que acabó coordinando las formalidades para alivio de Fernando, cada vez más abrumado por la situación. Ya algo más tarde llegó don Alejandro Arias Salgado, el otro hermano del difunto, que al veranear en Gredos tuvo que demorar su presencia en el domicilio de este.

En cuanto corrió la noticia, se personaron también en el lugar el nuevo titular del Ministerio de Información y Turismo don Manuel Fraga Iribarne, que llegó acompañado del profesor Adolfo Muñoz Alonso, ex-director general de Prensa, camisa vieja de Falange, procurador en Cortes y viejo colaborador de don Gabriel.

—¡Qué desgracia, Fernando, qué desgracia! Te acompaño en el sentimiento... Pobre Gabriel... —exclamaba Fraga abrazando al hijo de su antecesor con toda la fuerza de la que era capaz—. Del corazón, ¿no?

—Sí, don Manuel...

—Me lo imaginaba. Cuando cenamos hace dos semanas ya le noté yo algo... tocado del corazón. Tu padre me reconoció que sentía ciertos dolores, pero no imaginé que fuera tan grave.

Luego acudirían hasta cuatro ministros más y diversos subsecretarios. Por fin, y para completar el cuadro, sobre las ocho y media de la tarde apareció por la casa mortuoria, avisado de la defunción por Fraga, el capitán general y vicepresidente del Gobierno general Agustín Muñoz Grandes, quien a su vez informó al propio Generalísimo, a la sazón de veraneo en el pazo de Meirás. No tardó en recibirse un telegrama del jefe del Estado dirigido al general Arias Salgado donde podía leerse: «Impresionado por el fallecimiento de su hermano Gabriel, le expreso mi más profundo sentimiento con un abrazo. Generalísimo Franco».

Hacia las diez de la noche, el cadáver de don Gabriel fue depositado en un féretro de caoba con adornos de plata, previamente amortajado con el hábito de los carmelitas. La capilla ardiente se instaló en el despacho del difunto, y todas las emisoras de radio y televisión suspendieron sus emisiones en señal de duelo por la muerte de su antiguo jefe. El propio Fraga anunció el acontecimiento con una sentida nota televisada que decía: «Hoy me cabe el honor y la tristeza de anunciar al pueblo de España la muerte del exministro de Información don Gabriel Arias Salgado, amigo queridísimo que realizó una extraordinaria labor al frente de su ministerio en momentos bien difíciles. Hombre de extremada bondad, su lealtad al Jefe del Estado y a los principios del Movimiento Nacional dirigieron siempre sus actos. Su vida y su espíritu de entrega constituyen ejemplo que nos admirará siempre. Dios lo tenga en su gloria».

Doña Patrocinio se encontraba en esos momentos volando hacia Madrid, acompañada de su hija, en un avión que habían dispuesto especialmente para ella desde el Ministerio del Ejército del Aire. Nada más aterrizar, y ante lo absurdo de seguir manteniendo la mentira urdida por su hijo, se le informó del verdadero alcance de la situación. La viuda supo mantener en todo momento la entereza, pues casi desde el primer instante intuyó lo que realmente estaba sucediendo. En cambio Isabel, su hija, acabó llorando desconsoladamente durante todo el trayecto desde el aeropuerto hasta el domicilio familiar. Al llegar a este, lo primero que hizo la señora de Arias Salgado fue adentrarse en la capilla ardiente y abrazar al cadáver de su esposo, en medio de la profunda emoción de cuantos se hallaban presentes.

El entierro del exministro se produjo a las seis de la tarde del viernes 27 de julio en la iglesia de la Concepción. El féretro fue bajado del domicilio por porteros del Ministerio de Información y Turismo vestidos con traje negro y ribetes dorados. En nombre del Jefe del Estado, que decidió no suspender sus vacaciones, presidió la ceremonia el general Muñoz Grandes, asistiendo además otros siete ministros y múltiples personalidades, así como Nicolás Franco, hermano del Generalísimo. Concluida la misa de corpore insepulto, el cortejo fúnebre se dirigió hasta la sacramental de Nuestra Señora de la Almudena, donde el cuerpo recibió cristiana sepultura después de que varios sacerdotes rezaran sus correspondientes responsos.

El diario ABC cubrió el funeral ofreciendo todo lujo de detalles, aunque añadiendo a las dos páginas dedicadas a la noticia una serie de anuncios que, de haberlos leído, habrían provocado que el difunto se revolviera en su tumba. El rotativo se caracterizaba precisamente por contener una elevada dosis de publicidad, por lo que aquella falta de tacto seguramente pasó desapercibida para la mayoría de los lectores.

Uno de los anuncios tenía por objeto promocionar el desodorante Varón Dandy, eficaz en cualquier momento del día y de la noche: «Cuando el calor agobia, el Desodorante VARÓN DANDY es el mejor resguardo para su perfecta higiene personal. Es el toque definitivo que le dará está sensación de seguridad ante los demás. Nadie se dará cuenta de que lo usa (...), pero puede que lo noten si no lo usa. Puede aplicarse a cualquier parte del cuerpo».

La segunda cuña publicitaria anunciaba los estrenos teatrales del momento: «Las de Caín. Los problemas, las inquietudes, las ambiciones de las chicas de 1902». Le seguía «Pisito de solteras. Como piensan, trabajan y desenvuelven sus vidas las chicas de 1962 (...). Comedia alegre y divertida para la juventud actual. Autor: Jaime de Armiñán. Dirección: Cayetano Luca de Tena. La mejor butaca: 30 pesetas».

SOR INTRÉPIDA

(Rafael Gil, 1952)

Conviene tener mucho cuidado con este directorcillo, antiguo colaborador con la horda roja del Frente Popular, que aunque en Sor Intrépida nos quiso contar la historia de una mujerzuela que acaba redimiéndose en un convento, en el pasado perpetró engendros comunistoides como La calle sin sol y Una mujer cualquiera. Además, muestra preferencia, como es el caso, por incluir entre sus actores al marxista declarado Francisco Rabal, hijo de un represaliado que acabó realizando trabajos, creo que forzosos, en Cuelgamuros. Estoy prácticamente seguro de que ambos forman pareja formal de pederasta activo (Gil) y sodomita pasivo (Rabal). Observando el rostro de Rabal tal y como aparece en la película Sor Intrépida, ataviado como un vulgar eunuco de rasgos arábigos, sobran las palabras. Y no contento con ello, el mismo Gil ha estrenado este año otra cinta donde se le ve aún más el plumero. Me refiero a El beso de Judas, en la que Rabal encarna a un centurión romano mostrando pectorales. Además, El beso de Judas, como su propio nombre indica, trata de besos entre hombres. Más claro, agua. (De las Notas sobre la conspiración judeomasónicocomunista —y sodomita— en el cine español.)

Acompaña a la nota un fotograma de Sor Intrépida con la imagen del referido actor (izquierda), junto a otro del mismo Rabal ataviado de romano en El beso de Judas (derecha).

Pero, ¿quién era exactamente Gabriel Arias Salgado, el hombre que acababa de ser enterrado? Como ya hemos dicho, la misma noche del jueves en que falleció, Manuel Fraga Iribarne informó en televisión del suceso, ofreciendo además una breve biografía del finado. Biografía que, con apenas cambios, se había ido repitiendo en la prensa desde años atrás, cuando Arias Salgado comenzó a destacar en las estructuras políticas del régimen franquista inmediatamente posterior a la guerra civil. La Vanguardia del día 27 la exponía en los siguientes términos:

Paradigma de la eficacia

La muerte ha truncado dolorosamente la trayectoria vital de don Gabriel Arias Salgado y de Cubas en el momento en que su alto talento y su entusiasmo patriótico prometían una fecunda suma de servicios y aportaciones a la grandeza de España, de la cual fue siempre un enamorado y fervoroso servidor. El señor Arias Salgado, nacido en Madrid el 3 de marzo de 1904, en el seno de una ilustre familia de marinos, acreditó desde la mocedad una ardiente vocación humanística que le hizo despuntar precozmente en los estudios literarios. Tras cursar el bachillerato en el Colegio de Nuestra Señora del Recuerdo, se graduó en Humanidades clásicas y ganó el doctorado en Filosofía con las más brillantes calificaciones. Toda la vida sería fiel a la formación literaria recibida y acreditada en su pensamiento y en su conducta la profunda impregnación que habían dejado en su espíritu las letras clásicas, cuya honda y ponderada serenidad se armonizaron a maravilla con las ejemplares prendas de carácter del ilustre finado. También cursó el señor Arias Salgado los estudios de Derecho en las Universidades de Murcia y Salamanca.

Primeros cargos

Desde la juventud había militado en los grupos más decididamente patrióticos y más rotundamente contrapuestos al avance marxista en nuestra Patria, y por lo mismo, al sobrevenir el Alzamiento, fue perseguido por los rojos, quienes al cabo le encarcelaron. Tras un año de cautiverio, logró pasar a la zona nacional en 1937, donde puso en movimiento inmediatamente el máximo ardor y laboriosidad para sumarse al esfuerzo de la Cruzada. Una de las tareas desarrolladas por el señor Arias Salgado en tales años fue el desarrollo y mejora en términos admirables del semanario Libertad, fundado en Valladolid por Onésimo Redondo, al cual convirtió en diario, dotándole de todos los atributos de gran periódico. Más tarde fue nombrado gobernador civil y jefe provincial del Movimiento en Salamanca, donde desenvolvió una amplia y fecunda labor de grato recuerdo, durante cuatro años de desvelos.

Vicesecretario de Educación Popular

Comenzaría luego la etapa más intensa y notoria de su ejecutoria de servicios a España, cuando fue nombrado vicesecretario de Educación Popular y delegado nacional de Prensa y Propaganda. Durante esta fase, pasarían a adquirir estructuración definitiva y amplificación extraordinaria todos los servicios de información y orientación de la opinión pública, no sólo por virtud de la laboriosidad incansable del llorado exministro, sino también por el celo que le animaba para darles toda la prestancia administrativa y política a que eran acreedores. Comenzaría entonces el señor Arias Salgado a concebir, desarrollar y exponer su doctrina de la información —plasmada en diversos textos y discursos— donde lucirían su profunda formación jurídica y literaria, su puntual noticia de la realidad profesional y su alto concepto del servicio de los medios de información al bien común.

Junto a esta trayectoria de servicios, deben rememorarse otros desplegados en diversos ramas de la Administración, tales como su gestión de secretario en las Cortes Españolas (1946) y su tarea como secretario de Ordenación Económico-Social de las provincias españolas en la Presidencia del Gobierno en la que desarrolló el éxito de programar sistemática y armoniosamente sus actividades de reconstrucción y desarrollo de cada una.

Creación del Ministerio de Información y Turismo

El impulso infundido por el entusiasmo del ilustre extinto a la Vicesecretaría de Educación Popular condujo a que se crease el 19 de julio de 1951 el Ministerio de Información y Turismo del cual fue el primer titular. Suponía este ensanchamiento de las tareas y atribuciones del anterior organismo un señalado éxito para las directrices del señor Arias Salgado, junto con una multiplicación de responsabilidades y obligaciones a las que hizo frente animosamente. A su iniciativa personal corresponderían una serie de iniciativas que harán historia en la vida pública española: la definitiva estructuración de Radio Nacional, la implantación de la televisión en España, la creación del noticiario NO-DO, el resuelto apoyo a los Ateneos de Madrid y Barcelona, la fundación de la Escuela Oficial de Periodismo, la Hemeroteca Nacional, el Hogar-Escuela para Huérfanos de Periodistas, la construcción del nuevo edificio del ministerio, por citar sólo las que momentáneamente nos vienen a la memoria dentro de un repertorio mucho más extenso. Efusivamente compenetrado con la clase periodística, el exministro cuya muerte lamentamos estuvo presente en los Congresos Nacionales de Prensa, dedicándoles trascendentales discursos, y respaldó, sinceramente, todos los esfuerzos encaminados al auge profesional de la misma.

Con no menos sensibilidad y diligencia estuvo presente el señor Arias Salgado en todo el proceso de desarrollo y fomento del movimiento turístico, que adquirió gran impulso desde su incorporación al ministerio nuevamente fundado. Las oficinas españolas de turismo en el extranjero, las publicaciones editadas, la tarea de captación de apoyos y voluntades dentro y fuera, de España, tuvieron siempre en él un valedor y un promotor de máximo empuje. Lo propio puede decirse respecto del cine y el teatro españoles, que recibieron pruebas directas de su celo y preocupación, entre las cuales puede anotarse la creación y rápido desenvolvimiento de los «Festivales de España».


Antes que una biografía en el sentido estricto del término, aquella nota más parecía una hagiografía perfectamente acorde con la retórica del momento. Sin embargo, para muchos intelectuales españoles que tuvieron que padecerla, la etapa de Arias Salgado como ministro de Información y Turismo representó la década más triste de la cultura española de aquel tiempo. Porque, en realidad, y para decirlo lisa y llanamente, Arias Salgado fue durante bastantes años, tanto en su etapa como vicesecretario de Educación Popular como en la de ministro, el último responsable de la censura en España. Su educación jesuítica y ultracatólica —no en vano había estudiado en el seminario menor de San Ignacio de Loyola, ubicado en Ciudad Real, y bien cerca anduvo de ordenarse sacerdote—, más que su adhesión a Falange Española, posterior a su primera vocación eclesiástica, constituiría el elemento esencial de toda su trayectoria vital, marcada por una profunda religiosidad y un integrismo moral a prueba de cualquier tentación. Tendremos sobradas ocasiones de comprobarlo.