colección la furia del pez

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Luna llena que observas

Eloy Sánchez Rosillo

Índice

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

XXIV

XXV

XXVI

XXVII

XXVIII

XXIX

XXX

XXXI

XXXII

XXXIII

XXXIV

XXXV

XXXVI

XXXVII

XXXVIII

XXXIX

XL

XLI

XLII

XLIII

XLIV

XLV

XLVI

XLVII

XLVIII

XLIX

L

LI

LII

I

Eres la sombra que protege mi cuerpo bajo el sol ardiente.

Eres el vaso de agua que sacia mi sed cuando regreso

del trabajo.

Todo en ti cambia y permaneces el mismo desde

que te conocí.

Eres tan hombre que en ti se reúnen los sabios

y los guerreros.

Nací para ti y tú para mí, como la letra cuando encuentra

su molde.

Pronuncio tu nombre y un efluvio escurre de mis piernas.

Soy mujer y tú eres hombre, ¿te gusta más el cielo de noche

o de día?

Tú eres la música que reverbera en mi corazón.

Tardas en secarte, como el agua cuando no pasamos

la toalla.

Eres la persona a la que están dedicadas estas líneas.

II

Te veo beber con tus amigos, todo es gritos y carcajadas.

Tus carnales, como tú les llamas, observan que me acerco

y detienen la mirada en su trago. Yo te espero en la cama.

Enciendo la televisión y me concentro en la nada.

Quiero esperarte sumida en el no ser. No quiero sentir.

Sólo esperarte.

Caminarás tropezándote en los muebles, agarrándote

de la puerta.

Un temor sutil cruzará por mi garganta. ¿Me respetarás?

¿Entenderás mi sueño? ¿Serás un habitante de mi más allá,

en el que todo está construido bajo el hálito de la esperanza?

Rompes un botón cuando te quitas la camisa.

Siempre eres tan torpe para desnudarte. ¿Así será mi hijo?

La luna pega en tu cuerpo como la luz de la veladora

en el Jesús

que tenemos en la sala y que pusiste sin consultarme.

Te desnudas y te metes en la cama.

Siento tu calor como una llamarada en la caverna.

Te aviento el brazo y te dejas apapachar.

Roncas de inmediato. Estás en tu territorio. Que son

mis brazos.

Te hago oración en silencio. No vayamos a despertar

al Jesús

sempiterno. No nos lo perdonaríamos. Sobre todo tú.

III

Nina, me dices, y untas tus labios en mis senos.

Nina, me dices, y deslizas tus dedos —tu dedo cordial

de la mano derecha, sería más apropiado decir—

por mi vagina.

Soy tan insegura —creo que ya te has dado cuenta—

que a gritos

te pido que me grites que me amas. Que atrás de tu dedo

está tu amor.

Nina, me dices, y muerdes mi lóbulo —nunca me preguntes

de qué oído—

hasta casi quedarte con él entre tus labios, en esa boca

que has desprendido

de mi sexo. Como un niño cuando se afianza de una

golosina y no hay poder

humano que lo separe de ahí. Nina, me dices, y te sirvo

los frijoles que preparé

hoy por la mañana, cuando los guisé imaginándome

cómo les pondrías la salsa que

compré en la tortillería para ti. Para que los disfrutaras tú,

el amor de mi vida. Mi sol.