colección la furia del pez
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Primera edición, marzo de 2013
Director general: Alejandro Zenker
Director de la colección La furia del pez: Víctor Roura
Coordinadora editorial: Fatna Lazcano
Gestor de proyectos editoriales: Rasheny Lazcano
Cuidado editorial: Elizabeth González
Coordinadora de producción: Beatriz Hernández
Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana
Portada: Shirley H. Illoldi
Agradecemos al Centro Cultural El Juglar, A. C., el apoyo para esta publicación.
© 2013, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.
Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos.
Teléfonos y fax (conmutador): 5515-1657
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www.solareditores.com
www.edicionesdelermitano.com
ISBN 978-607-8312-19-1
Hecho en México
Índice
Gatatumba en el jardín de los pequeños
I. Gatatumba y los caramelos
II. Gatatumba y las alturas
III. Gatatumba y los amanuenses
IV. Gatatumba y la danza de lo nunca visto
V. Gatatumba y las profesiones
VI. Gatatumba y los sufridos
VII. Gatatumba y las flores del patíbulo
VIII. Gatatumba y la cofradía de los demonios
IX. Gatatumba bajo la lluvia
X. Gatatumba y los rituales
XI. Gatatumba y la invocación del unicornio
XII. Gatatumba y el saco de los recuerdos
XIII. Gatatumba y sus trucos
XIV. Gatatumba y las señales de humo
XV. Gatatumba y el espejo de la felicidad
XVI. Gatatumba y mis primeras preguntas
XVII. Gatatumba y los páramos y sus sombras
XVIII. Gatatumba invoca la lluvia
XIX. Gatatumba y las mascotas
XX. Gatatumba no mira al cielo
XXI. Gatatumba y sus condenas
XXII. Gatatumba y las preguntas celestiales
XXIII. Gatatumba se adueña del jardín
XXIV. Gatatumba y los amaneceres de mi cuerpo
XXV. Gatatumba me deja a solas
Gatatumba en el cinematógrafo
1. El retrato del recuerdo...
2. Nosotros no teníamos una canción.
3. La sala estaba repleta...
4. La imaginación quería fornicar...
5. Debo decir que la sala...
6. Quise arrancar los sueños...
7. Pensaba escribirte una canción...
8. La proyección seguía...
9. Siguió la función...
10. Ahora recuerdo todo...
11. Estaba moviendo las manos...
12. En la dulcería...
13. Tenías la cara de bruja...
14. Sólo a veces me atemorizaban...
15. Estudiábamos en la preparatoria...
16. Sé que no he sido el único...
17. Una enjabonada al corazón...
18. Encerrado en mi cuarto...
19. Aún te amaba...
20. Puse los pies y el alma...
21. Tú, Gatatumba cinéfila...
22. Me llené de visiones...
23. Después pasaron los ataques...
24. Debí quitarme la mierda...
25. Aún no consigo el video...
Las lunas de gatatumba
I. La luna de la que se va
II. La agonía de la luna rojiza
III. El sepelio de la luna melancólica
IV. La menguada luna de mi nacimiento
V. El recuerdo de la luna invernal
VI. El final de la luna de queso
VII. La luna del borracho
VIII. La luna con sonrisa
IX. La luna del condenado
X. La luna del demente
XI. La luna del indiferente
XII. La luna somnolienta
XIII. La luna de tu balcón
XIV. La luna crepuscular
XV. La luna y el andar de la ninfa
XVI. La luna que nada sabe del día
XVII. La luna húmeda del verano
XVIII. La luna de alta palidez
XIX. La luna de los sueños dulces
XX. La luna adormecida por el laúd
XXI. La luna del rocío
XXII. La luna que espumea en las honduras
XXIII. La luna del hombre que habla a solas
XXIV. La luna que se desbarata
XXV. La luna del descabezado
A Elena Ángeles,
por los sueños que puso en mis manos
gatatumba
en el jardín de los pequeños
I. Gatatumba y los caramelos
Sus caramelos llenos de cielos
eran incluso tan largos como las calles.
Gatatumba no les envidiaba la dulzura
sino su gran capacidad para vivir a solas.
Nunca guardó sus ojos en papeletas de celofán.
Pero apostó todo su corazón a la posibilidad
de injertar a su alma otro cuerpo.
Algunos pequeños crecieron en grandes confiterías.
Pero no todos saborearon aquella suerte.
Hubo otros que brotaron de un sueño
y para contrarrestar la profundidad de la noche
sólo traían un diminuto dulce en el paladar.
Sus pequeñas lenguas se detenían a mitad del miedo
y la noche ganó la batalla infinidad de veces.
A la larga la saliva acrecentó la espesura en sus bocas
y lo peor de todo era que estaba estancada.
Gatatumba requería desde entonces
una pastilla que lubricara su boca
pues ahí se ahogaba su alma.
II. Gatatumba y las alturas
Gatatumba y algunos más
dieron con su desnudez en el firmamento.
La luz del sol o su indefensión lastimó sus ojos.
Los pequeños, sensiblemente heridos,
miraron al suelo de su vientre
buscando sus pies de plomo
pero sólo hallaron un río de fuego
que los condenó a morir de sed.
Algunos peces de felicidad habitaban el río de fuego.
Eran pocos, pues nadaban tullidos de esperanza.
A veces flotaban por encima de las pieles
y con una gran interrogación en los labios
patentaban las primeras bocanadas de agonía.
Dichos percances sucedían cuando alguien sacrificaba
el tiempo de su siglo en tontas revisiones históricas.
Gatatumba miraba a las alturas y desde ahí
—sin preocuparse de los peces ni del fuego—
su cuerpo de mariposa buscaba la punta del alfiler.
III. Gatatumba y los amanuenses
Los pequeños clausuraron el pasado
y patentaron el silencio para cumplir sus deseos.
Cantaron la trascendencia de su entrega
y fueron memorables los papiros
donde alumbraron sus quejidos.
Tenemos pergaminos, tinta y la pluma afilada