colección la furia del pez

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Índice

Gatatumba en el jardín de los pequeños

 

I. Gatatumba y los caramelos

II. Gatatumba y las alturas

III. Gatatumba y los amanuenses

IV. Gatatumba y la danza de lo nunca visto

V. Gatatumba y las profesiones

VI. Gatatumba y los sufridos

VII. Gatatumba y las flores del patíbulo

VIII. Gatatumba y la cofradía de los demonios

IX. Gatatumba bajo la lluvia

X. Gatatumba y los rituales

XI. Gatatumba y la invocación del unicornio

XII. Gatatumba y el saco de los recuerdos

XIII. Gatatumba y sus trucos

XIV. Gatatumba y las señales de humo

XV. Gatatumba y el espejo de la felicidad

XVI. Gatatumba y mis primeras preguntas

XVII. Gatatumba y los páramos y sus sombras

XVIII. Gatatumba invoca la lluvia

XIX. Gatatumba y las mascotas

XX. Gatatumba no mira al cielo

XXI. Gatatumba y sus condenas

XXII. Gatatumba y las preguntas celestiales

XXIII. Gatatumba se adueña del jardín

XXIV. Gatatumba y los amaneceres de mi cuerpo

XXV. Gatatumba me deja a solas

 

Gatatumba en el cinematógrafo

 

1. El retrato del recuerdo...

2. Nosotros no teníamos una canción.

3. La sala estaba repleta...

4. La imaginación quería fornicar...

5. Debo decir que la sala...

6. Quise arrancar los sueños...

7. Pensaba escribirte una canción...

8. La proyección seguía...

9. Siguió la función...

10. Ahora recuerdo todo...

11. Estaba moviendo las manos...

12. En la dulcería...

13. Tenías la cara de bruja...

14. Sólo a veces me atemorizaban...

15. Estudiábamos en la preparatoria...

16. Sé que no he sido el único...

17. Una enjabonada al corazón...

18. Encerrado en mi cuarto...

19. Aún te amaba...

20. Puse los pies y el alma...

21. Tú, Gatatumba cinéfila...

22. Me llené de visiones...

23. Después pasaron los ataques...

24. Debí quitarme la mierda...

25. Aún no consigo el video...

 

Las lunas de gatatumba

 

I. La luna de la que se va

II. La agonía de la luna rojiza

III. El sepelio de la luna melancólica

IV. La menguada luna de mi nacimiento

V. El recuerdo de la luna invernal

VI. El final de la luna de queso

VII. La luna del borracho

VIII. La luna con sonrisa

IX. La luna del condenado

X. La luna del demente

XI. La luna del indiferente

XII. La luna somnolienta

XIII. La luna de tu balcón

XIV. La luna crepuscular

XV. La luna y el andar de la ninfa

XVI. La luna que nada sabe del día

XVII. La luna húmeda del verano

XVIII. La luna de alta palidez

XIX. La luna de los sueños dulces

XX. La luna adormecida por el laúd

XXI. La luna del rocío

XXII. La luna que espumea en las honduras

XXIII. La luna del hombre que habla a solas

XXIV. La luna que se desbarata

XXV. La luna del descabezado

 

 

A Elena Ángeles,
por los sueños que puso en mis manos

 

 

 

 

gatatumba
en el jardín de los pequeños

 

I. Gatatumba y los caramelos

Sus caramelos llenos de cielos

eran incluso tan largos como las calles.

Gatatumba no les envidiaba la dulzura

sino su gran capacidad para vivir a solas.

Nunca guardó sus ojos en papeletas de celofán.

Pero apostó todo su corazón a la posibilidad

de injertar a su alma otro cuerpo.

 

Algunos pequeños crecieron en grandes confiterías.

Pero no todos saborearon aquella suerte.

Hubo otros que brotaron de un sueño

y para contrarrestar la profundidad de la noche

sólo traían un diminuto dulce en el paladar.

Sus pequeñas lenguas se detenían a mitad del miedo

y la noche ganó la batalla infinidad de veces.

A la larga la saliva acrecentó la espesura en sus bocas

y lo peor de todo era que estaba estancada.

Gatatumba requería desde entonces

una pastilla que lubricara su boca

pues ahí se ahogaba su alma.

 

II. Gatatumba y las alturas

Gatatumba y algunos más

dieron con su desnudez en el firmamento.

La luz del sol o su indefensión lastimó sus ojos.

Los pequeños, sensiblemente heridos,

miraron al suelo de su vientre

buscando sus pies de plomo

pero sólo hallaron un río de fuego

que los condenó a morir de sed.

 

Algunos peces de felicidad habitaban el río de fuego.

Eran pocos, pues nadaban tullidos de esperanza.

A veces flotaban por encima de las pieles

y con una gran interrogación en los labios

patentaban las primeras bocanadas de agonía.

Dichos percances sucedían cuando alguien sacrificaba

el tiempo de su siglo en tontas revisiones históricas.

Gatatumba miraba a las alturas y desde ahí

—sin preocuparse de los peces ni del fuego—

su cuerpo de mariposa buscaba la punta del alfiler.

 

III. Gatatumba y los amanuenses

Los pequeños clausuraron el pasado

y patentaron el silencio para cumplir sus deseos.

Cantaron la trascendencia de su entrega

y fueron memorables los papiros

donde alumbraron sus quejidos.

 

Tenemos pergaminos, tinta y la pluma afilada