rojo cesca, claudio
el montaje obsceno / claudio rojo cesca. - 1a ed . - río tercero : nudista, 2018.
libro digital, EPUB
archivo digital: descarga y online
ISBN 978-987-1959-74-7
1. relatos. I. título.
CDD A863
ficha técnica
foto de portada - natalí etchúdez
diseño y edición - martín maigua
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esta obra fue beneficiada con el fondo estímulo a la actividad editorial cordobesa (2018) para su publicación en formato digital.
queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin permiso previo del editor y/o autor.
Claudio Rojo Cesca (Santiago del Estero, 1984), es psicoanalista y escritor. Publicó, para la colección Leer es futuro, el libro de relatos Viñetas del insomnio no resuelto (Ministerio de Cultura de la Nación, 2015) y los poemarios Fotos de mi chonga desnuda dentro de una nave espacial (Larvas Marcianas, 2015), Horas que pasé dentro del frasco antes de la mutación (Minibús, 2016) y Sombra Kamikaze (Almadegoma Ediciones, 2018). Sus textos fueron incluidos en las revistas Maten al mensajero y Los Inquilinos, el fanzine Quince minutos con vos y las antologías Picados - Lata Peinada (Bellas Alas, 2015), Jardín 16 (Minibús, 2015), Libro de tormentas (Cuaderno de Elefantes, 2016) y Literatura barata y discos de goma (Cuentos Criollos, 2017), entre otras.
Un pueblo en Santiago del Estero.
Verano.
Imaginate el calor.
El hombre le muestra al nene una hoja impresa. Está escrito en el papel que él es el papi. El nene le devuelve una mirada incrédula. El hombre escribe una nueva palabra para que el nene vea que es verdad. Su segundo nombre, el nombre secreto del nene, el mismo que el suyo. Nadie más conoce ese segundo nombre, salvo la madre.
En todos esos años de ausencia, el hombre trabajó de hacer ventanas en las fincas. Vivía en el campo, casi siempre de prestado. Podía pasar semanas enteras en los galpones sin sereno, hasta que algún trasnochado lo denunciaba. Lo metían preso, lo soltaban, lo internaban, y así. Comía los animales que encontraba en el planterío. Le había agarrado la mano a carnear.
La madre le confirma al nene lo que cuenta el hombre. El nene vuelve a mirar el papelito. Su segundo nombre, escrito a mano por el papi al pie del papel impreso, tiene la caligrafía de un niño más chico que él.
La madre y el nene aceptan al hombre en la casa. Se instala en el sillón del living. Lo único que trae consigo es un bolso de mano con un par de camisas, otro par de pantalones y algo de ropa interior.
El nene, que todavía no cree la historia, se le acerca mientras duerme, para ver si lo pesca haciendo un gesto que delate su artimaña. El hombre está acostado boca arriba en el sillón, completamente inmóvil, con los ojos abiertos clavados en el techo. La imagen de la mirada endurecida lo aterra y huye a la pieza de la madre, para tener quién lo cuide de madrugada.
A la mañana siguiente le cuenta lo que ha visto. Así ha dormido siempre el papi, dice ella, nada para andar asustándose.
Con los días, el hijo y la madre se acostumbran a la presencia del hombre. Cocina, lava la ropa, ayuda con la limpieza general de la casa. Su actitud lo vuelve un integrante útil en los quehaceres. Algunos vecinos se enteran del asunto y se llegan a visitarlo. Amigos de otra época, de la escuela o de trabajos que ha ido dejando. Ellos lo reconocen, pero él no. Se sientan junto a él y le buscan conversación. Cómo has andado, le preguntan. Les contesta en pocas palabras, molesto por tener que hablar. Bien. Ocupado. Lejos. Y vuelve a lo que estaba haciendo.
Una tarde la mujer debe salir por una urgencia y deja al papi a cargo de todo. El nene, que todavía no termina de aceptarlo como parte de su vida, le pregunta qué harán para pasar el rato. El papi dice que adoptarán un perro. Salen de la mano y cruzan la gran avenida. Caminan un trecho en silencio, mirando al piso. El calor espeso de la siesta se ha ido disipando hasta onvertirse en un sopor modesto que pronto quebrará la noche.
En eso que van, el papi se agacha para levantar una colcha harapienta y llena de polvo que alguien ha dejado tirada junto a un montón de cajas de cartón vacías y aparatos rotos.
Aquí está nuestro perrito, dice.
El nene lo mira sin entender.
Eso no es un perro, dice.
¡Claro que sí!, contesta el hombre, es un cachorro, por eso todavía no tiene forma de perro normal.
El hombre levanta la colcha y la hace un bollo. Cada vez que la mueve, la lana larga buches de polvo, como si estuviera viva y la hicieran toser.
Es un perro triste, dice el hombre, los perros tristes se pueden morir si siguen abandonados.
Cuando la madre regresa a la casa, no hay señales del nene o del papi. Sale al fondo. Tampoco están ahí. Grita sus nombres al aire, pero nadie le contesta. Pregunta a los vecinos y en el almacén. Los han visto andar, pero nada más. Hace una ronda por la cuadra, prometiéndose no desesperar. Llama a la policía. El oficial le habla con una voz indiferente. Ya van a aparecer, dice. A lo mejor han salido de paseo.
La mujer pone una silla bajo el alero que está sobre la puerta de entrada a su casa. Del otro lado de la avenida, el pueblo es peligroso, y eso la preocupa. Junto a la puerta hay una colcha enrollada, un harapo mugriento al que le sobrevuela un enjambre de moscas. Al lado de la colcha, un plato con sobras del almuerzo y un tacho con agua fresca. La mujer deja ir un suspiro. Cuando el hombre regrese, le pedirá que saque toda esa roña de la casa y la vaya a tirar por ahí. Y luego, si tiene energía, le dirá que se vaya y que no vuelva más.
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1027 - eloísa oliva (poesía)
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romper la vida - antología existencial - alejandro schmidt (poesía)
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donde empieza a moverse el mundo - carina radilov chirov (cuentos)
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la cabeza del monstruo - agustín ducanto (cuentos)
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hikaru - mario flores (novela)
el montaje obsceno - claudio rojo cesca (cuentos)
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una tristeza decente - salvador marinaro (cuentos)
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el teru teru xy - jorge brondo
el apocalipsis según asmar - lucas asmar moreno (novela)
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poeta surfera y otros éxitos - meliza ortiz (poesía)
Mi abuelo criaba conejos en el patio de la casa. Los veía a todos parecidos y les ponía el mismo nombre. Este conejo se llama Nube. Este otro se llama Nube. Ese chiquitito de allá, que se asusta por cualquier cosa y siempre se enferma, se llama Nube.
Para ellos construyó un corral donde retozaban casi todo el día. A veces, un conejo se escapaba y se metía dentro de la casa. Se escondían debajo de las camas o detrás de los placares. El abuelo decía que lugares como esos, oscuros y estrechos, eran ideales para preservarse de los depredadores.
Es la genética, decía. Por la genética los animales se acuerdan de lo que hacían sus ancestros para que no los coman.
Si el hombre es un animal, entonces yo también me acuerdo de cosas de mis ancestros.
Eso último pensaba yo.
Mi abuelo era nacido en Galicia. Hablaba con acento gallego y hacía sonar graciosas ciertas palabras. Tenía un hermano, que yo no conocí. Viajaron juntos en el barco que los trajo hasta América. No sé si se querían o si eran parecidos. A mi abuelo le gustaban mucho los animales de granja. Los únicos libros que había en su casa eran enciclopedias sobre cría. Los conejos eran como sus hijos (los llamaba así: hijos, niños). Se paraba al pie del corral a mirarlos. Podía pasarse toda una tarde metido en lo que hacían sus conejos. Era feliz con ellos, lo que se dice verdaderamente feliz. Todo lo demás parecía menos importante.
También tuvo, mi abuelo, un montón de hijos, humanos y propios, igual que los conejos tienen montones de hijos conejos. Los tuvo con mi abuela, una mujer que iba a misa todos los días y se quedaba hasta lo último para saludar al cura. Tuvieron diez hijos, algunos bien paios, como la manteca. Ocho varones y dos mujeres. La mayoría con ojos claros. Verde y marrón claro, un marrón tirando a verde, un verde tirando a gris. Vivían, los diez, amontonados en las piezas y se peleaban por usar el único baño de la casa. Después de la cena, si uno de los hermanos estaba dentro del baño y demoraba más de cinco minutos, había por lo menos otros tres que tocaban la puerta para apurarlo. Con los años, la puerta del baño perdió el picaporte y nadie se molestó en repararla. Desde el pasillo se veía un punto de luz que indicaba que había alguien adentro. Yo sospechaba que si pasaba la mano por el punto de luz me iba a quemar, como un rayo láser, así que mantenía mi distancia de la luz y de la puerta.
De los diez hijos que tuvo mi abuelo, uno era mi papá. Yo todavía era muy chico cuando lo mató una falla en el corazón. Mis tíos me dijeron que se había ido a vivir al Cielo, un lugar lleno de nubes. Nubes en lugar de muebles, en lugar de suelos, en lugar de animales. A los pocos días de su muerte creí verlo con mis propios ojos, montado sobre uno de los conejos del abuelo, allá arriba, un conejo Nube, igual a los otros conejos llamados Nube que pululaban en el patio de la casa.
Desde ahí te acompaña, me decían los tíos. Los muertos siempre siguen vivos, decían.
La idea me asustó. No quise ir al velorio. Temía que papá se moviera dentro del cajón durante los rezos. Temía escuchar sus uñas arañando la puerta del cajón al momento del entierro. Por las noches le temía al verde agua de sus ojos, como dos luciérnagas girando sobre el eje de la mirada.
Empecé a hacerme preguntas: ¿y si papá volvía por mí?, ¿y si papá me venía a buscar para llevarme con los muertos?, ¿y si papá le había contado a otro muerto sobre mí y el muerto se hacía pasar por él y llegaba hasta mi casa para buscarme?
En mi ciudad cada tanto llueve. Son conejos que mean desde el cielo. Conejos Nube. Pomposos animales de vejiga cabedora.Mean aquí y se van. Mean allá y se van.
El viento los arrastra como si fueran pelusa de algodón. Mi barrio y mi casa se inundan del meo de los conejos. Un agua que llena las calles y arrastra la basura.
El universo es un corral inmenso meado por conejos gigantes.
Taras como las siguientes aprendía yo del cielo: a quedarme callado, a vestir celeste (color varón), a hacer ruidos de relámpago atrapando el aire con la lengua y el paladar. Abría los brazos para recibir el amor de una nube de insectos. ¡Aquí!, les gritaba. Los dejaba pasar por la boca. Era feliz cuando aleteaban entre mis muelas. Escuadrones de bichos haciendo de mi boca su nuevo panal.