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Laura DUSCHATZKY

¿Cómo disfrutar de mis clases?

Cartas del siglo XXI entre dos profesoras españolas y una asesora pedagógica argentina

Fundada en 1920

Nuestra Señora del Rosario, 14, bajo

28701 San Sebastián de los Reyes - Madrid - ESPAÑA

morata@edmorata.es - www.edmorata.es

¿Cómo disfrutar de mis clases?

Cartas del siglo XXI entre dos profesoras españolas y una asesora pedagógica argentina

Por

Laura DUSCHATZKY

© Laura DUSCHATZKY

 

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Equipo editorial:

Paulo Cosín Fernández

Carmen Sánchez Mascaraque

Ana Peláez Sanz

 

 

© EDICIONES MORATA, S. L. (2019)

Nuestra Señora del Rosario, 14

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

www.edmorata.es - morata@edmorata.es

 

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-7112-937-6

ISBNebook: 978-84-7112-938-3

Depósito Legal: M-8.400-2019

 

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. Algete (Madrid)

 

Ilustración de la cubierta de Paola Sigal, artista plástica argentina, reproducida con autorización.

A Bruna,

por las risas a carcajadas.

NOTA DE LA EDITORIAL

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CONTENIDO

AGRADECIMIENTOS

Inquietud

Instantes

En busca del sentido perdido

“Ayúdame a disfrutar de mis clases”

Escribir

Cartas del siglo XXI

CORRESPONDENCIA ENTRE LOLA Y LAURA

La enseñanza como un convite

Confiamos... ¿en qué?

El propio estilo

La enseñanza como un juego

Dejar aprender

Sensaciones de frustración

El silencio en el aula

Es lo que hay

¿Buscamos reconocimiento?

La enseñanza como un baile

Desplegar la propia voz

Planificar. ¿Para qué?

Yo leo, tú lees, nosotros leemos...

La enseñanza como un regalo

¿Enseñar sin expectativas?

La enseñanza, una conversación

¿Dónde pongo atención? ¿de qué me tengo que distraer?

Escuchar - nos

¿Hacemos una pausa?

Las miradas de los otros

De la doma a la creatividad

¿De qué hablo cuando hablo de motivación?

¿Y si olvido?

Algo me tiene que pasar a mí

La sensibilidad como condición

De la obsesión a la responsabilidad

Cuando el miedo aparece...

Resonancias

La enseñanza como un concierto

Hazlo conmigo

CORRESPONDENCIA ENTRE BLANCA Y LAURA

Buscando los afueras

¿Qué significa “ser coherentes”?

Dilemas... paradojas... tensiones

Paradojas de la reflexión

Ir siendo más yo

Reflexión y apaciguamiento

La obsesión por la insistencia

¿Cómo preguntamos para preguntar?

¿Estoy presente?

Que la enseñanza toque el cuerpo...

Cada vez

Escribir-decir-enseñar

Aquí estoy yo

Júbilo-jubilación

Vivir la enseñanza

BIBLIOGRAFÍA

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a Lola y Blanca por sus palabras que motorizaron las mías. Sin ellas, este libro no sería lo que es. Gracias por su generosidad y confianza.

A mis colegas con quienes conversé a lo largo de mis años de trabajo y a los jóvenes estudiantes con los que me “topé” y que me permitieron compartir sus energías y sentirme más viva.

A mi padre, primer lector, por transmitirme sus emociones después de la lectura y motivarme a seguir escribiendo.

A Jorge por su lectura y acompañamiento.

A mis hijos, Sebastián y Pablo, por recordarme, con sus presencias, la sensibilidad.

A Guadalupe Wernicke, por contribuir a cuidar el tono y la musicalidad de la prosa.

Y especialmente a Paulo Cosín, de Ediciones Morata, por confiar en mí y ayudarme a concretar un sueño.

En muchas sociedades chamánicas, si acudías a un chamán o persona curandera aquejado de desaliento, desánimo o depresión, te hacía una de estas cuatro preguntas:

¿Cuándo dejaste de bailar?

¿Cuándo dejaste de cantar?

¿Cuándo dejaste de embelesarte por los cuentos?

¿Cuándo dejaste de encontrar consuelo en el dulce territorio del silencio?

Gabrielle ROTH.

INQUIETUD

¿Cómo empezar a escribir con una sombra o a pesar de ella? Una sombra que me persigue hace años. Que dice: quiero escribir, quiero escribir, quiero escribir... pero no se transforma en un hacer. ¿Qué necesitará para que se produzca un acto? Quizá un ligero movimiento, un gesto sutil. Un disponerme y embarrarme en el abismo. En un mundo aún nebuloso.

Me interesa escribir un libro sobre el asesoramiento pedagógico y la enseñanza. Que hable, que exprese una voz propia, un recorrido de tantos años que empezó como maestra y siguió fundamentalmente acompañando en sus tareas cotidianas a docentes que ocupan diferentes posiciones (profesores, maestros, directivos, etc.).

¿Por dónde empiezo? ¿Cómo atravieso, no el tan mentado cliché de la página en blanco, sino, ese afán por escribir un libro que sea ante todo interesante? Un libro que den ganas de leer, que produzca efectos.

Escribir, ¿será soltar las expectativas? Abandonar el imaginario sobre el producto final y navegar, vivir el proceso de la escritura sin apuro, sin obstinarme en pensar con anterioridad adónde quiero llegar. Solo saber que no me ahogaré, que tengo ciertas seguridades en medio de miles de incertidumbres. La seguridad que depende de mí, mantener esta aventura. Que depende de mí, sostener esta inquietud, casi inevitable, que actúa como un impulso vital. Bucear en mi interior para hablar de los encuentros que me nutrieron, de las relaciones con palabras de otros que abonaron y, a manera de una tierra fértil, me permitieron crecer y mirar de otro modo. Me dejaron marcas que me recuerdan, cuando lo olvido, que el enseñar implica vivir la enseñanza.

Escribir para ir más allá. Para trazar líneas y puntos, ritmos, velocidades, que conduzcan a lugares impensados. No pretendo esbozar ningún modelo. Más bien, tensar aquellos que se empecinan en marcarnos cómo “debemos” enseñar, cómo “debemos” desplegar nuestra función de maestros. No voy por el camino del “deber”, aunque a veces las fronteras puedan ser demasiado débiles. Estamos formateados para ser de un modo determinado. Para cumplir con ciertos “deberes” que estrechan, que nos empequeñecen detrás de una norma y en ese acto, abandonamos nuestra multiplicidad. Monocordes, seguimos la fila y en fila (podríamos aludir a la fila escolar), nos escondemos detrás del que tenemos delante y ya no somos seres singulares sino una masa indiferenciada.

Hace unos meses, en una conferencia que di en la Casa de la Cultura de San Pablo, Brasil, me preguntaron cómo pasar del querer escribir al acto. Cómo atravesar el vacío. Solo atiné a contestar: hacer de ese querer, un querer verdadero. Tomar una decisión y sostenerla. Los avatares de mi vida, mis ocupaciones, mis otros amores (porque la escritura está en la lista de mis amores), me distraen y me dan una mano para excusarme de escribir. Hoy, sentada frente al teclado, dejando correr los dedos como si tocara el piano (un recuerdo que quedó sellado en mi cuerpo desde mi juventud cuando Bach o Mozart podían salir de mis dedos), pienso en que sería interesante cambiar de dirección. Que lo que hace mi vida, lo que me acompaña y me constituye, abone mi escritura. La riegue, le dé color, ritmo. Quizá, es la única forma de que la escritura hable. La única manera de estar presente en lo que escribo.

INSTANTES

Enseñar. ¿Qué significa enseñar? Más aún, ¿vale la pena formularnos esta pregunta? Otra vez la idea de sentido se entromete. Enseñamos para pasar un legado, para que las nuevas generaciones puedan introducirse en el mundo a su manera y puedan hacer algo diferente. Pero si nosotros, los adultos, los responsables de dicho pasaje estamos llenos de fracasos y frustraciones; si ya, cada vez, tenemos menos orgullo de mostrar lo que hicimos de este mundo y en este mundo, y nos perdemos en una nebulosa, intentando sacar la cabeza como si nos ahogáramos, pidiendo auxilio casi a gritos, ¿qué autoridad tenemos para convertirnos en transmisores?

Trato de ir desmenuzando las preguntas que me van surgiendo. ¿Cómo hacerlo sin caer en generalidades que nada nos dicen? En abstracciones que nombran a todos y a nadie: los jóvenes, los alumnos, los docentes, los padres, etc. ¿Cómo poder pensar juntos a través de estas páginas sin levantar el dedo del “saber”, aquel que finalmente no nos deja “saber”?

¿Cómo avanzar sin convertirnos en el ratón de Kafka1 que, sin buscarlo, no ve más que un solo camino, aquel que lo conduce a la boca del gato, a ser devorado por su enemigo y a acabar con su vida? ¿Hacia dónde mirar para dejar de ser una presa y convertirnos en protagonistas de nuestras vidas? Convengamos que vivimos un momento muy difícil. Sin duda, la historia de la humanidad está llena de momentos difíciles. Pero este es el que nos toca vivir. Pensarlo de modo complejo, asumir el desafío que nos impone, es hoy lo que tenemos por delante si queremos enseñar. Asumir responsabilidades y no culpabilidades. Armar nuestro equipaje de lo que nos compete y ayudar a que los alumnos y estudiantes armen el suyo. Podemos caminar juntos pero no caminar por el otro. Aunque nos duela, casi como una regla de oro, saber que no depende de nosotros que un alumno aprenda. Sí nos toca generar condiciones para hacer más habitable la escuela, ofrecer el “banquete”. Pero no podemos hacer por el otro ni pretender que hagan lo que queremos. Suspender esa insistencia por que el otro aprenda, contribuir a que desplieguen su potencia y a que puedan hacerse cargo de su propio crecimiento, nos coloca en un lugar más digno. Pretender que sepan lo que nosotros sabemos implica que la enseñanza y el aprendizaje pierdan su brillo, su singularidad y sobre todo, el desafío para quienes vivimos el acto educativo. No saber dónde llegar en el trayecto que invitamos a recorrer, es quizá otra de las reglas de oro. Planear un camino (las planificaciones) que solo servirá para arrancar. Para poner a disposición, pero no para intentar traducirlo en actos. Esta última afirmación parece una verdad de Perogrullo, pero se filtra en nuestra mirada cuando hablamos, por ejemplo, de los “imprevistos” en el aula. Habrá imprevistos si (permítanme la palabra) pensamos en “previstos”. ¿Podremos no dar nada por sentado? No dar nada por sentado del otro ni por el otro, no dar nada por sentado acerca de la escena que aún no vivimos. Sí, tener algunas “seguridades” que nos den confianza para andar. La seguridad de que todos, nosotros y los alumnos, podemos algo. Y que cuanto más dispuestos estemos, podremos más. La pregunta que surge es: ¿cómo estar dispuestos? ¿De qué nos tendremos que despojar para generar esa disponibilidad? Disponibilidad para aprender, para enseñar, para crear, para explorar, para pensar. Disponibilidad para estar junto al otro sin sentenciar ni enjuiciar. Para dejarnos “tocar” por el encuentro.

Encuentro... ¿De qué hablo cuando hablo de encuentro? Otra vez, se trata de despojarnos de algo, de esa insistencia de querer contra viento y marea lograr los encuentros. Estos suceden justamente cuando no los buscamos. Cuando nos dejamos llevar. Encuentros que son intensidades, suspensión del tiempo cronológico, olvido del mundo para estar presente en otros mundos. Los creados por el poder que puede tener a veces la enseñanza. Recuerdo hace unos años, cuando cursaba la maestría, las palabras de un profesor. Su modo de narrarnos la vida francesa en el siglo XIX lograban que me olvidara por un rato de dónde estaba, (¿sería también para otros?), olvidarme de mi vida para viajar con él a otros confines. Y caminaba, o mejor, vagaba a modo de un flâneur por las calles de París. ¿Tendrá algo que ver con la enseñanza el instante donde pude sentir la felicidad de ser otra, percibir en carne propia que puedo imaginar, sumergirme en otro tiempo y lugar? ¿Tendrá algo que ver el relato potente de un hombre cuyos ojos miraban hacia arriba (no me miraban) y solo hablaba como si me tirara una soga para seguirlo, y andar un poco a su lado? Este recuerdo me quedó en la piel. Cuando pienso en mis aprendizajes, vuelve junto a otros. Como diría el filósofo Gadamer cuando habla de sus maestros, yo también le agradezco a dicho profesor el enseñarme a ser oyente. No olvido el placer de escucharlo.

Tengo otros docentes en mi haber que me hacen pensar en el enseñar y el aprender. Tenía 16 años. Último año de mi escuela secundaria. “¿Se puede reemplazar el esófago por un tubo de goma?”, nos preguntaba el profesor de Fisiología, en una evaluación escrita. No le importaba que miráramos los libros, que conversáramos con otros alumnos, focalizaba en que podíamos pensar. Y confiaba en que ello era posible. ¿No será justamente el pensar (y lo destaco) el eje de toda enseñanza?

EN BUSCA DEL SENTIDO PERDIDO

Decía anteriormente: “Otra vez el sentido se entromete”. Qué frase extraña para referirme a la educación. ¿Enseñar sin esperar, sin dar nada por sentado?

En un foro virtual, hace unos años, una docente reproducía un diálogo que había mantenido con un alumno. Frente a sus transgresiones permanentes que no le permitían dar clase como quería, le preguntó: “¿Para qué venís a la escuela?” y él le contestó: “Vengo porque mi abuelo me manda. Pero igual cuando sea grande voy a ser chorro2”. Sin duda, para ese joven, la escuela no tenía sentido. Es decir, nada de lo escolar le hacía mella. Algo pasaba o algo no se había podido interrumpir en su vida para “vivir” la escuela, para que pueda vivenciarse diferente dentro o entre sus muros. ¿No será que el sentido se construye de modo inmanente? Nace justamente “entre sus muros”, no por fuera o desde afuera. Nosotros, los adultos, que ya vivimos los efectos de la escuela, podemos estar llenos de intenciones. Podemos sostener sentidos múltiples. Pero, como diría Sócrates en El Banquete, no se traspasa el conocimiento por estar “sentado” al lado (respuesta a Aristófanes). Si el alumno no “siente” el sentido (qué paradoja, los distintos significados de “sentido” podrían utilizarse en este caso juntos: el sentido sentido), si no lo vive en su piel, en su cuerpo, no hay sentido posible a transmitir. Otro gran desafío como docentes: generar condiciones para que el sentido cobre vida, habite la escuela, se encarne en docentes y alumnos.

Me encontraba hace unos años en la Universidad de Málaga para dar un taller que denominé “El encuentro con la propia voz en el texto”. Todo me era desconocido. Era la primera vez que estaba allí. Subía las escaleras con una participante, y le escucho decir: “¡Tengo tantas expectativas del taller!” Me animé a decir lo indecible en un ámbito educativo: “Dejalas afuera. Si no, se convierte en un medidor y te resta estar presente”. ¿Se trata de despojarnos de las expectativas que parecieran querer instaurar señales en el camino? No es fácil no esperar algo del otro, no esperar algo del proceso, no esperar. Quizá podemos trabajar en cambiar el verbo y más que esperar, podamos confiar. Confiar en el otro, en el proceso, en que algo podremos hacer juntos.

“AYÚDAME A DISFRUTAR DE MIS CLASES”

Seis palabras que me llegaron como un grito de auxilio. Caminaba por El Retiro, en Madrid, con una docente universitaria que había conocido hacía solo dos días. Sin embargo, bastó esa frase para que emprendiéramos un camino juntas. ¿Tenía que saber algo más de ella para que pensáramos la enseñanza? Estaba segura que nos unía un deseo. Y eso bastaba. ¿Pero qué pasa cuando el deseo de aprender no está presente en los alumnos? ¿Cómo emprender un camino juntos? ¿Podemos enseñar? Etimológicamente la palabra enseñar proviene del latín insignare, señalar; in, en; signum, signo. Señalar implica poner el foco en algo, acentuar, remarcar. ¿No será esta nuestra función? En el amplio mundo de la información, de la tecnología, del control, del mercado, de la dispersión... ¿nos tocará focalizar e invitar a los alumnos a que focalicen? A que se detengan, interrumpan por un rato el tiempo y “presten atención”. Nosotros, los adultos, habituados también a la dispersión, prestamos atención a lo que nos interpela. ¿Cómo entonces, volver interesante, aquello que queremos mostrar? Y cuando digo “interesante”, no hablo de divertido, sino de convertir lo que queremos ofrecer en algo digno de ser explorado, curioseado, pensado. Obviamente, no sabremos los efectos hasta que no lo reciban los propios alumnos.

ESCRIBIR

Vuelvo al comienzo de estas páginas preliminares.

¿Cómo empezar a escribir con una sombra o a pesar de ella? Una sombra que me persigue hace años. Que dice: quiero escribir, quiero escribir, quiero escribir... pero no se transforma en un hacer. ¿Qué necesitará para que se produzca un acto? Quizá un ligero movimiento, un gesto sutil. Un disponerme y embarrarme en el abismo. En un mundo aún nebuloso.

Enseñar, ¿no será también un disponerse y embarrarse en el abismo? No puedo dejar de asociar el acto de enseñar al de pensar.

Me viene a la memoria un fragmento de José Saramago en su libro Historia del cerco de Lisboa (SARAMAGO, 1999, págs. 114, 115):

Estiro mi brazo y llego a él:

(...) pero pensar no es lo mismo en todos los casos (...) La diferencia está entre un pensamiento activo que excava pozos y galerías a partir y alrededor de un hecho, y esa otra forma de pensamiento, si merece tal nombre, inerte, enajenado, que cuando mira no se detiene y sigue apostado en la creencia que lo que no es mencionado no existe (...) Se engaña, sin embargo, quien imagine que estos sistemas defensivos duran siempre, ahí viene el momento en que la vaguedad del pensamiento se convierte en idea fija, en general basta que duela un poco más.

A lo largo del libro, iré deshojando las ideas esbozadas en estas páginas.

Los invito a que pensemos juntos. A excavar pozos y galerías, a sacudir las ideas, a imaginar mundos mejores en nuestras escuelas.

Acá estoy, desafiándome y desafiándolos.

CARTAS DEL SIGLO XXI

Leo una y otra vez la correspondencia electrónica que hemos entablado hace unos años con Lola y un tiempo después con Blanca, su colega. Cartas del siglo XXI, que surgieron para contarme cómo se desarrollaban sus clases en la universidad con el único objetivo de sentirse cada vez mejor en ellas. A medida que íbamos desplegando nuestros intercambios, aprendimos que era posible, a manera de un paréntesis, elevar paredes que nos permitieran habitar las clases. Transformarlas, aunque sea por instantes, en parajes que nos protegieran de lo que tantas veces se entromete y no nos deja sentirnos nosotras mismas. O mejor dicho, no nos deja sentirnos libres, dejando fluir lo mejor que tenemos. Nos unió a las tres ese deseo. Y fuimos escribiéndonos, como un modo de escribirnos cada una de nosotras a nosotras mismas; como un modo de mirarnos al espejo.

Poco a poco, a través del intercambio sobre el devenir profesional, aparecieron nuestras múltiples facetas. Las más oscuras, las más claras, aquellas que revelan nuestros rostros. Algo nos decía que podíamos hablar, que podíamos confiar. Reímos, lloramos a la distancia.

Tres profesionales que decidimos poner en palabras nuestras emociones, nuestras preocupaciones y desvelos.

Vuelvo a los correos electrónicos. Los leo y evoco la emoción que sentía cada vez que recibía noticias de ellas. Era una forma de sentirme acompañada, de sentirme útil, de sentir que era posible que las palabras nos transformasen y nos llevaran por mundos inéditos. El azar, si es que existe, hizo que nos encontráramos. Tres mujeres con sus historias y cotidianeidades. Muy poco sabíamos cada una de la otra. Algo de lo profundamente humano nos unió. Sabernos y aceptarnos sensibles, vulnerables, y por sobre todo, decididas a vivir cada día mejor.

Conocí a Lola, profesora universitaria madrileña, en Lisboa. Pasé unos días en esa ciudad donde ella participaba de un Congreso de Lingüística junto a una amiga con la que me hospedaba. Caminamos por esas “ruas” angostas y conversamos. Nuestros diálogos nos fueron llevando a una de nuestras pasiones comunes: enseñar.

Nos encontramos a los pocos días en Madrid. Nos habían quedado, aún, muchas palabras en el tintero y elegimos una geografía acorde con lo que ya empezábamos a construir lentamente entre las dos: un espacio de bienestar que tendría la fuerza del contagio. Los turistas sacaban fotos. Nosotras, tomando café, en medio de risas y palabras que no lograban distraernos, hablábamos y hablábamos. De repente, la escuché decir: “te quiero usar, Laura”, convirtiendo el verbo usar en algo tan hermoso para mí. Percibir a través de las palabras, su deseo de que la ayude a disfrutar más de sus clases.

Hizo la cuenta: dieciocho años ejerciendo la docencia y todavía esa mezcla entre el disfrute y el sufrimiento. No está escrito en ningún lado si esas dos sensaciones pueden separarse, estar juntas o simplemente dejar una lugar a la otra.

Lola quiso ese día de octubre de 2016 empezar a disminuir el sufrimiento para que la alegría fluyera sin tanta contención. “Ayúdame a desestructurarme, quiero disfrutar más de mis clases” dijo con los ojos iluminados o húmedos, no lo sé. Ese día me llevé en mi equipaje la felicidad de compartir un proyecto de a dos, el desafío de convertir la distancia, un océano, en un puente. Tiempo después, se sumó Blanca.

Hoy estos correos, me dan una mano para seguir conversando sobre ciertas cuestiones de la enseñanza que me acompañaron en mis años de trabajo dentro y fuera de las escuelas.


1 Una pequeña fábula de KAFKA: “¡Ay! —dijo el ratón—. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar. —Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo —dijo el gato... y se lo comió”.

2 “Chorro”, lunfardo, quiere decir ladrón.