La chica en el espejo
Hastiado de tantas noches solitarias, una noche salí a un bar. Mientras estaba sentado en la barra, divisé a una bella chica a través de un espejo colgado detrás del barman. Nos comenzamos a hacer señas y lanzar piropos, insinuándonos cosas de doble sentido. Pasamos un rato agradable de gestos y risas mirando nuestros reflejos.
Cuando me sentí más relajado por el trago, quise ir a saludarla. Grande fue mi sorpresa cuando fui hasta su mesa y vi que no estaba ocupada. Sin embargo, esta sorpresa creció todavía más cuando volví a mi lugar en la barra y vi que la chica seguía ahí, me hacía ademanes y me alentaba a entablar algún tipo de relación. Una vez más retorné a su mesa y seguía vacía, por lo que mi sorpresa se tornó en asombro. Desde luego, al regresar a mi asiento la chica seguía en el espejo.
Un poco desconfiado, le pregunté a un mesonero cuando pasó cerca de mí con una bandeja, necesitaba saber si alguien estaba ocupando la mesa que se reflejaba en el espejo.
―¿Usted vio a la chica en el espejo? No todos la pueden ver. Es una especie de atracción turística del local, pero no una que se divulgue. Le aconsejo que siga disfrutando su trago y la ignore, es lo que todos hacen.
La miré nuevamente, pasmado por la explicación del mesonero. Mi desconcierto pasó a lástima cuando la imaginé aprisionada en un reflejo que nadie podría traspasar. Me daba pena dejarla ahí, sola a pesar de sus atenciones y solicitudes. Me di media vuelta, pedí un nuevo trago y empecé a mirar hacia los lados hasta que me fijé en otra chica. Después de un par de sonrisas y de levantar el brazo con mi trago, resultó ser una muchacha que no tuve que ir a buscar, sino que vino hasta mí. Tomé su mano, realmente estaba ahí. Pedí otro trago y no volví a mirar el espejo.
Apertura de la caja negra
Ha pasado un buen tiempo desde los acontecimientos que narré. Todavía echo de menos a Flu, pero no siento que sea a ella a quien extraño, sino que una costumbre o una rutina me falta. Quizá si tuviera a una persona con quien conversar a veces del pasado, pero solo de vez en cuando, a la distancia, sentiría la diferencia.
Un día cualquiera dejé la ciudad atrás y empecé a caminar sin dirección. Seguí y seguí, como el personaje de una película de Wim Wenders que una vez vi, atravesé cercos, pueblos y continué caminando. No tenía nada, lo había perdido todo, solo estaba vivo y existía, eso era lo único que importaba. Quería dejar todo en el pasado, como un viajero que se va para siempre de viaje. Cuando se acercaba la noche, dormía bajo las estrellas, me alimentaba de plantas y de huevos robados de los nidos. Llegué a un caserío extraviado en algún lugar cercano a la cordillera y caí al suelo rendido de cansancio. Alguien me llevó a una cama, me alimentó y veló mi sueño, hasta que pude incorporarme y mirar a mi alrededor.
Dondequiera que uno vaya hay gente buena, personas que sin preguntar quién eres o de dónde vienes te acogen y cuidan. Tuve esa suerte. Ahora soy como esos pollitos que, al nacer, se arriman al primero que ven y lo siguen a cualquier lado. Cuando abrí los ojos vi a mi hembra, la seguiré hasta el fin del mundo.
Desde entonces vivo en el campo. Me conseguí un trabajo en un consultorio rural donde nadie me preguntó mucho. Pongo inyecciones, curo heridas y reparto dipironas a todo el que las pide. La gente que viene es siempre la misma y me quiere, yo los quiero de vuelta.
El campo es lento y tranquilo. Además, salgo de mi trabajo temprano. Mi casa está en medio de muchos cerros, el sol se pone anticipadamente detrás de ellos y el día sigue durando.
mail
En palabras de Julio Cortázar, me salí del hormiguero que son las ciudades. Ahora las veo a la distancia, observo la vida de esos seres que entran y salen de sus cuevas de cemento, se detienen en sus cajas andadoras ante las luces de las esquinas y después aceleran creyendo que avanzan por la jaula de concreto. La mente es algo tan fácil de aprisionar, da susto confiar en ella.
Reflexiono sobre esto acostado en mi hamaca mientras me meso con un palo de pasto entre los dientes.
Nunca me sentí parte del hormiguero. Eso se lo dejo a los que algún provecho sacan de ello, como los curas y los políticos. Ahora que estoy fuera de todo, me siento vivo.