EL LIBRO QUE TIENE EN SUS MANOS VIO LA LUZ DURANTE EL EQUINOCCIO AUSTRAL, EL TIEMPO EN QUE LAS JACARANDAS TIÑEN DE VIOLETA LAS CALLES DE BUENOS AIRES.
Diario
austral
Crónica de un viaje
a la Argentina
ANTONIO RIVERO
TARAVILLO
Título de esta edición:
Diario austral. Crónica de un viaje a la Argentina
Primera edición en
LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:
septiembre de 2019
© de esta edición:
LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:
www.lalineadelhorizonte.com | info@lalineadelhorizonte.com
© del texto y fotografías: Antonio Rivero Taravillo
© de la maquetación y el diseño gráfico:
Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico
© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá
ISBN ePub: 978-84-17594-44-2 | IBIC: WTL;1KLSA
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CUADERNOS
DE HORIZONTE
SERIE ¿QUÉ HAGO
YO AQUÍ?
Diario
austral
Crónica de un viaje a la Argentina
ANTONIO RIVERO TARAVILLO
Should we have stayed at home and thought of here,
where should we be today?
Is it right to be watching strangers in a play
in this strangest of theatres?
ELIZABETH BISHOP1
«Questions of Travel»
1. Si nos hubiésemos quedado en casa pensándonos aquí, / ¿dónde estaríamos hoy? / ¿Está bien observar a unos extraños en una obra / en este, el más extraño de los teatros? (Traducción del autor).
PREFACIO. País de asombros
La partida. Llegada a Buenos Aires.
Caminito
De los sucesos. Borges. El tango
Cumplimentar a Gardel.
Memoria de las Malvinas
Primera visión de las cataratas
Del lado de Brasil
Salta. Un gaucho niño.
Literatura y exilio
Paseos y arqueología
Un no viaje
En Pumamarca. El Cerro de los Siete Colores.
Tilcara
Ushuaia
Parque Nacional Tierra de Fuego.
Tren de los presos
Canal Beagle. Faro y fauna
Lago Argentino.
Parque de los Glaciares
Perito Moreno. Buenos Aires
Buenos Aires. Villa Ocampo
Cuando yo te vuelva a ver. Regreso
Aún tiene tiempo de callejear esta mañana antes de volver a Ezeiza y emprender vuelo de regreso. Palermo amanece muy tranquilo. Otros tendrán ya el agobio del trabajo o, los más afortunados, resaca; él, sueño y mala conciencia en el estómago, tras la mala digestión de media cabaña bovina del país. Se acerca a la plaza Serrano, cuyo nombre oficial es desde hace pocos años Cortázar, para honrar al autor de Rayuela. De vuelta, en una de las librerías de segunda mano, que también tiene discos, compra Borges profesor, la recopilación de apuntes sobre Literatura Inglesa que dictara Borges en la Universidad de Buenos Aires en 1966. Es un libro muy personal, que da fe de sus caprichos e inclinaciones: dedica los siete primeros capítulos a la antigua poesía anglosajona y luego, como en una alfombra mágica, vuela hasta el siglo XVIII y la maravillosa Vida de Samuel Johnson por James Boswell. Desgajado de ese magno testimonio biográfico, se publicó de manera independiente el diario del viaje por las Hébridas que hicieron juntos y que tan familiar resulta a este otro relato de un viaje por una geografía y una época bien distintas. La calle por la que vuelve al hotel, con tiempo justo para rematar el equipaje, se llama precisamente Jorge Luis Borges. Más allá conserva su nombre antiguo, Serrano, pero en este tramo y aún durante bastantes manzanas recibe ahora el nombre del escritor, que la habitó en el 2135 —me gusta coquetear con la posibilidad de la ucronía, favorecida por el número de la casa que se asienta sobre la del solar en la que vivió el niño Borges, cuando ajeno a las esquinas y los cuchillos de Palermo, él mismo lo cuenta, moraba en una biblioteca bien dotada de clásicos ingleses, como su adorado Stevenson—.
Han dado mucho de sí estas semanas argentinas. Cierto que se le han quedado en el tintero (en el mapa) muchas provincias y ciudades de importancia como Córdoba o Rosario, pero el viajero cree que ha atisbado el conjunto del país y que se lleva una imagen global de diferentes climas, orografías, latitudes, gentes, formas de hablar. Le ha regalado este itinerario al joven que ha dejado atrás en la infranqueable aduana del tiempo: a aquel chico que se quedó pasmado, como por un golpe de frío, ante la belleza de Tierra del Fuego en un documental de la tele, al que ha leído con veneración a Borges, al que fantasea con la idea de haberse ido a luchar a las Islas Malvinas en una guerra que le pareció justa pero que, según el arte de la guerra, vestía uniforme de camuflaje para engañar y que no se viera que en realidad era la maniobra de unos milicos para dar a los argentinos, degradados a súbditos, el caramelo de unas pequeñas islas cuando les habían arrebatado el país todo.
La despedida de Buenos Aires cuesta la vida, escribió Vasconcelos. También se va de otra forma, como todo lo que resulta irreconocible en el pasado. «La ciudad se nos escapa de entre las manos; se nos va hacia arriba y hacia la pampa. Por eso es menos nuestra. Quienes la habitaron antes de que diera el gran salto hacia las nubes y hacia el suburbio debieron quererla como a un animal doméstico, al cual se podía acariciar sin que huyera, espantadizo. En el siglo pasado, Buenos Aires era un perrazo enorme, echado junto al río sobre la playa de toscas. Sus moradores la poseían totalmente, cada uno de ellos», escribió Manuel Mujica Láinez. Láinez es para X, más que el novelista de Bomarzo, el autor de la mejor traducción de los Sonetos de Shakespeare, bien que incompleta, y que enseguida se constituyó en el modelo para la que él intentaría, ya para el total de los poemas: en endecasílabos blancos. En el prólogo Mujica Láinez declaraba que sumergirse en la traducción de aquellos sonetos supuso para él un bálsamo, dadas las circunstancias por las que atravesaba su país, refiriéndose, claro está, al periodo de la dictadura militar. Ha sido ahora con motivo de este periplo argentino cuando el viajero ha sabido que también Manucho, como era llamado familiarmente, escribió los cuentos de Misteriosa Buenos Aires, que abarcan desde la primera fundación de la ciudad hasta poco antes del centenario de la independencia, justo hace ahora un siglo. Así comienza el primero de ellos, ambientado en 1536: «Alrededor de la empalizada desigual que corona la meseta frente al río, las hogueras de los indios chisporrotean día y noche. En la negrura sin estrellas meten más miedo todavía. Los españoles, apostados cautelosamente entre los troncos, ven al fulgor de las hogueras destrenzadas por la locura del viento, las sombras bailoteantes de los salvajes».
Este otro español introduce la maleta en el vehículo que lo llevará a Ezeiza y dentro de unas horas no verá fulgor de hoguera alguno, sino la monotonía de las nubes que crucen, como él, el Atlántico. Lleva en la valija —aquí se dice así a la maleta, y él es un glotón de las palabras— alfajores y dulce de leche como regalos. Algunos libros y revistas para él. En otra cavidad, el amor por un país para quien, años después, quiera leerlo.
En el año 2010 por fin cumplí el deseo que abrigaba desde la primera juventud de visitar la Argentina. Llegué a ella con un pasaje de avión, no como polizón, que fue como arribó Julio Camba; y regresé con mi billete de ida y vuelta en regla, no expulsado por actividades políticas, como le sucedió al gallego. Era un año simbólico, el del bicentenario de la independencia declarada el 25 de mayo de 1810. Fue un recorrido que cubrió la mayor parte del extenso país, tan lleno de asombros. Para poder abarcar lo más posible en el tiempo del que disponía tuve que hacer algunos vuelos en avión para abreviar, pero también no pocos en autobús y furgoneta. Y vi en parte realidades que imaginaba y también irrealidades que no alcanzaba a imaginar. Fueron paisajes y gentes muy distintos, desde el norte lindero con Brasil hasta el extremo más sureño, ya en la región preantártica. Comencé entonces un diario que daba cuenta del viaje. Otras ocupaciones me retrasaron en su redacción y puesta a limpio, y así quedó durante una temporada. Una semana larga (siete años) después lo retomé y, ya finalizado, es este que se estampa aquí. Se trata de un itinerario y también de un catálogo de maravillas, irritaciones y formas de la estupefacción. Lógicamente, porque es literatura, hay una selección de lo que se cuenta, un prisma muy personal que descompone su luz, y un desarrollo a posteriori de algunas entradas.
Acaso resulte curioso ver, retrospectivamente, cómo han evolucionado algunas cosas que van de la política a la literatura. Yo, desde luego, soy otro, de ahí que tal vez no sea inoportuna la narración en tercera persona.
Una primera versión de este diario vio la luz, por entregas, en la revista Clarín (no confundir con el diario argentino homónimo) en los primeros meses de 2019. Aquí se presenta revisado y ampliado.
A.R.T., verano de 2019