Sumati es coach nutricional experta en la gestión del hambre emocional y la práctica de mindful eating, profesora de yoga y meditación.
Aficionada a tocar el piano, cantar armónicos y correr.
Estudió un máster de nutrición y alimentación en la Universidad de Barcelona, alimentación energética con Montse Bradford, naturopatía en la Escuela Hipócrates (Madrid), coaching con Alberto Costa y en CIVSEM, yoga en la India y derecho y ADE en la Universidad Autónoma (Madrid).
Hoy día acompaña a personas que quieren llevar a cabo un cambio de hábitos en su vida, tanto vía Skipe, como presencialmente en Madrid. También imparte cursos presenciales y formaciones online sobre mindful eating, alimentación energética y mindfulness. Además ofrece talleres de salud y bienestar en empresas.
Para más información: sumati.es
A mis padres, Aika y Baba.
A mis hermanas, Chandra y Danai.
A mi compañero, Eladio.
Por vuestro apoyo y amor.
Figura 1. Triángulo del Amor - Vida - Comida
Figura 2. Tipos de hambre
Figura 3. Gupo I de alimentos
Figura 4. Grupo III de alimentos
Figura 5. Grupo II de alimentos
Figura 6. Constitución física
Figura 7. Condición según el estado de la mente 134
Figura 8. Condición según el estado emocional 134
Figura 9. Formas de cocinar que más enfrían, de más a menos 136
Figura 10. Formas de cocinar que más calientan, de más a menos 136
Figura 11. Formas de cocinar que activan y relajan, de más a menos 136
Figura 12. Menú para una semana 168
Figura 13. Menú semanal para cuidar nuestra microbiota 217
Figura 14. Claves para gestionar los problemas digestivos 224
Tabla 1. Alimentos a evitar si tenemos estrés 63
Tabla 2. Síntomas de desequilibrio entre omega 3 y omega 6 121
Tabla 3. Alimentos ricos en omega 3 121
Tabla 4. Ácidos grasos de los que se obtiene omega 3 121
Tabla 5. Circunstancias que contribuyen a la acidificación del organismo 174
Tabla 6. Hábitos que contribuyen a la acidificación del organismo 174
Tabla 7. Algunos superalimentos 176
Tabla 8. Síntomas de comer de forma inconsciente 260
Sumati es una mujer sabia. La sabiduría es la mezcla del conocimiento con la experiencia y la verificación práctica; por tanto, esta obra constituye un valioso libro de referencia. El tema que expone está muy poco comprendido en la sociedad actual. Muchas personas padecen a diario conflictos con los alimentos. Se sienten culpables porque piensan que hay algo erróneo en ellas, y su relación con la comida se convierte en un problema. Piensan que tienen demasiados antojos, que sufren ansiedad, que no pueden parar de comer, y no ven ningún camino de salida.
La alimentación está poco valorada hoy en día; muchos piensan que tan solo hay que comer cuando se tiene hambre –lo que se tenga más a mano–. Y, guiados por los sentidos o las emociones, no se cuestionan los efectos de lo que ingieren.
También, a escala colectiva, podríamos decir que usamos la alimentación y las bebidas de forma inconsciente para «tapar» realidades que no nos gustan de nuestro presente o evadirnos de ellas, aunque sabemos muy bien que, si hay un conflicto, el hecho de comer o beber en exceso no nos ayudará a solucionarlo.
Además, recibimos un bombardeo de información muy contradictoria, al que los medios de comunicación contribuyen en gran medida. En muchas ocasiones, esto hace que la persona experimente una gran confusión y falta de conocimiento interno sobre las cuestiones alimentarias.
Afortunadamente, poco a poco vamos descubriendo que con el proceso de comer se va generando un determinado pH sanguíneo, las características del cual darán lugar a la salud o a la enfermedad, al equilibrio o desequilibrio en nuestros órganos y sistemas, a la paz y armonía en nuestro interior o bien a la ausencia de las mismas.
Sumati, paulatinamente, desarrolla los temas de cada capítulo de forma lógica, coherente, llena de sentido común, fácil de entender y con paso seguro, para que el lector pueda ir absorbiendo e implementando de forma amena los contenidos.
Este libro se desarrolla en varios niveles:
Personalmente, encuentro que una de las partes más valiosas e impactantes que ofrece este volumen es el cuaderno de campo. Después de cada tema, hay una serie de ejercicios y preguntas que inducen a la reflexión y nos ayudan a explorarnos con ternura, aunque también con objetividad y precisión.
Este libro es como un buen amigo que nos quiere incondicionalmente, que nos apoya, que sabe perfectamente lo que necesitamos porque nos conoce muy bien, que está muy cerca de nosotros y nos pregunta con dulzura y sin juicios, que nos orienta hacia nuestro interior para que podamos finalmente descubrir nuestra LUZ.
Es un volumen para personas valientes, que deseen conocerse, que quieran mejorar su vida en general, retarse y crecer espiritualmente. Dependiendo del momento, el lector querrá leerlo deprisa o despacio. Yo recomendaría que lo fuera haciendo paulatinamente, poco a poco; así podrá explorarse y conocerse con la ayuda de esta parte tan brillante y valiosa que son los ejercicios personales incluidos en el cuaderno de campo.
En estos ejercicios hay muchísima riqueza; constituyen un reflejo incuestionable de una práctica real, de una madurez y un aprendizaje vital. El libro incluye enfoques propios del yoga (Sumati es profesora de esta disciplina) que dan a la obra un toque global y holístico.
Si nos conocemos mejor, y creamos un espacio de armonía y comprensión, podremos entender mejor el sentido de nuestra vida.
Te recomiendo esta lectura porque te ayudará a descubrirte. Así podrás andar con paso firme por el camino de la autotransformación.
Paz y luz,
MONTSE BRADFORD
Tu relación con la comida habla de ti es un compendio, una síntesis, una puesta al día de la mayor parte de los conocimientos, teóricos y prácticos, que se tienen en la actualidad sobre las ciencias de la salud. Sumati analiza todos los temas que plantea tanto desde una perspectiva científica reduccionista como desde un punto de vista global o integral, incluso holístico, ya que no aborda solamente el bienestar del organismo físico, la forma en que lo alimentamos y tratamos, sino también la interconexión de ese bienestar físico con el resto de la personalidad, es decir, con el mundo psicológico y espiritual.
Sumati hace una radiografía muy didáctica de todo el proceso al que está sometido nuestro sistema biológico –y químico–, desde que olemos y vemos la comida hasta su transformación final en los nutrientes que vitalizan no solo los diversos órganos físicos, sino también los psicológicos. Sumati investiga muy a fondo la relación existente entre nuestras formas de comer y de ser.
El yoga, la meditación, la respiración y otras prácticas hindúes han ocupado una parcela importante de lo que podemos llamar ciencias de la salud. Nadie que las haya practicado con cierta constancia puede negar su beneficioso efecto en la salud global. Por eso, aunque la parte fundamental del texto esté centrada en la alimentación, Sumati da también mucha importancia al yoga, y, además, expone lo esencial de su filosofía de forma comprensible.
Dado que el yoga, en sus distintas formas, ha llegado a Occidente para quedarse (más bien habría que decir que fuimos nosotros, los occidentales, los que fuimos a buscarlo), me parece conveniente que quien lo vaya a practicar tenga una cierta idea de lo que es realmente, de su procedencia, de su trayectoria histórica, de cuáles son sus textos y cuál es su finalidad.
El yoga es la terapia más antigua de la humanidad. Se practica en la India desde el siglo xx a. C. El Rig Veda (siglos xv - xiv a. C.) menciona a unas apartadas sectas que realizaban «extrañas prácticas psicofísicas». Los biógrafos de Alejandro de Macedonia relatan, en el siglo iv a. C., el encuentro de este con unos yoguis en el Punjab, a los que denominan gimnosofistas. La palabra yoga aparece por primera vez en la historia en el Svetasvatara-upanisad (siglo v a. C.) con el sentido de meditación, y pasó a adquirir otros significados en el Bhagavad Gita (siglo iv a. C.) o en los Yoga sutras de Patanjali (siglo iii a. C.); estos últimos han dado lugar a los distintos yogas (karma, bakti, raja y gnani). En todos los casos, la palabra yoga siempre ha hecho referencia a cualquier tipo de trabajo sobre uno mismo encaminado a conocer la esencia última del ser humano. Los textos jamás han manifestado que yoga significara ‘unión’, como tanta gente piensa, sino que denota una separación entre el espíritu (la conciencia) y el mundo, para que el primero pueda comprender quién es realmente, de acuerdo con la finalidad de todas las filosofías indias. Básicamente hay cuatro yogas, los mencionados; cada uno es adecuado para un tipo de buscador: emocional, racional, voluntarioso, estudioso o devoto.
Mucho más tarde, alrededor de los siglos xiii y xiv d. C., sale a la luz un nuevo yoga, con sus textos (el Gorakshasataka y el Hathayogapradipika), que vienen a tratar algo que los yogas anteriores, centrados exclusivamente en los aspectos espirituales, no habían tratado: el desarrollo y la optimización de las capacidades psicofísicas. Esta nueva modalidad es el hatha yoga.
En la actualidad, como consecuencia de la difusión tan extraordinaria que han adquirido estas prácticas, y de la revalorización del concepto salud como algo integral que incluye la mente y el cuerpo, a lo que se añade, incluso, una aspiración espiritual, han aparecido lo que bien podríamos denominar nuevos yogas: el de la alimentación, el de la gestión emocional, el de la atención y la concentración, etc. Se ha intentado unificar todos ellos en un «nuevo» yoga que incida en todos los aspectos de la vida. Este yoga novedoso pretende sintetizar, actualizar y humanizar los yogas tradicionales; quiere desvincularlos de la rigurosa ascesis oriental, tan ajena al carácter occidental, y hacerlos accesibles para la gente a través de una serie de prácticas y modelos de conducta.
Tu relación con la comida habla de ti parte de una premisa fundamental: la máxima somos lo que comemos no es cierta solamente en el ámbito físico, sino también en el emocional y mental. Si cambiamos nuestra forma de «nutrirnos», nosotros también cambiaremos. Y viceversa: si nosotros cambiamos, también lo hará la forma en que nos nutrimos.
Este nuevo «yoga», básicamente integral, que este texto estudia con una profundidad y un rigor muy notables (con la ayuda de unos contenidos asociados incluidos en Internet), armoniza nuestras diversas formas de existir (física, emocional y mental). Estas condicionan las posibilidades latentes que todos tenemos de alcanzar un grado de serenidad suficiente: aquel que permite vivir la vida con alegría, energía y buena voluntad.
Nadie que lea este libro saldrá «indemne». El texto de Sumati resulta muy convincente gracias a lo bien planteado que está y a la cercanía que muestra hacia el lector, al que se ve como un amigo. Estoy seguro de que quien lo lea se sentirá motivado a emprender cambios en su vida y a actualizar sus aspiraciones, porque, como dice Sumati, «vale la pena intentarlo».
FERNANDO DIEZ,
músico, escritor e indólogo
Parte I
En la sed que sacias,
en tu fluir, en tu pureza,
haces transitar la vida.
En la sed de permanente cambio,
de presente perpetuo o futuro no pendiente,
tu fluir lo llena todo plenamente.
¡Oh, agüita bendita!
Manantial siempre corriendo,
discurriendo de dentro afuera
y de fuera adentro,
abrazando nuestras almas...
Ahora que tú eres aire,
haces danzar al viento.
¡Oh, agüita bendita!
Eladio J. Verdú
«Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca;
el amor es más fuerte que la violencia».
Hermann Hesse
¿No es sorprendente que nazcamos de la unión de un óvulo y un espermatozoide? ¿Que seamos capaces de hablar y comunicarnos a través del lenguaje? ¿Que incluso podamos sentir lo que siente otra persona a través de la empatía?
Somos una máquina muy compleja, un sistema extremadamente refinado que responde fielmente a unas leyes universales.
El ser humano se ajusta, en su forma de actuar, a tres instintos primarios: el de conservación, el de perpetuación y el de superación. Los dos primeros los compartimos con los animales y nos aportan las dos fuerzas más potentes de las que disponemos: la de supervivencia y la energía sexual. Ambas pueden activar desde los sentimientos más primarios –lo que tenemos de animal– hasta lo más refinado –lo espiritual–.
El instinto de conservación hace referencia a la supervivencia, a la búsqueda de seguridad y de cobijo..., es decir, a las necesidades más primarias. Genera la necesidad de comer, descansar, beber y dormir bajo un techo. Cuando nos sentimos amenazadas, el repertorio de nuestros comportamientos posibles puede ir desde las conductas agresivas hasta el desarrollo de cualidades vinculadas a la sensación de seguridad: confianza en una misma, autoestima, cuidado de la salud, etc.
El instinto de perpetuación tiene que ver con la continuidad de la especie. La libido genera la necesidad de procrear; por otra parte, el impulso sexual puede llevarnos desde la lujuria más desenfrenada hasta el amor y la más alta devoción.
En cuanto al instinto de superación, es la base de la evolución de la especie humana; nos induce la necesidad de mejorar en cualquier aspecto de nuestra vida. Este último instinto es el que nos hace diferentes de los animales. Y puede ir desde la avaricia y el egoísmo hasta la capacidad de aceptar la vida en toda su expresión.
Cualquier actividad que realizamos podemos encuadrarla dentro de la necesidad de satisfacer alguno de los instintos mencionados. Por ejemplo, el estudio está vinculado con la superación; todo lo relativo al ámbito de la pareja (buscarla, etc.) tiene que ver con la perpetuación; comer es una manifestación de la conservación.
La forma de responder a los tres instintos primarios varía de un ser humano a otro; depende de la evolución personal de cada uno.
El hambre –el deseo de alimento– es una manifestación del instinto de conservación, y nos acompaña a lo largo de la vida. Igual que necesitamos el aire para respirar, debemos ingerir aquellos alimentos cuyos nutrientes nos permitan llevar a cabo todas las actividades del día.
A menudo comemos de forma automática, sin preguntarnos por qué lo hacemos. Damos por sentado que lo adecuado es tomar entre tres y cinco comidas diarias, a una hora específica cada una de ellas, y que debemos tomar fruta como postre... Se trata de unos hábitos que nos impusieron en la infancia y que hemos venido manteniendo día a día a lo largo de la vida, independientemente de que tengamos o no hambre, de que nos apetezca o no tomar algo.
A veces me encuentro con personas que comen de forma totalmente automática. Están tan desconectadas de las señales de su cuerpo que llegan a decirme que no son capaces de reconocer el hambre física en su organismo, y me preguntan: «¿Qué es lo que tengo que sentir? ¿Qué siente uno cuando está lleno?».
El hambre es un impulso instintivo, un mecanismo cuya finalidad es muy obvia: que no nos olvidemos de ingerir alimentos. No obstante, si damos comestibles al cuerpo de forma constante, sin que el imperativo del hambre esté presente, solo porque nos han dicho que comer cada dos horas acelera el metabolismo y nos hace perder peso, no solo no vamos a adelgazar, sino que, además, nos vamos a separar cada vez más de nuestras necesidades reales. Y esta desconexión será la causa de la aparición del hambre emocional.
Es solo cuando sentimos hambre física cuando el organismo está preparado para comer y hacer correctamente la digestión.
El hambre real es la llamada instintiva que nos hace el cuerpo para que busquemos alimento. Cuando se presenta empezamos a segregar saliva y jugos gástricos con el fin de facilitar la digestión y nos vienen ganas de ir al baño, como acto reflejo para eliminar lo que no necesitamos y dejar espacio a los nuevos alimentos. Es decir, se activa todo el sistema para que podamos hacer la digestión y absorber los nutrientes de la forma más eficiente posible.
A lo largo del libro vamos a hablar del hambre física, pero, sobre todo, del hambre emocional. Esta última es, a menudo, un síntoma de algo que tiene poco que ver con la comida. Si nos atrevemos a mirar de frente a ese algo, tenemos una oportunidad de autoconocernos.
El hambre emocional es menos conocida y, sobre todo, menos reconocida que el hambre física. Sus causas son muchas, y van desde la desconexión con nosotras mismas hasta el impulso de tapar o anestesiar algún contenido interno que nos duele, que no nos gusta, que no queremos ver. Nadie quiere sufrir, de manera que preferimos reemplazar cualquier sensación desagradable por algo que nos genere placer. Lo hacemos a través de la ingesta de ciertos alimentos que favorecen la síntesis de dopamina y endorfinas a corto plazo, pero que, sin embargo, nos inducen un mayor malestar a largo plazo.
Como cualquier otra adicción (a las drogas, al sexo, al trabajo, al alcohol, etc.), la adicción a la comida nos saca de nuestro centro, nos distrae y confunde para evitar que suframos. Así nos impedimos observar la realidad de lo que ocurre con claridad. De esta forma es muy difícil hacerse responsable de lo que realmente está ocurriendo.
A través de la comida gestionamos mal los problemas: nos evadimos de la realidad, anestesiamos las carencias y tapamos las sombras. Creemos que tenemos hambre y comemos, nos pasamos de la raya (ingerimos más de lo que necesitamos) y pensamos que el problema es el atracón. Comenzamos a hacer dieta porque hemos ganado unos kilos de más, y nos frustramos, porque recuperamos el peso a la misma velocidad que lo hemos perdido, o incluso con mayor rapidez. En definitiva, nos sentimos culpables por haber comido de más, odiamos nuestro cuerpo y desciende nuestra autoestima.
No nos damos cuenta de que la sobreingesta no es el problema, sino que es solamente la punta del iceberg. El problema es mucho más profundo y tiene que ver con nuestra gestión emocional, con cuánto nos queremos, con si nos conocemos y sabemos qué es lo que necesitamos. Por más dietas, ayunos o ejercicio que hagamos, no nos servirá de nada si no acompañamos todo ello con un trabajo personal profundo: no pararemos de necesitar más comida, exigirnos más, tener más ansiedad y sentirnos peor con nosotras mismas.
Al hablar de atracón estoy haciendo referencia al hecho de comer de forma irracional; esto incluye ingerir una gran cantidad de alimentos a partir de la sensación de no poder detenernos, y seguir comiendo aun sintiéndonos llenas por el mero impulso de satisfacer el paladar.
Mi objetivo con este libro es acompañarte en un proceso de reflexión para que tomes conciencia de tu forma de comer, porque solo así podrás plantearte un cambio real. Por ello, a lo largo de esta parte, voy a ir haciendo preguntas para tu reflexión y proponiéndote ejercicios. Si estás leyendo este libro, es probable que esta no sea la primera toma de contacto que tienes con estos temas. Es muy posible que hayas probado varias técnicas para adelgazar, o para gestionar el hambre emocional, o para mejorar tu autoestima o tu autoconfianza. Seguramente llevas tiempo preguntándote quién eres y para qué estás aquí, y ocupándote de estas cuestiones. Espero de corazón que, sea cual sea el proceso en el que te encuentres, este libro te ayude a comer más conscientemente, a descubrir tus patrones con relación a la comida y a explorar otros comportamientos. Espero, en definitiva, que este texto te ayude a sentirte mejor contigo misma.
En esta obra incluyo episodios que he vivido con pacientes míos. Tal vez te sientas reflejada en algunas de las historias. Tanto si esto es así como si no, lo más importante desde mi punto de vista es que desarrolles la capacidad de tomar conciencia de que existes; que reconozcas lo que haces y que, poco a poco, vayas dándote cuenta de por qué y para qué lo haces, que te mientas un poquito menos, que seas más compasiva contigo y actúes con mayor convicción. Cuando aumentamos nuestra seguridad y autoestima, desarrollamos la voluntad, nos hacemos más responsables, elegimos con más acierto y, por tanto, nos sentimos mejor internamente.
¿Te comprometes a descubrir los patrones que rigen o condicionan tus comportamientos alimentarios?
En esta primera parte del libro trabajaremos desde el elemento AGUA, con las emociones.
En la segunda parte analizaremos los alimentos y los hábitos de vida saludables que nos ayudan a aumentar la energía, eliminar toxinas y fortalecer el organismo. Trabajaremos desde el elemento TIERRA, con la materia.
En la tercera parte analizaremos la relación que existe entre el cerebro y el estómago-intestino, nuestro segundo cerebro. Trabajaremos desde el elemento FUEGO; abordaremos, por tanto, el metabolismo y la digestión.
Y la cuarta parte la dedicaremos a analizar el yoga de la alimentación. Aprenderemos a utilizar la comida de forma consciente y herramientas útiles para mejorar nuestra relación con la comida y con nosotras mismas. Trabajaremos desde el elemento AIRE, que hace referencia a la trascendencia y todo lo que no vemos con nuestros ojos ni podemos tocar con nuestras manos.
Empecemos...
CAPÍTULO 1
El hambre, entendida como hambre física, es una sensación que todos los seres vivos percibimos desde que nacemos. La naturaleza y el cuerpo humano están creados con total minuciosidad, son perfectos. Las señales que el cuerpo nos envía son muchas y muy precisas, pero es frecuente que perdamos la conexión con las mismas y que dejemos de comprender nuestro organismo según vamos creciendo. Llegamos al punto de alejarnos de lo que realmente necesitamos y aparece inevitablemente lo que se denomina hambre emocional, la cual tiene poco que ver con la necesidad de nutrientes y más con lo que creemos que queremos (que no es lo que necesitamos).
La forma de vivir ha ido cambiando en gran medida a lo largo de los siglos, sobre todo en el xx. A una gran cantidad de seres humanos les cuesta adaptarse a las tendencias que se suceden continuamente en muchos ámbitos: la tecnología, la alimentación, el sedentarismo predominante en las ciudades, el discurso social o los valores. A pesar de ello, en el nivel fisiológico, la reacción que en la actualidad tenemos ante el hambre es la misma que la de nuestros antepasados del Paleolítico, cuyas necesidades distaban mucho de las nuestras. La respuesta sigue siendo de supervivencia. Acumulamos parte de la grasa ingerida de la misma manera que lo hacían nuestros antepasados para protegerse en las épocas de escasez. En cambio, hoy en día, sobre todo en los países desarrollados, el problema no es la falta de alimentos a causa de las sequías o las malas cosechas, sino la ingesta excesiva. Hay que añadir a ello el hecho de que muchos alimentos están tan procesados que el cuerpo apenas los reconoce.
Si entendemos esto, podremos comprender mejor la respuesta del organismo ante el estrés (cuando hablemos de él) o la razón por la que el cuerpo genera resistencia a ciertas sustancias, que vamos a ver a continuación (la insulina o la leptina). Esta resistencia se debe al hecho de que el cuerpo no está preparado para ingerir cantidades ingentes de comida ni ciertos tipos de alimentos.
En el nivel fisiológico el hambre física se activa en el cerebro, exactamente en el hipotálamo, donde se encuentran el centro del hambre, que dispara la necesidad de comer, y el centro de la saciedad, que inhibe la sensación de hambre.
En el proceso de activación de estos dos centros participan varias sustancias. Ya hemos mencionado dos de las más importantes, la insulina y la leptina.
Cuando hay resistencia a la insulina o a la leptina, se experimenta un hambre física que solo es posible saciar por medio de una alimentación equilibrada (baja en hidratos de carbono, sobre todo refinados), ejercicio físico, pérdida del exceso de peso y mitigación del estrés.
El hambre física no aparece de repente, sino que llega poco a poco. Se suele sentir en el estómago y puede ser muy incómoda, ya que genera irritabilidad, debilidad, cansancio y estrés. Se calma cuando volvemos a comer de nuevo.
Dejemos a un lado este tipo de hambre y vayámonos introduciendo ahora en el hambre emocional, uno de los grandes pilares de este libro.
¿Qué relación tienes con la comida? ¿Reconoces tus patrones respecto a ella? ¿Cambia dicha relación en función de tu estado de ánimo? ¿Encuentras alguna vinculación entre tu forma de abordar la alimentación y la vida? ¿Te gustaría cambiar algo? ¿Está presente en tu vida el hambre emocional? ¿Necesitas un punto de inflexión para empezar a hacer las cosas de forma diferente?
Con toda la humildad del mundo, te propongo que sigas leyendo este libro, mires hacia dentro y confíes en ti.
Confía en ti porque realmente sabes lo que necesitas. Todas lo sabemos, incluso en esos momentos en los que nos sentimos tan perdidas. Solo hay que tener paciencia, escuchar el cuerpo en silencio, mantener los ojos abiertos y tener la voluntad de hacerlo mejor, porque hay muchos aspectos que seguro que podemos mejorar.
Lo que me ha impulsado a escribir este libro ha sido el hecho de darme cuenta de que la relación que tenemos con la comida se asemeja mucho a la que tenemos con la vida y con nosotras mismas.
Estos tres aspectos son los tres vértices de un triángulo que debe estar en equilibrio. Con este fin, es necesario que cada uno de los vértices sume. Todas hemos entrado en algún momento en este círculo vicioso: ocurre algo en la vida que me duele/molesta/frustra, como peor, deja de apetecerme ir al gimnasio, como de más porque me siento mal conmigo misma, gano peso, me miro al espejo y me odio. Un círculo que hace que baje mi autoestima, coma de más y no disfrute de la vida. Me autosaboteo al comer, a través de un acto de desamor hacia mí, y esto me hace sentir mal. El resultado: vuelvo de nuevo a la comida como paliativo.
El círculo virtuoso comienza cuando, ante algo que ocurre que me duele/molesta/frustra, elijo cuidarme, porque en ese momento es cuando más lo necesito. Si ante una circunstancia adversa me abandono, me rindo y me daño comiendo, no haré otra cosa que empeorar lo que me esté sucediendo, y mi bienestar se resentirá. En cambio, si ante una situación dolorosa me tengo en cuenta, tomo conciencia de que mi voluntad tendrá siempre la última palabra y cuido lo que como, saldré de esa situación con mayor prontitud y me sentiré mejor conmigo misma mucho antes.
No se pasa de un círculo vicioso a otro virtuoso de un día para otro. Requiere un trabajo personal con una misma, en el cual profundizaremos a lo largo de estas páginas. Por tu parte, deberás comprometerte a dar pequeños pasos y mirar hacia dentro.
Solemos querer soluciones rápidas, eficaces y que no requieran mucho esfuerzo. Pero si realmente quieres cambiar tu relación con la comida, debes saber que no será a través de una pastilla mágica que haga efecto de forma rápida y sencilla. Deberás ser valiente y realizar un trabajo.
Cuando la relación que tenemos con la comida no es la que nos gustaría, podemos empezar a reflexionar sobre el grado de satisfacción que tenemos respecto a nuestra vida. Si nos respondemos con sinceridad, nos daremos cuenta de que tenemos una tarea pendiente. Igual que nosotras nos expresamos con palabras, el cuerpo nos habla a través de la ansiedad, de las malas posturas, de la respiración agitada, de los atracones, del exceso de peso. Podemos negarnos a reconocer estas señales y seguir comiendo, o podemos proponernos un reto: el de conocernos.
Si una persona come con ansiedad, o no se siente nunca saciada, o necesita sentirse llena antes de ir a dormir, algo no va bien. Estas son vías a través de las cuales el cuerpo está expresando su desequilibrio.
Un atracón forma parte de un proceso de malestar con nosotras mismas. Ante el mismo, tenemos dos opciones:
Una es tapar el problema, no querer ver que lo tenemos. Esta opción solo hace que el malestar (la causa) empeore, la consecuencia de lo cual es que los atracones (el síntoma) se incrementan.
La otra opción es reconocer el síntoma (el atracón) y buscar la causa (el dolor que nos produce la necesidad de darnos ese atracón). Con esta elección abrimos la puerta a la oportunidad de hacer un cambio en nuestra vida, a partir de analizar lo que está pasando, averiguar de dónde viene ese malestar y empezar a trabajar para reducir ese dolor. De esta forma vamos a la causa; no tratamos el síntoma. Para hacer una analogía, podemos comparar la medicina alopática con la natural. En esta última buscamos ir a la causa para eliminar de raíz el dolor (el miedo, el sufrimiento, o como quieras llamarlo), mientras que la medicina alopática lo que pretende es eliminar los síntomas. Si acabo con estos con una pastilla, el problema deja de manifestarse y, en consecuencia, no realizo ningún cambio en mi vida. Cuando vuelva a tener síntomas será porque el problema se habrá agravado, y la situación será mucho más preocupante. El cuerpo murmura, y si no efectuamos cambios acaba gritando a través de una enfermedad cada vez más importante. Ir a la causa es admitir que está ahí, descubrirla, asumir la responsabilidad y cambiar de raíz lo que corresponda.
Vamos a ver un ejemplo real de hambre emocional con el que, quizá, nos podríamos sentir identificadas:
Me quedo dormida en el sofá viendo la televisión después de cenar, y me despierto a las dos de la mañana con dolor de cuello y angustia. Acudo a las galletas y me como la mitad del paquete. Me voy a dormir sintiéndome hinchada. Al día siguiente me levanto con malestar, aún llena; no desayuno, me tomo un café y me voy a trabajar. Como poco durante la jornada, haciendo un gran esfuerzo; me siento mal por las galletas que me comí a las dos de la madrugada. Pero llego a casa a las ocho de la tarde, con un hambre acuciante. He dormido mal, he estado con muchísimo estrés en el trabajo, sigo con angustia en el pecho, estoy cansada y no me apetece cocinar. Como pan con queso, que es lo primero que encuentro; lo engullo porque me muero de hambre, y cuando me quiero dar cuenta estoy otra vez como después de tomar las galletas la noche anterior. Me siento mal conmigo misma; estoy en un círculo vicioso y no sé cómo salir de él. No tengo energía y cada vez me doy más atracones; la situación me desborda.
Cuando la persona del caso anterior me pidió ayuda, le indiqué que me dijera tres cosas diferentes que podría hacer la próxima vez que se enfrentara a la misma situación. Entre las dos acordamos:
Es más fácil pensar que el problema es haber comido galletas por la noche (síntoma) que reconocer el sentimiento de soledad (causa) que nos hizo acudir a estas para tapar esa sensación desagradable que nos conecta con nuestra debilidad. Mirar la debilidad duele, pero podemos aprender a enfocar la situación desde otro lugar: a través de sentir esa sensación sin resistirnos y sin juzgarla. Así es como podremos trascender el sufrimiento que nos produce, y la necesidad de comer galletas desaparecerá. Al descubrir la causa del malestar y aprender a gestionarla, el síntoma ya no es necesario, porque estamos escuchando las señales del cuerpo.
En la gran mayoría de las ocasiones, tapamos nuestra vulnerabilidad a través del hambre emocional.
A menudo me pregunto: ¿por qué no aprendo?, ¿qué me hace tropezar una y otra vez con la misma piedra?
Con el tiempo, puedo decir que lo que he aprendido es que nos autosaboteamos porque hay un conflicto interno entre lo que creemos que queremos y lo que realmente deseamos. En estos casos necesitamos escucharnos y entender qué ganamos con cada una de las opciones.
Me viene a la mente el caso de una paciente que llevaba toda la vida queriendo ser delgada. Había hecho todo tipo de dietas y había un patrón que se repetía una y otra vez: comenzaba una dieta y empezaba a bajar de peso, pero cuando estaba llegando a ese «peso ideal» que se había marcado, volvía a darse atracones y recuperaba de nuevo los kilos perdidos –o incluso engordaba más–. ¿Qué le hacía empezar a recuperar esos kilos cuando estaba a punto de conseguir lo que buscaba, cuando estaba a punto de alcanzar el éxito en aquello que más la obsesionaba desde hacía tanto tiempo?