Los profetas del bosque
Vaticinios sobre el destino de Europa según la tradición popular centroeuropea
©José María Sánchez de Toca
©Ediciones Corona Borealis
Ilustración de cubierta: Víctor Monigote
ISBN: 84-95645-14-9
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[...] los edificios de Manhattan se derrumbaban despacio, desde abajo, haciéndose cada vez más pequeños hasta que se derrumbaban del todo y volvía a ser otra vez tierra llana el área donde se alza el horizonte de Nueva York, la famosa “skyline”
[...] oí que decían que era un acto de venganza de los terroristas. Seguro que no estaba bien lo que los americanos habían hecho, pero destruir por eso una ciudad es ir demasiado lejos. Eso decía la gente.
(24 de julio de 1977. Das Dritte Weltgeschehen, Beckh)
A principios del verano de 1979 los suizos avisaron que los rusos invadirían Irán o Afganistán antes de seis meses.
Con el tiempo, uno se había hecho una idea elemental, casi folklórica, de los distintos servicios; una caricatura para manejarse en un mundo extraño: los americanos tenían a la CIA sobre todo para echarle las culpas pero daban los recursos a las otras agencias. Los rusos estaban mal pagados. Los ingleses lo tenían fácil porque es algo que les gusta desde pequeños, se conoce que les sale de la masa de la sangre. A los franceses les pasaba un poco igual, trabajaban bien y con pocos medios. Los italianos antes o después iban a galera, que es como llaman ellos a la cárcel. Los alemanes eran únicos para contar dos mil treinta y dos hojas del bosque; treinta y dos documentadas y otras dos mil más a bulto. Los israelíes de entonces no eran tan prepotentes y los moros se limitaban a comprar gente.
Los suizos eran otra cosa. Probablemente no tenían un servicio de inteligencia enorme; seguramente no lo necesitaban. A los suizos les bastaba sentarse a mirar el mundo desde sus altos observatorios y dejar que todos los importantes, o sus representantes, abrieran su corazón cada vez que fueran a velar sus intereses.
Si los suizos decían que iba a pasar algo había que tomárselo en serio. Y efectivamente, seis meses después de que avisaran, la Nochebuena de 1979, hubo un golpe de Estado en Kabul, los rusos ocuparon el aeropuerto y antes de una semana habían invadido Afganistán.
Los americanos, que habían estado sesteando con la euforia de las SALT II, se despertaron bruscamente y de mal humor. El mundo se acercó al abismo y rozó la matanza. En su discurso de fin de año, Giscard hizo un llamamiento a la cordura de las grandes potencias y al día siguiente, 1 de enero de 1980, el Papa inventó la Jornada Mundial de Oración por la Paz.
Durante los meses siguientes trabajamos febrilmente para averiguar qué podría pasar. Averiguar qué va a pasar es imposible porque el futuro no existe; el futuro no es un continente desconocido que pueda explorarse. Pero las semillas de lo que vaya a ocurrir más adelante ya están en lo que estamos haciendo ahora, en el presente.
Claro que hay cosas que todavía no han ocurrido aquí y que para nosotros son todavía futuras, y sin embargo en otra parte ya han empezado a ocurrir: Cuando una presa se rompe en la cabecera de un río, durante unas horas la inundación todavía es un acontecimiento futuro para los pueblos del valle. La decisión de adoptar el euro, que tomó un puñado de hombres en algún momento del pasado, a la mayoría de los europeos sólo se nos convirtió en presente el 1 de enero del 2002.
Por eso, aunque teníamos claro que era imposible saber qué iba a pasar, sabíamos que sí era posible conjeturar lo que podría pasar, basándonos en lo que ya estaba pasando.
Éramos muy jóvenes y nos faltaban conocimientos para conjeturar con precisión lo que podría pasar. No sabíamos una palabra de Afganistán, y muy poco de las decisiones que se tomaban en los centros de poder del mundo. Lo único que podíamos hacer era averiguar qué era lo que pensaban o imaginaban los demás.
Así que nos pusimos a buscar escenarios.
Por aquella época nos habíamos incorporado del inglés la palabra “escenario”. Hablando del futuro, “escenario” viene de la palabra inglesa scenario que significa guión cinematográfico. En este sentido, un escenario es un desarrollo o curso de acontecimientos que conduce a una situación final.
Tuvimos éxito en nuestra búsqueda fuera de España y nos hicimos con buena cantidad de escenarios. En general eran de dos tipos: unos estaban construidos deliberadamente y eran informes o memorandos como los de la Rand, o cosas más legibles, novelas o informes más o menos novelados, como los de sir John Hackett o Tom Clancy. Eran trabajos intelectuales de alta calidad, especulaciones racionales muy meditadas sobre el desarrollo de los acontecimientos; proyecciones al futuro de las tendencias del momento, basadas en indicios y observaciones. Eran lo que el Diccionario de la Real Academia llama conjeturas.
Pero junto a estos escenarios racionales y deliberados, del extranjero venía también un importante volumen de escenarios que no eran fruto del trabajo intelectual. No eran voluntarios ni deliberados y sus “fuentes”, es decir los hombres y mujeres de quienes procedían, solamente habían sido sus receptores pasivos: no los habían discurrido, sino que los habían oído, visto o entendido.
Estos escenarios venían de toda Europa y también de América, Australia, Filipinas, Vietnam o Corea; era un fenómeno universal con características propias. Para empezar, en su inmensa mayoría creían ser los únicos depositarios de la futura historia del mundo.
Con frecuencia tenían acusado carácter local. Aproximadamente la mitad eran tradiciones populares, con aire de ser muy antiguas, que formulaban en pocas líneas un breve resumen de acontecimientos, tanto más corto y sentencioso cuanto más antigua y anónima fuera la tradición:
“Gibraltar será inglés mientras tenga monos”.
“Londres desaparecerá el día que huyan los cuervos de la Torre”.
La tradición los había descarnado hasta dejar únicamente el núcleo duro, que rara vez era condicional. En general no decían: “Si pasa esto, pasará aquello”, sino que se limitaban a enunciar el encadenamiento de unos sucesos futuros: “Cuando pase esto, entonces pasará aquello”.
Así, por ejemplo, y para hablar de anglosajones antes de meterme de lleno con los centroeuropeos, el largo poema –poco menos de 60 estrofas– de la Madre Shipton (1488-1561) dice que
When pictures seem alive with movements free
When boats like fishes swim beneath the sea,
When men like birds shall scour the sky
Then half the world, deep drenched in blood shall die.
[Cuando las imágenes parezcan vivas con libres movimientos, cuando barcos como peces naden bajo el mar, cuando hombres como pájaros recorran el cielo, entonces, medio mundo morirá completamente empapado en sangre].
En cambio, otros eran auténticos escenarios que recogían, y a veces detallaban, una larga sucesión de acontecimientos que arrancaba en ocasiones desde antes de la Revolución francesa y se proyectaba más allá de nuestros días.
De todos estos escenarios no elaborados, populares, tradicionales, involuntarios, espontáneos o transmitidos por tradición, en suma, de todos estos vaticinios, los de Centroeuropa eran de lejos los más numerosos y completos y también los que parecían más verosímiles a fines del siglo XX.
A lo largo de quince siglos se había ido formando en Centroeuropa, que es más o menos el ámbito de lengua alemana entre el Rin, el Elba y el Danubio, un cuantioso haz de vaticinios muy coherentes entre sí; un cuerpo de textos y tradiciones de origen diverso que en su conjunto parecían un solo escenario.
No es que todos predijeran lo mismo, sino más bien que parecían visiones parciales del mismo desarrollo; como si fueran partes distintas de una misma secuencia cinematográfica o filmadas con filtros diferentes; algo así como las versiones distintas que dan los diversos testigos de un mismo hecho.
De todas formas esto no era más que una impresión, porque al intentar reconstruir con ellos un escenario, se resistían, seguramente porque faltaban datos, o tal vez porque eran sólo avisos y no un imposible programa o calendario del futuro.
Todo lo que predecían, ya fueran acontecimientos sociales, económicos, bélicos o cósmicos, se articulaba en torno a tres “Acontecimientos Mundiales”, Weltgeschehen. Lo más asombroso es que ya había ocurrido buena parte de lo que habían predicho a lo largo de muchos siglos. Como se verá más adelante, buena parte de los acontecimientos predichos encaja en este esquema:
• Desaparición del Sacro Imperio Romano Germánico.
• Una época de progreso tecnológico, de cambios relativamente rápidos, y pérdida de la fe cristiana.
• Sobreviene el “Primer Acontecimiento Mundial” (Primera Guerra Mundial).
• Hambre, inflación y discordias intestinas en Alemania. Caen las monarquías como manzanas maduras.
• Hitler y sus secuaces; leyes injustas; invasión de Checoslovaquia.
• “Segundo Acontecimiento Mundial”, Segunda Guerra Mundial, de resultado desastroso para Alemania tras sus éxitos iniciales.
• Fiebre constructiva de edificios y carreteras. Numerosos jubileos con poco éxito. Resulta difícil distinguir un chico de una chica. Se multiplican las modas; se generalizan las motos, los zapatos de tacón femeninos y las barbas salvajes masculinas. Televisión. La gente ya no se quiere.
Todo ello señala que se acerca el “Tercer Acontecimiento”, porque para después de estos acontecimientos, los vaticinios centroeuropeos predicen otros que, con toda seguridad, no han ocurrido:
• Grandes señales en el cielo: un gran crucifijo en el cielo, y una especie de granizo cósmico, la lluvia de las estrellas, compuesto de polvo cósmico o aerolitos en ignición.
• Invasión desde el Este de rusos, chinos, turcos, bashkires, mogoles...
• Un polvo amarillo lanzado desde avión crea una franja de muerte que corta Europa desde el Adriático hasta el Báltico.
• Bombas nucleares sobre el mar provocan enormes inundaciones, así como el hundimiento físico de parte de Gran Bretaña y de Marsella.
• No habrá paz en Europa hasta que Praga no esté destruida, destrucción que está ligada a un cataclismo de la corteza terrestre. Quien sobreviva necesitará tener una cabeza de hierro.
• Gran batalla del Abedul, junto al Rin, y otras batallas finales.
• La naturaleza reacciona para acabar con la guerra. Tres días de oscuridad durante los cuales desaparece buena parte de la humanidad.
• Bandas de hambrientos recorren Europa. Escasez de hombres y animales. Durante un tiempo el caos se apodera de Europa y el mundo.
• El papa, que ha huido de Roma pasando sobre los cadáveres de sus sacerdotes, corona emperador en la ciudad de Colonia a un aldeano, así como a otros reyes centroeuropeos.
• Un papa santo y un emperador pacifican el mundo. Conversión general y unión de las Iglesias. Rusia se convierte y la media luna queda aplastada.
• Llega la edad a la que llamarán dorada.
Como también en su momento podrá comprobar quien leyere, este esquema no está completo; tampoco estoy seguro de que sea éste precisamente el orden de los hechos. Puede que algo de lo que he colocado entre los acontecimientos ya ocurridos, por ejemplo la inflación y la crisis económica, se repita, con esa enojosa tendencia que tiene la Historia a parecerse a sí misma.
Este libro presenta una buena colección de vaticinios, pero no es un libro teórico, ni mucho menos esotérico. Aquí no se discurre sobre la naturaleza del tiempo ni sobre la inexistencia del futuro; no se especula sobre profecías; de hecho he procurado, en lo posible, evitar incluso hasta la misma palabra profecía. Este libro no estudia la capacidad de precognición, los misterios de la imaginación humana o el inconsciente colectivo. Tampoco es una lección de teoría del conocimiento.
Me limito a presentar con el mínimo de comentarios una selección, una muestra, que a mi juicio es consistente y significativa, de la multitud de vaticinios que acogen las tradiciones de Europa central. Voces sobre el destino de Europa y del mundo que proceden de hombres y mujeres, en general de lengua alemana, que vivieron desde el siglo IV hasta nuestros días. Entre los más recientes, los hay que todavía viven.
Son muy poco conocidos en sus regiones de origen, y en España son absolutamente desconocidos. No sólo a causa del idioma, que ya sería bastante barrera, sino porque éste es un fenómeno ajeno a nuestra cultura. En español faltan hasta las palabras adecuadas para expresarlo1.
Salvo raras excepciones, me parece que es la primera vez que se han traducido al español estos vaticinios. Los he cotejado con los acontecimientos históricos para depurar qué es lo que de verdad dijeron y qué es lo que de verdad pasó. He reflejado cuantos datos he logrado obtener acerca de fuentes y ediciones o páginas de la red. Como es natural, todos los errores que haya en esto y en la traducción son míos.
En total son muchos vaticinios de origen muy diverso. Muchos son muy antiguos, así que todos no pueden ser obra de servicios de inteligencia. Tampoco me parece posible una conspiración, que además tendría que ser universal, porque en otras partes del planeta se ha dicho más o menos lo mismo, y porque las fuentes son con frecuencia sumamente iletradas. No creo que se hayan copiado unos a otros, porque son textos muy poco conocidos y poco accesibles, incluso para eruditos. Me inclino a creer que son lo que parece que son, es decir, vaticinios involuntarios de gente de buena voluntad.
No sé cómo se han originado, ni de dónde proceden en última instancia, ni por qué se producen. No puedo saber si son profecías o no; profecía es una palabra muy seria sobre la que no me corresponde pronunciarme. En realidad, no hay forma de saberlo hasta que no se cumplan íntegramente, si es que se cumplen.
Pero sí creo haber llegado a saber para qué sirven estos vaticinios claros, coherentes e inquietantes que vienen precisamente del área más cerebral y racional de Europa; y me parece que la historia de Jonás servirá para ilustrar mi pensamiento.
Jonás, el quinto de los profetas menores, que es un personaje popular porque se lo tragó un pez enorme, ejemplifica el problema de fondo relativo a los vaticinios. Su historia es sencilla y animada y tiene esos detalles difíciles que le inclinan a uno a dar credibilidad a un relato.
Jonás vivía en tiempos de Jeroboam II, rey de Judá, cuando recibió de Dios el encargo de ir a predicar a Nínive, la capital del imperio; una ciudad tan grande que costaba tres días atravesarla. A Jonás, que era de otra raza, y miembro de nacimiento del pueblo elegido, seguramente le traía al fresco el destino de los ninivitas, así que es probable que considerara esta misión con renuencia.
Pero si como profeta era renuente, Jonás era un hombre moderno antes de tiempo, que tenía las ideas muy claras: predicar a los ninivitas era una tarea que con toda seguridad juzgó ingrata y probablemente estéril. Anunciar desastres no es la mejor manera de ganar amigos. Los ninivitas no iban a escuchar a un bárbaro de la periferia del Imperio. En aquellos tiempos, como en todos, el profeta de desgracias corre el riesgo de salir mal parado.
Pero la alternativa era aún peor, porque en el caso altamente improbable de que los ninivitas hicieran caso y rectificaran su mala vida, Jonás sabía, porque era profeta y trataba con el Señor Dios de Israel más y mejor que la inmensa mayoría de sus contemporáneos, que Dios los perdonaría.
Lo más verosímil era que los ninivitas no escucharan; y que si escuchaban y entendían, maltrataran al profeta. Pero si se convertían y el Señor los perdonaba, el profeta quedaría muy mal porque no se verificarían los males que había anunciado.
Así que Jonás optó por embarcarse en una nave tiria, hoy diríamos libanesa, camino de España. Los incidentes del viaje son bien conocidos: una gran tormenta amenazó la integridad del pasaje y de la tripulación y los marineros se preguntaban a quien se debería el maleficio, cuando Jonás, con un rasgo que le honró para siempre, se confesó culpable, tranquilizó a los marineros y se tiró al mar para salvar la nave.
Fue una tensión interior sin duda enorme entre el remordimiento del deber incumplido, el instinto de conservación, la esperanza de una vida nueva en España, y la culpabilidad por la tormenta. Pero Jonás no había perdido un ápice de racionalidad, porque si no se tira, lo habrían tirado los marineros.
El libro de Jonás enseña que se lo tragó un monstruo marino, hecho insólito que se ha discutido mucho pero que no es único: los registros del Almirantazgo británico documentan al menos tres casos similares de marineros engullidos por monstruos marinos y devueltos vivos en plazos variables, con lesiones y quemaduras; es lamentable que estas cosas se discutan desde puntos de vista apriorísticos, sin acudir a las fuentes donde se va registrando la experiencia de nuestra especie.
Al cabo de tres días, el monstruo marino se libró de su pesadumbre digestiva y devolvió a Jonás cerca de una playa. Jonás, el profeta renuente, no era tan recalcitrante como para resistirse otra vez a la voluntad del Dios de Israel. Fue a Nínive muy a su pesar y predicó a los ninivitas que volvieran a Dios y reformaran sus costumbres. El argumento de su prédica era sencillo: la mala vida de los ninivitas tenía disgustado al Creador; si los ninivitas no rectificaban y hacían penitencia para obtener el perdón, Nínive sería destruida hasta los cimientos.
Contra lo que Jonás esperaba, los ninivitas tomaron muy en serio la advertencia. Ni siquiera hizo falta que Jonás llegara al centro urbano. El gobierno se enteró y decretó un largo ayuno de hombres y bestias; la población se vistió de saco con la esperanza de que el Señor volviera de su acuerdo. Nínive fue perdonada y Jonás salió a las afueras a rumiar la amargura de su éxito: los acontecimientos que Jonás predijo con firmeza y convicción porque los anunciaba el mismo Dios, no se producirían.
Rumiaba su amargura a la sombra de un arbusto de ricino para protegerse del sol inclemente de Mesopotamia y el arbolito se le secó durante la noche. Cuando a la mañana siguiente apretó el sol, Jonás maldijo en tonos bíblicos su vida, su misión y su condición de profeta. Y entonces se produjo aquel diálogo conmovedor que cierra el libro de Jonás, diálogo entre la criatura y el Creador que expone sus razones, que no son las de los hombres.
Esta es la llamada a la conversión y a la eficacia de la penitencia que se repite cíclicamente en la liturgia y quizá también a lo largo de la Historia.
Pero la historia de Jonás merece también consideraciones de otro género, porque Jonás, como la joven troyana Casandra anunciadora de desgracias, es el prototipo de todo sistema de alerta temprana: si les hacen caso a lo que avisan, no ocurrirá lo que auguraban; se habrán equivocado, y sufrirá su prestigio. Pero si no les hacen caso y ocurre la desgracia que quisieron prevenir, no servirá de consuelo saber que tenían razón, sino sólo añadirá amargura al desconsuelo de saberse inútiles y a la frustración del esfuerzo baldío.
En honor a la verdad hay que añadir algo poco conocido. El libro de Jonás nos enseña que los ninivitas se convirtieron y en consecuencia el Señor perdonó a la ciudad, que no fue destruida en los cuarenta días que anunciaba Jonás.
Pero Nínive es también una advertencia permanente de que las mismas causas producen los mismos efectos, y de que la predicación de Jonás tenía un fundamento que estaba más allá de lo puramente momentáneo. Porque, cuando unos siglos más tarde pasó por allí Alejandro Magno con sus macedonios, no se enteró que bajo sus sandalias había existido una gran ciudad.
Todo había sido verdad y todo se había cumplido. Jonás anunció lo que podía pasar y cómo podía evitarse. Los ninivitas de tiempos de Jonás se convirtieron y no fueron destruidos. Pero en algún momento posterior, ellos o sus descendientes debieron volver a las andadas porque Nínive fue arrasada hasta los cimientos. Hoy de Nínive pueden verse las ruinas abrasadas bajo el sol de Mosul.
Un escenario de inteligencia tiene siempre una función premonitoria; avisa con tiempo y sirve para orientar el quehacer. Los escenarios sirven para ver qué es necesario, adónde hay que aplicar el esfuerzo, cómo hay que prepararse y dónde está el peligro. Su utilidad es enseñarnos a reconducir, y advertirnos de los peligros para que podamos corregir a tiempo.
Los escenarios espontáneos o transmitidos por tradición popular, podrían tener esa misma función: encender los pilotos de aviso. Como si fueran las señales de tráfico que se multiplican cuando nos acercamos a un tramo de carretera difícil. Señales de tráfico, signos, letreros o mensajes que previenen: curvas peligrosas; reduzca la velocidad; hielo; escalón lateral; estrechamiento.
Es evidente que quien ha puesto las señales no quiere que el conductor se estrelle; precisamente avisa por eso, porque quiere evitarle el golpe y quiere que siga su camino sin desgracias. Pero el conductor tiene libre albedrío, es totalmente libre de hacer caso, o no, de las señales. Puede atenerse, o no, a las reglas de tráfico; puede reducir, o no, su velocidad. Puede conducir con prudencia o peligrosamente. Pero si no quiere problemas serios para él y para los demás usuarios de ese tramo difícil de carretera, más vale que cambie su relajado estilo de conducción habitual, que esté atento a las señales y procure atenerse al código.
Creo que ésta es la utilidad de estos vaticinios centroeuropeos. Los hombres y mujeres que vieron hace siglos un tiempo en el que se podría confundir un chico con una chica, o que se podría viajar en coches sin caballos, vieron también que era un tiempo peligroso, un siglo extraño en el que se producirían graves acontecimientos mundiales, el tercero de los cuales aparejaría la destrucción y despoblación de Europa por causa de invasores exteriores y enormes catástrofes.
No tiene por qué ser así necesariamente, porque ese futuro todavía no existe. Precisamente de lo que se trata es de evitar que llegue ese Tercer Acontecimiento, ya que desgraciadamente no fuimos capaces de evitar los anteriores.
Vivimos atrapados en una red de información de cuya imparcialidad no estamos seguros. No estamos en condiciones de estimar correctamente hacia dónde vamos.
Pero a la escala histórica de cincuenta años o un siglo, las tendencias sí que son perceptibles; basta comparar cifras. La imparcialidad de las cifras, por encima de las creencias o las ideologías, señala las tendencias básicas del comportamiento humano y muestra cómo se desenvuelve la convivencia a escala global, nacional o interpersonal.
• Estadísticas de la ONU sobre catástrofes naturales, que indican el grado de deterioro del planeta y de su atmósfera. Datos sobre conflictos armados, su número, duración y cantidad de bajas.
• Estadísticas del Instituto Nacional de Estadística sobre natalidad, suicidios, abortos y divorcios, que miden el comportamiento social y dan medida de la fe en la vida y la esperanza en el futuro.
• Cifras del Informe anual del Fiscal General del Estado sobre criminalidad en general, número de delitos, de asesinatos y de población penal. Número de personas en tareas de seguridad.
• Evolución del desempleo. Endeudamiento que acumulan sobre cada ciudadano las deudas contraídas por el municipio, la Comunidad Autónoma y el Estado.
Comparar estos indicadores numéricos y objetivos con los de hace cincuenta años es una experiencia saludable que pone de manifiesto las auténticas tendencias de nuestra sociedad.
En 1957 hubo 87 asesinatos en una España de 30 millones de habitantes, algo menos que en la ciudad de Madrid el año 2001. Pero si uno prefiere un juicio subjetivo, basta ver una vieja película en blanco y negro.
Los indicadores objetivos nos están confirmando que empeora este tramo de la carretera del tiempo. Se acumulan señales de peligro puestas hace mucho tiempo.
Pero los vaticinios de la tradición centroeuropea son esperanzadores, y no porque contradigan las tendencias objetivas, sino porque nos recuerdan que todo es condicional y que todo depende de nosotros. Nos dicen que estamos viviendo los dolores de alumbramiento de un mundo mejor y a punto de pisar una “edad a la que llamarán dorada”.
El futuro no existe; son sus semillas las que estamos sembrando ahora. Lo que existe es el presente que hacemos en cada instante y con el que estamos condicionando y determinando el futuro que tendremos. En buena medida somos hijos de nuestros actos y escultores de nuestro destino individual y colectivo. El futuro está abierto y es cosa nuestra configurarlo.
Por eso la cuestión está en si seremos capaces de llegar a lo mejor sin tener que pasar antes por lo peor.
1 Por ejemplo: en alemán la palabra Hellseher significa “el que ve visiones”, mientras que en español, la palabra que traduce literalmente Hell (claro) + Seher (vidente) es “clarividente”, que significa persona inteligente, avisada y sagaz, casi lo contrario de visionario.
Esta selección de predicciones procedentes de Europa Central se compone de setenta y cinco vaticinios. Hay además una conjetura que tiene su explicación. Como ya se ha apuntado, una conjetura es un producto puramente racional que se basa en hechos del presente para predecir el futuro; por ejemplo, la predicción del tiempo o el pronóstico del curso de una enfermedad.
Las conjeturas aciertan a veces, como la del historiador francés Jacques Bainville2, quien al estudiar en 1920 las consecuencias de la paz impuesta a Alemania por el Tratado de Versalles, predijo en Alemania movimientos extremadamente nacionalistas que bajo el imperio de una personalidad fascinante se anexarían Austria y Bohemia y volverían a repartirse Polonia.
Pero en esta selección, la conjetura tiene solamente un valor testimonial para marcar las diferencias con los vaticinios espontáneos o transmitidos por la tradición. La conjetura de Spengler que acompaña a los setenta y cinco vaticinios es la única admitida como tal. Puede haberse filtrado alguna otra, disfrazada de vaticinio; es inevitable, pero podemos estar seguros de que una mayoría abrumadora son sencillamente vaticinios.
En la medida de lo posible los he ordenado cronológicamente después de varios ensayos de ordenamiento, todos insatisfactorios. De este modo se podrán enmarcar en su época y seguir su evolución, si es que la hay. En los tres últimos siglos, permite además cotejar el acontecer histórico con las predicciones y las señales, y verificar así, o no, su cumplimiento.
De todos estos vaticinios, catorce representan el estado puro de la tradición: carecen de fecha, ni siquiera aproximada, y no hay posibilidad de calcularla. Son tradiciones que llevan nombres postizos con un toque erudito, evidentemente moderno, porque quienes de verdad las repetían al amor de la lumbre o en las tabernas de pueblo no les dieron nombre mientras que los compiladores de algún modo tenemos que llamarlas.
En su momento fueron inverosímiles; son frases breves que encadenan uno o más hechos futuros, peligrosos o catastróficos, con una señal que era altamente inverosímil cuando se dijo por primera vez. Y lo hacen con la mayor economía verbal porque las transmisiones sucesivas han despojado a estas tradiciones de todo lo que no fuera su núcleo esencial.
Estos vaticinios sin fecha son los más descarnados, los más breves (menos de cien palabras por término medio) y también los más áridos. De ellos ha desaparecido todo tipo de contexto y se han perdido los condicionantes, si es que los hubo.
En conjunto, anuncian acontecimientos enormes que no se han producido en absoluto o no se han producido en las condiciones anunciadas: la invasión de las hordas orientales, la guerra contra el coloso del Norte, la gran batalla junto al Rin, el polvo amarillo, el incendio de Viena, la gran oscuridad, la escasez de sobrevivientes y el príncipe fuerte que traerá la era de paz.
Una serie de señales debe servirnos de aviso: la Pascua caerá en el día de San Marcos3; el poderío inglés quedará quebrantado, habrá revolución en Francia e Italia4 y en el cielo un sol de color rojo oscuro y dos lunas durante cuatro horas5. En el año de la guerra, la primavera será temprana y bonita.
Y junto a estas señales que no han ocurrido, otras que ya se han producido o que pudieran repetirse, como la advertencia muy antigua de que cuando las mujeres vistan pantalones6 es señal de que se acerca lo peor; que la letra K en los muros de Roma7 anuncia la destrucción de la Ciudad Eterna; y que habrá una gran luz a medianoche.
Estas tradiciones en estado puro son:
El anónimo del día de San Marcos, una antigua tradición oral que publicó por primera vez en 1953 el benedictino Frumentius Renner como sigue:
Cuando la Pascua caiga en el día de San Marcos hay que esperar una nueva catástrofe.
La Pascua Florida, o Domingo de Resurrección, es el domingo siguiente a la primera luna llena que haya entre el 22 de marzo y el 25 de abril. El día de San Marcos es el 25 de abril, y por tanto el vaticinio se refiere a un año excepcional que tenga la Semana Santa más tardía posible. La última vez que el día de San Marcos cayó en Pascua fue en 1943, y la próxima, según parece, el año 2038. Como se verá más adelante, esta misma señal se expresa de modos diferentes en otros vaticinios.
El anónimo de la invasión del Este, otra tradición oral que recogió Jules Silver8, quien la atribuye siglos de antigüedad, y que dice:
Una poderosa hueste de pueblos del Este vendrá a Occidente. Los soldados pasarán por Westfalia hacia Holanda, de donde volverán vencidos. Contra ellos se levantarán todo el Occidente y el Sur. Los ejércitos chocarán en medio de Westfalia.
Según Beykirch9 esta vieja tradición está asociada a otras muchas que señalan la invasión del Este para el día de la Asunción (15 de agosto).
El anónimo del oscurecimiento del aire es una tradición sin origen conocido, de la que únicamente se sabe que circulaba en Baviera inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial:
El oscurecimiento e infestación del aire con aniquilación de los malos hay que esperarlo después de los siguientes preliminares:
1. Quebranto del poderío mundial inglés.
2. Revolución en Francia e Italia.
El oscurecimiento e infestación del aire que menciona esta tradición como cosa conocida se refiere sin duda a la vieja creencia universal en “Tres días de tinieblas”, creencia con fundamento bíblico que comparten también otras culturas y cuyas características se desgranan en vaticinios más modernos. Por lo demás, ésta concuerda con las tradiciones del Bosque de Baviera (ver más adelante, por ejemplo, el Mühlhiasl).
El anónimo de la vieja profecía es una creencia universal muy antigua citada como tal por el Profesor Clement Münster en charla radiodifundida por la Radiodifusión de Baviera10:
La última batalla, en la que se enfrentarán las naciones de medio mundo, vendrá cuando las mujeres lleven pantalones como los hombres,
La expresión “cuando las mujeres lleven pantalones como los hombres” u otras parecidas, se atribuye a san Nilo en el siglo V; figura en el sermón “Timete Deum” que predicó san Vicente Ferrer en Barcelona el 13 de septiembre de 1403; y se halla también en vaticinios musulmanes. La peculiaridad de ésta es que aquí la señal se asocia a la “última batalla”, mientras que las otras hablan de “lo peor”.
El anónimo suizo, que procede de la Suiza de lengua alemana11, sin otros datos, se refiere a también a la gran batalla, de la que dice escuetamente:
Los sobrevivientes de la gran batalla podrán comer de una perola.
El rey victorioso tomará su comida de una perola.
Los vencedores se preguntarán uno a otro si deben ir a una o a dos posadas; con ello se quiere decir que quizá cabrían en una sola posada.
Existen tradiciones similares en Schleswig, al norte de Alemania, así como en Dinamarca.
La saga de Coblenza, Prophetische Sage über Koblenz, “cuyos orígenes se hunden en el pasado”12, dice que
En verdad te alegrarás, y desde la oscuridad se verá la luz, porque antes del año 2000 la Bestia y la Prostituta serán arrojadas al abismo. Nunca más saldrán de allí y el signo de la cruz brillará en la gloria de la luz con una fe y un pastor.
Pero también dice que
¡Ay, ay!, donde confluyen los ríos Rin y Mosela se armará tan sangrienta contienda contra rusos y bashkires que el Rin se enrojecerá a lo largo de 25 leguas.
Este es un texto característico: acumula información en pocas líneas con detalles concretos y específicos (bashkires, veinticinco leguas) sin autor, lugar ni año.
Desde Schleswig en el norte de Alemania hasta Suiza en el extremo sur de Centroeuropa, existen tradiciones acerca de una “Batalla mundial del Abedul”, Weltschlacht am Birkenbaum13, que deberá producirse junto a un abedul o arbolitos de abedul, cerca del Rin. A mediados del siglo XIX ya se esperaba en Düren una “Gran batalla junto al abedul” que ocurriría cuando los hombres pudieran volar por los aires, las mujeres llevaran pantalones y se peinaran los cabellos como una peluca14.
La tradición del mundo muy ateo, transcrita por primera vez en 184915, que parece remontarse por lo menos a la época del Venerable Holzhauser en pleno siglo XVII, fue muy comentada durante la Primera Guerra Mundial.
Vendrá un tiempo en que el mundo se vuelva muy ateo. El pueblo no querrá depender de reyes y superiores; los subordinados serán infieles a sus príncipes. Ya no habrá lealtad ni fe. Vendrá un levantamiento general, y el padre estará contra el hijo y el hijo contra el padre. En esta época se procurará pervertir las creencias de la fe en la iglesia y en la escuela. También se introducirán libros16 nuevos. La Iglesia Católica estará muy oprimida y se esforzarán en hacerla desaparecer completamente.
En esta época los hombres amarán el juego, las bromas y los apetitos de todo género, pero no durará mucho pues habrá un vuelco. Entonces estallará una guerra terrible. Por un lado estarán Rusia, Suecia y todo el norte; por el otro, Francia, España, Italia y todo el sur, bajo un príncipe fuerte. El Sur vencerá al Norte.
Antes del gran cambio y la completa renovación de la Iglesia, la silla del papa estará vacía durante un corto tiempo, y el Imperio17 alemán estará desgarrado por la discordia interna. Entonces estallará una guerra terrible.
Al estallido de la guerra le precederá una primavera temprana y muy bonita.
Durante la guerra se producirá una terrible oscuridad, durante la cual irán al abismo todos los malvados, menos un corto número que se convertirá.
La tradición del Hellweg18, similar a la del Abedul, recogida en 1907 por el Profesor Zurbonsen en esta antigua vía de invasión que va de este a oeste entre los montes del Haar y el río Lippe, en el norte de Alemania, dice así:
Cuando vengan de misa mayor el día de la Asunción, todo estará lleno de soldados alrededor de la iglesia.
Los habitantes del Hellweg deben huir Haar arriba. El momento será en cuanto empiecen a tronar los cañones en la comarca de Münster. Quien tenga un pie en el Rin, aunque sólo sea uno, estará a salvo.
La ciudad de Viena19 se verá en claras llamas, así como el Werl y la parte oriental de Dortmund.
Resulta difícil situar en el tiempo el origen de esta tradición, que sin duda es posterior a la difusión de la artillería en el siglo XIV. Por otra parte, hay que suponer que los acontecimientos descritos no se habían producido antes de 1907, como Zurbonsen no habría dejado de observar. Tampoco deben haber ocurrido en el curso de ambas guerras mundiales, pues Schönhammer hubiera hecho lo propio. Sin embargo, parece probable que algo de esto haya pasado ya: durante la Segunda Guerra Mundial los cañones tronaron cerca de Münster; Viena sufrió graves bombardeos y en el Rin nadie pudo considerarse a salvo.
El anónimo de la turbulencia, al que se califica también de vieja profecía, no aparece citado antes de 191520 aunque se ajusta admirablemente a la Segunda Guerra Mundial:
Toda la Tierra está llena de turbulencia e insatisfacción. Los gobernantes usan sus vastos poderes para dominar más y las masas en lucha se desenvuelven como una serpiente en busca de presa. Capturan las naciones vecinas y desperdician sus fuerzas en destruirse unas a otras.
Los vencedores no tienen energía para celebrar la victoria... porque la última media hora estará constituida por el período mas terrible de la historia humana [...] y cuando lleguen los últimos quince minutos del último momento [...] las masas amarillas del Sol Naciente y las masas blancas del Reino del Medio se darán las manos [...]
[...] y mira: vaciarán su terrible rabia en los habitantes del Reino de la Isla que está hinchado con la victoria y con la abundancia producida por su comercio por tierra y mar.
Sin embargo, es evidente que el segundo y tercer párrafo no han ocurrido. El Imperio del Sol Naciente es el Japón. El Reino del Centro podría referirse a China o tal vez a Mesopotamia (actual Iraq), pero en ambos casos habría incoherencia con la expresión “masas blancas”. El Reino de la Isla podría aludir al Reino Unido.
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De los cuatro vaticinios siguientes únicamente se sabe el nombre de la fuente:
María Stieffel, habría dicho, según el Barón de Novaye21:
Todos los pueblos de Europa se alzarán contra el coloso del Norte; se armarán contra él miles y miles de guerreros que se dirigirán al lugar donde estén reunidas sus hordas asiáticas para inundar de nuevo a Europa: los ejércitos llegarán a las manos en una llanura completamente cubierta de guerreros; la batalla durará ocho días [...] tras los cuales los pueblos de Europa retornarán victoriosos a sus hogares.
Del sacerdote católico Padre Juan, Pater Johannides, se recuerda que dijo22:
En relación con un terrible acontecimiento bélico, vi una niebla amarilla que surge del este y se extiende hasta las grandes corrientes rápidas. Al mismo tiempo marcha sobre el país una poderosa hueste que avanza asesinando, quemando y aniquilándolo todo.
Otra versión ligeramente distinta dice:
Del este se levantará una niebla amarilla que se detendrá junto a las grandes corrientes. Una horda monstruosa vendrá quemando y abrasando este país y aniquilando todo lo que se ponga en su camino. Sólo una pequeña parte se salvará; sobre todo, los que hayan reconocido los signos de los tiempos. El azote de Occidente se llama incredulidad y ateísmo.
Las grandes corrientes rápidas pueden ser los cursos altos de los ríos Rin y Danubio. En los vaticinios del siglo XX, el bombardeo de polvo amarillo lo realizan aviones procedentes del desierto africano, para cortar Europa de norte a sur y aislar a los ejércitos orientales que han penetrado en Europa occidental.
Peter Schlinkert, llamado el “vidente del Möhnetale”, der Seher von Möhnetale, describe a escala y con color local la huida de los ejércitos orientales por el Hellweg, perseguidos de cerca por los occidentales tras la sangrienta batalla del Abedul:
Junto al abedul, el ejército occidental librará una terrible pelea contra el ejército oriental y alcanzará la victoria después de muchas víctimas sangrientas. Los guerreros orientales emprenderán la retirada en salvaje huida por el Haar y cuando los habitantes de nuestras aldeas vean arder el lugar de Rune en el Haar de Werl sólo querrían huir lo más rápido al Bosque de Arnsberg.
En la Hostería del Káiser (en Stockum) se detendrán muchos jinetes con capas blancas para pedir un trago de agua, pero antes que la hostelera se lo sirva darán un vistazo, montarán y se irán, pues los guerreros occidentales les pisan los talones.
Los guerreros occidentales llegarán tan deprisa que los trabajadores de la carretera tendrán que dejar las palas y las azadas en el tajo. Se librará otro combate en el puente del Rhur cerca de Obereimer, aunque allí sólo combatirá la artillería y en esta ocasión sus disparos incendiarán las tres casas de Arnsberg que están más cerca de Obereimer. Algunos días más tarde se librará entre los guerreros occidentales y orientales la segunda y última gran batalla en suelo alemán, en concreto en la aldea de Schmerlecke, en la llamada Dehesa de Luse.
Los ejércitos orientales quedarán batidos hasta la aniquilación total y solo muy contados supervivientes escaparán para llevar a su patria la noticia de la monstruosa derrota. ¡Ay de ti, Hellweg, un atrocísimo ay! En Soest arderá toda una calle hasta la vieja iglesia, y la sangre de los caídos correrá a arroyos por la Puerta de Santiago. Después de estos días de desgracias y lamentos, la alegría y la paz retornarán a Alemania, aunque el primer año de la postguerra las mujeres tendrán que ir detrás del arado.
El monje llamado Araña Negra, die Schwarze Spinne, al parecer un monje alemán “que vivió hace siglos”23. Este vaticinio es una tradición típica, breve y cuyo contenido solamente hubiera cobrado sentido a posteriori de haberse realizado en su momento, cosa que, afortunadamente, no ocurrió. Los años concretos siempre están equivocados:
1999: la resurrección de Caín. Los bárbaros invadirán las ciudades y la gente civilizada se tendrá que ir al bosque.
2 Jacques Bainville, historiador francés nacido en Vincennes (1879-1936), miembro de la Academia Francesa, escribió una Historia de Francia y una biografía de Napoleón. La obra que se cita aquí es Consecuencias políticas de la paz, publicada en 1920. Bainville era monárquico y miembro de Acción Francesa.
3 Anónimo del día de San Marcos.
4 Anónimo del oscurecimiento del aire.
5 Tradiciones de la batalla del Abedul.
6 Anónimo de la vieja profecía.
7 Profecía de san Anselmo.
8 Jules Silver es el seudónimo del Profesor. Dr. Andreas Resch. Ver en Bibliografía: Silver, Prophezeiungen..., pág. 97.
9 Ver en Bibliografía: Beykirch, Prophetenstimmen; así como Silver, pág. 98.
10 Ver en Bibliografía: Grabinski, Flammende..., pág. 66.
11 Ver en Bibliografía: Silver, Prophezeiungen..., pág. 70.
12 Silver, pág. 97.
13 Véase en Bibliografía: Bönsen, Die Völkerschlacht; Buchholz, Schweizersagen aus...; Schöningh, Prophetenstimmen.
14 Silver, pág. 96.
15 Silver, pág. 48 y 76. Ver también en Bibliografía: Beckh, Bayerische..., pág. .82; Brick, Die Vision..., pág. 61; y, sobre todo, Zurbonsen, Die Völkerschlacht am Birkenbaum.
16 “Libros nuevos”: Posiblemente se refiera a libros litúrgicos distintos de los tradicionales del rito latino después de Trento.
17 La designación tradicional de Alemania es Reich, Imperio. La noción de “nación alemana” es relativamente moderna.
18 Prof. Dr. Friedrich Zurbonsen, Die Völkerschlacht am Birkenbaume, Colonia 1907; Prof. Dr. Albert Schönhammer, Psi und..., pág. 77.
19 La mención de Viena es sorprendente, porque queda muy lejos de los lugares citados, que están todos en la cuenca del Rin.
20 “45 Prophecies”..., www.unitypublishing.com/prophecy/bernadette.html
21 Charpentier, El libro de..., pág. 224.
22 Silver, pág. 116; Beckh, Der Dritte..., pág. 75.
23 “45 Prophecies”..., www.unitypublishing.com/prophecy/bernadette.html