NICOLAS DAUM
MAYO DEL 68:
LA PALABRA ANÓNIMA
EL ACONTECIMIENTO
NARRADO POR LOS PARTICIPANTES
ACUARELA LIBROS |
A. MACHADO LIBROS |
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© de la presente edición:
Ediciones Acuarela y Machado Grupo de Distribución, S.L.
Autor: Nicolas Daum
Título original: Mai 68 raconté par des anonymes (Éditions Amsterdam, 2008)
Traducción: Marisa Pérez Colina
Corrección: Encarnación González Gallardo
Maquetación: Antonio Borrallo
Edición:
Acuarela Libros
acuarelalibros@gmail.com
acuarelalibros.blogspot.com
Machado Grupo de Distribución, S.L.
C/ Labradores, 5 - Parque Empresarial Prado del Espino
28660 Boadilla del Monte (Madrid)
machadolibros@machadolibros.com
www.machadolibros.com
ISBN: 978-84-9114-208-9
Prólogo
1 ADEK
2 SUZANNE
3 ANTOINE
4 PAULINE
5 MICHEL
6 ROLAND
7 FRANÇOISE
8 DANIEL
9 ALEXANDRE
10 GABRIELLE
11 J.-P.
12 ZELDA
13 RENÉ
14 MARIE
15 PIERRE-ANDRÉ
16 BERNARD
17 DENISE
18 GÉRALD
19 DENISE Y GÉRALD
20 ROBERT
21 NICOLAS
Índice de personas, siglas y nombres de organizaciones citados
¿Por qué este libro y por qué este título?
Durante todo el movimiento de Mayo del 68, los periodistas se estuvieron dirigiendo al trío que solía estar entre candilejas, Daniel Cohn-Bendit*1, Jacques Sauvageot* y Alain Geismar*, en calidad de líderes. De hecho, este paradigma sigue hoy en día arraigado en muchas personas. El gobierno y parte de la prensa los calificaron de «líderes». Cohn-Bendit repetía una y otra vez que no mandaba sobre nada ni nadie, que tan siquiera era un portavoz y que, como mucho, se le podía considerar un megáfono. Tenía toda la razón. El movimiento estudiantil fue espontáneo desde el principio hasta el final.
Del lado de los trabajadores, ya fueran obreros, empleados del sector privado o empleados públicos, el movimiento arrancó de forma espontánea desde su base, el 14 de mayo exactamente, en la fábrica Sud-Aviation de Nantes, cuando el comité de huelga secuestró a los miembros de la dirección en sus propias oficinas. Las organizaciones se vieron desbordadas desde el principio y nunca consiguieron recuperar el control. Se les invitó a las negociaciones de los días 25 y 26 de mayo a iniciativa de un Georges Pompidou que estaba dispuesto a soltar todo el lastre necesario para que se volviera al trabajo. Esto llevó a los acuerdos de Grenelle. Triunfal, Georges Séguy* acudió a presentar su preestreno en las fábricas de Renault de la isla Seguin2, donde fue abucheado por los huelguistas. Sin embargo, estos acuerdos contenían en primer lugar avances importantes, aunque quizá especialmente para sectores no tan fuertemente sindicalizados como la industria automovilística y, por ende, con menos conquistas sociales3. Además, teniendo en cuenta que la Renault era uno de los «feudos» más seguros de CGT*, en condiciones normales esta debía haber jugado sobre seguro. Lo que se puso de manifiesto fue, por tanto, que, pese a dominar de cabo a rabo el paisaje sindical de la época, sobre todo en la industria, y a sentirse en la Renault como en su propia casa, CGT no tenía ninguna influencia sobre los acontecimientos. Por otra parte, Pompidou no se hizo de rogar para volver a echar a la olla todo lo necesario para resarcir a Séguy de su fracaso, y la cosa se convirtió en una «gran victoria sindical».
En cuanto a los movimientos con puntos de aplicación menos específicos como los comités de acción de barrio –así el protagonista de este libro–, los grupúsculos*** izquierdistas se infiltraron activamente en ellos aunque en vano, ya que no consiguieron instrumentalizarlos. Por otra parte, sus formas de coordinarse eran más bien virtuales: por ejemplo, Action *, el semanario creado para vehicular su voz y que no sobrevivió a Mayo del 68, reflejaba, además, una tendencia sesentayochista muy libertaria.
No cabe, por tanto, ninguna duda: no había nadie al mando ni entre los estudiantes ni entre los trabajadores. Los numerosos movimientos fueron espontáneos. Entonces, ¿quién los llevó a cabo? Las bases, los anónimos. Ellos no recibían sus consignas de nadie. Ellos fueron los verdaderos actores de Mayo del 68. El objetivo de este libro es darles la palabra, una palabra que muchas otras vedettes, menos honestas que Cohn-Benit, se dieron prisa en confiscar. Aunque quizá esté siendo demasiado severo: los micros siempre se dirigían hacia los mismos, los más visibles y los más accesibles, y es, por ende, bastante natural que estos tomaran la palabra que se les estaba ofreciendo.
Yo he tendido mi micro hacia unas personas mundialmente desconocidas y, sin embargo, actoras de pleno derecho de Mayo del 68 y de los años posteriores. Y he de decir, sin intención de ser grosero con algunos colegas, que la idea nació en 19874 a raíz del anuncio, muy cubierto mediáticamente, de la publicación de Génération, el libro de Hervé Hamon y Patrick Rothman. Las estrellas, que ya habían escrito libros y artículos, intervenido en debates y respondido a entrevistas, esas estrellas de quienes ya no había nada nuevo que aprender, iban a tomar la palabra, una vez más, mientras multitud de experiencias seguirían sepultadas en el olvido. Se trataba, de nuevo, de Historia people. Yo no era un profesional pero tenía a mano un grupo perfectamente representativo del movimiento: los miembros del comité de acción de un barrio de París, de los distritos III y IV, militantes de base donde los haya. Ellos tomaron apasionadamente la palabra que les ofrecí para confiarnos sus trayectorias individuales y singulares.
Resumen de los episodios precedentes
La década de 1960 había conocido numerosos movimientos sociales reivindicativos, una gran efervescencia en el terreno ideológico, sobre todo en las facultades, batallas políticas encarnizadas y un debate intelectual intenso. Era, sin embargo, como si Mayo del 68 hubiera salido de la nada.
El contexto de esta década estaba hecho de violencia militar y policial. La guerra de Argelia, finalizada en 1962, cuyos últimos años habían culminado en el horror al igual que sus repercusiones, estaba aún muy presente en las memorias: la masacre de argelinos del 17 de octubre de 1961 a manos de la policía de Maurice Papon, apogeo de una represión cotidiana feroz; la del metro Charonne, el 8 de febrero de 1962, contra los manifestantes; la desaparición (aún sin esclarecer) de Ben Barka, el 26 de octubre de 1965, con la complicidad de la policía, los servicios secretos y los barbouzes gaullistas5, por citar solo los hechos más destacados. Los años gaullistas fueron un río de sangre. El poder, profundamente autoritario, represivo y reaccionario, pesaba como una capa de plomo sobre la sociedad. Los «treinta gloriosos» estaban en su apogeo: el productivismo industrial y agrícola era el modelo prometido para los años venideros.
Mayo del 68 pilló a todo el mundo por sorpresa y, en primer lugar, a sus protagonistas. Sobrevino de repente y fue muy breve. Pero es imposible comprenderlo sin ligarlo a todo lo que se estaba desarrollando desde hacía bastantes años en muchos países: el movimiento Provo en Holanda; los hippies y, más tarde, los Yippies, la lucha contra la guerra de Vietnam y la segregación racial en Estados Unidos; los movimientos de contestación estudiantiles en Alemania; la revolución cubana y los movimientos democráticos contra las dictaduras en México, Sudamérica y otros lugares; las guerras de liberación de los países del tercer mundo contra los poderes coloniales o neocoloniales. En la década de 1960, la revolución cubana o la guerra de Vietnam eran objeto de una atención sostenida, de debates intensos y, para algunos, de una militancia activa. Se escuchaban corrientes musicales estadounidenses e inglesas, el rock, el rhythm and blues, el pop, todas ellas muy cargadas de una contestación de los valores dominantes. Todos estos movimientos configuraban un contexto extremadamente presente en los espíritus de esta época hasta el punto de que cabría decir que Estados Unidos hizo su Mayo del 68 durante toda la década. De hecho, los futuros actores de Mayo del 68 solían estar más atentos a lo que ocurría en otras partes del mundo que a la realidad de Francia.
Solo he tratado de recordar, brevemente, que Mayo del 68 no surgió en un desierto. Pero este no es el propósito del libro.
Repaso sucinto de la cronología
A comienzos de 1968, tras las agitaciones en Nanterre y la Sorbona, la serie de patinazos represivos de la administración universitaria y, después, del poder político, de su policía y su justicia, conducen a una radicalización y ampliación del movimiento. En la universidad de Nanterre, un grupo revolucionario se da a conocer con el apelativo que se les había asignado: los «Enragés»6. En la fecha emblemática del 22 de marzo nace el movimiento de mismo nombre entre cuyos miembros figura Daniel Cohn-Bendit*, cuya trayectoria futura es de todos conocida. Varios estudiantes, entre ellos el propio Cohn-Bendit, son llevados a comparecer por agitación ante el Consejo de la Universidad de París, cuya comisión de instrucción tiene que reunirse el 6 de mayo.
El 3 de mayo tiene lugar una concentración de apoyo en el patio de la Sorbona. Roche, el rector de la universidad, pide su evacuación manu militari a la policía, y esta rodea la universidad. Pese a las promesas hechas a los estudiantes de que se les iba a dejar salir libremente, muchos de ellos son brutalmente arrestados con el pretexto de identificarlos y conducidos a comisaría. La respuesta es espontánea, inmediata y encarnizada. La policía es atacada con un arma que había caído en el olvido: los adoquines. Las lecheras7 son tomadas por asalto y se consigue liberar a algunos detenidos. Se levantan barricadas por todo el Barrio Latino. Una novedad: los manifestantes toman la iniciativa sobre el terreno, y mientras ellos atacan y cargan, los policías retroceden. Otra novedad: la policía sitia la Sorbona. Esta medida desata un escándalo universal. Los sindicatos de estudiantes y de profesores de la enseñanza superior lanzan la consigna de huelga general de las universidades. Esa mañana, en L’Humanité, la editorial de Georges Marchais estigmatiza al «anarquista alemán Cohn-Bendit8» y a los «revolucionarios [...] hijos de la gran burguesía [...] que enseguida pondrán a media luz su llama revolucionaria para irse a dirigir la empresa de papá y a explotar a sus trabajadores».
Un tribunal correccional reunido de forma extraordinaria el domingo 5 de mayo por orden del gobierno condena a cuatro manifestantes a penas de prisión firme. Las manifestaciones del día 6 se transforman rápidamente en revueltas y se extienden fuera del Barrio Latino. Es cada vez más evidente que las organizaciones sindicales y políticas estudiantiles están completamente desbordadas y que se trata de un movimiento sin verdaderos dirigentes que se autoorganiza en la calle. Las calumniosas reacciones oficiales del PC9 y de CGT descalifican definitivamente estas dos burocracias ante los ojos de los estudiantes.
El día 7, una manifestación que arranca de la plaza Denfert- Rochereau inaugura una táctica que termina de desconcertar a la policía: se burla una valla corriendo por un itinerario alternativo y silabeando «hop, hop, hop, hop...». Alegría, sentido del humor, ironía y sentimiento de victoria animan los espíritus.
Amalgamando la editorial de L’Humanité y ciertas alusiones de la extrema derecha a propósito de Cohn-Bendit, los manifestantes responden coreando alternativamente el «¡Todos somos judíos alemanes!» y el ritmo magnífico de «Esto es solo el comienzo. ¡La lucha continúa!». Y así llegan hasta el Arco de Triunfo, donde cantan La Internacional y algunos orinan sobre la llama. Es un recorrido tremendo, y la policía, con muy poca movilidad en aquella época, es incapaz de seguirlo.
El 10 de mayo, los manifestantes que están pidiendo la liberación de la Sorbona sitiada por los CRS10 en armas se enfrentan con la policía que ocupa todo el Barrio Latino. Durante la noche se levantan de forma espontánea las primeras barricadas y comienza un cara a cara que se prolongará hasta las dos de la mañana: el ataque a los insurrectos se lleva a cabo rodeándolos a golpe de bombas de humo y gas lacrimógeno. Los asediados, a los que la policía corta cualquier posibilidad de retirada, responden con cócteles Molotov, adoquines y vehículos incendiados para ralentizar la progresión de los asaltantes. Durante toda la noche, los periodistas de las radios periféricas11, instaladas sobre motos emisoras, surcan el campo de batalla y dan cuenta de forma continua de todo lo que ven: por una parte, informan a los manifestantes de las maniobras del adversario y, por otra, arrojan a los ojos de la población una cruda luz sobre los métodos de la policía. En la madrugada del día 11, el rastreo metódico de los manifestantes que no pudieron encontrar refugio en ninguna casa o en la École Normale Superieur12 es salvaje y ciego. La policía la toma contra todo lo que se mueve, estudiantes o no, y lanza granadas a las ventanas de los pisos y a los escaparates de las tiendas.
Estos acontecimientos despiertan una indignación general en la opinión pública que, para sorpresa del gobierno, no se dirige contra los numerosos destrozos cometidos por los agitadores sino contra la violencia empleada por las fuerzas del orden.
El sábado 11, todos los sindicatos de trabajadores, los universitarios (estudiantes y profesores) y los estudiantes de enseñanza secundaria convocan una jornada de huelga general para el día 13. Son los días en los que el gobierno de Pompidou – que acaba de regresar de urgencia de un viaje oficial a Afganistán– comienza a dar la serie de pasos hacia atrás que hará tambalearse al poder del Estado: ordena a la Justicia la revisión del juicio de los manifestantes condenados el domingo anterior y su liberación. Una vez más, los magistrados se sacrifican dócilmente. La policía recibe la orden de retirarse del Barrio Latino.
La huelga general tiene un seguimiento amplio, y el 13 de mayo es testigo de la manifestación pacífica más masiva que se haya visto nunca en Francia. En medio de la simpatía general, la marcha atraviesa París desde la plaza de la República hasta Denfert Rochereau, un recorrido ya bastante largo, y desde ahí hasta el Campo de Marte. Entre los estudiantes la consigna es solidarizarse con los trabajadores. En cuanto la policía se retira, la Sorbona se llena de un ambiente de fiesta, ambiente que caracterizará todo el mes de mayo: los estudiantes decretan que la universidad será, a partir de entonces, un espacio abierto a los trabajadores. Las exigencias del movimiento de las ocupaciones serán: democracia directa, ejecución inmediata de las decisiones adoptadas en asamblea general, libertad de expresión total, universidades abiertas a todo el mundo. En las paredes, los graffitis subversivos13 se convierten enseguida en un práctica generalizada: «Jouir sans entraves, vivre sans temps mort» [Gozar sin trabas, Vivir sin tiempos muertos], «Il est interdit d’interdire» [Está prohibido prohibir], «Métro, boulot, dodo» [Metro, curro, cama]. Y en las paredes de la capilla de la Sorbona se escribe: «No se puede pensar con libertad a la sombra de una capilla». La ocupación de las universidades se organiza, en un clima de entusiasmo, desde las asambleas generales permanentes.
El día 14, los obreros de la Sud-Aviation de Nantes ocupan su fábrica y secuestran al director. El 15 hacen lo propio los de la fábrica Renault de Cléon y en los días sucesivos el tándem huelga/ocupación de la fábrica se convierte en una práctica generalizada: universidades, institutos, fábricas, oficinas, administraciones, en unos pocos días toda Francia está ocupada. Dirigidas por comités de huelga autónomos, estas acciones se llevan a cabo sin ninguna directiva sindical e incluso en contra de directivas opuestas a ellas14.
Los estudiantes buscan el encuentro con los trabajadores en huelga, sobre todo en las fábricas de Citroën y Renault15, para manifestarles su solidaridad e intentar formar una unión. Pero suelen ser recibidos con una frialdad glacial: los obreros ven a los estudiantes, hijos de los ricos, como marcianos. Algo que da lugar a nuevas e innobles calumnias por parte del PC y de CGT.
Este contexto es testigo del nacimiento, en todos los barrios, de los Comités de Acción de estudiantes-trabajadores, cuyas asambleas generales (que todo el mundo conoce por «A.G.») se celebran en los locales, ahora disponibles, de las diferentes administraciones paralizadas o de las escuelas en huelga. Durante algunos meses, una Coordinación trata de organizar la cooperación entre sus acciones, y un semanario, Action *, se convierte en su medio de expresión.
Este es el momento de hacer un zoom sobre los distritos III y IV de París, sobre el Marais, que todavía era, en gran medida, un barrio pobre, popular y principalmente habitado por artesanos y obreros. Tanto en los viejos y destartalados hoteles particulares como en los edificios más corrientes, en todos los pisos cabía encontrar habitaciones económicas y, a menudo, bastante insalubres, o bien talleres de pequeños oficios diversos. El taller se encontraba muchas veces en la misma vivienda. El barrio de la calle Rosiers tiene ahora un aspecto prácticamente irreconocible para quien lo conoció entonces, pero en 1968 todavía estaba tal y como había sido cuando se convirtió en el punto al que iban a parar los judíos que huían de las persecuciones en el período de entreguerras: decrépito, vetusto, superpoblado. Si han visto fotografías o películas de las redadas que se hacían durante la Ocupación, por ejemplo, el paisaje urbano seguía siendo idéntico. La rehabilitación no lo había transformado aún en el barrio chic que es hoy en día.
Los Comités de Acción (denominados «CA») de estos dos distritos se fusionaron a finales de 1968 y principios de 1969, y el CA III y IV se perpetuó durante un tiempo excepcionalmente largo: hasta 1972. Estuvo haciendo su trabajo militante sin que se hablara de él más allá de su «pueblo» y mantuvo su autonomía con ferocidad mientras casi todos los demás comités terminaban o bien siendo recuperados por las organizaciones cuyo objetivo era ese, o bien desapareciendo por falta de militantes.
¿Qué es el Comité de Acción?
Sus miembros lo cuentan hablando desde sus propias experiencias y vivencias, así como desde su devenir (¿por qué no usar este neologismo?), en las entrevistas que mantuve con ellos durante los primeros meses de 1988, en vísperas del vigésimo aniversario, y en 2007, con vistas a esta reedición, para que la memoria y la experiencia de las bases no se borren.
¿Cuánta gente participaba en él? En los primeros días de mayo, 80 o 100 personas se reunían todos los días en la Escuela de Artes Aplicadas e, incluso, una o dos veces, ¡en el ayuntamiento abandonado! Durante los años posteriores, las reuniones semanales contaban regularmente con unas veinte personas. Su intervención era esencialmente local, en un barrio céntrico pero situado simbólicamente lo bastante lejos de las diferentes galaxias donde se desarrollaron los acontecimientos principales (el Barrio Latino, Billancourt, etc.) y donde convergían todas las miradas. De todos los que formaron parte en uno u otro momento de este comité, muchos se dispersaron y perdieron completamente el contacto, mientras otros continuaron viéndose, dependiendo de las afinidades personales o, simplemente, de las relaciones de vecindad. Si bien se dio una cierta rotación de parte de estos militantes, un número significativo de ellos permaneció todo el tiempo. Hay, por tanto, al igual que en la tragedia griega, una unidad de espacio y de acción (aunque el tiempo es un poco elástico).
Descubrirán a estas personas a partir de sus propias palabras y ellas les harán ver Mayo del 68 a través de sus miradas. Todas han revisado y dado el visto bueno a este texto, objeto, con frecuencia, de múltiples conversaciones. No veo nada pertinente que añadir. Algunos editores me sugirieron la idea de sintetizar un «material» que les parecía demasiado en bruto, demasiado «etnográfico», de acuerdo a uno de ellos o, incluso, de extraer una novela. Pero a menos de parafrasear lo dicho, me siento incapaz de decir las cosas de una forma más justa y más viva.
Por otra parte, no se trata de personajes públicos: ninguna de estas personas estuvo en el primer plano de la escena mediática, no hubo líderes. Se dieron a conocer en su barrio pero han permanecido en el anonimato. Por diferentes motivos no me ha sido posible entrevistar a todas las personas a las que podía haber tenido acceso. Esta serie de entrevistas solo representa, por tanto, a una parte del CA, pero lo expresa totalmente: se trata de su voz.
La primera edición, titulada Des révolutionnaires dans un village parisien16, quedó empañada a causa de múltiples errores y omisiones, por ejemplo, y por diversos motivos apenas se distribuyó. Esta edición incluye varias entrevistas nuevas y un aparato crítico algo más detallado. Algunas de las entrevistas han sido completadas.
Determinadas personas, sobre todo mujeres, no han querido expresarse por razones que respeto pero también lamento. ¿Por qué las mujeres? Solo puedo constatarlo y, de hecho, me lo pregunto, pero ignoro la respuesta. Por desgracia, este hecho agrava el desequilibrio numérico entre mujeres y hombres en el libro. Aquellos años acarrearon unas transformaciones especialmente intensas en la vida de las mujeres: fue una época bisagra en la que estas ganaron muchas cosas pero también pagaron mucho por ellas. Habría preferido que expresasen las razones de su negativa a participar en vez de permanecer en el silencio: evocar la herida, los desgarros quizá, la nostalgia de aquellos años apasionantes, la amargura de esas esperanzas frustradas por las que tanto luchamos. Una lástima.
He aprendido mucho haciendo estas entrevistas tanto con quienes hoy son mis amigos (a los que pregunté sobre cuestiones que nunca habíamos abordado: nuestros estados de ánimo no solían formar parte del orden del día en aquel entonces), como con quienes había perdido de vista o apenas conocido, dado que mi propia participación en la vida del CA tan solo duró un año. Todos me acogieron con calor y me han dado mucho. En consecuencia, además de descubrir muchas cosas que ignoraba, he disfrutado un montón. Algo que también tengo que agradecerles. Quiero dar asimismo las gracias a mi primer editor, Simon Reynolds, una de las personas que han hecho posible la redacción de este libro además de haberme dado una libertad total. Si siempre me he considerado un autor afortunado es a él a quien se lo debo.
Notas al pie
1 En el texto, un asterisco (*) indica la existencia de una información en el índice final, y dos asteriscos (**), que el libro contiene una entrevista de la persona así señalada.
2 Durante mucho tiempo en estado de baldío industrial, como todas las fábricas abandonadas que ocupaban un vasto territorio en Boulogne- Billancourt e Yssy-les-Moulineaux, los talleres situados en la isla Seguin constituían el corazón simbólico de la Renault, siendo el propio obrero de esta empresa un emblema del proletariado.
3 El balance de los acuerdos quedó ciertamente mitigado, ya que, tal y como había augurado Pompidou, la inflación reabsorbió rápidamente todos los aumentos. No obstante, en ciertos sectores como, por ejemplo, el hospitalario, las condiciones laborales cambiaron radicalmente.
4 De una conversación con Denise, cuya entrevista leerán aquí.
5 Barbouze es una palabra del argot francés que procede de las palabras barbe («barba») o barbu («barbudo»). Designa a los integrantes de un grupo no oficial de agentes o personas ligadas a la Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE) francesa encargados de auxiliar a las fuerzas oficiales en su lucha contra movimientos violentos o subversivos y, especialmente, contra la organización clandestina OAS a principios de los años sesenta. El nombre algo despectivo de barbouzes lo empleó por primera vez la OAS para designar a los trescientos hombres que, bajo el paraguas de una organización llamada Movimiento para la Cooperación (MPC), realizaban el trabajo sucio contra la subversión en apoyo de las fuerzas de seguridad oficiales. http://es.wikipedia.org/wiki/Barbouze. [N. de la T.]
6 Los Enragés fueron una de las facciones más radicales de la Revolución francesa de 1789, entre quienes cabe destacar a Jacques Roux. [N. de la T.]
7 Término familiar que designa la furgoneta utilizada por la policía para trasladar a las personas detenidas. En francés, paniers à salade.
8 Contrariamente a los rumores, no escribió «judío alemán».
9 «Algunos grupúsculos [...] compuestos, en general, por hijos de la gran burguesía [...] intentan impedir el buen funcionamiento de la universidad», L’Humanité, 4 de mayo, p. 4.
10 Los CRS son los policías antidisturbios de la República. [N. de la T.]
11 El Estado detentaba desde hacía tiempo el monopolio de todas las emisiones hertzianas dentro del territorio. Había varias emisoras de radio y una cadena de televisión «de servicio público» agrupadas en la ORTF, una suerte de Pravda del gobierno. Pero también estaban las radios «periféricas» de onda larga, así la RTL y Europa 1, que emitían, respectivamente, desde Luxemburgo y Alemania y tenían capacidad para cubrir buena parte del territorio. Estas radios disfrutaban de una independencia relativa. La cobertura mediática de las manifestaciones, a las que la ORTF no acudía, representaba, para ellas, un golpe formidable.
12 Escuela Normal Superior: «La misión original de esta escuela era la de formar profesores pero se centró ampliamente en la preparación del concurso de agregación. Sin embargo, la enseñanza no es el único propósito de las ENS y los estatutos actuales prevén que la Escuela dote a los alumnos de una formación cultural de alto nivel orientada tanto a la investigación científica fundamental o aplicada, como a la enseñanza universitaria o a las clases preparatorias para el acceso a las grandes escuelas, así como a la enseñanza secundaria». Esta definición es una traducción de la original, extraída de Wikipedia. [N. de la T.] http://es.wikipedia.org/wiki/Escuela_Normal_Superior_%28Francia%29.
13 La práctica del tag era totalmente desconocida hasta ese momento.
14 En el testimonio de Françoise podrán leer un relato de huelga que ilustra perfectamente todo esto.
15 El París intramuro y la periferia cercana eran todavía una aglomeración muy industrial con muchas grandes empresas como PME. El emplazamiento histórico de la Citroën se encontraba en el lugar donde actualmente se ubica el Parque André Citroën pero tenía una extensión mucho mayor: eran unas fábricas enormes en pleno distrito XV. La isla Seguin, donde se encontraba el corazón de las fábricas de la Renault, no estaba mucho más lejos, en el Sena. A cada lado, en Issy-les-Moulineaux y, sobre todo, en Boulogne-Billancourt, la Renault se extendía sobre una zona inmensa. Desde la Sorbona hasta allí se podía llegar caminando en tan solo una o dos horas.
16 Des révolutionnaires dans un village parisien [Revolucionarios en un pueblo parisino], París, Londreys, 1988.
Entrevista realizada en 1988
Adek: En 1968 ya tenía 31 años y cierto pasado militante a mis espaldas. Creo que fui uno de los primeros integrantes del CA: unos militantes del PSU* se pusieron en contacto conmigo porque distribuía el Courrier du Vietnam en el mercado de la calle Bretagne. En esa época yo estaba en los comités Vietnam de Base**, una organización maoísta cuyas cabezas pensantes provenían, en general, de la École Normale Supérieure1 de la calle Ulm. Algunos de nosotros tuvimos una primera reunión en un bar del distrito III y después otra en la Escuela de Artes Aplicadas. Estaban Daniel**, Najman*, que tenía un discurso político muy elaborado, y también Gérald**, que enseguida me cayó muy bien; Gérald, que el día de la ocupación de la Renault llegó gritando: «Camaradas, es la revolución!». [Risas.]
Nicolas: ¡Pero es que era cierto!
A.: ¡Un abogado preguntó un día que de dónde íbamos a sacar las armas refiriéndose a la armería vecina! Había cien personas. Todo el mundo se puso a tranquilizarlo, claro.
N.: Si piensas en lo que pasaba durante la Revolución francesa era exactamente lo mismo: unos comités de ciudadanos sin ninguna organización clandestina tomaban ese tipo de decisiones.
A.: No había desconfianza en absoluto. Teníamos que haber sabido que habría uno o dos polis en la sala. El pensamiento iba más rápido que los acontecimientos, eso es la utopía: todo avanzaba bien, ya no había poder, la calle era nuestra y no había ninguna razón para que la cosa se detuviese. Transformábamos las cosas y ellas nos transformaban a nosotros.
Una de las cosas más increíbles que recuerdo de Mayo del 68 son los grupos de discusión de calle. En esa época el Comité de Acción aún se reunía en la Escuela de Artes Aplicadas y había afiliados a partidos políticos, algunos individuos e incluso militantes del PC, ¡aunque solo en la primera reunión! Nos habíamos dividido en tres grupos de discusión en el barrio. Yo estaba en el de la Plaza de la República: pegábamos carteles y discutíamos con la gente hasta que nos daban las dos o las tres de la mañana. Todo el mundo se acercaba, incluso miembros de partidos políticos, ¡hasta Dominati estuvo un día2! Podíamos llegar a juntarnos hasta treinta o cuarenta personas en esa plaza, muy distintas unas de otras. Una vez, una autoridad en medicina vino a decirme que la contestación de sus estudiantes le había abierto los ojos, que ellos tenían una idea más justa de la medicina que él, que gracias a ellos había recuperado ideas y ambiciones que ya había perdido. En otra ocasión, unos empleados de Rhône- Poulenc contaron la insultante jerarquía de su empresa donde unos iban con batas blancas, otros con monos de trabajo, los cuadros medios con traje de chaqueta y corbata, los cuadros superiores en mangas de camisa. La primera medida adoptada tras la ocupación de la empresa fue la abolición de esas diferencias indumentarias para que cada uno pudiera vestirse como quisiera. Las personas intercambiaban ideas, decían cosas esenciales de sí mismas, daban lo mejor de sí. La cosa duró tres semanas o un mes. Y estábamos enganchados, nunca hubo ninguna hostilidad.
N.: La calle era totalmente nuestra, el poder había desaparecido.
A.: Sí, pero es que ni siquiera nos lo planteábamos, nos sentíamos completamente apoyados por todo el mundo, no imaginábamos la posibilidad de que la policía viniera a desalojarnos. Hacíamos cosas de las que nunca me hubiera creído capaz, nos atrevíamos a todo, hasta nos atrevimos a creernos los representantes de lo que imaginábamos eran los deseos profundos de toda la gente que nos rodeaba. Pero podíamos creerlo, podíamos pensar que la gente nos apoyaba porque había una huelga general y todo el mundo estaba en el movimiento. Todo el mundo vivía por encima de sus posibilidades intelectuales, emocionales, afectivas: todos se superaban a sí mismos. Alguien que te cogía haciendo dedo podía llevar en su maletero cinco mil octavillas para distribuir en algún lugar o dirigirse a una reunión. ¡Un amigo del CA me contó que le había cogido en autostop un coronel de los CRS3 y que había estado discutiendo con él durante todo el trayecto! Era mayo o quizá junio, ¡totalmente al comienzo de todo! Antes de que volviera la gasolina. La huelga había instalado un clima muy particular en la calle: no había metro, no había buses, hacía buen tiempo, la gente paseaba, todo el mundo hacía dedo. No se vivían las mismas cosas que de costumbre, incluso en el plano material, todas las personas que circulaban en coche cogían a la gente que hacía dedo y si se desplazaban en coche era porque tenían que hacer cosas para el movimiento.
Cuando el movimiento terminó, todos los grupos políticos que participaban en el CA recuperaron su autonomía y solo permanecieron las personas «inorganizadas», las que no pertenecían a ningún partido. Un grupo de maoístas del CVB*, con los que yo militaba, se retiró del CA para dedicarse al pensamiento teórico, mientras los pequeños burgueses que éramos el resto nos pusimos a jugar a hacer la revolución: ¡llegaron a pedirme que borrara sus nombres de mi agenda! No se lo creían. Los movimientos más politizados estaban en contra de lo que estaba ocurriendo. Al principio nadie lo entendía.
De las manifestaciones anteriores a Mayo del 68, las manis por la paz en Argelia o en Vietnam, lo que recuerdo, esencialmente, es que corríamos todo el tiempo delante de la policía. Todos huíamos como conejos en cuanto veíamos dos quepis de la madera. En 1967 apareció de repente un servicio de orden con cascos que nos defendía de la policía y nos permitía hacer nuestras manifestaciones tranquilamente, algo totalmente imposible hasta ese momento. Atreverse a resistir era algo nuevo y en el 68 nos hicimos los amos de la calle.
Comencé a militar por Hungría en 1956. Acudí a una manifestación contra la entrada de los rusos en Hungría, pero, al ver cómo se expresaba la extrema derecha en esa manifestación, me fui al día siguiente a la contramanifestación del PC, donde volví a sentirme fuera de lugar porque no me identificaba con los lemas de los comunistas: yo no podía aceptar la invasión rusa. Siempre me había sentido un poco así, un tanto confuso, con una dificultad para posicionarme de una forma muy clara o muy marcada.
N.: ¿Quieres decir que no sabías cómo posicionarte?
A.: Estaba en contra de la invasión rusa de Hungría pero no creía que la extrema derecha se manifestara en defensa de la libertad, no pensaba que su lucha fuera la mía. Al día siguiente me sentí igual de incómodo en la mani del PC y por las mismas razones. El PC tampoco se manifestaba en nombre de la libertad.
Después estuve en los comités por la paz en Argelia. En este tema también estaba bastante cerca de la posición del PC pero me sentía un poco más a la izquierda. Después le llegó al turno a los comités Vietnam de Base, que eran maoístas, pero yo no entendía demasiado y ellos eran los que estaban más radicalmente en contra de la guerra: mientras el PC decía «¡Paz en Vietnam!», ellos decían «¡El FLN vencerá!». No me sentía del todo a gusto en medio de estos grupos cuyos militantes tenían referencias bastante librescas mientras que yo no tenía ninguna «cultura política» en el sentido militante. Era incapaz de coger un libro de Marx o de Lenin, y cuando lo intentaba no entendía nada. Mis reacciones a las cuestiones políticas eran más afectivas que teóricas. Por ejemplo, cuando se estrenó la obra Les Nègres de Jean Genet, el PC la consideró racista y a mí me pareció, por el contrario, extremadamente revolucionaria. Yo no reaccionaba a nivel de los lemas políticos. Con las gentes muy politizadas como los maoístas no me sentía capaz de discutir.
N.: ¿Qué significó el CA para ti?
A.: En todos los grupos donde había militado, que eran igualmente informales, nos parecíamos bastante los unos a los otros o, al menos, la parte de nosotros que revelábamos a los demás era bastante similar. El CA era, por el contrario, el grupo con gente más distinta a mí, donde todos revelaban más de sí mismos, sus reacciones, sus emociones. No tengo una noción muy clara de mí mismo como individuo: tengo la impresión de ser una pequeña parte de la vida, me veo reflejado en los demás, me reconozco fácilmente en ellos, me cuesta posicionarme y suelo ser contradictorio. Y en el CA podía serlo porque, aunque había gente muy distinta, los desacuerdos no eran fuertes. Anteriormente, cuando me enfrentaba con alguien siempre me podía definir en oposición a él porque representaba el fascismo o el mal, pero en el CA la gente era más difícil de etiquetar. Yo tampoco me veía nada etiquetable y por eso me sentía mucho mejor entre gente con la que era posible tener intercambios a muchos niveles, personas con contradicciones, complejas, de orígenes sociales muy distintos, de edades diferentes, ¡donde había mujeres! Porque no había demasiadas mujeres en los grupos donde había estado anteriormente, y cuando las había, se las consideraba como hombres (y físicamente tenían algunas veces el mismo aspecto).
N.: En los movimientos que yo había frecuentado antes del 68, ¡las militantes llevaban jerséis azul marino gordísimos y fumaban tabaco Boyard de papel maíz4! [Risas.] Eran más profundamente viriles que cualquier militante!
A.: ¡Totalmente! En el CA, por el contrario, las mujeres se expresaban como mujeres. Había gente que procedía de ambientes más bien acomodados y en las manifestaciones, por ejemplo, me sorprendía la belleza de los hombres y de las mujeres. En los grupos políticos anteriores nos sentíamos a menudo como una especie de frustrados y la imagen que la gente tenía de nosotros era la de una peña con acné, gafas, parcas, etc. Recuerdo la manifestación del primero de mayo de 1968: ¡estaba llena de gente bella! ¡De hombres guapos, de mujeres guapas! ¡La mismísima gente afortunada estaba del lado de la gente sin suerte!
N.: No comprendo qué quieres decir con esto de la suerte y la belleza.
A.: Nací en 1937 en Dantzig5 y en 1938 nos refugiamos en Francia. Mi padre murió en un campo de deportación. Si mi madre y yo no fuimos detenidos fue solo por casualidad, porque tuvimos suerte. Esos campos fueron muy importantes para mí: todos los lienzos en los que estoy trabajando ahora giran en torno a ellos. Tengo la sensación de que hay una suerte de injusticia en el hecho de que otros hayan tenido que pasar por ellos y yo no. Por eso me he nutrido de todos los relatos posibles sobre los campos de deportación en un intento de vivirlos, con la sensación de que esas lecturas me iban a permitir hacer como si hubiese estado en ellos. Esto podría explicar la gran cantidad de judíos que había en los colectivos de izquierda*. Militar es algo relativamente natural para mí. Lo que me sorprendió en el 68 es ver militar a gente a la que nada empujaba a hacerlo.
Por otra parte, la belleza siempre me ha resultado problemática. He tenido durante mucho tiempo la impresión de ser muy feo y la belleza física me fascinaba. Odiaba a la gente guapa, sentía una fascinación-rechazo, y en Mayo del 68 la belleza tenía su peso.
N.: En tu opinión, ¡era la primera vez que la gente guapa salía a la calle!
A.: ¡Y nosotros, los feos, estábamos con ellos! [Risas.] En mi entorno social, que era muy humilde, cualquier ventaja de la naturaleza era una posibilidad de acceso a un bienestar mayor. La belleza de las chicas, por ejemplo: una chica guapa podía casarse bien, un chico espabilado podía apañárselas mejor. Mientras que en un medio social acomodado la belleza no es tan importante, en mi ambiente ese es el tipo de ventaja que puede permitirte ascender. Cualquier recurso es una oportunidad. Yo vivía en Montreuil, en un municipio comunista, y la suerte con la que conté fue la biblioteca de Montreuil, que era muy bella, muy atractiva, muy abierta. Allí intentaban engancharte, retenerte, y siempre había un lugar para ti aunque solo tuvieras doce o trece años. Mi suerte fueron los libros que pude coger allí. Mi pequeña parcela de suerte me ha permitido ser el privilegiado en que me he convertido hoy, aunque tampoco hace falta mucho.
La peor de las servidumbres es vivir sin tener una mirada sobre lo que uno está viviendo. En un campo de deportación el que tiene una mirada sobre lo que está viviendo me parece un privilegiado en comparación al que lo sufre sin comprender. Es aquí donde reside la cuestión de la suerte entre los que no tienen poder. Así pues, en las manis del 68 donde la gente era tan guapa, mis sentimientos estaban divididos: de repente era un acontecimiento agradable estar junto a aquellos a los que la vida había mimado. Yo mismo era un poco privilegiado porque tenía una mirada que no se correspondía con mi medio social, que era totalmente inculto. Era la oportunidad de codearme con privilegiados sin avergonzarme de ello, pero al mismo tiempo me fastidiaba que siguieran siendo los detentadores de cierta suerte de poder intelectual. Frente a la gente con dificultades para expresarse, estas personas seguían conservando, finalmente, ese privilegio, además de la belleza. No se les consideraba militantes en el sentido tradicional del término. Sus objetivos no tenían por qué ser necesariamente revanchistas, sino que más bien constituían actos de solidaridad.
En el CA sucedía lo mismo: estaba compuesto de gente muy diversa. Con el tiempo terminamos siendo un grupo muy unido, y el problema gordo es que, al final, esa suerte de compenetración alejaba a los demás. Nos quedamos totalmente aislados. Teníamos nuestros códigos, las cosas que había que decir, las que no se podían nombrar.
N.: ¿Te parece que había una cohesión muy fuerte? ¿Un cierto conformismo?
A.: Sí, creo que esto era hasta tal punto cierto que poco a poco dejamos de encontrar un lugar en las manifestaciones a las que acudíamos: dejábamos pasar al PC*, por supuesto, y después dejábamos pasar a la Voix ouvrière * porque eran tristes, a las AJS* porque eran las monjitas del pensamiento, luego a los maoístas, obviamente, y al final nos encontrábamos en medio de los gazolines del FHAR*, con quienes normalmente tampoco teníamos nada que hacer. Su lucha no era, evidentemente, la misma que la mía pero era con ellos donde me encontraba en mi salsa porque eran los más inconformistas en sus formas de expresión. Una vez acudí a una de esas manifestaciones con una bandera que había preparado un amigo escultor: la había hecho con dos hojas de plástico que tenían muñecas y flores. Era una bandera muy bonita, pero la gente venía a preguntarme si era ecologista, a favor del aborto, etc. Cuando lo que yo quería expresar era que estábamos contra las banderas, que era una antibandera.
N.: Querías hacerte un poco el incomprendido...
A.: Quería decir que las banderas me aburrían y fui a otra manifestación con una sencilla bandera transparente para decir que estaba hasta las narices de las ideologías, de las pertenencias, de los enrolamientos. Los amigos comprendían perfectamente el mensaje, pero el resto de la gente no. Para reírnos de los lemas gritábamos: «¡Viva la lucha victoriosa del pueblo del distrito III!».
En un momento dado me dije que algo debía estar fallando porque ¡no era posible que solo estuviéramos en lo cierto las treinta personas del distrito III frente a toda la gente de nuestro alrededor! [Risas.] ¡Algo no iba bien! Encima, entre nosotros treinta tampoco estábamos de acuerdo en todo. Pensé que algo no funcionaba porque el grupo se estaba volviendo elitista, de suerte que siempre nos valorábamos positivamente entre nosotros y negativamente a los demás.
N.: En la década de 1970 estábamos muy aislados con nuestro carácter autónomo, libertario, en medio del estalinismo triunfante, en ese clima globalmente autoritario.
A.: Intentamos conservar las relaciones con otros Comités de Acción en principio parecidos al nuestro, pero no éramos nosotros. Nos cerramos y morimos, pero casi nunca discutimos de ello.
N.: ¿Te quedaste hasta el final?
A.: Sí, y lo viví con mucha tristeza; por eso me reciclé enseguida. Pero era menos interesante porque eran individuos con los que tenía una relación menos emocional. Lo sorprendente de este Comité de Acción es que muchas de las personas que conocí en sus últimos tiempos no habían estado al principio. Su cohesión era independiente de los individuos que lo componían: si alguien llegaba, se integraba, y si alguien se iba tampoco era grave porque lo importante era el caldo de cultivo. En el clima de aquella época un Comité de Acción podía vivir pero ahora haría falta mucho impulso para mantenerlo vivo. ¡Nos parecíamos tan valiosos a nosotros mismos! Como unos supervivientes del 68, milagrosamente salvados a diferencia de todos aquellos a los que los partidos estructurados se habían ventilado.
N.: Estábamos un poco como en una isla desierta, como náufragos en un océano de hostilidad.
A.: En cierto momento tomamos conciencia de ello y nos pusimos en contacto con otros comités que eran asombrosamente parecidos a nosotros, el mismo tipo de individuos que nosotros. Pero permanecimos entre nosotros. Tampoco creo que ellos desearan profundizar en la relación. Nos gustaba nuestro barrio, hablábamos de él con lágrimas en la voz. Era una política de lo cotidiano, de lo local, de la calle, de las relaciones de vecindad. En algunos edificios, los vecinos de los distintos pisos se conocían: era lo contrario de la forma tradicional de hacer política echándose referencias a la cara.
N.: ¿Te sentiste huérfano cuando el CA terminó?
A.: Desde siempre, por razones que no tengo claras ni yo mismo, me ha atraído conocer lo que ocurría a mi alrededor. Necesitaba otro espacio donde expresar esa solidaridad que sentía por quienes se encuentran en posiciones marginales u oprimidas. Después del CA solo encontré sustitutos. Conservo relaciones afectivas con muchos de los viejos compañeros. No hubo rupturas, más allá de las geográficas cuando alguien se mudaba. Me impliqué en otra cosa, me metí en el MLAC*.
N.: ¿Por qué el MLAC? ¿En qué te afectaba?
A.: Porque estaba casado y me parecía justo luchar por el aborto. A mi juicio era absurdo que hubiera mujeres que tuvieran que abortar de forma clandestina. Tuve amigas con este tipo de problemas. Me sentía con el mismo nivel de implicación que ellas en esto, pero para mí no era algo tan esencial. Hubo un tiempo en que realizamos abortos en nuestro pequeño grupo, aunque siempre me negué a asistir, en primer lugar, por ser un tío, porque había algo de voyeur en ello, pero también porque no me afectaba del mismo modo.
Pero mi espacio de auténtica militancia era el comité Libération. Estaba compuesto por gente que se movía en torno al periódico Libération, que compartía la sensibilidad que este expresaba en aquel entonces, su forma de abordar los problemas. No era el mismo periódico de hoy: no tenía publicidad ni deportes. Era un poco la continuación del CA, nuestra relación con Libé era un vínculo afectivo, no se trataba de vender el periódico en el mercado o de apoyar su existencia. De hecho, estábamos todos los reciclados de todos los movimientos o grupúsculos que se partían la cara. [Risas.] En el barrio nos organizamos para tener hijos unos detrás de otros con la voluntad de criarlos juntos. La mayoría de las amigas estaban en contra de las guarderías; el lema era «guardería-escuela-ejército». En su opinión, las guarderías eran el comienzo de cierto tipo de socialización que rechazábamos, aunque sí querían que los niños se criaran juntos para que tuvieran otro tipo de socialización. Hubo guarderías «salvajes»6 que subsistieron durante cierto número de años y de las que se encargaban los padres. Pero volvía a ser un asunto de privilegiados porque cada uno debía dedicarle un día o dos a la semana. Es el tipo de iniciativas que solo son posibles para profesores o investigadores. Se trataba, una vez más, de gestionar las cosas en el día a día, de una manera autónoma y a escala del barrio.
N.: ¿Me podrías dar algunos ejemplos?
A.: El grupo también quiso hacer una película sobre la gente del barrio. Una iniciativa muy propia de la militancia en esa época: la uni de Vincennes nos prestó una cámara y nos concedió una subvención. Como yo no tenía mucha habilidad con eso de la cámara, dije que quizá necesitaríamos un técnico. Pero las compañeras me respondieron: «¡ni hablar de poner nuestra herramienta en manos de un técnico que va a transformar nuestro pensamiento y a confiscárnoslo!».
N.: Los expertos nos parecían ipso facto sospechosos...
Le Parisien libérébougnoules7