Manuel Álvarez Junco
EL HUMOR GRÁFICO
Y SU MECANISMO TRANSGRESOR
EDITA A. Machado Libros
Labradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)
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© Manuel Álvarez Junco, 2016
Dibujo de la cubierta: Junco
© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.
REALIZACIÓN: A. Machado Libros
ISBN: 978-84-9114-230-0
Agradecimientos
Prefacio
Prólogo
Introducción
1. La razón de la sinrazón
2. El diseño gráfico del humor
3.1. Los humores del arte
3.2. Entre las aguas del arte y el diseño
4. El humor gráfico 1 - La imagen intencionada. La caricatura
5. El humor gráfico 2 - La imagen reproducida y difundida
6. El humor gráfico 3 - La imagen leída
7. El pensar y el hacer
8. Creación y diseño
9. La configuración del humor gráfico
10. Contextualización
11. Transgresión significativa
12. Complicidad
Conclusión
Principal bibliografía utilizada
Dedico este libro al humorista gráfico, esperando que refleje, al menos un poco, la preparación, la imaginación, la precisión, el tiempo y el valor que exige una profesión como esta, donde la madurez filosófica y la maestría comunicadora son imprescindibles, pero aún más el compromiso ético con los demás, todos iguales a nosotros, precisamente porque nos consideramos todos también diferentes.
El humor es un instrumento de la vida real, del mundo concreto. Su misión es relativizar lo abstracto, lo formal, la «exactitud mental». Su lugar en el mundo de lo incorrecto hace que su objetivo último sea estrictamente sensorial y vital.
La comicidad es quizá la más social de las funciones espirituales dirigidas a la obtención de placer. Es elaborada así bajo la condición de que los otros comprendan el juego que se les propone porque, de no hacerlo, pierde la razón de existir. El diseño del humor precisa convertirlo en directo, explícito, de obligada comunicabilidad. La utilización de textos e imágenes, funcionen independientemente o sean interactivos, exhibe una confrontación de conceptos en una nueva forma deliberadamente incorrecta sorprendiendo así con algo que posee un nuevo significado.
El humor gráfico tiene el papel de cuestionar la realidad aparente, lo cual no significa que su meta sea la obtención de la «verdad». Por el contrario, su objetivo es –y no es poco– una llamada al orden en el marasmo de formas de este mal estructurado mundo.
Tenía que ser que tarde o temprano mi trayectoria como profesional del humor gráfico en España y EE.UU. y la de profesor de diseño gráfico en la Universidad Complutense de Madrid, se encontraran en un punto. Sucedió en el año 2008, cuando Joan Costa me propuso elaborar un libro para una colección de diseño para una editorial argentina. Decidí escribir lo que se tituló «El Diseño de lo Incorrecto», al considerar una coincidencia entre los campos del humor gráfico y el diseño, el que sus realizaciones debían imperativamente conseguir una comunicación exitosa sin la cual su razón de ser desaparecía. De esta manera podía ofrecer un novedoso punto de vista sobre el resultado funcional que persigue cada proyecto. Mis dos grandes temas, humor gráfico y diseño, quedaban unidos al plantear una cuestión crucial en el terreno de la creación: la necesaria obtención de su meta comunicadora que les diferencia del estricto mundo del arte.
Este libro español que tienes en las manos recoge gran parte del contenido de aquel, pero ahora su foco se centra directamente en el humor gráfico y profundiza en varias cuestiones que considero fundamentales en esta materia: la transgresión y su uso en el arte y el humor; la connotación como clave para comprender y ubicar cada pieza humorística; la profundización en los orígenes de las incorrecciones gráficas, con la aportación de significativas piezas muy anteriores a la era cristiana, etc. Además, se han revisado y ampliado todos los argumentos e imágenes. Así pues, aquí se ofrece una más completa reflexión sobre las claves del mecanismo del humor gráfico, materia poco tratada desde dentro y que en mi opinión necesitaba este tipo de análisis formal.
MANUEL ÁLVAREZ JUNCO
«El humor es la menos complicada de todas las especies de lo cómico. Su proceso se realiza en una sola persona y la participación de otra no añade nada nuevo. Nada hay tampoco que nos impulse a comunicar el placer humorístico, que en nosotros ha surgido y podemos gozar de él aisladamente»… «Los pequeños rasgos humorísticos que producimos a veces en nuestra vida cotidiana surgen realmente en nosotros a costa de la irritación, los producimos en lugar de enfadarnos.»
Sigmund Freud
Mucho disfrutamos con la famosa obra de Umberto Eco El nombre de la Rosa que posteriormente tuvo su merecida réplica cinematográfica que amplificó el éxito de la novela. La obra de Aristóteles que versaba sobre el humor estaba en el centro de las pasiones desatadas en aquel monasterio perdido entre las montañas. ¡Hasta el mismísimo Aristóteles se había ocupado de algo tan humano y difícil de definir como el humor!
¡Cómo apresar la esencia o definir con precisión el humor que, además de ser la flor más valiosa de lo cómico y el condimento y la sal de la vida, sigue siendo tan cotidiano, divertido, a veces poético, terrible muchas, otras filosófico o demoledor!
De la función terapéutica y de la función socializadora del humor y lo cómico en nuestras vidas se han ocupado importantes figuras del pensamiento y de la medicina, entre otros, el gran Henri Bergson con su libro sobre La Risa, Sigmund Freud con El chiste y su relación con el Inconsciente y Ernst Kris con el Psicoanálisis de lo cómico.
Siempre nos hemos preguntado si el humor gráfico es un arte mayor o un arte menor. Los teóricos que se han ocupado de la caricatura sitúan su invención (aparte de los escarceos de Leonardo da Vinci) en el taller de los hermanos Carracci, que se ejercitaban haciendo «ritratti carichi», esto es retratos cargados de sus conciudadanos con gran regocijo por parte de los que tenían acceso a su contemplación. Dicen pues los estudiosos que allí nació el Arte de la Caricatura, puesto que al ser artistas los creadores sus creaciones tenían que ser necesariamente Arte. El gran Bernini utilizaba la caricatura como herramienta de trabajo en sus dibujos preparatorios haciendo retratos cargados para captar la expresión de sus personajes y trasladaba esta expresión a sus esculturas para darles vida mediante un gesto característico.
Manuel Álvarez Junco es profesor y lleva más de veinticinco años enseñando en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Pero además es dibujante, humorista y diseñador gráfico. Para firmar sus trabajos emplea el Junco de su segundo apellido. De sus lecciones magistrales, de sus reflexiones e indagaciones y de sus diseños y dibujos extrae la experiencia y el conocimiento para atreverse a publicar este libro con que nos obsequia y que ha titulado El humor gráfico (y su mecanismo transgresor)». En él explora, dentro de las infinitas variantes del humor, aquellas que se materializa gráficamente en forma de chiste, caricatura o el diseño. Cada uno de los capítulos de su libro es un pequeño tratado utilísimo para los que nos dedicamos a actividades relacionadas con el humor, en mi caso la caricatura. A veces nos vemos solicitados en conferencias o mesas redondas a hablar del humor. En las páginas de este libro de Junco encontraremos todo un bagaje de conocimientos sistematizados y la respuesta a muchos interrogantes. También será de gran utilidad para los alumnos de Bellas Artes, tanto los de diseño gráfico como el resto de las especialidades artísticas.
El libro está perfectamente estructurado en cuatro bloques divididos cada uno en tres capítulos. El primer bloque versa sobre el humor y trata de «La razón del humor», «El diseño del humor» y «Los humores del Arte». En el segundo bloque desarrolla Junco sus ideas acerca del humor gráfico y trata de «La imagen intencionada - La caricatura», «La imagen difundida» y «La imagen leída». En el tercer bloque investiga acerca del diseño en los capítulos titulados: «El pensar y hacer», «Creación y diseño», «La configuración del humor gráfico». En el último bloque desarrolla sus teorías acerca de la «Contextualización», «La trasgresión significativa» y «La complicidad».
Aparte de muchas ideas e informaciones que me serán de mucha utilidad para futuras conferencias o mesas redondas, me he encontrado con la grata sorpresa de ver reproducida fotográficamente una caricatura hallada en los abrigos de Tassili n’Ajjer en África, realizada 4.000 años antes de Cristo. Se trata del dibujo de un tipo narigudo y patilargo visto de perfil, que camina con largas zancadas arrastrando una barriga perfectamente delineada, al igual que el resto de los trazos corporales. Todo el dibujo rezuma habilidad, soltura, gracia e intención jocosa y es de una maestría que ya quisiéramos para nosotros los caricaturistas actuales. ¡Un humorista en la Prehistoria, y nos decían que la caricatura la inventaron Ludovico y Annibale Carracci en el siglo XVI!
El libro termina con una recapitulación o reflexión general en la que Junco, como no podía ser de otra manera, nos da su personal y particular definición del humor: «El humor siempre nos hace incorrectos y transgresores, accesibles y cómplices con los otros. Incorrectos y transgresores porque con él disfrutamos atacando no solo nuestras formas más impuestas y obligadas, sino también las más queridas y aceptadas. Accesibles al conseguir abrir nuestra mente por medio de un mecanismo sencillo. Si no lo consigue, lo obviamos y seguimos a lo nuestro, al no identificar lo que se nos propone dentro de los esquemas y tópicos en los que solemos movernos. En cómplices nos convertimos porque nos hace entrar en contacto, en comunión, con los que consideramos nuestros vecinos y amigos, pero también con los desconocidos, con los demás de siempre. El humor, pues, transgresor y cómplice, es nuestro pequeño compañero de submundos, proveedor de trocitos de desahogos y alivios, absolutamente imprescindible para seguir adelante. Una válvula de escape importante, qué duda cabe.»
«La razón esclaviza a todos los que
no son bastante fuertes para dominarla»
George Bernard Shaw
El humor es una especie de perdido planeta que, sin embargo, todos visitamos a diario. Paseamos por él y disfrutamos durante unos momentos que nos saben a poco; pero, al momento, sonreímos cómplices y volvemos, sin más, a lo nuestro. Rara vez dirige sus dardos contra nosotros pero, en ese caso, tendemos a tolerarlo. Normalmente lo buscamos y aplaudimos encantados. No sé qué haríamos si nos faltase; lo necesitamos.
Este terreno de lo cómico, tan hollado diariamente por nuestros pasos, está curiosamente poco estudiado. Apenas se reflexiona sobre él; muy pocos se preguntan sobre su función. Como si se obviase su existencia, como si se menospreciase su utilidad, como si se situase en un extraño limbo.
Quizá se piense que algo opuesto a lo serio –porque si algo hay evidente en el humor es que es la contrapartida de lo serio– no puede ser analizado con seriedad. Es decir, que lo cómico se asocia con algo frívolo, irracional, banal, ligero, fantasioso, trivial, sin sentido, superficial y menor. Quizá se podrían añadir algunos adjetivos aún más displicentes: absurdo, ridículo, endeble, vano, mezquino, pueril, ruin, innoble.
Frívolo y ridículo lo es, sin duda, pero nadie puede negar la importancia de su presencia en nuestras vidas. Se presenta como fantasioso y absurdo, pero toca con el dedo nuestra realidad, plantea insospechadas razones y nos proporciona puntos de vista diferentes; frecuentemente nos regala un discurso inteligente y novedoso. Parece indirecto y abstracto, pero la concreción de su acción es absoluta y su lenguaje es, más que preciso, cortante. Le acusan de inoportuno y descarado, pero lo habitual es que se mueva en la rabiosa actualidad y que avise educadamente de sus intenciones. Lo creemos impulsivo y espontáneo, pero el cálculo y la preparación guían sus realizaciones, sus medios y sus soportes comunicativos. En definitiva, que todas esas descalificaciones previas no evitan que el humor sea imprescindible. Es una contradicción, como mínimo, sorprendente.
Sigamos explorándola. El humor se sirve de todas estas maneras ingenuamente extravagantes como presentación, como apariencia, como superficie, para intentar algo tan serio como es una revisión crítica a nuestro sistema de pensamiento. Y al aplicar la palabra serio al humor hay que recordar que antes dije que era su opuesto. Quiere esto decir que el humor se sirve de lo grotesco y lateral con el fin de distanciar la realidad, de romper nuestras barreras. Es decir, es imprescindible para nuestra vida porque nos permite abordar temáticas inaccesibles de otro modo, como procedimiento donde lo lúdico destapa lo serio y lo secundario aborda lo central. Lo divertido (di-versión, des-viación) es un eficacísimo recurso del que nos valemos para asimilar las realidades cotidianas, la vida. Por este sistema aparentemente inocuo criticamos, satirizamos, reflexionamos y moralizamos: establecemos una fantasía perfectamente aplicable a la realidad.
Este estudio se refiere a un humor específico como es el gráfico. Llevamos ya muchos siglos de realizaciones con imágenes cómicas1 y al echar una ojeada a la historia aparecen poderosos nombres de los últimos doscientos años, como Daumier, Doré, Herreros, Steinberg, Mingote, Oski, Larson o Groening. Se pueden imaginar precedentes anteriores, como William Hogarth o Lucas Cranach. Y algunos todavía más antiguos, hasta remontarnos a lejanísimas épocas y civilizaciones que realizaron grafismos divertidos. Este pasado glorioso debería proporcionarle un aura de respetable y asentada institución, pero no es así. Dentro del ámbito profesional y académico este tema se ve como perteneciente a un mundo demasiado personal, expresivo, subjetivo y, al observar sus formas brutales, distorsionadas o infantiles, inmediatamente relegado a un escalón donde materias como el diseño o el arte, que quizás amablemente le podrían acoger, se encuentran igualmente incómodas.
Si el arte no parece considerarlo sino desde el punto de vista estético –¿cómo despreciar a un Daumier o un Steinberg?–, el mundo del diseño gráfico, consolidado hoy con un estatus de seria materia de investigación, exige un método racional y un rigor ante los cuales el humor plantea algún problema. Seguramente esto es debido a que los proyectos de comunicación visual se dedican de partida a la obtención de metas totalmente concretas sólidamente positivas y en absoluto se quieren plantear lúdicos cuestionamientos conceptuales, aunque se puedan encontrar todo un grupo de grandes diseñadores con una clara vena muy expresiva. Aparte de esto, en el diseño sigue existiendo un filtro de entrada para los aspectos más individuales y particulares. Aun así, y siendo complicada su incorporación como género diseñador, hay algo meridianamente claro e incontestable en el humor gráfico como es su absoluta y total pertenencia a lo que se denomina comunicación visual, lo cual tiene, qué duda cabe, mucho que ver con el diseño2.
La comunicación visual es, sin la más leve duda, la médula del humor gráfico. Sin embargo, la ordenación de los elementos configuradores del mensaje que debe transportar cada pieza cómica es especialmente peculiar y diferente a lo habitual en la gráfica diseñadora porque incluye por definición una incorrección conceptual con la finalidad de divertir. Cualquiera puede adivinar que esta condición establece una gran dificultad de realización, ya que el discurso contiene, en su propia matriz, una transgresión. Por ello, se puede afirmar que estos cometidos visuales solo son accesibles a un reservado grupo de creadores con fuertes dotes expresivas y fluidos conocimientos sobre la confección de una imagen3. La conformación de cualquier mensaje resulta así complicada por la precisión necesaria para evitar las previsibles interferencias entre emisor y receptor. Al añadir un contenido premeditadamente indebido, los objetivos a alcanzar se sobrecargan, pues deben avisar visualmente de la anormalidad para que la transgresión sea aceptada por el otro. Y, puesto que el humor tiene la finalidad de una comunión lúdica con el espectador, se hace imprescindible una estudiada planificación conceptual y el dominio de la simbología visual.
Se puede ubicar al humor gráfico dentro de esa vena diseñadora más expresiva o en lo que se denomina «autoencargo». Este tipo de piezas serían aquellos proyectos que parten de la iniciativa particular de su realizador, es decir, que no pertenecen al habitual encargo ajeno. Estas obras, que eran antes algo insólito, hoy en día son bastante usuales en muchos diseñadores, que elaboran creaciones motivados por el impulso de materializar algo interesante desde su punto de vista personal. Este concepto del autoencargo encaja con esa primera imagen que se tiene desde el exterior del humorista gráfico como alguien crítico con la sociedad, un inteligente observador con ideas propias y que se mueve dentro de un territorio libre de presiones. Esta visión es cuestionable en la realidad por cuanto es un hecho que el autor del humor, en general, está condicionado por el medio donde publica, que lo ha elegido por su afinidad con los objetivos editoriales, lo que significa que el perfil de su ideología y manera de hacer se adecua al target concreto de la audiencia del entorno donde exhibe sus piezas. Es decir, su libertad no es tan grande porque ha sido aceptado por la idoneidad del concepto, contenido y tono de su obra para el interés y finalidad del lugar donde publica.
Algo muy importante que el humor gráfico tiene en común con las realizaciones diseñadoras es la necesidad de éxito, la funcionalidad de su acción. Siendo imperativa la obtención de eficacia, su factura exige una responsabilidad total y completa, un contrastado compromiso con el resultado perseguido. Significa esto que si el humor no alcanza su finalidad –que es la diversión–, simplemente pierde su sentido y deja de existir. Por esta razón, el análisis de ese delicado mecanismo que tiene la imperativa exigencia de su éxito comunicador se convierte en realmente interesante.
La complicidad del receptor, su connivencia con el emisor, con quien comparte el absurdo y la irrealidad de la propuesta, es algo digno de estudio desde el punto de vista del mecanismo diseñador utilizado. Si el principal y definitivo objetivo del humor es la convergencia entre la inteligencia del autor y la del espectador, el proceso para lograr esa imprescindible meta es un perfecto campo de observación para un artista del campo comunicador. El necesario éxito en la transmisión de su mensaje, la indispensable eficiencia, propia de la de cualquier oficio mecánico, donde el resultado final –el «funciona o no-funciona»– es determinante, le hace coincidente con la materia diseñadora donde el cumplimiento de objetivos es vital. Con el humor, pues, estamos ante un campo central de la comunicación visual en su sentido más puro, riguroso y radical.
Para permitir a la mente acceder a sus sentimientos más profundos, el humorista debe abordar una delicada misión de demolición de nuestras barreras psíquicas. El receptor disfrutará, de esta manera, de una liberación que descubre sus pensamientos íntimos, su mundo emocional. El objetivo del realizador es, por tanto, transmitir ese impacto. Para lograrlo tiene que mantenerse al margen de las emociones y regirse por una técnica lo más perfecta posible. Es decir, como observó el gran filósofo ilustrado Diderot: no debe sentir, sino saber comunicar esos sentimientos4.
La perspectiva que ofrece el diseño gráfico y su efectividad proporciona a lo cómico el privilegiado ángulo de observador de las conformaciones destinadas a una impecable acción de su mecanismo comunicador. Aspectos centrales del ámbito del diseño como el contexto –la connotación– serán los objetivos previos que van a definir el horizonte, las formas y conceptos predestinados a una misión concreta o los condicionantes simbólicos propios de las interfases más exigentes, ya que está impregnado todo de la extraña finalidad de su proyecto: la correcta elaboración de lo incorrecto.
El humor está muy presente en el diseño actual, como demuestra la constante compañía del ludismo, la provocación y los juegos con las formas tipográficas y las imágenes que impregnan este mundo en las últimas décadas. La publicidad, como campo gráfico, es hoy en día inconcebible sin conceptos cargados de humor. Nuestra cotidianeidad se ve asaltada por propuestas comerciales donde el atractivo de una visión divertida y sorprendente es casi imprescindible. Si a mediados del siglo XX Paul Rand había incorporado el humor a su eficaz diseño, desde los últimos años 1960 el Push Pin Studios, de Seymour Chwast, Herb Lubalin o Milton Glaser plantearon una gráfica que criticaba a la vez que refrescaba el impresionante predominio del sobrio y elegante Movimiento Internacional. Con las corrientes antidiseño, radicales, posmodernistas y deconstructoras, se incorporaron ya sin complejos piezas con aspectos burlescos y paródicos, siempre con la sana intención de utilizarlos como divertida arma arrojadiza formal y conceptual, como afirmación contra la austeridad institucional. Algunas revistas de diseño y arte gráfico en general realizaron ya antes de la arribada del siglo XXI cuestionamientos sarcásticos e incorporaron excelentes piezas visuales cargadas de ironía. Pero este estudio, al margen de hacer alguna referencia al humor que tiene el diseño gráfico, tiene su centro en el mecanismo diseñador que tiene el humor gráfico.
El carácter particular y expresivo que posee el humor gráfico lleva, por otro lado, al sentido artístico característico de muchas de sus realizaciones. Al tocar la palabra arte es evidente que me adentro en temas mayores, altos lugares de concreción cultural, estéticas y conceptos relevantes, referencias históricas que marcan y definen civilizaciones, etc. El humor, de nuevo, no termina aquí de encajar al ofrecer su apariencia de algo rasante, familiar y cotidiano; atrevido, sí, pero nunca para una refinada consideración, para un trato especialmente elevado. Aun así, lo indudable es que el arte actual realiza constantemente una función de provocación visual, de complicidad, de popular guiño a la sociedad, de transgresión y distanciación, inequívocamente humorística, desde los dadaístas y, por supuesto, surrealistas o conceptuales. De nuevo, aquí se observará, más que la presencia humorística en el mundo creador, las creaciones que realiza el propio humor gráfico.
Al margen de su poder de influencia en el mundo de la comunicación pública o en el del arte, la comicidad tiene su propio espacio gráfico. Es tal la amplitud de este territorio, es tan grande la oferta de imágenes con que este mundo cuenta, que es obligado marcar sus ejes y sus límites. Desde las obras que se ofrecen desnudas, sin apoyo del texto, a las arropadas por la palabra, y desde las aisladas a las secuenciales –las llamadas tiras o incluso las páginas.
Para delimitar la cuestión medular del estudio es razonable fijar el foco en la «gráfica cómica», basada en una imagen acompañada o no de texto. Centraré, pues, el interés en el humor estático que se desarrolla sobre un papel o sobre una pantalla (hoy tan extensamente utilizada en ordenadores, tablets y smartphones). Esto automáticamente deja a un lado las obras con apoyo sonoro o aquellas de secuencia cinética o cinematográfica, que también son gráficas, por supuesto. De ningún modo obedece esta limitación a razones conceptuales, sino a un mínimo ahorro metodológico a fin de no dispersar el campo de análisis y poder concretar las principales partes de un mecanismo que, por extensión, se podrá más tarde aplicar a los excluidos, pero que ahora exigiría explicaciones laterales de las que conviene momentáneamente prescindir.
La gama de posibilidades que quedan incluidas es amplísima. Es muy difícil imaginar la variedad tipológica que abarca el humor gráfico. Sin hacer referencia a criterios técnicos ni de procedimientos materiales, sino simplemente a las posibilidades estilísticas, recogemos imágenes que van de la brutalidad a la belleza, de lo grosero a lo elegante, de lo barrocamente desarrollado a lo sintético, de lo realista a lo fantasioso. Y temáticamente aparece un enorme espectro explícitamente visual como las posibles combinaciones iconográficas o el propio juego del dibujo, con su oferta de representación o su realidad lineal. Qué decir de la diversidad de posibilidades respecto a la contextualización cultural y temporal, la aproximación al entorno, la actualidad o carácter histórico, con sus ramificaciones correspondientes. Cómo no hacer referencia a sus tonos paródico, caricaturesco y personalizado o a otros más abstractos y genéricos. Otras cuestiones a tratar son sus posibles contenidos e intenciones sociales, políticos, infantiles, eróticos, religiosos, profesionales, filosóficos, escatológicos, etc.
Dispongámonos, pues, al análisis de la elaboración de esas transgresiones necesarias, de los grafismos que relacionan incorrectamente convenciones y tópicos, que señalan errores lógicos de nuestro sistema intelectual. Adentrémonos ya en un observatorio de esas cuidadas construcciones que, después cada demolición conceptual, nos ofrecen una sutil afirmación, una seria reflexión después de un planteamiento frívolo. Conozcamos algo más este curioso planeta.
Notas al pie
1 Se considera cómico al efecto de lo divertido, mientras el humor se refiere a lo elaborado. Al abordar aquí la configuración del humor gráfico, lo cómico lo entiendo como su resultado.
2 Mi experiencia como profesional del diseño y el humor gráfico me anima al análisis de un mundo que conozco y al que creo poder aportar alguna luz. Sin embargo, procuraré actuar con prudencia cuando deba acudir a materias en las que no soy experto, como la semiótica, la psicología social o el psicoanálisis, imprescindibles para asentar el discurso de este ensayo.
3 Joan Costa ve el diseño gráfico como «una forma creativa de combinar imágenes y textos para vehicular significados y provocar sensaciones y reacciones de acuerdo a una intencionalidad comunicativa concreta». Es decir, el diseño gráfico como planteamiento transmisor de una propuesta previa, estudio de los mecanismos necesarios para conseguir que un mensaje llegue con toda su fuerza, decidido de una determinada manera. El humor que se vale de imágenes, como hemos apuntado antes, coincide plenamente con ese esquema propio del mundo de la comunicación. Ver Costa, J. (1988), Imagen global. Enciclopedia del diseño. Barcelona: CEAC SA, pp. 14-15.
4 «El comediante ideal es el que es capaz de olvidar completamente su sensibilidad para convertirse en un técnico de la interpretación» (Diderot, 1769, La paradoxe du comédien, trad. esp. de Guadalupe de la Torre, 2003. Buenos Aires: Longseller).
«Nada hay más terrible que una ignorancia activa»
J. W. Goethe
La necesidad básica que los humanos tenemos de ordenar la realidad nos obliga a rodearnos de convenciones1. Nuestro razonamiento nos lleva a establecer un sinnúmero de formas en que se apoya nuestra conducta y que resultan básicas para protegernos de lo contingente y azaroso de la realidad cotidiana. Nuestro afán teorizador nos hace crear abstracciones que catalogan las informaciones del mundo de los sentidos y proporcionan a nuestra mente un escudo defensor ante la imprevisibilidad de la vida. Sin ánimo de penetrar en terrenos ajenos a la especialidad de un profesional del diseño y el humor gráfico, considero importante abordar brevemente estos asuntos desde la teoría a fin de comprender mejor el discurso de la mecánica gráfica del humor.
Mediante este marco formal abstracto conseguimos –o creemos conseguir– un razonamiento compacto y coherente, pero en realidad selectivo y crítico, ya que por medio de él todas nuestras percepciones de la vida exterior quedan ubicadas y clasificadas dentro de ese entramado sin el que nada tendría sentido. Este sistema racional que nos protege y da solidez y seguridad a nuestras conductas al conseguir formalizar y ordenar los datos externos presenta, sin embargo, inconvenientes claros. Uno especialmente grave es que limita la exteriorización espontánea de nuestros sentimientos más íntimos y auténticos. El resultado final es que el orden que establecemos para nuestra vida no nos permite una serie de libertades y coarta nuestras expresiones.
Por otra parte, ese mundo que pretendemos tener ordenado en nuestra cabeza, nunca lo está, en realidad, auténticamente. Por formalmente correcto que aparezca, es imperfecto y falsamente libre, al haberse compactado artificialmente y necesitar aparentar, sin embargo, una solidez que permita la capacidad de actuación coherente. Las libertades reprimidas para conseguir esa solvencia precisarán, por eso, de escapes que, de una u otra forma, acabarán obteniendo.
JUEGOS
Un recurso aceptable para mostrar nuestros sentimientos esquivando la rigidez que exige la coherencia exhibida socialmente es el juego en sus diferentes versiones.
El juego sirve a los niños –nos ha servido a todos– para hacerles accesible la realidad. El niño elabora constantes combinaciones con su entorno aparentemente disparatadas que le permiten ir estableciendo su propia manera –esquemática– de entender la vida y así aceptar y encauzar la diversidad de lo que observa. Son simulaciones de la realidad por las que sus mecanismos formales se hacen más comprensibles y asimilables2.
Al ir avanzando hacia la edad adulta, aceptamos y entendemos mejor las formas sociales e incorporamos aquello aprendido por medio del juego a nuestra cada vez menor actividad lúdica cotidiana. A una mayor integración en la formalización y normalización de todo corresponde, pues, una progresión inversa con la necesidad de juego explícito. Con el paso del tiempo, el placer de «disparatar», de «jugar» o de «divertirse» va reduciéndose. Pero nunca desaparece del todo. Siempre permanece el gusto por establecer nuevas combinaciones con los elementos cercanos, los que tenemos a la vista.
La conclusión a la que llegamos es que a través del juego y su simulación de la realidad los niños aprenden una conducta social «compacta» y consiguen formalizar y ordenar un mundo hasta entonces fluido y continuo3. Sin embargo, ese proceso de construcción y generalización de un sistema mental ordenado es costoso y debe superar muchísimas incongruencias para convertir la vida en aceptablemente coherente. Es también obvio que nunca será completo ni real, que dejará muchas cosas fuera de su campo, lo cual tendrá consecuencias. Según Edmund Leach4, el establecimiento de un mundo de fenómenos ordenados lleva al error y cualquier forma o hecho al margen de esa coherencia deja al descubierto la artificialidad de ese orden y, por ello, es declarada «tabú».
LOS «ESPACIOS FINITOS DE SIGNIFICADO»
El mundo interior, que bulle auténtico, queda, pues, difícilmente accesible debido a la autocrítica que dirige nuestra vida. Al ser formalmente inconveniente su cuestionamiento es considerado definitivamente prohibido.
Sin embargo, hay algunas maneras de desvelar ese universo, y sorprendentemente todas tienen que ver con el juego. Una de ellas es el sueño; es más íntima, ya que la experimentamos de modo personal y particular, pero es pasiva. Otras, más o menos comunicativas y sociales, son el arte, el sexo y el humor. Mediante diversos mecanismos, en todas ellas nuestra mente se libera de sus propias ataduras formales y puede mostrar sus sentimientos reprimidos.
Peter Berger utiliza la palabra «subuniversos»5 para denominar a esos estados de emigración de la realidad, de espontaneidad, de salto a mundos más particulares. Estos subuniversos son intervalos que realizamos entre actividades serias de nuestra vida habitual. En esos breves momentos, interrumpimos de alguna manera nuestro discurso con la vida cotidiana y nos adentramos en enclaves fuera de lo que creemos «realidad». Nuestra actividad cotidiana queda en suspenso, nuestro interior, nuestros instintos, nuestra espontaneidad brotan, el tabú se rompe y lo informal, lo prohibido, emerge. Estos espacios son realidades exclusivas y cerradas, «parcelas finitas de significado», según las denomina Alfred Schutz6.
Estas «parcelas» muestran lo que por razones de compacidad y coherencia permanecía cuidadosamente oculto. Por tanto, suelen considerarse socialmente incorrectas, subversivas, peligrosas, y normalmente son –la colectividad presiona para que sean– experimentadas de forma contenida, controlada. Solo de esta manera resultan aceptables para la sociedad7.