A. MACHADO LIBROS Lingüística y Conocimiento
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El lenguaje y los problemas del conocimiento
Conferencias de Managua 1
Traducción de
Claribel Alegría
y D. J. Flakoll
Revisión técnica y traducción del coloquio de
Azucena Palacios Alcaine
NOAM CHOMSKY
EL LENGUAJE Y LOS PROBLEMAS
DEL CONOCIMIENTO
Conferencias de Managua 1
Lingüística y Conocimiento - 2
Colección dirigida
por Carlos Piera
© Noam Chomsky, 1988
© de la presente edición,
Machado Grupo de Distribución, S.L.
C/ Labradores, 5. Parque Empresarial Prado del Espino
28660 Boadilla del Monte (Madrid)
editorial@machadolibros.com
ISBN: 978-84-9114-277-5
Prefacio
Conferencia 1. Marco de discusión
Conferencia 2. El programa de investigación de la lingüística moderna
Conferencia 3. Principios de la estructura del lenguaje (I)
Conferencia 4. Principios de la estructura del lenguaje (II)
Conferencia 5. De cara al futuro: perspectivas para el estudio de la mente
Coloquio
En la primera semana de marzo de 1986 tuve la oportunidad de visitar Managua y de dar conferencias en la Universidad Centroamericana (UCA), por invitación de su rector, César Jerez, S. J., y también bajo los auspicios del centro de investigación CIDCA, dirigido por Galio Gurdián. Estas conferencias tuvieron dos partes, una serie matutina dedicada a los problemas del lenguaje y de conocimiento y otra, por las tardes, dedicada a problemas políticos contemporáneos. Entre los participantes hubo un amplio sector de la comunidad universitaria y muchos otros ciudadanos nicaragüenses, así como también visitantes de universidades costarricenses y extranjeros que visitaban o trabajaban en Nicaragua. Las conferencias, que dicté en inglés, fueron muy bien traducidas al español para los oyentes por Danilo Salamanca y María Ester Chamorro, quienes también tradujeron el debate público. Todo fue transmitido por radio (y luego, con posterioridad, me enteré de que fue recogido por onda corta en Estados Unidos) y transcrito, incluyendo el debate posterior, pese a que inevitablemente muchas de las reflexiones y de los comentarios del público no fueron captados apropiadamente por la grabadora y, por tanto, no aparecen aquí.
Los capítulos que siguen son las versiones más o menos ampliadas de las conferencias que dicté y de los debates posteriores, corregidos a partir de las transcripciones. He intentado reconstruir el debate recogido en las transcripciones, añadiendo en algunos lugares el material que faltaba a la cinta y a veces he transferido el debate de un lugar a otro, donde se adaptaba con más naturalidad a las conferencias corregidas. También he eliminado del debate material que pude incorporar al texto de las conferencias, respondiendo así a las preguntas y a las intervenciones de la audiencia. Estas intervenciones aparecen fragmentariamente después de las conferencias debido a las dificultades técnicas de grabar a los participantes de una extensa y difusa audiencia en una discusión bilingüe, que se desarrolló con notable facilidad gracias a los traductores y a la buena voluntad de los participantes. Las transcripciones publicadas, por tanto, sólo dan una idea parcial de la naturaleza estimulante de los comentarios y de las preguntas durante los animadísimos períodos de discusión abierta, los cuales resultaron demasiado cortos debido al poco tiempo de que disponíamos.
Quiero expresar mi particular agradecimiento a Danilo Salamanca y a María Ester Chamorro, no sólo por la manera cuidadosa en la cual llevaron a cabo la difícil y fatigosa tarea de traducir en ambas direcciones, sino también por la ayuda que me dieron para preparar las conferencias. Me resultó particularmente grato que Claribel Alegría y su marido, D. J. Flakoll, estuvieran de acuerdo en hacer la traducción de todo el material al español – tanto de mi texto en inglés como de la transcripción del debate– para la versión que aquí aparece publicada.
También quiero expresar mi agradecimiento –hablo igualmente por mi mujer, quien me acompañó en esta visita– a César Jerez, Galio Gurdián, Danilo Salamanca, María Ester Chamorro, Claribel Alegría, Bud Flakoll y a muchos otros, quienes emplearon mucho tiempo y esfuerzo para hacer de nuestra visita una ocasión memorable para nosotros. Mucho apreciamos la grata hospitalidad de tantos amigos provenientes de distintos sectores, a quienes conocimos en Managua, y la oportunidad de tener con ellos conversaciones sumamente informativas. También agradecemos los viajes dentro del país y las visitas informales a sus hogares, diseminadas a través de un programa exigente, pero gozoso, de encuentros y conferencias. Asimismo, me gustaría dar las gracias a muchas personas cuyos nombres no conozco o no recuerdo: a las hermanas religiosas que nos dieron la bienvenida en la cooperativa agrícola que ellas han organizado en la empobrecida comunidad campesina de León, a los participantes en los encuentros públicos y en otras conversaciones, y a muchos más. Debo destacar particularmente la oportunidad que tuvimos de conocer a muchos miembros de la maravillosa comunidad de exiliados de las cámaras de horror instaladas por Estados Unidos en la región, quienes han huido a un lugar donde se encuentran libres del terrorismo de Estado y pueden vivir con cierta dignidad y esperanza –pese a que «el amo del hemisferio» está haciendo todo lo posible para impedir esta grave amenaza del «orden» y de la «estabilidad».
Pensé que Nicaragua sería muy distinta al cuadro que se filtra a través de los medios estadounidenses, pero fui muy gratamente sorprendido al descubrir cómo es de grande la discrepancia que allá existe, experiencia que compartí con otros muchos visitantes, incluyendo a gente que ha vivido en varias partes del país por largos períodos. Es casi imposible para cualquier visitante honesto de Estados Unidos hablar de este asunto sin un dolor y un pesar muy hondos, sin sentir vergüenza por nuestra incapacidad por lograr que nuestros compatriotas comprendan el significado y la verdad de la aseveración de Simón Bolívar, hecha hace más de 150 años, «los Estados Unidos parecen destinados a plagar y a atormentar el continente en nombre de la libertad», por nuestra incapacidad para poner fin a la tortura que sufre Nicaragua y no sólo Nicaragua; tortura que nuestro país ha tomado como vocación histórica hace ya más de un siglo y que continúa ejerciendo, con renovada dedicación hoy día1.
Notas al pie
1 Las conferencias incluidas en este volumen son las del tema más directamente lingüístico y epistemológico. El volumen Sobre el poder y la ideología, que aparece también en A. Machado Libros, recoge las restantes y los coloquios correspondientes. (N. del editor.)
Conferencia 1
Los temas que voy a tratar en estas cinco conferencias sobre el lenguaje y los problemas del conocimiento son enrevesados y complejos, a la vez que de gran alcance. Intentaré esbozar algunas ideas sobre los mismos de manera que no se necesite ningún conocimiento especial para entenderlos. Al mismo tiempo, me gustaría por lo menos dar una idea de algunos de los problemas técnicos con que se enfrenta la investigación hoy día y de la clase de respuestas que se les puede dar en estos momentos, e indicar también por qué creo que estas cuestiones más bien técnicas importan de cara a cuestiones de considerable interés general y planteadas desde antiguo.
No voy a intentar hacer un análisis del estado actual de la investigación del lenguaje; semejante tarea requeriría mucho más tiempo del que dispongo. Voy a tratar de presentar y aclarar más bien el tipo de preguntas con las que tiene que ver este estudio –o, por lo menos, una buena parte de él–, situándolas en un contexto más general. Hay dos aspectos a distinguir en este contexto: 1, la tradición de la filosofía y psicología occidentales, dedicadas a estudiar la naturaleza esencial de los seres humanos; 2, el intento dentro de la ciencia contemporánea de enfocar las preguntas tradicionales a la luz de lo que ahora sabemos o tenemos esperanza de saber sobre los organismos y sobre el cerebro.
De hecho, el estudio del lenguaje es central para ambas clases de investigación: para la filosofía y la psicología tradicionales, las cuales constituyen una parte significativa de la historia del pensa- miento occidental, y para la investigación científica contemporánea de la naturaleza humana. Existen varias razones por las cuales el lenguaje ha sido y continúa siendo de particular importancia para el estudio de la naturaleza humana. Una de ellas es que el lenguaje parece ser una verdadera propiedad de la especie, exclusiva de la especie humana en lo esencial y parte común de la herencia biológica que compartimos, con muy poca variación entre los humanos, a menos que intervengan trastornos patológicos más bien serios. Además, el lenguaje tiene que ver de una manera crucial con el pensamiento, la acción y las relaciones sociales. Finalmente, el lenguaje es relativamente accesible al estudio. En lo que hace a esto, el tema es bastante distinto de otros que quisiéramos poder abordar: la capacidad de resolver problemas, la creatividad artística y otros varios aspectos de la vida y la actividad humanas.
Al tratar de la tradición intelectual en la que creo que encaja sin dificultad el trabajo contemporáneo, no establezco una distinción marcada entre filosofía y ciencia. Dicha distinción, justificable o no, es de cuño muy reciente. Los pensadores tradicionales, cuando trataban los temas que aquí nos conciernen, no se consideraban a sí mismos «filósofos», por contraposición a «científicos». Descartes, por ejemplo, fue uno de los científicos más destacados de su tiempo. Lo que llamamos sus «trabajos filosóficos» no pueden separarse de su «trabajo científico», sino que forman un componente de éste que se ocupa de las bases conceptuales de la ciencia, de las fronteras de la especulación y (según él) de las inferencias científicas. David Hume, en sus investigaciones acerca del pensamiento humano, consideraba que su proyecto era semejante al de Newton: aspiraba a descubrir los elementos de la naturaleza humana y los principios que rigen nuestra vida mental. El término «filosofía» se utilizó para abarcar lo que nosotros llamaríamos «ciencia», de manera que la física se llamaba «filosofía natural» y la expresión «gramática filosófica» quería decir «gramática científica». Destacadas figuras del estudio del lenguaje y del pensamiento concebían la gramática filosófica (o gramática general, o gramática universal) como una ciencia deductiva que se ocupaba de «los principios inmutables y generales del lenguaje hablado o escrito», principios que forman parte de la naturaleza humana común y que «son iguales a los que dirigen el raciocinio en sus operaciones intelectuales» (Beauzée). Con bastante frecuencia, como en este caso, el estudio del lenguaje y del pensamiento se tenían por investigaciones estrechamente vinculadas, cuando no como una investigación única. Esta particular conclusión, muy difundida entre tradiciones por lo demás conflictivas, me parece bastante dudosa, por razones que expondré en mi última conferencia; pero la concepción general de la naturaleza de la Investigacion me parece correcta, y me voy a ceñir a ella.
Una persona que habla una lengua ha desarrollado cierto sistema de conocimiento, representado de alguna manera en la mente, y en última estancia en el cerebro en alguna suerte de configuración física. Al investigar estos temas, nos enfrentamos a una serie de preguntas, entre ellas las siguientes:
(1) (i) ¿Cuál es este sistema de conocimiento? ¿Qué hay en la mente/cerebro del hablante del inglés, español o japonés?
(ii) ¿Cómo surge este sistema de conocimiento en la men- te/cerebro?
(iii) ¿Cómo se utiliza este conocimiento en el habla (o en sistemas secundarios tales como la escritura)?
(iv) ¿Cuáles son los mecanismos físicos que sirven de base a este sistema de conocimiento y el uso de este conoci- miento?
Estas son preguntas clásicas, por más que tradicionalmente no se encuentren formuladas en los términos que voy a adoptar aquí. La primera de estas preguntas constituyó el tema principal de investigación de la gramática filosófica de los siglos XVII y XVIII. La segunda es un caso especial e importante de lo que podríamos llamar «el problema de Platón». Tal como lo plantea Bertrand Russell en los trabajos de su última época, el problema consiste básicamente en esto: ¿Cómo es que los seres humanos, cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, son capaces de saber tanto? Platón ilustró el problema en el primer experimento psicológico (por lo menos, «experimento mental») del que hay constancia. En el Menón, Sócrates demuestra que un muchacho esclavo sin formación escolar conoce los principios de la geometría, cuando, a través de una serie de preguntas, le guía a descubrir los teoremas de esta disciplina. Este experimento suscita un problema que todavía tenemos nosotros planteado: ¿Cómo es que el esclavo es capaz de descubrir las verdades de la geometría sin instrucción o información?
Platón, por supuesto, propuso una respuesta a este problema: el conocimiento, obtenido en una existencia previa, era simplemente evocado y surgía en la mente del muchacho esclavo por medio de las preguntas que Sócrates le hacía. Siglos después, Leibniz sostuvo que la respuesta de Platón era esencialmente correcta, pero que tenía que ser «purgada del error de la preexistencia». ¿Cómo podemos interpretar esta propuesta en términos modernos? Una variante actual de hoy consistiría en decir que ciertos aspectos de nuestro conocimiento y comprensión son innatos, parte de nuestra herencia biológica, genéticamente determinada, al igual que los elementos de nuestra naturaleza común que hace que nos crezcan brazos y piernas en vez de alas. Esta versión de la doctrina clásica es, creo, esencialmente correcta. Se aleja bastante de los planteamientos empiricistas que han dominado gran parte del pensamiento occidental en los últimos siglos, pese a que no haya sido totalmente ajena a las concepciones de importantes pensadores empiricistas como Hume, que habló de esas partes del conocimiento que derivan «de la mano primordial de la naturaleza» y que son «una especie de instinto».
El problema de Platón surge de manera llamativa en el estudio del lenguaje y algo parecido a la respuesta que acabo de sugerir parece ser lo correcto. Me explicaré más a medida que avancemos.
La tercera pregunta de la serie catalogada en (1) se divide en dos aspectos: el problema de la percepción y el problema de la producción. El primero tiene que ver con la forma en que interpretamos lo que oímos (o leemos; dejaré de lado este asunto obviamente secundario). El problema de la producción, que es considerablemente más confuso, tiene que ver con lo que decimos y con el por qué lo decimos. Podríamos llamar a este último problema «el problema de Descartes». Aquí reside precisamente la dificultad de dar cuenta de lo que podríamos llamar «el aspecto creativo del uso del lenguaje». Descartes y sus discípulos observaron que el uso normal del lenguaje es constantemente innovador, ilimitado, libre, al parecer, del control de estímulos externos o estados de ánimo internos, coherente y apropiado a las situaciones; evoca pensamientos en el oyente que él o ella podrían haber expresado de manera parecida en las mismas situaciones. Así, en el habla normal, uno no repite meramente lo que ha oído, sino que produce formas lingüísticas nuevas –a menudo nuevas en la experiencia de uno o incluso en la historia de la lengua– y no hay límites para dicha innovación. Además, tal discurso no constituye una serie de balbuceos al azar, sino que se adecúa a la situación que lo evoca, si bien no lo causa, distinción crucial aunque oscura. El uso normal de la lengua es por tanto libre e indeterminado, pero, no obstante, apropiado a las situaciones; y así lo reconocen los otros participantes en la situación del discurso, que pudieron haber reaccionado de maneras similares y cuyos pensamientos, suscitados por el discurso, corresponden a los del orador. Para los cartesianos, el aspecto creativo del uso del lenguaje suministraba la mejor prueba de que cualquier otro organismo que se parezca a nosotros tiene una mente como la nuestra.
El aspecto creativo del uso del lenguaje también fue usado como un argumento central para establecer la conclusión, central al pensamiento cartesiano, de que los humanos son fundamentalmente diferentes de cualquier otra cosa del mundo físico. Los demás organismos son máquinas. Cuando se ordenan sus partes en una cierta configuración, y se las coloca en un cierto medio externo, lo que hacen está totalmente determinado (o, quizá, es aleatorio). Pero los seres humanos en estas condiciones no están «obligados» a actuar de determinada manera, sino solamente «incitados e inclinados» a hacerlo, tal como se dice en una destacada presentación del pensamiento cartesiano. Su comportamiento puede ser predecible, en el sentido de que se inclinarían a hacer aquello a lo cual se sintieran incitados e inclinados, pero serían sin embargo libres, y de esta forma únicos en el mundo físico, en cuanto que no necesitan hacer lo que están incitados e inclinados a hacer. Si, por ejemplo, sacara yo una ametralladora, les apuntara con aire amenazador y les mandara gritar «Heil Hitler», tal vez todos aquí me siguieran si tuvieran razones para pensar que yo era un maniático homicida, pero tendrían la opción de no hacerlo, incluso si no ejercieran tal opción. La situación no está lejos de darse en la realidad; bajo la ocupación nazi, por ejemplo, hubo mucha gente –en algunos países, la gran mayoría– que llegó a colaborar activa o pasivamente, pero hubo algunos que se resistieron a hacerlo. Una máquina, por el contrario, funciona de acuerdo con la configuración interna que tiene y el medio ambiente externo, sin ninguna opción. El aspecto creativo del uso del lenguaje a menudo se presentaba como el ejemplo más notable de este aspecto fundamental de la naturaleza humana.
La cuarta pregunta de (1) es relativamente nueva, en realidad, está todavía en el horizonte. Las preguntas (i), (ii) y (iii) caben en el dominio de la lingüística y la psicología, dos campos que preferiría no distinguir, considerando a la lingüística (o, más exactamente, a las áreas de la lingüística de las que aquí me ocuparé) sólo como a esa parte de la psicología que trata de los aspectos particulares de la disciplina esbozados en (1). Déjenme también subrayar de nuevo que yo incluiría amplias áreas de la filosofía bajo el mismo epígrafe, siguiendo la práctica tradicional, y no la moderna. En la medida en que el lingüista puede proporcionar respuestas a las preguntas (i)-(iii) de (1), el cientifico del cerebro puede empezar a explorar los mecanismos físicos que muestran las propiedades puestas de manifiesto en la teoría abstracta del lingüista. Pero, si no hay respuestas a las preguntas (i)-(iii), los científicos del cerebro no saben lo que están buscando; su investigación es, en ese aspecto, ciega.
Esto es sabido de sobra en las ciencias físicas. Así, la química del siglo XIX se ocupaba de las propiedades de los elementos químicos y proporcionaba modelos de compuestos (por ejemplo, el anillo del benceno). Desarrolló nociones como las de valencia y molécula y el sistema periódico de los elementos. Todo ello tenía lugar a un nivel que era sumamente abstracto. No se sabía cómo podía relacionarse con mecanismos físicos más fundamentales, y hubo, de hecho, muchos debates sobre si esas nociones tenían alguna «realidad física» o eran tan sólo mitos útiles elaborados para ayudar a organizar la experiencia. Esta investigación abstracta le planteaba los problemas al físico: se trataba de descubrir mecanismos físicos que mostraran dichas propiedades. El enorme éxito de la física del siglo XX ha dado a esos problemas soluciones cada vez más elaboradas y convincentes, en una búsqueda que, para algunos, puede estar acercándose a una especie de «respuesta completa y última».
Se puede concebir el estudio de la mente/cerebro hoy en día en casi los mismos términos. Cuando hablamos de la mente, hablamos, a cierto nivel de abstracción, de mecanismos físicos del cerebro aún desconocidos; de igual manera que los que hablaban de la valencia del oxígeno o del anillo de benceno estaban hablando, a cierto nivel de abstracción, de mecanismos físicos entonces desconocidos. De la misma manera en que los descubrimientos del químico preparan la escena para una investigación de los mecanismos de trasfondo más profunda, ahora los descubrimientos del lingüista-psicólogo preparan la escena para una investigación de los mecanismos del cerebro más amplia, investigación forzada a proseguir a ciegas, sin saber qué es lo que se busca, mientras falten los conocimientos precisos expresados a un nivel abstracto.
Podemos preguntarnos si las construcciones del lingüista son correctas, o si deben ser modificadas o remplazadas. Pero tiene poco sentido preguntarse por la «realidad» de esas construcciones –su «realidad psicológica», por emplear el término corriente, aunque es sumamente engañoso–, como también lo tiene preguntarse por la «realidad física» de las construcciones del químico aunque siempre se puede poner en duda su exactitud. A cada paso de la investigación tratamos de construir teorías que nos permiten penetrar más en la naturaleza del mundo, fijando la atención en los fenómenos del globo que proporcionan evidencia esclarecedora de cara a estos esfuerzos teóricos. En el estudio del lenguaje procedemos en abstracto, al nivel de la mente, y también esperamos ganar terreno en la comprensión de cómo las entidades construidas a este nivel de abstracción, sus propiedades y los principios que las gobiernan, pueden explicarse en términos de propiedades del cerebro. Si las ciencias del cerebro logran descubrir estas propiedades nosotros no dejaremos de hablar del lenguaje en términos de palabras, frases, nombres y verbos, y otros conceptos abstractos de la lingüística, de manera paralela a como el químico ahora no se abstiene de hablar de valencias, elementos, anillos de benceno y cosas parecidas. Éstos pueden muy bien continuar siendo los conceptos apropiados para la explicación y predicción, reforzados ahora por un entendimiento de la relación que existe entre éstas y entidades más fundamentales a no ser que la investigación ulterior indique que deben sustituirse por otras concepciones abstractas conceptos más adecuados a la tarea de explicación y predicción.
Obsérvese que no hay nada místico en el estudio de la mente, tomado como estudio de las propiedades abstractas de los mecanis- mos cerebrales. El mentalismo contemporáneo, así concebido, es un paso hacia la asimilación de la psicología y la lingüística a las ciencias físicas. Quiero luego volver a este tema, que, pienso, a menudo no se entiende bien desde las ciencias sociales y la filosofía, incluyendo también a las de tradición marxista.
Las preguntas de (1) suministran el marco esencial que nos permitirá una investigación más amplia. No tendré nada que decir acerca de (iv), ya que se sabe muy poco al respecto. Además me referiré a la pregunta (iii) sólo en parte; en su aspecto de producción, por lo menos, esta pregunta (iii) parece suscitar problemas relativamente sui generis, a los que más tarde volveré, pero sin proponer nada de sustancia. Con respecto a las preguntas (i) y (ii), y al aspecto de percepción de la (iii), hay mucho que decir. Ahí sí ha habido avances de consideración.
A menudo se identifican las preguntas (i) y (iii) –qué es lo que constituye el conocimiento del lenguaje y cómo se emplea este conocimiento–. Así, se sostiene con frecuencia que hablar y entender una lengua es tener una destreza práctica, como la de manejar una bicicleta o jugar al ajedrez. Todavía más, tener conocimiento, según este punto de vista, consiste en tener ciertas destrezas y pericias. A menudo se alega que las destrezas y las pericias se reducen a hábitos y disposiciones, de manera que la lengua es un sistema de hábitos, o un sistema de disposiciones para comportarse de cierta manera bajo ciertas condiciones. El problema del aspecto creativo del uso del lenguaje, si es que se observa en absoluto (lo cual rara vez ha ocurrido hasta hace muy poco, desde hace más de un siglo), se explica en términos de «analogías»: los hablantes producen formas nuevas «por analogía» con las que han escuchado, y comprenden nuevas formas de la misma manera. Siguiendo esta línea de pensamiento, evitamos el miedo al «menta- lismo», a algo oculto. Exorcizamos, se alega, el «fantasma de la máquina» cartesiano.
Estos escrúpulos son erróneos, como ya he mencionado, y además reflejan, según creo, un serio malentendido acerca del mentalismo tradicional, asunto al que voy a volver en mi última conferencia. Pero la idea de que el conocimiento es una destreza tampoco se puede sostener. Con simples consideraciones podemos demostrar que este concepto no puede ser correcto.
Tomemos dos individuos que tengan exactamente el mismo conocimiento del español: la pronunciación, cómo entienden el significado de las palabras, la comprensión de la estructura de la oración, etc., todo es idéntico. Sin embargo, estos dos individuos pueden diferir –y característicamente diferirán mucho– en su capacidad de usar la lengua. El uno puede que sea un gran poeta, y el segundo puede usar una lengua perfectamente pedestre y expresarse en clisés. Por sus características, dos individuos que comparten el mismo conocimiento de un mismo idioma se inclinarán a decir cosas muy diferentes en ocasiones dadas. De aquí que sea difícil comprender cómo se puede identificar el conocimiento con la destreza y aún menos con la disposición al comportamiento.
Además, la destreza puede mejorar sin que se altere el conoci- miento. Una persona puede tomar un curso de oratoria, o de composición, y mejorar su habilidad en el uso de la lengua, pero sin ganar ningún conocimiento nuevo sobre ésta: la persona tiene el mismo conocimiento de las palabras, de las construcciones, de las reglas, etc., que antes. La capacidad de usar el lenguaje de este individuo ha mejorado, pero no su conocimiento. Asimismo, la destreza puede quedar dañada o incluso desaparecer, sin pérdida del conocimiento. Supongamos que Juan, un hispanohablante, sufre de afasia después de una grave herida en la cabeza, y pierde toda la capacidad de hablar y entender. ¿Ha perdido Juan su conocimiento del español? No necesariamente, tal como podemos descubrir si Juan recupera la capacidad de hablar y entender a medida que los efectos del daño retrocedan. Por supuesto, Juan recupera la capacidad de hablar y entender español, no japonés, y lo hace incluso sin tener instrucción ni experiencia específica de su lengua. Si su lengua nativa hubiese sido el japonés habría recobrado la habilidad de hablar y entender japonés y no español, igualmente sin instrucción ni experiencia. Si Juan hubiese perdido el conoci- miento del español cuando perdió la capacidad de hablar y entender español, la recuperación de ésta habría sido un milagro. ¿Por qué llegó Juan a hablar español y no japonés? ¿Cómo desarrolló esta capacidad sin instrucción ni experiencia, cosa que ningún niño puede hacer? Obviamente, algo quedaba en él en el tiempo en que perdió la capacidad de hablar y entender. Lo que quedó en él no fue la capacidad, porque eso sí se perdió. Lo que quedó fue un sistema de conocimiento, un sistema cognitivo de la mente/cerebro. Evidentemente, la posesión de este conocimiento no puede identificarse con la capacidad de hablar y entender, o con un sistema de disposiciones, pericias o hábitos. No podemos exorcizar el «fantasma en la máquina» limitando el conocimiento a capacidad, conducta y disposiciones.
Consideraciones similares nos indican que no podemos limitar el conocimiento de saber manejar una bicicleta o jugar al ajedrez, etc., a sistemas de capacidades y disposiciones. Supongamos que Juan sabe manejar una bicicleta, entonces se daña el cerebro y esto le causa la pérdida total de dicha destreza (en tanto que sus otras capacidades físicas quedan totalmente intactas), y después recobra esta habilidad a medida que retroceden los efectos del daño. De nuevo, algo permaneció que no fue afectado por el daño que le ocasionó una pérdida temporal de la capacidad. Lo que permaneció intacto fue el sistema cognitivo que constituye el saber manejar una bicicleta; esto no es solamente un asunto de capacidad, disposición, hábito o pericia.
Para evitar estas conclusiones, los filósofos que se empeñan en identificar el conocimiento y la destreza se han visto obligados a concluir que Juan, quien perdió la capacidad de hablar y entender el español después de dañarse el cerebro, en realidad la retuvo, aunque perdió la capacidad de ejercerla (el filósofo Anthony Kenny, de Oxford, por ejemplo). Tenemos ahora dos conceptos de capacidad, uno que alude a la que se retuvo y el otro a la que se perdió. Ambos conceptos, sin embargo, son bastante distintos. Es el segundo el que corresponde a la capacidad en el sentido del uso normal, mientras que el primero es sólo un concepto recién inventado, concebido para abarcar todas las propiedades del cono- cimiento. Nada tiene de sorprendente que podamos ahora concluir que el conocimiento es capacidad, en este nuevo sentido inventado de «capacidad», que no tiene mucha relación con su sentido normal. Evidentemente, nada se logra con estas maniobras verbales. Más bien debemos concluir que la intención de explicar el conocimiento en términos de capacidad (disposición, destreza, etc.) es erróneo de raíz. Este es uno de los muchos aspectos en que el planteamiento de la concepción del conocimiento que gran parte de la filosofía contemporánea ha desarrollado, me parece bastante erróneo.
Otras consideraciones llevan a la misma conclusión. Así, Juan sabe que el sintagma el libro se refiere a un libro, y no a una mesa. Esto no es un fallo de capacidad por su parte. No es porque sea demasiado débil o porque le falte destreza por lo que el libro no se refiere a mesas para Juan. Se trata más bien de que esta es una propiedad de cierto sistema de conocimiento que él posee. Hablar y entender el español es poseer dicho conocimiento.
Vayamos ahora a ejemplos más interesantes y difíciles que ilustran los mismos puntos y que nos llevarán a una comprensión más clara del problema de Platón y de la dificultad que conlleva. Examinemos las oraciones (2) y (3):
(2) Juan arregla el carro
(3) Juan afeita a Pedro
Estas oraciones ilustran cierto rasgo del español no compartido por lenguas parecidas como, por ejemplo, el italiano: en español, pero no en italiano, cuando el objeto del verbo es animado, como en (3), el objeto (aquí, Pedro) debe ir precedido de la preposición a.
Examinemos ahora otra construcción del español en la que pueden aparecer verbos tales como arreglar y afeitar, la construcción causativa, como en (4) y (5):
(4) Juan hizo [arreglar el carro]
(5) Juan hizo [afeitar a Pedro]
Los corchetes [,] separan un elemento de la cláusula que es el complemento del verbo hacer: significa que Juan ha hecho que ocurra cierto acontecimiento, el cual queda expresado por la proposición de dentro de los corchetes, señaladamente, que alguien arregle el carro (en (4)), o que alguien afeite a Pedro (en (5)). En (5), el objeto animado, Pedro, de nuevo requiere la preposición a.
En estos ejemplos, el sujeto de la cláusula complemento no está expresado y, por tanto, se interpreta como alguien no especificado. Pero puede estar expresado explícitamente, como en (6):
(6) Juan hizo [arreglar el carro a María]
Supongamos ahora que intentamos construir una construcción análoga a la (6) pero usando el sintagma afeitar a Pedro en vez de arreglar el carro. Tenemos así la forma (7):
(7) Juan hizo [afeitar a Pedro a María]
La oración (7), en cambio, no es tan aceptable como la correspondiente en italiano lo es. Esto es porque el español y otras lenguas similares se resisten a que haya dos Sintagmas Nominales precedidos de a en la misma oración. De hecho, la situación es un poco más complicada. En realidad, cuando uno de los sintagmas precedidos de a es un Sintagma Preposicional verdadero, la cons- trucción entonces es aceptable, como en Juan tiró a su amigo al agua. Pero cuando la dos a están ahí por razones sintácticas y no tienen significación por sí mismas, la construcción no es perfecta. Pues bien, el objeto de «afeitar» en italiano no requiere la preposición a, de manera que la oración correspondiente a (7) en italiano es aceptable.
En estas oraciones, encontramos ejemplificadas reglas del lenguaje que varían en grado de generalidad. Al nivel más general, en italiano y en español se pueden formar construcciones causativas incrustando una cláusula como complemento del verbo causativo; de hecho, ésta es una propiedad muy general del lenguaje, aunque la realización exacta de tales formas abstractas varía de lengua a lengua. A nivel más concreto, el español se diferencia del italiano en que un objeto animado ha de ir precedido de la preposición a, aunque ambas comparten el principio más general que excluye las a sucesivas, principio que tiene como consecuencia que (7) sea poco aceptable en español.
En resumen, tenemos: principios muy generales tales como el de formar construcciones causativas y otras construcciones subor- dinadas y el principio que excluye que haya más de un Sintagma Nominal precedido de a; reglas de nivel bajo que diferencian lenguas muy parecidas, como por ejemplo la regla que hace que se tenga que insertar a en español delante de un objeto animado. La interacción de tales reglas y principios determina la forma y la interpretación de las expresiones de la lengua.