“La verdad no ha hecho tanto bien al mundo
como la apariencia de la verdad le ha hecho daño.”
Duque François de la Rochefoucauld, Máximas
El incremento en la producción de información es uno de los signos de la sociedad contemporánea; a tal grado, que se convirtió en el denominador de esta sociedad: la sociedad de la información. No hay nada en nuestro planeta que crezca al mismo ritmo que la información: ninguna otra industria, actividad, subproducto, concepto, etcétera, ha crecido al ritmo que lo ha hecho la información en las últimas décadas. Como derivación de esta misma sobreabundancia, existe una enorme tendencia a consumir más información. Las personas y las organizaciones contemporáneas tienden a consumir cada vez más y más información de todo tipo: televisión, radio y cine, sitios web, blogs, redes sociales, chats, mensajería, juegos electrónicos, fotografías, llamadas telefónicas o videollamadas, publicaciones de todo tipo —libros, revistas, diarios, mapas, catálogos, música, etcétera— principalmente electrónicas.
De la enorme producción y consumo de información se deriva, a su vez, una problemática cuya tendencia también tiende a incrementarse: el cuestionamiento de la calidad y credibilidad de la información que se consume. Cada vez más usuarios se preguntan hasta dónde pueden confiar en la información a la que acceden, pues obviamente existen problemas derivados de creer en información que no es fidedigna, con las consecuencias que esto puede acarrear, así como problemas derivados de dudar de la información recibida. Es decir, en la medida en que la producción y consumo de la información se incrementan, crecen también los problemas de confianza o desconfianza en esa información.
Hoy en día existen innumerables instituciones dedicadas a colectar información de toda clase, para después brindar algún tipo de servicio con ella: textos (libros, revistas, diarios, menús, folletos), archivos, música, películas, noticias, viajes, comercio, etcétera. Infinidad de repositorios con todo género de información para casi cualquier tipo de propósito. Cada vez más personas usuarias se enfrentan a problemas de confianza —o falta de ella— con respecto a esa información que obtienen. Debido a la sobreabundancia de información en la red, a la enorme diversificación de ella, así como a los numerosos medios, dispositivos y aplicaciones para obtenerla, cada día más personas cuestionan el nivel de confiabilidad de esa información, y en muchos sectores esa desconfianza ha crecido notoriamente. Cada vez más las personas en el mundo actual requieren y usan información para la toma de decisiones, desde las cotidianas y triviales, como a cuál función de cine asistir, hasta las trascendentales, como en cuál universidad inscribirse. Por lo mismo, muchas personas han ido tomando conciencia de la importancia de contar con información fidedigna, y por lo mismo cuestionan más su origen, calidad y fiabilidad.
Otro de los fenómenos derivados de este auge desmesurado de la información es el hecho de que muchas instituciones —tanto públicas como privadas— han estado colectando inmensas cantidades de información acerca de las personas. Cada día son más las empresas y organizaciones que crean y guardan sus archivos documentales en formatos digitales: bancos, compañías de seguros, financieras, bursátiles, universidades y escuelas, hospitales, almacenes, bibliotecas, etcétera, en donde se encuentra una variedad enorme de información almacenada acerca de sus usuarios, con lo cual se producen cada vez más acervos documentales de cuentas bancarias y de inversiones, préstamos y pagos, pólizas, expedientes estudiantiles y médicos, compra-ventas —tanto presenciales como en línea—, perfiles de usuarios, catálogos y manuales de productos y servicios, además de su propia información interna. Hoy en día la factura electrónica, el pago o transferencia electrónicos, la compra de bienes y servicios en línea, la firma de documentos electrónicamente, la consulta de datos oficiales, etcétera, son algo cada día más cotidiano y tienden a incrementarse cada vez más, con lo que, al dejar registro digital, se producen y se guardan enormes cantidades de documentos de archivo y archivos digitales.
Además, en todo el mundo los servicios gubernamentales registran cada vez más trámites oficiales que guardan información digital acerca de las personas y sus transacciones u operaciones: actas de registro civil y otros jueces de paz; sentencias y resoluciones de juzgados y cortes; pagos de impuestos y otros datos hacendarios; actas de calificaciones y exámenes; certificados de estudios; oficios; correos; memorandos; reportes; contratos; patentes; convenios; trámites vehiculares; pasaportes y visas; tratados internacionales, etcétera. Esto se ha generalizado a lo largo de los tres poderes y de los diversos servicios de los gobiernos federales, estatales o locales. Su presencia y volumen tiende a incrementarse cada vez más, a dejar huella y registro digital, y a producir y almacenar, cada vez más, documentos de archivo y archivos digitales gubernamentales.
Las personas esperan que las empresas y organizaciones públicas y privadas que guardan esos archivos digitales —sistema tributario, sistema educativo, sistema de salud, registro civil, juzgados, compañías de luz, teléfono, bancos, seguros, etcétera— conserven y mantengan adecuadamente esos datos, documentos de archivo y archivos históricos digitales a ellos encomendados. Sin embargo, en realidad, el público no sabe dónde residen esos documentos, ni si están siendo manejados seria y profesionalmente, ni por cuánto tiempo estarán disponibles, ni para quién. El público, además, no sabe por lo general si esos datos están siendo sistematizados y analizados, o por quién o con qué propósito, si es con intenciones transparentes y constructivas o no, si en algún momento son borrados y cómo, etcétera. Una parte de las personas confía implícitamente en esas organizaciones de las cuales no todas son confiables, y otra parte no confía en ellas, cuando debiesen ser confiables por ley. Esto crea un especial tipo de problemas de confianza y desconfianza entre las personas y las organizaciones custodios de esa información (Duranti y Rogers, 2014: 204).
Pero la confianza —o la falta ella— no se limita sólo al público usuario: muchas empresas y organizaciones que han colectado datos, documentos de archivo y archivos digitales comienzan a darse cuenta de que su manejo, conservación, seguridad, acceso, etcétera, no son problemas triviales ni son simples problemas tecnológicos de almacenamiento; por lo tanto, ya están percibiendo la enorme tarea, responsabilidad y dificultad del manejo serio y profesional de esos documentos de archivo: “El pobre desempeño mostrado por las instituciones gubernamentales es sintomático de lo que se ha convertido en una gran crisis de gestión informativa. Una crisis que además se exacerba con la evolución tecnológica.” (Oficina del Comisionado de Información del Canadá, 2009) Peor aún, muchas de estas organizaciones manejan ya este tipo de información, pero no confían en ella, y siguen dependiendo de información y procesos manuales para poder administrar sus actividades, al no poder o querer confiar en su propia información digital. Esto impide, además, que muchas organizaciones gubernamentales consigan entrar de lleno a estrategias de transparencia de su quehacer —a pesar de la voluntad política de hacerlo— ante el impedimento de poder brindar, pero sobre todo confiar, en su propia información digital. Esto conforma otro de los tipos de problemas de confianza y desconfianza de la información digital, la cual se relaciona directamente con los documentos de archivo y los archivos.
Los archivos son un recurso muy especial de muchas de las sociedades actuales y, en consecuencia, algo cada vez más valorado en ellas: son un subproducto documental del quehacer humano y, por tanto, testigos irreemplazables de eventos presentes y pasados, memoria del acontecer, esencia de la identidad de individuos y comunidades, puntales de la democracia y transparencia así como de los derechos humanos. Si las personas y las organizaciones no pueden confiar en ellos, serán testigos muy cuestionables y puntales muy endebles que no estarán cumpliendo cabalmente su cometido para con las sociedades que los crearon.
Como puede verse, el problema de la confianza o falta de ella en la información digital no es trivial; presenta variados tipos, niveles y modalidades y tiene muchas repercusiones en las personas y en la sociedad contemporánea. Todos estos tipos de situaciones, problemáticas e implicaciones derivadas de la confianza o desconfianza de personas y organizaciones en la información digital han surgido y han ido creciendo en la actualidad, desde la información publicada (libros, revistas, noticias, etcétera) hasta aquella existente en documentos de archivo y archivos digitales. Los profesionales de la información deben entender el concepto y las características de la confianza. No es sólo un problema de interés académico; en la época actual, un profesional de la información no puede trabajar bajo la premisa de que su organización produce, opera o custodia información que el público debe considerar obligatoriamente fiable, porque así debe ser. En bibliotecas y archivos “tradicionales”, los aspectos físicos —el edificio, las salas, los estantes, los volúmenes encuadernados, el personal profesional, etcétera— bastaban por lo general para inspirar una sensación de confianza a los usuarios. Entre más grande, más señorial, más antigua era la organización y sus instalaciones, mejor. Todo este paradigma ha cambiado radicalmente con el advenimiento de la información digital y la red. Por su misma naturaleza etérea e intangible, por la misma volatilidad y virtual naturaleza de la información digital y sus responsables, construir confianza en ella y en la organización es algo que no se da ya automáticamente partiendo de un nombre, un decreto, o un organigrama; es algo deliberado, planeado, que se construye día a día de forma colectiva y se puede acumular, pero también se puede dilapidar y perder. Los usuarios hoy en día no pueden ver quién está del otro lado de la red suministrando información. Los profesionales de la información deben saber cómo se genera y se construye esa confianza en ella; de otra forma no la obtendrán.
Toda esta problemática y los conceptos asociados son precisamente las que esta obra pretende analizar y desarrollar, obviamente con miras a optimizar los criterios, elementos, situaciones y características de la confianza que permitan solucionar en lo posible los problemas derivados de ella en su relación con la información digital, y en especial con las publicaciones, los documentos de archivo, las personas y las instituciones encargadas de su producción, operación, custodia y preservación; particularmente, cómo lograr y optimizar la confianza en todos ellos.
“Esta era de la tecnología se caracteriza por un constante acceso
a vastas cantidades de información; el recipiente se desborda;
la gente se ve apabullada. El ojo del huracán no está tanto
en lo que sucede en el mundo, sino en cómo pensar, sentir,
asimilar y reaccionar ante tanto que sucede.”
Criss Jami, Venus en armas
Desde hace décadas, se hacía notar el hecho de que la cantidad de información publicada en la segunda mitad del siglo xx se equiparaba a la de toda la historia anterior de la humanidad. Autores como Frederick Lancaster, David Penniman, Pat Molholt, Kenneth Dowlin, Maurice Line, Frederick Kilgour, Lauren Seiler, David Raitt y Thomas Surprenant escribieron al respecto (Lancaster, 1993; Press, 2013). A fines del siglo pasado, la cantidad de información producida se duplicó cada pocos años, cada vez más rápido; y a partir de este siglo se ha duplicado aproximadamente cada dos años. Lyman (2000) y Varian (2003) fueron de los primeros en realizar estas cuentas en el mismo principio de este siglo. Varias personas y organizaciones han continuado con esta contabilidad acerca del fenómeno de la producción de información digital a nivel mundial. Existe un famoso estudio de Bohn y Short (2012: 989) en el cual calcularon que, hacia 2008, el consumo per cápita del ciudadano de Estados Unidos fue de 34 gigabytes diarios. De acuerdo con el último estudio publicado por la organización idc, el mundo produjo 130 exabytes de información en 2005; 1,227 en 2010; 2,837 en 2012; 8,591 en 2015, y producirá 40,026 exabytes en 2020 (Ganz y Reinsel, 2012). Este último número es poco más de 40 zettabytes o cuarenta mil trillones de bytes o 40 x 1021 bytes.1 Y seguramente, durante los años subsecuentes, este número será incrementado holgadamente (Figura 1).
Figura 1 Volumen comparativo de la información en exabytes por años |
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Fuente: Ganz y Reinsel (2012). |
Varios factores han contribuido a esta explosión de información: el advenimiento masivo de computadores personales y portátiles en el último cuarto del siglo pasado; la globalización de las telecomunicaciones a nivel mundial; la estandarización de protocolos de intercambio de información; la producción y uso en este siglo de cada vez más poderosos dispositivos electrónicos portátiles; el desarrollo de amplios servicios de cómputo en la nube; el abaratamiento increíble y enorme capacidad de dispositivos para almacenamiento digital de la información; la siempre creciente oferta de bienes y servicios informáticos. Todo esto ha logrado que personas y organizaciones produzcan, transmitan y consuman información a una tasa cuya proporción es cada vez mayor.
La información que se produce es de toda naturaleza: texto, imágenes, televisión y video, películas, música, radio, correos y mensajes, juegos, web, llamadas telefónicas, aplicaciones, etcétera. Y es producida tanto por personas como por organizaciones con todo tipo de propósitos. Además, en los últimos años la información se ha ido convirtiendo casi en su totalidad a formatos digitales. La información “analógica” o impresa con la que contamos hoy en día fue producida mayormente en décadas pasadas, y la que se produce de ese tipo en la actualidad es un porcentaje realmente mínimo del total.
De acuerdo con diversos sitios dedicados al estudio de este tipo de datos, las actividades que mayormente generan la producción, transmisión y consumo de información son las siguientes (Ramsey, 2009):
Estas actividades fueron consideradas en estos rubros debido a las industrias que están atrás de cada una de ellas; es decir, la industria de la televisión que se transmite por aire o cable a nivel mundial, los juegos electrónicos que se venden en cartuchos o discos, las empresas de telefonía fija o móvil a nivel mundial, la industria del cine distribuida a salas cinematográficas, la música que se vende en discos, la radio transmitida por aire, las editoriales que imprimen libros, revistas, diarios, etcétera. Obviamente, muchas de esas actividades pueden ser realizadas y son hechas cada vez más en internet, pero todas ellas tienen sus industrias propias fuera de la red. A su vez, las actividades que producen y consumen información en internet, pueden subdividirse, según usc Annenberg (2013), Infoplease Database (2008), en:
Como puede observarse de las dos listas anteriores, la variedad de tipos de información, las actividades relacionadas con ella, las modalidades, los medios y vehículos, son innumerables. Lo mismo puede decirse de los consumidores: los hay de todo tipo y en todos los lugares. La suma de estas dos listas puede dar una mejor idea de cómo se producen y consumen en el mundo los zettabytes enunciados anteriormente, así como el porqué de su incremento.
Al respecto, pueden plantearse varias reflexiones interesantes: en primer lugar cabe preguntarse si la información puede seguir creciendo a este ritmo. Al hacer un análisis a partir de los datos de Lyman (2000) y Varian (2003), y de los de Ganz (2012), si consideramos la población mundial y su crecimiento, puede observarse que en el año 2000 —casi al principio de la cuantificación en bytes— el mundo tenía unos 6,000 millones de habitantes, y se calculaba que había entonces unos seis exabytes de información acumulada en el planeta; eso significa un gigabyte por habitante. En 2011 se llegó a los 7,000 millones de habitantes, mientras el universo digital llegaba a los 1,800 exabytes; esto es, poco más de 250 gigabytes por habitante del planeta. En 2015 se alcanzaron los 8,600 exabytes y 7,400 millones de habitantes, o sea, 1,116 gigabytes por habitante. Para el año 2020 se proyectan 7,800 millones de habitantes y más de 40 mil exabytes, lo cual promediará 5,100 gigabytes o 5.1 terabytes por cada ser humano del planeta. En total un aumento de cinco mil veces más información per cápita en sólo veinte años. Como referencia, considérese que un terabyte de información equivale a 500 millones de cuartillas de texto de 2,000 caracteres cada una, o dos millones de libros de 250 páginas cada uno, o mil millones de mensajes de correo electrónico de mil caracteres cada uno, o un millón de páginas web de un megabyte cada una, o 333,000 fotografías de alta resolución, o 250,000 archivos de música mp3 de 4 minutos cada uno, o casi dos mil cd roms, o siete mil millones de tuits de 140 caracteres cada uno. Si multiplicamos estos datos por cinco veces esa será la proporción per cápita en el planeta en el año 2020, y ni el total ni el crecimiento se detendrán ahí. Obviamente es mucho, muchísimo más de lo que ningún humano puede leer o escuchar o utilizar en una vida completa. No importa cuánto se utilice, ni siquiera considerando una enorme tasa de desperdicio. Si juntásemos un ejemplar de todos los libros del mundo producidos desde el primer libro de la humanidad hasta el último de hoy no se ocuparían más de 500 terabytes en formato pdf,2 y apenas ocuparían —todos ellos— un tercio de un solo terabyte en formato txt.
Entonces: ¿cinco terabytes por persona en el mundo? Y ese promedio resulta asumiendo que todos los habitantes del planeta tendrán acceso equitativo a la información digital, lo cual, en realidad, no es así. De acuerdo con el sitio Internet Live Stats —http://www.internetlivestats.com/internet-users/#trend— a fines del 2016 poco más de 3,400 millones de personas tenían acceso a internet; esto es, el 46% de los habitantes del planeta. Y el crecimiento mayor en este rubro ya se dio. Esto daría una proporción real de más de diez terabytes de información por persona en el mundo entre los que pueden accederla. La cuenta no suena lógica. Por tanto, acerca de la increíble proporción de información por persona, varias posibles explicaciones se desprenden al respecto:
Mi conclusión es que hay algo de todas. De cualquier forma es demasiada —más que demasiada— información.
De esta introducción se desprenden dos reflexiones pertinentes para el desarrollo de esta obra: la primera es el hecho de que la confianza en la información digital —o la falta de ella— es un problema cada día mayor, presenta variados tipos, niveles y modalidades y tiene muchas repercusiones en las personas y en la sociedad contemporánea. Por lo mismo, los profesionales de la información deben saber cómo se genera y se construye esa confianza: de otra forma no la obtendrán.
La segunda reflexión al respecto es que la sobreabundancia actual de la información producida incide en una disminución sensible de la calidad de esa información, lo cual afecta a su credibilidad y confianza.
Estas reflexiones serán objetivo de análisis a lo largo de esta obra.
1 1 zettabyte = 1000 exabytes = 1’000,000 petabytes = 1’000,000,000 terabytes = 1’000,000,000,000 gigabytes = 1’000,000,000,000,000 megabytes = 1021 bytes o caracteres.[regresar]
2 En un estudio se Google hecho en 2010 se estimaba que en ese entonces el total de títulos de libros producidos en toda la historia de la humanidad era de cerca de 130 millones (Taycher, 2010).[regresar]
“¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido debido al conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido
debido a la información?”
Thomas Stearns Eliot
Hemos mencionado que se puede tener o no confianza en alguna información, en un sitio web, en cierta organización, en sus documentos o su personal, pero es necesario en este punto definir exactamente qué debe entenderse por confianza para fines de esta obra.
Confianza es un término ampliamente utilizado pero difícil de definir. Para comenzar, es un término que ha sido analizado y definido desde hace casi tres milenios, y por lo mismo obviamente ha evolucionado. La confianza tiene además planos de tiempo: los conceptos y objetos de la confianza han ido cambiando en las sociedades; no es igual la confianza dentro de la sociedad antigua, la medieval, la industrial, la posindustrial, la de la información, etcétera. Silver (1985), Misztal (1966) y Seligman (1997) han hecho sendos recuentos extensivos de estudios y definiciones históricas del concepto. Aun dentro de la sociedad contemporánea, el término ha evolucionado. O’Hara (2004) hace un análisis detallado de cómo el término ha sido usado y ha ido evolucionando en nuestra sociedad de fines del siglo xx y lo que lleva transcurrido el siglo actual.
La confianza tiene también planos geográficos: Francis Fukuyama distingue entre “culturas de alta confianza” en diversos países del lejano oriente, y “culturas de baja confianza” en algunos países del hemisferio occidental (Fukuyama, 1995). Richard Stivers y Robert Putnam afirman que había una “cultura de alta confianza y compromiso” en la Unión Americana en el siglo xix, que ha desaparecido, y en su lugar hay una “cultura del cinismo” a fines del siglo xx (Stivers, 1994; Putnam, 1995). En muchas culturas, ha existido y persiste la confianza basada en la palabra de honor; en otras, esto no tiene significado alguno. Puede establecerse entonces que el término confianza cambia también en función de tiempo, geografía y entorno cultural, y no sólo en función a la disciplina que lo analiza.
No obstante, la dificultad mayor estriba es que hay muchos puntos de vista desde los cuales se puede abordar este concepto, dependiendo del campo desde el cual se estudie. Es de interés para múltiples dominios del conocimiento, como: la filosofía, la sociología, la economía, las ciencias del comportamiento, la lógica, la psicología, la ética, la religión, la informática, la comunicación, la teoría de las organizaciones, la antropología, la ciencia política, y más recientemente, la bibliotecología y la archivística. Cada una de estas disciplinas presenta enfoques muy particulares que conforman la visión y, por tanto, la definición del término. Si bien tienen elementos comunes entre ellas, es imposible llegar a una única definición que las contenga a todas; es un término polisémico, y como tal hay que estudiarlo. En palabras de White (1985: 188): “Confianza es un término que por sí mismo es todo un racimo de definiciones”. En español, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua consigna siete definiciones para el término confianza, más otras tres adicionales para de confianza. En inglés, el Diccionario Oxford consigna dieciséis definiciones sólo para el término trust, y el Diccionario Merriam-Webster consigna nueve.
El enfoque no tan sólo depende de la disciplina; depende también, en mucho, de la agenda y propósitos de los estudios. Existen numerosas investigaciones que presentan diversas tipologías de análisis y construcciones de confianza: se han sugerido tipologías en términos de los objetos de la confianza (McKnight y Chervany, 2002); en términos de los modos en que se manifiesta (Zucker, 1986); en términos de los procesos involucrados (Lewicki y Bunker, 1995); en términos del contenido (McAllister, 1995), entre otras.
El término tiene alcances distintos, pues puede analizarse y definirse como algo propio de las personas o como algo colectivo, propio de grupos o sociedades. Por ejemplo, para la psicología y la filosofía las definiciones tienen un enfoque personal, mientras que para la sociología o la economía son de tipo colectivo. Además, el término tiene relación muy cercana con otros que influyen directamente en su conceptualización y definiciones, pues se entremezclan y es difícil, por tanto, no contemplarlos y poder separarlos: el término confianza está muy cercanamente relacionado con los conceptos de verdad, veracidad, credibilidad, confiabilidad, riesgo, certeza, fe, fidedigno, etcétera, lo cual tiende a agregar confusión a su estudio. Con frecuencia, se define junto con adjetivos: la confianza puede ser básica, cognitiva, simétrica, emocional, personal, grupal, interpersonal, mutua, social, colectiva, institucional, sistémica, unilateral, organizacional, etcétera.
Barbalet (2009: 372) estableció que la confianza se ha definido de diversas maneras, en términos de: 1) los beneficios que proporciona —cooperación, cohesión política, fiabilidad, orden social, etcétera—; 2) la disposición de los que dan la confianza —afectiva, calculativa, moral, pragmática, etcétera—; 3) el carácter de la relación entre el confiante y el confidente —contractual, dependiente, de explotación, de reciprocidad, etcétera.
Ha sido y es un concepto tan importante para la vida de personas y sociedades durante tanto tiempo que no es sólo un concepto académico; ha estado estrechamente ligado con el quehacer cotidiano de los seres humanos. Además de tratarse ampliamente en la literatura especializada, su importancia se refleja y puede observarse en la abundancia con la que ha sido tratado hasta en la literatura de entretenimiento, en especial el género dramático: innumerables obras se han construido por siglos con la confianza o falta de ella como núcleo del drama. Como ejemplos destacan: El condenado por desconfiado y El burlador de Sevilla de Tirso de Molina; Tan largo me lo fiais, de la Compañía de Jerónimo Sánchez; Don Juan Tenorio, de Zorrilla; Otelo, de Shakespeare, por citar algunos.
Por lo mismo, numerosos escritores literarios famosos han acuñado reflexiones y frases sobre la confianza y la desconfianza: José Ortega y Gasset afirmó: “Si no tenemos confianza en nosotros, todo está perdido. Si tenemos demasiada, no encontraremos cosa de provecho. Confiar pues, sin fiarse. Yo no sé si es posible, pero veo que es necesario”. Miguel de Unamuno estableció: “tu desconfianza me inquieta y tu silencio me ofende”. Antonio Machado escribió: “a quien nos justifica nuestra desconfianza llamamos enemigo, por ser ladrón de una esperanza”. Francisco de Quevedo dijo: “el mayor despeñadero, la confianza”. Marcel Proust aseveró: “el tiempo pasa, y poco a poco todo lo que hemos dicho en falsedad se convierte en verdad”. William Shakespeare indicó: “Ama a todos, confía en muy pocos, y no hagas daño a nadie”, y también “la confianza es el mayor enemigo de los mortales”. Aristófanes escribió: “la desconfianza es la madre de la seguridad”. Alejandro Dumas expresó: “toda la sabiduría humana está resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar!”.1
Por si todo lo anterior fuera poco —disciplinas, enfoques, planos, alcances—, la falta de consenso en la traducción de términos desde otras lenguas —principalmente el inglés— incrementa además la confusión de los lectores en lengua castellana. Por ejemplo, los términos trust y confidence, ambos traducidos con mucha frecuencia al español como confianza, cuando en inglés tienen significados parecidos y relacionados pero diferentes; es decir, en inglés no son sinónimos, y al traducir ambos por el mismo término confianza se vuelven incorrectamente sinónimos en español. Trust puede ser traducido como confianza pero por lo mismo, si confidence es algo distinto a trust la traducción no puede ser también confianza. El término más aproximado y diferente para confidence es certeza. Subrayo, más aproximado, ya que no hay uno idéntico; lo importante es que no sean iguales en español para no crear confusión. Existe un proverbio alemán que reza: “Vertrauen ist gut, Sicherheit noch besser”; ha sido traducido al inglés como: “Trust is good, confidence is better” y podría traducirse al español como: “La confianza es buena; la certeza es mejor”. Lo importante es resaltar que en lenguas no latinas como el alemán y el inglés existen términos distintos que con frecuencia son traducidos al español por igual y erróneamente como confianza. Del proverbio puede observarse que trust y confidence no pueden traducirse por el mismo término en español; de otra forma no tendría sentido.
Lo mismo sucede con los términos trustworthiness y reliability, los cuales no son sinónimos en inglés —tienen sus diferencias—, pero ambos son, a menudo, traducidos como confiabilidad. Son dos conceptos distintos. Por tanto, si uno de ellos es traducido al español como confiabilidad, el otro no puede ser traducido con el mismo término. Los equivalentes aproximados, en español, para trustworthiness son: carácter de ser fidedigno, carácter de ser fehaciente, formalidad, integridad, credibilidad. Si existieran las palabras en español, lo más aproximado sería fidedignidad o fehaciencia; desgraciadamente no existen. Por lo mismo, se decidió utilizar confiabilidad para traducir trustworthiness, y por tanto confiable para traducir trustworthy. A su vez, el término reliability tiene varias connotaciones, ya que se usa en diversas disciplinas (véase glosario, al final). Dado que en la ciencia archivística la connotación específica de reliability es el “grado en que un documento de archivo puede sostener, declarar o establecer al acto o hecho del que es relativo”, y en el diccionario existe el término solvente con la connotación de “digno de crédito, que resuelve, capaz de cumplir una obligación”; en consecuencia, y para no volver usar el término de confiabilidad, se decidió utilizar solvencia como equivalente de reliability, y de ahí solvente para traducir reliable. En esta obra, confiabilidad y fiabilidad son consideradas sinónimas.
Como puede verse, la ambigüedad de las traducciones al español también abona a la confusión acerca del término. Y los anteriores son sólo algunos ejemplos al respecto. Existen muchos más términos como éstos.
Más aún, la ambigüedad de términos existe también en inglés. Al ser confianza un término de alcance global, tan antiguo y polisémico, no es de extrañar que la confusión de conceptos exista en otras lenguas. En inglés, trust proviene del escandinavo antiguo traust (y, por tanto, todas las palabras derivadas), mientras que confidence, confide, confident, confidant, certitude, etcétera, provienen del latín. Eso crea diferencias y sinonimias no tan obvias en inglés. Niklas Luhmann —uno de los máximos teóricos respecto a la confianza— hizo una clara distinción entre trust y confidence —confianza y certeza—, términos que en inglés también han sido muy utilizados erróneamente como sinónimos. Luhmann estableció y argumentó —entre otras cosas— que la confianza es personal —se confía en las personas— y que la certeza es siempre institucional o sistémica; se tiene certeza en las instituciones sociales o sistemas. También argumentó que la confianza —trust— conlleva el examen de los riesgos involucrados, mientras que la certeza —confidence— ya no (Luhmann, 1990: 97-103). De acuerdo con este autor, la diferencia fundamental estriba en las opciones: en una relación de confianza —trust— una persona elige un curso de acción de entre varias opciones posibles. En cambio, en una situación de certeza —confidence— la persona decide tomar un cierto curso de acción sin considerar si hay otras opciones posibles (Luhmann, 1990: 97).
A partir de este autor, desde principios de los años noventa muchos otros han seguido su sugerencia y manejan trust y confidence —confianza y certeza— de manera similar a él, marcando claramente la diferencia. Por lo tanto, en inglés hay en general un antes y un después en el tratamiento de los términos desde esa época. En español la ambigüedad continúa, y casi sin excepción se sigue traduciendo trust y confidence como confianza —haciéndolos sinónimos—, sin hacer ninguna distinción.
La búsqueda de literatura al respecto de trust o confianza trae innumerables documentos al respecto; algo que se observa inmediatamente es la enorme variedad de enfoques y definiciones. Al respecto, Susan Shapiro ya mencionaba desde 1986:
El confuso popurrí de definiciones aplicadas a numerosos niveles y unidades de análisis. Muchas de estas definiciones contemplan a la confianza como una propiedad ya sea del individuo o del contenido emocional, entendimientos comunes o reciprocidades de las relaciones interpersonales (se usa confianza como sinónimo aproximado de fe, certeza, expectativa, fiabilidad, seguridad, etcétera). (Shapiro, 1986: 625)2
De forma semejante, Golembiewsky y McConkie (1975: 131) concluyeron en uno de sus trabajos que el estudio de la confianza “[…] es una paradoja […] coexisten diversas conceptualizaciones de confianza interpersonal, y existe la firme convicción de que todas las varias cosas descritas son relevantes en la vida humana.” Gambetta (1990) compiló y editó un conjunto de diversos conceptos de confianza y desconfianza de variados autores en diferentes campos y perspectivas, y en algún momento menciona “la elusiva noción de la confianza”. Niklas Luhmann apuntó que “[…] existe una cantidad lamentablemente escasa de literatura acerca de la confianza dentro de la sociología […] y fuera de esta disciplina lo que hay está teóricamente desintegrado e incompleto.” (Luhmann, 1979: 8) Child a su vez escribió: “[…] la confianza sigue siendo un fenómeno subteorizado, subinvestigado, y por tanto pobremente comprendido.” (2001: 274) PytlikZillig y Kimbrough establecieron que “[…] la falta de una definición consensuada o incluso de una conceptualización de la confianza ha sido generalizada, recurrente y de larga data.” (2016: 18) Vigoda-Gadot y Mizrahi afirman que “[…] es muy difícil encontrar una definición operativa generalmente aceptada acerca de la confianza y su medición.” (2014: 3)
Como estos ejemplos pueden encontrarse muchos más, e ilustran claramente que la gran diversidad de enfoques y definiciones disímiles han incrementado la confusión acerca del tema. El panorama general no ha cambiado sensiblemente en las dos décadas recientes.
Por lo mismo, ya hubo quien haya tratado de hacer tipologías y métodos de comparación y organización acerca del tema. Por ejemplo, Sitkin y Roth (1993) dividen a los estudios sobre la confianza en cuatro categorías: 1) confianza como un atributo del individuo; 2) confianza como un comportamiento; 3) confianza como una característica situacional; 4) confianza como un acuerdo institucional.
Hosmer (1995) agrupa los estudios acerca de la confianza en: 1) expectativas individuales; 2) relaciones interpersonales; 3) estructuras sociales; 4) intercambios económicos, y 5) principios éticos. Este autor establece, además, que “[…] existe un amplio consenso acerca de la importancia de la confianza en la conducta humana, pero hay una igualmente amplia falta de acuerdo en la construcción de una definición aceptable.” (Hosmer, 1995: 380)
Lewicky y Bunker (1995) y Worchel (1979) agrupan los estudios al respecto en tres categorías: 1) las teorías de la personalidad que conceptualizan a la confianza como diferencias entre los individuos; 2) teorías sociológicas y económicas que ven a la confianza como fenómenos institucionales o colectivos, y 3) teorías de la psicología social que conceptualizan a la confianza como las expectativas que se tienen de las otras partes involucradas en una transacción.
Harvey James (2007) consigna que encontró doce modelos teóricos distintos acerca de la confianza (véase, al respecto, anexo 2).
McKnight y Chervany (1996) realizaron en ese año un exhaustivo estudio donde analizaron más de sesenta textos acerca de la confianza, provenientes de diferentes campos: administración, comunicación, sociología, ciencia política, psicología y economía, y agruparon los significados en categorías de tratamiento del término.
De acuerdo con sus resultados, la confianza fue tratada en esos documentos desde puntos de vista estructural (6%), disposicional (4%), como actitud (3%), como sentimiento (17%), como expectativa (20%), como creencia (24%), como intención (8%) y como cognitivo (18%). Ellos establecieron y cuantificaron, además, 17 tipos de atributos relacionados con las diversas conceptualizaciones acerca de la confianza. (Para más detalle, véanse Tabla 1 y Tabla 2 de ese estudio.)
Castaldo et al. (2010) hicieron un estudio parecido, y encontraron 36 definiciones de confianza en los artículos analizados y establecieron que es más fácil definir lo que la confianza hace en lugar de lo que la confianza es.
Romano (2003: 3) realizó un extenso estudio comparativo de las definiciones de confianza y encontró que existen diez características definitorias de ella agrupadas en tres categorías: 1) los referentes de la confianza, con las características de ser actitudinal, social, versátil y funcional; 2) los componentes de la confianza, con las características de ser hipotéticos, consecuenciales y motivacionales, y 3) las dimensiones de la confianza, con las características de ser simétrica, incremental y condicional.
Hoy en día, nadie cuestiona que el concepto de confianza es complejo y multidimensional (Barber, 1983; Butler, 1991; Corazzini, 1977; Lewis y Weigert, 1985; Muir, 1994; Rempel et al., 1985). No obstante, la investigación a menudo se centra estrechamente en aspectos específicos de la confianza, al no captar plenamente esa naturaleza multidimensional. La literatura acerca de confianza también carece de una clara diferenciación entre los factores que contribuyen a la confianza, a su construcción y a sus resultados (Kelton et al, 2008). Michetti (2013) menciona que halló seis diferentes definiciones de confianza —trust— dentro de nueve normas iso: iso/iec 10181-1:1996, 3.3.28; iso/iec 25010:2011 (en), 4.1.3.2; iso/tr 18307:2001, 3.141; iso/tr 21089:2004, 3.88; iso/ts 22600-2:2006, 2.43; iso/iec 13888-1:2009 (en), 3.59; iso/ts 22600-3:2009, 3.106; iso/iec 9594-8:2005, 3.3.59; iso/iec 9594-8:2008, 3.4.64.
Como puede deducirse de todo lo analizado, es prácticamente imposible desarrollar un concepto o definición universal y compartida acerca del término y un lenguaje común al respecto, pero sí es posible establecer una comprensión común y transdisciplinaria a partir de las teorías, metodologías y métricas específicas de cada dominio de conocimiento, por medio de un estudio y comparación del concepto de confianza y sus asociados a través de una variedad de perspectivas (McKnight y Chevarny, 1996: 5).
Derivado de lo anterior y para fines de esta obra —y precisamente con el fin de reducir la incertidumbre derivada de los múltiples enfoques disciplinarios—, se desea caracterizar y definir a la confianza en función de las ciencias de la información que nos interesan: bibliotecología y archivística, y en especial su relación con la información, las bibliotecas, los archivos, las organizaciones y las personas que los manejan o custodian. Para lograrlo, es necesario entonces analizar previamente y hasta cierto grado los conceptos y definiciones desde otras disciplinas, con el fin de poder entender su evolución, sus similitudes y diferencias; compararlos, acotarlos y, por tanto, delimitar sus alcances para, de esta forma, estar en posibilidad de decantar los elementos no necesarios para los dominios de conocimiento que nos interesan. Es imposible, de inicio, eliminar todo lo ajeno a ellos sin este análisis y comparación general previos, pues, como podrá comprobarse, las líneas fronterizas del concepto entre disciplinas o dominios no están del todo claras, y con frecuencia hay lagunas o se traslapan. Partiendo de ese análisis general, el alcance de esta obra se concentrará en analizar a la confianza en la información digital, así como a las personas y organizaciones responsables de ella, especialmente en bibliotecas y archivos.
“En Dios confiamos; a todos los demás los revisaremos.”
Anónimo
Para encontrar las acepciones primigenias del concepto, es indispensable partir de este enfoque. Las más antiguas aproximaciones al término hace casi tres milenios fueron teológicas. Parten de la confianza en lo más trascendental de ese entonces: en Dios, en los textos sagrados, etcétera. Eran entes “dignos de fe, dignos de confianza”. En arameo antiguo se encuentra el término haymonutho —fe, verdad, firmeza, fidelidad—.3 Para los antiguos hebreos los términos para fe derivan del verbo `aman —אָמַן—, el cual tiene el significado de ser duradero, sólido, perdurable, estable. Tiene también el significado de ser fiel, ser disciplinado, ser veraz, creer, tener fe, confiar en alguien. Las palabras hebreas fe, convicción y confianza comparten la misma raíz e-m-n. El término existió también en arábigo, en siríaco y hasta en fenicio antiguo o púnico (Vine, 1984: 77-80). El sustantivo derivado del verbo `aman entraña la verdad: —`emûnáh o אמונה—; significa verdad o verdadero, lo que proviene de honestidad, fidelidad, lealtad, estabilidad, veracidad. Es algo seguro, estable y fiel en lo que podemos creer que es verdad y, por tanto, confiar. Verdadero es lo que es fiel a sí mismo y por eso da seguridad, y la seguridad lo hace digno de confianza. Bajo este enfoque confianza y verdad son prácticamente sinónimas. De ese verbo se deriva también el término en español amén —`amen o אמן en hebreo—, que significa ciertamente, verdaderamente, genuinamente, afirmativamente, que conste, que así sea. La raíz y la palabra pasaron también al griego ἀμήν, al latín āmēn, y al árabe آمين - amin. Para los antiguos hebreos, amén es un acrónimo de El Melech Ne`eman, que se podría traducir como Dios, Rey en el que se puede confiar. Estos conceptos interrelacionados de verdad, confianza, fe, esperanza, etcétera, se encuentran a lo largo de milenios en innumerables textos teológicos de diversas religiones, designando de forma primigenia la confianza del pueblo en Dios.
En griego antiguo la fe —pístis o Πίστις— significó también, de inicio, la confianza que se tenía en los dioses. Es algo derivado de la creencia innata, de la certeza sin conocimiento ni fundamento racional, lo que persuade y lleva a la confianza. De este término se derivó el adjetivo pistós - πιστός, que en su acepción pasiva significa alguien que es fiel, digno de confianza. Con el tiempo, evolucionó a la fe que se tiene en las personas, así como algo que se ha confiado a alguien, la credibilidad, el crédito económico o la garantía de algo. Al evolucionar el griego antiguo al griego helenístico, la fe —pístis— sirve también para designar una convicción teórica o una forma reflexiva de conocimiento, además de su significado original de confianza en una divinidad.4 De estos términos evolucionados se derivaron las palabras en español episteme y epistemología.5 En griego moderno, la fe que inspira confianza se sigue denominando písti —Πίστι— después de tres mil años.
No es de extrañar que en un cierto momento el concepto de pístis se materializara en un personaje de la mitología griega precisamente con ese nombre: Pístis, la personificación o espíritu de la buena fe, la confianza y la fiabilidad, escapada de la caja de Pandora. Se complementa con muchas otras personificaciones como Peithó, la persuasión; Elpis, la esperanza; Sofrosina, la prudencia, y las Cárites o Gracias. Todas ellas, asociadas con la honestidad y la armonía entre las personas. Es mencionada desde obras tan antiguas como la Teogonía de Hesíodo del siglo vii a. C. Pasó, como muchas otras deidades, del Panteón griego al romano tomando el nombre de Fides, diosa de la confianza, hija de Saturno y Virtus, cuyo nombre en latín significa precisamente fe, confianza, lealtad, seguridad, convicción, cumplimiento de la palabra empeñada.
Era representada como una mujer joven con un velo blanco o estola coronada y una rama de olivo; su mano extendida sostenía una copa, una paloma, o una insignia militar; sus sacerdotes, al igual que la mayoría de todos los sacerdotes romanos de alta jerarquía, vestían de blanco. Tenía su templo en la colina Capitolina, donde los romanos preservaban todos sus tratados de Estado para que fuesen guardados por ella.
Como puede verse, en la antigua Roma la confianza tampoco era un concepto primitivo u oscuro; gozaba de suma importancia, reflejada en una representación personalizada, una parsimonia y un significado.
En inglés, la actual palabra belief6verdad, fe confianza