Introducción

El término estudios de la información (ei) hace referencia a un campo amplio en el cual confluyen diversos dominios del conocimiento como las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (tic); las ciencias de la computación; la administración del conocimiento, y las matemáticas, entre otras. En los Estudios de la Información, se abordan los sistemas de información y su construcción, implementación e infraestructura, así como las herramientas tecnológicas que se requieren para estos fines.

Gracias al avance vertiginoso de las tic, los Estudios de la Información son un campo aplicado importante que persigue el uso de la información a nivel tecnológico bajo un contexto social que permita dar solución a problemas concretos. A través de los Estudios de la Información, se establece un lazo indisoluble entre los aspectos computacionales, los fundamentos relacionados con la información y el estudio de la sociedad.

En el Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información de Universidad Nacional Autónoma de México, se tratan temas relacionados con los Estudios de la Información, pues es una de las áreas que le atañen. En este sentido, esta obra es resultado de una preocupación por mostrar reflexiones teórico metodológicas sobre Estudios de la Información, así como algunos de los avances que se llevan a cabo en el mundo altamente tecnologizado y desbordado de información en el que se vive.

El título Estudios de la Información: Teoría, Metodología y Práctica hace alusión a los temas que son tratados en este libro. Aquí se plasma la importancia de formular preguntas de investigación adecuadas, así como de la evaluación rigurosa de las fuentes de información que se elijan para guiar las investigaciones a partir de un adecuado uso terminológico y conceptual, lo que clarifica la elección metodológica, que a su vez implica una recopilación de datos pertinente y su interpretación correcta.

Por otra parte, se abordan distintas posturas filosóficas que involucran la cuestión del crecimiento del conocimiento, así como los problemas más fundamentales relacionados con el mismo.

Como parte del universo social de la información, en esta obra se analiza la relación de la información con las ideas de ciudadanía y gestión gubernamental al retomar, desde los Estudios de la Información, las tesis de cinco de los principales teóricos de las Ciencias Sociales. Aunado a lo anterior y como fenómeno bibliotecológico y social actual se plantea, también, la vinculación significativa de los registros de los recursos de información documental disponibles en el entorno de la web procedentes de sistemas de almacenamiento y recuperación de información de la biblioteca.

En este trabajo, los autores, mediante una revisión bibliográfica, tratan de delinear distintos puntos de abordaje en el estudio de usuarios en donde señalan la necesidad de que dichos estudios se extiendan a los no-usuarios, y concluyen que su tipificación puede ayudar a dirigir a un público más amplio los servicios proporcionados por la biblioteca.

Se examina el tema de los documentos de acceso abierto y se plantea la necesidad de un consenso terminológico-conceptual; asimismo, se presenta un análisis del término “recursos de información”.

También resulta interesante la propuesta del método de identificación de conocimiento como un procedimiento que se compone del uso de diversos métodos. Aquí se propone que dichos métodos permitirían la identificación de activos intangibles y su vinculación con un acervo documental, lo que posibilitaría la relación entre metadatos y saberes.

En relación con el concepto de información, se plantea e intenta evidenciar el cambio de paradigma en la concepción y el abordaje del objeto de estudio información registrada/uso/usuario en la evolución de disciplinas como la Bibliotecología o la Biblioteconomía, así como las Ciencias y los estudios de la Información. Otro planteamiento es el análisis del concepto de sistema de información científica, para el cual se presenta una tipología de los principales productos existentes en la actualidad a partir del establecimiento de un conjunto de indicadores que los caracterizan y diferencian, como los hábitos de uso de los investigadores.

Finalmente, en este trabajo se establece una discusión en donde se indica que más allá del estudio de los distintos factores sociales, culturales, económicos y sociales que permean al fenómeno información, así como su naturaleza, canales y flujos, es necesario que desde los Estudios de la Información ésta sea abordada sin perder de vista que representa un bien común y que, como tal, el profesional de la información debe incidir en su democratización por medio del diseño de políticas. Bajo este compromiso social, pero específicamente dentro del ámbito cultural, se presenta el planteamiento, como estrategia para hacer frente a la pérdida del patrimonio digital sonoro, de la identificación de cada etapa dentro del ciclo de vida de este tipo de documentos por medio de la adopción de preceptos desde la Archivística, la Bibliotecología y los Estudios de la Información.

Se espera que esta obra sea la primera de muchas en donde se hagan explícitos los avances en la investigación teórica y práctica en torno a los estudios de la información en nuestro país.

Georgina Araceli Torres Vargas

Visiones disciplinarias de los Estudios de la Información

Reflexiones sobre metodología de la investigación
y fuentes de información

Adolfo Rodríguez Gallardo

Universidad Nacional Autónoma de México

Sin pretender hacer un análisis de la investigación en nuestro campo disciplinar, el objetivo de este artículo es llamar la atención sobre el hecho de que al realizar una investigación se deben cuidar dos aspectos fundamentales: la metodología y las fuentes de información, que servirán para resolver las preguntas que la investigación plantee y, derivado de ello, usar adecuadamente la información que se trate. Podría parecer evidente, pero en la práctica no lo es tanto. Esta colaboración tiene cierta propensión hacia la investigación de carácter histórico que me resulta particularmente interesante.

Sobre la metodología

En algunas disciplinas humanas y sociales que cuentan con una tradición más longeva que la nuestra, la metodología de la investigación está siendo cuestionada y esto está dando lugar a nuevos paradigmas. Existe una amplia discusión que explica, enfrenta e incluso fusiona la investigación cualitativa con la cuantitativa. Asimismo, en algunos sectores existe cierto desdén por la investigación práctica sobre la teórica. Desde mi perspectiva, la investigación sólo debe dividirse en buena o mala. Más allá de los instrumentos que se usen para construir una hipótesis o para comprobarla, la investigación debe ser aceptada y valorada no porque sea de uno u otro tipo, sino por el rigor con el que el tema se abordó, por la pertinencia de sus fuentes documentales y por el trabajo analítico, reflexivo e interpretativo del investigador.

La investigación en Bibliotecología se realiza por dos razones principales, ambas válidas, que difieren en la definición del problema y la formulación de sus objetivos: la investigación como un fin por sí misma y la investigación como medio para llegar a un fin. El objetivo de la primera suele ser el deseo de incrementar el conocimiento y el entendimiento, o al menos reducir la incertidumbre de un asunto. El objetivo de la segunda es modificar una situación y se relaciona con el tema y la naturaleza del problema: el tema establecerá y delimitará la ubicación y operación de la investigación, y la naturaleza del problema determinará la forma en la que será abordado.

Al hacer referencia a la metodología como un conjunto de orientaciones para ordenar y facilitar la investigación es necesario hacer la distinción entre los objetos de estudio propios de la Bibliotecología porque al ser de una naturaleza particular suponen condiciones o limitaciones al método con el que serán estudiados. No se puede pasar por alto que la Bibliotecología recurre a los métodos empleados por otras ciencias o disciplinas y a la inter y multidisciplina.

Antes de elegir el método, es conveniente explorar analíticamente la forma en que han sido estudiados los fenómenos, de tal forma que al emplearlo se esté consciente de sus ventajas y desventajas. No obstante, sin menoscabo del objeto y del método, es fundamental realizar un proceso de planificación que incluya el planteamiento del problema y el modo en que se comprobará la hipótesis. Aquí es menester señalar que lo realmente importante en la planificación de la investigación no es la respuesta, sino la formulación de la pregunta.

En la formulación de la pregunta y en la argumentación de la respuesta es esencial el uso pertinente y correcto del lenguaje. Aunque este punto parece evidente, hay que prestarle la atención debida.
Debemos usar el lenguaje, técnico o especializado, de acuerdo con las convenciones que se aplican en la disciplina, cuidando la sintaxis, la semántica y la etiqueta. No es raro encontrar trabajos que, saturados de denominaciones, consiguen lo contrario de lo que pretenden y confunden en vez de clarificar.

Ya se ha establecido que dependiendo del enfoque del problema de investigación se usarán los métodos y técnicas que, tras una evaluación crítica y razonada, se elijan como apropiados. Por ejemplo, ante un cuestionamiento sobre los fundamentos de la disciplina, es probable que el estudio recurra a la Filosofía (Ontología, Epistemología, Teleología, entre otras ramas) para interpretar los valores disciplinares. De igual forma, si se aborda el estudio de las conductas de los usuarios de información, es posible que se privilegie una encuesta en la que se emplee un método cuantitativo, cualitativo, o ambos, pero en ningún caso se puede descartar la utilización de fuentes de información que avalen los resultados y la argumentación de los hallazgos.

Si hace muchos años la división entre investigación cualitativa y cuantitativa era fácil de apreciar, en la actualidad no es así; las fronteras se han desvanecido y es frecuente que en una investigación se encuentren los dos métodos que complementan los hallazgos de uno y otro.

Tal vez lo más relevante para un bibliotecario investigador es mantener una actitud científica, que se refleja en saber bien lo que se busca, en la curiosidad personal, en la reserva ante la opinión prevaleciente y, sobre todo, en la sensibilidad ante el cambio.

Sobre las fuentes de información

El primer deber del investigador, después de la planificación de la investigación, es establecer los criterios de relevancia y pertinencia en la selección de las fuentes de información, que deben ser sometidas a una rigurosa evaluación y posteriormente deben ser empleadas correctamente.

Cuando se trata de una investigación documental de carácter histórico, es importante que la terminología empleada sea la convencional, es decir, que se empleen las palabras que la mayoría de los profesionales reconocen; si además hay una secuencia histórica, ésta también deberá ser correcta cronológicamente. En ocasiones, se suele recurrir a la terminología de otro campo disciplinar; ésta puede ser polisémica, de significado diferente a lo que se quiere expresar, o erróneamente empleada fuera de contexto histórico.

Recuerdo que hace años, en una investigación relacionada con la Bibliotecología, se utilizaba libremente el término “constitucionalistas” para hacer referencia al período histórico que comprendía los primeros gobiernos emanados de la Revolución mexicana; empero, ese término se aplica al grupo de personas que elaboraron la constitución y al ejército comandado por Venustiano Carranza. La confusión radicaba, entonces, en nombrar a los primeros gobiernos derivados de la Revolución mexicana como constitucionalistas. En este caso, estamos ante un error de concepto y uno cronológico.

También es común utilizar información fuera de su contexto histórico. Así, se mencionan hechos que sucedieron antes o después del período que se estudia, y no me refiero a los antecedentes, sino al caso en el que se señala un período o año en que se empleó por primera vez tal o cual instrumento, cuando su invención fue posterior. En estos casos, sucede que el investigador no verificó las fechas con las que está trabajando, da por sentado que las cosas siempre han existido, y afirma que algo sucedió de tal manera aunque sea imposible por una simple congruencia cronológica. Un ejemplo de ello es cuando se habla de las ferias del libro en México y se selecciona una como la primera que se realizó sin asegurarse de que la información de la que se dispone sea verdadera.

Otra práctica errónea es usar información de una fuente literaria como verdadera. En ese caso, la argumentación de la investigación se sostiene sobre información ficticia. Más allá del disfrute de una obra literaria, no es buena idea recurrir a estas fuentes de información para la investigación histórica y tomar por verdadera la descripción que hacen de un hecho real. Un buen ejemplo es el

Quijote, en el que todo lo que se narra es ficción. Dar por ciertos los acontecimientos de la novela nos lleva a una confusión histórica.

Aunque es cierto que existe la literatura que tiene un fuerte carácter histórico, como es el caso de La guerra y la paz de León Tolstoi, que tal vez sea el mejor ejemplo de una novela histórica, es difícil saber si los hechos que el autor expresa a través de los diálogos de los personajes o sus descripciones son reales. En la literatura mexicana, la obra Noticias del imperio de Fernando del Paso es muy similar. El trabajo está estructurado con capítulos rigurosamente históricos, seguidos de capítulos de ficción, como las cartas que el autor imagina que la emperatriz Carlota escribió sobre lo sucedido en el Imperio. Por el rigor con el que reunió la información de los capítulos históricos, éstos pueden ser utilizados como base de una argumentación de esa naturaleza, empero los capítulos de ficción no, pues no se sustentan mas que en la imaginación del autor, aunque son de una gran belleza literaria y creativa.

Puestos en este camino, entre los aspectos que deben cuidarse respecto al uso de las fuentes históricas, está analizar si el vocabulario que el investigador emplea es pertinente a los usos lingüísticos de la época, pues de otro modo habría deficiencias en el análisis riguroso del contenido. No se ha de perder de vista que el significado de algunos términos se modifica con el paso del tiempo, pues se amplía o se reduce.

Me voy a permitir hacer la comparación de los estudios cualitativos a partir de la Historia, disciplina que tiene como objeto encontrar la verdad de un hecho de acuerdo con la posición de historiadores y filósofos de la historia. Sin embargo, los propios profesionales de esa disciplina han manifestado que es prácticamente imposible encontrar la verdad, y han optado por una orientación más amplia y vaga, que es la búsqueda de la objetividad. Esto se debe a que existen diferentes enfoques de la historia como señala Luis González en El oficio de historiar (1988), en el que expone, en una apretada síntesis, que hay seis diferentes grupos de profesionales y de enfoques que hacen Historia:

Un método académico de clasificación reparte al gremio en seis grupos. Pertenecen al primer grupo los que juntan pedacera de testimonios históricos a fuerza de tijeras y engrudo. En el segundo se inscriben los cronistas que sólo reúnen hechos bien comprobados en series cronológicas. El tercer paquete está formado por los buenos narradores de acontecimientos, periodos, vidas de personajes, guerras, mudanzas de los órdenes económico, social y cultural; en suma, los historiadores llamados tradicionales. En el siguiente grupo militan quienes dan poca importancia al cómo pasó de aquello a esto y muchas al por qué sucedieron las cosas particulares de una determinada manera. Los del quinto patio son generalizadores; quieren ser como los científico-sociales; se dicen abanderados de la “nueva historia”; trabajan en el descubrimiento de estructuras y son amantes de la cuantificación; se autodefinen como historiadores nomotéticos en contraposición a los ideográficos y no reconocen la paternidad helenística de su oficio. Los del sexto y último grupo tiran hacia la historia universal, no se apoyan en fuentes de conocimiento histórico ni se sirven de las técnicas de investigación de los demás historiadores; hacen historia a priori y algunos tratadistas del quehacer histórico los excluyen de la república de Clío (González 1988, 23).

Complica más el problema el que los asuntos humanísticos y sociales sean estudiados sin dejar de lado las pasiones o sentimientos personales sobre éstos.

Para que la investigación humanística y social del tipo que sea adquiera relevancia, debe cumplir con una serie de características, entre las que Luis González señala como básicas está la elección del tema. Estas características de la investigación histórica se pueden hacer extensivas a la investigación en humanidades y en ciencias sociales, y más específicamente a la investigación bibliotecológica:

La riqueza del conocimiento histórico dependerá directamente de la inteligencia y la ingeniosidad con la que se planteen las cuestiones
iniciales, entre ellas la de escoger un argumento apropiado, una pregunta inteligente, un problema importante, posible de resolver, original y del gusto del historiador. Un asunto es de garra si sirve para el esclarecimiento de una dificultad gorda del presente o de un enigma que muchos quisieran ver descifrado. Un asunto es viable si se dispone de fuentes, de tiempo, de aptitudes y demás recursos que permitan estudiarlo a fondo. Un asunto es original si llena una laguna del conocimiento, si se aparta de lo ya trabajado por otros historiadores (González 1988, 77).

Como se observa, son múltiples los elementos requeridos para realizar una investigación que sea buena y aporte nuevo conocimiento. Por ello, antes de iniciar la investigación es necesario tener la seguridad de que las fuentes de que se dispone son o no verdaderas; posteriormente, verificar si son confiables o creíbles; leer y criticar el contenido de la fuente, y confrontar informaciones provenientes de diferentes fuentes, ya que en ocasiones presentan información verídica pero contradictoria entre sí. El investigador tiene que seleccionar cuál es la que utilizará para construir mejor su narración.

Los métodos cuantitativos han sido empleados para estudiar aspectos sociales, incluyendo los temas bibliotecológicos, y se han apoyado en el uso de estadísticas. El empleo de estadísticas conlleva, como cualquier otra fuente de información, los criterios de relevancia y pertinencia. Existe cierta tendencia a creer que el uso de un instrumento que permita cuantificar y medir un fenómeno arroja información verdadera e incontrovertible. Se usan cifras y valores pensando que por ser aritméticos o estadísticos cobran mayor certidumbre. Es necesario, entonces, estar alerta de que los datos utilizados guarden relación con lo que se pretende estudiar, además de que estén planteados adecuadamente, ya que de no hacerlo se corre el peligro de que carezcan de sentido y dificulten explicar los fenómenos. Decir, por ejemplo, que una colección de miles de volúmenes es mejor que una pequeña, sin tomar en cuenta su selección, no es un indicador de que la primera satisface mejor o ampliamente las necesidades de enseñanza e investigación en una institución.

Para empezar, se debe evaluar si lo que se busca estudiar requiere del uso de la Estadística. La literatura bibliotecológica está llena de artículos y libros que mediante el uso de Estadística analizan
una situación; estos estudios pueden servir para diagnosticar el problema, sus características y cualidades, pero no necesariamente ayudan a profundizar en el estudio de ese tema.

Pongamos por ejemplo las estadísticas que comúnmente se compilan en las bibliotecas. ¿Cuántas personas asisten a ella? Estos datos por sí solos no aportan mucho, pero si se someten a un análisis y una interpretación, contribuyen con información que ayuda a comprender la afluencia de los usuarios y la necesidad de fortalecer algunos servicios en determinadas horas. Pero aun si la concurrencia de usuarios se expresara en términos porcentuales, sólo se lograría identificar si hubo decremento o incremento en la asistencia.

Hace varios años, se presentó un estudio sobre la productividad de los investigadores en el entonces Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas (cuib), y una de las conclusiones fue que el investigador más productivo era el responsable del área de cómputo, que dicho sea de paso no era investigador. Se identificaron varias explicaciones posibles ante tales resultados: la primera es que no se tuvo el cuidado de determinar claramente quiénes eran los investigadores; la segunda, aclarar que el personal de cómputo sólo había ayudado a enriquecer el texto de las investigaciones con gráficas e ilustraciones, y la tercera, que quien realizó la investigación no evaluó correctamente el trabajo de cada participante. El hecho es que el trabajo presentó información errónea.

Otro ejemplo de que las cifras y los porcentajes tienen un sentido totalmente diferente si no se analizan con propiedad son los datos sobre la información de la lectura en México. Durante muchos años, se nos ha dicho que los mexicanos leemos en promedio 2.5 libros por año. A tal aseveración habría que hacerle una serie de cuestionamientos para que tenga relevancia: ¿A qué mexicanos se refiere la pregunta? ¿Incluye a hombres, mujeres, niños, jóvenes o ancianos en zonas urbanas y rurales? ¿El nivel educativo fue tomado en consideración o no?

Los resultados cobran un significado diferente cuando se cuestionan. Una proporción y una media son datos muy generales que no describen con precisión lo que se pretende. En el caso de 2.5 libros leídos al año, la proporción representa una parte del todo y la media el resultado de tomar el total de libros que dijeron los encuestados que leían y dividirlo entre todos ellos. Pero lo que no señalan es el criterio empleado para considerar a un lector, pues no tendría sentido incluir a los niños menores de diez años, y tampoco sabemos qué tan hábiles son unos lectores sobre otros, y, por último, no se toma en consideración que entre las personas mayores se encuentra el mayor número de analfabetas.

Si en lugar de referirnos al porcentaje aritmético o a la media, nos ocupamos de medir las habilidades lectoras usando la mediana, el significado de los datos cambia. La mediana es el resultado de poner los datos en forma ordenada del mayor al menor. La mediana ocupa el valor central; por tanto, si éste fuera de 2.5, significaría que algunos de los lectores leen más de 2.5 libros y otros menos de 2.5. La media y la mediana no siempre coinciden. Con este criterio, se establece cuál es la cantidad que se encuentra a la mitad de la serie de datos y, evidentemente, la correlación entre los datos ubicados por arriba y por abajo de nuestra cifra de 2.5. De este modo, podríamos encontrarnos con el caso de que sólo una persona lee 2.5, pero con la mediana hemos establecido que ésa es la cifra correcta para medir cuánto leen los mexicanos, aunque pudiera ser que sólo uno lee 2.5 libros al año y los demás leen menos o más.

Si abordamos el asunto de los 2.5 libros con el criterio de moda, de nueva cuenta cambian los resultados. En este caso, la medida indica que 2.5 es el valor que más se repite entre los lectores, pero en una distribución de datos puede haber más de una moda y eso también altera los resultados.

En síntesis, la media indica el promedio de los datos; es decir, proporciona el valor que obtendría cada uno de los individuos si se distribuyeran los valores en partes iguales; la mediana, por el contrario, identifica el valor que separa los datos en dos partes iguales, y por último, la moda apunta al valor o los valores que más se repiten en la serie de datos.

Como se advierte por lo anterior, los resultados varían significativamente dependiendo de las medidas que se utilicen. Lo que es importante señalar aquí es que debemos estar alertas cuando se presenta una cifra sin una referencia de lo que se está tratando de medir, pues puede conducir a conclusiones totalmente equivocadas.

Ya se nos ha dicho que los mexicanos leemos 2.5 libros por año, pero no se ha dado respuesta a los cuestionamientos formulados anteriormente. No se ha aclarado si los hombres leen más o menos que las mujeres; si los lectores son habitantes de zonas urbanas o rurales, ni qué nivel escolar tienen. ¿Se tomó en cuenta la edad de los lectores para analizar los valores que sostienen esa cifra? ¿Se incluyó como elemento de ponderación las actividades productivas a las que se dedican los lectores? Todo esto es importante para poder diseñar una política de fomento a la lectura y no solamente campañas que tienen resultados mediáticos pero casi nulos en el mejoramiento de los niveles de lectura.

Establecer que los mexicanos leen 2.5 libros al año es un dato importante, pero lo sería más si estuviera en relación con otros datos que permitan entender si ese valor es mucho o poco, y en qué caso es más alto y en cuál es más bajo. Un porcentaje aislado no tiene relevancia si no se valoran los elementos que lo componen y que nos ayudan a entender el problema.

A continuación, presento otro aspecto del valor de 2.5 promedio que no está aclarado y que sería conveniente analizar, aunque sea de forma somera.

Un porcentaje, aunque se represente por escrito, no tiene el mismo impacto en función del universo al que representa. Si se dice que el 20 por ciento de un grupo no lee y ese grupo está conformado por diez personas, entonces sólo dos personas no leen, pero la connotación cambia cuando se trata del 20 por ciento de un grupo de mil personas, pues se estaría hablando de doscientos individuos. Entonces, se debe evaluar cuándo es conveniente utilizar porcentajes que realmente ilustren un problema y que ayuden a entenderlo y explicarlo. Podría seguir tratando de analizar algunas de las desviaciones y sesgos que se pueden dar con el uso de la metría social, pero corro el riesgo de que ustedes dejen de leer en este momento.

Un aspecto más del estudio de la lectura que no se percibe mediante el uso de estadísticas es aquel que se refiere a las características de los libros leídos. Las cifras no explican de qué tipo de libro se trata, si éste es de Literatura, Filosofía, Economía, o de alguna otra disciplina, ya que es posible que la diferencia influya en el ritmo de lectura. Es sorprendente cómo se puede concluir sobre el número de libros leídos, e inclusive dividirlos. ¿A qué libro se están refiriendo? ¿A Pedro Paramo de Juan Rulfo, que tiene un poco más de ciento veinte páginas, o a La guerra y la paz de León Tolstoi, que tiene mil doscientas páginas? ¿A qué criterio obedece la división? ¿Será que se está empleando un criterio no de lectura, sino de venta y que se traslada el resultado equivocadamente al valor cuantitativo de la lectura? Porque para leer un libro sí tiene relevancia el tamaño de éste, aunque no la tenga para comprarlo y venderlo. Es posible que al tener el dato de cuántos libros se vendieron en el año, éstos se dividan entre los lectores y el resultado sea el famoso promedio de 2.5. Pero ese criterio no es el adecuado para medir la lectura, para ello tendríamos que utilizar uno diferente.

Acerca de las impresiones equivocadas derivadas del uso de estadísticas, señalemos la transformación en la afluencia de usuarios a las bibliotecas. El efecto de las colecciones digitales y electrónicas en la asistencia de los usuarios se ha notado desde hace ya algunos años. Ante la disminución de la asistencia personal de los usuarios, que era medida con la entrada y salida del edificio, deberíamos estar muy preocupados. Pero si lo que nos interesa medir es el uso de las colecciones, entonces podemos observar que lo que se ha perdido en asistencia personal se ha ganado en asistencia virtual, y se prevé que esta tendencia continúe. Con las cifras de la disminución en asistencia a la biblioteca, se han elaborado las predicciones apocalípticas de la desaparición del libro, la biblioteca y el bibliotecario. Las nuevas formas de editar confirman que lo importante del libro es la transmisión del conocimiento o del sentimiento de un autor a un lector y no el soporte del documento.

Las debilidades de la estadística en la investigación de carácter histórico pueden ejemplificarse por medio del estudio del analfabetismo iniciado a mediados del siglo xix, cuando empezó a ser relevante la estadística relacionada con los miembros de la población que saben leer. Para ello, en los censos de población se hacía sólo una pregunta: ¿Sabe usted leer? La respuesta se tabulaba y se conocía la situación de la población, pero pronto se dieron cuenta de que la información que se obtenía de esa simple pregunta no era suficiente para tener un conocimiento cabal de las habilidades y capacidades lectoras de la población, así que se establecieron tres niveles: semianalfabeto, que sólo sabe leer; alfabeto, que sabe leer y escribir, y analfabeto, que no sabe leer ni escribir. Estas tres categorías subsistieron durante todo el siglo xix y por lo menos la primera mitad del siglo xx, época en la que desapareció la categoría de semianalfabeto porque fue incorporada a la de alfabetizado. Estos cambios en los criterios han hecho muy difícil poder comparar las estadísticas de uno a otro censo; además, existe un elemento adicional que relaciona la alfabetización con la lectura y los niveles de escolaridad de los individuos. Así, a una persona que ha terminado la educación primaria pero no continuó estudiando se le considera analfabeto. En México, hemos contabilizado el analfabetismo primero a partir de los seis años de edad, luego a los diez y posteriormente a los quince. A esta edad, una persona suma nueve años de escolaridad: los seis años de educación primaria y los tres de secundaria. Si estos datos fueran válidos, el nivel de analfabetismo se elevaría enormemente y, como ha señalado Rodríguez, más de la mitad de la población sería considerada analfabeta. Esta conclusión entra en contradicción con las cifras que proporciona el inegi cuando anuncia que más del 92 por ciento de la población está alfabetizada.

La información con que se medía el alfabetismo se basaba en los censos de población que se levantaban cada diez años, pero desde hace tiempo en algunos países, entre ellos España y México, se ha privilegiado la realización de encuestas sobre una muestra estadística de la población de cuyos resultados se mide el porcentaje de analfabetos. Este método, a pesar de su novedad, no proporciona cadenas de información estadística que permitan comparar el avance o retroceso del analfabetismo.

Con los ejemplos anteriores, se ilustra cómo las estadísticas pueden proporcionar información distinta dependiendo del tema de estudio y de los conceptos que respalden una investigación. La información estadística debe provenir de una autoridad que certifique que los datos son válidos y confiables, pero el investigador debe ser crítico al analizarlos y determinar si han sido recopilados con una metodología apropiada; si el enfoque para su obtención es el correcto y, por último, si su utilización es pertinente para la investigación que está realizando. No toda información, por correcta que haya sido su obtención y su pertinencia, es adecuada para todas las investigaciones. A los investigadores les corresponde valorar si es pertinente para su investigación y decidir la conveniencia de utilizarla.

La metodología y las técnicas de investigación ayudan a encontrar información relevante para los objetivos que se hayan planteado, pero si no se hace un uso crítico y riguroso de las fuentes de información, el resultado puede incluir errores y conclusiones equivocadas. Uno de los modos de hacer investigación relevante es realizar el análisis y la crítica de las fuentes de información antes de utilizarlas, y sólo incorporarlas a la investigación cuando se ha concluido que son legítimas, pertinentes a nuestro análisis, y esenciales; que en ellas podemos apoyar parte de la argumentación que pretendemos presentar a nuestro lector.

En la investigación teórica, en las metrías y en la investigación aplicada a la práctica profesional, se deben utilizar las fuentes de información con todo rigor. No por ser una investigación sobre la práctica profesional, ésta debe seleccionar y utilizar sus fuentes de forma laxa. Es el análisis, la evaluación y la crítica sobre la pertinencia para el asunto tratado lo que debe llevar a utilizar tal o cual información.

Ya en otras ocasiones he presentado reflexiones sobre el por qué y para qué hacer investigación sobre la práctica profesional, que no es lo mismo que hacer publicaciones sobre buenas prácticas; no volveré sobre el mismo asunto. Sólo deseo finalizar diciendo que si hacemos un análisis riguroso de nuestras fuentes de información estaremos más cerca de producir investigación relevante y de calidad.

Obras consultadas

González, Luis. El oficio de historiar. Zamora: El Colegio de Michoacán, 1988.

Huff, Darrell. How to Lie with Statistics. Nueva York: W. W. Norton, 1954.

Reinhart, Alex. Statistics Done Wrong: The Woefully Complete Guide. San Francisco: No Starch Press, 2015.

Rodríguez Gallardo, Adolfo. “La lectura en México: una aproximación cuantitativa”. Este País, 188 (2006): 4-18.

Knowledge Growth as Facilitated by Libraries and Librarians

John M. Budd

University of Missouri, eua

This essay is intended to present some ways by which libraries can assist in fostering knowledge growth. A number of observations will be offered, but many questions will be posited as well. In short, the essay does not pretend to have answers to all possible questions that may be related to knowledge growth. In order to accomplish the goals of the essay, several philosophers and their positions will be invoked; this is not to say that all positions will be treated equally, or will be agreed with. That said, the matter of knowledge and knowledge growth is both a philosophical and a practical one, so philosophers’ work will have to be addressed. At the outset, the most fundamental issues related to knowledge will have to be tackled.

A starting point for consideration is offered by Robert Audi, who states, “A false belief is not knowledge. A belief based on a lucky guess is not knowledge either, even if it is true…What is not true is not knownformsforms