CRÓNICAS DE UNA SUPERHEROÍNA
Ilustraciones de
Amy Kurzweil
Traducido del inglés
por Carlos García Hernández
Copyright © Lola Books GbR, Berlin 2019
www.lolabooks.eu
Queda totalmente prohibida cualquier forma de
reproducción, distribución, comunicación pública o
transformación total o parcial de esta obra sin el permiso
escrito de los titulares de explotación.
Título original:
Danielle: Chronicles of a Superheroine
Copyright © 2019 by Ray Kurzweil
Publicado con el consentimiento de Ray Kurzweil
Published by arrangement with Vertical Ink Agency
through International Editors’ Co.
Todos los derechos reservados
Impreso en masquelibros, Jaén
Printed in Spain
ISBN 978-3-944203-43-0
eISBN 978-3-944203-54-6
PREFACIO
PRIMERA PARTE
BAILANDO EN ARENAS MOVEDIZAS
QUIZÁ ELLA SEA DIFERENTE
DANIELLE EN EL PAÍS DE LA MARAVILLAS
UN CERDO EN EL FANGO
NADIE PARECIÓ DARSE CUENTA
EL PRECIO QUE SE PAGA POR SER JUSTO
HACIENDO BUEN USO DE LAS CLOACAS
ESCONDIENDO LAS EVIDENCIAS DE UN CRIMEN
PRONTO VOLVERÉ… COMO CHICA
SE AMABLE. SE INTELIGENTE.
DISCULPA POR VOLAR TU COCHE CONTIGO DENTRO
NUNCA MÁS
PARTE DOS
SALTANDO LA GRAN MURALLA
UN SECRETO BAILE EN PAREJAS
LE ROMPERÉ LAS PIERNAS SI ES NECESARIO
UNA FIRMEZA IMPLACABLE
LA NIÑA PRESIDENTA
MEJOR CANTANTE MASCULINO
LA DEMOCRACIA CHINA DEBE TENER CARACTERÍSTICAS CHINAS
HOY TERMINARÁ EN TRES DÍAS
TODOS SOMOS FALIBLES ¿NO ES CIERTO?
SOLO A VECES, LAS PALABRAS SE ARREMOLINAN
ESA CARA DE ACABAR DE BESARSE
QUE REINE LA PAZ PARA SIEMPRE
A todas las Danielles
No permitid que nadie
os diga que no podéis
cambiar el mundo
Una realidad alternativa
Cualquier similitud – o
diferencia – con personajes y
acontecimientos históricos es
absolutamente intencionada
La presente obra de Ray Kurzweil consta de tres libros, Danielle. Crónicas de una superheroína, Cómo Tú puedes ser como Danielle y Una Crónica de Ideas. Una guía para superheroínas (y superhéroes).
Lola Books ha publicado en español y en alemán la novela Danielle. Crónicas de una superheroína y el libro de no ficción Cómo Tú puedes ser como Danielle, que complementa a la novela. Ambos libros se pueden adquirir por separado o mediante el estuche que recoge las dos obras.
Lola Books no ha publicado el tercer libro Una Crónica de Ideas. Una guía para superheroínas (y superhéroes) porque el original en inglés A Chronicle of Ideas: A Guide for Superheroines (and Superheroes) está disponible gratuitamente online en https://www.danielleworld.com/a-chronicle-of-ideas-ray-kurzweil-novel. Los lectores que hablen inglés podrán consultar allí las entradas correspondientes a los superíndices numéricos de la novela y del libro de no ficción publicados por Lola Books.
A lo mejor la traducción del tercer libro puede ser un interesante proyecto escolar similar a los que se describen en la novela. Esta idea, que podría ser llevada a cabo de forma individual o en grupo, la dejamos a la consideración de las y los Danielles que, igual que la Danielle de la novela, se dediquen a aprender haciendo.
Las notas a pie de página son las notas del editor y traductor.
Carlos García Hernández
Berlín, julio de 2019
Me acuerdo de que en 1955, cuando yo tenía 7 años, mi abuelo me describió su primer viaje de vuelta a Europa 17 años después de que en 1938 tuviera que huir de Hitler. En ese viaje tuvo la oportunidad de tener en sus propias manos los libros de notas originales de Leonardo da Vinci, los cuales contenían las descripciones e ilustraciones de sus inventos. Describía la experiencia en términos reverenciales. Sin embargo, no se trataba de documentos escritos por Dios, sino por un humano. Esta fue la religión, por decirlo de alguna manera, con la que crecí: el poder de las ideas humanas para cambiar el mundo. Esta fue la filosofía que se reflejó en mi persona: tú, Ray, puedes encontrar esas ideas.
Hasta el día de hoy, esta sigue siendo la base de mi filosofía. No importa el tipo de apuro al que nos enfrentemos, ya sea comercial, de salud, de relaciones con los demás o ya sea uno de los grandes retos sociales y culturales de nuestro tiempo, lo cierto es que existe una idea que nos permitirá superarlo. Podemos y debemos encontrar esa idea. Y cuando lo hagamos, tenemos que ponerla en práctica.
La madre de la madre de mi madre, Regina Stern, siguió esta filosofía. En 1868, se dio cuenta de que las niñas no tenían la oportunidad de seguir yendo al colegio después del noveno año de escolarización, de manera que ella y su familia fundaron la Stern Schule, la primera escuela en Europa que proporcionó educación superior a las mujeres. En dicha escuela se estudiaba desde la guardería hasta llegar al decimocuarto año de escolarización (es decir, hasta el instituto de educación secundaria más dos años de educación universitaria). La idea recibió una oposición feroz y mi bisabuela dio conferencias por toda Europa sobre las razones por las que las niñas debían recibir una educación y sobre la manera de hacerlo. Su escuela fue muy influyente en el campo de la educación de las niñas y de las mujeres. Su hija, mi abuela, se convirtió en un ejemplo de la filosofía de su madre y fue la primera mujer en Europa que recibió un doctorado en química. Además, se hizo cargo de la escuela y entre las dos mujeres la gestionaron durante 70 años, hasta que en el verano de 1938 (después de que Hitler se anexionara Austria) huyeron de Viena. En 1948, escribió una autobiografía y la historia de la escuela. El libro lo tituló Una vida no es suficiente, lo cual fue un presagio de mi interés por la extensión de la vida. Cuando yo tenía cinco años me enseñó la máquina de escribir mecánica en la que escribió su libro. Para mí, fue una inspiración para convertirme en inventor, aunque esa es otra historia.
Progresivamente, durante los últimos 30 años me he venido dando cuenta de una importante meta-idea: el poder de las ideas para transformar el mundo se está acelerando. Aunque, cuando se expone de manera sencilla, la gente acepta esta observación de buena gana, también es verdad que darse cuenta de sus profundas implicaciones es algo mucho más difícil. Durante las próximas décadas, tendremos la oportunidad de poner en práctica ideas que nos harán superar problemas antiquísimos, aunque estas ideas también crearán algunos problemas nuevos en el proceso.
Esta es la filosofía de Danielle. Aunque las hazañas de Danielle nos parezcan sorprendentes, soy de la opinión de que sus logros pueden ser conseguidos por las personas, incluidos los niños, de hoy en día. De hecho, los jóvenes ya están transformando el mundo. Las principales compañías tecnológicas – Microsoft, Apple, Google, que juntas tienen un valor de casi dos billones de dólares y que ya han transformado el mundo – fueron fundadas por estudiantes que apenas superaban los veinte años. Estamos presenciando cómo chavales de instituto crean ideas transformadoras, como por ejemplo pruebas no invasivas para la detección precoz del cáncer, nuevas estrategias para tratar el Alzheimer y técnicas para aplicar la ingeniería inversa al cerebro de los animales.
¿Existe una Danielle en el mundo de hoy en día? Desde mi punto de vista, cualquiera puede ser una Danielle, por lo menos en parte, si tiene el coraje de cuestionarse las presuposiciones que limitan la imaginación humana a la hora de resolver problemas. El libro de acompañamiento, Cómo Tú puedes ser como Danielle, es una guía para aquellos que quieran ser como Danielle.
¿Existe una persona dotada del enorme alcance que tienen el coraje y el talento de Danielle? Puede que no, al menos por ahora. Esta novela es un experimento mental sobre lo que pasaría si hubiera una Danielle.
Sin embargo, tal y como expongo en mis libros de no ficción, en las décadas venideras vamos a fusionarnos con la tecnología inteligente que estamos creando. Esta novela explora el impacto que una sola Danielle podría tener sobre el mundo. Imaginémonos lo que pasaría si todos nos convirtiéramos en Danielle. Eso es lo que pasará en 2045.
Ray Kurzweil
Una crónica de ideas: una guía para superheroínas (y superhéroes)
y
Cómo Tú puedes ser como Danielle
Solo las ideas pueden cambiar el mundo. El libro de acompañamiento Una crónica de ideas: una guía para superheroínas (y superhéroes) es una guía de no ficción sobre las ideas científicas, médicas, empresariales, políticas, históricas, literarias, musicales, filosóficas y psicológicas que dan vida al mundo de Danielle, la protagonista de esta novela (¡así como a mi propio mundo!). Casi trescientas ideas de la novela están etiquetadas con números que hacen referencia a este libro de acompañamiento para que pueda ser consultado a la vez que se lee la novela.
Cómo Tú puedes ser como Danielle proporciona ideas prácticas para aquellas personas de cualquier edad que quieran ser como Danielle. Dichas ideas ya pueden ser puestas en práctica, porque ya se puede contribuir a curar enfermedades, resolver conflictos, superar la intolerancia y hacer de este mundo un lugar más amable, más imaginativo y más musical.
Por favor, téngase en cuenta que los superíndices del texto se refieren a los números de las entradas en el libro de no ficción Una Crónica de Ideas: una Guía para Superheroínas (y Superhéroes) que complementa a esta novela. En dicho libro de no ficción se proporciona mi punto de vista (y el de Danielle) sobre el concepto al que se hace referencia en cada caso.
Hay una cosa más fuerte que todos los ejércitos del mundo, una idea a la que le ha llegado su momento.
Nunca te rindas. Nunca te rindas. Nunca, nunca, nunca, nunca—no importa que se trate de algo grande o pequeño, importante o insignificante—nunca te rindas, a no ser que te convenzan de ello el honor y el buen juicio.
Me acuerdo como si fuera ayer. Danielle y mi conversación con el Coronel Gadafi. El reto que Danielle lanzó a las escuelas Madrazas. Su enfrentamiento con la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos. Su arresto. Su opinión sobre el Ejército Rojo. La muerte de su colaborador y alma gemela. Pero estoy adelantando acontecimientos. Empecemos por el principio.
Hola, soy Claire. Déjame que te explique cómo Danielle acabó convirtiéndose en mi hermana. Yo tenía seis años y el colegio se había acabado a los dos de la tarde. Estaba sentada en el suelo de tierra de la fábrica, la única actividad extraescolar que conocía, junto a mamá y a su máquina de coser. Estaba jugando con mis pertenencias favoritas, que eran casi todo lo que poseía, Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas1 y mi guitarra. Mi libro estaba en inglés; todo el mundo parecía muy impresionado por el hecho de que pudiera leerlo por mí misma. Mi guitarra era una pequeña caja blanca con un agujero redondo. En algún momento debió haber sido una caja de madera para lápices de colores, ya que todavía conservaba garabatos que la delataban. Alguien le había pegado un mástil, un cabezal y cuerdas, y funcionaba sorprendentemente bien. La encontré entre la basura de la fábrica y los amigos músicos de mamá le arreglaron las abolladuras y los arañazos. Le faltaba una cuerda que no había dejado de buscar con la esperanza de encontrarla.
A menudo, tocaba y cantaba para las mujeres de la fábrica mientras cosían blusas abotonadas y faldas largas. Yo me imaginaba que las cosían sobre las caderas de sus futuras dueñas. Siempre que cantaba para ellas, la mayoría de las mujeres comenzaba a sonreír. Quiero pensar que hacía su trabajo menos aburrido. Algunas de ellas tarareaban conmigo. Otras golpeaban el suelo con sus pies. Solía mirar a mi “público” y me imaginaba que estaba cantando en una enorme sala de conciertos. En frente de mí había filas de mujeres ante máquinas de coser, cables eléctricos colgando y coloridas prendas de vestir rojas, azules, verdes y blancas que colgaban de cuerdas de tela que se extendían hasta donde alcanzaba mi vista.
Cómo me gustaba la música, ya incluso en aquel entonces.
Me acuerdo de cómo ese día mamá cosía un vestido blanco con hilo azul. Me dijo lo orgullosa que estaba de la nueva canción que estaba tocando en mi guitarra. No me acuerdo de la melodía, me la acababa de inventar. Todo el mundo sonreía cuando acabé de cantar. Varias mujeres dejaron de coser para aplaudirme.
De repente el edificio tembló y la taza de café de mamá se me cayó encima. Lloré mientras el líquido quemaba mi cara. La taza salió volando contra el pie de la máquina de coser y se rompió en mil pedazos. Entonces el edificio explotó, la Tierra tembló y el suelo se abrió. Me acuerdo de que pensé que era como Alicia. Me encontré a mí misma cayendo por la madriguera del conejo. Acabé en un lugar totalmente oscuro lleno de obstáculos, piedras, agujas punzantes, engranajes metálicos, botones que volaban como balas, cables, goteras de aceite y trozos de paredes y de techos. Cuando cuento esta historia la gente da por hecho que debía de estar aterrorizada, y supongo que lo estaba, pero todo era tan extraño y pasó tan rápido que me sentí como si me hubiera despertado dentro de mi libro.
“Mamá… ¿Dónde estás…? ¿Mamá…?”
Nadie respondió. No entré en pánico. Di por hecho que se trataba de algún tipo de juego en el que tenía que encontrarla. Tanteé la oscuridad apartando cosas que se interponían en mi camino si es que cedían ante la fuerza de una niña de seis años. Fui de un lugar oscuro a otro esperando ver en cualquier momento una oruga fumando de un narguile.
No me di cuenta de que estaba siendo observada por un hombre llamado Richard que había venido a Haití para ayudar en la fundación de un colegio, pero que rápidamente cambió de ocupación para ayudar en las actividades de rescate tras el terremoto2. Podía verme en una imagen borrosa mediante un radar especial dedicado a la búsqueda de supervivientes. Más tarde diría que “parecía una ecografía en posición fetal”. La gente desestimó el movimiento de la imagen al creer que se trataba de un perro bajo los escombros. Al parecer, Richard no estaba de acuerdo. “No, no se mueve como un animal”. Eso es una persona pequeña, seguramente sola. Vamos a encontrar a esa criatura… y si no tiene ningún sitio adonde ir… la adoptaremos nosotros”. A día de hoy, la gente duda sobre la parte concerniente a la adopción, pero estoy segura de que es verdad.
Me quedé dormida en mi País de las Maravillas sobre girones de ropa que usé como colchón. A mi lado había un buen trozo de cemento. Eso era bueno, ya que probablemente fue lo que evitó mi aplastamiento. Me despertaron los frenéticos ruidos de los voluntarios locales al mover piedras y ladrillos con sus manos desnudas. Cuando por fin me sacaron de entre los escombros, la gente se quedó mirándome asombrada como si fuera una Alicia haitiana, pero me di cuenta de que no estaba en el País de las Maravillas. En la foto que tengo de mi rescate, estoy cubierta de hollín negro, llevo harapos hechos girones y sigo agarrando mi guitarra.
“¿Dónde está mamá?” Pregunté.
“Vamos a ver si podemos encontrarla”, dijo Richard. “¿Cómo te llamas?” “Claire Pierre-Louis”.
“Un nombre precioso”, me dijo. Me acuerdo de que llevaba una camiseta blanca que a la luz del mediodía parecía brillar y que, a diferencia de la mugre que cubría todo lo demás, solo estaba salpicada por unas cuantas manchas de suciedad. Reconocí la entrada a la fábrica, que parecía la puerta de un enorme granero, pero el resto de la fábrica había desaparecido.
Pensar en lo que pasó en las horas siguientes me resulta doloroso, la espera, la búsqueda, los supervivientes heridos y aturdidos, la presencia de personas que no sobrevivieron.
Por fin, un apesadumbrado Richard contestó a mi pregunta. “Tu mamá está sentada sobre tu hombro”. En un principio me quedé perpleja, pero poco a poco comprendí lo que quería decir. Bajé la mirada durante lo que pareció una eternidad, miré a mi mamá sentada sobre mi hombro y abracé a Richard. Mi mamá sigue sentada allí.
Pocos días después, todavía estaba en estado de shock, pero comprendí la propuesta de Richard. “¿Qué te parece si a partir de ahora soy yo tu papá?”
“Vaya, siempre quise tener un papá”, le respondí.
“Y Sharon, mi mujer, podría ser otra madre para ti. Nos ocuparemos de ti mientras tú te ocupas de tu mamá que está sentada sobre tu hombro”.
Esto me hizo sentir bien—supuse que cuantas más mamás mejor. Me preocupaba que esto no le gustara a mi mamá sobre mi hombro, pero ella me dijo que le parecía bien.
Sin embargo, algunos hombres del lugar a los que yo conocía no se mostraron tan entusiastas. “Mèsi pou ede ou, men timoun nan rete isit la…” Gracias por su ayuda, pero la niña se queda aquí. No queremos que nadie robe nuestros niños.
Miré a mí alrededor y vi uno de los pies de las máquinas de coser tirado a mi lado. Todavía tenía tres de sus patas. Lo puse de pie y me encaramé a él evitando el gran tajo que tenía en el medio.
“¡Pero eso es lo que yo quiero!” Dije abruptamente y sin ni siquiera pensarlo. Me sentí como uno de esos adultos que había visto en la televisión de la fábrica dando un discurso y que mamá me había dicho que era el hombre más importante de América. “Os quiero a todos. Mi corazón siempre estará aquí. Y volveré”.
Todo el mundo, incluida yo, se asombró de lo madura que parecía.
Así es como, a la edad de seis años, me convertí en Claire Pierre-Louis Calico.
Vivíamos en Pasadena, un suburbio de Los Ángeles, en una casa de madera y cristal que olía a cebollas, o por lo menos así es como la recuerdo.
Mamá las usaba en todo lo que cocinaba. Para mí se convirtió en el olor del hogar. El hogar también era ver los geranios dentro y fuera de la casa. Esas flores me encantaban. Aún me siguen encantando.
Papá le explicaba a todo el mundo que la casa había sido construida “por un tipo llamado Frank Lloyd Wright”3, que a día de hoy es mi arquitecto favorito. Había un sinuoso arroyo que era visible desde la enorme ventana de la sala de estar. Bueno, en realidad era un arroyo artificial, pero en aquel momento eso yo no lo sabía. Todo era muy diferente al bloque de pisos Cap-Haïtien al que estaba acostumbrada. Papá siempre dice que tener agua a la vista es algo necesario en un hogar.
Una cosa que papá lamentaba sobre la casa es que con tantas paredes de cristal no había suficiente espacio para colgar ni las fotos de la familia de mamá, ni su colección de arte, que incluía los preciosos cuadros de flores pintados por la abuela Hannah.
Tenía mi propia habitación, que decoré con pósteres de Haití. Había una foto de una niña pequeña que se parecía a mí escribiendo en su cuaderno escolar con un pupitre de madera a modo de escritorio, una foto de cinco mujeres llevando cestas llenas de fruta sobre sus cabezas, un hombre caminando por el margen de un río lleno de flores de todos los colores. Todo el mundo sonreía.
En esta habitación tan grande me sentía sola, estaba acostumbrada a compartir la cama con mamá en una habitación en la que había otras tres familias. Mamá, sobre mi hombro, seguía compartiendo la cama conmigo, pero ya no ocupaba tanto espacio como antes. Me divertía hablar con ella todas las noches sobre lo que había hecho durante el día, pero echaba de menos la manera en la que sus dedos acariciaban mi frente y la manera en la que su cuerpo hacía que la cama se combara hacia el centro. En vez de sentirme sola, pensé que debería rezarle a Dios para darle las gracias por rescatarme, pero mamá dijo que de eso se encargaba ella.
Danielle apareció de forma biológica dos años después, cuando yo tenía ocho. Me acuerdo de mamá, papá y de mí misma yendo a toda prisa al hospital a la una de la mañana. Mamá solo llevaba el elegante abrigo negro que se ponía para las fiestas sobre su camisón de franela. Papá parecía estar preparado para este momento, estaba vestido del todo y portaba la bolsa para el parto. Yo me puse mi chándal sobre el pijama, lo cual era un poco ridículo.
Cuando llegamos al hospital, me dejaron en una gran sala de espera con un asistente de enfermería. Pensé que me iba a volver loca esperando durante una noche que se me antojaba que iba a ser larga. Conté las grandes baldosas blancas. Había ocho filas de seis. Las conté una y otra vez. Me cronometré para ver el tiempo que podía consumir de esta manera. Cada repaso de las 48 baldosas solo me llevaba dos minutos.
Sin embargo, Danielle, a la que nunca le importaba dar un paso al frente cuando estaba decidida a hacer algo, apareció antes de que contara cien veces las baldosas. Me llevaron a toda prisa hasta una habitación e inmediatamente me enamoré de ella.
Estaba envuelta en una manta con motivos florales y tenía toda la cabeza cubierta de pelo oscuro. Mamá me dijo que las expresiones de los recién nacidos no son intencionadas, pero habría jurado que su preciosa boca en forma de “o” me estaba diciendo lo asombroso que era el mundo. No hubo ni gimoteos ni llantos. Recuerdo que me la imaginaba como si fuera una anciana sabia que observaba el mundo con paciencia.
La precocidad de Danielle se hizo evidente desde el principio.
Recuerdo cuando tenía tres meses. Jugaba conmigo a un juego de miradas que se había inventado ella misma. Yo la miraba y ella rápidamente miraba para otro lado. Entonces, cuando yo apartaba la mirada, ella me miraba, pero cuando intentaba captar sus ojos ella volvía a mirar hacia otro lado. Siempre me descubría mirándola, siempre ganaba ella. Cada vez que lo hacía, se empezaba a reír como diciendo: te pillé.
A los seis meses ya tenía sus muñecas favoritas, a las cuales era tremendamente leal. Las ponía en fila como si fueran sus alumnas. Los carruseles y las cajas de juegos no tenían ningún interés para ella, o mejor dicho, le interesaban unos minutos, pero luego eran dejados de lado para siempre.
Le encantaba jugar con libros de cualquier tamaño y condición. A menudo se sentaba en el suelo en el centro de su habitación y se dedicaba a pasar las páginas a la vez que hacía gestos exagerados como si fuera un mimo. Al parecer, imitaba las respuestas que había visto en mamá, en papá y en mí cuando leíamos.
A los 15 meses, su colección de libros había aumentado gracias a los libros que había ido robando por toda la casa, incluidos algunos volúmenes para adultos que eran más grandes que ella. Yo intentaba mirar por encima de su hombro para ver si había alguna relación entre sus reacciones y lo que había en la página a la que estaba mirando, pero en cuanto lo intentaba ella cerraba el libro como si estuviera intentando cotillear en su diario personal. Casi nunca lloraba. Su incomodidad la expresaba mediante una cara de enfado. Ella siguió mirando las páginas de los libros con voracidad y haciendo como que leía a la vez que imitaba las reacciones de los adultos, y yo seguí intentando ver exactamente lo que estaba leyendo. Esto también se convirtió en un juego. Una vez, giró el libro de repente como diciendo: ¡Muy bien, cotilla, mira! El libro estaba al revés. Hasta el día de hoy me sigo preguntando si lo hizo para librarse de mí.
“Quizá sea… diferente”, oí que mamá le decía a papá con la frente arrugada una noche después de cenar. “Ni siquiera habla todavía”. No sabían que estaba detrás de la puerta que separaba la cocina del comedor. Era allí donde siempre me escondía cuando quería escuchar lo que decían.
“De acuerdo, es diferente”, respondió papá. “Pero no me preocuparía por su habla”.
“¿Y el hecho de que no ande?” Añadió mamá.
“Hablará cuando tenga algo que decir”, contestó papá. “¿Y andará cuando tenga algún lugar adonde ir?” Añadió mamá.
“Exactamente”.
A Danielle le gustaba quedarse dormida haciéndose un ovillo en mi regazo. Esto me gustaba, pero me creaba un dilema si quería hacer otras cosas. Muchas noches me quedaba dormida yo misma con ella en mi regazo.
Danielle seguía sin hablar y sin andar, aunque podía gatear más deprisa de lo que andan la mayoría de niños de dos años. Sin embargo, esto afectaba a su vida social. Los otros niños de dos años no querían ser amigos de una niña que seguía comportándose como un bebé.
A mamá le resultó difícil encontrar a niños que vinieran a su segundo cumpleaños. Esto era algo de lo que Danielle sí parecía darse cuenta. Mamá invitó a tres niños, el primo James (de un año) y las gemelas de dos años Rachel y Ryann, que vivían en la casa de al lado. Mamá colgó serpentinas y globos, pero no sonreía. Me acuerdo de que todo resultó un poco embarazoso, ya que no había mucho ambiente de fiesta. Danielle tampoco sonreía. Intenté jugar con los niños a cosas como ponerle la cola al burro*, pero no fue mi mejor fiesta.
“Le he pedido al Dr. Sonis que venga mañana”, le dijo mamá a papá esa noche mientras tenían una de sus muchas conversaciones sobre las “extrañezas” de Danielle.
“Bueno, eso no le hará daño, pero creo de verdad que no es necesario”, respondió papá. “Aunque al fin y al cabo eres tú la psicóloga infantil”.
“No puedo evaluar a mi propia hija”, dijo mamá. “Es posible que la cuestión me resulte demasiado cercana. Simplemente no sé lo que deberíamos hacer con ella”.
La mayoría de las noches cenábamos en el comedor, al lado de una ventana panorámica que daba al arroyo. Por lo general, se me encomendaba ayudar a mamá a poner la mesa. A mamá le hacía sentir satisfecha que todo estuviera en su sitio antes de que nos sentáramos a comer. Mi especialidad era doblar las servilletas de tela para que parecieran pequeñas montañas. En aquel entonces, estas cenas eran algo que daba por descontado, pero ahora forman parte de mis recuerdos más queridos.
El Dr. Sonis acudió a la cita. Juraría que en la cara de Danielle se dibujó una sonrisita cuando se lo presentaron. Rápidamente le hizo preso sentando en sus rodillas tres de sus muñecas, a las que puso delantales y les sirvió el té. Se me invitó a unirme a la fiesta y a demostrar mis habilidades doblando servilletas.
La noche siguiente, durante la cena, hablé con mamá y papá sobre Alicia en el País de las Maravillas, que seguía siendo mi libro favorito. “La Oruga4 es un personaje realmente interesante”, señalé.
“A Alicia se lo hace pasar mal, ¿no te parece?” Opinó papá.
“Se lo hace pasar mal a todo el mundo”, contesté.
Mamá sonrió ante mi respuesta. Una vez me dijo que le encantaba escuchar conversaciones, ya que al hacerlo podía valorar el grado de desarrollo de los niños.
Papá decidió disfrutar de nuestro debate. “Sin embargo, sus malos modales parecen dirigirse sobre todo hacia Alicia”.
“La primera vez que se encontraron, la Oruga no pareció entender muy bien a Alicia”, respondí, “lo cual explica por qué fue tan maleducado con ella”.
“Aunque no debería decir eso”, dijo Danielle de repente. “Es un sabelotodo. Se parece a vosotros, mamá y papá. Parece que siempre sabe lo que va a pasar”.
Mamá dejó caer el bol de madera con bayas que estaba a punto de servir en la mesa. Un chaparrón de arándanos rebotó por toda la mesa. La mayoría acabó en mi regazo y en el de Danielle.
Papá miró a mamá como diciendo, ¿Qué te había dicho? y calmadamente le preguntó a Danielle, “¿Y cómo es posible que siempre sepa lo que va a ocurrir?”
“Porque es él el que hace que las cosas pasen”, exclamó Danielle.
Los ojos de mamá, fascinados, centelleaban. Se quedó inmóvil y boquiabierta. Nadie limpió los arándanos.
“¿Por qué dices que la Oruga es como mamá y papá?” Pregunté.
“Siempre está intentando enseñar a Alicia una lección”, respondió Danielle. “Como cuando le da la seta para hacerla crecer y ella aprende que crecer es algo más que hacerse más grande”.
“Vaya, eso sí que es enviar un mensaje”, dije.
Danielle respondió, “Bueno, en realidad es el Gato de Cheshire5 el que se lo explica a Alicia, pero se trata de una lección de Oruga”.
Tratando de guardar la compostura, mamá preguntó, “¿Y qué hay de Conejo Blanco6? ¿Te cae bien?”
“La verdad es que no”, respondió Danielle. “Se comporta como un mandamás. No es muy amable con la gente que trabaja para él, pero luego es falsamente agradable con peces más gordos que él, como por ejemplo la Reina de Corazones7”.
“Bien dicho, cariño”, respondió mamá. “No está bien ser un falso”.
“Cierto”, dijo Danielle. “Estoy leyendo a uno que le llama a eso ser un servil”. Las lágrimas brotaron de los ojos de mamá, no supe si debido a la alegría o la pena, creo que por ambas cosas.
“¿Quién es ese al que estás leyendo?” Pregunté.
“Creo que su nombre es Ronald. El libro se llama Revisión del País de las Maravillas”.
“Oye, ese es mi libro”, dije, “lo he estado buscando”.
“Es una palabra tan chula”, añadió Danielle. “Ser-vil, ser-vil… Suena casi a lo que significa”.
“A eso se le llama onomatopeya8, Danielle”, respondió papá con calma.
“¿Servil es una onomatopeya?” Preguntó Danielle.
“Lo que quiere decir papá es que ‘servil’ es un ejemplo de onomatopeya, una palabra que suena como lo que significa”.
“Ah, vale. De manera que ‘onomatopeya’ no es una onomatopeya”, dijo Danielle sonriendo.
“Eso es lo que me parece a mí, Danielle”, contesté, “aunque a menudo me he preguntado sobre ello”.
“En cualquier caso”, concluyó Danielle, “Alicia se limita a ser amable con todo el mundo. Creo que así es como deberíamos ser todos”.
Más tarde esa misma noche, cuando Danielle y yo nos quedamos a solas, le pregunté, “¿Qué más has estado haciendo en tu habitación? ¿Has estado dando volteretas en secreto?”
Danielle negó con la cabeza.
“Sabes que mamá quiere que andes. ¿Debo entender que lo has intentado?”
Volvió a negar con la cabeza.
“Entonces, intentémoslo”.
Me cogió de la mano y fue capaz de ponerse de pie con bastante facilidad.
“Esta parte sí que la has debido intentar, ¿verdad?” Pregunté.
Dijo que sí con la cabeza.
“Oye Dani, que ya hablas, ¿recuerdas?”
“Sí, he intentado ponerme de pie”
“Se te da bastante bien… Intentemos dar un paso. Adelanta un pie así”. Le hice una demostración.
Cogiéndome de la mano, dio un inseguro paso con sus pies descalzos sobre la alfombra blanca de la habitación. Tuve la sensación de que era realmente su primer paso. Simplemente, no había perdido el tiempo haciendo esto anteriormente. Despacio caminamos alrededor de la habitación saludando a las muñecas. Luego lo hicimos otra vez.
“Hola de nuevo, qué bien encontraros aquí”, le dijimos a las muñecas cada vez que pasamos a su lado. Entonces, sus piernas empezaron a tambalearse.
“De momento está bastante bien, Danielle. Mañana más”. Practicábamos cada noche y pocos días después estaba andando por sí sola, todavía un poco insegura, pero andando al fin y al cabo.
“Tenemos que pensar la mejor manera de presentarles a mamá y papá tu nueva habilidad”, dije. Danielle tenía un plan.
“Gracias, Claire”, dijo Danielle. Me dio un fuerte abrazo.
La noche siguiente, después de cenar, propuse que diéramos todos un paseo.
“Voy a por el cochecito”, dijo mamá.
“No, ya voy yo”, dijo Danielle. Gateó rápidamente hasta el pasillo. “A ver si resulta que no gatea tan deprisa” — empezó a decir mamá, pero antes de que pudiera terminar la frase, Danielle apareció en el ropero empujando el cochecito. A mamá le volvieron a surgir las lágrimas y abrazó a Danielle.
“Supongo que el cochecito también puede usarse para eso”, dijo mamá.
“En realidad no sé si ya necesitamos esto”, dijo Danielle mientras empujaba a un lado el cochecito.
“Quizá deberíamos cogernos de la mano”, dijo mamá. Así fue como dimos un paseo muy lento hasta el parque, aunque más bien parecía que fuera mamá la que nos ralentizara.
El arroyo que pasa junto a nuestra casa llega hasta el parque y los patos se juntan allí. La gente siempre los da de comer justo al lado del letrero que dice No dar de comer a los patos. Danielle se fue detrás de uno de los patos. No lo hizo corriendo, pero sí que parecía dominar el arte de andar rápido.
Danielle tiró al agua una piedra. Entonces el pato se apresuró a abandonar la parte ancha del arroyo y se dirigió hacia Danielle, la cual soltó un grito e hizo una mueca. El pato comenzó graznar enfadado y dio media vuelta. Danielle jugó a este juego del gato y el ratón (o de Danielle y el pato) con todos los patos con los que nos encontramos. En todas las ocasiones se echó a reír como una loca. Caminamos de vuelta a la casa a un paso todavía más rápido que el de antes.
Antes de que llegara la hora de dormir de Danielle, solíamos juntarnos como cuando practicaba para aprender a andar. Algunas noches leía para ella, aunque podía leer por sí misma. A veces me inventaba cancioncillas y se las cantaba. Era nuestro rato especial juntas.
Esa noche, mientras hacíamos nuestro ritual de buenas noches, Danielle rompió a llorar de repente.
“Oye, ¿pero qué es lo que pasa, Dani?” Dije, pero no me oyó. Como no sabía lo que hacer, la tomé ente mis brazos y ella me devolvió el abrazo. La sostuve así y poco a poco su llanto se debilitó hasta convertirse en un gemido. Seguí sosteniéndola hasta que se quedó dormida en mis brazos. En ese momento no supe la razón del llanto, pero ahora creo que sí que sé a lo que se debió.
Desde que Danielle nació, papá había estado hablando de fundar un colegio basado en su idea de “aprender haciendo”. Compró un pequeño terreno que tenía una larga historia como monasterio episcopal, como albergue rural durante un corto periodo de tiempo después de que el monasterio se mudara al norte de California y como lugar abandonado durante diez años.
Antes de que Danielle pudiera hablar, a mamá no le entusiasmaba la idea. “Si tan interesado estás en la educación, quizá podrías centrarte en el hecho de que tenemos una hija de dos años que no puede hablar”. Ese era su comentario habitual.
Cuando hacer que Dani dejara de hablar se hizo una tarea difícil, mamá se unió a los planes del colegio. Asumió la responsabilidad de configurar el departamento de orientación, pero a la vez puso especial dedicación en el diseño de las reformas y del paisaje. En casa, las paredes de la cocina y del pasillo estaban llenas de los bocetos hechos por mamá.
“Debería haber sido diseñadora”, solía decir. Danielle se apresuró a bautizar aquel lugar como “mi colegio”. Siguió los pasos de mamá en el departamento de decoración y construyó una maqueta a escala con las ideas paisajísticas de mamá. Casi todos los días, Danielle acudía a la obra para plantar flores. Cuando se acababan las clases, solía acompañarla.
Me dijo que estaba encargada de las flores y parecía como si tuviera su plan personal para llevar a cabo su colocación, un plan para el que no aceptaba sugerencias.
Papá celebró una pequeña ceremonia inaugural con las personas que habían contribuido aportando parte de los fondos. Danielle correteaba como si fuera su propia inauguración y se aseguraba de que los lechos florales estuvieran bien puestos. Antes de que me diera cuenta, estaba tirando de Martine Rothblatt9, directora ejecutiva de United Therapeutics, para llevarla a ver sus flores.
“Un placer saludarla, señorita…”
“Danielle. Danielle Calico.”
“Ah, entonces tú eres la preciosa hija”.
“Dando cuenta de mis obligaciones”.
“Este diseño de aquí es estupendo”, dijo Martine en referencia a sus flores.
“Sí, es la disposición de los códigos informáticos en la máquina analítica10. Mira, estos pensamientos son los códigos de optimización y las amapolas son las direcciones operativas”.
“Asombroso, Danielle”, contestó Martine, que empezó contar. “Sí, en cada fila hay cuarenta posiciones. Creo que nunca había visto un ordenador hecho de flores”, dijo con una amplia sonrisa.
“Ya, pero no puede ser accionado”.
“La máquina analítica tampoco funcionó”, señaló Martine. “Pero eso no detuvo a una brillante joven llamada Ada Lovelace11 a la hora de escribir programas para ella. Era la hija del poeta Lord Byron y fue la primera programadora informática del mundo, aunque tuvo que pasar un siglo hasta que hubiera ordenadores en los que se pudieran ejecutar programas. Se parecía mucho a ti, pero era un poco mayor que tú”.
“Sí, he leído sobre ella, creo que es estupenda”, dijo Danielle. En ese momento se dio cuenta de que uno de los pensamientos estaba mal colocado. Intentó hacer un agujero para moverlo, pero el duro suelo de Pasadena no cedía. Danielle sacó del bolsillo de su pantalón una cuchara en forma de sierra que solía usar en estos casos. Ablandó lo suficiente la tierra como para que su herramienta horadara el suelo y cambió el pensamiento de lugar.
En el patio, papá pronunció un discurso inaugural ante los allí reunidos. Su idea era que los niños aprendieran a la vez que se enfrentaban a los retos de nuestro mundo. “Independientemente de que tengan éxito o no”, dijo papá, “es posible que aprendan algo que recordarán en el futuro”.
Papa describió aquello que le había inspirado. “Estaba buscando la manera en la que educar a mis dos hijas, aquí presentes. Hace unos años, visité el Museo Europeo de Historia Educativa en Viena y descubrí un colegio extraordinario, el ‘Stern Schule’12, el cual practicaba el ‘aprender haciendo’. Da la casualidad de que además fue el primer colegio en Europa en el que, a partir de su inauguración en 1868, se comenzó a proporcionar educación superior a las niñas.
“Fue fundado por una mujer valerosa, Regina Stern. En la Europa de mediados del siglo XIX, la idea resultó muy controvertida y recibió una importante cantidad de críticas y de rechazo. Con valentía, ella dio charlas por toda Europa sobre la importancia de la educación de las mujeres y sobre cómo llevar a cabo dicha educación. Años más tarde, el colegio fue heredado por su hija, Lillian, que se convirtió en la primera mujer en Europa en conseguir un doctorado en química. Estas dos mujeres gestionaron el colegio durante 70 años, hasta que tuvieron que abandonarlo para huir de Hitler en el verano de 1938. Si se hubieran quedado más tiempo, no habrían podido escapar.
“En honor a estas dos grandes mujeres”, dijo papá, “el nuevo colegio se llamará ‘Colegio Stern’”.
Después nos turnamos todos para ceremoniosamente remover un poco de tierra con una pala. Papá había traído una pala pequeña para que la usara Danielle, pero antes de que pudiera dársela Danielle ya estaba blandiendo vigorosamente la pala grande, aunque al intentar usarla se cayó al suelo. Todos nos turnamos—Danielle, papa, mamá, yo, Charlie y el resto de los niños que habían acudido a la ceremonia.
Ah, sí, Charlie—nos conocimos unos meses antes, justo cuando yo acababa de cumplir diez años. Su familia se había mudado a una casa cercana y se unió a la clase de cuarto año a la que yo asistía en el Colegio Chandler. En aquel entonces yo todavía me sentía un poco insegura de mí misma y él apareció en mi vida como una persona muy amigable y tolerante dotado de una gran sonrisa. Era pelirrojo y su pelo ondulado siempre acababa por caerle frente a los ojos. Él también llegó a este país cuando tenía seis años. Procedía de Irlanda. Le acompañó su madre, ya que su padre había muerto de un ataque al corazón. Era alto y espigado y muy dado a hacer gestos dramáticos, como por ejemplo dejarse caer en el arroyo (que también era artificial porque en Pasadena hay pocos arroyos naturales) abierto de brazos, con lo que salpicaba a todas las personas que estuvieran con él, entre las cuales solía estar yo.
En el campo, durante los recreos, Charlie y yo jugábamos a saltar sobre las piedras para cruzar el arroyo. Esto es muy difícil de hacer con el agua en movimiento, pero él era todo un experto. Siempre que caía sobre una piedra me miraba para ver si lo estaba observando. Y yo siempre lo estaba observando.
* https://es.wikipedia.org/wiki/Ponle_la_cola_al_burro
El colegio Stern celebró una jornada de puertas abiertas una semana después del tercer cumpleaños de Danielle. La mayoría de las clases se daban en el edificio principal, una estructura majestuosa de ladrillo rojo con torreones y ventanas de cristal tintado.
Las aulas estaban en un largo edificio blanco con ventanas de estilo español distribuidas proporcionalmente, al otro lado de un gran campo con turbintos de California que parecían sauces llorones. El arroyo artificial horadaba su camino por detrás del edificio y al abrir las ventanas de las aulas se podía oír su balbuceo. Transcurrido solo un año desde que papá comprara el campus, era impresionante la manera en la que había mejorado el aspecto de ese lugar.
El día de puertas abiertas dio la bienvenida a 140 estudiantes, cuyas edades iban desde los seis hasta los doce años, y a sus padres. Danielle estaba como un cerdo en el fango* mientras iba de una clase orientativa a otra y yo intentaba seguir su ritmo.
Pocos meses después, cuando el colegio abrió oficialmente, Danielle acudía casi todos los días acompañada por su cuidadora, Marie, una amigable mujer nacida en Letonia. Marie estaba todavía perfeccionando su inglés. Danielle no se cohibía a la hora de corregirla. A su vez, Marie le enseñaba letón a Danielle.
Danielle siempre llamaba la atención debido a su pequeño tamaño y a sus característicos vestidos de flores (que elegía ella misma). Todo el mundo se dio cuenta enseguida de que tenía siete vestidos, uno para cada día de la semana. Todos los días, su primera parada se producía en sus lechos de flores, donde comprobaba el estado de sus amapolas, pensamientos, zinnias y girasoles. A la gente le contaba que el lecho de flores era una subrutina para realizar cálculos factoriales.
A Danielle le resultaba difícil decidir qué clases eran las que más le gustaban, de manera que iba de una clase a otra. Todavía no estaba matriculada oficialmente y los profesores parecían tolerar que apareciera de manera ocasional en las clases de cada una de las asignaturas. A pesar de lo esporádico de su asistencia a cada una de las clases, los profesores anhelaban su llegada y solían pasar esa hora interactuando con Danielle.
“Aparecen cuando la velocidad centrífuga del cuerpo pequeño es igual a su velocidad centrípeta y se acelera en dirección al cuerpo más grande debido a la gravedad de este”, dijo Danielle cuando entró en la clase de Cómo Funciona el Universo para responder a una pregunta sobre la razón por la que aparecen las órbitas13. Los niños más mayores se quedaron sin habla.
“Gertrude tiene la sensación de que la chica de la representación dentro de la representación se está riendo de ella por casarse tan pronto después de la muerte del padre de Hamlet”, respondió Danielle ante una pregunta en la clase que versaba sobre Shakespeare. El profesor, que ataviado con un bigote, una barba, pelo rizado y un atuendo de la época isabelina pretendía ser Shakespeare él mismo, había preguntado qué era lo que significaba el famoso pasaje que dice “The lady doth protest too much, methinks*”.
“¿Tenéis alguna reflexión sobre los personajes de El Mago de Oz?”14, preguntó Vivian Sobchack, la profesora de la clase de Perspectivas Cinematográficas.
Emma, una niña de sexto grado como yo, respondió, “Creo que las niñas munchkin son más monas que los niños munchkin”.
Danielle intervino, “En mi opinión, el Hombre de Hojalata, el León y el Espantapájaros son respectivamente el ello15, el superyó16 y el yo17 de Dorothy”.
El resto de niños meneó la cabeza.
“Vaya, eso es algo sobre lo que voy a tener que reflexionar, Danielle”, respondió la Señorita Sobchack. “¿Y qué me dices de la propia Dorothy?”
“El rojo de sus zapatos representa el hacerse mayor. Cuando hace chocar sus tacones rojos es cuando acepta que es una adulta y es capaz de irse a casa”. Esto hizo que los estudiantes de sexto grado se rieran nerviosos.
“Las flores de tu vestido son adorables, Danielle”, comentó la Señorita Chabon, nuestra profesora de arte. “¿Qué son las flores para ti?”