Primera edición: noviembre de 2019
© Cris Ginsey, 2019
© Letras Raras Ediciones, S. L. U., 2019
© Antonia Leiva, ilustración de la portada, 2019
LES Editorial pertenece a Letras Raras Ediciones, S. L. U.
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ISBN: 978-84-17829-10-0
IBIC: FA, FP, FRD
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A todas las que tenemos relaciones románticas, de amistad y familiares a distancia.
20 de abril de 2014
GINA: Ey, Teri, soy Gina.
GINA: Me siento detrás de ti en el curso de Escritura Creativa.
GINA: No sé si tienes mi número de teléfono guardado.
GINA: Me gustaría proponerte algo.
Tenía que ser paciente. Tenía que serlo, y mucho, porque quería que la jugada saliese perfecta y que su compañera de clase fuera esa noche a su casa. Observó el móvil fijamente varios minutos antes de cogerlo con rapidez cuando vibró sobre el escritorio.
TERI: Hola, Gina.
TERI: Claro que tenía tu número apuntado.
TERI: Me lo dio Chloe, una de las chicas del equipo.
TERI: Si necesitas algo, puedes llamarme directamente.
Teri era la chica más atractiva de todo el campus universitario y no tenía que decir que se moría por sus huesos, ¿no? Huesos que esperaba poder probar esa misma noche. ¿Le pidió su número a alguna de las animadoras? Porque Teri era animadora del equipo de baloncesto y eso hacía que fuera más sexi. Se mordió el labio, armándose mentalmente de valor antes de pulsar la tecla de llamada.
Un tono.
Dos.
¡Y ahí estaba su voz!
—Bowen.
Uh, conocía hasta su apellido. Su plan maestro empezaba muy muy bien.
—Williams.
Alzó incluso una ceja como si la tuviera delante y estuviese allanando el terreno, preparándose para atacar.
—¿A qué debo el honor de esta llamada?
«No le gustas, Gina, deja de intentarlo».
«Si tú le gustas a Teri, yo le gusto a Natalie Portman».
«Lígate a alguien del equipo y no pierdas más el tiempo».
Esas frases —entre otras— eran las que recibía cada vez que contaba sus maléficos planes para conquistar a una de las chicas más populares de la facultad; una sonrisa amplia se instaló en su rostro cuando escuchó el tono sugerente que su compañera de clase había adoptado para iniciar aquella conversación.
—No sé si habrás escuchado algo durante esta mañana, pero es mi cumpleaños hoy —explicó mientras se tumbaba en la cama todo lo larga que era.
—Feliz cumpleaños. —Sonrió al escucharla y se colocó la mano derecha tras la cabeza.
—Gracias, Teri. Me preguntaba si te gustaría pasarte por mi casa esta noche.
—¿Una fiesta de cumpleaños? —Contestó con un murmullo afirmativo al escuchar su pregunta—. ¿Va a ir alguien más?
—Claro.
—Me han contado cosas interesantes de ti.
Uh, ¿había preguntado por ella? ¿Theresa Williams?
«No te pongas a hiperventilar».
Que ella supiese, Teri no tenía novio en la actualidad, hacía meses que había roto con el capitán del equipo de rugby. ¿Que le habían advertido de que era hetero? Sí, pero no sería la primera vez que una chica «heterosexual» caía en los brazos de Gina Bowen. El plan era que Teri se llevaba unos buenos orgasmos y ella disfrutaba del cuerpo de una animadora sexi. Todos salían ganando. Cabía la posibilidad de que le tocara la lotería y terminase recibiendo un poco de manos y bocas inexpertas con curiosidad por la anatomía femenina. Si se diera el caso, no se quejaría para nada.
«Bowen, concéntrate y saca la artillería pesada».
Cambió de postura en la cama y se colocó bocabajo para intentar que así su voz saliese ligeramente más ronca antes de volver a hablar.
—Espero que hayas escuchado cosas buenas.
—No ha llegado a mis oídos ninguna queja.
Se lamió los labios y cogió aire de forma disimulada, preparándose para atacar.
«Tontear, Bowen, tontear».
—No vamos a estar a solas, pero podemos estarlo si tú quieres, Teri.
—¿Mandarías a la mierda tu fiesta por estar a solas conmigo?
No la veía, pero podía notar por su voz que estaba sonriendo.
—Eres Theresa Williams. Mandaría a la mierda muchas cosas por poder estar contigo.
—¿A qué hora empieza la fiesta?
Dios, sí.
Sí, sí, sí.
—A las nueve, pero tú puedes venir cuando quieras.
—Estaré a las diez, ¿está bien?
Joder, Teri sabía hacerse desear. Lamió sus labios de nuevo, algo nerviosa, antes de contestarle de la mejor forma que pudo.
—Te estaré esperando impaciente, Williams.
—Espero que merezca la pena, Bowen.
—Me apuesto lo que quieras a que va a ser una noche que recordaremos durante muchos años —exageró y le gustó escucharla reír.
—Hasta las diez, Gina.
Teri colgó y ella suspiró antes de arrodillarse en la cama e incorporarse: era hora de empezar a moverse y preparar la maldita fiesta. No iba a ser una gran reunión —tan solo acudiría su grupo de amigos—, pero esa mañana la retaron a que, si tenía tanta confianza en que Teri se dejaría querer un poco por ella, la invitara esa misma noche. Se iban a morir de envidia cuando la vieran comiéndole la boca a la animadora sexi.
Terminó de sacar la ropa sucia de la bolsa de deporte que había dejado sobre la silla del escritorio y la llevó a la cesta del baño. Debía preparar los aperitivos, comprobar que no hacía falta comprar ninguna bebida y arreglarse para estar lista cuando llegasen los invitados esa noche.
—¿Has conseguido esa cita al final? —escuchó a su espalda y tras girarse vio a su hermana sonriente bajo el marco de la puerta del baño.
Movió la lengua fuera de la boca de manera un tanto pervertida para indicarle que los planes habían salido muy bien y Patrice puso los ojos en blanco antes de negar con la cabeza.
—Por fin has vuelto. ¿Qué tal con Ricky? —Adoptó un tono burlón para hacerla rabiar—. ¿Habéis follado o no?
—Oh, Dios, Virginia… ¿Solo piensas en eso? —La acusó.
—Tengo veinte años, así que sí.
—Veintiuno —la corrigió con una sonrisa—. Feliz cumpleaños, Gina.
—Aún debo acostumbrarme al cambio de año. Por cierto, si desaparezco esta noche, no os asustéis, estaré en mi habitación haciendo gemir muy alto a una rubia con dos buenas peras.
Pellizcó el costado a su hermana, justo donde sabía que tenía cosquillas, mientras caminaban hacia la cocina, y sonrió al escucharla reír.
—Dios… Tan sutil como siempre. No entiendo cómo has engatusado a las chicas con las que has estado.
—Puedes aprovechar y dejar que Ricky abra tu flor esta noche, así lo entenderás todo mejor. No le diré ni a papá ni a mamá que has dejado a tu chico pasar la noche en el piso, siempre y cuando tú no le digas que yo hago lo mismo con mis conquistas. Ya sabes: nuestro pacto de silencio.
—Creo que me gustas más cuando estás en serio con alguien.
Patrice abrió la nevera y sacó agua para servir en dos vasos.
—Creo que me gusta más cuando no mencionamos mi relación con Ronda. —Suspiró y decidió quitarse unos segundos esa máscara liberal que solía llevar puesta—. A mí también me gustaba cuando estaba en una relación estable. —Se encogió de hombros—. Pero ahora mismo voy a disfrutar de la vida.
—Follando —terminó la frase por ella, aunque ya le había dado el punto final.
Su hermana se lamió los labios tras decirlo, antes de beber agua. Ella respondió inicialmente abriendo la boca de forma exagerada.
«Diré la palabra con efe cuando ya lo haya hecho», recordó.
—Repítelo —pidió de forma verbal con semblante serio y apuntándola con el índice.
—Follando.
—Joder, ¿cuándo me lo ibas a decir? ¡¿Ha sido en el coche?! ¡¿Hoy?! ¡Cuéntamelo todo!
Patrice Bowen, su hermana tres años mayor, no había dicho una palabrota en su vida y su lema en el sexo era «Perderé la virginidad cuando conozca al chico perfecto». Dicho y hecho, porque parecía que Ricky lo era. Le pidió todos los detalles de su momento idílico, incluso se hizo unas palomitas para que la atención a las palabras de su hermana fuese plena. La verdad era que Ricky era muy parecido a Patrice, y ella no podía estar más que contenta por la relación que ambos empezaron hacía casi cuatro años.
Casi cuatro años sin mojar y en la época de universidad, donde había hormonas revoloteando por todos lados. Eso era amor verdadero. Otro punto a favor de Ricky, que no pareció importarle para nada la decisión de su hermana y la respetó en todo momento hasta que estuvo preparada.
—Me alegro de que te haya gustado —confesó acariciando el brazo de su hermana—. Supongo que ahora que habéis probado el sexo, estaréis como conejos todo el día —insinuó y movió las caderas sobre el taburete.
—Le quitas el romanticismo a todo, Virginia. —Patrice suspiró antes de mirarla con ojos de tonta enamorada—. Ricky es mágico.
—Oh, joder. —Fingió tener una arcada para molestarla un rato, sujetándose el abdomen e inclinándose hacia delante para escenificarlo mejor—. Ñoñadas no, por favor.
Recibió un golpe del puño de su hermana en el muslo y se quejó mientras se acariciaba el lugar del impacto.
—Cuando te enamores de alguien, no esperes que yo escuche tus ñoñadas.
Patrice la señaló con el índice levantado y con el rostro muy serio, tajante, pero pudo ver un amago de sonrisa en sus labios.
—Tranquila, para eso faltan, mínimo, unos veinte años que me he dado de celibato romántico —bromeó.
—Quizás ocurra esta noche.
—¿Teri? —Alzó las cejas con sorpresa—. No, ni loca saldría con una chica que se define como heterosexual ante la sociedad. Si le apetece tener sexo esta noche, genial, pero más allá de eso… —Negó con la cabeza—. No me imagino a Teri con una chica.
—No hablo de tener novia, sino de que te enamores.
Se llevó la mano al pecho en un gesto dramático, incluso fingió perder la respiración momentáneamente, y su hermana soltó varias carcajadas ante su gran interpretación. Terminaron cambiando a otro tema al mismo tiempo que se introducían de lleno en los preparativos de la fiesta de cumpleaños.
***
Miró de nuevo su reloj de muñeca antes de suspirar y llevarse el vaso a los labios para dar un largo sorbo del estúpido ponche que habían hecho Patrice y ella para cuando llegasen los invitados. Teri le había dicho que acudiría una hora más tarde que sus amigos, pero en ese momento se le añadía media hora más.
¿Plantón? Más que posible.
¿Risas y burlas? Alguna que otra.
¿Descenso de autoestima? En picado y en el subsuelo.
Comprobó si tenía algún mensaje en el teléfono, pero no encontró nada.
—Gina —escuchó la voz de su hermana y giró la cabeza para mirarla.
Patrice estaba sentada junto Ricky en una de las sillas que rodeaban la mesa donde se encontraba el tablero del juego.
—Anímate, que estamos celebrando tu cumpleaños —le dijo—. Ya vendrá.
—No va a venir —dijo el estúpido novio de Patrice y ella lo miró con el ceño fruncido.
—Gina, asúmelo —participó Elliot, uno de sus mejores amigos—. Estamos hablando de Teri, la chica más popular de la universidad. Ni yo tengo posibilidades con ella.
—Ah, ahora eres el tío más guapo del campus, ¿no, Elliot? —ironizó ofendida.
—No, pero soy negro, tengo muchas cosas a mi favor.
Elliot alzó las cejas varias veces mientras sonreía de forma coqueta, y no quería reírle la gracia, pero lo hizo. Sobre todo cuando Liv le dio un golpe en el hombro, intentando que no se notara que le molestaban sus insinuaciones. Si intentaban esconder lo que había entre ellos, lo estaban haciendo regular tirando a mal.
—No vas a liarte con ella, Gina. —Liv le sujetó el hombro y la miró con tristeza fingida—. Lo siento.
—Gracias por el apoyo. No necesito enemigos teniéndoos a vosotros.
Se cruzó de brazos y observó el tablero, centrándose de nuevo en el juego mientras se escuchaba una risita general. Aprovechó para mirar a Patrice, que justo en ese momento recibía un beso fugaz de Ricky tras sonreírse el uno al otro. Admitía que eran una parejita adorable, a pesar de que siempre pensó que su hermana podría aspirar a mucho más. Patrice era muy guapa, tuvo la suerte de heredar los ojos verdes de su padre. En cambio, los genes afroamericanos de su madre fueron los dominantes en ella, aunque su piel era algo más clara que la de su progenitora.
El timbre sonó y todos levantaron la cabeza al mismo tiempo, mirándola a ella fijamente.
—¡No me lo creo! —exclamó Tom.
—Mierda, ¿habéis pedido comida a domicilio o algo para hacer la gracia? —pidió explicaciones, pero todos negaron a la vez—. Como sea una puta broma, os corto a todos en pedazos y os doy de comer a los cerdos —amenazó antes de ir hacia la entrada.
Cogió aire y se sacudió ligeramente el pelo antes de abrir. Nada más lo hizo se encontró con Teri frente a ella, llevaba el pelo rubio planchado a la perfección y un vestido corto de color azul, a juego con sus ojos. Se relamió sin querer y sonrió ampliamente cuando vio que traía varias cajas de pizza en una mano.
—Feliz cumpleaños —dijo Teri con una sonrisa—. No sé cuántos sois, así que he decidido usar eso de «más vale que sobre que no que falte».
—Muchas gracias, no tenías por qué. No se lo merecen.
—Todas para ti, entonces. Es tu cumpleaños, tú decides qué hacer con ellas —contestó divertida.
Se acercó a la rubia y la ayudó cogiendo varias cajas: eran exactamente cinco y de tamaño familiar. Miró los ojos de Teri directamente, aprovechando la corta distancia que las separaba al alcanzar las pizzas, y pensó por unos segundos que podría darles por culo a todos y escaparse con la rubia para estar a solas esa noche. Se lo planteó seriamente, pero estaba ganando la puta partida del Catán. Así que no. Darles a sus amigos una paliza jugando casi era más placentero que un orgasmo.
De momento.
—No sé si conoces a Patrice —dijo una vez entraron al salón, señalando a la susodicha—. Es mi hermana y segunda anfitriona de la noche. Vivimos juntas aquí.
No estaba muy segura de que se conocieran, debido a que su hermana estaba en otra carrera muy distinta y además era tres años mayor, aunque todo el mundo sabía que su futuro estaba encarrilado como jugadora baloncesto. Era la mejor del equipo y ya había varios ojeadores pendientes de ella en cada partido universitario que disputaba. No tenía ni que decir que era la fan número uno de su hermana mayor.
Patrice saludó a la recién llegada con un movimiento de la mano y una sonrisa que fueron correspondidos por la invitada.
—Los demás no se merecen ni que te los presente ni comerse las pizzas que has traído.
—Espero que sean de vuestro gusto —dijo Teri educada—. A Jerry lo conozco desde primero, estudiamos juntos —explicó.
—Qué casualidad —insinuó con media sonrisa.
Los ojos azules de Teri estaban fijos en los suyos marrones y ella se mordió el labio sin poder evitarlo y observó la boca de la rubia unos segundos antes de conectar de nuevo sus miradas.
—Vamos, Romeo, que te estamos esperando —escuchó la voz de Liv y se giró con cara de mala leche por entrometerse en su cortejo antes de dejar caer las cajas de pizza frente a ella en la mesa—. ¡Mis cartas!
—¿Has jugado alguna vez al Catán? —preguntó a la invitada, que negó mientras observaba el tablero—. ¿Te apetece jugar o prefieres ver cómo terminamos la partida? Después cambiaremos de actividad si no te gusta.
—Estoy interesada por el juego —admitió y parecía sincera—. Puedo mirar y luego si me animo, juego. Así me explicáis un poco qué hay que hacer.
Teri, la chica popular de la universidad y animadora de los equipos femeninos de baloncesto, en su puto piso el día de su cumpleaños y jugando al Catán. Mínimo tres orgasmos mentales había tenido ya desde que había llegado.
—Vale. Ven conmigo, te sirvo algo de beber y te explicamos cómo se juega.
Escuchó murmullos generales mientras se dirigían hacia la cocina. Teri solía sentarse cerca en clase… Bueno, no iba a mentir, era ella la que se acomodaba detrás de la rubia, pero porque le encantaba el olor que desprendía cuando se sacudía el pelo.
—¿Cuántos años tienes, Teri?
—¿Es para ofrecerme alcohol o no? —se burló.
—No se lo voy a decir a tus padres —dijo con complicidad a pesar de que sabía que tenía mínimo su edad si estaba en el mismo curso que Jerry—. ¿Qué te apetece beber? Hemos preparado ponche, no ha quedado tan mal. —Se encogió de hombros antes de abrir la nevera para comprobar las bebidas que quedaban—. También tenemos cerveza y… lo demás es todo sin alcohol.
Puso una mueca al girarse para mirarla.
—Probaré el ponche.
Asintió antes de coger un vaso rojo de plástico y sirvió la bebida bajo la atenta mirada de Teri. Cuando se la entregó, no pudo evitar contemplarle los ojos de cerca, quizás más de cerca que nunca. La rubia fue la primera en enfocarle los labios, así que ella la imitó, sonriendo sin querer. No podía creerse que la animadora por la que llevaba tantos meses suspirando estuviese en su piso el día de su cumpleaños.
—Te daré el regalo más tarde, ¿vale? Primero quiero aprender a jugar al… ¿«Patán»? —Probó suerte y tuvo que reír suavemente al escucharla.
—Catán —la corrigió y la chica se mordió el labio antes de decirlo bien esa vez.
Todo un descubrimiento, eso estaba siendo Theresa Williams.
***
—Gina —Teri la llamó y ella se giró dispuesta a servirle cualquier cosa que le pidiera—. Necesito ir al baño, ¿me acompañas? No sé dónde está.
Casi no terminó de formular la pregunta y ella ya estaba de pie, más que dispuesta a ejercer de perfecta anfitriona. Habían echado un par de partidas y Teri aún no terminaba de entender las normas básicas del Catán, así que ella tenía que estar pendiente de dos juegos en paralelo, el suyo propio y el de la rubia de sus sueños.
—Conocía a tu hermana de vista —comentó la animadora mientras caminaban por el pasillo. Era demasiado largo y a Patrice y a ella les daba un miedo de muerte recorrerlo de noche. El lugar perfecto para sus juegos, o putadas, entre hermanas: a veces apagaban la luz cuando la otra iba por la mitad y, joder, gritaban muy alto antes de correr hacia las habitaciones como si la vida les fuera en ello—. Es difícil no fijarse en esos ojazos.
Observó a la chica con curiosidad y un amago de sonrisa.
—Sí, no voy a negar que fue una putada quedarme sin boletos para «ojos verdes» cuando tuve que elegir mis características físicas antes de nacer. Tan solo quedaban para «marrón» y para «marrón».
—Supongo que no fue fácil elegir.
—Fue una putada, te lo he dicho antes. ¿No me escuchas cuando hablo?
Se llevó una mano al pecho para fingir que se había ofendido.
—Estoy entretenida con otras cosas.
—Ah, ¿sí?
Paró el avance por el pasillo y se colocó frente a la rubia, que se acercó a ella de forma coqueta. Uf, Señor.
—Venga, Bowen, no disimules conmigo. Sabes que estás buenísima.
—Bueno, algo he oído.
Sonrió con chulería y provocó que Teri se mordiera el labio.
—Y algo has visto también.
La animadora la recorrió con la mirada y cuando sus ojos conectaron tuvo que lamerse los labios porque se le había secado la boca. Estaba tonteando con ella, ¿verdad?
Está más que claro, imbécil.
—Soy una chica con espejos en mi casa, así que sí. He visto muchas cosas.
—Eres muy idiota.
Fue la primera vez que vio una sonrisa así de bonita en los años de su vida, y que estuviese tan relajada hizo que se atreviese a pasar la yema de los dedos por la piel del antebrazo de la rubia.
—Entonces, seamos claras, ¿bisexual? —Probó suerte.
—Homosexual —contestó Teri y ella se sorprendió, abriendo la boca y los ojos todo lo que pudo y más—. Lo sé, lo sé. —Hizo como que la consolaba por el impacto de la noticia, acariciando su hombro.
—Pero… pero… —Se aclaró la garganta antes de formular la pregunta de nuevo—. ¿No tenías novio hasta hace poco?
—Tan solo fue la prueba de que, efectivamente, me gustan solo las chicas.
—Y… ¿has tenido experimentos en la otra acera?
Teri sonrió de nuevo y no se esperó que se pusiera de puntillas y la besara. Cerró los ojos tras la sorpresa inicial de sentir aquellos labios tan cálidos, y movió los suyos suavemente para amoldarse al otro par y que el contacto fuese pleno. Aprovechó para acariciarle el brazo de forma ascendente antes de posar la mano sobre el cuello de la rubia, acariciándole la mandíbula con el pulgar.
—La primera vez que beso a una chica —confesó Teri a una distancia ínfima de su boca, es más, mientras hablaba sentía cómo se la acariciaba con los labios.
—Ha sido un honor.
Se mordió el inferior al escuchar su risa y la atrajo de nuevo a su boca sujetándola por la nuca. Esa vez profundizó el gesto, deslizando los dedos entre pelo rubio, escuchó a Teri suspirar cuando sus lenguas se encontraron y apoyó la mano en su pecho para mantener el equilibrio.
—¿Este era mi regalo? —quiso saber y la animadora se echó hacia atrás, negando con un movimiento de cabeza mientras una increíble sonrisa asomaba a sus labios húmedos. Le gustó que se los lamiese.
—Tu regalo es más intenso.
—Me gustan las cosas intensas.
No quiso controlarse y aprisionó el cuerpo de la animadora contra la pared para tenerla completamente pegada a su anatomía. La besó con urgencia, deslizando la lengua entre aquellos labios que le volvían loca. Teri jadeó al sentirla y le mordió el inferior antes de hablar:
—Me pones muy cachonda, Bowen.
Qué bien le venía, la verdad.
Sujetó las caderas de Teri para pegarlas a las suyas y la levantó del suelo tomándola por los muslos. La rubia colaboró rodeándole las caderas con las piernas y se sonrieron desde esa corta distancia.
—¿Tenías que ir al baño de verdad o era una excusa para llevarme a la cama?
La contempló mientras la animadora se mordía el labio aguantando una sonrisa.
—Me has pillado.
—De puta madre.
—Me encanta que hables mal —murmuró mientras ladeaba ligeramente la cabeza para que sus narices no se interpusieran en el beso que comenzaron a darse.
Sujetó mechones de pelo rubio en su puño y abrió más la boca para profundizar el contacto al máximo, sintió cómo la excitación la invadía de golpe y de forma salvaje. La boca de Teri era muy cálida y sabía a puto paraíso, qué mal había estado besando a estúpidos jugadores de rugby, pero qué bien estaba besando a una jugadora de voleibol.
La animadora la empujó y devolvió sus pies al suelo mientras la agarraba por la camiseta y la atraía de nuevo a su cuerpo. Sintió su aliento acariciándole los labios cuando Teri acercó sus rostros para hablarle contra la boca.
—Has sido la primera chica a la que he besado —dijo mientras ella la miraba extasiada—. Y también quiero que seas la primera que me folle.
—Joder —gruñó mientras la animadora se dedicaba a mordisquearle el labio inferior.
—¿Por qué no me enseñas tu habitación?
***
Escaló por su cuerpo con media sonrisa, sintiendo aún la humedad de Teri sobre los labios, y cuando llegó a su altura disfrutó unos segundos de la respiración pesada de la rubia. Casi jadeaba mientras mantenía los ojos cerrados.
—¿Qué tal? —preguntó sin aliento y Teri le permitió apreciar aquel azul en pleno clímax.
—No tengo palabras para describirlo.
Se lamió los labios antes de unirlos con los de la animadora, disfrutando de cómo le devolvía los movimientos de forma perezosa, completamente agotada. Le había encantado perderse en ese cuerpo tonificado, a pesar de que se puso algo nerviosa porque quería que fuera una buena experiencia para aquella chica primeriza en el arte del amor lésbico. Escuchó cómo Teri gemía cuando presionó las caderas con las suyas, preparada para una tercera ronda. ¿Que también quería que la tocase a ella? Sí, claro. Pero, joder, su fantasía estaba ocurriendo y quería disfrutarla al máximo, así que todo el tiempo que llevaban en la cama lo había dedicado a hacer gemir a aquella rubia increíble.
—Espera un poco, fiera. —Teri soltó una risita mientras la empujaba y ella se contagió cuando cayó tumbada a su lado—. Necesito recuperar fuerzas.
—¿Nunca te has corrido más de dos veces en una misma noche? —Hizo pucheros para burlarse un rato de la animadora—. Lo has tenido que pasar fatal follando con los chicos más cañones de la universidad.
—Qué perra eres…
Teri soltó una carcajada al mismo tiempo que se levantaba de la cama para buscar algo en su bolso. Ella suspiró de forma pesada al contemplar su desnudez y se apresuró en encender la luz para poder verlo todo mucho mejor. La rubia volvió a la cama, saltando sobre el colchón, y se sentó a su lado con las piernas cruzadas al estilo indio. Joder, ¿no se daba cuenta de que aquellas vistas no le ponían fácil aguantarse las ganas de perseguir el tercer orgasmo? Tenía suerte de que aquella chica fuera muy muy sensible.
Se incorporó para que ciertas zonas de su anatomía no quedaran justo a la altura de sus ojos e intentó concentrarse en la cajetilla metálica que Teri había traído con ella. Soltó una risita cuando vio que no solo tenía tabaco ahí y aceptó que le colocara un porro entre los labios. La rubia se lo encendió mirándola fijamente a los ojos.
Iba a ser la primera vez que fumara marihuana, pero hacía tiempo que compartía paquetes de tabaco con Liv de forma clandestina, sobre todo se escondía de su hermana. Patrice era muy pesada con la vida sana y la había oído repetir lo importante que era evitar aquellos hábitos si te planteabas una carrera seria en algún deporte. Su hermana estaba completamente centrada en convertirse en la mejor jugadora de baloncesto, porque era a lo que se quería dedicar en un futuro, y encima le ayudaba para poder estudiar en la universidad gracias a una beca deportiva. Patrice no entendía que para ella el voleibol no era así de importante y a menudo acababan discutiendo por esa diferencia de opiniones.
Expulsó el humo ante la atenta mirada de Teri y esta le quitó el porro para llevárselo a los labios. Le dio una calada supersexi mientras le acariciaba el hombro desnudo y ella cerró los ojos al sentir cómo la mano libre de la animadora se deslizaba por su cuello hasta llegar a su pecho y comenzaba a masajearlo, endureciéndole los pezones a base de suaves pellizcos.
La rubia apoyó los dedos índice y corazón en sus labios sujetando el porro entre ambos y la incitó a dar una nueva calada, lo hizo mientras sentía cosquillas por cómo la animadora le besaba el cuello. No sabía que fumar hierba podía ser tan placentero. Teri buscó su boca y durante unos minutos se dedicaron a besarse de forma exigente y muy húmeda, después sintió cómo una mano curiosa se colaba entre sus piernas y se atrevía a tocar.
—Joder, Gina.
Unos golpes en la puerta hicieron que gruñese contra los labios de la rubia, ignoró la llamada y continuó besándola. Los siguientes sonaron más fuertes y vinieron acompañados de la voz de su hermana, que gritaba su nombre. Rompió aquel espectacular beso con un sonido húmedo y cara de mala leche.
—Espera, voy a ver qué quieren —dijo y se dejó besar unos segundos de más cuando la rubia tiró de su nuca buscando sus labios con muchas ganas.
Acabó levantándose entre protestas y risas, y se permitió contemplar el cuerpo desnudo de la animadora sobre la cama. Le sonrió mientras se ponía una camiseta que usaba para dormir, comodísima, que le cubría hasta mitad de los muslos, y se mordió el labio al encontrarse con la mirada que le dedicaba Teri mientras expulsaba humo entre sus labios. Suspiró frustrada, porque quería lanzarse de nuevo sobre el colchón, pero se obligó a dirigirse a la entrada para ver qué quería su hermana.
Asomó solo la cabeza y mantuvo la puerta lo más cerrada posible para darle intimidad a Teri y para que no viera el porro.
—¿Cómo vais? —preguntó Patrice sonriente—. Hay una tarta deliciosa esperándote en la mesa.
—Y en mi cama una tía que lo está aún más —le dijo con media sonrisa pícara.
—Las dos sabemos que va a pasar la noche aquí —le susurró inclinándose hacia ella—. Haz un poco de caso a tus amigos y luego seguís con la siguiente postura del Kamasutra.
Miró a Teri, que sonreía divertida por la situación mientras se terminaba el porro, y luego giró la cabeza hacia su hermana de nuevo.
—Está bien, deja que nos vistamos y vamos para allá.
Hizo amago de cerrar la puerta, pero su hermana se lo impidió apoyando la mano en la superficie y ella se tensó.
—Y una cosa, antes de que se me olvide…
Paró de golpe en mitad de la frase, como si algo acabase de captar toda su atención. La vio olisquear el aire, frunciendo el ceño por el camino. Joder, mierda. ¿Por qué no respetaba un poco su intimidad?
—Patrice, luego me lo cuentas —quiso dar por finalizada aquella conversación antes de que descubriera nada.
Miró a Teri, que había apagado el porro y lo guardaba con bastante prisa al caer en la cuenta de lo que le ponía tan nerviosa.
—¿A qué huele?
—A los orgasmos de Teri —contestó rápidamente—. Un poco de intimidad para la muchacha, por favor.
—No huele a orgasmos —dijo Patrice, claramente enfadada a esas alturas.
—Mierda, que ahora sabes a qué huelen —bromeó en un intento de suavizar la situación, pero aquello molestó aún más a su hermana.
—No soy idiota, Gina. ¿Estabais fumando?
—He fumado yo, Patrice —salió Teri a su rescate.
—¿Era un porro?
—¿No crees que es un poco violento que le preguntes eso? ¿A ti qué te importa lo que Teri haga o lo que deje de hacer?
—¿Tú también has fumado?
Es que eso de mentir lo llevaba mal, y en esos momentos su hermana la miraba muy seria, le recordaba a su madre cuando las regañaba de pequeñas, odiaba cuando se ponía en plan hermana mayor. No dijo nada, aquel silencio contestó por ella y por el gesto de su cara supo que Patrice se había enfadado de verdad.
—Eres una inmadura, lo sabes, ¿no?
—Es la primera vez que me fumo uno, no exageres.
—Por «solo uno» podrían echarte del equipo. ¿Ves un par de tetas y se te olvida lo demás?
—No me des lecciones de vida —dijo endureciendo el tono, empezaba a enfadarse de verdad. Es que la estaba tratando como a una puta cría delante de Teri—. Solo es un porro, joder, Patrice.
—¿El primero de cuántos?
—Si quieres te los cuento, pero mientras tanto atiende tu vida y déjame en paz.
—Fumar para impresionar a las chicas es de gilipollas, Gina.
—Mejor ser gilipollas que una amargada. No quiero ser como tú, siempre pendiente de sacar buenas notas y de no llegar medio minuto tarde a los entrenamientos de baloncesto. Virgen hasta los veinticuatro, porque «tenías que estar segura» porque te mueres de miedo a cometer un puto error. No seas aguafiestas. Si vas a seguir así, vete del puto piso y así podremos fumar tranquilas los porros que nos dé la gana.
Su hermana se quedó muy seria y apretó los labios, sus mejillas acababan de teñirse de rosa y la vio desviar la mirada hacia el salón, avergonzada y humillada, porque el piso llevaba un rato en completo silencio y seguro que todos lo habían oído. Le dedicó una mirada que le hizo un poco de daño antes de darse media vuelta y desaparecer pasillo adelante sin añadir ni una palabra más.
Justo en ese momento se dio cuenta de lo mucho que se había pasado y se le aceleraron las pulsaciones. Gritó un «Patrice, espera», porque quería pedirle perdón, pero no le dio tiempo y cerró los ojos, llamándose a sí misma cabeza hueca, cuando escuchó un portazo de los grandes en la puerta principal.
—Ahora vuelvo, Teri —dijo acelerada mientras se ponía el pantalón y las deportivas.
Se encontró con todos sus amigos reunidos en la sala de estar, la miraron de forma colectiva en un silencioso «joder, Gina» y bufó antes de salir. Una vez en la calle miró a ambos lados y la localizó a su derecha, a unos cuantos metros y caminando a paso ligero. Echó a correr en su dirección y la llamó elevando la voz lo justo para que la escuchara, pero no demasiado, porque era bastante tarde.
—Déjame, Gina.
Patrice decidió cruzar la calle, seguramente para alejarse aún más y ella aceleró el paso con la respiración acelerada.
—Necesito que hablemos, no quería decir eso…
—¿Y qué querías decir?
Su hermana se volvió para mirarla, girándose en mitad de la calzada y se le encogió un poco la garganta al descubrir un par de lágrimas surcándole las mejillas. Quiso contestarle, pero no le dio tiempo, porque la luz de un vehículo salido de la nada superando con creces los límites de velocidad la cegó momentáneamente. Escuchó el sonido de un frenazo de los impresionantes y entonces sí que gritó el nombre de su hermana, a pleno pulmón y sin importarle las horas que eran.
Noviembre de 2015
Comprobó una vez más que todo el texto estuviese en su sitio antes de hacer clic en el botón de «Publicar». Abrió el nuevo capítulo en una pestaña distinta del navegador y copió el enlace para pegarlo después al final de un nuevo tuit.
@GILLEY-B: ¡Nuevo capítulo! ¿Qué fue lo que le pasó a Samantha? Lara lo descubre.
Listo.
Sonrió antes de apagar el portátil, le esperaba un día muy largo, pero nunca defraudaba a sus lectoras. Cogió lo que le quedaba de sándwich y se lo colocó entre los dientes mientras se ponía el abrigo para salir del piso. Llevaba ya dos años subiendo contenido a internet, concretamente historias con alto contenido erótico y, por supuesto, lésbico, pero con el nuevo fanfic su número de seguidoras se había disparado. Si algo la caracterizaba era que siempre introducía una escena erótica —o dos— en cada uno de los capítulos, y a las lectoras les encantaba. Nunca había visto a ningún chico entre sus seguidores.
Se llevaba presentando a concursos de relatos desde que cumplió los catorce y empezó a escribir historias cortas en distintas libretas de las que ella era el único público. Después, Liv le pidió que le dejara leer algo de lo que escribía —la había visto muchas veces haciéndolo y su curiosidad había ido aumentando desde hacía varios años—, y lo demás surgió mientras jugaban a Tomb Raider. Primero, hablaron de lo increíblemente sexi que era Lara Croft, prosiguieron comentando que debería liarse con Samantha Nishimura, la mejor amiga de la cazarrecompensas, y acabaron inventándose una historia entre las dos.
«¿La escribo?», «No te atreves», «Rétame», «Te reto».
Y ella nunca decía que no cuando la retaban, y mucho menos dejaba algo sin acabar.
En esos momentos no podía estar más orgullosa por haberse embarcado en aquella aventura, la de publicar distintas historias en internet. Le había permitido poder hablar con gente de distintas partes del mundo y, sobre todo, le ayudaba a evadirse de la realidad dentro de su mundo ficticio. Al menos era una alternativa más sana que otras conductas dañinas, y aun así no las sustituía del todo. Había cosas que seguía necesitando, aunque sabía que no eran buenas para ella.
Su móvil comenzó a vibrar en el bolsillo delantero de los vaqueros y no tardó en sacarlo para comprobar quién llamaba, sentía el corazón latiendo descompasado en su interior, como siempre que sonaba el teléfono. Cuando comprobó que era Liv, suspiró y sacó la cajetilla de cigarros, llevándose uno a la boca automáticamente y prendiéndolo antes de contestar a su amiga.
—Liv, mi amor, mi vida, mi… —comenzó a decir, y sonrió al escuchar su voz mientras expulsaba el humo entre sus labios.
—Menos cuentos, Caperucita. ¿Has sacado la basura?
Mierda, se le había olvidado por completo con eso de actualizar el fanfic.
—Prometo que te compensaré. —Y tendría que ser con algo bueno, porque Liv parecía la madre de todos—. Ahora mando un mensaje al grupo para que la saque Tom o Jerry.
—Dime que al menos estás llegando.
—Sí, puntual como siempre. ¿Dónde estás tú?
—Pasando el Starbucks. Nos vemos allí. Manda el mensaje, no quiero que la casa apeste a pescado otro día más.
—A sus órdenes, mi capitana.
Suspiró de nuevo y dio otra calada tras cortar la llamada. Liv, Tom, Jerry y ella vivían juntos en aquel piso desde hacía un año y varios meses y la convivencia había sido muy buena desde el primer día. Ninguno de ellos había pisado demasiado su ciudad natal desde que se «independizaron», a pesar de estar a poco más de una hora en coche. Elliot, el otro integrante del grupo de amigos, acabó en una residencia de estudiantes, decía que lo prefería así. Y, a pesar de vivir en otro lado, casi siempre estaba metido en su casa. Mucho más desde que ya no escondía su relación con Liv. Fue impactante encontrárselos liándose en el salón mientras se suponía que ella estaba en la cocina preparando la comida. Fue la única que se enteró y respetó que quisieran mantenerlo en secreto por eso de que eran un grupo de amigos y que a lo mejor a los demás les resultaba raro que ellos dos estuviesen juntos.
Se consideraban una versión un poco libre de Friends, pero con un chico negro y una chica con ascendencia árabe. Mil veces mejor.
Liv y ella consiguieron una beca deportiva en voleibol, empezaron a jugar en el instituto y ambas entraron en el equipo de la Universidad de San Francisco desde el comienzo de la carrera. Esa beca les cubría tanto el alojamiento como los estudios.
«Die Siedler von Catan»1
Elliot, Jerry, Liv, Tom, Tú
GINA: Tom o Jerry, uno de los dos, que saque la basura.
TOM: ¿Otra vez se te ha olvidado?
GINA: Soy una mujer con la mente ocupada.
GINA: Os lo compensaré.
JERRY: Y no como te gustaría, Tommy.
GINA: Lo siento, Tommy, nos gustan las mismas cosas: las tetas.
TOM: Sois idiotas.
TOM: Y no sabes si te gusta lo otro, Gina.
GINA: No me interesa de momento, gracias.
JERRY: Tranquila, Gina, la saco nada más llegue.
GINA: Eres mi favorito.
ELLIOT: Esta noche voy a cenar con vosotros.
LIV: ¿Siempre tienes que autoinvitarte?
ELLIOT: Me gusta sorprender a mi chica.
Sonrió, quizás así funcionaban mejor las relaciones de pareja, cuando te has pasado años conociendo a esa persona como amigo primero. Guardó el móvil, apagó el cigarrillo en una papelera situada junto a la puerta de acceso al pabellón y entró con prisa hacia los vestuarios para cambiarse.
Era hora de entrenar.
«Endorfinas, os estoy esperando».
***
Tras el entrenamiento se dirigió hacia donde estaba Liv, su amiga fumaba de espaldas contra la pared de detrás del polideportivo, la que quedaba frente al aparcamiento. Se apoyó de lado en el muro y la observó mientras la chica daba una larga calada y cerraba los ojos.
—Venga, cuéntame qué te pasa.
—¿Qué me pasa? —preguntó Liv mirándola directamente, y ella aprovechó para robarle el pitillo y llevárselo a los labios.
—Que no has dado casi ni una. Estabas desconcentrada, pero no solo hoy, desde hace varias semanas. ¿A qué está dándole vueltas esta cabecita tuya?
Su amiga suspiró y bajó la vista al suelo. Eso la descolocó un poco, Liv era una chica muy segura y casi nunca la había visto de aquella forma.
—Venga, suéltalo —la animó, y Liv volvió a hacer que sus miradas conectaran. Parecía triste y nerviosa.
—¿Sin más?
—Sin más.
—Voy a dejar a Elliot.
Joder, eso no se lo habría esperado ni en un millón de años. Frunció el ceño y examinó su rostro, por si acaso era una broma, pero no, Liv no estaba quedándose con ella.
—¿Qué ha pasado?
—No estoy bien, Gina. No es como al principio, la cosa se ha enfriado.
Liv recuperó el pitillo y le dio una nueva calada mientras volvía la vista al frente perdiendo la mirada en el aparcamiento.
—Lleváis juntos casi dos años, es normal que la llama se haya apagado. ¿Ya no folláis?
Esa vez fue Liv la que arrugó el entrecejo.
—Seguimos acostándonos, pero… —Se pasó la mano por el rostro, suspirando con frustración—. No sé explicarlo, Gina, pero llevo desde final de verano dándole vueltas a todo. A nuestra relación, a darle una oportunidad a lo que tenemos, a lo que pierdo si lo dejo…
—¿Qué pierdes si lo dejas? —quiso saber.
—Gina, estamos en el mismo grupo de amigos, si lo dejo…
Se apartó del muro para colocarse frente a ella cuando vio que sus ojos se volvían cristalinos.
—¡Eh! Ni de coña. ¿Qué crees? ¿Que te vas a tener que ir? ¿Que no vas a poder quedar con nosotros? Ni con una palanca me apartan de tu lado, ¿me has escuchado?
—Ya nada sería igual, Gina. Seguro que el ambiente se vuelve tenso, no sé ni siquiera cómo actuaría él, no creo que se espere que me esté comiendo la cabeza de esta forma.
—O sea, que no ha pasado nada malo realmente, ¿no? ¿No tengo que cortarle las pelotas ni nada de eso?
Liv negó con la cabeza, esbozando una pequeña sonrisa.
—Tranquila, déjaselas. Se ha portado muy bien todo este tiempo, el problema soy yo. Seguro que piensa que está todo bien…
A Liv se le escapó un sollozo muy suave y respiró hondo para serenarse un poco.
—¿Cuándo vas a hablar con él? —preguntó mientras le apartaba un rizo húmedo del rostro y se lo colocaba detrás de la oreja.
—No lo sé. No sé cuándo va a ser el mejor momento, Gina.
—Intenta que no se alargue —le aconsejó, y Liv asintió.
—¿Tú cómo estás? —ambas se miraron.
—¿Cómo estoy? —quiso aclarar, y Liv sonrió con ironía.
—Estamos en noviembre, el mes que viene es Navidad —le dio pistas—. ¿Cómo estás?
Bufó, porque no le gustaba hablar de cómo estaba con respecto a la Navidad ni a cualquier otra cosa que implicase a su familia o volver a casa. No desde aquel día. Cambió de postura y se dejó caer de espaldas sobre el cuerpo de su amiga, recostándose sobre su pecho.
—No quieres hablar —murmuró Liv cerca de su oreja mientras le rodeaba la cintura con el brazo.
—No sé explicarlo.
Utilizó la misma expresión que su amiga para hacerla sonreír, pero era cierto que no sabía bien cómo poner en palabras lo que sentía por dentro. Tan solo sabía que era una situación que le creaba rechazo y no se sentía bien en su casa, pero eso ya lo había dicho en voz alta muchas veces antes.
—Cuando encuentres la manera, sabes que te voy a escuchar, ¿verdad?
Claro que lo sabía. Sujetó la mano de su amiga, que descansaba en su abdomen, y se la apretó para que supiese que lo haría cuando estuviese preparada. A pesar de que hubiera pasado tanto tiempo, seguía esperando poder hablarlo algún día.
Liv dio una calada al cigarro y luego se lo colocó frente a su boca para que hiciese lo mismo. Era así de sencillo, Liv tuvo un papel muy importante en su vida tras el accidente y desde entonces era un pilar fundamental en su día a día. No habría sido igual si no la hubiese tenido a su lado, apoyándola y ayudándola a levantarse siempre que se dejaba caer porque creía que todo estaba perdido. Así que, obviamente, aunque hubiese decidido terminar su relación con Elliot, nada ni nadie iba a alejarla de ella.
—Está tardando, ¿no? —preguntó a su amiga al cabo de unos minutos en silencio y en la misma postura.
—Siempre llega tarde, lo que pasa es que eres muy señorita y me toca a mí pringar. Si vinieras todos los días que nos vemos…
—Te veo muy resentida, amiga. —Movió las caderas para presionar su culo contra ella, y soltó una carcajada cuando Liv la empujó.
—Qué desagradable.
—¡Oye! —exclamó ofendida—. Nadie se había quejado de mi culete hasta hoy.
Se llevó ambas manos hacia atrás y se sujetó las nalgas.
—Siempre hay una primera vez.
—¿Por qué te tocas el culo a ti misma?
Nada más escuchar aquella voz, se giró hacia la recién llegada, observando cómo alzaba una ceja mientras la recorría de abajo arriba.
—¿Así es como me saludas, Teri?
¿El cambio de Teri en tan solo un año y medio? No podría explicarlo del todo, pero se podía decir que no había ni rastro de aquella chica rubia, integrante estrella del grupo de los populares, en la Teri que tenía frente a ella. Llevaba el pelo teñido de negro y le quedaba de lujo a juego con aquellos ojos azules, varios tatuajes por todo el brazo derecho —aunque en esos momentos no eran visibles por la chaqueta que llevaba—, y algún que otro pirsin también. Algunos los tenía ocultos y ella había tenido el gran placer de descubrirlos sobre la marcha. ¿El más obvio y característico? El septum de la nariz. Ya no llevaba aquellos vestiditos que siempre lucía en la universidad, lo había cambiado por un estilo mucho más desenfadado y roquero.
Vaya, en conclusión, que estaba para mojar pan.
La chica se lamió los labios tras escuchar su pregunta y acabó sonriendo, mostrando el smile que llevaba en el frenillo del labio superior.
—Pensaba que te gustaba la discreción.
—Pero me pones mucho con esa chaqueta.
La agarró por el cuello de la prenda y tiró para pegarla a su cuerpo.
—Estoy trabajando, Bowen.
Teri puso una voz demasiado sensual y ella intentó que no se notara el escalofrío que la recorrió entera. Joder, no se había dado cuenta de lo que la echaba de menos hasta que la tuvo delante.
—Vale, me comportaré. —La soltó y dio un paso hacia atrás—. Te enviaré un mensaje.
—Estaré esperándolo.
Teri dio una vuelta sobre sí misma, seguramente para comprobar que no hubiera gente en las cercanías, y nada más las tuvo frente a frente de nuevo, tendió una bolsita hacia ellas. La aceptó y se la guardó en el bolsillo. Sí, Teri se pagaba las matrículas de la universidad con la droga que vendía.
Liv se acercó a Teri y le dio el dinero que le debía, y la ahora morena le sonrió tras hacerse con él.
—¿Cómo te va? —le preguntó.
—Me va bien, ¿y a ti?
—Perfectamente.
—Uf, esta conversación está siendo demasiado intensa para mí —ironizó y se llevó los dedos a las sienes para darse un suave masaje—. Me voy a ir, porque está empezando a dolerme la cabeza.
—Menuda idiota. —Teri puso los ojos en blanco antes de sacarse un cigarro y colocárselo entre los labios—. ¿Tenéis partida esta noche o qué?
—Siempre —contestó la de pelo rizado.
—No cambiáis. —La morena sonrió mientras expulsaba el humo—. Eso es bueno.
—Descubrimos que fumándonos uno de estos, los juegos eran más entretenidos.
Tuvo el descaro de quitarle lo que sabía que era un porro y le gustó la forma en que sonrió al encontrarse con las manos vacías.
—Todo es mejor con uno de estos. —aseguró antes de recuperarlo—. Pero, como profesional, tengo que advertiros de los efectos secundarios que pueden…
Soltó una carcajada antes de colocar la mano sobre la boca de la morena para que se callase. Se mordió el labio al sentir los suyos contra la palma de la mano y sonrió cuando la chica se la lamió, no de forma asquerosa para que la retirara, sino muy lento y sin apenas usar lengua. Uf, tenía que mandarle ese mensaje porque se moría por saber si a los pírsines que ya conocía les habían seguido más.
—Volvamos a casa, Romeo.
Liv tiró de su sudadera para incitarla a moverse, rompiendo el maravilloso momento en el que estaba inmersa.
—Te llamaré, Williams.
—Eso es más desesperado que un mensaje, Bowen. —Teri sonrió—. Pasadlo bien esta noche e intentad no fumar demasiado, sois mis clientas favoritas.
—Somos sus clientas favoritas —susurró al oído de Liv, aunque sabía que Teri la había escuchado.
—Nos vemos, Liv. —Se despidió primero de su amiga, y luego la miró a ella directamente—. Espero esa llamada, Gina.
Sonrió al sentir cómo le pellizcaba una de las nalgas al pasar por su lado y miró a Liv con diversión contenida mientras su amiga negaba con la cabeza.
—¿Te la vas a volver a tirar? —preguntó Liv observando a Teri mientras se alejaba de allí.
—¿Has visto que tiene un tatuaje nuevo detrás de la oreja? —Cambió de tema.
—¿Desde cuándo te van las malotas? —La de pelo rizado elevó las dos cejas—. Si siempre te fijabas en niñas pijas.