GILBERT KEITH CHESTERTON
La ética en el País de los Duendes
Traducción, introducción y notas de Juan Luis Lorda
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2019 de la versión española realizada por JUAN LUIS LORDA
by EDICIONES RIALP, S. A.
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ISBN (versión impresa): 978-84-321-5144-6
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
PRÓLOGO
LA ÉTICA EN EL PAÍS DE LOS DUENDES
AUTOR
PRÓLOGO
G. K. Chesterton (1874-1936) es considerado, con toda razón, uno de los ensayistas más originales del siglo XX y un gran apologista cristiano. Ortodoxia es su libro más central y el que mejor le define.
Basado en su itinerario personal, muestra cómo brilla la fe cristiana entre la humareda mental del siglo XX, entre ideas y propósitos que, en buena parte y como le gustaba considerar, representan virtudes cristianas “que se han vuelto locas”. Y se han vuelto locas, precisamente, al perder su relación con la fe y el sentido común.
Lo admirable de Chesterton es que, sin ponerse tenso ni maltratar a nadie, recuperando el centro del sentido común y con un aplastante sentido del humor, cargó y disolvió ese inmenso paquete. Así se ha ganado la admiración y simpatía de personas que se podría pensar, con razón, que estaban muy lejos de sus posiciones. Le sucedió en vida, especialmente con Bernard Shaw, gran amigo y contrincante ideológico. Y le ha sucedido después, por ejemplo, con Jorge Luis Borges o con Fernando Savater, que se reconocen admiradores suyos. El primero, por lo literario de sus paradojas. El segundo, en cambio, por la fuerza y seriedad de su divertida dialéctica. Borges lo seleccionó y prologó en su Biblioteca de Babel. Y Savater hizo en Babelia una admirable y genial reseña de varios de sus libros (se llama El hombre que fue Chesterton).
Chesterton era tan eficaz dialécticamente porque él mismo había recuperado el centro en un proceso personal de conversión. Su vida había seguido el itinerario de la cultura occidental. Perdió en su juventud la poca fe cristiana que le habían transmitido su familia y el anglicanismo ambiental que todavía se respiraba en Inglaterra. Y, en medio de las tradicionales dudas de un joven ante su futuro, cayó en un pesimismo consecuente. Compartió, en gran medida, las convicciones del materialismo y de muchos agnosticismos. En consecuencia, se le apagaron, como a tanta parte de la cultura occidental, el sentido del universo y de su vida. Por eso, conoció y sintió en lo más íntimo la fuerte relación entre fe en Dios y sentido.
Desde abajo comenzó el itinerario de su conversión al recuperar, como en oleadas, algunas sanas y grandes convicciones que habían quedado en su alma desde su niñez. Precisamente, en el trato con su niñera, con los cuentos de hadas y las novelas de aventuras. Es lo que cuenta en Ortodoxia, y también en su Autobiografía. En un momento dice:
Esta era mi primera convicción; forjada por el choque de mis emociones infantiles con el credo moderno del cientifismo que me encontré a mitad de camino. Yo había sentido siempre vagamente que los hechos eran en realidad milagros, en el sentido de que son maravillosos. Ahora empecé a pensar en ellos como milagros, en el sentido estricto de que eran deliberadamente queridos. (…) siempre había creído que en el mundo había magia, pero ahora empecé a pensar que quizás había un mago.
Leído con un poco de prisa, Chesterton puede despistar con su recurso a las metáforas y su constante reductio ad absurdum. Puede parecer un poco excesivo, forzado y superficial. Pero esto es porque no se percibe lo que está en juego y no se advierte dónde se apoya todo, lo que se critica y lo que se defiende.
A los humanos nos afecta mucho el ser sociales. De manera que tienden a parecernos obvias las convicciones que todo el mundo sostiene y también sus rechazos. Con su proceso personal, Chesterton alcanzó la gracia de ser profundamente independiente, y eso mismo le dio una posición privilegiada para un discernimiento clarividente de enorme calado cultural. Si no nos resulta siempre tan obvio como a él, es precisamente porque vivimos más afectados por la ósmosis cultural.
Lo que Chesterton tiene delante se parece bastante a lo que tenemos hoy. En primer lugar, un materialismo que impregna desde abajo la mentalidad de la época y tiene un fundamento científico difuso. Ha arrinconado sin batallar otras fantasías anteriores del pensamiento, idealistas por ejemplo, y las ha convertido en antiguallas sin crédito. Este materialismo se basa en el sencillo hecho de que la ciencia moderna, desde hace doscientos años, ha llegado a comprender con seguridad cómo se han hecho los objetos materiales y los seres vivos que observan nuestros sentidos. Y con eso cree saberlo todo, aunque todavía no comprende ni puede explicar por qué se ha producido un milagro semejante a partir de la nada y sin ningún designio. Y tampoco puede explicar lo que somos y pensamos los humanos, porque nuestra conciencia con nuestro pensamiento y libertad no es material. Pero está tan seguro y orgulloso de lo que sabe que no se da cuenta de lo que no sabe.
UANUISORDA