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PRÓLOGO

Ante todo poeta, José Emilio Pacheco consagró su vida a la literatura, a la palabra escrita sobre la arena de los días. Fue heredero de la mejor literatura mexicana, hispánica y universal; miembro de la estirpe de poetas conscientes de que el nombre secreto del Mal es el tiempo, que todo lo consume.

El infinito naufragio, antología general de su obra, plantea un recorrido por los momentos más significativos de la poesía, narrativa y ensayística de José Emilio Pacheco. Dedicado a todos los lectores, pero en especial a aquellos que por primera vez se acercan a la literatura de uno de los autores más reconocidos en nuestro idioma, este volumen alude a la vida misma en la que cada mañana comenzamos con la ilusión de una nueva oportunidad y cada noche realizamos un balance que, no pocas veces, nos lleva a naufragar en el desencanto.

Polígrafo, su obra comprende la novela vanguardista (Morirás lejos, 1967) y la traducción de poetas de todas las latitudes y de todos los tiempos (Aproximaciones, 1984). Lo mismo abordó, otorgándole altura literaria, la más encarnizada actualidad (semana a semana durante décadas en su columna Inventario) que temas filosóficos como la fugacidad de la vida y la eterna destrucción de todas las cosas (en su obra poética, que comprende catorce volúmenes), narraciones memorables (como Las batallas en el desierto, 1981), églogas y haikus. Fue un humanista obsesionado por dotar de belleza a la vida absurda. La literatura en nuestro idioma sería incomprensible sin sus ensayos, relatos y poemas, testimonios de un escritor que, como pocos, experimentó la gravedad y responsabilidad de las palabras.

Los primeros libros de poemas de José Emilio Pacheco (Los elementos de la noche, 1963; El reposo del fuego, 1966) revelan a un autor que —como Palas— nació ataviado con los instrumentos de su arte. Dueño de una perfección formal fuera de la ordinario, Pacheco optó por cantar sobre el lado sombrío de la vida. Pocos años después, en No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), incorporaría el coloquialismo para enriquecer su reflexión sobre la Historia en poemas que “sí se entienden” (aunque tal entendimiento esté revestido de arduos retos literarios). Libro a libro, desde Irás y no volverás (1973) hasta La edad de las tinieblas (2009), la poesía de Pacheco fue ahondando en su percepción del hombre y la naturaleza, en convivencia y combate frontal contra la muerte. Sus poemas incorporan la vasta herencia poética universal lo mismo que fragmentos de crónicas, noticias de periódico y relatos. Siempre fluida y precisa, la mirada poética de Pacheco es un testimonio desolado de amor al mundo.

Poeta ejemplar, José Emilio Pacheco fue asimismo un narrador capaz de conmover mediante la fuerza del recuerdo (como en Las batallas en el desierto) y de sorprender con audacias formales, como en Morirás lejos, novela que narra el dolor de los judíos perseguidos a través de los siglos como metáfora del dolor de todos los hombres. La presente antología incluye relatos de La sangre de Medusa, 1958; El viento distante, 1963; y El principio del placer, 1972; con un divertimento tardío: “La niña de Mixcoac” (2012), un cuento fantástico: detrás de un encuentro inocente entre un niño y una niña se revela una historia oscura de violencia y locura. Sin que se le haya reconocido así, Pacheco forma parte de los narradores latinoamericanos que a finales de los años sesenta y principios de los setenta impactaron al mundo con sus novelas. Quizás el elemento que hermana todos sus relatos sea el atisbo de un mundo fantástico que asoma por los resquicios de lo real.

La sección final del libro, que reúne una treintena de artículos de Inventario (2017), refleja con claridad las múltiples apetencias intelectuales de José Emilio Pacheco. Divididos en tres secciones: Retratos (breves semblanzas de escritores inmersos en sus circunstancias históricas), Diálogos (conversaciones imaginarias de héroes, villanos, escritores y terroristas) y Temas (artículos de índole tan variada como el sándwich, las cucarachas y el Himno Nacional), los Inventarios dan cuenta del ingenioso aparato literario perfeccionado por Pacheco, que conjuga erudición y levedad, conocimiento y goce estético. La inquietud constante por el mundo aparece de forma muy marcada en estos textos que muestran la mirada aguda y la sensibilidad abierta de Pacheco. En esta sección, aunque lo mismo se encuentra en sus poemas y relatos, aparece un elemento que recorre su obra: el humor, a veces satírico, a veces irónico, nunca hiriente.

Toda antología es injusta. Siempre habrá un texto faltante o uno que sobre, según el juicio y la memoria de cada lector. Se dejó fuera, por ejemplo, Las batallas en el desierto, la célebre novela corta de Pacheco, por exceder los límites de esta edición, pero se incluye muchos otros que conforman un retrato completo de su extensa obra.

Muestra de los múltiples talentos literarios de José Emilio Pacheco, El infinito naufragio es una afirmación rotunda de la vida ante un presente que nos acecha y nos acosa con la catástrofe; un homenaje a la memoria contra el olvido, a la cultura contra la entropía, a la vida contra el tiempo.

LAURA EMILIA PACHECO

Los elementos de la noche

LA ENREDADERA

Verde o azul, fruto del muro, crece.

Divide cielo y tierra. Con los años

se va haciendo más rígida, más verde.

Costumbre de la piedra, cuerpo ávido

de entrelazadas puntas que se tocan.

Llevan la misma savia, son una misma planta

y también son un bosque. Son los años

que se anudan y rompen. Son los días

del color del incendio. Son el viento

que atraviesa la luz y encuentra intacta

la sombra que se alzó en la enredadera.

ÉGLOGA OCTAVA

Lento muere el verano.

En silencio se apagan sus gemidos.

Un otoño temprano

hundió verdes latidos,

árboles por la muerte merecidos.

La luz nos atraviesa.

De tu cuerpo se adueña y lo decora.

El fuego que te besa

se consume en la hora,

diluida en la tarde asoladora.

Vivimos el presente

en función del mañana y el pasado.

Pero si el día no miente,

no estaré ya a tu lado

en otro tiempo que nació arrasado.

Bajo estas soledades

se han unido el desierto y la pradera.

Y la dicha que invades

ya no te recupera

y durará lo que la noche quiera.

Creciste en la memoria

hecha de otras imágenes, mentida.

Ya no habrá más historia

para ocupar la vida

que tu huella sin sombra ni medida.

Inútil el lamento,

inútil la esperanza, el desterrado

sollozar de este viento.

Se ha llevado

el rescoldo de todo lo acabado.

Esperemos ahora

la claridad que apenas se desliza.

Nos encuentra la aurora

en la tierra cobriza

faltos de amor y llenos de ceniza.

No volveremos nunca

a tener en las manos el instante.

Porque la noche trunca

hará que se quebrante

nuestra dicha y sigamos adelante.

El oscuro reflejo

del ayer que zozobra en tu mirada

es el oblicuo espejo

donde flota la nada

de esta reunión de sombras condenada.

La llama que calcina

a mitad del desierto se ha encendido.

Y se alzará su ruina

sobre este dolorido

y silencioso estruendo del olvido.

El mundo se apodera

de lo que es nuestro y suyo. Y el vacío

todo lo hunde y vulnera,

como el río

que humedece tus labios, amor mío.

LA MATERIA DESHECHA

Vuelve a mi boca, sílaba, lenguaje

que lo perdido nombra y reconstruye.

Vuelve a tocar, palabra, el vasallaje

donde su propio fuego se destruye.

Regresa, pues, canción hasta el paraje

en que el tiempo se incendia mientras fluye.

No hay monte o muro que su paso ataje.

Lo perdurable, no el instante, huye.

Ahora te nombro, incendio, y en tu hoguera

me reconozco: vi en tu llamarada

lo destruido y lo remoto. Era

árbol fugaz de selva calcinada,

palabra que recobra en el sonido

la materia deshecha del olvido.

PRESENCIA

Homenaje a Rosario Castellanos

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera

sino esta llave ilesa de agonía,

estas breves palabras con que el día

regó ceniza entre la sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera

esa daga final? Acaso mía

será la noche fúnebre y vacía.

No volverá a su luz la primavera.

No quedará el trabajo ni la pena

de creer ni de amar. El tiempo abierto,

semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena

todo cuanto me salva o encadena,

Y si alguien vive yo estaré despierto.

INSCRIPCIONES

1

Muro que sin descanso pule el tiempo,

altar de piedra y polvo ya deshecho,

puerta cerrada de un jardín que nunca

ha existido o yace entre sus ruinas,

reino del musgo, losa que se yergue

contra el paso de nadie y bajo el tiempo.

2

Toda la noche se ha poblado de agua.

Contra el muro del día el mundo llueve.

3

Una vez, de repente, a medianoche

se despertó la música. Sonaba

como debió de sonar antes que el mundo

supiera que es la música el lamento

de la hora sin regreso, de los seres

que el instante desgasta a cada instante.

4

Sobre un espacio del segundo el tiempo

deja caer la luz sobre las cosas.

5

Ya devorado por la tarde el tigre

se hunde en sus manchas,

sus feroces marcas,

legión perpetua que lo asedia, hierba,

hojarasca, prisión

que lo hace tigre.

6

Cierra los ojos, mar.

Que tu mirada

se vuelva hacia la noche

honda y extensa,

como otro mar de espumas y de piedras.

El reposo del fuego

14

(Las palabras de Buda)

Todo el mundo está en llamas.

Lo visible

arde y el ojo en llamas lo interroga.

Arde el fuego del odio.

Arde la usura.

Arde el dolor.

La pesadumbre es llama.

Y una hoguera es la angustia

en donde arden

todas las cosas:

Llama,

arden las llamas,

fuego es el mundo.

Mundo y fuego

Mira

la hoja al viento,

tan triste,

de la hoguera.

No me preguntes cómo pasa el tiempo

MANUSCRITO DE TLATELOLCO
(2 DE OCTUBRE DE 1968)

1. Lectura de los “Cantares mexicanos” *

Cuando todos se hallaban reunidos

los hombres en armas de guerra cerraron

las entradas, salidas y pasos.

Se alzaron los gritos.

Fue escuchado el estruendo de muerte.

Manchó el aire el olor de la sangre.

La vergüenza y el miedo cubrieron todo.

Nuestra suerte fue amarga y lamentable.

Se ensañó con nosotros la desgracia.

Golpeamos los muros de adobe.

Es toda nuestra herencia una red de agujeros.

* Con los textos traducidos del náhuatl por Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla en Visión de los vencidos (1959).

2. Las voces de Tlatelolco*
(2 DE OCTUBRE DE 1978: DIEZ AÑOS DESPUÉS)

Eran las seis y diez. Un helicóptero

sobrevoló la plaza.

Sentí miedo.

Cuatro bengalas verdes.

Los soldados cerraron

las salidas.

Vestidos de civil, los integrantes

del Batallón Olimpia

—mano cubierta por un guante blanco—

iniciaron el fuego.

En todas direcciones

se abrió fuego a mansalva.

Desde las azoteas

dispararon los hombres de guante blanco.

Disparó también el helicóptero.

Se veían las rayas grises.

Como pinzas

se desplegaron los soldados.

Se inició el pánico.

¶ La multitud corrió hacia las salidas

y encontró bayonetas.

En realidad no había salidas:

la plaza entera se volvió una trampa.

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

Aquí, aquí Batallón Olimpia.

Las descargas se hicieron aun más intensas.

Sesenta y dos minutos duró el fuego.

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

Los tanques arrojaron sus proyectiles.

Comenzó a arder el edificio Chihuahua.

Los cristales volaron hechos añicos.

De las ruinas saltaban piedras.

Los gritos, los aullidos, las plegarias

bajo el continuo estruendo de las armas.

Con los dedos pegados a los gatillos

le disparan a todo lo que se mueva.

Y muchas balas dan en el blanco.

—Quédate quieto, quédate quieto:

si nos movemos nos disparan.

—¿Por qué no me contestas?

¿Estás muerto?

¶ —Voy a morir, voy a morir.

Me duele.

Me está saliendo mucha sangre.

Aquél también se está desangrando.

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

—Hay muchos muertos.

Hay muchos muertos.

—Asesinos, cobardes, asesinos.

—Son cuerpos, señor, son cuerpos.

Los iban amontonando bajo la lluvia.

Los muertos bocarriba junto a la iglesia.

Les dispararon por la espalda.

Las mujeres cosidas por las balas,

niños con la cabeza destrozada,

transeúntes acribillados.

Muchachas y muchachos por todas partes.

Los zapatos llenos de sangre.

Los zapatos sin nadie llenos de sangre.

Y todo Tlatelolco respira sangre.

—Vi en la pared la sangre.

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

¶ —¿Quién, quién ordenó todo esto?

—Nuestros hijos están arriba.

Nuestros hijos, queremos verlos.

—Hemos visto cómo asesinan.

Miren la sangre.

Vean nuestra sangre.

En la escalera del edificio Chihuahua

sollozaban dos niños

junto al cadáver de su madre.

—Un daño irreparable e incalculable.

Una mancha de sangre en la pared,

una mancha de sangre escurría sangre.

Lejos de Tlatelolco todo era

de una tranquilidad horrible, insultante.

—¿Qué va a pasar ahora,

qué va a pasar?

* Con los textos reunidos por Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco (1971).

HOMENAJE A LA CURSILERÍA

Amiga que te vas:    

quizá no te vea más.

RAMÓN LÓPEZ VELARDE

Dóciles formas de entretenerte, olvido:

recoger piedrecillas de un río sagrado

y guardar las violetas en los libros

para que amarilleen ilegibles.

Besarla muchas veces y en secreto

en el último día,

antes de la terrible separación;

a la orilla

del adiós tan romántico

y sabiendo

(aunque nadie se atreva a confesarlo)

que nunca volverán las golondrinas.

ALTA TRAICIÓN

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques, desiertos, fortalezas,

una ciudad deshecha, gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

—y tres o cuatro ríos.

ENVEJECER

Sobre tu rostro

crecerá otra cara

de cada surco en que la edad

madura

y luego se consume

y te enmascara

y hace que brote

tu caricatura.

DICHTERLIEBE

La poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento.

Baudelaire lo atestigua, Ovidio aprobaría

afirmaciones semejantes.

Y esto por otra parte garantiza

la supervivencia amenazada de un arte

que pocos leen y al parecer

muchos detestan,

como una enfermedad de la conciencia, un rezago

de tiempos anteriores a los nuestros

cuando la ciencia cree disfrutar

del monopolio eterno de la magia.

EL EMPERADOR DE LOS CADÁVERES

El emperador quiere huir de sus crímenes

pero la sangre no lo deja solo.

Pesan los muertos en el aire muerto

y él trata (siempre en vano) de ahuyentarlos.

Primero lograrían borrar con pintura la sombra

que arroja el cuerpo del emperador

sobre los muros del palacio.

AUTOANÁLISIS

He cometido un error fatal

—y lo peor de todo

es que no sé cuál.

NO ME PREGUNTES CÓMO PASA EL TIEMPO

En el polvo del mundo se pierden ya mis huellas;
me alejo sin cesar                                                 

No me preguntes cómo pasa el tiempo.               

LI KIU LING, traducido por MARCELA DE JUAN

Al lugar que fue nuestro llega el invierno

y cruzan por el aire las bandadas que emigran.

Después renacerá la primavera,

revivirán las flores que sembraste.

Pero en cambio nosotros

ya nunca más veremos

la casa entre la niebla.

CONVERSACIÓN ROMANA (1967)

Oremos por las nuevas generaciones    

abrumadas de tedios y decepciones;     

con ellas en la noche nos hundiremos…

AMADO NERVO, Oremus (1898)

En Roma aquel poeta me decía:

—No sabes cuánto me entristece verte

escribir prosa efímera en periódicos.

Hay matorrales en el foro. El viento

unge de polvo el polen.

Ante el gran sol de mármol Roma pasa

del ocre al amarillo, el sepia, el bronce.

Algo se está quebrando en todas partes.

Se agrieta nuestra edad. Es el verano

y no se puede caminar por Roma.

Tanta grandeza avasallada. Cargan

los autos contra gentes y ciudades.

Centurias y falanges y legiones,

proyectiles o féretros, chatarra,

ruinas que serán ruinas.

Aire mortal carcome las estatuas.

Barbarie son ahora los desechos:

plásticos y botellas y hojalata.

Círculo del consumo: la abundancia

se mide en el raudal de sus escombros.

Pero hay hierbas, semillas en los mármoles.

¶ Hace calor. Seguimos caminando.

No quiero responder ni preguntarme

si algo escrito hoy dejará huellas

más profundas que un casco desechable

o una envoltura plástica arrojada

a las aguas del Tíber.

Acaso nuestros versos duren tanto

como un modelo Ford 69

—y muchísimo menos que el Volkswagen.

DISCURSO SOBRE LOS CANGREJOS

En la costa se afirma que los cangrejos

son animales hechizados

y seres incapaces de volverse

a contemplar sus pasos.

De las tercas mareas aprendieron

la virtud del repliegue, el ocultarse

entre rocas y limo.

Caminantes oblicuos,

en la tenacidad de sus dos pinzas

sujetan el vacío que penetran

sus ojillos feroces como cuernos.

Nómadas en el fango y habitantes

en dos exilios:

extranjeros

ante los pobladores de las aguas

y ante los animales de la tierra.

Trepadores nocturnos,

armaduras errantes,

hoscos, pétreos, eternos fugitivos,

siempre rehúyen la inmortalidad

en imposibles círculos cuadrados.

Su frágil caparazón

incita al quebrantamiento,

al pisoteo…

¶ (Hércules vengó así la mordedura

y Juno que lo envió en misión suicida

para retribuirlo situó a Cáncer

entre los doce signos del Zodiaco

a fin de que sus patas y tenazas

encaminen al sol por el verano,

el tiempo en que germinan las semillas.)

Se ignora en cuál momento dio su nombre

a ese mal que es sinónimo de muerte.

Aun cuando termina el siglo veinte

permanece invencible

—y basta su mención para que el miedo

cruce el rostro de todos los presentes.

BIOLOGÍA DEL HALCÓN

Los halcones son águilas domesticables.

Son perros

de aquellos lobos.

Son bestias de una cruenta servidumbre.

Viven para la muerte.

Su vocación es dar la muerte.

Son los preservadores de la muerte

y la inmovilidad.

Los halcones: verdugos, policías.

Con su sadismo y servilismo ganan

una triste bazofia compensando

nuestra impotente envidia por las alas.

Irás y no volverás

IDILIO

Con aire de fatiga entraba el mar

en el desfiladero.

El viento helado

dispersaba la nieve de la montaña.

Y tú

parecías un poco de primavera,

anticipo

de la vida yacente bajo los hielos,

calor

para la tierra muerta,

cauterio

de su corteza ensangrentada.

Me enseñaste los nombres de las aves,

la edad

de los pinos inconsolables,

la hora

en que suben y bajan las mareas.

En la diafanidad de la mañana

se borraban las penas

del extranjero,

el rumor

de guerras y desastres.

¶ El mundo

volvía a ser un jardín

(lo repoblaban

los primeros fantasmas),

una página en blanco,

una vasija

en donde sólo cupo aquel instante.

El mar latía. En tus ojos

se anulaban los siglos,

la miseria

que llamamos historia,

el horror

agazapado siempre en el futuro.

Y el viento

era otra vez la libertad

(en vano

intentamos anclarla en las banderas).

Como un tañido funerario entró

hasta el bosque un olor de muerte.

Las aguas

se mancharon de lodo y de veneno.

Los guardias

brotaron como surgen las tinieblas.

En nuestra incauta dicha merodeábamos

una fábrica atroz en que elaboran

defoliador y gas paralizante.

“MORALIDADES LEGENDARIAS”

Odian a César y al poder romano.

Se privan de comer la última uvita

pensando en los esclavos que revientan

en las minas de sal o en las galeras.

Hablan de las crueldades del ejército

en Iliria y las Galias.

Atragantados

de jabalí, perdices y terneras

dan un sorbo

de vino siciliano

para empinar los labios pronunciando

las más bellas palabras:

la uuumaaaniiidaad, el ooombreee, todas ésas

—tan rotundas, tan grandes, tan sonoras—

que apagan la humildad de otras más breves

—como, digamos por ejemplo, gente.

Termina la función. Entran los siervos

a llevarse los restos del convite.

Entonces los patricios se arrebujan

en sus mantos de Chipre.

Con el fuego del goce en sus ojillos,

como un gladiador que hunde el tridente,

enumeran felices los abortos

de Clodia la toscana,

la impotencia de Livio, los avances

del cáncer en Vitelio.

Afirman que es cornudo el viejo Claudio

y sentencian a Flavio por corriente,

un esclavo liberto, un arribista.

¶ Luego al salir despiertan a patadas

al cochero insolado

y marchan con fervor al Palatino

a ofrecer mansamente el triste culo

al magnánimo César.

CONTRAELEGÍA

Mi único tema es lo que ya no está.

Sólo parezco hablar de lo perdido.

Mi punzante estribillo es nunca más.

Y sin embargo amo este cambio perpetuo,

este variar segundo tras segundo,

porque sin él lo que llamamos vida

sería de piedra.

LOS HEREDEROS

Mira a los pobres de este mundo. Admira

su infinita paciencia.

Con qué maestría han rodeado todo.

Con cuánta fuerza miden el despojo.

Con qué certeza

saben que estás perdido:

tarde o temprano

ellos en masa heredarán la tierra.

MAR ETERNO

Digamos que no tiene comienzo el mar:

empieza en donde lo hallas por vez primera

y te sale al encuentro por todas partes.

IRÁS Y NO VOLVERÁS

Sitio de aquellos cuentos infantiles,

eres la tierra entera.

A todas partes

vamos a no volver.

Estamos por vez última

en dondequiera.

OTRO HOMENAJE A LA CURSILERÍA

Dear, dear!                                

Life’s exactly what it looks,       

Love may triumph in the books,

Not here.                                    

W. H. AUDEN

Me preguntas por qué de aquellas tardes

en que inventamos el amor no queda

un solo testimonio, un triste verso.

(Fue en otro mundo: allí la primavera

lo devoraba todo con su lumbre.)

Y la única respuesta es que no quiero

profanar el amor invulnerable

con oblicuas palabras, con ceniza

de aquella plenitud, de aquella lumbre.

“BIRDS IN THE NIGHT”
(Vallejo y Cernuda se encuentran en Lima)

Al partir de las aguas peruanas la anchoveta ha puesto en crisis a la industria pesquera y ha provocado en las ciudades del litoral la invasión de las hambrientas aves marinas.

Excélsior, 1972

Toda la noche oigo el rumor alado desplomándose

y, como en un poema de Cisneros,

albatros, cormoranes y pelícanos

se mueren de hambre en pleno centro de Lima,

baudelaireanamente son vejados.

Aquí por estas calles de miseria

(tan semejante a México)

César Vallejo anduvo, fornicó, deliró

y escribió algunos versos.

Ahora sí lo imitan, lo veneran

y es “un orgullo para el continente”.

En vida lo patearon, lo escupieron,

lo mataron de hambre y de tristeza.

Dijo Cernuda que ningún país

ha soportado a sus poetas vivos.

Pero está bien así:

¿No es peor destino

ser el Poeta Nacional

a quien saludan todos en la calle?

Islas a la deriva

HORAS ALTAS

En esta hora fugaz

hoy no es ayer

y aún parece muy lejos la mañana.

Hay un azoro múltiple,

extrañeza

de estar aquí, de ser

en un ahora tan feroz

que ni siquiera tiene fecha.

¿Son las últimas horas de este ayer

o el instante en que se abre otro mañana?

Se me ha perdido el mundo

y no sé cuándo

comienza el tiempo de empezar de nuevo.

Vamos a ciegas en la oscuridad,

caminamos sin rumbo por el fuego.

TULUM

Si este silencio hablara

sus palabras se harían de piedra.

Si esta piedra tuviera movimiento

sería mar.

Si estas olas no fuesen prisioneras

serían piedras

en el observatorio,

serían hojas

convertidas en llamas circulares.

De algún sol en tinieblas

baja la luz a este fragmento de un planeta muerto.

Aquí todo lo vivo es extranjero

y toda reverencia profanación

y sacrilegio todo comentario.

Porque el aire es sagrado como la muerte,

como el dios

que veneran los muertos en esta ausencia.

Y la hierba se arraiga y permanece

en la piedra comida por el sol

centro del tiempo, abismo de los tiempos,

fuego en el que ofrendamos nuestro tiempo,

Tulum se yergue frente al sol. Es el sol

en otro ordenamiento planetario. Es núcleo

del universo que fundó la piedra.

Y circula su sombra por el mar.

La sombra que va y vuelve

hasta mudarse en piedra.

LA SECTA DEL BIEN

Era tan sólo un párroco de aldea,

criollo o tal vez mestizo, que de repente

abrió los ojos al horror del mundo,

vio la pena infinita, el sufrimiento

en la tierra, en las aguas, en el aire.

Y le dijo a otro párroco que Dios

no era responsable de todo esto:

El mundo cayó en manos del demonio

y el gran usurpador al que venera

la ceguedad cristiana

tiene al único Dios en el infierno.

El cura que escuchó la confesión

escribió al Santo Oficio. El denunciado

ardió en la leña verde, fue a reunirse

con su Dios —que es amor— en el infierno.

MÉXICO: VISTA AÉREA

Desde el avión ¿qué observas? Sólo costras,

pesadas cicatrices de un desastre.

Sólo montañas de aridez, arrugas

de una tierra antiquísima, volcanes.

Muerta hoguera, tu tierra es de ceniza.

Monumentos que el tiempo erigió al mundo,

mausoleos, sepulcros naturales.

Cordilleras y sierras nos separan.

Somos una isla entre la sed, y el polvo

reina sobre el encono y el estrago.

Sin embargo, la tierra permanece

y todo lo demás pasa, se extingue.

Se vuelve arena para el gran desierto.

LOS MUERTOS

Quién impuso esta ley infame que obliga

a confinarnos en atroces

reservaciones de corrupción y olvido

en que medra la zarza

mientras los días opacan

la menuda perpetuidad del mármol.

Baja la noche por la enredadera

y aquí abajo decimos a la muerte

lo que el grano de arena susurra

a la ola que lo alza en vilo.

Vil sonido, como hachas

en un bosque invisible:

la desintegración

de la carne que no retorna.

Crueldad de abandonarnos a nuestros restos.

Mejor el fuego

o los cuervos de la montaña.

Nada hay capaz de compensar

la humillación de hundirse aquí abajo,

pudriéndose

sin que la caja funeral

nos permita volver al polvo.

INSCRIPCIONES EN UNA CALAVERA

Si cuando vivos somos diferentes, en cambio

todas las calaveras se parecen.

Son la imagen y el fruto de la muerte.

El cráneo con textura ya de marfil

observa detenidamente la noche.

Y visto al sesgo en el espejo parece

un cascarón de huevo que ya dio alas

a quien latía en su interior fecundante.

Está vacío, ya es vacío, pero sin él

no habría existido la existencia.

Y sin decirlo quiere interrogarnos,

hacer de nuevo las preguntas eternas:

¿Llevamos siempre adentro la propia muerte

o (contra Rilke) carga el esqueleto

pesadumbre de carne, corrupción

sobre la calavera incorruptible?

Es la piedra pulida por ese mar

al que no vemos sino encarnado en sus obras.

El tiempo hizo la mueca de este horror;

también esculpe con su transcurrir

la belleza del mundo. Y así pues,

resulta un acto de justicia poner

sobre su frente la gastada inscripción:

Este cráneo se vio como hoy nos ve.

Como hoy lo vemos

nos veremos un día.

Desde entonces

EN RESUMIDAS CUENTAS

¿En dónde está lo que pasó

y qué se hizo de tanta gente?

A medida que avanza el tiempo

vamos haciendo más desconocidos.

De los amores no quedó

ni una señal en la arboleda.

Y los amigos siempre se van.

Son viajeros en los andenes.

Aunque uno existe para los demás

(sin ellos es inexistente),

tan sólo cuenta con la soledad

para contarle todo y sacar cuentas.

ANTIGUOS COMPAÑEROS SE REÚNEN

Ya somos todo aquello

contra lo que luchamos a los veinte años.

DESDE ENTONCES

Hubo una edad (siglos atrás, nadie lo recuerda)

en que estuvimos juntos meses enteros,

desde el amanecer hasta la medianoche.

Hablamos todo lo que había que hablar.

Hicimos todo lo que había que hacer.

Nos llenamos

de plenitudes y fracasos.

En poco tiempo

incineramos los contados días.

Se hizo imposible

sobrevivir a lo que unidos fuimos.

Y desde entonces la eternidad

me dio un gastado vocabulario muy breve:

“ausencia”, “olvido”, “desamor”, “lejanía”.

Y nunca más, nunca más, nunca, nunca.

EL ARTE DE LA GUERRA

Winner take nothing

Años de errar en el desierto. Salvé la vida porque el verdugo se compadeció y entregó el recién nacido a unos pastores. Cuando alcancé la mayoría de edad me dijeron: “Eres hijo del rey asesinado. Acaudilla a los desafectos, recobra lo que te pertenece.”

Las tropas del impostor no me alcanzaron. Años de errar en el desierto. Me enseñaron el arte de la guerra las tribus mercenarias. Al invocar el nombre de mi padre levanté ejércitos. Tras veinte años de combate, gracias a la valentía de mis soldados y la astucia de mis lugartenientes, tomé la capital, hice pedazos al tirano y me senté en el trono que no se comparte.

Ahora soy rey. No se lo deseo a nadie. En los ojos de cada uno de mis compañeros de lucha observo el odio y el brillo de la daga que tarde o temprano se clavará en mi espalda.

EL INVICTO

Pasa el día entero sentado a una mesa del bar. Ya casi nadie se le acerca. El dueño lo juzga parte del mobiliario y le regala licor barato y sobras de comida. Cuando la muerte se aproxima el consuelo único es la narración. Vivir para él es sólo recordar su épica de oro.

“Yo fui el campeón y los campeones nunca dejan de serlo. Aquella noche en el cuarto round todos me daban por muerto. Era el viejo de treinta y cuatro años contra el retador de veinte. Sangraba de las cejas y mi mánager iba a tirar la toalla. Pero una vez más salí del pozo en que me habían hundido sus golpes, acorralé al muchacho en una esquina y mi izquierda infalible lo derrumbó como un poste.”

Después habla de los presidentes, los empresarios y los gángsters ya desaparecidos que lo colmaron de beneficios y regalos. Exagera las fortunas derrochadas en estrellas de cine y otras mujeres, “a las que sin el boxeo nunca me hubiera atrevido a mirar de frente”.

Termina siempre con el relato del alcoholismo, las parrandas, los daños físicos de su profesión, los divorcios, los falsos amigos que lo ayudaron a consumir los millones de dólares, el descenso a un infierno de miseria y soledad que se ha alargado muchos años.

Si alguien hace un gesto de lástima o intenta darle dinero contesta: “Por favor no me compadezcan. Perdí por decisión mis últimas peleas hasta que ya nadie quiso contratarme. Me llegó el fin como les llega a todos. Y ahora soy un guiñapo, estoy en la calle, me quedé sin nada, sí —pero no me noquearon. Nadie jamás me vio tendido en la lona”.

AMISTAD

Hay viejas amistades parecidas al odio. Nos conocemos y nos reflejamos. Cada uno descubre los móviles del otro. Ya no podemos engañarnos con desplantes o subterfugios. Mutuamente nos hemos vuelto incómodos testigos. Odiamos sabernos proyectos que no se cumplieron, realidades que contrarían lo que esperábamos de nosotros mismos.

Reunirnos todos los días en el café se ha vuelto una obligación mecánica. Nada queda del afecto y la alegría compartida de los antiguos años. A la menor oportunidad sacamos las garras: módicos tigres condenados a dar vueltas en el mismo foso del zoológico hasta que se mueran de viejos o en un instante de sinceridad se entredevoren.

Los trabajos del mar

EL PULPO

Oscuro dios de las profundidades,

helecho, hongo, jacinto,

entre rocas que nadie ha visto,

allí en el abismo,

donde al amanecer, contra la lumbre del sol,

baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe

con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.

Qué belleza nocturna su esplendor si navega

en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,

para él cristalina y dulce.

Pero en la playa que infestó la basura plástica

esa joya carnal del viscoso vértigo

parece un monstruo. Y están matando

/ a garrotazos / al indefenso encallado.

Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte

por la segunda asfixia que constituye su herida.

De sus labios no mana sangre: brota la noche

y enluta el mar y desvanece la tierra

muy lentamente mientras el pulpo se muere.

PERRA EN LA TIERRA

La manada de perros sigue a la perra

por las calles inhabitables de México.

Perros muy sucios, cojitrancos y tuertos, malheridos

y cubiertos de llagas supurantes.

Condenados a muerte

y por lo pronto al hambre y la errancia.

Algunos cargan

signos de antigua pertenencia a unos amos

que los perdieron o los expulsaron.

Y mientras alguien se decide a matarlos

siguen los perros a la perra.

La huelen todos, se consultan, se excitan

con su aroma de perra.

Le dan menudos y lascivos mordiscos.

La montan

uno por uno en ordenada sucesión.

No hay orgía

sino una ceremonia sagrada

en estas condiciones más que hostiles:

los que se ríen,

los que apedrean a los fornicantes,

celosos

del placer que electriza las vulneradas pelambres

y de la llama seminal encendida

en la orgásmica vulva de la perra.

La perra-diosa,

la hembra eterna que lleva

en su ajetreado lomo las galaxias, el peso

del universo que se expande sin tregua.

¶ Por un segundo ella es el centro de todo.

Es la materia que no cesa. Es el templo

de este placer sin posesión ni mañana

que durará mientras subsista este punto,

esta molécula de esplendor y miseria,

átomo errante que llamamos la Tierra.

MOZART: QUINTETO PARA CLARINETE Y CUERDAS
EN “LA” MAYOR, K. 581

La música llena de tiempo brota y ocupa el tiempo.

Toma su forma de aire, vence al vacío

con su materialidad invisible. Crece

entre el instrumento y el don

de tocar realmente su cuerpo de agua,

fluidez que huye del tacto, manantial hecho azogue,

porque inmovilizada sería silencio la música.

La corriente de Mozart tiene

la plenitud del mar y como él justifica el mundo.

Contra el naufragio y contra el caos que somos

se abre paso en ondas concéntricas

el placer de la perfección, el goce absoluto

de la belleza incomparable

que no requiere idiomas ni espacio.

Su delicada fuerza habla de todo a todos.

Entra en el mundo y lo hace luz resonante.

En Mozart y por Mozart habla la música:

nuestra única manera de escuchar

el caudal y el rumor del tiempo.

MALPAÍS

Malpaís: Terreno árido, desértico e ingrato; sin agua ni vegetación; por lo común cubierto de lava.

FRANCISCO J. SANTAMARÍA,

Diccionario de mejicanismos

Ayer el aire se limpió de pronto

y aparecieron las montañas.

Siglos sin verlas. Demasiado tiempo

sin algo más que la conciencia de que están allí circundándonos.

Caravana de nieve el Iztaccíhuatl.

Crisol de lava en la caverna del sueño,

nuestro Popocatépetl.

Ésta fue la ciudad de las montañas.

Desde cualquier esquina se veían las montañas.

Tan visibles se hallaban que era muy raro

fijarse en ellas.

Sólo nos dimos cuenta de que existían las montañas

cuando el polvo del lago muerto,

los desechos fabriles, la ponzoña

de incesantes millones de vehículos

y la mierda arrojada a la intemperie

por muchos más millones de excluidos,

bajaron el telón irrespirable

y ya no hubo montañas. Pocas veces

se deja contemplar —azul, inmenso— el Ajusco.

Aún reina sobre el valle pero lo están acabando

entre fraccionamientos, taladores y, lo que es peor, incendiarios.

Lo creímos invulnerable. Despreciamos

nuestros poderes destructivos.

¶ Cuando no quede un árbol,

cuando ya todo sea asfalto y asfixia

o malpaís, terreno pedregoso sin vida,

ésta será de nuevo la capital de la muerte.

En ese instante renacerán los volcanes.

Vendrá de lo alto el gran cortejo de lava.

El aire inerte se cubrirá de ceniza.

El mar de fuego lavará la ignominia,

se hará llama la tierra y lumbre el polvo.

Entre la roca brotará una planta.

Cuando florezca volverá la vida

a lo que convertimos en desierto de muerte.

Soles de lava, astros de ira, indiferentes deidades,

allí estarán los invencibles volcanes.

Miro la tierra

LAS RUINAS DE MÉXICO
(ELEGÍA DEL RETORNO)

III

Llorosa Nueva España que, deshecha,
te vas en llanto y duelo consumiendo…

FRANCISCO DE TERRAZAS,
Nuevo Mundo y conquista

1

La tierra desconoce la piedad.

El incendio del bosque o el suplicio

del tenue insecto bocarriba que muere

de hambre y de sol durante muchos días

son insignificantes para ella

—como nuestras catástrofes.

La tierra desconoce la piedad.

Sólo quiere

prevalecer transformándose.

2

La tierra que destruimos se hizo presente.

Nadie puede afirmar: “Fue su venganza.”

La tierra es muda: habla por ella el desastre.

La tierra es sorda: nunca escucha los gritos.

La tierra es ciega: nos observa la muerte.

3

Los edificios bocabajo o caídos de espaldas.

La ciudad de repente demolida

como bajo el furor de los misiles.

La puerta sin pared, el cuarto desnudo,

harapos de concreto y metal que fueron morada

y hoy forman el desierto de los sepulcros.

4

Mudo alarido de este desplome que no acaba nunca,

las construcciones cuelgan de sí mismas. Parecen

grandes camas deshechas puestas de pie

porque sus habitantes ya están muertos.

Pesa la luz de plomo. Duele el sol

en la Ciudad de México.

5

El lugar de lo que fue casa lo ocupa ahora

un hoyo negro (y representa al país entero).

Al fondo de ese precario abismo yacen pudriéndose

escombros y basura y algo brillante.

Me acerco a ver qué arde amargamente en la noche

y descubro mi propia calavera.

6

Isla en el golfo de la destrucción plural indiscriminada,

nunca estuvo tan sola esta casa sola.

No se dobló ni presenta grietas.

Contra la magnitud del sismo la pequeñez

fue la mejor defensa.

Sigue indemne, pero deshabitada.

Nadie quiere ser náufrago

en este mar de ruinas donde nada previene

contra el oleaje de la piedra.

7

Del edificio que desventró en su furia salvaje

al embestir el toro de la muerte,

brotan varillas como raíces deformadas.

Sollozan hacia adentro

por no ser vegetales,

capaces de hundirse en tierra, renacer,

a fuerza de paciencia reconstruirse,

y levantar lo caído.

Raíces inorgánicas estas varillas que nada más soportan

su irremediable vergüenza.

Las vencieron

la corrupción y la catástrofe. Parecen

tallos sobrevivientes de árbol caído.

Pero son flechas

que apuntan a la cara de los culpables.

8

Entre las grandes losas despedazadas, los muros

hechos añicos, los pilares, los hierros,

intacta, ilesa,

la materia más frágil de este mundo:

una tela de araña.

9

Esos huecos sembrados

con tezontle color de sangre

o plantas moribundas

que algunos llaman “jardines”,

tratan de conjurar la omnipotencia de la muerte

y no logran

sino que llene su vacío la muerte.

(Quizá “vacío”

es el nombre profundo de la muerte.)

Al pisar

los monumentos que la nada erigió a la muerte

sentimos

que allá abajo se encuentran todavía

desmoronándose los muertos.

10

Las fotos más terribles de la catástrofe

no son fotos de muertos. Hemos visto

ya demasiadas. Éste es el siglo

de los muertos. Nunca hubo tantos

muertos sobre la tierra. ¿Qué es un periódico

sino un recuento de muertos

y objetos de consumo para gastar

la vida y el dinero y ocultarnos tras ellos

contra la omnipotencia de la muerte?

No: las fotos más atroces de la catástrofe

son esos cuadros en color donde aparecen muñecas

indiferentes o sonrientes, sin mengua, sin tacha,

entre las ruinas que aún oprimen

los cadáveres de sus dueñas, la frágil vida

de la carne que como hierba ya fue cortada.

Invulnerabilidad de los plásticos que en este caso

tuvieron nombre

y existencia de alguna forma.

Acompañaron, consolaron, representaron la dicha

de aquellas niñas que intolerablemente nacieron

para ver desplomarse su futuro

en el fragor de este fin de mundo.

11

Hay que cerrar los ojos de los muertos

porque vieron la muerte y nuestros ojos

no resisten esa visión.

Al contemplarnos

en esos ojos que nos miran sin vernos

brota en el fondo nuestra propia muerte.

12

Esta ciudad no tiene historia,

sólo martirologio.

El país del dolor,

la capital del sufrimiento,

el centro deshecho

del inmenso desastre interminable.

RITOS Y CEREMONIAS

Hay un hombre que ha dejado de ser indefenso y falible.

Ahora es el rey. No se parece a los mortales. La adulación

edificó en su interior una estatua

y él se siente como ella.

De mármol es su carne

y las palabras salen de su boca

ya fijadas en bronce.

En lugar de vivir,

escribe con sus actos su biografía.

El cortesano

le dice en voz muy alta o en susurros: “Señor,

eres el sabio, el justo, el infalible, el más fuerte.

Y cuanto haces lo bendice tu pueblo.

Tú jamás te equivocas, y si no aciertas

aplaudiremos tus errores.

No escucharás

la ira de la turba ni el rezongo amarillo

de la impotencia y de la envidia. Permítenos

gozar el resplandor de tu corona.

Que nos envuelva tu manto

en el poder que es como el fuego sagrado.

No pienses

que muchos sufren por tus decisiones.

¿Acaso has meditado

en los animales que dan

su carne a tu banquete

o en los árboles

que fueron destruidos para hacer el papel

en que se estampan tus decretos?

¶ ”Mañana serás polvo y error. Sobre ti

descenderá el granizo de las condenas,

la flecha incendiaria

de las ballestas enemigas.

Pero no importa: eres el rey,

tuviste, tienes

lo que cien mil disputan y uno solo conquista.

En ti adquiere hueso y carne el poder.

Disfrútalo

porque sin él no serías nada.

No serás nada

cuando el poder, que también es prestado

y no se comparte,

salga de ti,

encarne en otro y de nuevo

seas como yo,

el indefenso, el falible,

el cordero entre zarzas que mira el trono

y ve cernirse contra él y su pueblo

la eterna sombra indestructible del buitre.”

Ciudad de la memoria

CARACOL

Homenaje a Ramón López Velarde

1

Tú, como todos, eres lo que ocultas. Adentro

del palacio tornasolado, flor calcárea del mar

o ciudadela que en vano

tratamos de fingir con nuestro arte,

te escondes indefenso y abandonado,

artífice o gusano: caracol

para nosotros tus verdugos.

2

Ante el océano de las horas alzas

tu castillo de naipes,

vaso de la tormenta,

recinto de un murmullo nuevo y eterno,

huracán que el océano deslíe en arena.

3

Sin la coraza de lo que hiciste, el palacio real

nacido de tu genio de constructor,

eres tan pobre como yo,

como cualquiera de nosotros.

No tienes fuerza y puedes levantar

una estructura misteriosa insondable.

Nunca terminará de resonar al oído

lo que esconde y preserva tu laberinto.

4

En principio te pareces a los demás: la babosa,

el caracol de cementerio.

Eres frágil como ellos y como todos.

Tu fuerza reside

en el prodigio de tu concha,

evidente y recóndita manera

de estar aquí en este mundo.

5

Por ella te apreciamos y te acosamos. Tu cuerpo

no importa mucho y ya fue devorado.

Ahora queremos autopsiarte en ausencia,

hacerte mil preguntas sin respuesta.

6

Defendido del mundo en tu externo interior

que te revela y encubre,

eres el prisionero de tu mortaja,

expuesto como nadie a la rapiña.

Durará más que tú, provisional habitante,

tu obra mejor que el mármol,

tu moral de la simetría.

7

A vivir y a morir hemos venido.

Para eso estamos.

Nos iremos sin dejar huella.

El caracol es la excepción.

Qué milenaria paciencia

irguió su laberinto erizado,

la torre horizontal en que la sangre del tiempo

se adensa en su interior y petrifica el oleaje,

mares de azogue opaco en su perpetua fijeza.

Esplendor de tinieblas, lumbre inmóvil,

la superficie es su esqueleto y su entraña.

8

Ya nunca encontrarás la liberación:

habitas el palacio que secretaste.

Eres él. Sigues aquí por él.

Estás para siempre

envuelto en un perpetuo sudario:

tiene impresa la huella de tu cadáver.

9

Pobre de ti, abandonado, escarnecido, tan frágil

si te desgajan de tu interior que también es tu cuerpo,

la justificación de tu invisible tormento.

Cómo tiemblas de miedo a la intemperie

de los dominios en que eras rey

y las olas te veneraban.

10

Del habitante nada quedó en la playa sombría.

Su obra

vivirá un poco más

y al fin también se hará polvo.

11

Cuando se apague su eco

perdurará sólo el mar

que nace y muere desde el principio del tiempo.

12

Agua que vuelve al agua, arena en la arena,

la materia que te hizo único

pero también afín a nosotros,

jamás volverá a unirse.

Nunca habrá nadie

igual que tú,

semejante a ti,

hondo desconocido en tu soledad

pues, como todos,

eres lo que ocultas.

EL JARDÍN EN LA ISLA

El jardín en la isla:

aquí las rosas,

no florecen: llamean.

Sostienen como nubes entre el verdor

la materia del aire.

¿Qué hemos hecho

para ser dignos de esta gloria?

Mañana

ya no habrá rosas

pero en la memoria

continuará su incendio.