A lo largo del año y medio que me ha llevado adentrarme en las tripas de esta historia, he contado con más ayuda y consejeros que en todos los libros previos que he escrito hasta el momento. Del asesoramiento constante de Pau Cundins a la implicación a todos los niveles de Carlos Seco, nunca antes me vi arropado por tanta gente, que entendió la esencia de este libro: contar una parte sustancial de sus vidas. Fue precisamente este último quien supervisó el libro y quien organizó una entrevista con nueve de los Riazor Blues originales. Sobre Pau, qué decir sobre su entusiasmo y consejos, siempre sabios y atinados.
Entre entrevista y entrevista, periodistas como Moncho Viña y Rubén Ventureira fueron básicos para extender los tentáculos hacia otros de los personajes que integran este documental escrito. Fue Ventureira quien, con amabilidad infinita, se ofreció a contextualizar y repasar el libro. Mil gracias, Rubén.
Alguien del que no me puedo olvidar es de Chiri, que me abrió las puertas de la casa de sus padres, pero tampoco de tantos otros como Adolfo Aldana, Manuel Pablo, José Ramón y Paco Liaño, que me aportaron claves básicas para entender el componente humano futbolístico de su generación.
Tampoco puedo obviar la generosidad de Fermín de la Calle, Fran López y Dave Clark, tres voces que, más allá del interés de sus vivencias, me ofrecieron todo su apoyo. Lo mismo puedo decir de Carlos Miranda y su disposición a corregir el libro. Y qué decir de las comidas en ‘O Delito en compañía del mítico Juan Barro, Luis Llera y compañía. Sin palabras, solo risas.
Gracias a Lois Novo y al Real Club Deportivo por cederme material fotográfico para el libro, con la inestimable ayuda del proyecto «ReCorDos en Branco e Azul». Muchísimas gracias también a los Old Faces por poner a mi disposición el material gráfico recogido por Cartulín a lo largo de los años.
Para mi hermano, no tengo más que palabras de agradecimiento por involucrarse en los aspectos externos al libro, pero también para Carmen Viñolo, que, durante gran parte del proceso, fue un apoyo fundamental a la hora de comprender la carga interior que ha supuesto para mí orquestar un proyecto tan monumental.
Gracias también a Didac y Eduard, de Contra, que me empujaron a esta expedición periodística, una experiencia que ha hecho replantearme la esencia de mi vocación.
A todos ellos, gracias y forza Dépor.
El Mundial 82 de Naranjito adopta la ciudad herculina como una de sus sedes y el estadio del Deportivo de La Coruña se remodela para la ocasión. Solo un año después, se juega el ascenso a Primera después de una década en las catacumbas de la liga de plata. El desenlace es cruel. No será el último. Mientras que el Liceo de hockey sobre patines recibe el calor de la ciudad y triunfa a lo grande, Riazor es un estadio desangelado al que apenas acuden cinco mil hinchas.
INTERVIENEN: Javier Dopico (Federación de Peñas de A Coruña), Óscar «Massimo Dutti» (Riazor Blues), Gabriel (fundador de la peña Chocolate), Rodri Suárez (Riazor Blues), Carlos Ballesta (jugador y segundo entrenador del Deportivo de La Coruña), Rubén Ventureira (periodista), Vicente Celeiro (jugador del Deportivo de La Coruña), Alex Centeno (periodista), Chiri (Riazor Blues), Carlos «Rocker» (Riazor Blues), Suso Otero (socio histórico), Lois Novo (departamento de comunicación del Deportivo de La Coruña), Gustavo Suárez (Riazor Blues), Carlos Seco «Fowler» (Riazor Blues), Augusto César Lendoiro (presidente del R.C. Deportivo de La Coruña), Santiago Suárez (aficionado), Ricardo «Chuchi» (Riazor Blues) y Arturo Lezcano (periodista).
JAVIER DOPICO: En los primeros años ochenta, íbamos al fútbol en grupos de amigos. Llegabas a Riazor y tenías que poner los pies en la butaca de delante; el chaquetón, en la butaca de la izquierda, y la bota de vino, en la de la derecha. Gracias a Dios, en ese momento fue cuando empezó el auge del Deportivo, con la llegada de los jugadores del Sabadell —Peralta, Silvi, Muñoz, Blay, Albiol—, que fueron enganchando a la afición. Fue la época del «Dépor Sabadell». Llegamos a tener un equipo bastante bueno y apetecible.
ÓSCAR «MASSIMO DUTTI»: Yo soy del 71. Siendo un niño, me tocó vivir aquellas Ligas que ganaban la Real y el Athletic, clubs con los que simpatizaba, sobre todo porque eran equipos de cantera. Esos valores eran la hostia: todos los jugadores eran de la tierra. Me gustaban esos equipos y me gustaba que ganasen, pero yo iba a Riazor cada domingo, y mi equipo, mi sentimiento, era blanquiazul, porque me lo inculcó mi viejo, que era aficionado y uno de los pocos de su generación que solo era del Deportivo.
Recuerdo las reformas para el Mundial del 82 [ya comenzadas en la 80-81]. En Coruña estaban haciendo un estadio moderno para la ocasión, o esa sensación me dio. Debido a las obras, a los de Tribuna los pasaron a una grada supletoria, que seguro que no cumplía ningún estándar de seguridad ni hostias.
GABRIEL: Antes, el marcador todavía era de tableros de madera. Me marcó mucho cuando pusieron el primer marcador electrónico delante de Pabellón —uno que ponía «Banco Pastor» que era casi tan grande como la fachada de una casa— y unas torretas de luz. Parecía un estadio futurista. Era muy espectacular.
JAVIER DOPICO: El primer marcador electrónico era de bombillas. Sustituye al de palo español, entre comillas, al que le cambiaban los números manualmente. Es por aquel entonces cuando se juega el famoso partido contra el Rayo, donde el Deportivo se jugaba el ascenso en la última jornada [de la temporada 1982-83]. La afición estaba conectada con el equipo; el campo prácticamente se llenaba. Se había metido mucha gente joven.
RODRI SUÁREZ: La primera vez que voy al estadio de Riazor es en el 81. Fue para ver al Fabril contra el Fisterra. Yo soy de Fisterra. Fui a la grada elevada, que luego la tiraron. Era preciosa, fue un crimen que la derribaran. Cuando el Fabril jugaba en Tercera, Riazor se llenaba. Era una pasada. A partir del 82 empiezo a ir de forma fija al estadio, pero al partido del Rayo Vallecano no pude ir, porque los partidos de Copa se jugaban entre semana de noche y yo tenía siete u ocho años. Aquel iba a ser el día del ascenso, y mi padre, aunque fuera un cuarentón de carajillo, ese día tenía permiso para salir de juerga. Lloré muchísimo por no poder ir. Había treinta mil personas…
CARLOS BALLESTA: Estuve once años como jugador en el primer equipo del Deportivo y durante aquel tiempo pasaron muchísimos entrenadores. Estuvo Luis Suárez, que era un adelantado a su tiempo, pero sobre todo Arsenio, que ya entonces era el entrenador al que todos conocimos después, que ponía orden pero nos daba libertad. ¿Tenía un sistema defensivo? No. Ahora que se habla tanto del 4-3-3, nosotros, con Arsenio de entrenador, ya jugábamos así. Fue en la época del Rayo, en la 82-83.
RUBÉN VENTUREIRA: En mayo de 1983, al Dépor le valía con empatar contra el Rayo Vallecano para ascender a Primera: el ascenso al fin a tiro tras diez años lejos de la élite y en tu casa, ante tu gente.
CARLOS BALLESTA: Éramos muy superiores. Yo vivía en una casita de Cambre. [Ramón] Piña, que jugaba en el Dépor conmigo, se había venido a pasar unos días a mi casa. Bueno, aquella semana fue… Hasta los dos días anteriores al partido, dormimos juntos, en casa, para estar un poco aislados de La Coruña y de la euforia que había. Riazor era un hervidero de gente. Eran ya muchos años sin ascender. A muchos de nosotros nos pudo la ansiedad, esa presión. Se nos acusó de que no queríamos ascender porque, si lo conseguíamos, no seguiríamos en el Deportivo. Pero incluso Corzo, el presidente en aquel momento, había bajado al vestuario a mitad de temporada para informarnos de que todos los jugadores estábamos automáticamente renovados. En mi caso, ya tenía contrato en vigor. Me quedaban dos años, y quizá alguno más.
VICENTE CELEIRO: El más interesado en subir a Primera era el jugador, que es un profesional y vive de esto. Lo de que no se quería ascender es un bulo que se corrió por la ciudad y que no tenía ningún fundamento. Aunque así fuese, al jugador profesional, ya solamente por mejorar, le interesa subir. Tu caché se revaloriza.
CARLOS BALLESTA: El día del partido del Rayo, la presión era brutal. La ciudad estaba totalmente volcada. Yo nunca vi una presión así, mayor aun que la del penalti de Djukic, sobre todo por parte de la gente mayor, porque querían ver al Deportivo en Primera, como en los años setenta, cuando aquí jugaban Luis, Cervera...
Arsenio me contó después que esa semana no bajó a la calle. Lo de jugarnos el ascenso en la última jornada viene de la semana anterior, contra el Linares, en su campo. A ellos les valía el empate para asegurar la permanencia. Nosotros éramos un equipo muy superior. Teníamos que haber ganado, y ya habríamos ascendido, pero empatamos. Esa misma jornada, la antepenúltima, se jugó un Mallorca-Cádiz: lo lógico, y lo que nos convenía, es que hubiera ganado el Mallorca, pero ganó el Cádiz. Esa semana se nos cayó el mundo encima.
ALEX CENTENO: En esa penúltima jornada, una victoria del Mallorca y un empate del Dépor ascendía a los dos, además de salvar al Linares. En 2012 publiqué en La Voz de Galicia que aquel partido Dépor-Linares fue una farsa: los equipos pactaron un empate en la previa. Así me lo confirmó Traba, que jugó de delantero centro en el Dépor: «Llegamos a un acuerdo, aunque no recuerdo bien si fue entre los delegados o entre algunos excompañeros, pero el caso es que pactamos las tablas. El partido fue una vergüenza. No pasábamos del medio del campo», me reconoció Traba.
VICENTE CELEIRO: Arsenio siempre nos tenía con los pies en el suelo. Siempre nos decía que aunque la temporada fuera buena, no nos creciésemos mucho, que más allá del Puente Pasaje no nos conocía ni Dios. Y es verdad, salíamos de Galicia y no nos conocía nadie.
CHIRI: No pude ir a Riazor a ver el partido del Rayo; estaba castigado. Fueron mi hermano Bertín y papá. Me habían castigado porque no quería que me pusieran la inyección que me tenía que poner. Me acordaré toda la vida, con el culo como un mapa de ponerlo prieto. En mi casa, con mi madre… ¡y mi hermano y mi padre en el fútbol!
CARLOS BALLESTA: Empezó el partido. Estábamos mentalizados. Sabíamos que, de ascender, estábamos todos renovados. Mi recuerdo es que no me afectó mucho la presión, pero sí hubo algún jugador al que le afectó bastante.
VICENTE CELEIRO: Yo estaba muy nervioso. Creo que todos lo estábamos. No teníamos por qué. Éramos muy fiables en casa, muy solventes. Si jugábamos bien, ganábamos. Lo que pasa es que verse en el último partido en esa situación… Recuerdo que todos estábamos muy nerviosos; por lo menos yo. Había llorado de los nervios antes de salir. Era muy joven. Salimos con muchísimo miedo y con muy poca confianza, pero nadie pensaba que íbamos a perder. Con el empate nos llegaba.
CARLOS BALLESTA: Me acuerdo de una falta en medio campo hacia nuestra portería. Ellos tenían a un extremo izquierdo que la pegaba muy bien. Se la tiró muy bien a Jorge, el portero. No llegó. 0-1. Fue una losa.
VICENTE CELEIRO: No jugamos bien. Fue un partido muy embarullado. No sé si tuvimos ocasiones de gol. No recuerdo poder decir, «merecíamos haber ganado porque fallamos muchos goles». Recuerdo algunas imágenes, pero no fue un buen partido.
CARLOS «ROCKER»: Fue extrañísimo. Aún hoy en día no lo entiendo. Con el empate nos valía. El Rayo no se jugaba nada, pero estaban las primas, los maletines… Acabamos perdiendo, con [el entrenador] José Luis Vara desquiciado. Fue una gran decepción.
CARLOS BALLESTA: Mira que teníamos gente amiga en el Rayo, porque estaba Morón, que había jugado en el Deportivo cuando hizo el servicio militar. Es de mi edad y venía a mi casa a dormir. Era soltero. Y estaba García Castro, que también había jugado con nosotros. Tenían un equipo muy veterano. Ahí estaba el portero, Mora, que había jugado en el Barcelona. Estaba el extremo izquierdo del Real Madrid, que fue quien marcó el primer gol [Pozo]. Luego tenían a un tipo, un tal Izquierdo, que fue traspasado al Mallorca. Me imagino que tenía un contrato de «si ganáis, te ficho…». Era un equipo muy veterano y no se jugaban nada. Bueno, sí, la prima correspondiente del Mallorca y del Cádiz. Se jugaban dinero. Lo que pasa es que, en aquella época, el futbolista, en Segunda, cobraba lo que cobraba... Hoy no, que ya tienen hasta salarios mínimos. Si ganaban, se jugaban un dinero muy bonito. No es legal, pero en aquella época estaba institucionalizado. Se hacía continuamente; todos los equipos lo hacían. Por perder, no lo he visto nunca, pero por ganar, muchas veces.
CHIRI: El árbitro, Castilla Yanes, estaba cenando con el resto de árbitros del partido y se rumoreaba que les había dicho que tuvieran cuidado con Vicente Celeiro, que se dejaba caer en el área. Fue un arbitraje nefasto.
CARLOS BALLESTA: En mi vida he suplicado tanto a una persona para que nos echara una mano como a Mora, el portero rival. Era un tipo encantador: «Mora, que llevamos veinte años en Segunda. Tú ya estuviste en la élite, coño. No te pido que te la dejes meter, pero…». ¡Es que las sacaba de todos los lados! Hasta el gol que metí yo fue un cabezazo que, en vez de entrar, pegó al palo. Lo metí de rebote. Fallamos unos goles de escándalo.
RUBÉN VENTUREIRA: Al final, perdimos 1-2. Es el día que sentí más frustración como deportivista. Más que cuando lo de Djukic. Obviamente, no es lo mismo perder un ascenso que una Liga, pero de chaval, con doce años, todo se magnifica. Muchos de los de mi generación sabrán de lo que hablo. Fue la primera vez que vi a gente mayor llorar en el estadio. Salía el público de Riazor en masa y no se oía nada. Era como una procesión desoladora. Era como a procesión dos Caladiños [La procesión de los Calladitos], que es un clásico de la Semana Santa local. Aquello nos curtió para siempre. Cuando, años después, Arsenio dijo aquello de «ojo con la fiesta, que te la quitan de los fuciños» [que te la quitan de las narices], todos los que vivimos lo del Rayo en 1983 sabíamos perfectamente a qué se refería el míster.
JAVIER DOPICO: Efectivamente, al salir del fútbol aquello parecía más una procesión de Semana Santa. Yo terminé en casa de Agustín Peralta. También estaban Silvi, Muñoz, Marro y otros jugadores. No se oían ni los vasos cuando ibas a coger agua. Y digo agua porque no había ni una gota de alcohol. Fue un palo tremendo, tremendo.
SUSO OTERO: No pude ir a aquel partido. Éramos niños. Recuerdo ir a la sesión de tarde de la [discoteca] Chaston y, al salir, todo Dios estaba llorando, los niños también. Nos extrañó que estuvieran allí tres o cuatro jugadores del Dépor tomando algo como si no hubiera pasado nada. No acabábamos de entenderlo. No lo vivimos de la misma manera. Parecía que estuviéramos más afectados que ellos.
VICENTE CELEIRO: En el último partido, ¿quién lo iba a decir? Lo dramático es que me estaban saliendo bien las cosas. Yo ya había sido internacional sub-20 y había estado en un entrenamiento de la selección absoluta. A lo mejor, pensaba, «soy un chavalito y seguramente tendré otra oportunidad». Pero no, las cosas nunca se vuelven a dar igual.
CARLOS BALLESTA: Además de la muerte de mi padre, no recuerdo una tristeza tan grande en mi vida. Ni el penalti de Djukic, que fue terrible.
VICENTE CELEIRO: Pasa la historia, pasan los años, y para mí fue la mayor decepción de mi vida.
LOIS NOVO: Mi tío Quique, el padre de Rubén Ventureira, sigue siendo socio del Deportivo a día de hoy, pero no ha vuelto a Riazor desde el día del Rayo. Después de haber pasado por Tercera, por Segunda B y haberse llevado aquella decepción, para él fue como un «hasta aquí hemos llegado».
CARLOS BALLESTA: A muchos de nosotros, ese partido nos cambió totalmente la vida como futbolistas, porque hubiéramos subido a Primera. Luego jugarás o no jugarás, pero eso ya es otra cosa. Es Primera. La gente no se puede imaginar el palo tan grande que nos llevamos, y no me refiero a la parte económica. Lo digo porque casi todos nosotros nos habíamos criado en el Deportivo: los José Luis, los Traba, los Piña, los Ballesta… Todos nos habíamos criados aquí. Fue terrible.
GUSTAVO SUÁREZ: Recuerdo que había fiestas en el pueblo de al lado, pero yo me fui para casa y me metí en cama.
CARLOS BALLESTA: A nivel sentimental —de ciudad, de cariño, de daño—, el partido del Rayo es la historia más negra que vivió el Deportivo.
ÓSCAR «MASSIMO DUTTI»: Mi padre estaba ingresado en el hospital. Se estaba muriendo. Lo hizo en agosto del 83. Yo llevaba mi palo con la bandera blanquiazul. Para mí, la mayor ilusión era llegar al hospital y contarle que el Dépor había ascendido. Salí del estadio llorando, y un viejo cabreado por la calle me dice, «chaval, esa bandera, quémala a fuego lento. No se merecen nada». Yo le respondí, «antes te quemo a ti. La bandera es sagrada». Algo así le dije. Fui al hospital jodidísimo por el ascenso frustrado y por no poder darle a mi padre la alegría, que la estaba palmando.
ALEX CENTENO: Al día siguiente del partido del Rayo, tomó posesión Paco Vázquez como alcalde de La Coruña.
LOIS NOVO: El Liceo de hockey sobre patines sube a Primera División en la 78-79 y gana su primera copa, precisamente, en el 83, en un Reus-Deportivo. Es como un relevo. Hay caminos que se cruzan en un punto. Uno viene de arriba y el otro va para abajo.
ÓSCAR «MASSIMO DUTTI»: Mi viejo era socio del Liceo, pero no era tan fiel. A toro pasao, me imagino que cuando mi padre estaba de resaca, hecho polvo, pasaba de ir al Liceo. Soy el pequeño de tres hermanos. Mi viejo tenía conflictos con mi madre. Cuando tenían bronca, me llevaba con él, y mis hermanos se quedaban con mi madre. Cogía el coche y nos íbamos los dos de mariscada, y yo, con nueve años, flipando. Al Liceo tengo ido con él, pero si al Deportivo iba cada vez que jugaba en Riazor, al Liceo iba una de cada tres veces.
CARLOS «ROCKER»: A mí me llaman «El Rocker» porque de aquella tenía más pelo e iba mucho al fútbol de reenganche. Salía por la noche, iba con la chupa de cuero, con el tupé y todo. Empecé a ir al fútbol cuando el Dépor estaba en Segunda División. Ahí fue mi primer partido, en la 81-82, justo antes de la remodelación del estadio. Iba a la grada elevada. Me llevó mi cuñado, que tenía veinte años más que yo. Había muy poquita gente. De aquella, iba más gente a ver al Liceo que al Deportivo. En un partido del Liceo contra el Reus, a lo mejor había unas cuatro mil personas, y contra el Barcelona, seis mil. A Riazor íbamos dos o tres mil. En el descanso ya no te preguntaban qué querías tomar en la cafetería, te servían directamente el carajillo con coñac.
CARLOS SECO «FOWLER»: Iba al Liceo por la mañana con mi hermano y por la tarde, al Dépor. La entrada valía unas cincuenta pesetas.
ÓSCAR «MASSIMO DUTTI»: No sé si había más gente en los partidos del Liceo, pero como estaba mucho más concentrado y el recinto era más pequeño, la sensación de ambiente era mucho mayor que en Riazor. A lo mejor, en el estadio podía haber cinco o seis mil personas, y en el Pabellón había cuatro mil, pero era la hostia; no sé si llamarlo ultra, pero era mucho más intenso.
AUGUSTO CÉSAR LENDOIRO: El Liceo era el equipo ganador de la ciudad. En partidos transcendentes, llegamos a meter hasta diez mil personas contra el Barça o el Oporto, y también contra el Vercelli italiano, pero sobre todo contra el Barça y el Oporto. Fue espectacular. Supuso un antes y un después para el deporte en La Coruña, porque sigue siendo con mucha, mucha diferencia el club más laureado de toda Galicia, pero de súper largo.
LOIS NOVO: El famoso partido en el que se dice que hubo diez mil espectadores, en el que el Liceo le mete siete goles al Barça, había cuatro mil trescientos asientos. Había gente en los vomitorios y en las pistas. Huelves [portero del Liceo] dice que había gente viendo el partido desde unas plataformas de cemento que sobresalían debajo de los marcadores. Recuerdo bajar con mi padre y que ya no nos dejaron dar la vuelta.
SANTIAGO SUÁREZ: Llevábamos muchas temporadas viviendo el ostracismo en el fútbol. Destacaban otros deportes: en fútbol sala estaba el Chaston y en hockey, el Liceo, que era el equipo que ganaba los títulos aquí. Incluso en aquella temporada de finales de los ochenta, destacaba el Bosco en baloncesto, que llevaba bastante gente al pabellón de Riazor.
CARLOS «ROCKER»: Recuerdo ver al Liceo en el primer año de Huelves, Mario Rubio, Carlos Gil, Martinazzo, Figueroa, Areces... Aquello era apoteósico. Toserle a un equipo catalán como el Barça era algo inimaginable.
ALEX CENTENO: Yo viví la primera Liga del Liceo. Era un ambiente familiar. Estaba muy de moda ir a la cervecería la Rubine. Tengo familia en Órdenes. Mi madre era de allí. Mis primos de Órdenes venían a ver al Deportivo pero también al Liceo.
CARLOS SECO «FOWLER»: Me acuerdo de conseguir entradas en el colegio. De aquella el Liceo barría. Mi hermano, que era deportivista, jugaba al hockey. A mí el hockey no me importaba mucho. En el colegio daban entradas para ir al Liceo y al Deportivo. Casi todo el mundo iba al hockey; el Deportivo era lo de menos.
AUGUSTO CÉSAR LENDOIRO: Muchas veces no se le da la importancia debida a aquella época. El Deportivo, sobre todo, se había desnaturalizado. Ya no representaba a La Coruña. En el fondo, no le preocupaba mucho a nadie. La prueba es que había cinco mil socios, y en el campo, muchas veces, había menos gente que en el hockey, lo cual es algo inaudito.
RICARDO «CHUCHI»: Yo tuve la suerte de ser uno de los cinco mil que iban a Riazor, porque éramos cinco mil.
AUGUSTO CÉSAR LENDOIRO: La gente se había ido del fútbol y había encontrado en el hockey la ilusión de un equipo de aquí ganador, no solamente coruñés, sino gallego. Ganaba con grandísimos jugadores y dando espectáculo. Era la época de Daniel Martinazzo, de Agüero, de Huelves, de infinidad de ellos.
CARLOS «ROCKER»: Con el Liceo, llegamos a quitarle jugadores al Barça, como Joan Carles.
CARLOS SECO «FOWLER»: Guste o no, aunque el Liceo ganara la Copa Intercontinental, daba igual, porque eso no daba ninguna visibilidad.
ARTURO LEZCANO: En los ochenta, el Dépor había caído a Segunda B. Estaba en las últimas. Era un club que daba tumbos que, sin embargo, tenía una masa social pequeña pero estable. Sí, estaba el Mundial del 82, aunque no tuvo excesiva suerte con el grupo, porque no es que se llenara el campo ni nada por el estilo. En el año 83 hay un ascenso fallido, en el partido del Rayo; otro en el 86, contra el Oviedo, con un árbitro que deja sin esperanzas al Deportivo en el penúltimo partido, y otra frustración más en el 87, que es el año en el que, por fin, nace un nuevo deportivismo.