Índice
Cubierta
Índice
Colección
Portada
Copyright
Dedicatoria
1. Los conocimientos y sus historias
La historiografía
¿Qué es el conocimiento?
Los conocimientos, en plural
La historia y sus vecinos
2. Conceptos
Autoridades y monopolios
Conocimiento tácito
Conocimientos situados
Conocimientos sojuzgados
Curiosidad
Disciplinas
Estilos de pensamiento
Gestión del conocimiento
Herramientas del conocimiento
Innovación
Intelectuales y polímatas
Interdisciplina
Órdenes del conocimiento
Prácticas
Profesionalización
Regímenes de ignorancia
Sociedad del conocimiento
Tradiciones
Traducción de conocimientos
3. Procesos
Intentos de objetividad
Cuatro etapas
Recopilación de conocimientos
Análisis de los conocimientos
La difusión del conocimiento
El uso de los conocimientos
4. Problemas y perspectivas
Problemas
Perspectivas
Línea de tiempo: estudios del conocimiento. Una cronología selecta
Otras lecturas sugeridas
Notas
hacer historia
Colección a cargo de Lila Caimari,
Vera Carnovale, Roy Hora,
Sylvia Saítta, Marcela Ternavasio
y el equipo editorial de Siglo XXI
Peter Burke
¿QUÉ ES LA HISTORIA DEL CONOCIMIENTO?
Cómo la información dispersa se ha convertido en saber consolidado a lo largo de la historia
Traducción de
María Gabriela Ubaldini
Burke, Peter
¿Qué es la historia del conocimiento?: Cómo la información dispersa se ha convertido en saber consolidado a lo largo de la historia.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2017.
Libro digital, EPUB.- (Hacer Historia)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-629-754-7
Traducción de María Gabriela Ubaldini
1. Historia. I. Ubaldini, María Gabriela, trad.
CDD 121
Título original: What is the History of Knowledge?
© 2015, Polity Press, Cambridge, Reino Unido.
© 2017, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
<www.sigloxxieditores.com.ar>
Maqueta de colección y diseño de cubierta: Tholön Kunst
Imagen de cubierta: Viñeta de Grandville para el volumen Scènes de la vie privée et publique des animaux, París, Hetzel, 1842
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: julio de 2017
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-754-7
A Juan Maiguashca
en memoria de medio siglo de amistad y diálogo
Si la historia del conocimiento no existiera ya, habría que inventarla, en especial para poner la reciente “revolución digital” en perspectiva, vale decir, la perspectiva de los cambios que se han producido a lo largo del tiempo. Los sistemas de conocimiento de la humanidad sufrieron cambios fundamentales en ciertos momentos del pasado. En primer término, debido a las nuevas tecnologías, como la invención de la escritura en la Mesopotamia, en China y en otros lugares; la invención de la imprenta, en especial la xilografía en Asia del Este y la impresión con tipos móviles en Occidente; y ahora, ya en el período del que tenemos memoria, la aparición de las computadoras (sobre todo las personales), así como de internet. Estos cambios tienen consecuencias impredecibles, para mejor y para peor. Como estamos a punto de comprobar en el caso de internet, los nuevos medios de comunicación ofrecen tanto amenazas como promesas. Una manera de orientarnos en un momento en que nuestros sistemas de conocimiento están en plena reconstrucción, gracias a la globalización y a las nuevas tecnologías, es recurrir a la historia.
Por fortuna, la historia del conocimiento sí existe, y el número de aportes que se hacen a esta disciplina crece a gran velocidad. A principios de los años noventa, cuando comencé a trabajar en mi libro Social History of Knowledge [Historia social del conocimiento],[a] creía que estaba más o menos solo en este campo. Sin embargo, en el mundo académico actual –en que la “república internacional del saber”, que en algún momento estuvo conformada por apenas unos miles de ciudadanos, abarca millones–, es casi seguro que si se nos ocurre un tema auspicioso de investigación o un enfoque en apariencia novedoso, no tardaremos en descubrir que en otros lugares otras personas y otros grupos ya han tenido la misma idea, o una parecida. En cualquiera de los casos, pronto se volvió evidente que el estudio de la historia del conocimiento formaba parte de una tendencia.
Es verdad que hasta épocas muy recientes se consideraba que la historia del conocimiento –a diferencia de la sociología del conocimiento, a la que me referiré más adelante– era un tema exótico o incluso excéntrico. “La historia del conocimiento no existe”, declaraba el teórico de la administración y futurólogo Peter Drucker en 1993; según su predicción, se convertiría en un área importante de estudio “en las próximas décadas”.[1] Esta vez, su predicción quedó un poco rezagada, pues el interés en la historia del conocimiento ya empezaba a surgir en aquel momento, e incluía libros con títulos tales como Knowledge is Power [El conocimiento es poder] (1989), Fields of Knowledge [Los campos del conocimiento] (1992) o Colonialism and Its Forms of Knowledge [El colonialismo y sus formas de conocimiento] (1996).[2] A partir de la década de 1990, la historia del conocimiento dejó atrás la periferia del interés histórico para situarse en el centro, especialmente en Alemania, Francia y el mundo angloparlante. En las últimas décadas aparecieron cada vez más libros sobre el tema –como lo muestra la línea de tiempo al final de este libro–, incluidos estudios como The Organisation of Knowledge in Victorian Britain [La organización del conocimiento en la Gran Bretaña victoriana] (2005).[3]
El estudio colectivo más impresionante realizado hasta el momento es el que Christian Jacob ha editado en dos grandes volúmenes (con la promesa de dos más en breve), titulado Lieux de savoir [Los lugares del conocimiento], en analogía con la ahora célebre obra de Pierre Nora Les lieux de mémoire [Los lugares de la memoria]. A diferencia de los volúmenes de Nora, que se limitan a Francia, los de Jacob se refieren a una historia global que abarca aproximadamente los últimos dos mil quinientos años.[4]
Si bien originariamente el tema era producto de una serie de iniciativas independientes, en la actualidad se está insertando en el ámbito institucional. Entre los grupos académicos dedicados al estudio de la historia del conocimiento, hay uno en la Universidad de Múnich y otro en Óxford, ambos abocados a los comienzos de la Edad Moderna. Se han creado cátedras, como la de la Universidad de Erfurt (2008), llamada “Culturas del Conocimiento a Comienzos de la Europa Moderna”. Se han fundado centros, como el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia en Berlín (1994) y el Centro de Historia del Conocimiento en Zúrich (2005).[5] Se dictan cursos sobre el tema, incluido uno en la Universidad de Mánchester titulado “De Gutenberg a Google: Una historia de la administración del conocimiento desde la Edad Media hasta la actualidad”. Hay proyectos colectivos en marcha o ya concluidos; entre ellos, el referido a la historia de “El conocimiento útil y confiable”, financiado por el Consejo Europeo de Investigaciones.[6] Cada vez son más frecuentes los congresos que encaran diferentes aspectos de este amplio tema. La historia del conocimiento se está convirtiendo en una suerte de semidisciplina que cuenta con sus propias sociedades, publicaciones y demás. Como el conocimiento mismo, su historia ha explotado, en el doble sentido de la rápida expansión y la fragmentación.
La historiografía
Si bien el surgimiento de una historia organizada del conocimiento es un fenómeno relativamente reciente, cabe recordar que en siglos anteriores algunos académicos ya soñaban con la historia del conocimiento e incluso intentaron escribir una. En su libro The Advancement of Learning [El avance del saber] (1605), y en su versión latina posterior, más extensa, De augmentis scientiarum, el filósofo, abogado y político Francis Bacon expuso un plan para la reforma del conocimiento, un antecedente de lo que hoy en día denominamos “política científica”, y sostuvo que esa reforma estaría acompañada por una historia de las diferentes ramas del saber en la que se examinaría qué se estudiaba, cuándo y dónde (en qué “sedes y lugares de erudición”); cómo viajaba el conocimiento, “pues las ciencias, al igual que las personas, se desplazan”; y cuáles han sido sus florecimientos y sus decadencias, o qué se perdió; e incluso lo que Bacon llamaba las “diversas administraciones y gestiones del saber”, no sólo en Europa, sino “en todo el mundo”.[7]
Trescientos cincuenta años antes de Drucker, Bacon lamentaba que aún no se hubiera escrito una historia del conocimiento de esas características. En él se inspiró el joven canónigo Thomas Sprat para escribir la “historia” (o, más exactamente, la descripción) de la entonces reciente Royal Society, que se publicó en 1667, aunque quienes pusieron en práctica por primera vez el plan de Bacon fueron unos investigadores alemanes del siglo XVIII, que escribieron lo que llamaron una historia literaria (en el sentido de una historia del saber más que una historia de la literatura), algunas décadas antes del surgimiento de una tímida historia cultural, producida, una vez más, por investigadores alemanes.[8] En Francia, el marqués de Condorcet, una figura prominente del Iluminismo, en su Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain [Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano] (1793-1794), destacó el grado de crecimiento que había experimentado el conocimiento.
En el siglo XIX, hubo un movimiento que se propuso historizar el conocimiento, es decir, enfatizar su desarrollo o evolución, lo que suele denominarse “progreso”. Para entonces, no sólo el mundo de la naturaleza, sino también el mundo humano eran considerados pasibles de cambios sistemáticos. Este fue el mensaje común tanto de Elements of Geology [Elementos de Geología] (1838) de Charles Lyell,[9] que distinguía diferentes períodos de la historia de la Tierra, como de On the Origin of Species [El origen de las especies] de Charles Darwin (1858),[10] que se organizaba en torno a la idea de la evolución mediante la selección natural. Karl Marx afirmó que lo que las personas saben y piensan es resultado de su posición en la sociedad, de su clase social, mientras que el filósofo y sociólogo Auguste Comte se interesó en la historia así como en la clasificación de las diferentes disciplinas y procuró (aunque sin éxito) persuadir al ministro francés de Educación de que creara una cátedra de Historia de la Ciencia.
A principios del siglo XX, en algunas universidades, en especial estadounidenses, se introdujo la historia de la ciencia que Comte había propugnado. Académicos de habla alemana establecieron lo que llamaron una “sociología del conocimiento” [Wissensoziologie], que se ocupaba de determinar quién sabe qué, además de los usos de los diferentes tipos de conocimientos en diferentes sociedades, tanto en el pasado como en el presente.[11] La historia de las ciencias naturales se ha tomado como modelo para otras historias: la historia de las ciencias sociales o “humanas”, la historia de las humanidades y por último la historia del conocimiento en general. En alemán, es posible hablar del paso de la Wissenschaftsgeschichte, más académica, a la más general Wissensgeschichte.[12] En inglés [y en castellano], podríamos hablar del paso de la historia de las ciencias a la historia del conocimiento.
Este movimiento es bastante reciente. ¿A qué se deberá? Los cambios en el presente muchas veces han llevado a los historiadores a mirar el pasado de manera novedosa. Por ejemplo, lo que impulsa el estudio de la historia del ambiente son los debates acerca del futuro del planeta. De manera similar, los debates actuales sobre nuestra “sociedad del conocimiento” o “sociedad de la información” han propiciado un enfoque histórico del tema.[13] Los historiadores han hecho un aporte relativamente pequeño a la discusión general, menor que el que podrían o deberían haber hecho, en cuanto una de sus funciones sociales es, sin duda, ayudar a sus conciudadanos a percibir los problemas del presente desde una perspectiva de largo plazo y evitar así la estrechez de miras.
La estrechez mental en términos espaciales es bien conocida: una división tajante entre Nosotros, los integrantes de nuestra comunidad, y Ellos, los demás. Pero también hay una estrechez en términos temporales, un contraste simple entre “nuestra” época y todo un pasado indiferenciado. Es necesario que procuremos evitar dicha visión limitada y consideremos la revolución digital que estamos experimentando hoy como la última de una serie de revoluciones del conocimiento. Unos pocos historiadores han respondido a este desafío, el de historizar la sociedad del conocimiento.[14] Un investigador, por ejemplo, ha escrito sobre lo que llama los “comienzos de la sociedad de la información” en la París del siglo XVIII, mientras que otros dos han afirmado que “los estadounidenses se han estado preparando para la era de la información durante más de trescientos años”.[15]
Volveremos al problema de la continuidad y la revolución en el capítulo 4. Por ahora es suficiente con señalar que la historia del conocimiento se ha desarrollado a partir de otros tipos de historia, en especial de dos. La primera es la historia del libro, que en las últimas décadas pasó de formar parte de una historia económica del comercio de libros a constituirse en una historia social de la lectura y una historia cultural de la difusión de información.[16] La segunda es la historia de la ciencia, que postula la existencia de tres desafíos que impulsaron el desplazamiento hacia una historia del conocimiento más amplia.
Uno de esos desafíos deriva de la admisión de que la “ciencia” en el sentido moderno es un concepto del siglo XIX, de modo que utilizar ese término para referirse a actividades relacionadas con la búsqueda de conocimiento en períodos anteriores alienta lo que los historiadores más detestan, el anacronismo. El segundo desafío es consecuencia del interés académico en la cultura popular, incluidos los conocimientos prácticos de los artesanos y curanderos. El tercer y más decisivo desafío tiene su origen en el surgimiento de la historia global y en la consiguiente necesidad de evaluar los logros intelectuales de las culturas no occidentales. Estos logros pueden no cuadrar con el modelo de la “ciencia” occidental, pero no dejan de ser aportes al conocimiento.
¿Qué es el conocimiento?
Para resumir lo expuesto hasta aquí, en las últimas décadas hemos asistido a lo que, tanto dentro como fuera del ámbito académico, podría describirse como un giro epistemológico. Este giro colectivo, al igual que otros producidos en las humanidades y en las ciencias sociales (el giro lingüístico, el giro visual, el giro pragmático y otros), plantea una serie de preguntas incómodas. La más obvia es: ¿qué es el conocimiento? Una pregunta filosófica, pero que los historiadores del conocimiento no pueden abandonar sin más a manos de los filósofos, quienes en cualquier caso no logran ponerse de acuerdo. Un filósofo, por ejemplo, considera que el conocimiento es cualquier estado en un organismo que tenga relación con el mundo.[17]
Antes de intentar una respuesta a esta pregunta, vale la pena tener en cuenta que algunos historiadores, en especial en los Estados Unidos, prefieren hablar de “información”, según puede apreciarse en los títulos de libros como A Nation Transformed by Information [Una nación transformada por la información] o When Information Came of Age [Cuando la información alcanzó la mayoría de edad].[18] Así también, dos sesiones de la conferencia anual de la Asociación Estadounidense de Historia de 2012 se denominaron “Cómo escribir una historia de la información” e “Información secreta de Estado”. La elección del término “información” en lugar de “conocimiento” da cuenta de la cultura empirista de los Estados Unidos, que contrasta en particular con el interés de los alemanes por la teoría y la Wissenschaft, término que suele traducirse como “ciencia” pero que, en líneas más generales, se refiere a diferentes formas del conocimiento organizado de modo sistemático.
En mi opinión, los dos términos son útiles, sobre todo si hacemos una distinción entre ambos. A veces se afirma que “nos estamos ahogando en información”, pero “nos falta conocimiento”. En su poema “El primer coro de la roca”, fragmento de una obra teatral, T. S. Eliot ya se hacía estas preguntas: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?” y “¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?”. Si se toma prestada una conocida metáfora de Claude Lévi-Strauss, puede ser útil pensar la información como lo crudo y el conocimiento como lo cocido, aunque, desde luego, que la información esté cruda es algo relativo, ya que de ningún modo los llamados “datos” están “dados” de forma objetiva, sino que son percibidos y procesados por mentes humanas repletas de supuestos y prejuicios. Sin embargo, como se verá en el capítulo 3, se procesa una y otra vez esta información, es decir, se la clasifica, critica, verifica, mide, compara y sistematiza. En lo sucesivo, diferenciaremos conocimiento e información siempre que sea necesario, aunque en algunos casos –sobre todo, en los títulos de los capítulos y apartados– usaremos el término “conocimiento” para referirnos a ambos.
Algunos investigadores han centrado su atención en la historia de las creencias (o, como se diría en francés, histoire des croyances), especialmente en la creencia religiosa. Los creyentes, por su parte, consideran que sus creencias son conocimiento. En cuanto a los historiadores, tienen presente la necesidad de ampliar el concepto de conocimiento para incluir todo aquello que los individuos y grupos que son objeto de su estudio consideran tal. Por eso, aquí no indagamos por separado las creencias.
Los conocimientos, en plural
Pese al título de este estudio, podría sostenerse que no hay una historia del conocimiento, que no hay otra cosa que historias (en plural) de los conocimientos (también en plural). El actual auge de la historia del conocimiento vuelve tanto más obvio este punto, y más necesario el intento de hacer que las piezas encajen. Por eso este libro seguirá el ejemplo de Michel Foucault, quien solía referirse a savoirs más que a un savoir en singular; el del teórico de la administración Peter Drucker, quien afirmó que “hemos pasado del conocimiento a los conocimientos”; y el del antropólogo Peter Worsley, quien declaró que “hay conocimientos, no simplemente Conocimiento con mayúscula”.[19] Incluso dentro de una cultura dada, hay diferentes tipos de conocimiento: puro y aplicado, abstracto y concreto, explícito e implícito, culto y popular, masculino y femenino, local y universal, el saber cómo se hace algo –el “saber hacer”– y el saber sobre cómo es algo.
Un estudio reciente acerca de la revolución científica del siglo XVII comparó “qué valía la pena aprender” en 1500 y en el siglo XVIII, e hizo énfasis en el cambio de “saber por qué” a “saber cómo”.[20] Lo que se considera que vale la pena saber varía en gran medida según el lugar, la época y el grupo social. Lo mismo ocurre con aquello que se tiene por cierto: la doctrina de la Trinidad, por ejemplo, la eficacia de la brujería o la redondez de la Tierra. Igualmente variable es aquello que cuenta como justificación de la creencia: el testimonio oral, la evidencia escrita, las estadísticas, etc. De ahí el reciente surgimiento de la expresión “culturas del conocimiento” o Wissenskulturen, que incluye prácticas, métodos, supuestos, modos de organizar y enseñar, y demás.[21] Es una expresión útil, siempre que recordemos que diferentes conocimientos pueden coexistir, competir y entrar en conflicto: los conocimientos dominantes y los dominados, por ejemplo, según recuerda un estudio reciente de Martin Mulsow sobre la circulación clandestina de ideas poco ortodoxas en la Alemania del siglo XVIII.[22]
Aun el concepto de conocimiento varía de acuerdo con el lugar, la época y sobre todo la lengua. En la Grecia antigua, el trabajo se dividía entre techné (conocimiento del “cómo”), episteme (conocimiento del “qué”), praxis (práctica), phrónesis (prudencia) y gnosis (conocimiento intuitivo). En latín, se hacía una distinción entre scientia (conocimiento del “qué”) y ars (conocimiento del “cómo”), mientras que sapientia (derivada de sapere, “saber”, “conocer”) significaba “sabiduría”, y experientia se refería al conocimiento derivado de la experiencia. En árabe, episteme se traducía como ‘ilm (cuyo plural es ‘ulum, “ciencias”, por lo que los académicos eran conocidos como ‘ulama), el equivalente de gnosis era ma’rifah, y el equivalente de sapientia, hikma.[23] En China, zhi significaba “conocimiento” o “saber en general”, mientras que shixue se refería al “saber hacer”.
En alemán se desarrolló una distinción entre Erkenntnis (conocimiento derivado de la experiencia, para el que antes se usaba Kundschaft) y Wissenschaft (conocimiento académico). En inglés, las palabras scientist [científico] y expert [experto] surgieron a principios del siglo XIX, momento en que la especialización comenzó a ser cada vez más frecuente, y lo mismo ocurrió con una palabra que designaba el conocimiento que poseían las personas comunes, folklore, que por lo general se refería a una forma inferior de conocimiento. En francés, la distinción más conocida es la que existe entre savoir, un término general para designar el conocimiento, y connaissance, que hace referencia a los conocimientos especializados. Del mismo modo, a los diferentes grupos de personas eruditas se los llama intellectuels (los que desempeñan un papel público), savants (principalmente académicos) y connoisseurs (los conocedores de arte o vino).
Siempre han existido conflictos entre los diferentes tipos de conocimiento. Por ejemplo, cuando a comienzos del siglo XV la catedral de Milán (el Duomo) estaba en construcción, la disputa entre los albañiles y el arquitecto francés a cargo del proyecto se formulaba en términos de la importancia relativa que se atribuía al conocimiento práctico [ars] y a la teoría, en especial a la geometría [scientia]. En el siglo XVII, los médicos ridiculizaban a las parteras y a los curanderos. A finales del siglo XVIII, un molinero francés publicó una nota sobre los “doctores” –en otras palabras, los savants–, en que criticaba la arrogancia de que estos daban muestras al pretender enseñarles a los molineros y panaderos cómo hacer su trabajo.[24]
Como resultado de estas variaciones y conflictos, ha habido mucho trabajo en torno a la historia del conocimiento, en estos sentidos diferentes, y aún queda mucho por hacer. Se han publicado libros sobre prácticas como las de observar y describir, y sobre actitudes tales como la objetividad. Si algún tipo de conocimiento es atemporal, sin duda es la sabiduría; pero mientras escribo, se anuncia la próxima publicación de un libro sobre su historia, o tal vez sobre la historia de aquello que a lo largo de los siglos se consideró sabiduría en diferentes lugares.[25]
La historia y sus vecinos
Un historiador profesional o general que se embarca en el estudio de la historia de los conocimientos pronto advierte que investigadores provenientes de diversas disciplinas, vecinos cercanos y no tanto, ya han hecho valiosos aportes a este tema. Así, resulta oportuno transitar brevemente por lo que se ha descripto como “tribus y territorios académicos”, de forma tal que la investigación efectuada por los historiadores quede inscripta en una perspectiva más amplia.[26]
No es sorprendente que muchas disciplinas tomen el conocimiento como objeto de estudio y a la vez como objetivo. Entre los vecinos de la historia del conocimiento, se cuentan la sociología, la antropología, la arqueología, la economía, la geografía, la política, el derecho y las historias de la ciencia y la filosofía (más lejos se encuentra el campo de los estudios cognitivos, que abordaremos en el capítulo 4). Tampoco hay que olvidar las comunidades que actúan por fuera de la universidad. Archivistas, bibliotecarios y curadores de museos han hecho aportes valiosos a lo que podríamos denominar “estudios del conocimiento”.
De estas tribus vecinas, la más cercana es la historia de la ciencia, que ha pasado de ocuparse de las grandes ideas de los grandes científicos a dedicarse al estudio de instituciones tales como las sociedades científicas, prácticas tales como los experimentos y la observación y lugares tales como los laboratorios y los jardines botánicos. Varias de las contribuciones a la historia del conocimiento pueden describirse como historia de la ciencia (de este nuevo tipo) con otro nombre. La filosofía es otro vecino cercano. De los antiguos griegos en adelante, los filósofos se han interesado por la epistemología (del término griego episteme) y han formulado preguntas tales como: ¿qué es el conocimiento?, ¿cómo llegamos a saber algo?, ¿nuestro conocimiento es fiable? Una figura central en la renovación de la epistemología fue Michel Foucault, quien pasó de la filosofía a la historia de la medicina, y, más adelante, de los estudios sobre la locura y la clínica a reflexiones más generales sobre la relación entre el saber [savoir] y el poder [pouvoir], incluida la afirmación lapidaria de que “el ejercicio del poder crea perpetuamente saber e, inversamente, el saber conlleva efectos de poder”.[27] Francis Bacon, que sabía que el conocimiento empodera o, según sus palabras, “habilita” el gobierno, y que los gobiernos manejan el conocimiento, no podría haberlo dicho de manera más sucinta.[28]
Los factores sociales que influyen en el conocimiento, o lo que en un ámbito específico [milieu] se entiende por conocimiento, han sido objeto de estudio de los sociólogos. En la década de 1920, durante la primera ola de lo que empezaba a conocerse como “sociología del conocimiento”, Mannheim lanzó la idea de una “determinación existencial” o “determinación situacional” [Seinsverbundenheit, Situationsgebundenheit] del pensamiento; en otras palabras, la “afinidad” entre los “modelos de pensamiento” y la “posición social de determinados grupos”. Se trataba de una versión más moderada o más laxa de la idea de Karl Marx de que el pensamiento estaba determinado por la clase social. Como escribió Mannheim, “cuando hablamos de grupos no nos referimos simplemente a las clases, como sostendría cierto marxismo dogmático, sino también a generaciones, grupos que se definen según su estatus, sectas, grupos ocupacionales, escuelas, etc.”.[29]
A partir de la década de 1970, adquirió notoriedad una segunda ola de la sociología del conocimiento.[30] En muchos sentidos importantes, los aportes de Pierre Bourdieu a esta disciplina continuaron el trabajo de Mannheim. Bourdieu estudió el sistema universitario francés o, como lo llamó el autor, el “campo” o “campo de batalla” académico, y analizó las condiciones de ingreso y la relación entre las posiciones individuales dentro del campo y las diferentes estrategias y formas de poder académico. Mannheim había elogiado a los académicos que habían tenido el coraje de someter su propio punto de vista, así como el de sus adversarios, al análisis social. Bourdieu, en realidad, escribió lo que denominó una “sociología reflexiva”, que volvía su mirada aguzada hacia su propio trabajo y el de sus colegas, así como al de los científicos de las ciencias naturales.[31] Entretanto, la denominada “Escuela de Edimburgo” de la sociología de la ciencia planteaba lo que daba en llamar un “programa fuerte”, que intentaba ir más allá de Mannheim y explicar tanto las teorías exitosas como las fallidas dentro de las ciencias naturales.[32]
La idea de un conocimiento situado estaba en sí misma situada. Mannheim, por ejemplo, era un hombre joven cuando se produjeron el estallido de la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio Austro-Húngaro en el que había crecido, una caída que llevó a muchos a poner en tela de juicio creencias que antes daban por sentadas. La segunda ola de la sociología del conocimiento, de Foucault a Bourdieu, siguió a los famosos “acontecimientos” de mayo de 1968 en París, cuando los estudiantes no sólo salieron a las calles y se enfrentaron a la policía, sino que también cuestionaron el sistema académico. Hacia esa misma época, el surgimiento del feminismo llevó a examinar los obstáculos a los que se enfrentaban las mujeres académicas en sus carreras y, de manera mucho más positiva, a estudiar las “formas femeninas de conocimiento”, que veremos en el capítulo 4.[33] Un tercer elemento de la situación de la década de 1970 fue el surgimiento de pensadores “poscoloniales”, que respondían al proceso de descolonización o, más exactamente, a las limitaciones que se percibían en ese proceso. En su análisis de la relación entre el poder y el saber, al estilo de Foucault, Edward Said sostuvo que los estudios occidentales de “Oriente” eran en esencia una forma de dominar esa región.[34]
Del mismo modo, puede decirse que el trabajo de Pierre Bourdieu, quien estudió la situación de Argelia antes de dedicarse a estudiar la de Francia, contribuyó a la sociología o la antropología del conocimiento. Hubo una época en que ambas disciplinas estaban relativamente diferenciadas. Los sociólogos estudiaban sociedades enteras y ofrecían explicaciones de lo que describían en términos de variedades de estructuras sociales. Los antropólogos, en cambio, hacían sus trabajos de campo en pueblos y proporcionaban explicaciones de lo que observaban, incluyendo lo que solían describir como “etnociencia”. Así como los lingüistas registraban lenguas en peligro de extinción, los antropólogos, en especial el grupo de los autodenominados “antropólogos cognitivos”, registraban lo que podría llamarse “conocimientos en peligro de extinción”, y esto abarcaba también el saber manual de los constructores, los herreros y los carpinteros. La idea de conocimientos o “culturas del conocimiento”, en plural, así como la idea de culturas, en plural, provenía de los antropólogos. Una de las figuras destacadas en la antropología actual, el noruego Fredrik Barth, dedicó gran parte de su carrera a los estudios del conocimiento en diferentes sociedades, desde Bali hasta Nueva Guinea.[35]
[36]
Los arqueólogos procuran reconstruir el conocimiento y las formas que adoptaba el pensamiento en los tiempos “prehistóricos”, es decir, antes de la invención de los sistemas de escritura. En su intento de inferir el conocimiento y el pensamiento a partir de vestigios materiales, se han volcado a la antropología, ya que muchos antropólogos han estudiado sociedades similares a las de los tiempos prehistóricos a escala pequeña y recurriendo a tecnologías simples. De allí que la “arqueología cognitiva” vaya en paralelo a la antropología cognitiva, al hacer uso de los descubrimientos de la ciencia cognitiva en busca de la “mente antigua”.[37]
El énfasis en los lugares donde se produce el conocimiento, visible en la obra de Foucault, ha inspirado tanto a los geógrafos como a los historiadores.[38] También en esta disciplina ha cobrado visibilidad un nuevo giro epistemológico, que puede ilustrarse mediante un reciente estudio de las geografías del conocimiento científico, inspirado en la paradoja de que el conocimiento científico es (o al menos afirma ser) universal, y sin embargo se produce en entornos particulares tales como laboratorios y (al menos en forma predominante) en culturas particulares.[39]
Desde hace mucho tiempo, los economistas se interesan por el papel que desempeña la información en las decisiones económicas, pero, a partir de la década de 1960, un “giro cognitivo” paralelo al que se produjo en otras disciplinas comenzó a abordar el conocimiento como una forma de capital. El teórico de la administración japonés Ikujiro Nonaka, por ejemplo, sostuvo que la “empresa creadora de conocimiento” es más innovadora y por lo tanto más competitiva. Algunos economistas tratan el conocimiento como una mercancía que puede comprarse y venderse, aunque, como admite un teórico, “es difícil convertir la información en propiedad”.[40] Este último proceso es territorio de los abogados. La ley de propiedad intelectual constituye una de las áreas que más rápido ha crecido en el derecho de los Estados Unidos, la Unión Europea y otros lugares, como respuesta a los problemas que suscitan los derechos de autor en un abanico de nuevos medios así como a las disputas relacionadas con las patentes.[41]
El aporte de los departamentos de política y ciencias políticas de las universidades a los estudios del conocimiento ha sido menor de lo que podría esperarse. Fue alguien de afuera, Michel Foucault, quien estableció la famosa relación, ya mencionada, entre el poder y el saber. Una vez más, la frase “geopolítica del conocimiento” se asocia no con un especialista en geopolítica, sino con un profesor de literatura, Walter Mignolo, mientras que las introducciones a la geopolítica tienen poco que decir sobre el conocimiento, aunque discutan temas tales como los mapas y la opinión pública.[42]
De manera similar, si bien es obvio que la información resulta tan importante para las decisiones políticas y militares como para las económicas, los estudiantes de ciencias políticas han dejado esa área en manos de los sociólogos, geógrafos e historiadores. Una notable excepción a esta regla es Roxanne Euben, profesora de Ciencias Políticas en el Wellesley College, quien, en su Journeys to the Other Shore [Viajes a la otra orilla] (2006), ha realizado una comparación entre los viajes que se emprenden en busca de conocimiento en el mundo islámico y en el mundo occidental. Otra excepción es James C. Scott, profesor de Ciencias Políticas y Antropología en la Universidad de Yale, cuyo libro Seeing like a State [Cómo ve un Estado] (1998) ofrece una crítica del conocimiento general y abstracto que subyace a la planificación de los gobiernos centrales, y aboga en favor de lo que el autor llama “conocimiento práctico”, “inserto en la experiencia local”.[43]
No es casualidad que a menudo el interés por el conocimiento local se vincule con una preocupación por el imperialismo y los saberes sojuzgados o subalternos, y que en la actualidad sea más fuerte en lo que solía denominarse “Tercer Mundo”, en particular África y Sudamérica. Por ejemplo, en Bamako, Mali, se fundó un Centro para la Investigación del Conocimiento Local, mientras que entre los investigadores hispanohablantes que estudian el tema se cuentan Walter Mignolo y Luis Tapia.[44]
Así como los estudios de la memoria se han ampliado para incluir el tema (opuesto y complementario) del olvido, los estudios del conocimiento están incorporando el estudio de la ignorancia, que incluye el conocimiento que se ha perdido y el que se ha rechazado de modo consciente (algo que trataré en el capítulo 2).[45] De más está decir que el autor de este libro también está aquejado de ignorancia. Mi propio conocimiento del conocimiento es, cuando menos, fragmentario. Sé tanto menos sobre el resto del mundo que sobre Occidente, sobre los conocimientos que están por fuera de la universidad que sobre los conocimientos académicos, y sobre las ciencias naturales que sobre las ciencias humanas. Pese a estas limitaciones, en lo que sigue intentaré exponer algo de la variedad de historias de los conocimientos. Comenzaremos con conceptos clave, para luego ocuparnos de los procesos que convierten la información en conocimientos que puedan difundirse de modo más amplio y utilizarse para diversos fines, y concluiremos con una discusión de los problemas recurrentes y las perspectivas futuras en este campo.
[a] La traducción del término inglés knowledge al castellano es tanto “conocimiento” como “saber”. Se utilizarán las dos versiones alternativamente, según resulte más adecuado al contexto. [N. de T.]