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Diseño de portada: Pablo Alaguibe
Diagramación: JU1PH
Preguntas de reflexión: Elisa Padilla y Pablo Alaguibe
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Impreso en Argentina
Printed in Argentina
Libro Físico ISBN 978-987-1355-88-4 | Ebook ISBN 978-987-1355-89-1
Padilla, C. René
Una Iglesia capaz de hacer política pública / C. René Padilla. - 1a ed . - Florida : Kairós, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-1355-89-1
1. Iglesia y Estado. 2. Teología Social. 3. Teología Política. I. Título.
CDD 260
Contenido
Cover
Portada
Legales
1. Llamados a «cristianizar» la política
2. ¿Hay lugar para Dios en la política?
3. La tarea política con sentido de misión
4. ¿Hay guerras justas?
5. Violencia y no-violencia
6. Misión y no-violencia
7. Misión y derechos humanos
8. La lucha por la paz
9. Misión en un contexto de corrupción
10. Globalización y misión
11. Hacer justicia: una tarea misional impostergable
12. Un modelo alternativo de sociedad
El Autor
1
Llamados a «cristianizar» la política
Tradicionalmente, los evangélicos en América Latina (como en muchos otros lugares del mundo) nos hemos considerado «apolíticos». Hemos pensado que «la política es sucia» y, sin disimulo, nos hemos refugiado en un cristianismo individualista, ultramundano, y hemos reducido la misión de la Iglesia a “salvar almas”. Después de todo, argumentamos, ¿no dijo Jesús que su Reino no es de este mundo?
Todavía hoy, para muchos evangélicos esa postura es totalmente coherente con la fe cristiana. Siguen creyendo que la única clave que la Biblia provee para definir la responsabilidad de la Iglesia frente al Estado es Romanos 13:1-7. Y sobre esa base adoptan una actitud acrítica respecto a las autoridades públicas que, según el texto paulino, han sido establecidas por Dios. Sin quererlo (y a veces también queriéndolo), se convierten en tácitos sustentadores del orden establecido.
Los últimos años, sin embargo, han visto una creciente «politización» del pueblo evangélico en varios países latinoamericanos. Por primera vez en la historia de este continente «católico, apostólico, romano», varios evangélicos han sido elegidos para ocupar altos cargos públicos que hasta hace poco no habrían podido ocupar debido a su posición religiosa. En uno que otro país de nuestro continente se ha dado el caso de que un evangélico ocupe la más alta magistratura del país. Además, en ciertos países existe ya un numeroso electorado evangélico muy importante a los ojos de los políticos. Sin lugar a dudas, estamos viviendo en una nueva situación.
El cambio señalado nos coloca frente a preguntas que atañen a la relación de la Iglesia con el Estado y que nunca antes nos habíamos planteado en términos concretos. Por ejemplo: ¿Es factible una «política evangélica»? ¿Hasta qué punto es posible legislar la ética cristiana? ¿Qué modelo de sociedad es deseable desde nuestra perspectiva? ¿Cuáles son los medios más eficientes, a la vez que más coherentes con la fe cristiana, para realizar ese modelo?
Lamentablemente, no estamos equipados para dar una respuesta adecuada a tales preguntas. Durante la guerra fría se impuso un análisis simplista de la realidad socioeconómica y política, análisis según el cual para nuestros países sólo había dos alternativas: o el capitalismo o el socialismo marxista. Y desde la perspectiva de esa disyuntiva que se articulaba dogmáticamente, había quienes defendían a capa y espada el sistema de su elección y atacaban sin contemplaciones a todos los que no concordaban con el mismo. No era necesario ser izquierdista para ser calificado de tal por la derecha, ni era necesario ser derechista para ser considerado como tal por la izquierda. Bastaba no definirse a favor de la una ideología y en contra de la otra para ser estigmatizado o por la derecha o por la izquierda, según el caso. Evidentemente, vivíamos en una situación en que ya no se permitía que Cristo, y sólo Cristo, dijera: «El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama» (Mt 12:30).
A esta polarización ideológica entre el fundamentalismo de derecha y el de izquierda contribuyeron, sin duda, la política externa de los Estados Unidos, por un lado, y el expansionismo soviético, por el otro. Lo más triste de todo esto es que los cristianos no ejercimos el discernimiento que nos da la fe para afirmar que Jesucristo es el único Señor a quien debemos lealtad absoluta y, basados en esa confesión, colocarnos por encima de esa polarización. Un ejemplo patético de la ideologización de la fe es el surgimiento de partidos políticos iniciados por los predicadores de la «iglesia electrónica» que durante el gobierno sandinista en Nicaragua (1979-1990), por ejemplo, se ocuparon de darle a la lucha ideológica el cariz de una batalla cósmica entre el Bien y el Mal y usaron su influencia para recaudar millones de dólares para los contras en Centroamérica. Lo eran también algunos teólogos de la liberación que concebían al marxismo como la historización del cristianismo y se dedicaron a fomentar la «violencia revolucionaria».
Desde la caída del sistema socialista en la zona de influencia soviética muchos cristianos dan por sentado que el «capitalismo democrático» no sólo es el único sistema posible sino también el único sistema deseable. Uno de los defensores más destacados de esta posición fue Michael Novak, quien defendió a pie juntillas esta posición y propuso una «teología de la liberación» que tomaba como punto de partida esta defensa del capitalismo. En la misma línea, actualmente en varios países de América Latina están surgiendo partidos políticos supuestamente «evangélicos» que dan por sentado que, en contraste con partidos que apoyan, entre otras cosas, la ideología del «matrimonio igualitario», adoptan posturas derechistas que dejan mucho que desear desde la perspectiva de la ética cristiana. A esto hace referencia el artículo del New York Times, Un matrimonio perfecto: evangélicos y conservadores en América Latina, por Javier Corrales, 19 de enero 2018.
El apoyo religioso a sistemas o ideologías políticas no es nada nuevo. Para las antiguas religiones paganas los dioses estaban íntimamente vinculados al Estado. Y a partir de Constantino, el Reino de paz del Mesías fue identificado con la Pax Romana. Esa fue la primera «teología política» del cristianismo: un Dios, un Salvador, un emperador, un reino, una fe. Así nació la cristiandad, es decir, el «mundo occidental y cristiano». Todo esfuerzo actual por vincular el Evangelio de Jesucristo con una ideología política o un sistema socioeconómico específico es una nueva versión de la herejía constantiniana.
Toda ideologización de la fe está bajo el juicio de la Palabra de Dios. Cuando ésta actúa, la gloria de Dios resplandece en el rostro del Cristo crucificado y el poder del amor desplaza al amor al poder. La cruz de Cristo establece la diferencia básica entre la fe cristiana y todas las religiones e ideologías. Cuando Cristo fue crucificado, la pena capital estaba reservada para los sediciosos, los subversivos, los perturbadores de la Pax Romana. A partir de la crucifixión de Jesús, el Mesías crucificado, ha quedado eliminada totalmente la posibilidad de una alianza incondicional entre la Iglesia y el Estado, sea cual sea su signo. Los seguidores de Cristo estamos llamados a «cristianizar» la política, pero jamás a politizar la fe; a morir por lo que amamos pero jamás a matar por lo que creemos. Cuando la fe cristiana se separa de la política, la Iglesia se convierte en un gueto y pierde su relevancia histórica; cuando la fe se politiza, la Iglesia se convierte en una mera institución secular y pierde su fidelidad al Evangelio. La voluntad de Dios es que estemos en el mundo sin ser del mundo.
Preguntas para debatir en grupo
1.¿Los cristianos que conocemos se consideran apolíticos? ¿Qué visión tienen de la política? En Romanos 13:1 el apóstol Pablo afirma: “Todos deben someterse a las autoridades políticas, pues no hay autoridad que Dios no haya establecido”. ¿Esta afirmación nos da base para brindar apoyo incondicional a las autoridades? ¿Es cierto que si uno es apolítico se convierte en sustentador del orden establecido?
2.¿Conocen evangélicos que se han involucrado directamente en la lucha política? ¿Tienen peso numérico los evangélicos en nuestro país? ¿Es factible una “política evangélica”? ¿Hasta qué punto es posible legislar la ética cristiana? ¿Qué modelo de sociedad es deseable desde nuestra perspectiva? ¿Cuáles son los medios más eficientes y a la vez más coherentes con la fe cristiana para realizar ese modelo?¿Vivimos en nuestro país la estigmatización de la derecha o de la izquierda por no definirnos a favor de una ideología y en contra de la otra? ¿Tenemos discernimiento suficiente para poner nuestra lealtad a Jesucristo como único Señor por encima de las polarizaciones ideológicas?
3.¿Damos por sentado que el “capitalismo democrático” es el único sistema posible y deseable? ¿Qué impacto tuvo el constantinismo históricamente al identificar el Reino de paz del Mesías con la Pax Romana? ¿Con qué ideología política o sistema socioeconómico vinculan los miembros de nuestra iglesia al Evangelio de Jesucristo, y qué efectos causa esta vinculación?
4.¿Por qué la crucifixión de Jesucristo elimina la posibilidad de una alianza incondicional entre la Iglesia y el Estado? ¿De qué maneras podemos “cristianizar” la política? ¿Vemos en líderes cristianos una tendencia a politizar la fe? ¿Nuestra iglesia tiene la tendencia a separarse de la política y convertirse en un gueto, o a politizarse y convertirse en una institución secular? ¿De qué maneras concretas podemos hacer política sin dejarnos manejar por ella?
2
¿Hay lugar para Dios en la política?
«La política es la imagen contemporánea del mal absoluto. Es satánica, diabólica, el hogar mismo de lo demoníaco». Esta afirmación no es de un evangélico «fundamentalista» que se ha aislado del mundo, ni de un «espiritualista» que niega la necesidad de relacionar la fe con la vida pública, ni de un cristiano de pocas luces que ve en todo la obra de Satanás. No. Es de uno de los intelectuales protestantes más destacados de nuestro tiempo, sociólogo y politólogo, ex profesor de la Universidad de Burdeos, escritor prolífico y hombre activo en la política francesa y especialmente en la resistencia al régimen nazi: Jacques Ellul.
Esta afirmación aparece en un capítulo dedicado al análisis de la política como «la esfera de lo demoníaco», un libro de Ellul sobre la fe cristiana (Living Faith, Harper & Row, Nueva York, 1983). En el desarrollo del tema el autor aclara que su acusación no es contra un tipo particular de política, de derecha o de izquierda, sino contra la política en sí, contra la política concreta; no la de las definiciones que enfatizan «el bien común» y «el interés público», sino la que se practica de hecho, la que tiene que ver con los medios para adquirir poder y mantenerlo frente a los enemigos.