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Este libro (y esta colección)

Dedicatoria

Epígrafe

Introducción a las ciencias del aprendizaje

¿Por qué el aprendizaje?

Homo docens

Aprender a aprender

El desafío de las máquinas

Parte I. ¿Qué es aprender?

1. Siete definiciones del aprendizaje

Aprender es ajustar los parámetros de un modelo mental

Aprender es aprovechar la explosión combinatoria

Aprender es minimizar los errores

Aprender es explorar el espacio de lo posible

Aprender es optimizar una función de recompensa

Aprender es acotar el espacio de investigación

Aprender es proyectar hipótesis a priori

2. Por qué nuestro cerebro aprende mejor que las máquinas actuales

Lo que aún le falta a la inteligencia artificial

Aprender es inferir la gramática de un dominio

Aprender es razonar como un buen científico

Parte II. Cómo aprende nuestro cerebro

3. El saber invisible: las sorprendentes intuiciones de los bebés

El concepto de objeto

El sentido del número

La intuición de las probabilidades

4. El nacimiento de un cerebro

Desde el comienzo, el cerebro del bebé está bien estructurado

Las autopistas del lenguaje

La autoorganización de la corteza

Los orígenes de la individualidad

5. Lo que adquirimos

¿Qué es la plasticidad cerebral?

El retrato de un recuerdo

Verdaderas sinapsis y falsos recuerdos

La nutrición, una pieza clave del aprendizaje

Posibilidades y límites de la plasticidad sináptica

¿Qué es un período sensible?

Una sinapsis debe estar abierta o cerrada

Milagro en Bucarest

6. Reciclen su cerebro

La hipótesis del reciclaje neuronal

Las matemáticas reciclan los circuitos del número

La lectura recicla los circuitos de la visión y de la lengua hablada

Divisiones, ecuaciones y rostros

Los beneficios de un ambiente enriquecido

Parte III. Los cuatro pilares del aprendizaje

7. La atención

Alerta: el cerebro sabe cuándo prestar atención

Orientación: el cerebro sabe a qué prestar atención

Control ejecutivo: el cerebro sabe cómo procesar la información

Aprender a prestar atención

Presto atención si prestas atención

Enseñar es prestar atención a la atención del otro

8. El compromiso activo

Un organismo pasivo no aprende

Procesar en profundidad para aprender mejor

El fracaso de las pedagogías del descubrimiento

Sobre la curiosidad, y cómo despertarla

Saber qué y cuánto sabemos multiplica la curiosidad

Tres maneras de atentar contra la curiosidad en la escuela

9. El error es productivo y dar un buen feedback es garantía de mejores aprendizajes

La sorpresa, motor del aprendizaje

El cerebro está repleto de mensajes de error

Feedback no es sinónimo de castigo

La calificación, ese penoso sucedáneo del feedback

Evaluarse para aprender mejor

La regla de oro: planificar intervalos entre los aprendizajes

10. La consolidación

Liberar los recursos cerebrales

El sueño, un ingrediente clave

El cerebro dormido revive los episodios de la víspera

Sueño de un descubrimiento de verano

El sueño, la infancia y la escuela

Conclusión

Agradecimientos

Bibliografía

Créditos de material gráfico

Stanislas Dehaene

¿CÓMO APRENDEMOS?

Los cuatro pilares con los que la educación puede potenciar los talentos de nuestro cerebro

Edición al cuidado de
Yamila Sevilla y Luciano Padilla López

Traducción de
Josefina D’Alessio

Dehaene, Stanislas

© 2019, Stanislas Dehaene

© 2019, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Este libro (y esta colección)

Adorable puente se ha creado entre los dos.

Gustavo Cerati, “Puente”

Un primer saber […] necesario para la formación docente, desde una perspectiva progresista[:] Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción.

Paulo Freire, Pedagogía de la autonomía

Cuanto más estudio el cerebro humano, más me impresiona.

Stanislas Dehaene, en este mismo libro

En muchas universidades del mundo existen facultades o escuelas de Ciencias de la Educación; por supuesto, siguen las líneas clásicas y las más renovadoras de los últimos siglos en cuanto a pedagogía y otras disciplinas sociales y humanas. Pero a veces da la sensación de que dejaron en suspenso algunas ciencias y que, pasados ya los tiempos de Piaget, hubo cierto divorcio con el trabajo de laboratorio. ¿Qué fue de los experimentos, las evidencias y los conocimientos que la psicología cognitiva, la computación y, muy especialmente, las neurociencias aportan para mejorar nuestras experiencias de aprendizaje y de enseñanza? Mientras vemos naufragar programas educativos, mientras nos quedamos con más errores o mitos que pruebas, nos llegan noticias de los enormes avances de los estudios acerca de nuestra conciencia, el procesamiento de la información en el cerebro o la plasticidad neuronal que deberíamos aprovechar cuanto antes en las aulas.

Al otro lado del río, el estudio del cerebro viene prometiendo una revolución en nuestro conocimiento de cómo y por qué hacemos lo que hacemos y hasta cómo mejorar nuestro desempeño en diversos órdenes de la vida. Así, aunque los frutos son muy recientes, la tentación de vincular la investigación con el mundo educativo siempre ha sido importante. Pero el pasaje nunca es tan simple y la expectativa es tan grande que esas promesas se exponen al riesgo de resultar engañosas.

Lo cierto es que durante muchos años los grandes logros de los laboratorios neurocientíficos se quedaban allí… en el laboratorio y, aunque supiéramos cada vez más sobre la memoria, la motivación o el alerta, las consecuencias no se veían en las aulas. Quizá por esto mismo, en la década de 1990 –ayer nomás– apareció un trabajo de John Bruer llamado “Neurociencias y educación: un puente demasiado lejos”. La respuesta llegó ya avanzado este siglo, con investigaciones que respondían “es tiempo de construir el puente”, delineando cómo por fin la escuela podía considerarse un campo para aplicar los frutos de la cerebrología.

Uno de los constructores del puente es Stanislas Dehaene, sin duda uno de los más importantes neurocientíficos contemporáneos. Con un rigor y un carisma a toda prueba, nos convence de que si existe un destino para los humanos, es el de aprender, tanto con lo que traemos de fábrica como con ese acelerador de mentes que llamamos escuela. Pero allí, en esa escuela, debemos considerar también el funcionamiento de la memoria (necesaria aunque no goce de la mejor prensa), el rol de la atención, la importancia del sueño y hasta de una buena alimentación. Y, también, explorar ciertas patologías del desarrollo como ventanas abiertas que nos permiten contemplar y comprender las funciones cerebrales.

Si de aprendizaje se trata, no podemos dejar de lado a las máquinas, que prometen (o amenazan con) entender procesos cada vez más complejos e incluso enseñarse a sí mismas, configurando modelos del mundo que se acercan a la realidad y que algunos agitan como un fantasma. Sin embargo, el autor nos tranquiliza recordando que –al menos por ahora– detrás de toda gran máquina hay siempre un gran ser humano. Y que ese mismo ser humano procesa datos, aprende y resuelve problemas mil veces más rápido que cualquier inteligencia artificial que quiera hacerle sombra.

Y es que, en el fondo, ¿por qué aprendemos? ¿Tenemos un instinto de aprendizaje? Podemos considerar las investigaciones clásicas sobre el canto de los pájaros para proponer que sí, lo tenemos. Muchos pajaritos suelen aprender sus músicas de otros tutores a los que imitan, para luego agregar un toque personal que les permitirá desempeñarse mejor en la Ópera entre los árboles. Cual pajaritos, los bebés parecen venir de fábrica con ese instinto, lo que los lleva velozmente a hablar, cantar, comer caramelos o desarmar los juguetes. Las investigaciones de Dehaene y sus colegas demuestran inequívocamente que el cerebro de los bebés ya cuenta con herramientas aritméticas, lingüísticas y con un GPS muy refinado: el bebé es, desde el comienzo, una máquina de aprender. Crecer es, quizá, exagerarse a uno mismo, poner en práctica ese plan innato que se va enriqueciendo a lo largo de la vida. Como en el Aleph de Borges, el cerebro en desarrollo puede ser “uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos” (algo que Dehaene nos aclara cuando encuentra en la teoría de Thomas Bayes la posibilidad de pensar al niño como a una suerte de estadístico).

Uno de los hallazgos prácticos de este libro es la propuesta de los cuatro pilares del aprendizaje, que permiten mejorar de verdad la educación. Ya los conocerán en detalle, pero vale la pena al menos enumerarlos para que esos principios virtuosos empiecen a abrirse camino en sus neuronas:

Con esos cuatro jinetes del aprendizaje, y desplegando la evidencia empírica que funda cada una de sus afirmaciones, Dehaene pone a la vista cuáles son las consecuencias prácticas de sus investigaciones.

Por si fuera poco, luego de este extraordinario paseo por los recovecos del cerebro que aprende, también conoceremos a otro Dehaene, el que se calza el traje de hacedor –no por nada es el presidente del primer Consejo Científico del Ministerio de Educación de Francia– y recuerda que la educación pública debe ser siempre una de las primeras prioridades del Estado. Así, en la conclusión nos regala trece recomendaciones para optimizar el potencial de los niños en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Del laboratorio y la mente del autor al aula y a nuestras casas, sin escalas.

Adorable puente se ha creado entre las neurociencias y la educación. Stanislas Dehaene es ese puente. Este libro es ese puente. Podemos cruzar tranquilos.

La Serie Mayor de Ciencia que ladra es, al igual que la Serie Clásica, una colección de divulgación científica escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.

Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que cabalga.

Diego Golombek

Para Aurore, que acaba de nacer,

y para todas aquellas y todos aquellos

que fueron bebés alguna vez

Comenzad, pues, por estudiar mejor a vuestros alumnos; seguramente no los conocéis.

Jean-Jacques Rousseau, Emilio o De la educación (1762)

Cosa extraña y casi pasmosa: conocemos todos los recodos del cuerpo humano, ya catalogamos todos los animales del planeta, describimos y bautizamos cada brizna de hierba, y durante siglos dejamos las técnicas psicológicas libradas a su empirismo, como si fueran menos importantes que las utilizadas por quienes nos curan, nos crían y educan o cultivan los campos.

Jean Piaget, La pedagogía moderna” (1949)

Si no sabemos cómo aprendemos, ¿cómo podríamos saber cómo enseñar?

Leo Rafael Reif, presidente del MIT (2017)