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Introducción. Juzgar, pensar, comprender

Parte I. La política, más acá del bien y del mal

1. “Es por eso, señor Eichmann, que usted debe ser colgado”. De Eichmann en Jerusalén a los “Juicios” en la Argentina

2. Más acá del bien y del mal. Hannah Arendt y el Billy Budd de Melville

3. “Crímenes que no se pueden punir ni perdonar”. Pensar, con Hannah Arendt, en el debate sobre el pasado reciente en la Argentina

4. Idoneidad moral, culpabilidad criminal, responsabilidad individual. Reflexiones sobre la “excepción” Milani

5. Una escena común del interés público (o las dificultades del debate sobre el pasado reciente)

Parte II. Discusiones

6. Reconciliarse… ¿con quién?

7. La delicada construcción de una memoria plural

8. Complicidad, adaptación, resistencia (o la complejidad de las zonas grises)

9. Sobre el legado infranqueable del Nunca más: ¿cómo leer el pasado, cómo imaginar el futuro?

Referencias bibliográficas

Sobre los textos

Claudia Hilb

¿Por qué no pasan los 70?

No hay verdades sencillas para pasados complejos

Hilb, Claudia

© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Introducción

Juzgar, pensar, comprender

Hace más de treinta años, el histórico Juicio a las Juntas Militares, sostenido en el informe Nunca más, asentó la piedra fundacional de la recuperación de la institucionalidad democrática en la Argentina. No creo equivocarme si afirmo que, cuando miramos hacia atrás, ya poco importan los debates y polémicas que rodearon la decisión de llevarlo a cabo; ese hecho, simbolizado en las palabras del informe, “nunca más”, persiste como un legado compartido, en el que todas las conciencias antidictatoriales, todas las voluntades de terminar, para siempre, con la barbarie, podemos reconocernos transgeneracionalmente.

Desde entonces, distintos momentos de nuestra vida en común pusieron en escena disputas a veces arduas respecto de la mejor manera de construir la comunidad política sobre ese legado, sobre la manera de preservarlo, de prolongarlo y nutrirlo. Esas disputas estuvieron, en ocasiones (tal vez demasiadas), atravesadas por argumentos interesados en acarrear agua al molino propio, antes que en preservar lo común; en aprovechar una coyuntura favorable, antes que en buscar la consolidación de una comunidad política; en hacer valer afirmaciones ininterrogadas, antes que en explorar verdades compartidas. Pero aun en esos casos, esas disputas iluminaron, queriéndolo o no, los ángulos difíciles, irresolubles, de nuestros consensos elementales, y nos permitieron pensar las imposibilidades de salidas perfectas al horror del que emergimos a partir de diciembre de 1983, las dificultades de que aquello que he llamado la piedra fundacional de la recuperación de la institucionalidad democrática pueda, por ella misma, dar una respuesta definitiva a todas las preguntas que el tratamiento ético, jurídico y político del mal en política suscita a quienes sobrevivimos a él.

Es sobre esa piedra fundamental, sobre ese legado compartido, que quiero inscribir los ensayos que componen este libro. Escritos entre 2013 y 2017, los textos prolongan una reflexión iniciada varios años antes y plasmada en un primer libro, Usos del pasado, también publicado por Siglo XXI. Pero a la vez que se inscriben en la misma vocación, esto es, en el intento de interrogar nuestro pasado reciente, y muy en particular nuestro modo de lidiar con ese pasado –“qué hacemos hoy con los setenta”, se preguntaba el subtítulo del libro anterior–, refuerzan una preocupación que, si bien se hallaba presente, no aparecía tan nítida en aquel volumen o sólo despuntaba en sus textos más tardíos. A saber: la de interrogarme respecto de los límites, que hoy concibo como ineludibles e inevitables, con que nos enfrentamos cuando nos preguntamos cómo juzgar crímenes atroces. Límites que hacen, por una parte, al carácter inconmensurable de un mal que excede aquello que la ley ha podido contemplar; límites que hacen asimismo a la comprensión de qué es la culpa criminal, cuando nos confrontan con el enigma de una obediencia a órdenes atroces por parte de hombres, u hombres y mujeres (pero mucho más, de hombres), que no necesariamente son seres anormales, bestiales, pero que han cometido actos horrendos. Límites que nos confrontan, también, con la pregunta de si es posible, y de qué manera, establecer la graduación que conduce de las conductas evidentemente criminales, de responsables o subordinados, a otras guiadas por la cobardía o, más comprensiblemente, el miedo (pasando por conductas acomodaticias con diversas motivaciones). Límites, por fin, que desafían cualquier pretensión de poder definir, de una vez por todas, por encima y por fuera de la ley que ha de juzgarlos, los contornos precisos del bien y del mal, por más que creamos muchas veces saber dónde está el bien, y por más que el mal nos golpee con la evidencia de lo absolutamente inaceptable.

La primera parte del libro, “La política, más acá del bien y del mal”, está compuesta de cinco capítulos que, de una u otra manera, convergen en esta preocupación, en una clave que pone en relación la interrogación teórica con la reflexión política.

La pregunta acerca de los límites de aquello que puede la ley, frente a crímenes que sobrepasan lo que aquella habría podido prever, frente a lo que podemos considerar un mal más allá del mal, es el centro de la indagación del primer capítulo, “Es por eso, señor Eichmann, que usted debe ser colgado”. Tal como anticipa su título, que reproduce la frase final del posfacio de Hannah Arendt a su libro Eichmann en Jerusalén, intento allí reflexionar sobre la inadecuación de la norma frente al mal extremo, y sobre la tensión probablemente ineludible que, en consecuencia, se plantea entre norma y excepción cuando nos vemos confrontados con crímenes de lesa humanidad.

El capítulo siguiente, “Más acá del bien y del mal”, retoma la interrogación sobre el problema de los límites de la ley, si la consideramos a la luz de una concepción absoluta del bien y del mal. Pero intenta sugerir también, a través de una lectura, nuevamente de Arendt, que el pensar y juzgar políticamente no pueden sino situarse en el terreno de los asuntos humanos, y que si queremos vivir en una comunidad compartida, debemos aceptar que la ley esté siempre, necesariamente, más acá del mal radical, pero también más acá del bien absoluto.

Si alguna falta hiciera, el tercer capítulo vuelve a poner en evidencia cuán importante resulta para mí el diálogo con la obra de Arendt cuando intento lidiar con estos problemas. En “Crímenes que no se pueden punir ni perdonar”, prolongo una reflexión iniciada hace algunos años sobre las posibilidades y las dificultades del perdón, y para ello rastreo el modo en que el tópico del crimen imperdonable recorre la obra arendtiana. Ese recorrido me llevará a interrogar la posibilidad de disociar –en ciertas condiciones– el crimen imperdonable del criminal que lo ha cometido.

La compleja relación entre norma y excepción en la salida de regímenes de terror es también el eje del capítulo dedicado al caso Milani, que analiza los argumentos con los cuales quienes defendieron a rajatabla la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad a partir de 2005 enfrentaron en 2013 el nombramiento al frente de las Fuerzas Armadas de César Milani, sospechado de ser partícipe en al menos dos casos de este tipo de delitos. Como intento mostrar, muchos de los argumentos de quienes defendieron ese nombramiento son difícilmente compatibles con la política general que sostenían respecto de dichos juicios, y ponen de relieve a la vez el carácter oportunista de su defensa de Milani, pero también –probablemente de modo involuntario– las preguntas que suscita dicha política general.

Por fin, el último capítulo de la primera parte retoma la conferencia inaugural que pronuncié en agosto de 2017 en el congreso de la Sociedad Argentina de Análisis Político. El texto –titulado “Una escena común del interés público”– se interroga, sobre todo, respecto de la responsabilidad en la preservación de un espacio común de debate y de disenso de quienes expresan una palabra pública, y fue escrito en un contexto en que la controversia sobre el pasado reciente mostraba, a mi entender, señales preocupantes de degradación. Intento allí defender la práctica de una reflexión responsable y no facciosa sobre ese pasado, sustentada en la asunción de un terreno común de nuestra comunidad política democrática –el terreno del Nunca más. Con ese fin, me concentro en tres hechos sucedidos en los meses que precedieron a la elaboración de esa conferencia, para buscar reponer las preguntas que los pronunciamientos políticamente interesados o partidistas tienden generalmente a ocluir.

La segunda parte del libro (“Discusión”) conserva la misma preocupación que la primera, pero se distingue de ella en tanto está compuesta de cuatro textos que respondieron, cada vez, a solicitudes particulares: dos son comentarios de libros, pensados como textos de presentación; los restantes, intervenciones en publicaciones periódicas. Las reflexiones que, en la primera parte, se desarrollan en un diálogo con la teoría política, acá se ponen en movimiento, me atrevería a decir, con un afán más explícito de intervención pública.

“Reconciliarse… ¿con quién?”, escrito en respuesta a una invitación de la revista Criterio, plantea cuáles pueden ser las condiciones imaginables para un discurso sobre el perdón, o para una escena de una eventual reconciliación, que no pretenda simplemente contribuir a exonerar a los actores de su responsabilidad y su culpa.

Por su parte, “La delicada construcción de una memoria plural” se sirve de la ocasión de presentar el libro Hijos de los 70, de Carolina Arenes y Astrid Pikielny, para retornar sobre la imposibilidad de una salida perfecta de un pasado traumático, de las tensiones dramáticas entre ley y justicia, y para preguntarse sobre el modo en que estas tensiones impactan sobre las vidas individuales de los hijos de los actores –hijos de las víctimas y los victimarios– de nuestro pasado reciente.

En “Complicidad, adaptación, resistencia (o la complejidad de las zonas grises)”, vuelvo sobre un tema ya presente en el texto sobre César Milani: el del desafío, intelectual, moral y político, de pensar las diferentes gradaciones de la responsabilidad y la culpabilidad, sin subsumir nuestros juicios bajo nuestras opciones políticas o la exhibición ininterrogada de una supuesta superioridad moral. La ocasión para ese ejercicio fue la presentación del libro ¿Usted también, doctor?, de Juan Pablo Bohoslavsky.

Por fin, el último texto, “Sobre el legado infranqueable del Nunca más: ¿cómo leer el pasado, cómo imaginar el futuro?”, fue publicado en La Nación en ocasión del 30º aniversario del retorno a la democracia. Sostengo allí –como también lo hago en otros capítulos del libro– que la discusión contradictoria, franca, responsable sobre el tratamiento del pasado traumático sólo puede hacerse sobre la escena compartida del Nunca más, esto es, sobre la asunción común de que el disenso es legítimo, necesario e inevitable, pero que para serlo exige a su vez la convicción compartida de que en nuestro país no debió haber sucedido nunca, no debe suceder nunca más, no debemos tolerar nunca más, la barbarie militar, las desapariciones, el robo de niños nacidos en cautiverio –en una palabra, una forma hasta entonces desconocida entre nosotros de acción estatal criminal, una forma inimaginada de mal–.

Para concluir, quiero reconocer cierta inquietud que se percibe, según creo, en el quinto capítulo, “Una escena común del interés público”, respecto de que la asunción compartida del Nunca más, que tal como afirmo al comienzo de este prólogo ha constituido y debe, a mi entender, seguir constituyendo de manera irreductible la escena sobre la cual pueden hacerse oír nuestros disensos, pueda estar sufriendo una erosión, maltratada por unos y otros en el afán de aprovechar la ocasión para afirmar una postura, o para debilitar al adversario. No sé si este libro podrá contribuir a sostener la idea –en la que creo firmemente– de que no es el silencio ni el ocultamiento, no es la conveniencia ni los prejuicios transformados en verdades inexaminadas, sino el debate responsable, el compromiso ético, el cuidado de lo común, lo que puede ayudar a consolidar esa escena compartida para la generaciones posdictatoriales.

Termino agradeciendo una vez más a Siglo XXI, y en particular a su director Carlos Díaz, y mi editora, Caty Galdeano, por haber creído que valía la pena dar nuevamente a mis ideas dispersas la forma de un libro, y por haber obrado para que ese libro fuera el mejor que mis textos podían permitir. Igualmente, agradezco a todos los colegas y amigos –en particular, a mis jóvenes colegas del grupo de investigación que nos nucleó en el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales– con quienes he discutido estos tópicos, siempre francamente, muchas veces ardorosamente, en los años en que escribí estos textos –años de clivajes fuertes que sin embargo no impidieron que los amigos con los que disentía siguieran siendo mis amigos, y yo la suya, y que ellos me siguieran respetando, y yo a ellos–.

Por fin, como me sucedió con Usos del pasado, quiero repetir que, cuando escribo sobre el pasado traumático que nos tocó atravesar, tengo presentes siempre a todos los amigos entrañables que fueron víctimas del terror estatal, y me pregunto una y otra vez con quiénes habría coincidido, con quiénes habría disentido, si no hubieran sido entonces asesinados de maneras que apenas me atrevo a imaginar. Y pienso también, cada vez más, en las generaciones más jóvenes, que merecen que nosotros, los actores de ese pasado, podamos legarles algo más que la insistencia en nuestras convicciones de entonces, convertidas en clichés y verdades ininterrogadas. Que merecen que les leguemos la posibilidad de pensar libremente el futuro. Y que podrán hacerlo porque nosotros, los actores de entonces, habremos asumido nuestra responsabilidad por el pasado.

I

La política, más acá del bien y del mal