808.51 / Q78c 2019
Quintero Díaz, Aydel
La construcción del personaje público: estrategias teatrales para comunicarse con efectividad / Aydel Quintero Díaz. Bogotá: Colegio de Estudios Superiores de Administración - CESA, 2019. 196 p.
DESCRIPTORES:
1.Hablar en público - Estrategia y técnicas - Manuales 2.Oratoria - Estrategia y técnicas 3.Comunicación oral - Estrategia y técnicas 4.Persuación (retórica) 5.Éxito personal
© 2019 CESA - Colegio de Estudios Superiores de Administración
© 2019 Aydel Quintero Díaz
ISBN Digital: 978-958-8988-36-8
ISBN Físico: 978-958-8988-35-1
Editorial CESA
Casa Incolda
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editorialcesa@cesa.edu.co
Bogotá, D.C, junio de 2019
Dirección: Editorial CESA
Corrección de estilo: José Ignacio Curcio
Diagramación: Yimmy Alberto Ortiz A.
Impresión: Imageprinting Ltda.
Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito.
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Prólogo
Introducción: el orador como actor
La organicidad. No se trata de que uno se vuelva falso
Los actores ensayan y repiten
La técnica te llevará a ti…
Capítulo 1. El cuerpo escénico
La presencia plena en el escenario
Relajación del cuerpo
¿Qué hacer con las manos? Gestos rítmicos y gestos icónicos
La verdad está inscrita en el rostro. Rostro y persona, rostro y pensamiento, rostro y empatía
Los ojos son el espejo del alma…
Capítulo 2. La voz escénica
Dicción y claridad. Dicción y estatus
Resonancia, potencia y proyección
Las palabras énfasis
Tono y entonaciones
El ritmo del habla
Manejo del volumen
Hablar en imágenes
La unidad voz-cuerpo
Capítulo 3. El libreto (tu discurso)
Las preguntas iniciales
La escena inicial: el gancho de entrada
Cierres impactantes
Técnicas para lograr emoción en la audiencia
Habilidades narrativas
Texto, contexto y subtexto
Hablemos de Pepe Grillo (el diálogo interno)
Epílogo. La puesta en escena
Referencias
Bibliografía
Agradecimientos
Notas al pie
Dice un adagio popular que nos pasamos la vida representando. Varios personajes famosos del teatro, algunos textos y dramaturgos también han referido que la vida es una especie de teatro en el que cada cual trata de representar su mejor personaje. La película “Matrix” sugirió que este mundo, como lo conocemos, es una gran ilusión creada por otros, y cada uno vive su vida de acuerdo con ciertos programas que le han sido asignados. Hay algo de verdad en ese planteamiento.
¿Que nos pasamos la vida representando? Sí, pues cada vez que estamos ante alguien, ese es nuestro público, y nos convertimos en un “personaje”, uno que hemos construido durante años, o hace un ratico, apenas para el momento. Por ejemplo, queremos darle un consejo a nuestros hijos y de repente somos casi como Obi Wan Kenobi: un excelente mentor o guía. Vemos a la chica o el chico que nos gusta y hay ocasiones en que, sin haberlo preparado, entra en escena una majestuosa representación del Don Juan, o de Julieta. A veces nos sorprendemos, y nos decimos: “No sabía que fuera capaz de actuar así”. En la medida de lo posible buscamos que nuestras actuaciones cotidianas partan de la verdad, aunque hay instantes en que mentimos, y lo logramos hacer tan bien que nuestros espectadores creen lo que les decimos. En otros momentos el público se dará cuenta de que nos sobreactuamos, y nos espetará, como ocurre ante una mala actuación: “No te creo”. Para un actor es terrible sentirse falso, o que sus espectadores o el director sientan que su acto no es orgánico, “natural”, verosímil (luego examinaremos en detalle estas palabras). Los actores profesionales se entrenan durante años, y aprenden técnicas que les permiten desarrollar su oficio a fin de dar vida a la verdad escénica. La mayoría de las exploraciones relacionadas con el arte del actor en el siglo XX se enfocaron en ello.
Por lo general cada ser humano interpreta su papel cuando desea expresar ante un público una idea o un sentimiento, y para ello cuenta con las herramientas vocales y corporales, y también con un texto elaborado y aprendido previamente; es el caso, por ejemplo, de un político que arenga a sus posibles electores, o un gerente que presenta a su equipo el plan de trabajo para la empresa, o de un vendedor que trata de conquistar a su clientela, etc.). Dicha interpretación debe ser lo más convincente y cautivadora posible. Sin embargo, si la persona que va a hacer la intervención no ha sido entrenada como actor con frecuencia se verá envuelta en serias dificultades: le temblará la voz o se le hará “un nudo en la garganta”, o no sabrá dónde ubicar sus manos y terminará por tensionarlas o sentirlas inutilizadas, o de pronto la expresión de su rostro se pondrá rígida y no podrá reflejar convenientemente las emociones presentes en sus palabras, o se enredará con muletillas, o quizá sus pies no estarán firmemente asentados en el suelo como si se fuera a elevar o quisiera salir corriendo del lugar.
Son situaciones que por lo general tienen que ver con el miedo escénico que asalta a muchas personas al querer exponer sus ideas en público. Pero, ¿de dónde surge ese miedo? Podemos decir que mayormente del desconocimiento de las reglas. Si a alguien que no ha estudiado medicina lo conducen a una sala de cirugía y le dicen que le practique una cirugía de corazón al paciente que tiene enfrente con certeza dirá que no; es más, de sólo pensar en hacerlo puede llegar a sentirse terriblemente atemorizado; sin embargo, para un cirujano cardiólogo dicha situación es común, y no se sentirá estresado pues conoce las reglas y sabe cómo practicar la cirugía. Igualmente, para un piloto experimentado una turbulencia fuerte, o incluso alguna falla técnica en el avión lo motivan a concentrarse, es parte de su oficio, ha sido entrenado para eso; en cambio el pasajero que está temeroso de volar puede entrar situación de pánico.
Lo mismo ocurre con el arte de hablar en público. Este es, ante todo, un ejercicio escénico. ¿Y quiénes conocen las reglas de la escena? ¿Quiénes se sienten a gusto interpretando un papel frente a los espectadores, o saben qué hacer cuando, por ejemplo, una música o una luz no entran en el momento apropiado durante una representación teatral? Los actores. Ellos han acumulado durante años un saber que les permite captar estratégicamente la atención de los espectadores. Conocen ejercicios para proyectar la voz, y usar toda su riqueza expresiva. Saben desplazarse con seguridad en el escenario, y construir eso que llaman “presencia escénica”, algo sobre lo cual también ahondaremos más adelante.
Mediante un enfoque escénico de la comunicación oral y del acto de hablar en público el lector podrá descubrir a través de las páginas de este libro al actor que habita en él. En los últimos años se ha publicado abundante bibliografía relacionada con el tema, gran parte de la cual se centra en brindar algunas recomendaciones al futuro expositor para que aprenda a sortear las situaciones que se le presentan cuando está ante a un grupo de espectadores; sin embargo, a muchos esos consejos no les ayudan a solucionar el problema y, en ocasiones hasta les causa más estrés. Un actor que ha sido entrenado no tiene que preocuparse por su voz cuando está hablando, tampoco por lo que hace su cuerpo porque previamente ha desarrollado y puesto a prueba sus habilidades. Podríamos decir que ha afinado su instrumento de modo que puede “tocar cualquier melodía”. Tampoco se angustia si algo sale mal en el escenario porque ha desarrollado su capacidad para la improvisación, conoce muy bien su libreto, su personaje, su hacer escénico, y con eso puede fluir sin problemas. Es más, muchos actores “se crecen” cuando deben improvisar, e incluso mejoran su puesta en escena. Parafraseando a Cicerón, el buen orador es simplemente un actor al que se le conoce con otro nombre. En la vida debemos enfrentar situaciones en las que debemos representar un personaje y hacerlo de manera orgánica, creíble; en muchas circunstancias en que, por la razón que sea, nos vemos impelidos a hablar frente a un grupo de personas, sería conveniente contar con las herramientas y la preparación de un actor. ¿Se puede? ¡Claro que sí! Afortunadamente en el siglo XX hubo un florecimiento del arte interpretativo. Gracias a grandes maestros e investigadores, como el ruso Constantin Stanislavski, el polaco Jerzy Grotowski, el italiano Eugenio Barba, entre otros, hoy en día los actores cuentan con un sinnúmero de técnicas para entrenarse y aprender a crear la vida escénica.
Dado que su oficio es complejo y requiere desarrollar una gran versatilidad expresiva el actor se prepara durante años; sin embargo el orador, el expositor, el político, el gerente, o el abogado no precisan practicar tanto tiempo. Es más, con las técnicas y ejercicios que brinda este libro el lector podrá conseguir resultados excepcionales en corto tiempo. Practicando las técnicas y atendiendo a los consejos aquí expresados podrá desarrollar las habilidades necesarias para no sentirse envarado al tener que desenvolverse públicamente. La mejor prueba de ello son los más de quince años que llevamos trabajando con clientes de todo tipo, y viendo sus cambios.
Lo que aprenderá también será de gran utilidad en su vida diaria: actuará espontáneamente, seguro de sí, abierto, flexible de cuerpo y de pensamiento, y podrá ser el guionista y el actor de la obra de teatro que representa en la vida, en todo momento. También aprenderá a sortear las situaciones difíciles que se le presentan diariamente, viéndolas como una historia por construir y actuar. Y es que no solo adquirirá nociones de actuación, sino también aprenderá cómo se arma un drama a partir de los conocimientos legados por los grandes dramaturgos, cómo cautivar la atención del público durante dos, tres o más horas, qué ingredientes debe tener su historia para lograr los resultados deseados. A lo largo de los capítulos encontrará pautas que le permitirán estructurar adecuadamente las actuaciones apropiadas para cualquier tipo de espectadores.
Hamlet decía que el teatro debía ser el espejo de la naturaleza humana. Y eso ha hecho este arte por años. Ahora que el teatro ha acumulado un gran saber es momento de preguntarse ¿cómo soy?, ¿qué me cautiva?, ¿qué habilidades necesito desarrollar para conquistar la emoción y la energía de mis espectadores? Estoy seguro de que el lector hallará en cada capítulo respuestas fascinantes para muchos de sus interrogantes.
Inicialmente se analiza por qué se es actor de la propia vida, qué es ser orgánico y cómo se construye la verdad escénica. Luego se prepara el cuerpo para el desafío escénico, enfocándose en la mirada, el rostro, las manos, la postura, los pies, y cómo desplazarse por el escenario; a continuación se analizan la voz y las técnicas apropiadas para proyectar adecuadamente el sonido, manejar el tono, la musicalidad, el ritmo, los tiempos y la dicción, entre otros, a fin de desarrollar una voz más expresiva, plena y potente, que le confiera seguridad. Posteriormente se detalla la forma de armar una historia, cómo empezarla y cómo terminarla, qué elementos la hacen avanzar sin que se pierda la atención del público y en caso contrario cómo incrementarla. Por último se profundiza en el montaje de una excelente puesta en escena a partir de alguna de nuestras presentaciones. En cada capítulo el lector hallará teorías y muchas prácticas y ejercicios. Este texto, parte no solo de mis experiencias como actor, sino de muchos años dedicados a entrenar personas que se generalmente se consagran a hablar en público. En varios momentos también me referiré a teorías y experimentos científicos recientes, sobre todo de la neurociencia afectiva, que sustentan lo que el teatro dice, y que he comprobado a través de la práctica. Es preciso aclarar que por respeto con los clientes no daré sus nombres; sin embargo, los ejemplos tienen siempre un referente real, y en esa medida ayudan a validar mis planteamientos.
Este libro está diseñado como un manual que se puede seguir paso a paso para facilitar el aprendizaje, y en definitiva, ayudar a escribir y representar de manera creíble y cautivadora el mejor “personaje público”.
En una ocasión asesoré a un reconocido político que necesitaba mejorar sus habilidades de comunicación oral. Cuando llegué a su oficina, y prácticamente antes de saludar, me dijo con tono prevenido: “Tengo una manera de ser y de comportarme por la cual soy reconocido por la opinión pública. Espero que usted no intente convertirme en algo que no soy”. El mismo temor de esa persona lo he encontrado en diferentes personas con las que he trabajado, pues en cuanto saben que van a ser entrenados por un actor, a sus mentes acude la idea de lo teatral, algo que está muy alejado del verdadero arte escénico. Identifican el teatro con algo “falso”, con sobreactuación. De hecho, algunos rechazan la asesoría aludiendo que prefieren ser entrenados por un comunicador social, por un psicólogo o por alguien que practique el coaching. Sin desconocer lo valioso que puede ser el aporte de esos asesores, realmente son los actores quienes, por su condición y estudios profesionales, están más preparados para entrenar en temas relacionados con superar el temor escénico, manejar la voz y el cuerpo en el escenario, expresar sentimientos y emociones de manera creíble, interpretar un texto, etc.
Ahora bien, no todos los actores están igualmente capacitados. Llegué a Colombia el 14 de enero de 2003. Me había graduado de Artes Escénicas en el Instituto Superior de Arte, una universidad cubana especializada en carreras artísticas. En ese mismo centro de altos estudios cursé un doctorado en Ciencias sobre Arte. Con mis títulos en mano empecé a buscar trabajo y, por casualidad, llegué a una academia de artes escénicas muy reconocida en Bogotá. Allí me presenté ante la directora, quien, de manera muy displicente me dijo que no confiaba en los cubanos, porque hacía algún tiempo había sido estafada por uno de ellos. Incluso dudó de mis títulos, me dijo que mi doctorado podía ser falso. Sin embargo, me remitió con la directora del departamento de voz escénica, quien también se encargaba de los cursos empresariales que ofrecía la escuela. Un tiempo después supe que la instrucción que la directora le había dado había sido “!despache rápido a ese cubano!”. La directora del departamento de voz, Ivette Consuelo Hernández, tenía una particularidad que hizo que nos entendiéramos muy rápido. Ella había estudiado Fonoaudiología en la Universidad del Rosario, pero también le gustaba mucho el teatro, y había asistido a talleres de actuación con uno de los grupos de teatro más importantes de la escena colombiana y latinoamericana: “La Candelaria”. Por eso su enfoque sobre la voz combinaba aspectos clínicos con aspectos escénicos. Ivette me invitó a almorzar, y me pidió que le mostrara mi tesis de doctorado. Coincidencialmente mi tesis estaba enfocada en el estudio de la técnica vocal del actor y sus conexiones con el desarrollo de la cultura del texto dramático. Ivette leyó el documento y…, le gustó. Entonces me invitó a que me ocupara de uno de los cursos de voz que la academia ofrecía a los actores. Fue a una de mis clases, y a partir de ahí nos empezamos a conectar profesionalmente. No puedo decir que se trató de un amor a primera vista, pero sí a segunda o tercera. La academia dictaba talleres de técnicas para hablar en público liderados por Ivette Consuelo. Cierto día me propuso que, usando mis conocimientos actorales, prepara un curso de expresión corporal orientado a altos directivos. Mi primera respuesta fue negativa. En ese entonces me ganaba la soberbia: venía de una prestigiosa universidad, tenía altos estudios de doctorado, y estaba preparado para formar actores, dramaturgos, pero no iba a “gastar” mi tiempo y mis conocimientos en darles clasecitas de expresión corporal a unos empresarios “no actores”. Ivette fue muy sabia y logró persuadirme. Me dijo que iba a tardar en introducirme en el medio artístico colombiano, el cual, por demás, era bastante difícil; sin embargo, en el mundo empresarial tenía una posibilidad de trabajo y de investigación enorme y pronta. Ella venía trabajando en una metodología que le permitiera mezclar la fonoaudiología con el teatro para entrenar a personas en el arte de la comunicación. Decidió confiar en mí, gracias precisamente a mis estudios superiores en las artes escénicas. Algo tenía ella muy claro desde el comienzo: no quería partir de la improvisación sino que detrás de cada actividad hubiera ciencia y una argumentación sólida.
¿Ciencia con arte? Es una mezcla que no siempre ha sido bien vista. Aún hoy muchos creen que son dos campos muy lejanos uno del otro, pero varias prácticas y experiencias realizadas en los últimos cincuenta años han demostrado que no es así. Es debido a la percepción de que el arte y la ciencia no conjugan, y a aquella vieja idea de que el arte es pura subjetividad y lúdica, que algunas personas rechazan un entrenamiento teatral o con técnicas actorales como base para desarrollar las habilidades de comunicación oral; sin embargo, otros lo buscan porque también es cierto que en los últimos años se ha empezado a aceptar más ampliamente el tema, y ya no es tan raro ver a un actor que asesora a un político en campaña. De hecho, las carreras de negocios de algunas universidades prestigiosas del mundo, entre las que se destaca la Grenoble Graduate School of Business de Francia, o los programas de MBA ofrecidos por el Massachussets Institute of Technology (MIT) y la Universidad de Virginia, les están ofreciendo cursos de teatro a sus alumnos con la finalidad de desarrollar en ellos diversas competencias como la comunicación, la empatía, el liderazgo y el trabajo en equipo.
No obstante, he sido testigo o he sabido de algunos actores que no hacen su trabajo con la debida seriedad y se limitan a proponer ejercicios lúdicos, dinámicas que hacen que las personas se diviertan pero no que desarrollen realmente una habilidad. Por ejemplo, algunas empresas contratan actores y grupos de teatro para ejecutar las llamadas actividades outdoor, que se terminan por convertir en ejercicios recreativos en los cuales no hay un objetivo concreto ni se desarrolla una competencia específica: se trata de diversión sin aprendizaje. Lo mismo ocurre con algunas asesorías personalizadas en las cuales, frecuentemente, se parte de análisis impresionistas y de soluciones poco efectivas, precisamente, debido a la falta de objetividad. ¿A qué me refiero con “análisis impresionistas”? Cuando se realiza una asesoría en comunicación oral es clave partir de un diagnóstico inicial de las capacidades de la persona con la cual se va a trabajar: observarla mientras realiza varios ejercicios con el fin de detectar los obstáculos que bloquean su proceso de comunicación, y luego buscar la forma de superarlos a través de ejercicios. Un análisis impresionista abarca expresiones sin fundamento como, por ejemplo, cuando decimos: “Te vi mientras desarrollabas tu discurso. Estuviste fantástico. Tu voz sonó chévere y te moviste muy bien en el escenario. Hay que trabajar cositas, pero fue genial”. Si nuestra conclusión sobre el desempeño de la persona está llena de adjetivos vacíos (genial, excelente, chévere…), y no somos capaces de fundamentarlos, estamos en el terreno de las impresiones. Otra cosa es cuando le decimos al individuo: “Enfatizaste, mediante la intensidad fuerte, palabras relevantes para la recordación de tus mensajes, como… Adicionalmente, los movimientos de tus manos fueron amplios, variados y precisos, y esto impactó positivamente el tempo-ritmo del habla, el cual se encuentra sincronizado con el del movimiento corporal…”. En este caso nuestra apreciación es más descriptiva, y la persona tendrá una comprensión acertada de su desempeño escénico. Uno de los aspectos que desde el comienzo intentamos con Ivette fue ser precisos y objetivos a la hora de hacer cualquier planteamiento en torno a los temas que se estaban trabajando, lo cual facilitó la apertura de nuevos mercados. La gente empezó a creer en nosotros, a darse cuenta de que hablábamos con propiedad, y podíamos probar aquello que decíamos, tanto de manera teórica como práctica.
Otro de las aspectos que debí superar desde el inicio fue la barrera del lenguaje, pues estaba acostumbrado a trabajar con gente de teatro que comprendía muy bien cierta terminología propia del oficio. Recuerdo la primera vez que le propuse a Ivette realizar un taller y ella me devolvió el proyecto porque, según dijo, estaba recargado de conceptos teatrales que solo un oficiante del arte escénico podría entender. Poco a poco aprendí a traducir mis conocimientos al lenguaje empresarial, al lenguaje político y al del resto de la gente que no ha estudiado teatro. En ese punto es donde también a veces fallan los actores: cuando ofrecen cursos o asesorías de comunicación en los que se dirigen al otro como si se tratara de un colega de escena, o lo ejercitan como si fuera a actuar en una escena teatral.
Con Ivette Consuelo definimos un término que nos permite puntualizar lo que buscamos al entrenar a una persona a partir de técnicas actorales: “naturalidad escénica”. Pero, ¿qué es la naturalidad escénica? En la vida cotidiana actuamos naturalmente, por ejemplo cuando en casa estamos cómodamente reclinados en un sillón mientras hablamos con nuestra pareja. Pero si pretendemos adoptar esa misma actitud al hablar con nuestro jefe es muy probable que nos saque corriendo de su oficina. En una fiesta con amigos nos recostamos desprevenidamente en la pared sosteniendo una cerveza en la mano con lo cual estaremos actuando de manera natural; pero si vamos a dar una conferencia en un congreso mundial seguramente no lo haremos así. En cada escenario o escena de la vida desarrollamos una manera distinta de “ser natural”. No se trata de sobreactuarnos, sino de partir de lo que somos y proyectarlo de acuerdo con las circunstancias y con nuestros propósitos comunicativos, de convertirnos en estrategas de las relaciones y del arte de influir en los demás.
Los actores utilizan el concepto “organicidad”. Ser orgánico es lograr que cada cosa que se haga en el escenario parezca que surge, naturalmente del actor, en cada momento. Y; lógicamente, ser orgánico es también aparecer “verdadero”, creíble. La misma búsqueda que emprende el actor la debe perseguir la persona que habla en público en todas las circunstancias: debe actuar con naturalidad en la escena, trabajar consigo mismo para ser orgánico, y lograr acciones y reacciones coherentes con el momento y con sus propósitos comunicativos.
Al político que me recibió en su oficina, le contesté: “Vamos a analizar algunos videos de sus intervenciones. Usted quiere proyectarse como candidato a la alcaldía de la capital. Revisemos si sus comportamientos escénicos están en sincronía con eso, si su personaje está a la altura de un alcalde. De no ser así, debemos trabajar para armar el alcalde que queremos proyectar, partiendo de lo que usted ya es”. Su respuesta fue: “Me suena…. Está bien, ¡adelante!”. Al poco tiempo de analizar los videos comenzamos a hacer ejercicios actorales para mejorar el desempeño de su mirada, pues siempre que hablaba reflejaba dispersión debido a que cambiaba rápidamente la dirección de sus ojos y no establecía ningún contacto visual duradero. Por eso lo llamaban “loquito”. Y nadie votaría por un alcalde así. Pero el personaje era un político centrado y con buenos proyectos. Había que trabajar para que eso fuera lo que viera el público.
El primer profesor de actuación que tuve en el Instituto Superior de Arte de La Habana solía decir que el teatro “es el arte de la repetición”. Al comienzo de mis estudios de artes escénicas no comprendía muy bien esta afirmación y francamente me molestaba tener que repetir una escena o un ejercicio. Eso me desesperaba, quería resultados rápidos. Pensaba que, por ejemplo, si repetía mucho una escena, perdería frescura y mi actuación sería “mecánica”, lo cual podía ser cierto, pero sólo si la repetía sin un sentido claro de búsqueda, de investigación. Tardé un tiempo en comprender. Algo similar me ocurría con los ejercicios físicos. Si aprendía un movimiento acrobático mi anhelo era hacerlo bien de una vez. El proceso era molesto: repetir el ejercicio parte por parte hasta el cansancio me agotaba. Ahora bien, ¿qué parte de mí se agotaba realmente? Poco a poco comprendí que era mi mente la que protestaba, no mi cuerpo. Al cerebro le encanta mantenerse entretenido, que lo bombardeen constantemente con diferentes estímulos. Por eso, cuando debía repetir una escena mi cerebro se cansaba, no percibía la utilidad, ni encontraba un estímulo.
A medida que fui avanzando en mi carrera como actor pude corroborar que al repetir una escena podía hacerlo con los mismos movimientos que había ensayado muchas veces, pero más rápidamente o más lentamente, y después combinar los tiempos, o cambiar la intensidad de la mirada en un punto y las inflexiones de la voz en otro, y alimentar las imágenes internas que me había formado de algún momento de la escena, lo que me permitía disfrutar cada vez más mi interpretación y sentirla como si fuera la primera. El profesor de actuación nos recalcaba: “Cada vez que salgan al escenario piensen que es su primera vez, y que bien podría ser la última”. Eso verdaderamente me ayudaba. Así que aprendí que podía repetir el ejercicio investigando la situación o el personaje y encontrar nuevos matices. Lo mismo aplicaba para los ejercicios de entrenamiento: un día los hacía de una manera y al día siguiente me proponía una nueva dificultad, luego pulía algún desempeño, introducía otra pauta, y así sucesivamente. Y recordé que Stanley Kubrick era conocido entre los actores porque los hacía repetir numerosas veces cada escena, siempre con el ánimo de “encontrar la magia”.
En una demostración de trabajo titulada “Huellas en la nieve”, Roberta Carrieri, del Odin Teatret, explica la importancia de mantener el cuerpo y la mente ocupados con diferentes estímulos con el fin de estar siempre vivo y presente en la escena. Durante mis años de formación muchos de mis profesores tenían como referente principal en sus procesos pedagógicos los hallazgos del Odin Teatret, uno de los grupos de teatro que más ha aportado en los últimos cuarenta años a la técnica, la formación y el entrenamiento del actor.
¿Qué tiene que ver lo anterior con la comunicación? Entre los mayores retos que he encontrado al entrenar personas o trabajar con empresas dictando capacitaciones, es que desean acceder a procesos rápidos y efectivos. A veces esperan aprender en una conferencia de una hora el arte de la comunicación y que los directivos desarrollen sus máximas habilidades en ese tiempo. Si se les dice que deben atenerse a diversos procesos enseguida surgen los temores, piensan en costos y en que “no tienen tiempo”. El síndrome de la falta de tiempo, de “hay que hacerlo ya”, es característico de las sociedades actuales. Vivimos como si estuviéramos en el medioevo, donde la esperanza de vida era en promedio cincuenta años. Todo lo queremos pronto, rápido, y eso hace que la vida se convierta en una carrera contra el tiempo en la cual no existen espacios para el goce, para el mero placer de esperar, escuchar, estar en silencio, aquietar la mente, disfrutar el acto. No me voy a detener en este punto, porque de ello han hablado muchos líderes espirituales como Ekhart Tolle 1 y Deepak Chopra. Más bien volvamos a nuestro tema: la comunicación.
Ahora bien, si necesitamos hacer una presentación oral, o nos preparamos para una negociación, o para lanzar un discurso político, es preciso repetirlo varias veces, ensayarlo, lo cual nos permitirá, entre otras cosas:
– Afianzar la partitura física y vocal que hemos creado, así como el guion, el discurso.
– Minimizar el temor escénico y aumentar la seguridad, porque después de repetirlo varias veces ya “lo conocemos muy bien”.
– Encontrar nuevos matices expresivos y enriquecer lo conseguido.
– Ser más orgánicos, naturales, a la hora de ejecutarlo, como cuando se aprende un paso de baile: al comienzo lo hacemos con torpeza, pero luego, después de ensayarlo muchas veces, lo realizamos sin pensarlo y lo disfrutamos.
– Adquirir una mayor presencia escénica. No tener que estar concentrado en lo que se tiene que hacer o decir permite enfocarse en el acto, en fluir con la presentación, en conectar con el público.
Todo ello, creará “la magia”.
De igual manera, es clave realizar más de una vez los ejercicios de entrenamiento de voz, cuerpo y discurso que más adelante explicaré. Son todos muy sencillos y producen resultados sensacionales. A medida que se repite un ejercicio la habilidad se pule, se perfecciona; además, los hábitos de comportamiento físico, vocal y discursivo adquiridos a lo largo de la vida se transforman en otros más efectivos y que se hallan en correspondencia con los propósitos comunicativos y con el personaje público que se desea crear. He escuchado con frecuencia que para reemplazar un hábito el cuerpo y la mente requieren en promedio veintiún días. Según eso, siempre recomiendo a las personas que se ejerciten durante al menos tres semanas seguidas para obtener un cambio definitivo. No obstante, ello no significa que luego de ese periodo se pueda abandonar el entrenamiento, pues si un actor o un bailarín que entrenan su rutina por el tiempo apropiado y desarrollan las habilidades que requieren para su profesión, por algún motivo dejan de ejercitarse durante un año o más, puede que al emprender un nuevo proyecto creativo no se estén en condiciones y tengan que volver a empezar su adiestramiento para estar en forma nuevamente. Lo mismo ocurre con los procesos de comunicación. Si se dejan de planear las presentaciones, de usar las técnicas apropiadas, de entrenar la voz y el cuerpo, puede llegar el punto en que se pierda parte de las habilidades adquiridas. Algo muy positivo respecto del entrenamiento en comunicación es que se logra practicar casi permanentemente, pues lo que aquí se plantea se puede aplicar en cualquier interacción de la vida cotidiana. A fin de cuentas, cuando nos hallamos frente a alguien con la intención de comunicarle un mensaje estamos en situación de representación, y para lograr nuestros propósitos deberemos actuar de la mejor manera posible a través de un personaje creíble.