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William Least Heat-Moon. Kansas City (EE.UU.), 1939

Escritor de viajes estadounidense de ascendencia inglesa, irlandesa y de los nativos americanos de la Nación Osage. Es autor de varios libros sobre viajes inu-suales a través de Estados Unidos. Su sobrenombre Least Heat-Moon provenía de su padre: «Me llamo Heat Moon, tu hermano mayor es Little Heat Moon. Tú, al llegar el último, eres menos [Least]». Heat-Moon asistió a la Universidad de Misuri, donde obtuvo su licenciatura, maestría y doctorado en Inglés, así como una licenciatura en Fotoperiodismo. También trabajó como profesor de inglés en la universidad. Es también autor de PrairyErth (1991), un estudio profundo de la historia y la gente del condado de Chase, en Kansas; River-Horse (1999), en el que describe un viaje en barco de cuatro meses, en el que navegó casi exclusivamente por las vías fluviales de Estados Unidos desde el Atlántico hasta el Pacífico; y de los libros Columbus in the Americas (2002), Roads to Quoz (2008) y Here, There, Elsewhere (2013); así como de su primera novela de ficción, Celestial Mechanics (2017). En 2014 publicó Writing «Blue Highways», un relato de cómo escribió su libro más exitoso, Carreteras azules (1982). Al reflexionar sobre el viaje, también analiza la escritura, la publicación, las relaciones personales y muchos otros aspectos relacionados con la redacción del libro. Por esta obra le fue otorgado el Premio al Logro Literario Destacado del Consejo de Humanidades de Misuri.

 

 

 

Título original: Blue Highways: A Journey into America (1983)

 

© Del libro: William Least Heat-Moon

© De la traducción: Gemma Deza Guil

Edición en ebook: agosto de 2019

 

© Capitán Swing Libros, S. L.

c/ Rafael Finat 58, 2º 4 - 28044 Madrid

Tlf: (+34) 630 022 531

28044 Madrid (España)

contacto@capitanswing.com

www.capitanswing.com

 

ISBN: 978-84-120830-4-0

 

Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz

Composición digital: leerendigital.com

 

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Carreteras azules

 

 

CubiertaTras haber perdido su trabajo y a su esposa —después de un matrimonio fallido—, William Least Heat-Moon llega a un punto de inflexión en su vida y decide coger su camioneta y realizar un viaje de 13.000 millas por carreteras secundarias, llamadas «Blue Highways» porque aparecían dibujadas en azul en los mapas antiguos de Estados Unidos. Aclamada como una obra maestra de la literatura de viajes norteamericana, Carreteras azules, más que una simple novela autobiográfica, es un viaje inolvidable a lo largo de los caminos de Estados Unidos, que se adentra en las ciudades y pueblos norteamericanos menos conocidos, así como en las personas que habitan estos parajes. William Least Heat-Moon, un autor de la talla de Kerouac, según el Chicago Sun Times, partió con poco más que la necesidad de poner su casa detrás de él y un sentido de curiosidad acerca de «esos pequeños pueblos que aparecen en el mapa, si es que lo hacen, solo porque algún cartógrafo tiene un espacio en blanco para rellenar». Lugares como Remote (Oregón), Simplicity (Virginia), New Freedom (Pensilvania), New Hope (Tennessee), Why (Arizona) o Whynot (Misisipi). Sus aventuras, sus descubrimientos y sus recuerdos de las personas extraordinarias que encontró en el camino son toda una revelación de la verdadera y profunda cultura vial estadounidense.

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Índice

 

 

Portada

Carreteras azules

A. Este

B. Estesudeste

C. Sudsudeste

D. Sudsudoeste

E. Oeste-Sudoeste

F. Oeste-Noroeste

G. Nornoroeste

H. Nornordeste

I. Estenordeste

J. Oeste

Mapa

Epílogo

Agradecimientos

Sobre este libro

Sobre William Least Heat-Moon

Créditos

Carreteras azules es un libro que provoca en los escritores ganas de llorar, pues tras su aparente facilidad oculta un hondo dominio de la escritura y una clarividencia que pocos ensayistas (novelistas o poetas) han exhibido. Apreciar la capacidad de introspección y de proyección de Heat-Moon desplegada en apenas unos párrafos de distancia se antoja, cuando menos, injusto.

He aquí, por ejemplo, dos fragmentos del viaje de Heat-Moon a través de Kennebunkport (Maine) que aparecen hacia el final del libro. El primero: «En la carretera, donde el cambio es continuo y visible, el tiempo no lo es, sino que es más bien algo que el viajero solo infiere. La cuarta dimensión del viajero no es el tiempo, sino el cambio». Es un pensamiento digno de análisis (de hecho, es justo lo que hace Heat-Moon, pues me atrevería a decir que ese y no otro es el tema de este libro). Sin embargo, apenas uno empieza a reflexionar sobre ello, el viaje lo traslada de súbito a una vida efervescente, en este caso, la de los comercios de baratijas de un muelle sometido a un proceso de aburguesamiento: «Se acercaba la temporada de verano y ya se veía a estiradas mujeres maduras con sus zapatos de suela antideslizante y sus faldas cruzadas dirigiendo a sus maridos de medio pelo por el interior de tiendas rebosantes de macramé, y hasta los mostradores de velas perfumadas. […] Descendí hasta la orilla. […] Los niños cavaban hoyos, las madres leían voluminosas novelas firmadas por mujeres con tres nombres y los padres leían las camisetas mojadas de las estudiantes».

Todo el libro es así: una agudeza de observación propia de una Nikon y una pugna con el significado de la edad, la pérdida y el cambio ganada con sumo esfuerzo. Heat-Moon es el maestro de la interrogación. No suelta el anzuelo, ni permite que nadie lo haga. A lo ancho y largo de Estados Unidos encuentra a desconocidos, uno tras otro, y les sonsaca historias. De hecho, la conversación constituye una de las maravillas de este libro, que, en ocasiones, recuerda a un proyecto de Alan Lomax,[1] como si el objetivo de Heat-Moon hubiera sido plasmar la manera de hablar de las personas, en un momento en el que esta difería de un lugar a otro. Aunque su periplo tuvo lugar hace solo treinta y cinco años, esa horquilla de tiempo implica que las personas mayores con quienes conversó vivieron en esa otra América, la América anterior a la radio y la televisión. Se les nota en la forma de hablar, con grandes florituras lingüísticas o yendo directamente al grano, sin rodeos. Entre sus muchas otras virtudes, este libro es una cápsula del tiempo.

Y, como tal, su reedición plantea naturalmente el interrogante de cómo ha cambiado el país desde su publicación original: qué encontraríamos hoy si nos embarcáramos en ese mismo viaje. La marea creciente de la homogeneización ha continuado ascendiendo litoral arriba, no hay duda de ello: imagino que la tienda de ultramarinos de Carolina del Norte con las veintidós marcas de tabaco de mascar y las quince de rapé ya no existirá. (El itinerario de Heat-Moon lo lleva a través de lo que hoy es el corazón del territorio de los grandes almacenes Walmart). Sin embargo, el avance del no lugar no se detiene ahí. La única mención a un ordenador que aparece en Carreteras azules la encontramos en el refectorio de un instituto baptista de Misisipi, donde el autor conoce a una mujer («con una sonrisa de mantequilla de almendras […] [cuyo] cabello, acabado de rizar con un rizador, […] caía dibujando amplios bucles del color de la nuez pulida») interesada en usar un IBM 36158 para automatizar sus plegarias. El mayor cambio acontecido en los años transcurridos desde entonces es, sin lugar a dudas, Internet; al margen de cuantas maldiciones y bendiciones se le achaquen, es evidente que Internet ha comportado una fusión cultural mucho más profunda que la televisión y nos ha convertido a todos en una única entidad conectada que se contenta con permanecer sentada y clavar la vista en la pantalla. Podría pensarse que Heat-Moon y sus sucesores tendrían que ceñirse a la historia (tal como ya hizo en gran medida en la continuación de este libro, PrairyErth, un volumen igual de fascinante).

Pero ¿saben qué? Que la realidad se está volviendo a imponer. Al poco de escribir Carreteras azules, si no recuerdo mal, Heat-Moon recorrió el país para comprobar con sus propios ojos el repentino brote como setas de microcervecerías, la primera pista de la reemergencia de la cultura gastronómica local que íbamos a presenciar. En la actualidad hay dos mil fábricas de cerveza repartidas por todo Estados Unidos y los mercados de productos locales son la parte de la economía alimentaria nacional que más crece… y, con ambos, gracias al cielo, también prospera la conversación. (Hace poco un sociólogo afirmó que el cliente medio de un mercado de productores mantenía diez veces más conversaciones por visita que una persona que efectúa la compra en el supermercado). Y, así, el número de granjas en Estados Unidos ha aumentado durante los últimos cinco años, por primera vez en un siglo y medio. La América rural que describe Heat-Moon es diferente, pero no está extinta, y conforme la falsa prosperidad del siglo pasado empiece a menguar y a desvanecerse, la realidad, en toda su belleza y también en toda su fealdad, se dejará ver de manera más insistente, lo cual equivale a decir que quedan nuevos viajes como este por hacer.

Ahora bien, a mi parecer al menos, no hay muchos escritores como William Least Heat-Moon que puedan realizarlos. A fin de cuentas, parte de los antepasados de Heat-Moon entroncan con la génesis misma de este continente, es un autor conocedor (sin petulancias) de la literatura anglosajona y es capaz de mezclarse fácilmente con casi cualquiera (y sin necesidad de arrastrarse ni de adular). Además, estuvo dispuesto a desempeñar la laboriosa tarea de transformar esa experiencia en literatura. Si en algún momento estos pasajes le recuerdan a publicaciones en un blog de unas vacaciones de verano, reléalos con más detenimiento y saboréelos, porque este libro es el culmen de la escritura.

BILL MCKIBBEN

[1] Alan Lomax (1915-2002) fue un importante etnomusicólogo estadounidense, considerado uno de los mayores recopiladores de canciones populares del siglo XX. Dedicó la mayor parte de su vida a viajar por el mundo recogiendo con su grabadora muestras del folclore musical de varios países. (Todas las notas de la presente edición pertenecen a la traductora).

En los viejos mapas de carreteras de Estados Unidos, las carreteras principales eran rojas y las secundarias, azules. Ahora incluso los colores están cambiando. Pero en los breves instantes justo antes del alba y poco después del crepúsculo, esos momentos que no pertenecen ni al día ni a la noche, las viejas carreteras devuelven al cielo parte de su color. Se impregnan entonces de un misterioso tono azul, y es en ese instante cuando resultan más seductoras, cuando, despejadas, nos invitan con una seña y con toda su extrañeza y se convierten en un lugar en el que un hombre puede perderse.

Este libro está dedicado

a la esposa del jefe

y también al jefe de la tribu.

Con amor.