1. No hemos nacido con una predisposición a la lectura

No nacemos con una predisposición biológica a la lectura similar a la que tenemos con el habla, por eso leer es una actividad compleja, sofisticada y muy poco natural. Nuestros cerebros están diseñados para el dominio del lenguaje oral, pero la lectura requiere el control del cuerpo (del aparato fonador, de la dirección de la mirada, de la postura), de la atención y, sobre todo, de conocimientos previos. Basta crecer en un entorno oral para acabar hablando, pero la lectura es una destreza compleja que requiere años de ejercicio. No basta con aprender a coordinar grafemas y fonemas. Para animar a leer se necesita un maestro que conozca su oficio, y para asentar la lectura, un medio rico en conocimientos.

Cuando hablo de lectura me refiero exclusivamente a la lectura en papel. Hoy sabemos ya que didácticamente no hay comparación. La lectura en papel es la lectura genuina. El texto impreso facilita la comprensión y ahorra distracciones, especialmente cuando se trabaja con más de quinientas palabras. Los mismos alumnos, cuando pueden optar, prefieren mayoritariamente la lectura en papel. Negroponte dijo en 2010 que al libro de papel le quedaban cinco años de vida, no podía prever que, pasados cinco años, nadie se acordaría de Negroponte. El libro es un objeto que nació tecnológicamente perfecto, como la rueda, la cuchara, la pelota o el bacalao al pilpil, pero, por alguna razón, cada cierto tiempo aparece un profeta que anuncia el fin de la lectura. Mucho antes que Negroponte, en 1951, Elwyn Brooks White escribió un breve ensayo titulado The Future of Reading, que es, como la mayoría de su especie, pesimista. En los tiempos audiovisuales en los que vivimos, escribe White, ¡en 1951!, el mundo del libro puede estar conociendo sus últimos días. Me temo que, al menos entre nosotros, Brooks White aún está más olvidado que Negroponte, lo cual, en este caso, es una verdadera pena. Fue un gran escritor.

2. Carecemos de una didáctica de la literatura

Disponemos de diferentes métodos para enseñar a leer y de criterios científicos para elegir los mejores, pero no conozco en España una didáctica de la literatura que merezca este nombre, es decir, una didáctica que abra caminos hacia la literatura a través de la literatura y en todos sus formatos. El fast-book no sirve, porque engorda más que alimenta. La didáctica de la literatura ha de capacitar a un joven para escuchar con los ojos la imperecedera conversación que las mentes más grandes, desde Homero a nuestros días, mantienen entre sí a través de sus libros.

Recuerden a Quevedo:

Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos.

Escuchar a los muertos con los ojos es el título de un libro de Roger Chartier en el que, entre otras cosas, se trata de la presencia de Cervantes en Shakespeare. No es necesario insistir en la presencia viva y vivificadora de ambos en la cultura occidental.

Sospecho que lo que hoy dificulta más la educación de esta escucha es el retorno de la moralidad a la literatura infantil y juvenil; la imposición buenista de una literatura que tiene más prisa por cambiar el mundo que por comprenderlo. Es decir, que privilegia la libertad de palabra, siempre que sea políticamente correcta, a la de pensamiento. El resultado es que un observador de la intemperie tan audaz como Mark Twain ha sido expulsado de las escuelas. Si tantos hombres inteligentes llevan tantos siglos intentando comprender el mundo, es que este reto no es nada fácil. Es fácil encontrar títulos en los que se anima a las chicas a ser rebeldes, historias de malos tratos, miedos y disfunciones, de terror a veces escatológico (¿alguien ha valorado las consecuencias del miedo que muchos niños sienten hacia un futuro catastrófico?), intentos de provocar en los lectores novicios situaciones de alta intensidad emocional…, pero, en la mayoría de los casos, no nos ofrecen buena literatura, sino buenas intenciones fáciles de leer.

¿Qué autor de literatura infantil se atrevería hoy a decir lo que Manolo Vázquez, el creador de Anacleto, agente secreto o de Las hermanas Gilda: «Mis lectores son niños, pero hay una idea equivocada de la infancia: los niños son malos, crueles, traviesos, petardistas… Así me gustan».

Hemos abandonado la educación de la paciencia cognitiva que requiere la lectura lenta y después nos sorprendemos de que nuestros jóvenes lean poco. A la falta de paciencia cognitiva podemos también darle el nombre de crisis de la atención.