Amor
sostenible
Superando los mitos románticos
y los estereotipos de género
Marisol Rojas Fernández
Primera edición: Barcelona, Noviembre 2019
© Marisol Rojas Fernández
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Dedicatoria
A mi familia, por apoyarme siempre
y creer que este sueño podía materializarse algún día.
A mi hijo Izan, por ser el motor de mi vida.
Agradecimientos
Gracias a Daniel Ramos, por haberme acompañado y guiado en la elaboración de este libro. Su experiencia y profesionalidad me han ayudado a darle forma a todo lo que yo quería plasmar aquí.
Gracias a Miguel Lorente, por haber escrito un maravilloso prólogo. Su generosidad es tan grande como su sabiduría.
Gracias a mi hermana Mónica, por estar siempre ahí, por ayudarme a encontrar con su creatividad el título de mi libro.
Gracias a todas las personas que han escogido este libro para aprender a crear un mundo lleno de amores sostenibles.
Prólogo: El pulso del amor
El amor se identifica con muchas cosas y situaciones, y casi ninguna de ellas realmente está relacionada con él. Es como si necesitáramos una prueba de que es amor lo que se vive, y una prueba nunca se encuentra en la persona que la pide, tiene que ser algo ajeno a ella, que le llegue de fuera a modo de revelación que le permita tomar conciencia sobre la nueva realidad y su significado.
Eso hace que mucha gente crea en el amor como en una religión y que lo viva bajo la idea de que debe haber algo que lo anuncie, una especie de «aparición», y luego la demostración de que esa aparición es cierta y se corresponde con los sentimientos vividos. Es la clase de gente que cree más en los milagros que en la propia religión donde los sitúan, y por ello exige una prueba material en el acontecimiento excepcional con la que sentirse segura en sus creencias.
Bajo esa idea, hay quien piensa, y no son pocas las personas que lo viven así, que el amor «de verdad», esa certeza hecha amor, sólo existe cuando hay una serie de manifestaciones que lo acompañan, como si fueran «milagros» que conmueven la rutina existente hasta ese momento. Desde esa perspectiva, el amor se reduce al «vuelco del corazón, a la taquicardia súbita, a ese vello erizado, a la respiración que no encuentra el camino de salida y se entrecorta al buscarlo por todos lados…». Y claro, todo ello, aunque se viva con intensidad y genere sensaciones únicas, se acaba porque se tiene que acabar.
Y se tiene que acabar porque, por un lado, esas manifestaciones son reflejo de una respuesta a los estímulos que crean unas determinadas circunstancias, la reacción adrenérgica* ante la experiencia de momentos en los que la búsqueda, el hallazgo, la sorpresa, el encuentro… acompañan a la relación en la que el amor se ha asentado. Y, por otro, porque si no acabaran esas manifestaciones probablemente quien acabaría sería la persona que las vive, como consecuencia de algún problema cardiaco nacido de un estímulo tan intenso y continuado.
Como se puede ver, hay muchas zonas oscuras alrededor del amor, que nunca ha interesado iluminar del todo para que la penumbra sea razón y justificación.
El amor es un proceso y, como tal, no acaba ni siquiera cuando termina. Pensar que hay un final en una experiencia tan trascendente como la del amor es como si admitiéramos que la memoria se puede borrar con una decisión, como si el cerebro pudiera ser «reseteado» para hacer creer que nada de lo ocurrido fue verdad, o que, simplemente, ni siquiera sucedió; que fue una especie de sueño, que debió de formar parte de un error o de un accidente. Los sentimientos terminan y la relación que los acogió finaliza, pero el amor continúa en unos recuerdos que siempre guardan su huella emocional. No obstante, esa continuidad en la memoria no puede ser presente en la relación.
Y de nuevo se aprecia cómo en esa forma física de entender el amor la reacción visceral que se puede producir al finalizar también es utilizada para demostrar que fue verdad. De este modo, se le da la razón al tiempo para admitir que hubo amor porque existió un comienzo, y que ha habido un final en esa reacción visceral originada por las circunstancias, no por los sentimientos, y que, como lo último prevalece sobre lo primero, como si la vida y las relaciones estuvieran reguladas por leyes orgánicas emitidas por un parlamento formado por dos escaños, uno para cada persona de la relación, pues todo acaba con esa última arritmia en el pulso del amor.
Planteado así, el amor nace y se vive desde la amenaza de acabar. Y esto no es un error, sino una forma de definir las relaciones donde los roles dados a cada una de las personas que las forman son muy diferentes, y siempre con la sensación impuesta desde la concepción tradicional que crea la relación bajo la amenaza de su final. Y, claro, no es lo mismo plantearse una relación, en la que el desafío es «que no acabe», que una relación en la que el reto sea su «continuidad», su «sostenibilidad», como muy bien nos dice Marisol Rojas.
Cuando el objetivo es «no acabar», todo se compromete a una prolongación artificial de la relación, pues la propia continuidad de la pareja es la que «demuestra» el amor, como antes lo hizo el pulso acelerado del corazón o la respiración entrecortada. Y para que así sea, y todo continúe como al principio, no se duda en ceder, renunciar, otorgar… lo que haga falta para demostrar la perdurabilidad del amor en la prolongación de los días de relación. El proceso se plantea como una responsabilidad individual, no tanto como una cuestión de pareja, y en una cultura androcéntrica que vive a la sombra del amor romántico, está previsto que, para mantener la relación, sean las mujeres quienes más cedan, renuncien, otorguen…En cambio, cuando el objetivo es la sostenibilidad del amor, la clave está en los sentimientos que la hacen posible, no en la taquicardia ni en el vello erizado, y para ello es necesario el compromiso de las dos personas que forman la pareja con el proyecto de vida que se comparte, un proyecto que evoluciona conforme transcurre el tiempo y crecen las personas dentro de la propia pareja.
Como muy bien nos explica Marisol Rojas en los factores que condicionan la pareja sobre la socialización de género, especialmente a través de los mitos del amor romántico, las referencias culturales llenan el terreno de trampas para que la pareja se construya sobre esa amenaza de que puede acabar, para que se entienda que la responsabilidad de que acabe se debe a que la mujer no ha hecho lo suficiente, y para que, por lo tanto, sean ellas quienes cedan y renuncien, para limitar su vida en gran medida a ese tipo de relación que las «secuestra» de sus entornos y las aliena como personas. Y todo en nombre del amor, hasta el punto de que muchas llegan a decir: «mi marido me pega, pero me quiere», o «mi marido me pega, pero por lo menos le importo», ejemplos gráficos de esa construcción tramposa de una cultura patriarcal que no cuestiona la relación ni siquiera bajo la presencia de la violencia de género.
Demasiadas flechas asaetean el corazón cuando utilizan el amor como argumento para continuar lo que ya ha acabado. No se puede decir que el «amor es ciego» cuando el objetivo es avanzar y evitar las trampas que pueden hacerlo tropezar. No se puede plantear «déjate llevar» cuando hay alguien diferente a ti que decide dónde ir.
El amor acaba por falta de amor, no de tiempo. Lo que debe perdurar es el amor, no los días de una relación sin amor. Y para que el amor sea sostenible Marisol Rojas nos da las claves que crean un modelo de relación de pareja capaz de sostener el amor en todo lo alto y que, entre otras cosas, rompa con el modelo de relación que comienza con la amenaza de su final.
El amor se transforma, pero no desaparece; sin embargo, su permanencia no significa presencia vivida. Como escribe Marisol Rojas, «el amor sostenible en una pareja es aquel amor que surge de la honestidad entre dos personas que deciden crecer a nivel personal, la una al lado de la otra, en una simbiosis productiva para ambas, mostrando su vulnerabilidad sin miedos en un sistema de equilibrio respetuoso, cálido y justo». Por eso en una relación donde hay amor quienes permanecen son las personas que lo viven, no el marco que las acoge.
Es cada una de ellas en cada una de la otra la que hace que perduren «todas» juntas, en este «amor sostenible» que nos explica Marisol, y que actúa como pulso de la relación y como impulso para la vida.
Miguel Lorente Acosta, febrero de 2019
* 1. adj. Biol.Perteneciente o relativo a la transmisión nerviosa que utiliza como neurotransmisor la adre-nalina.
1. Hacia la construcción de un amor sostenible
Elegí como profesión la psicología porque siempre me ha interesado el comportamiento humano. Mi mente curiosa ha querido saber en todo momento por qué nos comportamos de una determinada manera, por qué nos enfundamos en esas terribles corazas que nos aprisionan y no dejan respirar a nuestra más pura esencia, por qué sufrimos tanto en las relaciones sentimentales…
Hace tiempo que rondaba por mi cabeza poder materializar en un libro todos los aprendizajes que he ido adquiriendo a lo largo de mi vida sobre el funcionamiento de las relaciones de pareja. En cada relación afectiva de pareja que he tenido, siempre he sacado un aprendizaje y una oportunidad para subir un peldaño más en la escalera de mi crecimiento personal.
Me inquietaba, supongo que como a ti que has elegido este libro, el hecho de que los perfiles que iban apareciendo en mi vida tenían muchas cosas en común. Cosas de las que, se supone, yo quería huir, porque no le hacían bien a mi vida.
La inquietud me llevó a leer algunos libros sobre relaciones de pareja. Mi objetivo era poder crear una relación de pareja sana y no sentirme atraída por los perfiles que, para mí, eran dañinos. O, al menos, saber por qué me atraía ese tipo de perfil que convertía, sí o sí, la relación en algo muy tóxico. Tengo que decir que aprendí mucho de esos libros y que, gracias a ellos, pude comprobar que sí es posible crear relaciones de pareja saludables.
Mis experiencias personales, y sobre todo mi experiencia profesional con mujeres que han sufrido relaciones tóxicas de violencia machista, me han ayudado a cuestionar el modelo de relación sentimental que nos han ido transmitiendo desde nuestra infancia los diferentes agentes socializadores, como nuestras familias, la sociedad en la que vivimos y la cultura a la que pertenecemos.
Un modelo que hemos reproducido sin pasar por el filtro de la consciencia y el cual hemos adquirido sin saber el precio que íbamos a pagar. Un modelo basado en los edulcorados mitos del amor romántico y los estereotipos de género, que generan relaciones de desigualdad. En definitiva, un modelo que no nos ha servido para establecer unas relaciones de pareja sanas y felices.
A este modelo yo lo llamo el «Modelo del amor condicionado» que más adelante te explicaré en el capítulo 3. Pero, para ir situándonos un poco, te pido que reflexiones por un instante sobre qué tipo de modelos de pareja hemos ido interiorizando desde nuestra infancia con las clásicas películas de Disney, por ejemplo:
«Princesa joven, dulce, bella y delicada espera (forma pasiva) al apuesto príncipe que venga a rescatarla (forma activa)».
Esta es la consigna que utilizaba Disney en su momento para representar lo que significaba ser una princesa y lo que significaba ser un príncipe. Es decir, para representar lo que significaba ser una mujer y lo que significaba ser un hombre en la sociedad. Afortunadamente, Disney ha ido cambiando su mensaje (gracias a Pixar) y el modelo de princesa se ha ido transformando y empoderando, así como el mensaje que transmite a niños y niñas. Las princesas Frozen, Mulán o Brave, distan mucho de la Bella Durmiente, Blancanieves o Cenicienta.