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© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 417 - 5.1.20

 

© 2007 Lynda Sandoval

De cara al pasado

Título original: The Other Sister

 

© 2008 Christine Rimmer

Lazos secretos

Título original: Valentine’s Secret Child

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-893-2

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

De cara al pasado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Lazos secretos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

De cara al pasado

Capítulo 1

 

 

 

 

 

POR QUÉ aquí? —preguntó Ken Hayward, el jefe de los servicios de emergencias de Troublesome Gulch.

Estaba echando un vistazo a la solicitud de trabajo de Brody Austin y a su currículum. Después lo miró por encima de las gafas.

—Ésa es la pregunta, hijo. Si fuéramos el departamento de bomberos de Nueva Cork, de Chicago o incluso de Denver lo entendería, pero…

Ken Hayward abrió los brazos para señalar las pobres instalaciones de la oficina.

Brody sintió como unas gotas de sudor resbalaban por su cuello, a pesar del esfuerzo que estaba haciendo por tranquilizarse. Se había imaginado que aquel tema de conversación saldría antes o después. Por supuesto. Sin embargo, aún no se sentía preparado para abordarlo, a pesar del tiempo que había pasado, y eso no era una buena señal.

—Bueno… —Brody se aclaró la garganta mientras trataba de encontrar las palabras. Había perdido la cabeza al regresar allí.

—No es que no nos alegremos de recibirte —intervino de nuevo el anciano doctor—. Tu formación es muy buena y estoy impresionado con tu experiencia. Grandes compañías, Flight for Life, el ejército, por el amor de Dios.

—Gracias.

—¿Cómo esquías? —preguntó Hayward de repente. Brody parpadeó sorprendido.

—Lo tengo un poco olvidado, pero solía esquiar bien.

Hayward señaló a las montañas que se veían desde la ventana de la oficina.

—Una de nuestras tareas es colaborar con el Servicio de Rescate Alpino. Normalmente les faltan voluntarios bien entrenados. Así que te tendrás que encargar de realizar algunas rondas en esquíes. Pero no te preocupes, es como montar en bici. Unos días en las montañas y todo irá bien.

Brody tragó saliva y se adelantó.

—¿Quiere eso decir que el trabajo es mío?

—Mira, no me voy a andar con rodeos. Lo quieres y es tuyo. La mayoría de los aspirantes son sólo técnicos y agradecemos el poder contar con alguien de tu experiencia en el equipo. Sólo me intriga cuál es el motivo que mueve a un hombre joven como tú a vivir en medio de la nada.

Brody se sintió algo aliviado porque había logrado el empleo, sin embargo aún tenía que contestar a aquella pregunta sin respuesta. Si contestaba la verdad, Hayward podía cambiar de opinión.

—La cuestión es…

Silencio.

¿Cuál era la maldita cuestión? Hasta un tonto hubiera sido consciente de que no se podía comenzar una frase así cuando no se sabía qué decir. Sin poder evitarlo apretó la mandíbula y los puños. Iba a echar a perder aquella oportunidad y no era algo que pudiera permitirse. No sabía por qué… no podía.

—La verdad es que el salario que ofrecemos ni se acerca a lo que pagan en la ciudad —soltó Hayward. Era un hombre paciente.

—Soy consciente de la diferencia económica. El dinero no es la razón por la que elegí mi trabajo. Nunca lo ha sido.

—Eso es admirable y comparto la vocación. Pero para hacer de abogado del diablo… es caro vivir en un pueblo de Colorado enfocado al esquí, aunque sea Troublesome Gulch, que no tiene nada que ver con Aspen o Tellutide. Ni siquiera nos acercamos a Keystone, aun así la vida es más cara de lo que te imaginas. ¿Tienes ahorros?

—No, ojalá fuera así. Sin embargo, mis necesidades son muy simples —contestó. Dejó a un lado el hecho de que hubiera recibido una indemnización; dinero manchado de sangre del Estado que no había sido capaz de tocar en todo aquel tiempo. Durante esos diez años los intereses del banco le habían proporcionado un colchón económico que le seguían permitiendo tener un salario bajo.

Hayward miró la foto enmarcada que tenía sobre la mesa y sonrió.

—Supongo que la expresión «necesidades muy simples» implica que no tienes ni mujer ni hijos.

No era una pregunta, aun así Brody contestó.

—Me temo que no soy de los que se casan, al menos eso le diría mi última novia. Estoy solo. Mis padres viven en Nuevo México y mi hermano está en Irak.

—Que Dios lo acompañe.

—Gracias.

—Y esto nos lleva de nuevo a mi pregunta inicial. ¿Por qué los Servicios de Emergencia de Troublesome Gulch?

A Brody le costó mantener una expresión relajada. Quería contestar a aquella pregunta. El problema residía en que se creía incapaz de lograr que alguien entendiera el motivo que le había obligado a volver a Troublesome Gulch, tras una década tratando de borrar de su mente aquel lugar. Maldita fuera, si ni siquiera él entendía qué hacía allí.

De lo único de lo que estaba seguro era de que necesitaba un cambio en su vida. Y si su ex novia Kelly no se había equivocado el día en que lo había dejado plantado bruscamente, todos los asuntos pendientes de Brody comenzaban y acababan en aquel lugar.

Pero no podía confesar nada de eso.

No en una entrevista de trabajo.

Y además, tampoco tenía muy claro por qué había vuelto.

Finalmente se decidió a dar una respuesta superficial, lo que no le obligaba a mentir.

—Creo —dijo pausadamente— que todos los pueblos, sin importar el tamaño, deberían tener una atención médica de urgencias cualificada. Sé que es difícil conseguir personal médico preparado en estas zonas. Además, tiene razón, muchos compañeros no pueden permitirse vivir aquí con ese salario. Lo digo sin ánimo de ofenderlo. Yo sí me puedo apañar y aquí estoy.

—Un tipo que está dispuesto a ganar menos para que los habitantes de Troublesome Gulch estén bien atendidos. No se encuentra a personas con esa vocación muy a menudo.

El hecho de dar la impresión de ser un héroe entregado a una causa, capaz de sacrificarse, le hizo sentir incómodo. Su decisión tenía mucho más que ver con la expiación que con el altruismo.

—No quiero decir con eso que yo solo pueda con todo…

—No, no. No te he malinterpretado, valoro lo que me has dicho. Sin embargo, antes de que aceptes el puesto quiero que seas plenamente consciente de dónde te estás metiendo porque necesitamos compromiso. Lo cierto es que ya hemos tenido suficientes renuncias, Brody. No podemos buscar a otra persona si dentro de tres meses te das cuenta de que este pueblo se te queda pequeño.

—Mi ética del trabajo me impediría hacer algo así. No obstante, hábleme de las desventajas.

—Los inviernos pueden ser un infierno. Los turistas a veces se comportan de forma estúpida con la gente del pueblo. La afluencia de esquiadores. Por no insistir en el frío.

—Estuve de servicio en Afganistán antes de dejar el ejército. Le aseguro que no se sabe lo que es un invierno frío hasta que no se ha pasado uno en aquellas malditas montañas.

—Eso he oído. Seguro que tienes mucho que contar.

—Así es —contestó Brody.

—Además del clima, el precio de las casas es ridículamente alto. Aunque te lo puedas permitir, da mucha rabia tener que pagar varios miles de dólares por una casa prefabricada.

—Puedo enfrentarme a eso.

—Y tu vida social también se va a resentir.

—¿Y eso? —preguntó Brody arqueando las cejas.

—Bueno, has de saber que esto no es una ciudad llena de vida, sobre todo fuera de temporada. Como suele decir Betty la del locutorio: «Si no la trajiste contigo, seguro que aquí no la encontrarás».

Brody sonrió. Afortunadamente no estaba listo para tener otra relación, al menos hasta que superara el peso del pasado, así que Betty no tenía por qué preocuparse por él.

—Si le soy sincero, mi última relación ha sido un fracaso total. Estoy deseando estar solo un tiempo.

—Un hombre no sólo puede vivir centrado en el trabajo. Las noches son muy frías.

—Seré capaz de llevarlas —contestó tratando de dar carpetazo a la conversación. Si pasaba frío, ya se compraría un perro que se acurrucara a sus pies por la noche, pero no estaba dispuesto a seguir hablando sobre su vida privada. Quería firmar el contrato y empezar ya con todo aquello—. Yo sólo quiero… —de nuevo se quedó sin palabras—. Normalmente no tengo esta dificultad para expresarme. Si le soy sincero, lo que me pasa es que no soy capaz de explicar por qué estoy aquí.

—Inténtalo.

Brody no podía entender por qué Hayward se lo estaba poniendo tan difícil.

—Soy un buen enfermero y amo mi trabajo. Sí, es cierto que he trabajado en grandes ciudades. He trabajado en el ejército y he aprovechado buenas oportunidades. Pero tengo veintinueve años, jefe, y me siento sin raíces. Quiero trabajar en un lugar distinto, donde sienta que puedo construirme una vida. No tengo ni idea de por qué, pero tengo la sensación de que éste puede ser el lugar. Así que voy a contestar su pregunta con otra pregunta. Me ha dicho: ¿por qué Troublesome Gulch? Y yo le respondo: ¿y por qué no?

—¿Eso es todo? —añadió Hayward tras un silencio.

Brody dudó un instante, sabía que no lo había contado todo, sin embargo asintió.

De nuevo se hizo un silencio. Hayward lo miró fijamente y Brody puso todos sus esfuerzos en mantenerle la mirada. Pero no iba a poder aguantar demasiado tiempo.

Finalmente el hombre mayor soltó un suspiro, se quitó las gafas y se las volvió a poner.

—Escucha, hijo. Yo estaba allí —declaró en un tono de voz grave. Se calló un instante—. Aquella noche. Era un batallón de voluntarios, y… yo estaba entre ellos.

Brody sintió un nudo en el estómago. Sabía exactamente a qué noche se estaba refiriendo Hayward. ¿Cómo no saberlo? Para él la palabra «baile» se había convertido en un sinónimo de la palabra «muerte». La angustia lo invadió una vez más, se había convertido en un sentimiento demasiado familiar y sintió el peso de la resignación sobre sus hombros. De acuerdo, no iba a poder escapar al impacto de su pasado como le hubiera gustado. Sintió un temblor.

—Yo… yo no le recuerdo. Lo siento.

—Claro que no me recuerdas. No espero que te acuerdes de mí. Aquel lugar estaba repleto de personal de emergencias.

—Al final sí —soltó Brody con una amargura incontenible. El rostro de Hayward reflejó dolor.

—Sí, la ayuda tardó en llegar un rato. Supongo que para vosotros, además siendo tan jóvenes, se os debió de hacer eterno. Pero finalmente llegamos. Dios, qué situación.

Brody cerró los ojos un instante, pero se obligó a abrirlos de nuevo. En realidad no le importaba mostrar cómo aquella noche había cambiado el rumbo de su vida para siempre. Estaba rígido.

—Nunca he olvidado ninguno de vuestros nombres —prosiguió el hombre—. Ni el de quienes murieron ni el de quienes sobrevivisteis. Sobre todo el tuyo.

—¿Por qué el mío?

—¿No es una pregunta obvia? Nadie te ha visto ni ha sabido de ti desde que saliste del hospital el día posterior. Has sido un misterio, chico. Y a todo el mundo le gusta el misterio.

Brody tragó saliva y desvió la mirada hacia la ventana.

—Ha pasado mucho tiempo. Lo único que quiero es seguir adelante con mi vida. O quizás, rehacer mi vida. Me había imaginado… o mejor dicho, había albergado la esperanza de que la gente ya se hubiera olvidado a estas alturas —añadió en un tono sombrío.

—¿Cómo vamos a olvidarlo? Aquella tragedia es lo peor que Troublesome Gulch ha vivido. Cambió los servicios de emergencia para siempre. Para mejor, claro. Ahora somos uno de de los equipos mejor preparados del estado. El centro médico ha sido ascendido de grado y contamos con dos helicópteros y una avioneta.

—Al menos algo positivo se ha conseguido tras aquella pesadilla.

—Algo, se podría decir así —comentó absorto. Miró de nuevo a Brody—. ¿Y qué hay de ti? ¿Cómo te ha ido desde…?

—Bien —contestó Brody interrumpiéndolo. Inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho—. Gracias por preguntar, señor.

Hayward no quiso presionarlo aunque era evidente que las cosas en la vida de Brody Austin no habían ido precisamente «bien».

—Por lo que parece has sido capaz de sacar tu vida adelante —dijo.

—Cada uno hace lo que tiene que hacer.

—Mira, yo no soy un gran conversador y esto no es una sesión de terapia. Pero si quieres trabajar para mí, necesito dejar algunas cosas muy claras. ¿Me entiendes? —preguntó. A Brody le dio un vuelco al corazón, sin embargo asintió—. Si has vuelto porque quieres ayudar y asegurarte de que no vuelva a ocurrir una tragedia así en Troublesome Gulch, entiendo tu deseo. Maldita sea, ése es el motivo por el que yo continúo aquí. Pero en última instancia, eso sólo está en manos de Dios, hijo. A pesar de todo el trabajo, de los anuncios de los servicios públicos advirtiendo de los peligros de conducir borracho, de las visitas de institutos, de la cobertura durante las noches de baile y de bienvenida, pueden ocurrir cosas horribles y ocurrirán. Aquí y en cualquier otro lugar al que huyas. No puedes escapar. Y te lo digo en serio, Brody, a pesar de tu entrega, hay ciertas cosas que no están en tu mano evitar por mucho que lo intentes. No puedes.

Brody no quería seguir por aquellos derroteros. No todavía. No en aquel lugar. No podía permitirse perder el control.

—Claro que no.

—Tienes que olvidarte de esa misión inalcanzable o si no te volverás loco.

—Lo estoy intentando. Quizás ésa sea la razón por la que estoy aquí, ¿quién sabe? ¿Qué es lo que yo tengo aquí? Ni siquiera vivía en Troublesome Gulch cuando… cuando todo pasó. Era el de fuera, el único que no iba al instituto del pueblo. No sé por qué he vuelto, sólo sé que mi vida se ha detenido y que no me ha quedado otra opción. Por algún motivo, al que no encuentro lógica, este lugar es el principio de una carretera que no sé dónde me va a llevar.

Durante un rato Brody pensó que Hayward no aceptaría aquella respuesta. Finalmente el hombre asintió.

—Me alegro de verte de nuevo. Me alegro mucho, hijo, y te lo digo sinceramente. Siempre me he preguntado qué habría sido de ti.

«He ido y he vuelto del infierno», pensó Brody.

—Todos los demás todavía están aquí, lo sabes, ¿no? —prosiguió Hayward.

«No todo el mundo», pensó Brody con amargura. Cuatro habían muerto y, sin embargo, seguían vivos en el recuerdo de Brody.

—No lo sabía. No hemos… mantenido el contacto.

—Lo más increíble es que habéis acabado todos trabajando en este ámbito.

Brody pestañeó sorprendido.

—¿En servicios médicos de emergencia?

—No sólo. Policía, bomberos, comunicaciones de urgencia. En todas las vertientes de la atención. Y todas muy conectadas aquí. Probablemente te encuentres con ellos cuando recibas llamadas. No te importará, ¿no?

—En absoluto —contestó a pesar del nudo en el estómago. No sabía si se debía al miedo o a nauseas—. Es cierto que me marché de aquí, pero no albergo malos sentimientos hacia ninguno de ellos. Es sólo que… no eran mi círculo de amigos. Eran…

—Los amigos de Michelle Montesantos.

—Mick.

—¿Perdona?

—Mick. Ella odiaba que la llamaran Michelle —aclaró, y sintió de nuevo una punzada en el corazón. Un dolor que había sentido cada vez que escuchaba el nombre de la mejor amiga que había tenido en toda su vida. El sentimiento de culpa lo volvió a invadir.

Y era normal.

La muerte de Mick había sido culpa de Brody.

—Sus padres todavía viven aquí —añadió suavemente Hayward. Brody sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. ¿Cómo no había pensado antes en que aquello sucedería?—. Es un pueblo pequeño. Pronto sabrán que estás por aquí.

—Yo mismo iré a decírselo —contestó Brody tras tragar saliva.

—Estoy seguro de que se alegrarán de verte.

Sí. Seguro que se alegrarían muchísimo. «¿Os acordáis de mí? Soy el tipo que prácticamente mató a vuestra increíble, divertida y hermosa hija», pensó al imaginarse la escena. Brody no había estado al volante del vehículo, pero eso no era lo importante. Él había sido quien la había obligado a ir a aquel estúpido baile.

Iría a ver a los Montesanto aunque le costara horrores, pero sería mejor que estar esperando con angustia a un encuentro inevitable. Prefería tener bajo control el dónde, el cómo y el cuándo. Quizás ellos ni quisieran verlo. ¿Quién sabía? En cualquier caso estaban en su derecho de reaccionar como fuera.

—¿Hay algún asunto más del que debamos hablar? —preguntó Hayward. Brody se frotó la cara con las manos. Estaba un poco desbordado por la situación.

—Ninguno. Jefe Hayward, mire, ¿puedo serle sincero?

—Llevo todo este rato deseando que lo seas.

—Le juro que no he vuelto a poner un pie en este maldito pueblo desde aquella noche. Lo único que me interesaba aquí era Mick y ella ya no estaba. Estaba muerta. Para siempre. Necesitaba olvidar… —se detuvo un instante, cerró los puños. No sabía cómo continuar.

—No lo lograste, ¿verdad?

—Dios… lo he intentado —dijo entrecortadamente. Nunca había hablado sobre aquello con nadie. Bueno, excepto con Kelly y el resultado había sido nefasto—. He hecho todo lo que se me ha ido ocurriendo, me he ido lo más lejos posible ¿Y quiere saber lo peor? Cada día que estuve en Afganistán rezaba para que me mataran. Es horrible reconocer algo así sabiendo la cantidad de soldados que han perdido la vida. ¿Y con qué propósito? Mi propio hermano está en Irak. Pero es la pura verdad.

—Es la culpa del superviviente.

—Da igual cómo lo llame. Mick no tenía que haber muerto —se detuvo y apretó los labios—. Si tuviera que volver a vivir aquello otra vez, probablemente me quedaría aquí y manejaría la situación mejor de lo que lo hice.

—Hiciste lo que tenías que hacer.

Brody elevó los brazos y los dejó caer abatido.

—Era un niño… —añadió. Era una excusa barata, pero era todo lo que podía decir.

—Lo comprendo.

—Pero ahora estoy aquí. Con toda mi historia, y me gustaría aceptar el trabajo si su oferta sigue en pie.

Hayward lo miró un momento y asintió.

—¿Hablarás conmigo si la situación amenaza con desbordarte? Lo que me cuentes en la oficina no saldrá de estas cuatro paredes. Es una promesa, de hombre a hombre.

—Hablaré.

Hayward le tendió la mano.

—Bienvenido al equipo de Troublesome Gulch, Brody. Y te quiero ver por el monte cuanto antes, te tienes que poner al día con el esquí ya.

Brody se puso en pie y apretó la mano del hombre.

—Eso haré. Gracias, no se arrepentirá.

—Supongo que no, pero eso no es lo importante. Me preocupa más el que tú puedas arrepentirte —declaró cruzándose de brazos.

A Brody le hubiera gustado decirle que había aprendido a vivir con el arrepentimiento. Pero no era cierto. Ahí estaba, con veintinueve años y aún no lo había superado.

—No se preocupe. Estaré bien —repuso, a pesar de que no estaba nada convencido de sus palabras. No obstante los diez años anteriores se le habían escapado entre los dedos y su vida era un auténtico desastre. A pesar del riesgo, allí estaba.

Troublesome Gulch. Y con un trabajo.

Iba a quedarse.

Caminó hasta salir del edificio y se dirigió al aparcamiento donde estaba su camioneta. Hubiera debido estar contento por haber logrado el puesto. Sin embargo no podía dejar de preguntarse si no estaría metiéndose en la boca del lobo y reviviendo el peor error de su vida.

Todo en aquel lugar le recordaba a ella.

Las calles, el aire, las montañas.

Mick Montesantos había sido una chica diferente, radiante, atlética, llena de vida y más atrevida que cualquier otro chico que Brody hubiera conocido en su vida. Había sido guapa, pero nunca le había dado importancia. No había sido su novia, nunca había querido ser la novia de nadie, ella había sido un espíritu libre. La amiga de Brody. La mejor amiga.

Desde el día en que se habían conocido, jugando un partido de rugby en Goleen, se habían convertido en inseparables, a pesar de asistir a colegios diferentes. Siempre habían hablado de todo, desde las cosas más cotidianas a los secretos más profundos.

¿La parte horrorosa? Mick ni siquiera había querido ir al baile de aquella noche. Había insistido en que era algo pasado de moda, un ritual absurdo que reforzaba los roles sociales femenino y masculino y bla, bla, bla… La típica conversación de Mick que Brody nunca se había cansado de escuchar. Había sido una chica que se había apasionado defendiendo sus ideas, su forma de vida, y a Brody eso siempre le había gustado. Tenía la sensación que había aprendido más sobre la vida y sobre los seres humanos en los años de amistad con Mick, que antes de conocerla y después de su muerte.

Sin embargo, Brody la había convencido. «Siempre te arrepentirás de no haber ido al baile de graduación. Vamos, Mick. ¿Qué más da si vas con un amigo? Y si al final es horrible, siempre podemos reírnos un rato y comer gratis», recordó que le había dicho días antes de la fatídica noche.

Finalmente Mick se había ablandado, había accedido e incluso se había llegado a comprar un vestido para la ocasión. Había estado preciosa, aunque se había pasado la noche quejándose porque el vestido ajustado le resultaba incómodo y tras estar media hora en el baile se había quitado las sandalias de tacón, se las había dado a Brody y se había quedado descalza el resto de la noche.

Después se habían montado con otras tres parejas y un buen alijo de bebidas en una furgoneta que a uno del grupo le había dejado su padre. Todos habían tenido dieciocho años y se habían sentido invencibles. Habían querido que la noche de graduación fuera una noche inolvidable.

Inolvidable.

Y en aquel momento, en lugar de Mick existía un Brody arrepentido. Por no hablar de la angustia y la culpa, de las pesadillas y su necesidad de tenerlo bajo control, de su incapacidad y falta de interés para mantener relaciones íntimas.

Mick y tres conocidos más habían muerto en el accidente de tráfico y en el fuego que se había desencadenado. En un segundo sus vidas se habían apagado y aquello había cambiado a Brody para siempre. Lo único que le había quedado de Mick había sido una sandalia de tacón que ella nunca se hubiera puesto voluntariamente. La otra sandalia había quedado reducida a cenizas.

En realidad, lo cierto era que a Brody le había atraído su mejor amiga y tendría que haber sido él quien hubiera muerto en aquel accidente. Y en cierta manera, lo había hecho, pero no del todo. Mick había tenido mucho más que ofrecer al mundo que él. Era única. No debía haber muerto tan joven. Y no importaba lo que el resto del mundo dijera, Brody sabía que todo había sido culpa suya.

Así que, asustado o no, confundido o no, escéptico o no, estaba en el maldito Troublesome Gulch, el escenario de todas sus pesadillas y donde habitaban todos los fantasmas. Ya era hora de que se enfrentara a sus propios demonios.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

QUÉ ERA lo peor que podía suceder?

Faith Montesantos estaba de pie en el principio de la pista negra de esquí, donde aquella mañana había tenido lugar un campeonato internacional. Tenía los bastones en una de las manos y con la otra se estaba ajustando las gafas. Parecía un lugar peligroso, abrupto, helado. ¿Sería tan difícil como parecía o se encargaría la fuerza de la gravedad de hacer la mayor parte del trabajo?

Faith respiró profundamente, después expiró y de su boca salió una nube de vaho. A pesar del frío que hacía en el pico de la montaña, era un día soleado y la nieve brillaba más de lo habitual bajo el cielo azul.

A Mick le habían encantado aquellos días.

Aunque para Mick todos los días eran maravillosos.

Faith pensó, como siempre, en su hermana y afortunadamente se le dibujó una sonrisa en los labios y no fueron las lágrimas las que brotaron de sus ojos. Le había costado años de tristeza asumir que, si bien su hermana no estaba en la tierra físicamente, sin lugar a dudas la acompañaba siempre y era su ángel de la guardia. Su hermana mayor no la abandonaba jamás. De hecho había sentido su presencia en varios momentos.

La primera vez había sido en la universidad. Una noche, cuando había estado de regreso a casa conduciendo agotada, tras su media jornada de trabajo, se había ido quedando dormida hasta que de repente había sentido cómo su hermana la había agarrado por los hombros y la había sacudido.

—¡Faith! Levántate. No es tu momento —le había dicho. Faith se había quedado tan impresionada que se había despejado y había conducido hasta casa con los ojos abiertos como platos.

En un principio, se había asustado, pero después había llegado a asumir lo que había sucedido y le había dado mucha paz. Desde aquel momento lo había sabido. El mejor ángel que había en el cielo velaba y siempre velaría por ella.

Se mordió el labio y trató de dejar a un lado los recuerdos. Se obligó a concentrarse en la empinada pista que tenía frente a ella.

Dios, ¿debía hacerlo?

Mick nunca lo hubiera dudado. Nunca. Era cierto que su vida había sido muy corta, pero había vivido cada minuto con total intensidad. Mick hubiera echado una mirada a la pista, hubiera soltado un grito y se hubiese lanzado. Por supuesto, Mick había sido una esquiadora excelente. Seguro que, si hubiera tenido más tiempo, hubiera despuntado en ese deporte.

Faith había visto la competición de aquella mañana y se había quedado impresionada con la vida que había desprendido los esquiadores profesionales. Y todo por el simple hecho de estar haciendo algo que les llenaba tanto. Le habían recordado a su hermana y ese recuerdo era lo que la había empujado hasta aquella pista. Hacía mucho rato que todo el mundo se había marchado y que la pista se había quedado vacía.

Ella permanecía allí de pie. Sola.

Algunos esquiadores se deslizaban por las lomas cercanas, apurando el último rato de luz antes de que el sol se escondiera tras las montañas. Pero nadie la prestaba atención.

Estaba la montaña y la necesidad imperiosa de Faith de conquistarla como antes lo habían hecho los esquiadores. Como su hermana lo hubiera hecho.

La cuestión era si tenía el arrojo necesario para lanzarse. Ella no era en absoluto una esquiadora lo suficientemente experimentada como para atreverse con aquella pista, pero no quería que eso la frenara. La vida era demasiado corta y si alguien conocía el verdadero significado recogido en aquella manida frase, era Faith.

¿Qué tenía que perder? ¿Acaso se iba a matar? Probablemente no. Además Mick nunca hubiera desaprovechado la oportunidad de descender por una pista profesional. La oportunidad de esquivar la muerte una vez más.

Así que, a pesar del miedo, Faith supo que tenía que hacerlo. Inspiró profundamente y apretó la mandíbula con determinación.

—Va por ti, hermana. Más vale que estés al final de la pista para recogerme —dijo con una sonrisa nerviosa.

Entonces se lanzó.

En apenas unos segundos los árboles de los lados se volvieron una mancha oscura y su cuerpo alcanzó tal velocidad que perdió el control. Le temblaron las piernas y los brazos, tenía que ser una imagen un poco salvaje. Le hubiera encantado poder verse, lástima que nadie la estuviera grabando. En cuanto llegó al primer salto, realmente abrupto, Faith tuvo miedo porque sintió cómo su cuerpo era catapultado. En ese momento, se dio cuenta de tres cosas con total claridad:

Una, aquello era demasiado difícil para ella.

Dos, la caída era inevitable y le iba a doler.

Tres, era una situación horrible porque ya era demasiado tarde para volver atrás.

 

 

Brody no trabajaba aquel día y no tenía otro plan que no tener un plan determinado. El día perfecto. Se preparó un café y se dirigió al espantoso sillón naranja y verde que estaba en el salón de la casa de madera que se había comprado. Estaba dispuesto a pasarse el día leyendo allí acurrucado.

Sin embargo, en el momento en el que descorrió las cortinas y vio el cielo azul de Colorado completamente despejado cambió de plan.

Era un día ideal para salir a esquiar.

Había echado de menos el contraste entre el cielo azul y la tierra rojiza. El típico del paisaje de Colorado. Y no se había dado cuenta hasta que había regresado allí.

Aquella mañana no había nada escrito en su agenda, entre otras cosas porque carecía de vida social así que inmediatamente se vistió, agarró su equipo y salió de casa con la taza de café aún en la mano.

Minutos después ya estaba deslizándose por una colina.

Se pasó toda la mañana descendiendo y se dio cuenta de que Hayward había tenido razón. Poco a poco fue sintiendo cómo recuperaba la técnica con fluidez, era como si cada unos de los movimientos hubieran estado escritos en su ADN. Al principio se notó extraño, pero a medida que pasaba la mañana se fue sintiendo más y más cómodo.

Paró un rato para almorzar, pero ni siquiera se entretuvo en ver el campeonato que se celebró por la tarde. Se había enganchado a la vieja sensación de deslizarse sobre la nieve y no podía parar.

El sol comenzó a descender y las pistas se fueron quedando vacías. Pero estaba disfrutando tanto del día que quiso estirarlo un poco más y bajar algunas pistas.

Cuando estaba en el remonte se fijó en una mujer sola que estaba al comienzo de la pista negra de competición. No supo por qué, pero le llamó la atención. ¿Quizás le resultara familiar? ¿Quizás fuese porque estaba sola? O quizás sólo fuera la espectacular figura que tenía, que ni siquiera los anchos pantalones negros que llevaba podían ocultar.

Pero no.

No se había fijado sólo porque fuera atractiva. Aquellos días su cabeza no estaba precisamente interesada en chicas guapas. Una sensación de peligro se apoderó de él. ¿Pero por qué?

Brody saltó del remonte y se alejó de los demás esquiadores, incapaz de levantar los ojos de ella. Esa mujer. Una chica menuda y estilosa que parecía estar tentada a lanzarse por aquella pista imposible. No podía lanzarse, a no ser que estuviera loca.

No, no podía ser.

El pulso de Brody se disparó. Maldición.

Se iba a lanzar. Brody tenía la intuición.

—No puede ser —se dijo a sí mismo. Todos los nervios de su cuerpo estaban en tensión. Estuvo a punto de gritarla.

Aquella situación no tenía sentido. Era peligroso. Podía resultar fatal. Si no fatal, quizás sí que la mujer podía herirse o…

Pero ella se lanzó de todas maneras.

Paralizado por la impresión, Brody observó la escena como si ocurriera en cámara lenta. Sin embargo la mujer descendía a toda velocidad por la pista y estaba fuera de control. Empezó a tambalearse en el primer salto. Perdió un bastón y luego el otro. Uno de los esquíes se le soltó como si fuera una jabalina. Y finalmente continuó rodando montaña abajo sobre su espalda hasta que su velocidad fue descendiendo y pudo detenerse.

Sin dudarlo un instante, Brody salió disparado. Cauteloso, eligió un recorrido sencillo que le condujo hasta la mujer. Le temblaban las manos pero enseguida recuperó la templanza propia de su oficio. Se quitó los esquíes, clavó los bastones en la nieve y se agachó junto a la mujer que estaba completamente quieta.

—¿Puedes oírme? —le preguntó.

—Sí.

Brody observó atentamente el cuerpo de la mujer, tarea que no resultaba sencilla por la ropa de abrigo que la cubría.

—No quiero que te muevas, ¿vale? ¿Cómo respiras?

—El viento me llevó por delante cuando llegué al salto, pero ha… ha merecido tanto la pena —dijo ella. Sopló la nieve que le cubría los labios y después sonrió—. Esa maldita roca.

—¿Estás loca? —preguntó él asombrado y con el ceño fruncido—. ¿No eres consciente de lo que has arriesgado por realizar semejante proeza?

—Nada nuevo. La vida es peligrosa, compañero —soltó tras una sonrisa sarcástica—. Y corta. Créeme, no tienes ni idea de lo peligrosa y corta que puede llegar a ser.

—Te equivocas. Sí que tengo idea —soltó Brody. Se sentó y se obligó a recuperar el tono profesional—. Bueno, estás consciente. Respiras. Es una buena señal. ¿Te duele algo?

—Me he roto la clavícula derecha, estoy segura. Pero aparte de eso, estoy entera. Tengo el cuerpo como si un camión me hubiera pasado por encima, pero salvo los dolores estoy intacta —contestó. Trató levantar el brazo para quitarse el casco y las gafas, pero Brody la agarró.

—No. Déjatelo puesto, por si acaso tuvieras alguna lesión en el cuello. El equipo de rescate alpino estará aquí enseguida.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Formó parte de él, aunque hoy era mi día libre.

—¿Y cómo van a saber que estamos aquí? ¿Por telepatía?

—Los voy a llamar ahora mismo.

—Vale. Sin embargo, antes de llamar y a pesar de lo mucho que respeto tu experiencia, deja que te diga una cosa —pidió en un tono seguro y que extrañamente le resultó a Brody familiar—. ¿Mi cuello? Está perfectamente. Mi cabeza también. Mi estado mental es lo suficientemente normal como para darme cuenta de que mi ego está herido, pero estoy satisfecha de haberme atrevido. Lo único que me pasa es que me he roto la clavícula, ¿vale? Eso es todo. Aparte de todos los rasguños, doctor. Y ahora me voy a quitar el casco y las gafas para poder respirar a gusto, ¿te parece bien?

Brody se quedó callado un instante y estuvo a punto de echarse a reír.

—¿Me dejas al menos que te lo quite yo y así evitamos que agraves la lesión accidentalmente?

—Haz lo que te venga en gana.

Brody le desabrochó el casco con suavidad y lentamente se lo quitó. Después hizo lo mismo con las gafas. Ella agitó su melena de pelo negro y lo miró con aquellos ojos de un color verde intenso.

—Gracias —dijo.

Brody se quedó paralizado y se asustó, tanto que se cayó al suelo. Se incorporó lentamente con la ayuda de las manos mientras el corazón amenazaba con salírsele del pecho. Se acercó a ella para luego volver a alejarse.

—¿Mick? —murmuró. Ella lo miró burlonamente.

Brody se quitó su propio casco y las gafas con manos temblorosas. Y la mujer lo miró impresionada.

—Oh, Dios mío, ¿Brody? ¿Brody Austin?

—Mick, por Dios. Juraría que…

—¿Dónde demonios has estado?

—En todas partes. En ninguna. Lo siento —dijo, y elevó las manos mientras trataba de articular palabra—. Pensaba que habías muerto, Mick, te lo juro por mi vida. Nunca me hubiera marchado. Nunca. Me dijeron que habías muerto en el acto, me apartaron de tu lado. Te vi allí con mis propios ojos, con aquel absurdo vestido que tú odiabas —dijo con la voz rota—. He sentido tanto el haberte hecho ir a esa fiesta. Lo siento… por todo. Estoy, Dios mío, tan contento de haber estado equivocado, pero es que aún no me lo puedo creer…

—Brody —interrumpió ella tratando de mantener un tono de voz neutro. Se incorporó y puso las manos sobre la rodilla de él para atraer su atención—. Respira —él la obedeció—. Escúchame, ¿vale? —le pidió. Brody asintió—. Yo no soy Mick. Mick murió en el acto. Es cierto que la viste con aquel vestido absurdo que ella odiaba. Cariño, Mick… está muerta.

—¿Pe… pero entonces? —preguntó señalándola a ella.

—Yo soy la hermana pequeña de Mick. Faith —aclaró sonriendo amargamente—. ¿Te acuerdas de mí?

Brody sintió varias punzadas de dolor en el estómago. No estaba en absoluto preparado para encontrarse con un familiar de Mick.

No en aquel momento. No de aquella manera.

Especialmente a la hermana pequeña a quien apenas había prestado atención en el instituto. ¿Por qué lo estaba sonriendo? ¿Por qué estaba hablando con él de una forma tan natural? ¿Dónde estaba el odio? ¿La culpa?

Brody se quedó sin palabras. No estaba seguro de poder controlar sus emociones. Cerró los puños.

—Faith —dijo finalmente en un susurro—. ¿Faith, la ratoncilla de biblioteca?

—La misma.

Brody tragó saliva, tenía que encarar la situación, estuviera o no preparado.

—Siento mucho lo de Mick. No sé qué decir, «lo siento» no es lo adecuado y todas mis disculpas sonarían estúpidas es… es demasiado tarde. No puedo explicar…

—No hace falta.

Se quedaron mirándose a los ojos unos instantes.

—Dios, te pareces… te pareces tanto a ella.

—Gracias. Para mí es un cumplido.

—Lo es. Te aseguro que lo es.

Brody frunció el ceño, era incapaz de hacerse a la idea de lo que le estaba pasando. Se sostuvo la cabeza con las manos.

Recordaba a la hermana de Mick muy pequeña. Ni siquiera había estado en el instituto. Debía de haber tenido unos doce años, si la memoria no le fallaba. En cualquier caso su recuerdo no tenía nada que ver con la mujer resuelta y segura de sí misma que tenía frente a él.

—¿Cómo te has hecho… tan mayor? —preguntó, aunque era más bien pensamiento en voz alta. Ella soltó una carcajada.

—Cariño, siento darte la noticia de que han pasado casi once años. Ahora ya tengo veinticuatro años, nada más y nada menos.

—¿Veinticuatro? —preguntó asombrado. ¿Sólo había sido cinco años menor que Mick y que él? En el pasado le había parecido mucho más pequeña.

—Ahora soy orientadora escolar y trabajo en el instituto —explicó tras asentir.

—¿En el instituto de Troublesome Gulch?

—El mismo.

—¿Orientadora? —insistió él sin pestañear.

—Sí.

—Trabajas en el instituto —repitió como si no se lo creyera.

Había pasado de ser una niña canija a orientadora del instituto, justo cuando él se sentía que estaba atrapado en la pesadilla de su adolescencia. Faith le sacaba mucha ventaja. ¿No era irónico?

—Pero eres… una niña —insistió Brody. Ella sonrió.

—Eso es lo que tú recuerdas de mí. Ya conduzco, voto y todo eso. Hasta tengo mi propio apartamento. Y escucha esto… —añadió sugerente. Brody arqueó las cejas—. Lo he amueblado y todo —bromeó.

Brody se pasó la mano por el pelo.

—Perdona —dijo.

—No pasa nada. Los recuerdos a veces son muy raros. Pero deja ya de pedir disculpas.

—No. Lo siento de verdad, por Mick —repuso él con los ojos inundados de lágrimas.

—Todos sentimos lo de Mick. No pasa nada. Ella ya no está entre nosotros, pero sí en nuestros corazones. No lo olvides —dijo con una sonrisa en los labios.

—Créeme cuando te digo que no lo olvido.

—Lo sé, pero todos necesitamos que nos lo recuerden de vez en cuando —añadió. Se incorporó un poco más, teniendo especial cuidado con su brazo derecho—. Ah, ¿Brody?

Él se limpió las lágrimas antes de levantar la cabeza. Se aclaró la garganta.

—¿Sí?

—A pesar de que me hace mucha ilusión que nos pongamos al día, charlemos y demostrarte que ya he superado la preadolescencia, la clavícula me duele horrores. ¿Hay alguna posibilidad de que nos pongamos manos a la obra con el rescate?

¿Poner al día? ¿Charlar? Brody llevaba diez años imaginando aquel encuentro. Una escena en la que le pegaban puñetazos llamándole asesino con rabia. Diez años conviviendo con sus pesadillas. No podía encajar aquella reacción tan positiva y normal.

—Brody, céntrate —insistió ella moviendo una mano frente a él—. Hueso roto. Dolor. Equipo de rescate alpino.

Brody agitó la cabeza y sacó el teléfono móvil del abrigo.

—Claro, no sé en qué estaba pensando.

—Estabas pensando que yo era mi hermana y has estado a punto de enloquecer. Totalmente comprensible. Y, ¿Brody?

Él alzó la vista tras marcar el número de emergencias. Ella lo sonrió y a Brody se le encogió el corazón.

—¿Qué me confundan con Mick? Bienvenido sea, aunque me cueste un hueso roto.

 

 

Brody se dio cuenta de que Faith poseía el mismo poder de persuasión que su hermana. Tuvo oportunidad de darse cuenta en el momento en el que convenció a los chicos de la ambulancia de que estaba bien, que bastaba con que Brody la llevara en coche al hospital y que no iba a dejar que le pusieran una tabla a la espalda. Antes tendrían que golpearla y, aunque estuviera herida, se defendería.

A él no le importaba llevarla, por supuesto. De hecho le gustó la idea, así podía pasar más tiempo con ella y su cerebro podía ir asimilando aquella noticia inverosímil: no lo odiaba.

La hermana de Mick no lo odiaba.

Incomprensible.

Condujo el coche con cuidado, suavemente cada vez que había un bache y asegurándose de que Faith estaba bien.

—¿Puedo usar tu móvil un momento? —le preguntó ella a medio camino.

—Por supuesto —contestó entregándoselo.

—Es que quiero avisar a mis padres para que no se asusten.

Brody se quedó rígido, se agarró con fuerza al volante y tragó saliva. Era consciente de que tenía que decir algo. Cualquier cosa.

—Yo, bueno, tenía pensado llamarlos para avisarlos de que estoy aquí. Más que avisarlos, diría para advertirlos —dijo bruscamente. Faith soltó una sonrisa.

—¿Advertirlos? ¿Qué crees que quieren hacerte… lincharte?

—Si te digo la verdad, no lo sé.

Faith se le quedó mirando con los ojos abiertos como platos. Su expresión oscilaba entre le incredulidad y la tristeza.

—No me digas que te sientes culpable por la muerte de Mick.

Brody se encogió de hombros.

—Vamos, Brody. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado?

—Eso no importa —contestó tras un largo silencio.

—Claro que importa. Puedo entender que al principio te sintieras responsable, aunque no tuvieras ninguna culpa de lo que sucedió. ¿Pero ahora? Las heridas cicatrizan, cariño. ¿Si no permitimos que cicatricen cómo vamos a seguir adelante?

Aquélla era una pregunta que Brody se hacía todos los días.

—No lo entiendes. No hubiéramos estado allí si yo no la hubiera obligado a ir.

Faith soltó una carcajada.

—Oh, siento desmontar tu enternecedor complejo de Dios todopoderoso que, perdona que te diga, está lleno de testosterona. Pero nadie era capaz de obligar a mi hermana a hacer algo que ella no quisiera hacer, y habiendo sido su mejor amigo —dijo dándole especial énfasis a esas palabras—, estoy segura de que lo sabes.

—Pero…

—No —interrumpió Faith—. El accidente no fue culpa tuya. Mick no fue culpa tuya. No me malinterpretes, los ocho tomasteis decisiones estúpidas aquella noche, os metisteis en un coche borrachos. Fuisteis estúpidos, irresponsables y las consecuencias cambiaron vuestras vidas para siempre, pero la muerte de Mick no es tu responsabilidad. No es responsabilidad de nadie. Sucedió —se quedó callada hasta que Brody la miró un instante—. Y mis padres, a pesar de lo que piensas, estarán encantados de verte. Siempre te han querido. Todavía hablan de ti. Eres como el hijo que nunca tuvieron.

—Seguro.

—Es verdad. Todos te hemos echado de menos. Has sido el gran desaparecido. Tenerte aquí es… —soltó un suspiro—, es casi como tener a Mick de vuelta.

Afortunadamente en aquel instante llegaron al hospital y Brody se pudo ahorrar comentar lo que le acababa de decir. Tenía tal nudo en la garganta que se sentía incapaz de hablar. Salió del coche y fue a ayudar a Faith, quien se apoyó en él y juntos caminaron hacia la puerta del hospital.

—Espera. Dejame que haga esa llamada. Creo que no se pueden utilizar móviles dentro —dijo ella deteniéndose en la puerta.

La llamada. Maldita fuera. Brody pensaba que ya se le había olvidado.

—Hola, mamá. Lo primero de todo es que estoy perfectamente bien. Pero os llamo para deciros que me he caído esquiando, me he roto la clavícula y estoy en el hospital —se calló un instante mientras escuchaba—. No, no, te lo juro. No tengo nada más roto, no me he chocado. Ha sido sólo un mal aterrizaje

Brody resopló y Faith entrecerró los ojos.

—Oye, pero esta historia tiene un lado bueno. No te lo vas a creer. ¿Estás lista? —añadió mientras miraba a Brody y le tomaba la mano para darle confianza—. ¿A que no sabes quién me ha rescatado en la montaña? Brody Austin —declaró. Soltó una carcajada después de escuchar a su madre—. No estoy teniendo alucinaciones. Ha vuelto, mamá. Está trabajando con los equipos de rescate. ¡Te lo juro! Es enfermero aquí en Troublesome Gulch —silencio—. Lo sé, es tan… Vale, yo se lo digo. Sí. Os vemos enseguida.

Faith cortó la llamada.

—¿Me ha parecido escuchar que decías que los veríamos enseguida? —preguntó Brody con pesadumbre.

—Mamá se ha alegrado tanto al saber que has vuelto que se ha puesto a llorar de la emoción. Y sí, ella y papá están en camino. Para ver cómo estoy, por supuesto, pero también porque están deseando verte.

—¿Por qué? —preguntó él agitando la cabeza desconcertado.

—Por Dios, ¿de verdad me lo estás preguntando? —dijo ella con los ojos como platos.

—Sí —murmuró Brody—. No entiendo por qué ninguno de vosotros querría volver a verme en la vida.

Faith se lo quedó mirando y cuando fue a negar con la cabeza se dio cuenta del dolor que tenía en el cuello.

—Chico, vas por el mal camino, Austin. Si no lo has entendido, cariño, ahora no te lo puedo explicar. Me temo que necesito una buena dosis de analgésicos antes de seguir dando explicaciones absurdas y obvias.

—Vamos —admitió él, colocando la mano en la espalda de Faith para ayudarla a entrar—. A ver cuándo nos atienden. Pueden tardar mucho si no se llega en ambulancia.

—Pero ha merecido la pena —afirmó Faith.

Brody la acompañó hasta el mostrador de entrada y después se sentó en el vestíbulo con las piernas estiradas. Trataba de prepararse para el encuentro con los padres de Mick. Soltó un suspiro y se frotó la nariz.

Vale. De acuerdo. Había sucedido algo inesperado y no tenía más opción que quedarse. Pronto todo habría acabado y podría tachar algo de su interminable lista de cosas por hacer. Al menos era un paso.

Cuando Faith terminó de registrarse se sentó junto a él en la sala de espera. Se giró para poder mirarlo.

—¿Brody? No estás atacado de los nervios porque vas a ver a mis padres, ¿verdad?

—Claro que no, no seas ridícula —contestó mintiendo. Faith lo miró fijamente como si fuera un detector de mentiras.

—¿No te han dicho nunca que eres el peor mentiroso del mundo?

—Sólo me lo ha dicho una persona —contestó Brody.

Se sonrieron mutuamente. Algunas cosas no necesitaban explicación.