Muchas personas tienen un perro en casa, pero no han podido formarse mediante cursos o lecturas sobre conducta y comportamiento canino. En este libro se dan pautas y claves para entender mejor el entorno del perro y comprender qué necesita un perro para estar bien, no solo físicamente, sino también emocionalmente.

¿Amor o maltrato? es una necesaria reflexión que cualquiera que conviva o tenga relación con perros se debería hacer, porque maltratar no es solo golpear, sino que a veces el maltrato viene de forma involuntaria, por una falta de conocimiento, un exceso de amor o un amor mal entendido, comprometiendo la salud emocional y psicológica y la plena felicidad de nuestros compañeros de vida.

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¿Amor o maltrato?

Coqui Vega

www.ushuaiaediciones.es

¿Amor o maltrato?

© 2019, Coqui Vega

© 2019, Ushuaia Ediciones

EDIPRO, S.C.P.

Carretera de Rocafort 113

43427 Conesa

info@ushuaiaediciones.es

ISBN edición ebook: 978-84-16496-52-5

ISBN edición papel: 978-84-16496-51-8

Primera edición: diciembre de 2019

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: © Coqui Vega

Todos los derechos reservados.

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Índice

Nota del autor

Dedicatoria y agradecimientos

Un poco de historia personal

Los errores propios de los responsables de perros

Cómo influye el hombre en el perro

«A mí me gusta»

«Quiero un cachorro de mi perro»

Las protectoras llenas, los criaderos vacíos

Las formas de interactuar con los perros

Las publicaciones en las redes sociales

El depredador mayor dentro de la especie humana

Veterinarios

Tiendas de venta de animales

Los criaderos

Educadores y adiestradores caninos

Conclusiones

Dedicatorias y agradecimientos finales

«Trabajando por el bienestar de los animales»

Nota del autor

Después de tantos años tratando y trabajando con nuestros queridos amigos los perros y con sus responsables, he ido dándome cuenta de diversas cosas que vamos haciendo los humanos con los animales, tanto con los de fuera de casa como los de nuestro hogar. Ello me dio la idea de plasmar en este libro, corto pero conciso, de lo que es la realidad de un animal como es el perro viviendo en nuestra sociedad. Realmente parece mentira que haga ya más de 15 000 años que está entre los humanos, conviviendo o viviendo en forma doméstica, y por la incomprensión de la especie más «inteligente» y «poderosa» sobre la faz de la Tierra (se entienden las comillas, ¿verdad?, no hace falta explicación alguna…), creo que se siguen cometiendo errores desde entonces, errores aún más imperdonables en los tiempos que corren hoy en día, con la información que hay por medios electrónicos y con las experiencias que se ven en el día a día. Y por la evolución misma que hemos ido teniendo, es decir, no vivimos con el palo o el garrote como en las épocas de las cavernas que todo se arreglaba a golpes, hoy hay métodos más gentiles para aplicar.

Alguien me comentó una vez hablando de este tema: «Pero si las personas no se entienden entre ellas, ¿cómo quieres que entiendan a los animales?». Mi respuesta fue simple, tajante e inmediata: «Entonces, dejad a los animales en paz, dejarlos tranquilos, no interfiráis en sus vidas. Esa será la mejor manera de respetarlos, empatizando con ellos y estar todos viviendo en perfecta armonía».

En estos más de 10 años de trabajo como educador y terapeuta canino han pasado tantos casos que realmente uno se plantea con gran dolor: ¿el hombre está preparado para (digamos así) domesticar a un animal?, ¿está preparado para tener un animal de compañía y compartir su vida con él, sea perro, caballo, pájaro o el que sea? Pues desde mi punto de vista, creo fehacientemente que no, y con esto no digo que yo esté capacitado, pues no lo estoy ni lo estaré, solo que mediante los conocimientos que uno va teniendo con el pasar de los años puede comprender y empatizar más o menos con nuestros perros domésticos o con caballos de hípicas o loros enjaulados para su venta en los Garden o tiendas de animales. Aparte de esto, ya están ellos en nuestras vidas, porque ya estaban cuando nosotros llegamos, de modo que es nuestro deber o responsabilidad darles unas buenas y aceptables vidas dentro de nuestras posibilidades y dentro de lo que podemos hacer de bien por y para ellos.

En estos años también aprendí a diferenciar a la gente mascotera de las personas animalistas. Los primeros son aquellos que les gusta tener una mascota. En definición, según mi opinión, una mascota es un trofeo viviente de algún bicho que pueda manipular, usar y/o mostrar a sus amigos o familias.

Y los animalistas son aquellos que luchan por los derechos de los animales, sean de la especie que sean. Defienden sus derechos a vivir dignamente, sobre todo en libertad. Pero si es en cautiverio, que sea la mejor manera posible y por encima de todo sin maltrato. Al animalista le gusta admirar de los animales sus colores, sus cantos, sus pelajes, sus movimientos y a disfrutar de ellos como lo que son, animales libres, que son parte del complejo engranaje de un sistema ecológico entre flora y fauna, necesarios cada uno de ellos en lo suyo para que el sistema ecológico y biológico funcione en armonía y a la perfección.

En cambio, los mascoteros son personas que no aprecian nada de lo natural, son gente que van haciendo modificaciones de hábitos o genéticas de animales. En casos concretos, por ejemplo de criaderos, cada uno amolda la mascota a su gusto y placer para beneficio propio o ajeno. Porque hay un comercio que lo demanda: los mascoteros.

Piensen ustedes que los perros son bichos que han descendido del lobo, por lo que debería tener alguna variante genética o morfológica muy escasa, pero tras tantos años de convivencia con el hombre hay contabilizadas (daré cifras redondas para no entrar en debate por este tema) unas 400 razas reconocidas, aunque algunos textos hablan de 700, y el número va creciendo año a año. ¿Esto es normal? No, no lo es, lo que sucede es que se van haciendo trabajos genéticos para modificar a cada raza de perro ya existente en otra raza a conveniencia del humano. Los modifican para que sean más pequeños y manejables, para que la señora de turno pueda tenerlo en su falda y tenga a quien acariciar o con quien estar, ya que en su entorno familiar no tiene quien llene esa carencia. O los modifican para que cuiden sus casas en lugar de gastar en alarmas, o lo alteran genéticamente para que salten más alto, corran más rápido, peleen mejor entre ellos o cualquier actividad de competición (no diré deportiva, porque no lo es) donde ganen trofeos para que el deportista frustrado que tienen en su interior sus responsables llene ese vacío con los logros del can y así pueda mostrar orgulloso en su salón de casa los trofeos de triunfos, como si los hubiera obtenido él.

Como si fueran los dueños de la vida, modifican genéticamente todo tipo de animales, los hacen con pelos, sin pelos, con orejas así, con orejas asá, con el hocico aplastado porque alguien pensó que eran más fuertes de mandíbulas (aun cuando no pueden respirar correctamente), con patas cortas para que sean más fuertes, con orejas más largas para que rastren mejor, etc. Un despropósito y un maltrato ya antes de nacer, que se debería llamar «maltrato genético». ¿Hasta cuándo los humanos han de manipular todo lo que cae en sus manos? Una pregunta sin respuesta.

Tengo la intención de escribir este libro no desde el punto de vista de estar en contra en todo o de descargar una rabia, que puede ser la rabia de muchos animalistas, lógicamente, sino con el fin de que la gente comience a darse cuenta de todo lo que hay detrás del comercio de los animales. Sé que hay mucho escrito sobre esto y mucho mejor de lo que pueda explicarlo yo, pero lo iré dando desde el punto de vista del educador y terapeuta canino, ya que desde esta perspectiva del educador, entrenador o adiestrador canino, apenas hay quien se atreva a contar la realidad en la que viven los perros de todo el mundo, en este mundillo donde prima el dinero, el comercio a costa del sufrimiento animal y el poder de ser el mejor… ¿En qué? No sé, pero ser el mejor.

Dedicatoria y agradecimientos

Quiero agradecer profundamente a una persona que fue la impulsora para que escribiera este libro. Ella es María, una mujer animalista como pocas y muy comprometida con el bienestar de todos, no solo de los perros, sino de todos los animales del mundo, desde una hormiga a un elefante, da igual, para ella todo es vida que merece estar bien y vivir dignamente.

Gracias, María, por todo lo que das, por todo lo que irradias y por empujarme a esta realización, que como bien hemos dicho, no se ha escrito para juzgar ni criticar, solo que desde la impotencia que nos envuelve día a día de no poder hacer más para ayudar, porque nos encontramos con trabas, al menos con este libro podamos ir abriendo puertas y ojos a las personas y autoridades para un mejor bienestar de los animales en este mundo.

Y así, María, que sea más fácil la labor que realizas en beneficio de ellos, a ti con este agradecimiento, y el «muchas gracias» a todas las personas que colaboran, desde lo que pueden y como pueden, con protectoras, perreras, asociaciones, fundaciones y todo aquello que este en defensa de los animales.

Gracias por levantarte cada mañana con el gran propósito de dar amor y luz a los animales; gracias por dedicar bienes materiales, tiempo de tu vida a salvar y cuidar a los que menos pueden defenderse: ellos, los animales.

Por todo esto y mucho más, infinitamente te digo gracias por la comprensión, la paciencia y el amor que pones en todas tus acciones en salvaguardar la vida de tantas vidas.

Un poco de historia personal

Allá por el 2007, cuando comencé con esta apasionante profesión de educador canino, lo hice con mucha ilusión, dedicación y profesionalismo. Creía absolutamente en la ayuda que se le podía brindar a un responsable que tuviera un problema de conducta con su perro. Por entonces no tenía casi conocimientos sobre perros, por lo que me puse a estudiar y hacer todo tipo de cursos.

Lo que sabía hasta entonces era por haber tenido en mi provincia natal, Mendoza (Argentina), los perros en casa. Claro, hablamos de unos 30 o 40 años atrás, donde el perro ni siquiera estaba considerado parte de la familia; vivía en la calle, se le daba de comer y poca cosa más. Pero él, fiel a la casa donde recibía el alimento, era ya parte de esa manada, así que a cambio del alimento que recibía, cuidaba, dando aviso, de alguna amenaza o de alguien que llegara de visita a casa… y no mucho más. Esa era toda la interacción que había con ellos. En contadas ocasiones se les dejaba entrar en casa y podían vivir en el patio: se les ponía una manta en el suelo y ellos se enroscaban como cruasanes y allí pasaban la noche.

La interacción más grande que se tenía (que recuerdo de cuando niño) era que el perro te acompañaba a todas partes, al almacén para hacerlas compras, hasta el colegio o se quedaban esperando al lado de la pista en un partido de fútbol organizado por los chicos del barrio. Si íbamos en bicicleta a algún lado, ellos corrían a la par nuestra, a modo de compañía, pero solo eso; no se les hacían caricias, no se jugaba con ellos, no dormían con nosotros… Es más, casi siempre los perros dormían afuera al raso. Mendoza es una provincia en la que hace mucho frío en invierno y el perro estaba fuera, y no nos plateábamos el hecho de que si tendría frío o no, ni sufríamos por esto; para entonces esto era lo normal, lo natural y nuestros perros vivían muchos años y morían de viejos.

Recuerdo que en la casa del pueblo donde vivían mis abuelos el perro dormía dentro de casa (siempre en el patio, claro), a las 7 de la mañana se le abría la puerta de calle y él se iba a vagabundear (como quien dice), a recorrer el vecindario, a juntarse con otros perros, en fin, a hacer vida de perro, como se decía normalmente. Sí, me dirán: «Claro, pero el tráfico y los coches no eran los mismos que ahora». Sí, por supuesto que los había, y los perros se desenvolvían perfectamente, eran perros de la calle con experiencias de vida muy distintas a las de los perros de ahora. Además, todas las personas respetaban a los perros y no se metían con ellos: el perro era perro (visión de pueblo).

Los perros no ocasionaban problemas, todos los vecinos conocíamos a todos los perros del pueblo, que por cierto, no tenían nombre. Bueno, alguno lo tenía (no nombres, sino apodos), pero a los perros se los conocía diciendo de quién era; a los de mis abuelos la gente les decía: «Este es el perro de los Vega». Y estaba el perro de los Gómez, el de los Pérez… Este mismo perro que había salido por la mañana de casa volvía sobre el mediodía porque era la hora de comer y hacer la siesta. Era en definitiva nuestro perro a pesar de que no estaba dentro de la casa.

La comida era otra cosa a tener en cuenta. No se conocía el pienso o el alimento balanceado para perros, por lo se le daba todo tipo de sobras de lo que nos quedaba a los humanos, pero no en la mesa a la hora de comer nosotros, sino después de que se levantaban todos de la mesa. Era el momento en que me mandaban mis abuelos a mí (en este caso) darle las sobras al perro. Eso era lo normal y lo que sea acostumbraba y no había perros que estuvieran enfermos, ni gordos, pero eso sí, bien alimentados y bien educados en este aspecto estaban, ya que nunca se los vio al lado de la mesa pidiendo comida, ellos tenían su lugar y los humanos el nuestro y había un gran respeto en ello.

Y los nombres (o más bien apodos) de los canes eran acorde a cuestiones la vida diaria de cada casa o de cosas naturales: el Tornado, el Tigre, el Relámpago, la China (la compañera del gaucho), la Niebla… Hoy en día son nombres de cantantes, futbolistas o actores: el Michel, el Leo, la Britney, la Jennifer…, en fin, una desnaturalización global y total, aunque bueno, en definitiva este aspecto no es tan malo, solo que sirva de comparación de una época a otra. Aunque hay que aclarar que aun con nombres de famosos, a muchos responsables les cuesta que sus perros vayan cuando los llaman.

La diferencia de aquella etapa de mi vida, de mi infancia o adolescencia, es que el perro hacía de perro y la gente de gente. Han pasado muchas cosas en nuestra sociedad actual, en la cual se ha cambiado el rol del perro doméstico. Ayer el perro no tenía problemas de conducta, estaba equilibrado, era tranquilo y educado, se relacionaba con todos los perros del barrio y no había peleas ni altercados, eran perros que no subían al sofá, no ladraban de noche, no mordían muebles ni zapatillas, y no sufrían ansiedad por separación. ¿Y todo esto por qué? Porque el perro hacía vida de perro. El hecho de salir temprano a la mañana le servía para estar con otros perros, hablar en su idioma canino, relacionarse con los mismos de su especie, de sensibilizarse de coches, ruidos, bicicletas… y de relacionarse con gente, lo que le permitía todo ello vivir en armonía con el entorno.

Hoy en día un perro que vive en un séptimo piso en Barcelona y sale una hora al día para hacer sus necesidades ¿podemos pretender que sea equilibrado, sociable y sensibilizado como los perros de antaño, que tenían todas estas vivencias y hacían vida de perro? Complicado, ¿verdad? Pues si tu perro lleva esta vida, por favor, replantéate si debes tener en un futuro otro perro. Ahora, si vives en un piso y le das las actividades diarias que un perro necesita y las actividades psicológicas y sociales para que esté equilibrado, enhorabuena hacia ti de mi parte.

Lo único que se tenía en cuenta en la mayoría de los casos en aquellos años en mi pueblo de Mendoza era que en época de celos de las perras no se dejaran sueltas para no tener camadas no deseadas; recuerdo mucho esos tiempos, que se estaba muy pendiente de esto. Todos los vecinos se preocupaban de preservar esta parte, porque había muchos perros como para que vinieran más. Por supuesto que siempre alguna perra se escapaba y era montada, pero créanme, eran casos muy puntuales.

Yo recuerdo que en el pueblo (como en la mayoría de los pueblos) no existía el veterinario para perros; si un perro tenía un problema de enfermedad que no fuera grave solo se atendía con las medicinas del abuelo, antibióticos y poca cosa más, agua jabón para las heridas y al sol para que se les secaran, luego el perro con la lengua y su saliva harían el resto. Y si era realmente grave, había que ir a la ciudad, que allí sí que había veterinarios, pero eran contados con los dedos de las manos, y contadas con los dedos de una sola mano las ocasiones en que se llevaba al perro al veterinario por algo grave.

En la actualidad hay veterinarios en cada esquina y tiendas de animales las que quieras y más, donde venden ropa, juguetes, accesorios, camas, casas, alhajas, trasportines, alimentos tan variados como razas hay (de pelo corto, de pelo largo, de pastores alemanes, poopys, teeneger, adult, esterilizados, no esterilizados, futuros esterilizados), en fin, una variedad de comidas para perros, que al final, como dicen en mi pueblo: «Lo que mata al indeciso es la variedad». Ofrecen un sinfín de cosas que ni siquiera el responsable del perro ni el propio perro necesitan, pero allí están, solo con el propósito de hacer dinero a costa de elementos innecesarios y superfluos, que el animal por su naturaleza no requiere. Y también para que el responsable del perro pueda alardear diciendo: «Yo a mi perro le doy el pienso [tal marca], exclusiva para pastores alemanes», o: «Yo a mi perro lo llevo al hospital veterinario tal», con el solo fin de que piensen «cuánto ama a su perro», sin pensar ni darse cuenta de que la marca, por mucha marca que sea, o el hospital veterinario, por mucho cartel que tenga, solo están allí para sacarles el dinero, cuando igual, el mismo alimento o la calidad de excelentes profesionales los tiene a la vuelta de la esquina, sin gastar un dinero extra en la compra o en ir más lejos para aparentar.

Los veterinarios ofrecen todo tipo de servicios también, y para ellos las enfermedades de los perros son tan importante que han creado un comercio en torno a ellas que ya roza la falta de ética de muchos de ellos.

Quiero aclarar que no en todos los casos que nombro aquí (veterinarios, tiendas de animales, educadores caninos, etc.) son como los describo; hay gente muy profesional y muy comprometida con el bienestar de todos los animales en estos asuntos. Así que quien se sienta ofendido por mis palabras, seguramente por algo será, pero lamentablemente debo hablar claro para que se entienda lo que quiero expresar. La gente debe saber qué está pasando en el mundo de los animales y en el mundo del perro en especial.

Volviendo a los veterinarios, y doy fe porque me ha tocado vivirlo, ellos hacen un voto y un juramento ético de atender en todos los casos intentando primero salvaguardar la vida y el bienestar de los animales (tal cual lo hace un médico de medicina humana), pero muchos de estos profesionales han interpuesto el dinero o el cobro de honorarios antes que la atención de emergencia. No es normal, no es moral ni profesional. ¿Por qué? Porque la vocación por ser veterinario se ha quedado atrás y hoy es un comercio muy bien montado, porque la gente tiene más conciencia de las enfermedades de los perros y lleva más a sus canes (o gatos) a las consultas, no como contaba antes en la época de mi pueblo y de mis abuelos. Y vuelvo a recalcar que no hablo de todos los profesionales de la salud animal, pero sí de muchos de ellos.

Tuve un paciente una vez que llevó a un perro (que encontró atropellado en la carretera) a urgencias un sábado por la noche, llamó a la clínica veterinaria, le atendieron por la mirilla sin abrir la puerta ni preocuparse por el estado de salud del perro (que por cierto, quien lo atropelló no paró para auxiliarlo), y el veterinario le dijo a quien sí se había detenido a auxiliar al perro y lo llevaba a la consulta para que lo curara de sus heridas: «¿Sabes que las urgencias cuestan 60 euros?». Solo cuando la persona que llevaba el perro dio el Ok al precio, el veterinario de turno le abrió y le atendió. Pero bien, ya tendremos un capítulo especial para veterinarios.

Este libro es un resumen de lo que he vivido hasta ahora, de lo que la gente animalista se pregunta en el día a día, de lo que se ve por distintos medios, en redes sociales, noticias, etc. Preguntas que me voy haciendo a lo largo del escrito y me imagino que son muchos de los interrogantes que muchísima gente se hace y no sé por qué extraña razón no se anima a preguntar abiertamente y sin tapujos. El miedo está instaurado en nuestra sociedad. Los políticos, los funcionarios, los empresarios, los patrones juegan con el miedo de la gente, el miedo es el mejor represor que hay en uno mismo y como los que tienen el poder lo saben, juegan con esta carta que siempre es la ganadora.

Nosotros y ustedes es mucho lo que podemos hacer desde lo individual, ya que ayudando a los perros y/o animales de compañía que tenemos en casa o en el entorno, ya vamos colaborando por un mundo, por una sociedad y un hombre más justos para ellos. Y si encima podemos alzar voces y nos unimos por amor a los animales, aún mucho mejor, ya que estaremos haciendo mucho por un planeta más sincero y no tan hipócrita en esta época que nos ha tocado vivir. Están haciéndonos creer que todos están en la lucha de los derechos de los animales, comenzando por nosotros mismos y siguiendo por las autoridades o entidades gubernamentales o no estatales, por los profesionales dedicados al bienestar de los animales, cada uno en su ámbito, y no están, ni estamos, por la labor.

Hay que quitarse los miedos, amigos, y comenzar a levantar voces para que todo el mecanismo se ponga a trabajar en beneficio de los animales, de todas las especies, sean de compañía o no. En definitiva, son seres vivos como nosotros. ¿Se han preguntado por qué ellos nunca tienen miedos y nosotros los humanos sí? ¿Será porque ellos no tienen el sentimiento de hipocresía y nosotros lo tenemos muy encarnado?

Son muchas las preguntas que me haré en este libro y espero que esto nos ayude a todos a encontrar respuestas. Pero claro, las respuestas llegarán por una ecuación muy lógica: si no preguntas, nadie viene a contarte o responderte, y menos aún en un tema tan delicado como es el maltrato animal. Por lo tanto, amigos, anímense a preguntar y si no están conformes con la respuesta, vuelvan a preguntar, y si no, vayan a otro organismo y vuelvan a preguntar hasta que las dudas se hayan disipado, y por último, si nada de esto te conforma, denunciar. No tengan miedo de hacerlo, vuelvo a decir que los gobiernos y compañía juegan con los miedos de la gente. ¿Pero se han preguntado quién es el Gobierno?… Nosotros somos el Gobierno, porque nosotros somos los que votamos, por lo tanto tenemos que tener respuestas de ellos, de los profesionales (veterinarios, educadores caninos, hoteles caninos, criaderos de animales, etc.), de las compañías, fabricantes o de los comercios; en definitiva, de todo lo que nos atañe como sociedad, como usuarios o clientes.

Y si no estás convencido de lo que te explican, denunciar, hacerle saber al funcionario (muy bien remunerado, por cierto) que hace muy mal su trabajo (lo que es muy cierto), hacerle saber a un profesional que te cobra caro por un mal trabajo que éticamente lo está haciendo mal, que los comercios y fábricas están viendo la parte comercial y no el bienestar de los animales, denunciar a las perreras o protectoras que no estén haciendo su trabajo convenientemente. Estás en tu derecho…, claro si amas a los animales. Si no, de nada sirve…

En este libro iré poniendo lo que veo cuando los particulares o profesionales creen que es amor y cuando el amor roza el maltrato. Y sé que muchos no lo saben y creen que haciendo ciertas actividades o cosas piensan que están dando amor y bienestar a los perros, pero en realidad puede ser maltrato.