
Prólogo
Del vínculo con la tierra al despertar de la conciencia ecológica
Ya nadie (o casi nadie) niega las dimensiones de la profunda crisis ecológica que estamos sufriendo, debido a la destructividad de la especie humana. Todos los días, los medios de comunicación anuncian una nueva catástrofe medioambiental y, desde hace más de 30 años, aparecen con regularidad nuevos informes que alertan sobre las devastadoras e irreversibles consecuencias de las emisiones de CO2, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la acumulación de residuos, la contaminación del agua…
De momento, apenas sería suficiente con un planeta y medio para satisfacer nuestra avidez de “confort” y productos de consumo, así como la codicia infinita de nuestros gobernantes. Estamos consumiendo el planeta “como si no hubiera un mañana”, afirma el filósofo y activista Jorge Riechmann1, como si nos importaran un comino la casa que habitamos, los seres con quienes la compartimos, o las generaciones futuras, nuestros hijos, nietos y biznietos.
¿Hacia la desaparición de lo humano?
Habría tantas cosas que cambiar… que muchas personas andamos desorientadas y tragamos saliva sintiéndonos frustradas, culpables e impotentes frente a la incoherencia de nuestra forma de vida. Otros se refugian en el pesimismo más radical que justifica el inmovilismo y convierte el “plan de huida”, un auténtico delirio de mesianismo tecnológico y absoluta irresponsabilidad colectiva, en una alternativa “sensata”.
Científicos de la talla del astrofísico Stephen Hawking plantean una emigración masiva a otro planeta como única salida a la crisis medioambiental. Anticipándose a tan formidable negocio, algunas inmobiliarias ya ofrecen participaciones en futuras operaciones urbanísticas en Marte o en la Luna. Mientras los profetas del progreso, como Ray Kurzweil, director de ingeniería de Google, anuncian el advenimiento del “transhumano”, un ser mezcla de biología y tecnología que podrá adaptarse sin dificultad a entornos cada vez más artificiales. El próximo eslabón en la evolución de nuestra especie, según sus promotores. Aún más allá, Kurzweil proclama la emergencia de una nueva raza, el posthumano, la solución definitiva a las limitaciones de nuestros imperfectos y perecederos cuerpos... La inteligencia liberada, por fin, de toda contingencia y toda materia.
No es necesario ser un gran científico, ni un tecnócrata de élite, para intuir todo lo que puede perderse con la anteposición de unos simples morfemas al concepto de “humano”. La destrucción de la naturaleza corre pareja a nuestra propia destrucción, en más de un sentido. Y es que, no solo nuestro organismo está íntimamente ligado a la tierra. También nuestra psique, con sus dimensiones emocionales, sociales y espirituales, incluida esa inteligencia de la que tan orgullosos estamos, es parte indisociable del planeta. Por eso, incluso si reuniéramos todas las condiciones materiales para vivir en el espacio exterior, es poco probable que psicológicamente pudiéramos soportar mucho tiempo esa distancia, ese aislamiento. A menos que algo muy profundo, algo esencial de lo que significa ser humano (término que, según algunos autores, procede de “humus”) desaparezca.
Remendar el lazo
Una prueba de esta interdependencia son los efectos del llamado “déficit de naturaleza” (la falta de contacto con el mundo natural generada por un estilo de vida enclaustrado y artificial) sobre la salud, el bienestar y las capacidades de nuestras criaturas. Obesidad, alergias, problemas respiratorios, miopía, retraso psicomotor, trastornos del sueño, de la alimentación, problemas de atención y concentración, dificultades de aprendizaje, de comportamiento, ansiedad, estrés, depresión…afectan especialmente a los delicados organismos infantiles en proceso de desarrollo.
Todo un conjunto de alteraciones psicosomáticas provocadas por entornos antinaturales e insanos que no les permiten satisfacer necesidades vitales tan perentorias como el movimiento libre, el juego espontáneo o la compañía de otros seres vivos. En la mayoría de los casos, estos trastornos de origen ambiental pueden prevenirse; también mejoran, e incluso desaparecen por completo, al restablecer el contacto y compensar las carencias.
Si evitamos dejarnos seducir por las fantasías de los tecnoprofetas, nos damos cuenta de que la vitalidad y la supervivencia de las generaciones presentes y futuras están íntimamente ligadas a las del planeta en su conjunto. Vamos en (y somos el) “mismo barco”. Nuestro destino es el destino de la tierra. Entonces, ¿cómo podríamos girar el timón, cambiar de rumbo y empezar a navegar a favor de la vida?
Hace algunos años, Theodore Roszack ofrecía una respuesta desde la “Ecopsicología”, un nuevo campo de estudio que acababa de descubrir: “Si conseguimos que nuestra conciencia y nuestro ser se expandan hasta incluir al mundo natural, el comportamiento que conduce a la destrucción del medio será experimentado como autodestrucción”.
Aunque atractiva, en aquel momento la propuesta sonaba excesivamente utópica. Es cierto que los pueblos indígenas, cuyas culturas integran las montañas, los valles, los ríos, los animales y las plantas como miembros de pleno derecho en sus comunidades, protegen actualmente el 80% de las áreas con mayor biodiversidad del planeta. Pero darle la vuelta a la larga trayectoria del pensamiento occidental parecía una labor de titanes.
Los educadores estábamos convencidos de que bastaba con ofrecer a los estudiantes conocimientos sobre las características y el estado del medio ambiente, para poner freno al proceso de degradación del entorno que se había acelerado desde los años 60. Hoy sabemos que la información no es suficiente e incluso, en algunos casos, puede llegar a ser contraproducente. Empezar a actuar en un sentido positivo para el planeta requiere mucho más que una simple sensibilización mediante contenidos e ideas, o incluso un mero cambio de visión y actitudes: es preciso apoyarse sobre la base afectiva, emocional y espiritual de las personas.
Pese a los esfuerzos de nuestra civilización por construir y validar la separación, las raíces psicofísicas de todo ser humano se hunden en la tierra de la que procedemos (y a la que volvemos) individualmente y como grupo. Nacemos con esa amplitud de la que hablaba Roszak. Venimos al mundo con una tendencia innata a amar y respetar a los demás seres vivos, a empatizar con ellos e incluirlos en nuestra conciencia como una parte de nosotros mismos. Poseemos la intuición profunda de la interdependencia, un entramado de relaciones en el que estamos inmersos y que constituye la red de la vida.
Ese amor congénito. que el genial biólogo Edward Wilson denominó “biofilia”, no consiste exactamente en un impulso altruista: procede del instinto ancestral de supervivencia que ha permitido a la especie humana reproducirse y habitar la tierra desde hace cientos de miles de años. Nos “sabemos” en el mismo barco y ese saber es previo a cualquier contenido cognitivo, a cualquier imperativo moral; aparece incluso antes que se forme el concepto de ser vivo. Nadie necesita enseñarnos una bioética con la que venimos perfectamente equipados: tan solo es preciso acompañarla, crear el espacio y las condiciones para que pueda darse, crecer y desarrollarse.
El porvenir del mundo
En este contexto, la educación actual tiene por delante, desde mi punto de vista, una misión mucho más esencial, urgente e importante que preparar a niños y jóvenes para un hipotético mercado de trabajo. Su tarea es liderar una transformación cultural radical que nos ayude a restablecer nuestro vínculo original con la tierra.
La reactivación de esa conciencia “indígena”, dormida en el corazón de cada ser humano, requiere experiencias directas en la naturaleza (con los elementos y los sistemas naturales), en todas las etapas vitales, pero especialmente en la infancia y la adolescencia, cuando se sientan las bases de la persona adulta.
Los muros de nuestras escuelas no solo son físicos: también ponen límites a una percepción más amplia. Son barreras que producen aislamiento, generan miedos, ascos, fobias…, niegan la identidad y construyen la oposición entre las criaturas y su entorno.
Los niños y jóvenes de hoy necesitan crecer y aprender en espacios vivos para sanarse y sanar el planeta. Para enraizarse y construirse a un tiempo como ciudadanos del mundo social y del mundo natural. Para dar sentido a sus vidas y revitalizar unas prácticas educativas excesivamente abstractas, memorísticas, académicas y alejadas de lo cotidiano. Para recuperar el impulso y la ilusión, porque no hay nada más estimulante que la realidad que nos entra por todos los sentidos, en la que movemos con libertad nuestros cuerpos, que nos despierta emociones y sentimientos, con la que podemos disfrutar, entusiasmarnos y crecer cada día en todas las dimensiones de lo que significa ser humano.
La obra de Juliet Robertson es una invitación a salir fuera para las maestras y maestros que deseen dar un “giro verde” a su labor educativa. Está llena de ideas para reivindicar y ejercer el derecho de la infancia a aprender al aire libre. Y también nuestro derecho a una profesión docente valiente y creativa, llena de pasión, belleza y maravilla.
Heike Freire,
Educadora y escritora.
Experta en salud y aprendizaje en la naturaleza.
Prefacio
Podría haberse oído el sonido de una aguja de pino al tocar el suelo. Había treinta niños sentados en silencio entre los árboles. Algunos parecían inmersos en sus pensamientos. Otros tomaban notas en un papel. Costaba trabajo creer que pudiera estar sucediendo algo así en un tranquilo día de enero, con cinco grados bajo cero.
Resguardados por los jóvenes árboles, nos acercamos para compartir lo que habíamos hecho. Leímos por turnos versos elegidos y, juntos, creamos un poema en el que la contribución de cada niño fue calurosamente acogida y elogiada. Flotaba en el aire una sensación mágica, emocionante, que a nadie escapaba.
Al principio no era así. Cuando vi a los niños salir del edificio escolar, supe inmediatamente que era una de esas clases. El tipo de clase que se plantea retos, interroga y lleva al docente al límite.
Tras una breve dinámica de calentamiento de comprensión auditiva atravesamos la zona de árboles, que se plantaron diez años atrás siguiendo el perímetro del jardín de juegos. Los niños aún estaban acostumbrándose a dar la clase fuera. Salieron corriendo por el sendero, ajenos a la tarea que se les había pedido que realizaran. Algunos de ellos se daban empujones y codazos, pero no era una conducta agresiva intencionada, sino simple excitación.
Y así fue como terminamos escribiendo poesía y escuchando el silencio. Entre los árboles, cada niño buscó el sitio que más le gustaba, lo bastante lejos de los demás. Se les dio tiempo suficiente para dejar que aquellos pensamientos y sentimientos aflorasen. El ambiente era de tranquilidad. El poder especial de la naturaleza se apoderó finalmente de la clase.
Introducción
Este libro está dirigido a profesores de Primaria y también a todos aquellos profesores que deseen dar su clase al aire libre. Está dirigido a aquellos profesores que trabajan con niños entre seis y doce años. Las ideas que presento se basan en mis propias experiencias con clases en las que esta es una forma nueva y diferente de aprender.
La mayoría de las actividades y sugerencias son sencillas, y requieren una planificación y unos recursos mínimos. Cualquier profesor puede llevarlas a cabo con su clase en los terrenos que rodean el centro escolar o en una zona local.
Si bien la formación, los cursos y las conversaciones con expertos en este tipo de educación marcan la diferencia de forma positiva, nada puede sustituir a la experiencia y a conocer a los niños que tienes en clase. Y teniéndolo en cuenta, he escrito este libro porque creo que los docentes:
• Poseen las habilidades y las competencias para enseñar fuera y dentro del centro. Normalmente, el enfoque que se siga en relación con el aprendizaje y la enseñanza da buen resultado, tanto dentro como fuera.
• Son capaces de tomar una idea y moldearla de manera que se adapte a las necesidades de una clase. Todas las ideas que aparecen en este libro se pueden refinar y mejorar. Son un trampolín para la experimentación.
• Tienen que hacer un esfuerzo por aprender a enseñar fuera de forma frecuente y regular. Estamos condicionados para que las clases se den siempre “dentro”, pero este hábito se puede cambiar. La recompensa resulta tremendamente liberadora y muchos profesores que ponen en práctica este cambio encuentran un nuevo aliciente a la práctica educativa.
• Acaban de empezar a apreciar realmente el potencial que presenta el aprendizaje en el exterior y las ventajas que esto presenta tanto para los niños como para la sociedad a corto y largo plazo, sobre todo cuando el aprendizaje tiene lugar en la naturaleza.
Con esto no quiero pasar por alto las contribuciones de numerosos profesionales, voluntarios, organizadores de excursiones y campamentos educativos al aprendizaje que tiene lugar fuera de las aulas durante la vida escolar del niño. Sin embargo, sí quiero conferir el poder a los profesores de Primaria para que también desempeñen un papel activo en el proceso.
Aspectos que abarca este libro
La variedad de libros que tratan sobre el aprendizaje en el interior es amplia. Del mismo modo, se puede decir que es imposible abarcar todo el potencial del aprendizaje al aire libre en un solo libro. Por eso, este en concreto se centra principalmente en:
• Primeros pasos para el trabajo en el exterior con la clase.
• Ideas sencillas que cualquier profesor de Primaria puede llevar a cabo con una clase de treinta alumnos en el recinto del centro, o en algún lugar al que se puede llegar fácilmente a pie.
• Problemas prácticos que aparecen cuando se enseña fuera del aula.
La estructura del libro ha sido diseñada para que se pueda leer todo seguido, de principio a fin, o para ir deteniéndose en partes específicas, en función del tiempo y el interés. No he querido entrar en la descripción detallada de clases o series de clases. Quería que las ideas sobre las actividades que se pueden realizar sirvieran más como sugerencias que como actividades dirigidas.
¿Qué es el aprendizaje fuera del aula?
Antes de salir del aula, tal vez resulte útil pensar en qué consiste este tipo de aprendizaje y por qué es importante. En pocas palabras, el aprendizaje fuera del aula es un término paraguas que abarca cualquier experiencia de aprendizaje que tiene lugar fuera del aula, ya sean actividades de aventura, educación medioambiental, actividades por equipos, una excursión internacional o un juego en el patio del colegio.
Lo hermoso de esta definición es que comprende experiencias grandes y pequeñas de cualquier tipo que tengan lugar fuera del aula. Lo importante, sin embargo, es que, independientemente de dónde tenga lugar el aprendizaje, la calidad de la experiencia será la mejor posible, y será auténtica y relevante para los niños que participen en ella.
Preferiblemente, lo que queremos es sacar el máximo partido de la experiencia única y especial de estar al aire libre. La variedad que proporciona es necesaria:
• El clima: imaginemos un mundo sin arcoíris; la luz del sol y la lluvia son ingredientes imprescindibles.
• Las estaciones: por la variedad que aportan a lo largo de todo el año, el interés que proporcionan a nuestras vidas y las fiestas que celebran acontecimientos cíclicos.
• El espacio y la libertad del mundo más allá del aula.
• El paisaje: ya sea urbano, salvaje o una cosa intermedia.
Muchos docentes entienden el aprendizaje al aire libre como una asignatura, disciplina o área curricular. Los hay que lo consideran una manera de ver el aprendizaje, simple y llanamente una herramienta más de las muchas que están a su alcance. Para mí se trata de sacar el máximo partido de cualquier lugar o espacio fuera de las cuatro paredes del aula tradicional.
Se trata de relaciones
También puede resultar de utilidad verlo como el aprendizaje que tiene lugar como resultado de las relaciones entre las personas, la naturaleza de la actividad y el lugar y el momento del día en que tiene lugar.
La idea de utilizar el término “lugar” como parte primordial del proceso de aprendizaje procede del trabajo de sir Patrick Geddes (1854-1932), urbanista, biólogo y educador escocés conocido por su visión progresista, que desarrolló el concepto de “piensa en global, actúa en local”. Defendía asimismo una forma de entender el aprendizaje que implicara “las manos, el corazón y la cabeza”.
La mayoría de las iniciativas y las ideas dentro del ámbito de la educación se centran en actividades y en personas. Hay montones de consejos sobre cómo mejorar la destreza de comprensión lectora y expresión escrita. Y sin embargo, todos ellos se centran en su mayor parte en actividades motivadoras que animen a los niños y les permitan ganar confianza en esta área.
Suele pasarse por alto dónde leen y en qué grado influye en la adquisición de destrezas de comprensión lectora y expresión escrita. Pero esto significa también que nos estamos perdiendo un amplio abanico de posibilidades en lo referente a elegir lugares en los que aprender. Pensemos en un sitio en el que podamos leer libremente, imaginémonos con una novela en la playa o con el periódico en el autobús. Lo que no se nos ocurre es pensar en hacerlo por turnos en voz alta en una mesa rodeados de personas de nuestra misma edad, a menos que pensemos en el colegio.
El momento del día también influye. En el transcurso del día, las condiciones atmosféricas y la luz cambian, lo que influye en cualquier lugar que esté al aire libre. Las estaciones aportan variedad a lo largo del año, como también lo hace la edad. Pensemos, por ejemplo, que son muy diferentes las maneras de andar, de comportarse y de ver las cosas que tienen un niño de tres años y un adolescente.
Olvidar el impacto de un lugar es como quitarle una pata a un taburete de tres patas: queda desequilibrado de forma permanente y resulta mucho más difícil sentarse en él. Pasar por alto la influencia del lugar cuando se enseña dificulta mucho el trabajo del docente. La naturaleza ha servido de inspiración a generaciones de artistas, escritores, inventores y científicos para crear e innovar. Del mismo modo, como docentes podemos dar un uso innovador a diferentes lugares y espacios que estimule a nuestros niños.
I.1. Tómate una taza de té o de café
Haz un descanso. Prepárate una taza de una bebida caliente y tómatela fuera, en vez de donde lo haces normalmente dentro del centro, y compara la experiencia.
• ¿En qué se parece y en qué se diferencia?
• ¿Qué te ha llamado la atención de tus pensamientos y conducta (dónde te has sentado y cómo, o si te has quedado de pie todo el tiempo)?
• ¿Qué cambiarías o harías de otro modo, si volvieras a salir a tomarte el té fuera?
Esta actividad debería enseñarte que, a menudo, las personas piensan y se comportan de manera diferente en función del lugar en el que estén. Es muy posible que no haya un cómodo sofá fuera, por lo que tal vez hayas decidido darte una vuelta por el jardín con tu taza. Puede que hayas sentido fresco. Y hasta puede que no hayas querido perder de vista a esa gaviota, por si se le ocurría robarte tus galletas de naranja y chocolate.
Todo esto significa que es posible que los niños se comporten de modo diferente cuando están fuera, sobre todo si no están acostumbrados a dar la clase al aire libre. Todo el mundo necesita tiempo para adaptarse.
¿En qué lugares de fuera?
Se puede aprender en cualquier sitio al aire libre. Lo más cómodo, por lógica, es aprovechar los terrenos que rodean el centro, ya que requieren menos tiempo, preparación y dinero. El grado de supervisión requerido suele ser el mismo que dentro del aula, por lo que se puede dar la clase fuera, sin necesidad de buscar voluntarios o personal de apoyo.
Muchos colegios y guarderías cuentan con un espacio designado fuera del propio centro, como una pequeña arboleda, por ejemplo, que se utiliza de manera frecuente y habitual para diversas actividades. Si bien el proceso de establecer el espacio y las rutinas de uso de dicho espacio puede requerir tiempo y esfuerzo, merece la pena. En no pocas ocasiones constituye una buena forma de establecer lazos positivos entre la comunidad y distintas organizaciones y profesionales.
I.2. Tu vida en lugares
¡Qué difícil resulta escapar de los lugares! Por muy cuidadoso que seas, se empeñan en retenerte —pequeños retazos de uno ondean enganchados en las alambradas como jirones de tu propia vida.
Katherine Mansfield
Echemos la vista atrás. Anota las respuestas que se te ocurran a las siguientes preguntas. Resulta útil poder debatirlas con otra persona, sobre todo la última.
• ¿Qué lugares te parecen más importantes y por qué?
• ¿Qué es lo que más echas de menos cuando te vas de vacaciones?
• ¿Con qué aspecto de la comunidad, la cultura y el paisaje en el que te mueves normalmente te sientes más identificado?
• ¿Cómo se puede aplicar todo esto a tu forma de enseñar?
Hacer el aprendizaje perdurable
Si pensamos en cuando nosotros íbamos al colegio, lo más probable es que nuestros recuerdos más nítidos estén relacionados con el tiempo que pasábamos fuera del aula, lo que incluye campamentos, excursiones y tiempo de recreo. Por alguna razón, parece que nos acordamos más de lo que hacíamos fuera del aula, aunque pasáramos mucho menos tiempo fuera que dentro de ella.
Tales recuerdos son importantes por dos motivos. En primer lugar, tenemos la responsabilidad de dar la clase en un medio que conduzca al aprendizaje, tanto a corto como a largo plazo. Por lógica, si tenemos más recuerdos de lo que hacíamos fuera, puede que este sea el medio adecuado para contribuir a que los niños recuerden mejor lo que aprenden. Y en segundo lugar, tenemos que preguntarnos por qué los recuerdos perduran. ¿Por qué estar fuera del aula contribuye a que un acontecimiento resulte memorable?
Chip y Dan Heath dedicaron más de diez años a estudiar por qué algunas ideas perduran y otras se olvidan. En su libro Made to Stick (Hecho para perdurar) sugieren que hay seis principios por los que un acontecimiento, titular o cualquier otra experiencia influyen en nuestra memoria. Son, claramente, una suma que crea una fórmula de éxito (succes): simple, inesperado, concreto, creíble, emotivo e historias (simple, unexpected, concrete, credible, emotional, stories).
Un acontecimiento o experiencia no tiene por qué cumplir los seis principios, aplicables a la educación tanto dentro como fuera del aula. Sin embargo, es fácil trasladar dichos principios al exterior del aula. Es algo naturalmente “pegadizo”. Veamos unos ejemplos:
• Simple: menos es, muchas veces, más. La mayoría de las actividades que se realizan fuera del aula se apoyan en materiales que se hallan in situ y se recurre a la imaginación de los alumnos.
• Inesperado: las interrupciones son frecuentes en las actividades fuera del aula. Por ejemplo, un gato que cruza el patio; descubrir un rodal de setas detrás de un arbusto. Hay que ver estas interrupciones como una parte vital de la clase y dejarse llevar. Aunque no se logre el objetivo original previsto para esa clase, se conseguirá otro.
• Concreto: por lo general, resulta más fácil vincular las experiencias al aire libre con acontecimientos, personas y comunidad. Con frecuencia, se requieren habilidades prácticas que hacen del aprendizaje algo auténtico y real.
• Creíble: parece que trabajar fuera del aula se presta de forma natural a la vida y los intereses de los niños. Estar fuera del aula despierta todos los sentidos, de modo que los niños adquieren una comprensión de las cosas a través de estos.
• Emotivo: aquí entra en juego la capacidad de asombro. No todo el tiempo que se pasa fuera del aula es agradable, pero cuando oyes las expresiones de asombro de tus alumnos, sabes que se está produciendo una conexión. Aprender es un proceso emocional, además de cognitivo.
• Historias: formar un hilo conductor con las actividades fuera del aula es relativamente fácil. Resulta mucho más complicado hacerlo cuando los niños pasan el día sentados, rellenando páginas de sus cuadernillos de ejercicios. Podemos apoyarnos en las historias para cobrar confianza antes de salir del aula: podemos inventar historias y representarlas. Con frecuencia, las aventuras son los discursos narrativos que se recuerdan.
Tener en cuenta estos principios cuando se organizan actividades al aire libre puede contribuir a que estas se conviertan en algo memorable para los alumnos.
I.3. Busca el éxito en tus clases
Pregunta a los niños de tu clase si recuerdan una clase o actividad de varios meses atrás. ¿Por qué se acuerdan de ella? Comprueba la posible relación entre las respuestas de tus alumnos y los principios enumerados en la página anterior. También merecería la pena hacer esta conexión entre las clases o acontecimientos ocurridos cuando ibas al colegio y que han perdurado en tu memoria.
¿Por qué es importante el aprendizaje fuera del aula?
Muchos adultos que trabajan con niños podrían hablar de la diversión, la libertad, la creatividad y el estímulo que brindan a los niños las actividades al aire libre. Las ventajas de aprender fuera del aula obtuvieron el reconocimiento y empezaron a documentarse ya en el siglo XIV.
En los últimos veinte o treinta años se han realizado numerosos estudios de investigación y todos ellos señalan que los seres humanos necesitan la naturaleza no solo para sobrevivir, sino también para prosperar2. El tiempo que pasamos al aire libre, especialmente en el medio natural, afecta a nuestra salud cognitiva, social, emocional y física. Por este motivo, se está haciendo cada vez más hincapié en la utilización en el ambiente educativo de espacios naturales como playas y zonas arboladas. Y este es también el motivo por el que el incremento de la cantidad de plantas y el fomento de la vida salvaje tienen un efecto positivo en los niños.
Los trabajos que se han escrito al respecto señalan que utilizar el aprendizaje fuera del aula como estrategia educativa organizada puede:
• Incrementar los logros en asignaturas específicas.
• Influir positivamente sobre la salud y el bienestar de los niños.
• Contribuir a crear ciudadanos responsables y a apreciar el mundo natural durante toda la vida.
• Mejorar las competencias sociales y comunicativas de los niños.
• Urdir eficazmente un tejido formado por las diferentes hebras que componen la educación para el desarrollo sostenible3.
Algunos paralelismos que encontramos entre los diferentes enfoques que se le pueden dar al aprendizaje al aire libre:
• Aprendizaje interdisciplinar en distintas asignaturas.
• Uso de los terrenos que rodean el centro educativo y el barrio, sobre todo zonas verdes.
• Visitas continuadas en el tiempo en vez de excursiones de carácter excepcional.
• Implicación de los niños en la planificación y en las decisiones que se tomen.
• Rutinas que favorecen el desarrollo de competencias y la independencia.
• Enseñar y aprender dentro del entorno natural y el mundo creado por el ser humano, pero también a través de él y gracias a él.
Para todos aquellos que quieran ahondar en los trabajos de investigación y los sólidos argumentos a favor de la educación fuera del aula, recomiendo la lectura de Learning Outside the Classroom, de Simon Beames, Robbie Nicol y Pete Higgins. En él encontrarán un resumen muy asequible con montones de consejos prácticos dirigidos a docentes de Primaria y de los primeros años de Secundaria.