Shail llegó de madrugada, cuando las tres lunas estaban ya muy altas y la noche idhunita lo envolvía en su suave frescor. Se detuvo frente a la puerta de la casa y alzó la mirada para contemplar a los tres astros. Se preguntó si los dioses los observaban realmente desde Erea, y si les importaba, aunque solo fuese un poco, el destino de la familia que vivía allí. Intentó no pensar en ello.
Llamó con insistencia a la puerta, hasta que Jack salió a abrir, amodorrado.
–Os han encontrado –dijo solamente–. Vienen por vosotros.
Jack se despejó enseguida. Hizo pasar a Shail al interior de la casa y fue a despertar a Victoria.
Descubrió que estaba ya despierta, acunando al bebé, que sollozaba quedamente. Ambos cruzaron una mirada, de incertidumbre la de ella, sombría la de él.
–Tenemos que marcharnos, Victoria –dijo él.
Victoria se estremeció y estrechó al bebé entre sus brazos. Volvió a dejarlo en la cuna y se apresuró a ir en busca de sus cosas.
Jack volvió a la entrada, donde aguardaba Shail, muy nervioso.
–No tardarán en llegar –dijo el mago.
Jack entornó los ojos.
–Es mi familia –dijo con ferocidad–. Y no permitiré que se acerquen a ellos. Lucharé si es necesario –añadió, y Shail vio que se había colgado a Domivat a la espalda.
–Volverán a encontraros, una y otra vez. No puedes luchar contra todos ellos. Quieren al bebé, y no se detendrán hasta conseguirlo.
Jack cerró los ojos. Por un momento, pareció agotado.
–Luchamos para salvar este mundo –dijo–. Lo hemos dado todo por este mundo, nos hemos enfrentado a los sheks, a Ashran, a los dioses... ¿y así es como nos lo pagan? –dijo con amargura.
Había alzado la voz, y Shail le pidió que bajara el tono, aunque, reconoció, estaba totalmente de acuerdo con él.
Victoria regresó por fin. Se había colgado una bolsa a la espalda, y otra reposaba junto a sus pies. Jack la recogió y se la cargó al hombro. Victoria seguía acunando a su lloroso bebé.
–Vete a buscar a Erik –le dijo a Jack–. Le he dejado dormir un poco más.
Jack asintió. Cuando desapareció en busca del niño, Shail y Victoria cruzaron una mirada.
–Lo siento, Vic –dijo él–. Lo siento muchísimo. Nunca... nunca pensé que las cosas sucederían así.
Victoria sacudió la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas.
En aquel momento llegó Jack, arrastrando tras de sí a Erik, que se frotaba los ojos, amodorrado.
Salieron al porche precipitadamente. Victoria se quedó un momento más en la puerta, contemplando el lugar que había sido su hogar en los últimos tiempos. Había sido feliz en aquella casa. Su familia había sido feliz en aquella casa. Respiró hondo, deseando que todo fuese un mal sueño, que no la obligasen a marcharse de allí, después de todo.
Pero era una esperanza vana.
Jack oprimió suavemente su brazo.
–Hemos de irnos –le dijo al oído.
Victoria se tragó las lágrimas y asintió.
Momentos después, corrían por el bosque. Vieron las sombras de los dragones sobrevolando las copas de los árboles. No tardarían en encontrar un lugar donde aterrizar, y entonces irían a buscarlos a la casa... Victoria se los imaginó entrando en ella con violencia, revolviendo sus cosas, revolviendo su vida, echándolos de aquel pequeño oasis de felicidad. «¿Por qué?», se preguntaba una y otra vez.
Llegaron por fin al claro donde, desde hacía varias semanas, estaban preparando su vía de escape. Había un enorme hexágono trazado en el suelo, rodeado de los símbolos arcanos correspondientes.
Jack dudó.
–¿Estás seguro de que sabes cómo abrirla? Tenía entendido que solo podían hacerlo los hechiceros más poderosos.
Shail resopló.
–Me pasé años en Limbhad estudiando las Puertas interdimensionales, buscando la manera de regresar a casa. Me sé la teoría de memoria. Solo necesito un poco más de poder.
Victoria captó el mensaje y asintió. Le tendió el bebé a Jack y extrajo el báculo de su funda. Lo levantó en alto para permitir que absorbiera energía del ambiente. La respuesta fue rápida y eficaz; desde que los dioses se habían paseado sobre la faz del mundo, este estaba mucho más cargado de energía que antes, más vibrante, más vivo.
La joven alargó la otra mano y la colocó sobre el hombro de Shail. Inmediatamente, empezó a transmitirle energía.
–De acuerdo –murmuró Shail–. Vamos allá.
No poseía el poder que tenía Christian para abrir Puertas interdimensionales de forma instantánea, pero conocía la fórmula, sabía cuáles eran los pasos, y ahora tenía la energía necesaria.
Lenta, muy lentamente, la Puerta a la Tierra se fue abriendo. Cuando las voces de sus perseguidores ya resonaban en el bosque, Shail terminó de abrir una brecha lo bastante amplia como para que pudiesen pasar.
–Ya está –jadeó–. Marchaos.
Victoria asintió. Se acercó a él y le tendió algo alargado, que iba envuelto cuidadosamente en un paño.
–Cuida de esto –dijo–. No conozco a nadie que merezca tenerlo más que tú. Haz buen uso de él y, sobre todo, que nadie sepa que lo tengas. Podrías tener problemas.
Shail lo desenvolvió parcialmente, con curiosidad. Algo blanco y brillante como un rayo de luna emergió de entre los pliegues de la tela. El mago se quedó paralizado de sorpresa.
–Esto es... –pudo decir por fin–. ¡Es un cuerno de unicornio!
–Es mi cuerno –asintió Victoria–. El que Ashran me arrebató. Lo encontramos en el árbol de Gerde después de la Batalla de los Siete.
–Y por qué... –empezó él, aún aturdido–, ¿por qué no se lo dijisteis a nadie?
Victoria y Jack cruzaron una mirada de circunstancias. Sobraban las palabras. Shail entendió, y estrechó el paquete contra su pecho.
–Seré digno de él –prometió; vaciló antes de preguntar–: ¿Puedo... con esto puedo consagrar nuevos magos? ¿Puedo tocarlo sin que me haga daño?
–Puedes –asintió Victoria–, porque es mi cuerno y yo te lo regalo.
Shail tragó saliva, emocionado. Fue incapaz de seguir hablando, por lo que Victoria añadió:
–Gracias por todo, Shail.
Lo abrazó con fuerza, y el mago correspondió a su abrazo, emocionado.
–Mi pequeña Victoria –susurró–. Espero que encuentres la paz y la felicidad que te mereces.
Victoria inspiró hondo.
–Gracias –pudo decir–. Lo mismo te deseo yo a ti. Por favor, despídete de Zaisei por mí, y de todo el mundo. Os echaremos de menos.
–Lo mismo digo –intervino Jack–. Pero espero que esto no sea una despedida para siempre. Espero que volvamos a vernos en Limbhad.
Shail sonrió.
–Yo también.
Revolvió el pelo de Erik y le dio un fuerte abrazo, y luego abrazó también a Jack. Contempló a la criatura que sostenía entre sus brazos, y que permanecía serena y callada, como si intuyese el peligro que los amenazaba.
–Todo por una cosa tan pequeña...
–Es solo un bebé –dijo Victoria, al borde del llanto–. No ha hecho daño a nadie.
Shail no supo qué contestar. Volvió a contemplar al bebé.
–Adiós, Eva –susurró–. Adiós, pequeña Lune.
La niña lo miró, muy seria. Sus ojos eran azules como el hielo.
–Daría mi vida por protegerla, Shail –dijo Jack con voz ronca.
–Lo sé –sonrió Shail–. Ojalá os vaya todo bien.
–Irá bien porque estaremos todos juntos. Christian estará encantado de conocer a Eva. Habrá que ver la cara que pone –añadió con una amplia sonrisa–. No me lo perdería por nada del mundo.
Victoria sonrió también. El rostro se le iluminó, y Jack se alegró de haber mencionado a Christian. La pena por abandonar su hogar, por dar la espalda a Idhún, podría mitigarse un tanto con la alegría de reencontrarse con el shek. La joven tomó a la niña de los brazos de Jack.
–Christian –susurró Victoria al oído del bebé–. Vamos a volver a ver a Christian, Eva.
Jack sonrió y rodeó su cintura con el brazo que tenía libre. Con el otro sostenía a Erik.
Tras despedirse de Shail por última vez, los cuatro dieron el paso que los llevaría lejos de Idhún, de vuelta a casa. No sabían qué los aguardaría allí. No sabían si serían bien recibidos en el mundo que una vez los había visto nacer, ni si sus hijos, nacidos idhunitas, podrían ser niños normales en la Tierra o, por el contrario, manifestarían poderes heredados de sus extraordinarios padres. No podían saberlo, pero en aquel momento no les importaba.
Regresaban a casa.