Dedicatoria
Cita
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Créditos

A mis sobrinos Fernando, Xulio y Antonia

For I have likewise gazed in sleep on things my memory scarce can keep. (Porque también yo, en sueños, he contemplado cosas que apenas puedo retener en la memoria.)

H. P. Lovecraft
 

1

 

Los ojos de Teresa Louzao se iluminaron cuando leyó el remite del voluminoso sobre acolchado que le acababa de entregar el cartero. Ver escrito el nombre de su hermano, del que no tenía noticias desde hacía casi dos meses, le quitó un peso de encima. Tanta tardanza ya le extrañaba, porque Xavier, estuviese donde estuviese, incluso durante aquella larga estancia en Quebec, nunca dejaba pasar más de dos semanas sin llamarla o sin escribirle unas líneas, aunque solo fuese una postal. Estaban muy unidos desde la infancia, a pesar de la diferencia de edad, y ese lazo, lejos de aflojarse, no había hecho más que estrecharse con el paso del tiempo. 

Casi inconscientemente, dirigió su mirada hacia las fotografías que tenía encima del aparador de la sala, y le vino a la memoria la broma que Xavier hacía siempre que iba a su casa y veía aquel montón de fotos enmarcadas, dispuestas como desordenadas piezas de un rompecabezas: «¿Qué tal sigue el panteón de los recuerdos familiares?» Repasó una vez más aquellas imágenes que guardaban tantos momentos de su vida: los dos hermanos al lado de su padres, en la huerta de la casa familiar; Xavier con ella, en el que debía de ser su decimotercer cumpleaños; Xavier firmando libros, rodeado de gente; ella y su madre, sentadas en la terraza, pocos meses antes de que falleciera esta. 

Como otras veces, la mirada de Teresa acabó deteniéndose en la foto en la que ella aparecía entre Adrián y Xavier, en la pequeña capilla del monte de San Roque. Se acordaba bien del día en que la habían sacado, en la romería de agosto. Acababa de cumplir dieciséis años y tenía la sensación de tener la vida entera por delante.  

¡Qué lejos quedaba ahora aquella etapa! En aquel verano Adrián y Xavier habían empezado a aceptarla como compañera en sus excursiones. Era una compañía que le encantaba, con nadie se sentía mejor que con ellos. Fue entonces cuando Teresa confirmó lo que de forma inconsciente intuía desde hacía tiempo: que estaba irremediablemente enamorada de Adrián y que, con certeza, ese amor habría de acompañarla toda la vida. 

Movió la cabeza con gesto enérgico, como si quisiera alejar de sí la tristeza que la invadía siempre que pensaba en Adrián, y volvió a mirar el sobre. El remite indicaba que Xavier estaba de vuelta en Galicia, aunque, en principio, Teresa no supo localizar con seguridad el lugar cuyo nombre venía escrito debajo del de su hermano: Doroña-Vilarmaior. ¿No quedaba eso por la parte de Monfero, allá en las tierras altas del Eume? «Ya lo buscaré luego en el mapa», pensó mientras abría el sobre acolchado. Esperaba encontrarse con una nueva publicación o con ejemplares de alguna traducción de cualquiera de los libros de su hermano. Xavier no olvidaba nunca que a Teresa le gustaba tener una muestra de todo lo que publicaba, aunque, como ocurría con frecuencia, fuesen ediciones en idiomas que desconocía. 

Pero el contenido del sobre era muy diferente al de otras veces. Dentro venía otro sobre parecido, de dimensiones un poco menores que el que acababa de abrir, acompañado de unos dos folios escritos con la letra menuda de su hermano. El sobre pequeño estaba cerrado, y la solapa de cierre aparecía reforzada con una ancha cinta adhesiva, como si se quisiera proteger especialmente su contenido. Teresa dejó los sobres en la mesa, se sentó en una silla y se dispuso a leer el mensaje que le mandaba Xavier. 

 

Querida Teresa: 

Disculpa que solo te escriba unas apresuradas líneas y no una carta más extensa, como seguramente esperarías. Te sorprenderá que no te cuente nada de mis andanzas durante estas últimas semanas, pero lo que tengo que decirte es más urgente. Sabes que eres la única persona en la que puedo confiar enteramente: por eso recurro a ti ahora, para hacerte estas dos peticiones sin necesidad de tener que explicarte nada más. 

La primera petición es que por nada del mundo abras el sobre que acompaña a esta nota. Ya sé que no es normal solicitarte una cosa así, pero confío en que entiendas que tengo motivos poderosos para hacerlo. 

La segunda petición también te sorprenderá, pero sabes que no te la haría si no lo considerase necesario. Si ves que, una semana después de recibir esta carta, yo aún no me he puesto en contacto telefónico contigo, vete a la comisaría de Vigo y pregunta por el inspector Soutullo. Cuando hables con él, cuéntale que eres mi hermana y entrégale el sobre que te envío. No tengas reparo en hacerlo: Soutullo es amigo mío y hace tres años nos tratamos mucho, durante aquellos meses en que estuve ahí documentándome para escribir La derrota de la esperanza; incluso creo que te lo presenté una vez. Sé que Soutullo examinará con atención todo lo que le envío y también confío en que sabrá lo que debe hacerse después. 

Te pido que no abras el sobre, pero no puedo impedir que, si llegas a verte obligada a entregárselo a Soutullo, puedas conocer su contenido. Aunque, por tu bien, te rogaría que no lo hicieses, porque no sería capaz de soportar el dolor que podría causarte. ¿Te acuerdas de nuestro primer viaje a Barcelona, en el otoño de 1969, cuando compré Los mitos de Cthultu en aquel quiosco de las Ramblas y leí por vez primera los relatos de Lovecraft? Tú me decías, viendo mi entusiasmo, que no sabías cómo era capaz de disfrutar con aquellas historias que tanto te desagradaban. Siempre te contestaba que era lógico que a ti no te gustasen, porque cometías el error de creer que lo que contaban podía ser real, cuando no eran más que ingeniosas ficciones que jugaban con nuestros miedos. Pues bien, ahora, mientras te escribo, no sé si desde la locura o desde una pesadilla, si desde un mundo irreal o desde esta aldea de Vilarmaior, tengo que decirte que quizá Lovecraft tenía razón, que quizá tú tenías razón, y que hay cosas en este mundo que tal vez nunca seamos capaces ni siquiera de imaginar. 

Pero también puede ser que todo lo que te estoy escribiendo sea solo el producto de una extraña pesadilla que no deja de obsesionarme. Es posible que de aquí a unos días los dos podamos estar juntos otra vez, riéndonos de estas líneas y del contenido del sobre que te envío. O quizá, querida hermana, lo que tus ojos están leyendo sean las últimas palabras que yo escriba. 

Ahora, al acabar esta nota, pienso que todavía podría huir de aquí y volver al mundo real, que aún estoy a tiempo de escapar de esta extraña situación. Pero eso significaría dejar a Adrián abandonado a su suerte, desoír el mensaje que me envió. Y no puedo hacerlo, sobre todo después de leer la carta, o lo que sea, que acabo de encontrar en el cuarto de abajo. Pero no sé por qué te digo esto yo, porque para entender lo que te estoy contando tendrías que leer los papeles que contiene el sobre. Es mejor que no lo hagas, pero eres mi hermana y no puedo impedir que, llegado el momento, los leas si ese es tu deseo. Quizá entonces entiendas por qué, en estas horas finales, la angustia y el miedo vuelven a recorrer de forma incesante todo mi cuerpo. 

Adiós, querida hermana. Recibe el abrazo más fuerte del mundo, y ojalá no sea el último que nos demos.

Xavier

El rostro de Teresa se ensombreció más y más a medida que avanzaba en la lectura de la carta, y un intenso desasosiego se fue apoderando de ella. ¿Qué era lo que le quería decir Xavier en aquellas líneas? ¿Qué significaban las inquietantes referencias a Adrián? ¿Y a qué venían las alusiones a Lovecraft, el autor de aquellas novelas que –¡hacía ya tantos años de eso!– Xavier devoraba con pasión y que ella nunca había sido capaz de terminar? ¿Era un nuevo juego de su hermano, tan acostumbrado a seducir por medio de las palabras? El corazón le decía, sin embargo, que lo que acababa de leer era algo más que un ejercicio literario, y que en los próximos días sería inevitable convivir con aquel desasosiego que se había instalado en su interior. 

 

Durante los dos días siguientes, Teresa trató de hacer su vida habitual. Mientras estaba en el centro de salud, abrumada por la cantidad de trabajo que tenía, conseguía olvidar la carta de Xavier; pero cuando llegaba a su casa y reparaba en el sobre cerrado, bien visible encima del aparador de la entrada, las palabras de su hermano volvían a hacerse presentes y el desasosiego la atrapaba de nuevo, cada vez con mayor intensidad. ¿Por qué Xavier no confiaba en ella? ¿Y por qué sí en aquel desconocido Soutullo, teniendo tantas amistades en Vigo? Todo parecía indicar que Xavier y Adrián estaban metidos en algún asunto poco claro; quizá esa era la razón por la que no deseaba que ella interviniese. ¿Y si, por obedecerle y esperar durante siete días, les sucedía algo a los dos? 

Quizá la idea de abrir el sobre comenzase a aflorar en su interior en el preciso momento en que acabó de leer la carta de su hermano; quizá aquellos dos días solo habían servido para que esa idea creciese dentro de ella hasta hacerse insoportable. Al tercero, incapaz de aguantar más, Teresa decidió incumplir la petición de su hermano. Era sábado, tenía libre el día entero, y la perspectiva de pasar todo el fin de semana pensando en Xavier y en el contenido del sobre era superior a sus fuerzas. No podía esperar a que pasasen tantos días; Xavier no debió haberle pedido una cosa así. Llegado el caso, si le reprochase su impaciencia, siempre le podría decir que él era el verdadero responsable, ya que ella solo lo había abierto porque el contenido de la carta la había inquietado profundamente. 

Cogió el sobre cerrado y le dio varias vueltas. Lo palpó tratando de adivinar qué había en su interior: parecía que solo contenía papeles, quizá dentro no hubiese más que un nuevo manuscrito. Después de un momento de indecisión, cortó con las tijeras la cinta adhesiva, despegó la solapa del sobre y lo abrió. Vació su contenido encima de la mesa y lo examinó con atención. Había unos pocos folios escritos por Xavier; aquella caligrafía menuda y apretada era inconfundible. Había también varias cartas, todas dirigidas al apartado de correos que su hermano tenía en Compostela. Los sobres estaban abiertos, señal de que él ya las había leído. El corazón de Teresa comenzó a latir más aceleradamente cuando reconoció la letra de las cartas, aquella letra tan querida. Porque el remitente era siempre el mismo, Adrián Novoa, aunque variaban las direcciones que indicaban su procedencia. Algunas cartas venían del extranjero, pero la mayoría tenían el mismo remite que ya había leído en el texto de Xavier: Doroña-Vilarmaior. Finalmente, había otro sobre acolchado más pequeño, del tamaño de una cuartilla, con numerosas fotos dentro. Teresa les echó un vistazo rápido y comprobó con sorpresa que todas eran muy parecidas, como si formasen parte de una misma serie. 

Le entró la tentación de leer primero las cartas de Adrián, pero pensó que lo mejor sería comenzar por las hojas que había escrito su hermano; quizá estuviese en ellas la explicación de tanto misterio. Tratando de dominar sus nervios, recogió todo el contenido del sobre, se sentó en la butaca más próxima a la ventana y comenzó a leer.