Contenido
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Créditos
A Ana
1
ME llamo César, hoy empiezo el nuevo curso en un nuevo colegio. Por eso estoy de muy mal humor.
Todos los años me pasa lo mismo, tengo que cambiar de colegio, de compañeros, de profesores, de barrio y, lo que es más grave, de casa. Eso ocurre por culpa de mi padre.
No es que mi padre sea un bandido perseguido por la policía como esos que tienen que cambiar continuamente de ciudad. No, no es eso..., mi padre es escritor.
Él dice que es un espíritu inquieto y no puede estar mucho tiempo en el mismo sitio. Por ese motivo, nos quedamos en cada ciudad lo justo para que escriba una novela y luego... ¡Adiós!
—Mi imaginación se atasca —nos explicó un día a mi hermano Javier, a mamá y a mí en un avión—. No soy capaz de escribir dos libros en el mismo sitio. Necesito ver caras nuevas, otros ambientes...
Escribe libros para niños, pero yo no he querido leer ninguno. Lo he intentado algunas veces pero me pongo de tan mal humor que no consigo terminarlos.
Estoy enfadado con los libros de mi padre porque creo que son los culpables de que estemos siempre de mudanza. Y precisamente por eso, por culpa de esos libros, empiezo hoy en un nuevo colegio.
Por lo menos, esta vez he tenido suerte y el colegio está cerca de mi casa. Aunque debería decir que el nuevo colegio está cerca de mi nueva casa. Hace apenas un mes que vivimos en esta ciudad, aún no tengo amigos y ni siquiera conozco a mis vecinos.
Este colegio es muy grande. Igual que la clase, que parece la habitación de un palacio de esos que salen en las películas.
He llegado temprano y he entrado el primero, sé por experiencia que así puedes elegir sitio. Me acabo de sentar en un pupitre de las filas traseras, cerca de la ventana.
He aprendido que los profesores no se suelen fijar en los que se sientan detrás y que estar cerca de la ventana tiene la ventaja de que, mientras miras al cielo, te distraes y el tiempo pasa más deprisa.
Ésas son las cosas que se aprenden cuando uno cambia tanto de colegio y se encuentra siempre solo.
La clase se está llenando poco a poco. Veo que casi todos se conocen y se saludan mientras que, a mí, me miran como a un bicho raro. La verdad es que ya estoy acostumbrado, siempre me pasa lo mismo.
Creo que el profesor y yo no nos vamos a entender. El otro día mi madre me lo presentó y es de esos a los que les gusta que todo el mundo les hable con respeto, como si fuesen más importantes que el resto del mundo.
—¡Hola!
—¿Qué? —respondo un poco sobresaltado.
—¿Cómo te llamas?
—¿Quién? ¿Yo...? Me llamo César —digo.
—Y yo Lucía —dice la chica que acaba de sentarse a mi lado.
No me había dado cuenta, pero son pupitres dobles y, tarde o temprano, alguien tenía que compartirlo conmigo. Pero no esperaba que me fuese a tocar una chica tan fea.
La estoy mirando de reojo y veo que tiene una cara que me pone nervioso. Lo peor no son esas pecas marrones que le tapan casi toda la cara, lo peor son esas gafas tan grandes y tan redondas que lleva. Es como si se hubiera puesto un antifaz.
En fin, vaya curso que me espera.
—¿Eres nuevo, no?
—Sí —respondo sin levantar la cabeza de mi cuaderno—. Soy nuevo aquí.
—¿Y en la ciudad? —insiste.
—Sí, también soy nuevo en la ciudad. Además de fea es una pesada.
—Yo vengo a este colegio desde que era pequeña —me explica—. Soy una veterana. Si quieres saber algo de aquí, pregúntamelo a mí.
Lo que me temía, también es tonta.
—Claro, claro... —le digo para que se calle—. Ya te preguntaré si se me ocurre algo.
—Oye, a mí no me trates como si fuese tonta, ¿sabes? —dice de repente, como si me hubiera leído el pensamiento— Puedo tener cara de boba, pero no lo soy.
—Yo no...
—Tú sí —me corta—. Tú me has tomado por una estúpida, pero te equivocas.
—Oye, que yo no he dicho nada —protesto.
—Pero lo has pensado, que es lo mismo —me reprocha.
—¿Y cómo sabes tú lo que pienso?
—Porque soy escritora. Y los escritores sabemos mucho sobre las personas.
—¿Ah, sí?
—¡Sí!
Prefiero callarme. Me ha tocado lo peor que me podía tocar: otro escritor.
—Pues para que lo sepas, mi padre es escritor y publica libros, no como tú , que ni publicas ni nada.
—¿Y qué escribe tu padre? ¿Está escribiendo algo ahora? ¿Cómo se llama? ¿En qué editorial publica? ¿Cuántos libros...?
—¡Cállate! —le ordeno—. ¿No ves que el profesor nos está mirando?
Me lanza una mirada de enfado pero no dice nada más.
Hoy ha sido uno de los días más duros de mi vida. Creo que mañana trataré de cambiarme de pupitre porque yo, a la tal Lucía, no la aguanto. ¿Qué le importará a ella lo que está escribiendo mi padre? A lo mejor se cree que me cuenta lo que hace.
Mi hermano me está esperando a la salida del colegio. Nos vamos andando hacia casa.
—¿Qué te pasa en la mejilla? —le pregunto mientras observo algunos arañazos en su cara.
—Me he pegado con uno de la clase —me dice.
—¿Estás bien?
—Sí, creo que sí —me responde—. ¿Qué tal te ha ido a ti?
—Tengo problemas con una chica —le explico—. Me ha tocado la compañera de pupitre más tonta y más fea que he visto en mi vida. Te espantarías si la vieras.
Prefiero no contarle que un grupo de chicos me ha estado molestando. Que se han pasado todo el día lanzándome pelotitas de papel a la cabeza con una goma. Y que creo que van a ser un problema aunque he tratado de no dar demasiada importancia al asunto.
Llegamos a casa y hacemos los deberes. Después llega papá y cenamos.
—¿Qué tal vuestro primer día de colegio? —nos pregunta apenas nos sentamos.
Yo le miro y no respondo.
—He tenido una pelea con un chico que me ha llamado novato —dice Javier—. Pero le he dado...
—Javier, hijo, te he dicho mil veces que no quiero que te pelees con tus compañeros de clase —le regaña mamá—. No tendrás nunca amigos si te comportas así.
—No tendremos nunca amigos —intervengo.
—He empezado una nueva historia —dice mi padre, evitando una discusión que no le gusta nada.
—¡Qué bien! —dice mamá, tratando de crear un buen clima.
—Y nosotros hemos empezado un nuevo curso —digo, llenando mi cuchara de sopa y llevándomela a la boca.
—¿De qué va tu libro? —pregunta mi hermano Javier.
—Se titula «El libro invisible»... Estoy muy contento. Aún no puedo contaros muchos detalles porque estoy empezando.
—¿«El libro invisible»? —repite sorprendido mi hermano.
—Bueno, sí... —dice mi padre—. Es la historia de un libro que no todo el mundo puede ver y...
—¡Eh! ¿No decías que da mala suerte contar las historias mientras se están escribiendo? —le corta mamá.
—¡Mamá! —protesta Javier.
—Ella tiene razón —dice mi padre—. No voy a contaros nada más. Ya la leeréis cuando esté terminada.
Yo no he dicho nada. Me da igual la historia de mi padre. Por culpa de sus libros nos pasamos la vida cambiando de ciudad, de casa y de colegio... y ahora, además, tengo que aguantar a Lucía.
—Bueno, me voy a escribir —dice mi padre después de cenar—. Buenas noches a todos.
Tiene la costumbre de escribir de noche. Durante el día escribe a mano en un cuaderno y luego, por la noche, lo pasa a su ordenador. Vamos, que escribe dos veces lo mismo. Por eso digo que los escritores son muy raros.
—Hasta mañana, papá —le despide Javier.
—Que os vaya bien en el colegio —dice, levantándose de la mesa y saliendo del comedor.
Nosotros nos quedamos un rato viendo la tele. Hoy ponen una película de aventuras y mamá nos deja verla.