A Marcos y a Rocío.
Y a Lúa (que también es de casa).
¡HOLA! Soy David, aunque todos me llaman Djukic porque me gusta tirar penaltis, pero casi nunca meto gol.
Vivo en un sitio estupendo. Se llama parroquia, porque tenemos un cura y una iglesia muy grande. Desde mi habitación puedo ver toda la iglesia. Cuando hay fiesta, también veo los cohetes que explotan en el cielo.
Las casas no son muy altas, pero tenemos muchos árboles que son altísimos. Cuando el sol tarda mucho tiempo en irse del cielo, que eso se llama verano, nuestros árboles se llenan de fruta.
Todos los días pasa un señor vendiendo pescado. También hay dos tiendas en las que compramos muchas cosas, pero para comprar medicinas hay que ir a la farmacia.
El colegio es muy grande. Está en otra parroquia que también tiene cura e iglesia.
Mi casa está cerca del río, pero no puedo ir allí yo solo. No me dejan porque si me caigo me ahogo. Eso fue lo que le pasó a una señora, que me lo ha dicho mamá.
Antes vivíamos en la ciudad, en una casa que se llama segundo A. Allí no teníamos huerta, ni un cobertizo al lado de la casa con el suelo de cemento, ni cuadras detrás del cobertizo, ni bodega, ni un sótano muy grande, ni dos escaleras para entrar por dentro o por fuera, ni gallinas, ¡ni gata! Teníamos cocina, baño, sala y dormitorios, sí; pero eso también lo tenemos aquí, en la parte de arriba.
Además, esta casa tiene tejado. La de la ciudad, que también es nuestra, tiene encima las casas de otra gente. También se llaman pisos.
Cumplí ocho años en diciembre y me sé en qué día y en qué año nací. Muchos amigos míos ni siquiera saben el año en que nacieron. Son un poco burros. Yo ya soy bastante mayor. De todos modos, todavía no tengo barba ni bigote. Tengo el pelo castaño y un poco largo, así no se me enfrían las orejas aunque haga frío. No me gustan los pantalones blancos. Se les nota mucho las manchas y entonces mamá me riñe.
Hace unos días papá me llevó al médico y le dijo que mi altura era perfecta para mi peso, o sea, que de alto soy perfecto. Si me subo a la banqueta de la cocina, soy igualito que papá.
Me parece que soy guapo porque muchas niñas de mi colegio me han preguntado si quería ser su novio. Yo he elegido solamente a Blanca. Y no ha sido porque Blanca sea mi vecina. Es que Blanca es la más guapa de la clase. Blanca tiene los ojos bonitos, el pelo largo y bonito, la cara bonita, la voz bonita, y también es la más lista de todas. Sabe trepar por los muros sin que se le vean las bragas. Blanca casi siempre lleva pantalones. Bueno, cuando vamos a una fiesta, algunas veces lleva vestido o falda, y asi también está muy guapa.
Blanca no tiene piojos como Raquel. Un día la profe nos echó a todos una colonia en la cabeza, y de la de Raquel empezaron a salir muchos bichitos, que eran piojos. Y todos nos escapamos porque no queríamos ser unos piojosos como ella. Después la profe se puso como una loca, igualito que mamá cuando se le sale la leche del cazo. Salió corriendo y volvió a entrar con una toalla o algo así. Se la envolvió a Raquel alrededor de la cabeza, que parecía una encantadora de serpientes. Luego, sin saber cómo, en medio del lío, desaparecieron las dos. Nosotros pensábamos que se las habían comido los piojos, pero no, porque la profe volvió enseguida y Raquel también volvió unos días después.
A mí Raquel no me gusta porque además de piojosa es acusica, y Blanca casi no acusa. A mí no me acusa nunca. Cumplió nueve años en enero.
Blanca es mi novia porque tenemos un secreto a medias, es un misterio que tenemos que resolver nosotros solos. Queremos practicar. De mayores vamos a ser policías de los que descubren misterios dificilísimos.
Nuestro misterio es muy misterioso porque ni siquiera mis padres, que son mucho más viejos que yo, claro, lo han sabido resolver. Cuando les pregunto por el caso no tienen ni idea, no saben qué decir. Se ponen a mirarse el uno al otro como si fueran tontos, y solo responden:
—Ni idea. No sabemos. Es un misterio.
Si les pregunto a mis tíos o a los padres de Blanca, me dicen:
—Pregúntaselo a tus padres.
Pero yo no les vuelvo a preguntar nada porque ya sé la respuesta:
—Ni idea. No sabemos. Es un misterio.
Por eso voy a ser policía-detective, y Blanca también. Para descubrir lo que los mayores no son capaces de descubrir. Ya tenemos preparado un hilo de pescar, que se llama sedal, y una bolsa con serrín de la gata para conseguir las huellas del ladrón.
POR tercera vez mi gata... ¡Bueno!, también es de Blanca. Hemos jurado entre dos piedras que era de los dos. Así Blanca me ayuda a descubrir el misterio.
Bueno, pues por tercera vez nuestra gata está preñada, que eso quiere decir que va a tener gatitos. Yo lo sé, y no solo porque lo dígan mis padres, lo sé porque tiene la barriga muy gorda, muy gorda. Casi le llega al suelo, y salta muy poco. Antes jugaba mucho y ahora se pasa la mayor parte del día tumbada, igual que la abuela; pero la abuela no va a tener gatitos.
Estos días no quiere que la acaricien ni nada. Si le toco la tripa, se escapa. Antes de tener los gatitos dentro, no era así. Le podías hacer todas las cosquillas que te diera la gana, ¡hasta por la barriga! Algunas veces se quedaba dormida así, y roncaba. Roncaba igual que papá cuando se tumba en el tresillo del salón después de comer. Papá se pone panza arriba y Lúa se pone para abajo, escondiendo la tripa. Tiene miedo de quedarse dormida y que le desaparezcan los gatitos que tiene dentro. ¡Y a mí no me extraña!
Las otras dos veces que Lúa parió, pasó una cosa muy rara. El primer día, allí tenía los gatitos. Estaban en la huerta, encima de una butaca vieja que había arrimada a la pared del cobertizo. Eran tan pequeñitos que parecían pelotas de tenis, pero no lo eran. Las pelotas son más redondas y menos peludas, y además no respiran.
Yo conozco bien las pelotas de tenis porque algunas veces voy a jugar con papá y con Quin, que es mi hermano. Jugar al tenis es, por ejemplo, lanzar la pelota para el otro lado con una cosa que se llama raqueta de tenis. En el medio hay una red, que no es de las de ir a pescar. Y, desde el otro lado, otro jugador tiene que hacer lo mismo. Pueden jugar tres, porque yo también juego con ellos muchas veces. A mí me toca recoger las pelotas que se les caen a papá y a Quin, y dárselas cuando me las piden. Es un trabajo muy importante. Tengo que estar atento y correr mucho. Por eso papá dice que yo hago lo más difícil. Algunas veces me dejan tirar a mí, pero la raqueta pesa mucho y me canso.
Ya sé por dónde salen los gatitos, porque me lo ha explicado mamá. Me ha dicho que salen por un agujerito que tiene la gata cerca del rabo. Lo que todavía no sé es por dónde entran.
Mamá dice que aparecen en la barriga cuando la gata se junta con un gato que le gusta. Entonces, si se arriman mucho, si se hacen novios y se quieren muchísimo, puede pasar eso. Me ha dicho que también pasa así con las personas, pero eso es mentira. Yo quiero mucho a Blanca, y hasta le he dado un beso donde hay que darlos para ser novios, en la boca, y Blanca no va a tener gatitos ni nada.
Creo que hay que hacer el amor, que es dormir juntos como en las películas. Como papá y mamá no vale, porque ellos son de la familia; y además no pueden estar enamorados porque ya están casados. No son novios.
Yo estaba deseando coger en brazos un gatito de aquellos. También quería darle uno a Blanca. Aquella primera vez que nacieron los hijos de Lúa, estaba más contento que cuando los Reyes me trajeron la noria de agua. Total, en mi casa no me dejan jugar con agua, y eso que tenemos mucha en todos los grifos.
Mis padres no estaban tan contentos, sobre todo mamá. Hablaba sola, y eso es muy raro. Decía:
—Yo no tengo ninguna necesidad de pasar estos tragos por culpa del lío de la gata.
No sé a qué tragos se referiría. Yo no vi que bebiera nada. Y tampoco me enteré de cuál era el lío de la gata.
A la mañana siguiente me levanté muy temprano, incluso antes de que el vendedor de pescado empezara a lanzar sus bocinazos, que es cuando las madres o los padres van corriendo al coche de ese señor con una bandeja en la mano. Bajé para ver cómo seguían los gatitos. ¡Y no estaban!
—¡Mamáaa! -grité muy sorprendido-. ¡No están los gatitos!
Vino mi madre, pero no corría ni nada, y dijo toda tranquila:
—No sé qué ha podido pasar, pero han desaparecido, así que olvidaos de ellos.
Blanca y yo buscamos, buscamos... ¡Hasta buscamos dentro del horno! A lo mejor se habían metido allí porque tenían frío, pero no. Blanca decía que cuando son tan pequeñitos no andan. Así que ahí está una parte del misterio.
Lúa maullaba y estaba muy triste. Ella también los buscaba. Me pedía que la siguiera para ayudarla a encontrarlos y yo la seguí. Hasta miramos encima de las ruedas del coche de mamá, porque allí le gustaba esconderse a ella cuando era pequeña. Lúa olfateaba por todas partes y yo también, pero los gatitos no aparecieron.
MI gata, ¡bueno!, nuestra gata se llama Lúa. Primero íbamos a llamarla Nube Gris porque tiene el pelo muy suave y muy gris. Así como las nubes cuando tapan el azul que hay en el cielo, y las cosas brillan menos, y mamá gana más dinero. A Blanca no le gustaba demasiado.
—A mí me parece un nombre muy largo -dijo ella.
—Entonces, ¿cómo le ponemos? -pregunté yo.
—Podemos llamarla Lúa. En gallego es el nombre de la luna, que sale por las noches; a los gatos les gusta pasear cuando hay luna.
Y le quedó este nombre para siempre. Para que nadie se lo pueda cambiar, Blanca fue corriendo a su casa y trajo el catecismo de la primera comunión. A mí todavía no me lo han comprado.
—David, entre los dos tenemos que rezar la oración más difícil de todas.
—¿Y cuál es? -pregunté.
—Es esta, que se llama credo. ¿No ves cuántos renglones tiene?
Escogimos esa porque era larguísima y así la gata quedaba mejor bautizada. No creo yo que haya mucha gente que la pueda decir entera sin mirar el catecismo.
A mí el nombre de Lúa también me pareció bien y le dije a Blanca:
—Sí. Lúa está mejor, porque Nube Gris parece nombre de indio. Lúa no es un indio porque es muy mansita. No lanza flechas ni nada de eso. Y además no tiene plumas de colores en la cabeza, sino orejas y pelos.