Cuentos

para

educarniñosfelices

Begoña Ibarrola

Jesús Gabán

NOTA DE LA AUTORA

Ser padres es una noble y difícil tarea, y pode-mos asegurar que todos queréis que vuestros hijos sean felices, eso nadie lo duda, pero no siempre encontráis el modo de enseñarles a encontrar la felicidad, incluso algunos segu-ramente pensáis que nadie puede enseñar a otro a ser feliz.

Niños felices, contentos, con un buen de-sarrollo de su capacidad intelectual, y emocio-nalmente inteligentes, abiertos e integrados en la sociedad. Parece una utopía, pero en Cana-un grupo de investigadores ha descubierto que es posible educar a los niños para que go-cen de una felicidad plena.

Si quieres ayudar a tus hijos a realizar este importante aprendizaje, en este libro de cuen-tos vas a encontrar algunas pistas para llevar a cabo esta tarea gratificante para ambas partes.

La felicidad es un estado de armonía y plenitud interior, una actitud personal ante la vida, una forma de vivir y de sentir que tiñe toda nuestra existencia. A lo largo de los años van surgiendo aliados y enemigos –personas, situaciones, lugares, cosas– que nos ayudan o dificultan ese estado, pero nadie nos la puede regalar ni nadie nos la puede quitar.

Como padres y adultos tenéis la obligación de conocer aquellas limitaciones personales, miedos, frustraciones y complejos que puedan afectar a la relación con vuestros hijos, muchas veces fruto de la educación recibida. Pero está en vuestras manos, aquí y ahora, adoptar una

El bien de la humanidad debe consistir en que cada uno goce al máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la de los demás.Aldous Huxley

forma diferente de educar, orientada a promo-ver su crecimiento sano, feliz y equilibrado; solo es cuestión de voluntad y conocimientos.

Todos sabemos que el amor es el ingre-diente más importante y necesario en la rela-ción con los hijos, pero no resulta suficiente si no va unido a otras cualidades y valores que les ayuden a enfrentarse al mundo con seguridad y confianza en sus capacidades, un mundo en el que tendrán que vivir diferentes situaciones, unas agradables y otras difíciles.

A veces los padres tomáis demasiado en serio vuestro papel y os olvidáis de diverti-ros, de hacer más ligera la carga del día a día, de aprender a disfrutar los momentos en que estáis con vuestros hijos. Es importante en el aprendizaje de la felicidad que os vean también felices a vosotros, que en el entorno familiar haya risas, bromas, cierta complici-dad, elementos importantes para conseguir el bienestar emocional.

Un desarrollo emocional adecuado es la clave para que vuestros hijos sean felices, y para ello es importante que compartáis con ellos una serie de habilidades, cualidades y valores que no deben ser enseñados como no-ciones abstractas, sino vividos con amor para poderlos desarrollar.

Por todo ello, la finalidad del libro de cuentos que tenéis en las manos es ofrecer unas pautas sencillas pero sólidas que os ayu-darán a ver cómo vuestros hijos crecen felices

contando con recursos imprescindibles para afrontar los momentos difíciles que, sin duda, aparecerán en sus vidas, como han aparecido en la vuestra.

Y ahora viene la gran pregunta: ¿cuáles son esos valores y cualidades que debéis te-ner en cuenta en la educación de vuestros hijos?

La lista puede ser muy extensa y cual-quiera podría añadir otros, pero hemos ele-gido diez que, a modo de decálogo básico, os sirvan de orientación a los padres que queréis potenciar vuestro desarrollo personal mien-tras os ocupáis de colaborar en el crecimiento integral de vuestros hijos.

En este libro podéis encontrar informa-ción, cuentos y propuestas prácticas recogi-das en fichas orientadas a compartir momen-tos especiales con vuestros hijos, momentos de unión que recordarán con emoción a lo largo de los años.

Educar a un hijo supone crear espacios de vida, espacios de relaciones y de intimidad, que lo lleven a ser un ser humano responsa-ble, que se acepta a mismo, que confía en mismo y en los demás, consciente del mundo en que vive y de cuál es su papel para embe-llecerlo y mejorarlo.

Que este sea vuestro más precioso legado.

Begoña Ibarrola

Decálogo

para educar

niños felices

AMOR INCONDICIONAL Compartir tiempos y experiencias. Escucharle. Demostrarle nuestro cariño de la forma que mejor lo reciba. Que se sienta querido incondicionalmente por lo que es, no por lo que hace. Comunicación emocional abierta y sincera.

DESARROLLAR SU AUTOESTIMA Hacerle ver que es alguien único y especial, con talentos y limitaciones. No compararle con nadie. Manifestar que se está orgulloso de él. Animarle a ser él mismo y a valorarse. Elogiar sus acciones y actitudes positivas.

IMPULSAR SU AUTONOMÍA Permitirle que haga cada vez más cosas solo. Ayudarle a sentirse capaz. Impulsar sus iniciativas. Permitirle tomar pequeñas decisiones asumiendo las consecuencias. Comprender que muestre disconformidad en algún momento sin censurarle por ello.

DESARROLLAR LA CONFIANZA EN MISMO Enseñarle a confiar en mismo mostrando confianza en él. Ayudarle a que acepte los errores con naturalidad. Resaltar sus capacidades y las cosas que aprende. Animarle a hacer cosas nuevas y a enfrentarse a retos sin sobreprotegerle.

RESPETAR SU INDIVIDUALIDAD Permitirle que sea él mismo, sin compararle con otros. Animarle a mostrar sus gustos y preferencias. Trato con él basado en el respeto mutuo. Apoyarle en sus intereses. Preguntarle y dejarle elegir en algunas ocasiones. Respetar la discrepancia.

SABER PONER LÍMITES Y NORMAS Marcar límites y normas claros. Ser constantes y coherentes en su aplicación. Hacerle ver las consecuencias de cumplir o incumplir las normas. Adaptarlas a su edad, nivel de madurez y responsabilidad. Permitir su enfado ante ellas.

APORTAR SEGURIDAD Hacer que se sienta seguro en el entorno familiar. Ayudarle a que se sienta protegido por el adulto. Enseñarle a pedir ayuda cuando la necesite. Que sepa con seguridad qué le permitimos y qué no. Ofrecerle apoyo y consuelo.

EDUCAR CON HONESTIDAD Y SINCERIDAD Favorecer un clima de sinceridad y honestidad en la convivencia. Hacerle ver las consecuencias de mentir. Enseñarle a aceptar las normas de los juegos. Premiar su sinceridad cuando confiesa una conducta inadecuada.

VALORAR EL ESFUERZO Y LA CONSTANCIA Valorar su esfuerzo en lograr algo, aunque no lo consiga. Mostrarle la satisfacción personal que conlleva, aunque no siempre vaya unida al éxito. Enseñarle que no debe abandonar una tarea si no sale a la primera y animarle a persistir a pesar de las equivocaciones.

EDUCAR EN PAZ Y TRANQUILIDAD Favorecer un entorno de paz y armonía. Tratar de resolver los problemas en un clima de serenidad. Evitar las tensiones y utilizar el diálogo. Enseñarle a relajarse y a entrar en calma, sin agobiarle con demasiadas actividades. Utilizar el humor.

Amor incondicional

Todo niño debe sentirse querido para crecer de forma sana, pues el amor es la emoción fundamental de la que todos nos nutrimos. Se ha demostrado que los seres humanos somos seres biológicamente amorosos y tenemos una capacidad natural para establecer lazos afectivos con otros seres humanos, que se construyen y mantienen a través de las emociones.

Como padres, amáis a vuestros hijos, pero no basta con que los queráis, sino que debéis demostrar vuestro amor de diferentes formas: con caricias, abrazos, elogios, miradas de complicidad, escucha, pero también a través de los límites y la disciplina. No lo olvidéis: poner límites adecuados es una forma de expresar vuestro amor, aunque no podéis pedir que vuestros hijos pequeños lo comprendan.

Asimismo, el amor es un modo de vivir juntos, una forma de relacionarnos que produce seguridad en los hijos, impulsa su crecimiento y favorece el desarrollo de su autonomía y su autoestima.

Nunca se ama demasiado, pero a veces la forma en que expresáis el amor hacia vuestros hijos no es la adecuada. Por eso es importante ser conscientes de la importancia de compartir con ellos tiempo, tiempo de calidad, sí, pero también en cantidad suficiente como para ser referentes y modelos. Vivir experiencias con ellos, sencillas, cotidianas, que alimenten la relación y que supongan intercambio

de emociones, es otra manera de expresar amor. Y esas experiencias quedarán grabadas en su memoria para siempre, no lo olvidéis.

No hay que confundir el amor con dar todo lo que vuestros hijos os piden. Podéis caer en el error de compensar con “cosas” el poco tiempo que pasáis con ellos. El consumismo en ocasiones enmascara una forma de amar equivocada que puede conducir, con el tiempo, a la infelicidad, aunque produzca una satisfacción inmediata.

Amar tampoco es proteger en exceso de la frustración o la dificultad. Enseñando a vuestros hijos a ser autónomos y a tolerar la frustración, estáis ayudándolos en su crecimiento y en su proceso de maduración emocional.

Si vuestros hijos se sienten amados y seguros, aprenderán lo que es el amor y les resultará más fácil amar a los otros. Y no olvidéis que la capacidad de amar nos ayuda a ser más felices.

Óscar, el oso, despertó hambriento de su gran siesta invernal y, al ver que su pequeño seguía durmiendo, decidió salir a buscar comida.

–¡Bienvenido de nuevo a la vida del bosque! –le dijo la araña Penélope al verlo.

–Gracias, amiga, te agradezco tu recibimiento.

Siguió andando y se encontró con Lirón, el ratón de campo, que también acababa de despertarse.

–¡Buena primavera, Óscar! ¿Cómo te encuentras?

–Todavía estoy un poco atontado de tanto dormir, pero pronto estaré bien.

–¿Y tu pequeño? Habrá crecido un montón, ¿no? –preguntó Lirón.

–Es un dormilón: todavía sigue en la cama. Por eso me voy a buscar comida; seguro que se despertará hambriento.

Óscar siguió su camino y se encontró con la familia de ranas que tomaban el sol junto a la charca.

–Hola, Óscar. ¿Cómo estás? –le preguntaron.

Una gran decisión

Todo empezó un día de primavera cuando en el bosque aparecieron las primeras flores y los pájaros cantaban felices.

–Estoy muy bien. Luego os veré, ahora tengo que ir a buscar comida. Por cierto, ¡cómo han crecido las trillizas!

Y mientras se alejaba, las ranas le cantaron su canción preferida.

Óscar se sentía feliz. En aquel bosque, todos le queríany se preocupaban por él.

De pronto se oyó un sonido familiar que venía del cielo: era el águila Altamira, que también le daba la bienvenida.

Buscó por aquí y por allá, y cuando recogió suficiente comida volvió a la cueva, donde su pequeño Bubi le esperaba ya despierto.

–¡Bienvenido a la primavera, hijo! –le dijo mientras le abrazaba.

–Hola, papi. ¡Qué hambre tengo!

Óscar y Bubi comieron hasta saciarse y pasaron un buen rato mientras se contaban sus sueños.

–Soñé que un jabalí me perseguía y yo sentía mucho miedo –dijo Bubi–, pero cuando estaba a punto de agarrarme con sus colmillos, apareciste y le dijiste lanzando un terrible gruñido: “Ven a por mí, si te atreves”, y el jabalí salió corriendo asustado.

Los dos se rieron con ganas y, de repente, Bubi se puso serio y preguntó a su padre:

–Papá, ¿tú crees que ya puedo ir solo por el bosque? Mírame, ya soy mayor.

Y se puso muy derecho sobre sus patas para que su padre le viera más alto.

–No creo que seas tan mayor como para salir solo por el bosque–le contestó–. Ahí fuera hay muchos peligros y aún no sabes defenderte: recuerda tu sueño, hijo.

Bubi no dijo nada. Se marchó al fondo de la cueva y se sentó allí, un poco triste de no ser todavía mayor.

Óscar se puso a pensar qué debía hacer. Si le pasaba algo a su pequeño Bubi, no se lo perdonaría nunca. ¡Cómo echabade menos en estos momentos el consejo de May, su compañera!

El sol se fue y por aquí y por allá comenzaron a aparecer las luciérnagas iluminando el bosque en una noche sin luna.

Una de ellas, Lucy, tenía un don muy especial: al posarse encima de la cabeza de alguien, le ayudaba a ver las cosas con más claridad; por eso Óscar se quedó fuera de la cueva a esperarla.

–Buenas noches, Óscar –dijo Lucy–. Me alegro mucho de verte. ¿Cómo te ha ido en tu largo sueño?

–Me acabo de despertar esta mañana y todavía tengo las patas un poco torpes, pero con algo de ejercicio me pondré mejor.

–¿Y cómo no estás durmiendo a estas horas?¿Has dejado solo a Bubi?

–Pues justamente de él quería hablarte. Tengo una duda y necesito tu consejo.

Entonces Lucy se sentó sobre la cabeza de Óscar, mientras él cerraba los ojos intentando aclarar sus ideas.

Solo habían pasado un par de minutos cuando Óscar abrió los ojos y dijo:

–¡Ahora me doy cuenta! Bubi se está haciendo mayor y necesita salir a conocer el bosque. Debo dejar que lo haga,aunque antes le daré unos buenos consejos. De todas formas, ya que en este bosque estará seguro.

Lucy volvió a revolotear a su alrededor y le dijo:

–Espero que mi luz te haya servido de ayuda para tomar la decisión adecuada, pero si quieres mi opinión, te diré que dejarle salir a explorar es una forma de demostrarle que le quieres y confías en él.

–Lucy, ¿crees que si su madre viviera le dejaría? –preguntó Óscar.

–Sí, estoy segura, aunque es natural sentir un poco de miedo por lo que les pueda suceder a los hijos.

–Gracias, Lucy, me has servido de gran ayuda. Ahora debo regresar a mi casa.

Óscar se fue un poco más tranquilo y, cuando llegó a la cueva, dio un beso a Bubi y le dijo en voz baja para no despertarle:

–Confío en ti, hijo, así que mañana podrás salir por el bosque solo, aunque no muy lejos.

Bubi, que aún estaba despierto, sonrió sin que su padre le viera. El día siguiente sería un gran día para él y debía descansar.

Y en ese momento recordó a su madre. ¡Cómo le hubiera gustado tenerla cerca! Ella había perdido su vida por defenderlo, eso le había contado su padre. No pudo aguantar más y dijo:

–Papá, cuéntame otra vez cómo era mamá, por favor…

–Pero, hijo, ¿no estabas ya dormido? –le preguntó Óscar sorprendido.

Entonces le abrazó y durante un rato le habló emocionado de su madre, la osa May, su querida compañera.

Ahora él debía cuidar y educar a su hijo haciendo a la vez de padre y madre. A menudo se preguntaba si lo estaría haciendo bien.

Y Bubi se durmió en sus brazos mientras soñaba con las mil aventuras que le esperaban en el bosque.

Un día, Carola se llevó una sorpresa: cuando fue a dar las buenas noches a sus hijas, Mía no quiso que le diera un beso ni un abrazo.

–Soy muy mayor, mamá, ya no los necesito –dijo muy seria.

–¡Pues dámelos a mí, mamá! –gritó Tuya entusiasmada.

Carola no supo qué contestar en ese momento y dejó que las tres se durmieran.

A ella le gustaba mucho dar besos y abrazos, y no entendía por qué Mía los rechazaba. ¿Sería demasiado efusiva? ¿Y por qué Tuya nunca tenía bastante? Con Suya, las cosas eran más fáciles: si le daba un beso, estupendo, y si no se lo daba, tampoco le importaba.

“¡Qué diferentes son las tres!”, pensó mientras se dormía.

Pasaron los días y Carola decidió no dar el beso de buenas noches a Mía para que no se enfadara, pero Tenorio le dijo:

Todos los días, la rana Carola hablaba un rato con sus hijas,las trillizas Mía, Tuya y Suya, y Tenorio, su padre, les enseñaba bonitas canciones y a tocar instrumentos, pues le gustaba mucho la música.

Mía no quiere besos