PREMIO EL BARCO DE VAPOR 1985
II PREMIO IBEROAMERICANO SM DE LITERATURA
INFANTIL Y JUVENIL 2006
Ilustraciones de Claudia Rueda
a Carolina
Más allá del volcán de Sal, entre el río de las Tortugas y las montañas Azules, se encuentra el valle de los Cocuyos1, gran extensión de tierra que los diminutos reyes de la noche iluminan cuando la luna pasea con su vestido de plata por el cielo.
Jerónimo dice que los cocuyos descienden de las estrellas.
—Puede ser —dijo una vez Anastasia mientras mascaba tabaco—. Recuerdo que cuando era pequeña —Jerónimo cree que ella tiene más de cien años— cayó en el valle una granizada de luz; desde esa noche el valle se llenó de cocuyos. Sí, puede ser que vengan de las estrellas.
En el valle hace mucho calor, siempre hace calor. Las lagartijas se adormilan sobre las piedras, y al menor ruido abren sus ojos saltones, levantan la cabeza y huyen. Jerónimo las quiere tanto como a los cocuyos. Hay muchas en el valle. Jerónimo dice que ese lugar debería llamarse valle de los Cocuyos y de las Lagartijas. Los unos son reyes en la noche; las otras, reinas en el día. Los unos, hijos de las estrellas; las otras, adoradoras del sol.
Jerónimo es hijo del valle. Por lo menos eso dice Anastasia. Ella es como su abuela; siempre ha vivido a su lado, bueno, no siempre, porque hay otras cosas más allá del recuerdo que él no logra ver. Está seguro de que hubo un tiempo en que Anastasia no estaba o, más bien, él no estaba con Anastasia.
Jerónimo tiene diez años, y recordar hasta el principio de su vida le es muy difícil. No sabe quiénes fueron sus padres. El más viejo de sus recuerdos es una reunión nocturna de cocuyos y lagartijas. Él mismo no sabe si es un recuerdo o un sueño. En ese recuerdo, o sueño, él era muy pequeñito, y estaba rodeado de cocuyos, que proyectaban tanta luz que casi no le dejaban abrir los ojos, y de lagartijas adormiladas que le acariciaban delicadamente. Había muchas estrellas en el cielo y hacía calor. Pero no el calor sofocante del día sino una dulce tibieza, como si hubiese un pedacito de sol escondido en alguna parte. Poco después llegó Anastasia mascando tabaco. Antes de todo eso, nada; la oscuridad.
Se lo ha preguntado a Anastasia, pero ella dice:
—Eres hijo del valle. También de los cocuyos y las lagartijas. Y mío, por supuesto.
Entonces Jerónimo la abraza y ella ríe.
Anastasia tiene la piel muy morena y arrugada. Jerónimo dice que Anastasia tiene el color de la tierra. Sus ojos son pequeños y rasgados, como dos rayitas que ríen en su cara. Tiene el pelo blanco y ya anda un poco encorvada. Pero es fuerte, muy fuerte.
—Tú debes ser hija de la tierra, Anastasia. Te pareces a ella —le dice Jerónimo muy serio.
—Tal vez, hijo, tal vez —responde ella en una ensoñación.
Son los únicos habitantes del valle de los Cocuyos. De vez en cuando, uno que otro caminante se detiene en la choza de Anastasia. Esta le da un vaso de chicha2 y el caminante le hace preguntas sobre la forma de curar tal o cual enfermedad. Anastasia sabe mucho de eso. Conoce todas las hierbas, conoce los secretos que devuelven la salud. La gente más allá del valle lo sabe, y cuando los caminantes pasan por su rancho, le dejan comestibles a cambio de las recetas.
No viene mucha gente a pesar de la fama de Anastasia, porque la gente tiene miedo de entrar en el valle. A unos les aterroriza la multitud de lagartijas. Porque es verdad, a veces las piedras ni se ven, cubiertas por todas partes de lagartijas. Jerónimo no comprende el miedo de los otros, pues es tan hermoso el valle, verde de hojas, verde de lagartijas dormilonas...
A otros les asustan los cocuyos, esa luz titilante que hace del valle un gigantesco espejo que tiembla durante la noche. Jerónimo tampoco lo comprende, pues es tan hermoso el valle vestido de estrella, brillante, luminoso como ninguno en el mundo...
Otros temen a Anastasia. ¡Quién lo diría! Temer a Anastasia, con sus ojos reidores; temer a Anastasia, que susurra los más dulces cantos a la tierra; a Anastasia, que ama tanto las plantas, el cielo, los cocuyos, las lagartijas, y a él, a Jerónimo. Temer a Anastasia porque lee el humo del tabaco y conoce los avisos de los sueños.
Otros temen el pasado del valle de los Cocuyos. En una época, dicen, no había cocuyos ni lagartijas; tampoco había día ni noche. Era un lugar que nadie quería ver y por eso no existía. Pero hace muchísimos años cayó la lluvia de cocuyos, o de pedacitos de estrella, y entonces comenzaron a mirarlo, pero con recelo y desconfianza.
Todas esas historias las conocían Jerónimo y Anastasia.
—¿Existe esa lagartija grande? —preguntaba el niño a la vieja.
—¡Claro que existe! Todo existe —respondía ella con fuerza—. Y no es una lagartija cualquiera, es Dragón, el rey.
—¿El rey de las lagartijas? —preguntaba Jerónimo con los ojos muy abiertos.
—¿Quién otro va a ser, muchacho tonto? —decía Anastasia mascando tabaco.
—¿Y por qué nunca lo he visto? —volvía a preguntar el niño.
—¿Crees que es fácil ver a un rey? ¿Crees que es fácil? ¡Pues no, señor! —decía la vieja con energía y respeto.
1 Insecto parecido a las luciérnagas.
2 Bebida alcohólica que resulta de la fermentación del maíz en agua azucarada.